viernes, 2 de septiembre de 2022

Psicología

El Hombre:1 El Problema de la Persona en Psicología*

Sergei Leonidovich Rubinstein

TANTO LA SOLUCIÓN del problema de la persona, como los términos de su planteamiento, en psicología, dependen esencialmente de los principios teóricos generales de que se parta. A su vez, la solución que se de al problema de la persona determina de modo esencial la concepción teórica general de la psicología.

        La introducción del concepto de persona en la psicología significa ante todo que en la explicación de los fenómenos psíquicos se parte del hombre como ser material en sus interrelaciones con el mundo. Todos los fenómenos psíquicos, en sus interconexiones, pertenecen a un hombre concreto, vivo, actuante; dependen y se derivan del ser natural y social del hombre y de las leyes a que éste se halla sujeto.

        Este principio se aclara y alcanza su ulterior desarrollo en la concepción materialista dialéctica de la determinación de los fenómenos psíquicos. En la explicación de los fenómenos psíquicos, la psicología de la persona parte con frecuencia de una posición directamente contrapuesta al determinismo mecanicista. Este pretende inferir directamente de las influencias externas los fenómenos psíquicos. La psicología personalista, es decir, la psicología que parte de la persona al explicar los fenómenos psíquicos, cae fácilmente en la posición contraria, en la explicación de los fenómenos psíquicos partiendo solo de las propiedades internas a de las tendencias de la persona. El intento de explicar así los fenómenos psíquicos constituye solo el reverso de la concepción mecanicista. De ahí que resulte imposible buscar la solución al problema y la superación de esta antítesis en la unión de los dos criterios afirmando que es necesario tener en cuenta las influencias externas y el carácter condicionado interno -por parte de la persona- de los fenómenos psíquicos, aceptando, de este modo, la teoría de los dos factores. Las influencias externas y las condiciones internas han de correlacionarse entre sí de un determinado modo. Nosotros partimos de que las causas externas (las influencias externas) actúan siempre únicamente de modo mediato a través de las condiciones internas. A esta concepción del determinismo se halla unido el verdadero significado que adquiere la persona como conjunto íntegro de condiciones internas para la comprensión de las leyes de los procesos psíquicos. Así comprendido el determinismo, el planteamiento del problema de la persona queda libre de metafísica, de subjetivismo, y adquiere todo su significado para la psicología. Al explicar los fenómenos psíquicos, cualesquiera que sean, la persona aparece como conjunto de condiciones internas -concatenadas en una unidad- a través de las cuales se refractan todas las influencias externas. (Entre las condiciones internas se incluyen las propiedades de la actividad nerviosa superior, la orientación de la persona, etc.) Por este motivo, introducir la persona en la psicología constituye una premisa necesaria para la explicación de los fenómenos psíquicos. El principio de que las influencias externas se hallan ligadas a su efecto psíquico solo de manera mediata, a través de la persona misma, constituye el centro determinante de la orientación teórica con que se enfoca el estudio de todos los problemas relativos a la psicología de la persona, así como a la psicología en general. En la interconexión de las condiciones externas e internas, el papel principal corresponde a las primeras, pero el problema fundamental de la psicología estriba en poner de manifiesto el papel de las condiciones internas. Las leyes de los fenómenos psíquicos son leyes internas exteriormente condicionadas; este modo de entender las leyes de los fenómenos psíquicos y la noción de persona como eslabón necesario de la psicología constituyen proposiciones unívocas.

        Como quiera que las condiciones internas a través de las cuales en cada momento dado se refractan las influencias externas sobre la persona se han formado, a su vez, en dependencia de las interacciones externas precedentes, el principio de que el efecto de las influencias externas depende de las condiciones internas de la persona, sobre las que dichas influencias se ejerzan, significa también que el efecto psicológico de cada influencia (incluida la pedagógica) sobre la persona está condicionado por la historia de su desarrollo, por su leyes internas. Al decir que la historia condiciona la estructura de la persona, hay que entender la palabra en su sentido amplio: la historia incluye todo el proceso de evolución de los seres vivos como la historia propiamente dicha de la humanidad y la del desarrollo personal de un individuo dado. En virtud de esta condicionalidad histórica, en la psicología de la persona se descubren componentes que poseen distinto grado de generalidad y persistencia y se modifican a ritmo distinto.

        Así, pues, como hemos visto, la psicología de cada persona incluye en sí rasgos que dependen de condiciones naturales y que son comunes a todos los hombres. (Tales son, por ejemplo, las propiedades de la vista a que da lugar la difusión de los rayos solares por la tierra y la consecuente estructura del ojo.) Como quiera que estas condiciones son invariables y se fijan en la estructura misma del aparato visual y de sus funciones, las correspondientes propiedades de la vista resultan asimismo comunes a todas las personas. Existen otras condiciones que se transforman en decurso de la evolución histórica de la humanidad. Tales son, por ejemplo, como ya hemos indicado más arriba, las particularidades del oído fonemático condicionadas por el régimen fonemático de la lengua vernácula. Dichas particularidades no solo son distintas para los pueblos que hablan en lenguas diversas, sino que también cambian en el decurso de la evolución de un mismo pueblo. Se registran determinados avances y cambios en las características psíquicas de los individuos cuando cambian las formaciones sociales. Aunque existen leyes de motivación comunes a todas las personas, en contenido concreto de los motivos, la correlación entre los motivos sociales y personales cambian en las personas al modificarse el régimen social. Tales cambian son típicamente generales para cuantas personas viven en un régimen social dado. En cada persona se presentan en refracción individual en dependencia de correlaciones internas y externas que son específicas para ella. En virtud de esta correlación con las condiciones internas, unas mismas condiciones externas iguales -por lo menos formalmente (por ejemplo, las condiciones de vida y educación para los hijos de una misma familia)- resultan en esencia, por su sentido vital, distintas para el individuo. En la historia individual del desarrollo se van formando las propiedades individuales o particulares de la persona. Tenemos, pues, que las propiedades de la persona no se reducen de ningún modo a sus particularidades individuales, sino que incluye lo general, lo particular y lo singular. La persona es tanto más importante cuanto más representado se da en su refracción individual lo que es común a todos los hombres. Las propiedades individuales de la persona y las propiedades personales de individuo (es decir, las que lo caracterizan como personalidad) no son una misma cosa.

        En calidad de propiedades personales propiamente dichas suelen destacarse las múltiples propiedades del hombre las que condicionan su conducta o actividad de significado social. De ahí que en ellas corresponda un lugar esencial al sistema de motivos y problemas que el hombre se plantea a sí mismo, es decir, aquellos actos en que trasciende o se refleja la actitud del hombre respecto a otras personas. Corresponde en ella, asimismo, un lugar esencial a las aptitudes, es decir, a las propiedades que hacen al hombre apto para actividades socialmente útiles surgidas en el transcurso de la evolución histórica.

        No es necesario detenerse aquí en la historia del concepto de persona, historia que se halla estudiada en algunos trabajos de Trendelenburg, de Rheinfelder y otros.2 Allport da un breve resumen de dichos trabajos.3 Según estas investigaciones, la palabra persona designaba, al principio en etrusco, la máscara que se ponía el actor, y luego designaba a este mismo y a su papel. Entre los romanos, la palabra persona no se utilizaba más que en el contexto persona patris, regis accusatoris (persona del padre del rey, del fiscal, etc.).

        Basándose en las investigaciones de Trendelenburg sobre tales hechos, K. Bühler observó que actualmente el concepto de persona ha cambiado de modo radical. Hoy este concepto designa no una función social del hombre, sino su esencia interna (Wesenart). Sin embargo, tampoco es justa la contraposición puramente externa entre esencia interna y función social de la persona, tal como plantea metafísicamente K. Bühler. Es obvio que la persona humana no puede ser identificada directamente con su función social, jurídica o económica. No solo el individuo como tal puede actuar como persona jurídica; por otra parte, el hombre (individuo, persona) puede presentarse fuera de la condición de persona jurídica, y, en todo caso, no es nunca simplemente persona jurídica -función jurídica personificada-. De modo análogo en economía política, Marx dice de “los papeles económicos representados por los hombres” que son “…personificaciones de las relaciones económicas en representación de las cuales se enfrentan [los hombres] los unos con los otros”,4 y más adelante observa que no es justo considerar a la persona solo como categorías sociales personificadas y no como individuos.5

        Sin embargo, conservamos un rasgo esencial de la noción de persona contenida en el primer significado de esta palabra, en el sentido de papel que el actor representaba en la obra y, por tanto, el ser humano en la vida. Dicho rasgo consiste en que la persona se define por sus actitudes respecto al mundo circundante, al medio social, a otras personas. Esas actitudes trascienden a la actividad de las personas, a la actividad que permite al hombre entrar en conocimiento del mundo, de la naturaleza, de la sociedad, cambiarlos. No es posible de ningún modo desvincular la persona del papel que desempeña en la vida. La importancia de la persona es determinada no tanto por las propiedades que posee, tomada de por sí, cuanto por la trascendencia de las fuerzas histórico-sociales de que ella es portadora, por los hechos reales que la persona lleva a cabo gracias a dichas fuerzas. La distancia que separa una personalidad histórica de un hombre corriente es determinada no por la correlación de sus propiedades naturales tomadas por mismas, sino por la trascendencia de los hechos que la personalidad histórica lleva a cabo -en virtud de sus facultades naturales dadas y, además, por la convergencia de determinadas circunstancias del desarrollo histórico y de su propia vida-. Es el papel de gran figura histórica -y no sus facultades tomadas por sí mismas- lo que determina la correlación de proporciones entre la figura dada y el hombre corriente. Hacer depender estas diferencias única y exclusivamente del desarrollo de las condiciones naturales primarias es una consecuencia de una falsa contraposición entre genio y muchedumbre y da origen a falsas perspectivas en la valoración de las posibilidades abiertas ante cada individuo.

        La persona se forma en virtud de la interacción existente entre el individuo y el mundo circundante. En dicha interacción con el mundo, en su actividad, el hombre no solo se manifiesta como es, sino que, además, se forma. De ahí que la actividad del hombre sea de importancia fundamental para la psicología. La persona humana, es decir, la realidad objetiva designada por el concepto de persona y que presenta esta cualidad es, en último término, el hombre real, el hombre vivo, que actúa. (No existe ninguna persona como formación psicofísica “neutral” -W. Stern- ni como formación puramente espiritual -Klages- ni existe ciencia particular alguna acerca de la “persona” así entendida.)

        En su condición de persona, el hombre se presenta como “unidad” en el sistema de relaciones sociales, como sujeto real de estas últimas. En ello radica el núcleo positivo del punto de vista según el cual el concepto de persona es una categoría social y no psicológica. Ello no excluye, sin embargo, el hecho de que la misma persona como realidad -como trozo de la realidad- que posee diversas propiedades, no solo sociales, sino además naturales, sea objeto de estudio por parte de ciencias distintas, cada una de las cuales lo verifica tomando la realidad según concatenaciones específicas. Entre dichas ciencias figura necesariamente la psicología, pues no existe persona sin psique, ni siquiera sin conciencia. Además, el aspecto psíquico de la persona no se halla en el mismo plano que los demás aspectos de la misma; los fenómenos psíquicos se enlazan orgánicamente con la vida total de la persona, dado que la función vital básica de los fenómenos y procesos psíquicos sin excepción estriba en regular la actividad de las personas. Condicionados por las influencias externas, los procesos psíquicos determinan la conducta haciendo mediata su dependencia respecto a las condiciones objetivas.6

        El hombre es una individualidad porque se dan en él propiedades especiales, únicas, que no se repiten; el hombre es persona en virtud de que determina conscientemente su actitud respecto a lo que le rodea. El hombre es persona porque tiene faz propia. Lo es en grado máximo cuando en él se dan un mínimo de neutralidad, de indiferencia y el más alto grado de “partidismo” respecto a todo cuanto tiene significado social. De ahí que para el individuo como persona posea un significado tan fundamental la conciencia, pero no solo como saber, sino, además, como actitud. Sin conciencia, sin la facultad de adoptar conscientemente una determinada posición, la persona no existe.

        A la vez que se subraya el papel de la conciencia, es necesario tener en cuenta que lo psíquico se da en varios planos, que los procesos psíquicos transcurren en niveles diferentes. El estudio de la psique en un solo plano es siempre un estudio superficial, incluso si se elige alguna “capa profunda”. Si se tienen en cuenta sus planos diversos, la integridad del carácter psíquico del hombre se conserva en virtud de la interconexión de todas sus propiedades y tendencias, a veces contradictorias.

        El principio de que los procesos psíquicos transcurren en niveles distinto es de importancia fundamental para la comprensión de la estructura psicológica de la persona misma. En particular, el problema de la persona como sujeto psicológico está directamente ligado a la correlación que se da entre los procesos involuntarios y los denominados procesos voluntarios. El sujeto en sentido específico de la palabra (como “yo”) es sujeto de una actividad consciente y voluntaria. Su núcleo está compuesto de incitaciones aprehendidas por la conciencia, de motivos de los actos conscientes. Toda persona es sujeto en el sentido de “yo”, mas el concepto de persona aplicado también a la psicología no puede quedar reducido a este sentido estrecho y específico. El contenido psíquico de la persona humana no queda agotado con los motivos de la actividad consciente; incluye, además, una multiplicidad de tendencias de las que no se tiene conciencia: estímulos de la actividad involuntaria. El “yo” como sujeto constituye una formación situada en un plano elevado y es inseparable del conjunto de tendencias dadas en varios planos y que constituyen, en conjunto, la característica psicológica de la persona. Para la caracterización general de la persona es preciso, además, tener en cuenta la “ideología”, las ideas aceptadas por el individuo como principios que le sirven de base para valorar sus propios actos y los de las demás personas; estos principios están determinados por incitaciones, las cuales, sin embargo, no aparecen como estímulos respecto a la actividad del propio individuo. En la psicología de la persona entra el estudio de todas estas formaciones en sus interrelaciones.

        Un examen que abarque todos los procesos psíquicos -percepción, pensamiento (y que no se limite, por ejemplo, a los sentimientos)- ha de incluir también el aspecto personal, concerniente a los motivos de la conducta, de la correspondiente actividad; es decir, ha de poner de manifiesto la relación que se da entre la persona y los objetivos que se le presentan. Ello no significa, empero, de ningún modo, que pueda examinarse la percepción, el pensamiento, etc., únicamente como manifestación particular -que se da solo de vez en cuando- de la relación cambiante de la persona respecto a la situación en que se encuentre. No cabe hacer caso omiso de la dinámica de dichas relaciones en el examen de los procesos psíquicos, mas tampoco cabe disolverlo todo en esta dinámica de relaciones excluyendo totalmente la estática de las propiedades relativamente estables. Reducirlo todo a la dinámica de las relaciones personales significa olvidarse de que existen en el hombre propiedades estables que se han ido formando y consolidando en el transcurso de la historia.

        En la psicología, reducirlo todo a la dinámica de las relaciones que se dan entre la persona y lo circundante es tan erróneo y unilateral como hacer caso omiso de dichas relaciones y limitarse a considerar solo el aspecto estático de las propiedades del hombre. No es posible, por ejemplo, examinar la percepción tan solo como exponente de las relaciones dadas entre el hombre y lo percibido y no tener en cuenta las leyes psicofisiológicas de la sensibilidad comunes a todas las personas y situaciones, ni la actividad de los aparatos perceptores. Es un error afirmar la integridad y la dinámica de los procesos psíquicos rechazando, a la vez, todo lo estático (lo estable) y toda la relativa independencia de las partes (de los analizadores, etc.). Es necesario tener en cuenta el aspecto personal en el estudio de la percepción, del pensamiento, etc.; sin ello no cabe el estudio exhaustivo y concreto de ningún proceso; pero, a pesar de todo, ello no es más que un aspecto; considerarlo como único significa cerrarse el camino para el descubrimiento de todas las leyes de la actividad psíquica, ante todo de las más generales.

        En los procesos psíquicos, lo mismo que en las propiedades psíquicas de la persona, se dan propiedades generales y otras específicas. Ponerla de manifiesto -tanto las primeras como las segundas- es objeto propio de la investigación. Según deba estudiar unas u otras, el investigador a de elegir las condiciones en que el aspecto dado -más general o más particular- aparece en el primer plano.

        Por lo común se entiende que a la psicología de la persona pertenece ante todo el conjunto de propiedades psíquicas del hombre (sobre todo de las propiedades que corresponden al carácter y a las facultades del individuo) vinculadas y condicionadas entre sí según determinadas relaciones de subordinación. (Lo esencial no estriba solo en las condiciones psíquicas que el hombre domina, sino, además, en el papel -rector o subordinado- que cada una de ellas desempeña en la manera de ser general de la persona dada.)

        Sin embargo, es errónea la idea de que la psicología de la persona -que se reduce, en este caso, al conjunto de sus propiedades psíquicas- y la psicología de los procesos psíquicos constituyen dos esferas de estudio separadas una de la otra. La noción de psicología de la persona como algo desligado del estudio de los procesos psíquicos y la idea de procesos psíquicos como funciones abstractas separadas de la persona, constituyen dos facetas de una misma concepción errónea. En realidad, no es posible estructurar ni una doctrina de las propiedades psíquicas del hombre al margen del estudio de la actividad psíquica de este último, ni una doctrina de la actividad psíquica, de las leyes que regulan los procesos psíquicos, sin tener en cuenta su dependencia respecto a las propiedades psíquicas de la persona.

        La inconsistencia de tal separación se revela nítidamente tanto en la doctrina de las aptitudes como en la del carácter. El defecto principal de las formas tradicionales de examen del intelecto estriba, precisamente, en que éstas se verifican desvinculadas de la psicología del pensamiento. En los exámenes que se realizan a base de tests se juzga del intelecto como aptitud partiendo del resultado a que llega el individuo sin tener en cuenta el proceso que lleva a dicho resultado. Naturalmente, este último ha de tomarse en consideración, mas, por sí mismo, no constituye un exponente unívoco para juzgar del intelecto de una persona ni de sus facultades. Psicológicamente, en el plano de la persona y como diagnóstico, el resultado es esencial como expresión derivada de un proceso, de una actividad mental. Tan solo si se tiene en cuenta dicha actividad, cabe juzgar con fundamento de causa acerca de cómo piensa -o si piensa en general- un hombre dado que alcanza en el examen un exponente u otro, determinante del resultado obtenido. (Estas consideraciones bastan ya para mostrar el por qué y en qué sentido no resulta satisfactorio el diagnóstico obtenido por medio de tests.)

        No solo resultaría imposible el diagnóstico de las facultades, sino, incluso, su formación, si las facultades, las propiedades de la persona no tuvieran relación alguna con los procesos psíquicos ni con su actividad. Como hemos visto, los procesos y resultados de la actividad del hombre -cognoscitiva, estética, etc.- consolidados y como sedimentados en él, entran a formar parte de la propia composición de sus facultades.

        Es análogo lo que ocurre con las propiedades del carácter. Cada una de ellas constituye siempre una tendencia a realizar ciertos actos en determinadas condiciones. Las raíces de carácter del hombre y la llave de su formación estriban en las incitaciones y en los motivos de su actividad. El motivo condicionado por una situación o el estímulo para realizar un determinado acto constituyen precisamente un rasgo de carácter personal en su génesis. Por este motivo, el intento de elaborar una caracterología como disciplina especial, separada de la psicología, presupone situarse en un camino falso.

        Con menor motivo pueden ser aun desvinculados de los procesos los estados psíquicos más dinámicos de la persona. Los estados psíquicos del individuo constituyen en efecto dinámico inmediato de su actividad y el fondo de que dichos estados surgen. Tales son, en primer lugar, los estados afectivos que dependen del éxito o del fracaso de las acciones. La dinámica de dichos estados afectivos y las leyes a que se subordinan constituyen, indudablemente, un componente importante de la psicología de la persona, a todas luces inseparable de la dinámica de los procesos psíquicos. Estos últimos, a su vez, no pueden separarse de la propiedad psíquicas y de los estados de la persona, de la correlación que se da entre el nivel de lo que ésta alcanza y el nivel de sus aspiraciones, fruto de su actividad precedente (K. Levin). La desvinculación de las propiedades psíquicas respecto a los procesos psíquicos -y, por ende, de la actividad que dichos procesos regulan- lleva implícita la idea de que la conducta del hombre se determina solo desde el interior, por medio de condiciones internas; a su vez, la desvinculación de los procesos psíquicos respecto a las propiedades y estados de la persona presupone negar el papel que desempeñan las condiciones internas en la determinación de dichos procesos. El significado que posee la persona precisamente como conjunto de condiciones internas que afectan a todos los procesos psíquicos excluye la posibilidad de separar de este modo los procesos psíquicos respecto a la persona, a sus propiedades y estados. Separar unas de otras las propiedades y los procesos psíquicos es el resultado llevado al interior de lo psíquico de separar unas de otras las condiciones externas y las internas.

         La concepción general de que las causas externas actúan a través de las condiciones internas, concepción que determina, en última instancia, nuestro modo de enfocar el estudio de la psicología de la persona, determina, asimismo, la comprensión de los caminos que sigue esta última en su desarrollo psíquico.

        Como quiera que las causas externas solo actúan a través de las condiciones internas, lo que condiciona externamente el desarrollo de la persona se combina de modo sujeto a ley con lo “espontáneo” de su desarrollo. En la psicología de la persona en formación, todo se halla de uno u otro modo exteriormente condicionado, pero en el desarrollo de la misma nada puede deducirse directamente de las influencias externas. Las condiciones internas, aunque se forman bajo la acción de las externas, no son, sin embargo, una proyección mecánica y directa de estas últimas. Al formarse y modificarse durante el proceso de desarrollo, las condiciones internas mismas trascienden al circulo específico de influencias externas que pueden actuar sobre un fenómeno dado. Este principio general es de singular importancia para la comprensión del desenvolvimiento de la persona. Las leyes del desarrollo -exteriormente condicionado- de la persona son leyes internas. De ello ha de partir la solución auténtica del capitalísimo problema del desarrollo y la enseñanza, del desarrollo y la educación.

        Cuando se considera, con cándido criterio mecanicista, que las influencias pedagógicas trascienden en el niño de manera inmediata, resulta innecesario todo trabajo especial sobre el desarrollo y la formación de este último y también organizar el trabajo pedagógico de modo que la enseñanza tenga un resultado formativo, y la educación, además de pertrechar con unas reglas de conducta, forje el carácter, la actitud interior de la persona respecto a las influencias a que está sujeta. La visión errónea de este problema y su insuficiente estudio en nuestra pedagogía constituyen una de las fallas capitales en lo que concierne a la educación de las nuevas generaciones.

        En este caso, como es habitual, un problema teórico de gran magnitud aparece necesariamente desde otro punto de vista como un problema práctico, vital.

        En realidad, todo conocimiento, por teórico que sea, está relacionado -y no puede no estarlo- con la vida, con el hacer práctico, con el destino de las personas, puesto que como tal conocimiento pone de manifiesto la realidad y condiciona la posibilidad de influir sobre la misma. De esta suerte, el conocimiento teórico constituye también un conocimiento práctico, si bien de perspectiva más lejana y amplia. En virtud de su conexión con el hacer práctico, todo conocimiento científico tiene una relación directa con el destino de los hombres. Así se explica que la actitud frente a la ciencia constituya a la vez una actitud frente al hombre y tenga, por ende, un aspecto moral. El auténtico objetivo de la psicología estriba precisamente en comprender a las personas para contribuir a su perfeccionamiento. Para ello es necesario comprender de qué modo los fenómenos psíquicos se incluyen en la vida del hombre tanto en su calidad de fenómenos condicionados por las circunstancias de la vida de aquél como en calidad de fenómenos que condicionan la actividad por medio de la cual el hombre modifica tales circunstancias; esto constituye, a la vez, una parte de un problema más general acerca del lugar de lo psíquico en la interconexión universal de los fenómenos del mundo material. Para nosotros se presenta en esta forma, aquí, el problema central de la filosofía, el problema de la correlación entre el ser y la conciencia.

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(*) S. L. Rubinstein, El Ser y la Conciencia. Capítulo III: Actividad psíquica y propiedades psíquicas del hombre. Parte 3. Editorial Juan Grijalbo, México, 1963.

(1) El tema del hombre es importantísimo en el plano filosófico y, ante todo, ético (lo ético no se reduce, a nuestro modo de ver, a la moral en el sentido de moralización, en el sentido de sermón de circunstancias; el problema de lo ético es el de la esencia misma del hombre en su relación con los demás hombres). Aquí nos referimos solo a un aspecto especial de este tema: el problema de la persona en psicología.

(2) A. Trendelenburg, “Zur Geischichte des Wortes” “Person”. Kantstudien, 1908, 13, S. 4-5 Rheinfelder. Das Wort “Person” Zsch. f. Roman. Phil. 1928, Belheft 77, S. 22-23.

(3) G. W. Allport, Personality. A Psychological Interpretation, Ch. II – “Defining Personality”, 1937, págs. 24-54.

(4) C. Marx, El Capital, t. I, pág. P2. (Ibídem, tomo I, pág. 95).

(5) “…Nuestra perplejidad proviene acaso de que nos hemos limitado a enfocar las personas como categorías personificadas y no con su personalidad individual”. Ibídem, pág. 169. ((Ibídem, tomo I, pág. 180).

(6) A menudo se afirma que la persona no entra en la esfera de la psicología. Esto, naturalmente, es cierto en el sentido de que en su conjunto la persona no constituye una formación psicológica y, por ende, no puede ser objeto exclusivo de la psicología. Pero si, en este sentido, es cierto que la persona no entra en la psicología, no es menos cierto también que los fenómenos psíquicos entran, de modo necesario, en la persona. De ahí que sin la psicología no pueda realizarse un estudio completo de la persona.

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