Nota:
Desde la perspectiva del
socialismo como conclusión, es decir, como punto de arribo de las luchas de las
clases trabajadoras, la evaluación del cambio de la Constitución burguesa, debe
de consistir en consolidar los logros alcanzados, como por ejemplo la
eliminación del trabajo asalariado, la eliminación de la propiedad privada de
los medios de producción, entre otros. Sin embargo, analizando las condiciones
concretas actuales, en las que el proletariado no ha alcanzado a encabezar las
luchas, la lectura del cambio de Constitución en Chile, debe observarse como transformación
en proceso, que va desde la política neoliberal del capitalismo semicolonial, a
la política socialdemócrata, también del capitalismo semicolonial, de la
burguesía, en el tránsito hacia la derrota total de la burguesía nativa e
imperialista, y la superación del capitalismo.
En este segundo sentido es
que proponemos la lectura del siguiente artículo, que, evidentemente, por la posición
del autor, como análisis socialdemócrata del cambio de Constitución; pero que,
desde el punto de vista del proletariado, trazando un arco desde el periodo
histórico actual, se puede ver como punto de tránsito, desde la perspectiva
histórica de logro del socialismo.
Dado que el capitalismo es
un sistema que se basa en la explotación de los trabajadores bajo la forma de
trabajo asalariado y la propiedad privada de los medios de producción,
consideramos que la actual primavera democrática chilena será temporal.
Comité de Reconstitución
José Carlos Mariátegui (CRJCM)
02.09.2022
La
Nueva Constitución de Chile en el Contexto Latinoamericano y Mundial*
Por Javier Tolcachier** | 24/08/2022 | Chile
Chile se acerca a pasos
raudos a la concreción de un hito largamente acariciado: la oportunidad de
dejar atrás un molde constitucional impuesto con indecible dolor y sufrimiento
por una dictadura bárbara al servicio de un modelo neoliberal.
El próximo 4 de septiembre
las comunidades que habitan esa larga y angosta franja de territorio tendrán a
su alcance la posibilidad de dirimir el futuro en un plebiscito vinculante y de
sufragio obligatorio que consagrará, de resultar nuevamente victorioso el
Apruebo, un nuevo texto constitucional.
El despertar chileno a una
nueva Constitución
“¡Chile despertó!” fue la
consigna que animó y develó el significado de las masivas manifestaciones en aquel
mítico Octubre de 2019. Movilizaciones que no surgieron de la noche a la
mañana, sino que se enhebran en un proceso de repetidas marchas y acciones
cuyas reivindicaciones temáticas y sectoriales se anudaron con el objeto de
destrabar el cerrojo de mercantilización asfixiante al que estaba sometida la
población.
En medio del clímax del
despertar aparecen los Cabildos Ciudadanos, en los que personas de las más
diferentes procedencias, edades y territorios debaten sobre los cambios que
requiere el país, abriendo la senda a una conclusión común, la necesidad de dar
paso a una Asamblea Constituyente.
El impulso de la
efervescencia popular se canaliza – en un intento de amortiguarla, con
exclusión de una parte de la oposición y no sin pocas críticas- en un acuerdo
entre gobierno y algunos partidos en el llamado Acuerdo por la Paz Social y la
Nueva Constitución, que habilita la convocatoria a un plebiscito para modificar
la ley fundamental.
La arrolladora victoria,
cercana al 80%, de las opciones por una Nueva Constitución y la modalidad de
Convención Constitucional electa de modo directo, con paridad de género y
representación de pueblos originarios, indicaron que aquel impulso no se había
apagado, al menos en la mitad de los votantes habilitados que participó de esa
gesta.
El proceso se completó con
la elección de convencionales, en la que la derecha no pudo imponer vetos y
cobraron fuerza opciones ciudadanas independientes del clásico esquema político
y, finalmente, con el proceso de redacción del nuevo texto constitucional.
Luego de casi medio siglo de
dictadura del capital y 30 años de democracia tutelada por el poder económico,
las y los chilenos deberán ratificar o rechazar la propuesta que, a todas
luces, sellaría el advenimiento de un nuevo tiempo histórico.
Una constitución a la
“altura de los tiempos”
Los textos constitucionales,
en tanto expresión fundacional de la intersubjetividad social – al menos los
concebidos en democracia y no los impuestos por dictaduras – no pueden sino ser
un reflejo de las intenciones presentes en la época en la que se formalizan.
En ellos se ven reflejadas
las aspiraciones transformadoras, pero también resistencias de la memoria
social a la dinamización y reemplazo de estructuras anteriores. Esas líneas
cuidadosamente modeladas tienen la virtud de ser la bisagra entre tiempos,
constituyéndose a la vez en fruto de un ciclo anterior y semilla de uno
posterior. Son, a pesar de atisbarse en ellas el inicio de una edad colectiva
innovadora, el producto de -al decir de Ortega y Gasset- la “altura de los
tiempos”, es decir, la circunstancia histórica en la cual tienen vigencia
determinados conceptos, formas y creencias.
De hecho, la nueva propuesta
constitucional chilena exhibe estas cualidades a la perfección. En apretada
síntesis, se abre con ella una mayor representatividad y participación popular,
se garantizan derechos sociales antes vedados por la insensibilidad capitalista
y se fijan directrices proactivas de equidad y protección ante la violencia
para mujeres, niñez, ancianes y pueblos indígenas.
En esta nueva formulación
constitucional, se exige al Estado responsabilidad primaria en la nivelación de
las condiciones de vida – profundamente dispares en el Chile de hoy-, se
descentraliza el poder político, se afirma la necesidad de proteger los bienes
naturales comunes de la avaricia particular, instando a una mayor empatía con
otras especies sintientes.
El signo incluyente y
contrario a toda forma de discriminación se evidencia en el reconocimiento de
la diversidad como riqueza y virtud, tanto en lo concerniente a las naciones y
culturas que habitan el territorio, como a la ampliación del abanico de
opciones en términos de confesión, pluralismo de ideas, medios de expresión y
en la libre elección de la sexoafectividad, la maternidad o la muerte digna,
entre otras cuestiones existenciales.
En síntesis, refleja las
principales pulsiones de la época: el indetenible avance de las mujeres por
igualdad de derechos, la necesidad de nivelar desigualdades históricas, el
imperativo de preservar la casa común, la ampliación de la libertad de elección
y la dirección hacia la descentralización y apertura a formas más avanzadas de
democracia.
La significación del
plebiscito de salida en el contexto de la región y el mundo
El primer domingo de
septiembre, el pueblo chileno tomará la decisión final. Pero ¿en qué contexto
se produce? y ¿qué implicancias tendrá un resultado favorable? Estas dos son
cuestiones que ameritan reflexión, ya que ningún fenómeno está aislado, sino
que intrínsecamente relacionado en estructura con otros. Mucho más en una época
de mundialización que se dirige, más temprano que tarde y a pesar de las
apariencias contingentes, camino a una Nación Humana Universal.
El escenario mundial se
encuentra surcado en la actualidad por el declive del poder unipolar de los
Estados Unidos y la hegemonía que su complejo militar-industrial, tecnológico y
financiero instaló en el sistema de relaciones y gobernanza internacional luego
de 1945. Poder y hegemonía que se asentaron en la imposición del dólar como
patrón de moneda y la primacía de su influencia en instituciones multilaterales
como Naciones Unidas o el Fondo Monetario Internacional, pero también en la
expansión de los propios mandatos culturales y modalidades de organización
política.
Sometimiento al que el
pretendido imperio sumó innúmeras incursiones bélicas, ocupación de
territorios ajenos e indebida injerencia en la soberanía de otras naciones bajo
la falaz excusa de “defender el mundo libre, la democracia o los derechos
humanos”.
Esta política violenta y sus
evidentes efectos destructivos han conducido al rechazo mayoritario, abriendo
espacios a desarrollos autónomos y soberanos y a nuevas instancias de
articulación como formas alternativas de contrapoder. En esos espacios de
orientación multipolar destaca hoy la influencia de China y Rusia, pero también
la de múltiples Estados como Turquía, la India, el Irán, Sudáfrica o México,
por solo mencionar unos pocos.
Incluso la unidad de
naciones anteriormente en conflicto en Europa había logrado generar
progresivamente un polo de creciente autodeterminación. Probablemente haya sido
ese intento, junto a la creciente inclinación de sus relaciones hacia Oriente,
una causa fundamental en el forzamiento de la guerra ocasionada por la
extensión de la OTAN – estructura militar bajo el comando de los Estados Unidos-
hacia el Este europeo. Conflicto cuyo objetivo estratégico es instalar una
nueva “Cortina de Hierro” occidental para disciplinar a los supuestos “aliados”
– en realidad territorios todavía ocupados por la presencia armada
norteamericana.
En ese marco de
reposicionamiento global de fuerzas, las naciones de América Latina y el Caribe
ven nuevas oportunidades en su búsqueda por superar el dominio del hegemón del
Norte. Una tiranía geopolítica en la que sus pueblos, al igual que en la época
colonial y poscolonial fueron saqueados, empobrecidos y discriminados, viendo
coartada toda posibilidad de elegir libremente su camino.
Los vientos emancipadores
nuevamente soplan en el Sur, de diverso modo. Y esta diversidad es la clave
para comprender una época en la que la desestructuración conlleva el peligro de
la atomización, pero a la vez imposibilita los dictados únicos, centralistas y
homogéneos propios de otros tiempos.
Alentado por esta correntada
histórica, en la que cabalgan hoy sublevados con renovada altivez distintos
pueblos de la región -todos violentados por el mismo poder-, el colectivo
chileno supo desandar con vocación decididamente no violenta, un camino minado
de dificultades por la conservación, el vasallaje y el temor.
Sin embargo, el caso de Chile
agrega un ingrediente especial a esta rebelión general, a este nuevo oleaje
independentista. Es el signo que le imprime una generación joven, que forjada
al calor de la resiliencia y la resistencia al feroz mandato individualista,
hoy extiende su influencia feminista, ambientalista, pluralista y de una mayor
horizontalidad en los recintos decisores.
Por otra parte, el proceso
constituyente chileno reaviva la llama de las “revoluciones constituyentes”,
que ya habían sentado bases sociales e institucionales más justas,
incluyentes, plurinacionales y democráticas en Venezuela (1999), Bolivia
(2006-2007) y Ecuador (2007-2008).
Del mismo modo, el Apruebo
chileno reforzará la posibilidad de encaminar sendas reformulaciones
constitucionales en países como Perú, Guatemala o Brasil, en las que ínfimas
pero poderosas élites mantienen maniatado el espíritu de autodeterminación,
libertad y justicia social de sus poblaciones. Por el mismo camino, la Colombia
liderada por Petro verá alentada su determinación de hacer valer los logros de
la Constitución de 1991, que abrió la puerta a una mayor participación
ciudadana, autonomía territorial y pluralismo político.
El movimiento social ha
mostrado en Chile que la unidad en la diversidad es fuente de fortaleza y que,
aún en el marco de una extrema desigualdad, concentración de poder y una
legalidad ilegítima y amañada, sí se puede avanzar hacia nuevos horizontes.
La aprobación plebiscitaria
de la nueva Constitución de Chile dará un nuevo empuje a las fuerzas
emancipadoras e integracionistas de la región, pero en perspectiva histórica,
esta nueva sensibilidad emergente, tributaria de la rebelión mundial inconclusa
de 2011, que aun late viva en los pliegues del imaginario de esta cohorte,
acaso abra un nuevo capítulo en la historia de esta región y del mundo.
Un capítulo en el que la
vida triunfe, en el que la humanidad logre imprimir un nuevo sentido a la
existencia hoy reducida a consumo, depredación y vacío, en el que los seres
humanos podamos encontrarnos y valorarnos, en el que la reparación y la
reconciliación cierren para siempre la fosa letal de la violencia y la
venganza.
Si el pueblo de Chile decide
aprobar su nuevo contrato social, será un gran paso en esa dirección. Y será
hermoso. Sin duda que será hermoso.
_________
(*) Tomado de https://rebelion.org/la-nueva-constitucion-de-chile-en-el-contexto-latinoamericano-y-mundial/
(**) Javier Tolcachier es investigador en el Centro Mundial de Estudios Humanistas y comunicador en agencia internacional de noticias Pressenza.
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