V. I. Lenin y los Problemas Actuales de la Lógica
Dialéctica*
M. M. Rosental
E. V. Iliénkov
LA NECESIDAD DE UN ESTUDIO COMPLETO y profundo de
la dialéctica materialista en sus funciones de lógica y teoría del
conocimiento y como paradigma científico actual ha
adquirido en nuestros días una
especial importancia. De manera
evidente, el carácter expresamente dialéctico de los problemas que aparecen en todas las esferas de
la realidad social y del conocimiento científico obliga cada vez
más a tomar conciencia de que solo la dialéctica marxista-leninista es capaz de constituir el método para dicho conocimiento científico y para la actividad práctica, así como para
ayudar al científico a la comprensión teórica de los datos
fáctico-experimentales en la
resolución de problemas que aparecen en el proceso de
investigación científica.
El estudio de la dialéctica como lógica del conocimiento científico es especialmente apremiante en la etapa actual de la batalla ideológica. Es bien sabido
lo mucho que especula la filosofía burguesa, en concreto el neopositivismo, con la necesidad de la ciencia actual de una lógica del pensamiento rigurosamente meditada. Se puede decir, sin miedo a caer en la exageración, que precisamente
el choque del materialismo y el idealismo en el enfoque de la naturaleza del pensamiento y, consecuentemente, del carácter de la ciencia del pensamiento (es decir,
de la lógica), en los últimos
diez años ha constituido uno de los principales campos de batalla
de los sistemas filosóficos, una base
de operaciones que ante
todo se esfuerza el idealismo en arrebatar a la
ideología marxista-leninista. La lógica
dialéctica estudia ideas y principios para la
construcción de una cosmovisión científica; no es
solo una ciencia más
situada junto a otras, sino el ‘espíritu
vivo’ de todo conocimiento científico.
Se entiende así el esfuerzo de la filosofía burguesa por establecer el monopolio relativo al estudio de la ‘lógica de la ciencia
contemporánea’.
La actualidad de
un estudio que desarrolle
la lógica desde la posición del materialismo dialéctico, en base a la teoría leninista del reflejo, se deriva de que sólo por esta vía se pueden
encontrar refutaciones convincentes a las
modernas falsificaciones idealistas de los problemas teórico-epistemológicos y trazar perspectivas reales para un desarrollo fructífero de la ciencia.
La idea de que solo la dialéctica,
y más concretamente la dialéctica
materialista, puede jugar el rol de lógica del conocimiento científico actual, es el leitmotiv en las obras de Lenin.
En la incomprensión de esta ‘esencia’ de la dialéctica, Lenin ve el principal
defecto de la interpretación de la
misma hecha por Plejánov, demostrando que la
ignorancia del aspecto lógico de la
dialéctica conduce precisamente a la reducción a la misma a una ‘suma
de ejemplos’ que corrobora verdades
exactas, pero de sobra
conocidas. De esta forma, la propia dialéctica pierde su cohesión
interna y su cientificidad; y si en las expresiones populares este defecto puede ser incluso
tolerable hasta cierto punto,
se torna totalmente inadmisible
en lo relativo a la exposición científica de la dialéctica.
‘Las leyes de la lógica son esencialmente el reflejo
de lo objetivo en la conciencia
subjetiva humana’, anota Lenin. En esta breve fórmula aforística se introduce orgánicamente (que no se liga
mecánicamente) un entendimiento
preciso del carácter objetivo de
las
leyes y categorías de la dialéctica y la
exposición de su rol activo en el proceso
de desarrollo de conocimientos, su función lógica dentro de la
estructura de una cosmovisión científica creadora.
Lo objetivo sin lo subjetivo
no se puede entender ni, por tanto, expresar
correctamente; en esto insiste Lenin
constantemente. No se puede
demostrar la objetividad de las leyes
y categorías de la dialéctica abstrayéndose
de la investigación del proceso de
conocimiento, de la
investigación de la historia del
conocimiento y la técnica, del proceso
de reflejo del mundo objetivo en la conciencia del
hombre. El examen por separado de
estos aspectos anula al uno
y al otro al mismo tiempo. En la realidad, la objetividad de las leyes y categorías dialécticas no le es dada al ser humano de
forma inmediata, como un mapa preparado y presentado a la intuición (al estilo de un conjunto
de ‘ejemplos’), sino que se revela solo en el tránsito de una largo y trabajoso desarrollo
de las ciencias naturales y
la técnica, así como de las ciencias
y las prácticas sociales. Dicha objetividad penetra en la
conciencia humana solo como resultado, como suma, como deducción
de la historia del conocimiento
del mundo.
Esto
es lo principal: si la lógica es una ciencia, y no solo una descripción
empírica de ciertos
‘procedimientos’, ‘métodos’ y
‘reglas’ utilizados en la ciencia actual,
entonces debe justificar el significado
objetivo de sus posiciones y recomendaciones. En otras
palabras: está obligada
a demostrar que las leyes del pensamiento formuladas por ella no son simples deseos y consejos que puedan o no seguirse, sino formas y leyes dentro
de cuyos límites se desarrolla el pensamiento de cualquier
teórico, si es que este pensamiento es científico. De otro modo, desaparece cualquier diferencia
entre dicho pensamiento científico y los caprichos de la imaginación, es decir, cualquier posibilidad
de construir la lógica como una disciplina
científica cuyas aspiraciones tengan carácter
objetivo, carácter de verdades científicas
que no
dependan de la arbitrariedad de tal o cual investigador.
La historia
de la filosofía ha mostrado con claridad que cualquier intento de probar el
carácter universal y necesario
(y, por tanto, obligatorio) de las normas
lógicas del pensamiento por otro camino
distinto a la teoría marxista-leninista
del reflejo está condenado a un estrepitoso fracaso, ya que la
objetividad de las formas y leyes lógicas no puede basarse en referencias a la ‘naturaleza del pensamiento en
sí’, a la ‘unidad trascendental
de la apercepción’ o a la ‘naturaleza divina de la idea absoluta’, regida desde el interior
por el pensamiento.
Si las formas
y leyes universales del desarrollo del mundo
interior (es decir, de todos los procesos naturales e
histórico-sociales) no se consideran como una fuente objetiva, como un
fundamento objetivo de formas
y leyes lógicas, entonces la lógica pierde la base
objetiva de sus conclusiones y
empieza a parecer solo un producto del ‘libre (y completamente
arbitrario) juego del pensamiento’. La ‘obligatoriedad’
de las
normas lógicas se convierte en este caso en un simple efecto de la ‘buena voluntad’ de tales
o cuales científicos llegados a
un acuerdo, a la ‘convención’ referente a estos o aquellos ‘métodos descriptivos’.
Precisamente
por esto es tan importante para la lógica y su fundamentación objetiva la
teoría del reflejo estudiada por Lenin, situada en la base de toda la historia
del conocimiento del universo llevada a cabo por el ser humano.
Si la lógica no
se entiende como la ciencia referida a las formas
y leyes objetivamente condicionadas del desarrollo del pensamiento, es decir,
la ciencia relativa a las formas y leyes reflejadas y que refleja
el pensamiento en el desarrollo
del mundo interior (naturaleza y
sociedad), entonces dicha lógica no es tal en el sentido filosófico de la palabra.
La concepción
leninista
de la dialéctica señala a estudiarla
precisamente como una teoría universal del desarrollo del pensamiento y la realidad
objetiva. Y ya que solo el proceso de
conocimiento al completo, en
su movimiento de la ignorancia al saber, puede diferenciar realmente las categorías y leyes universales (y, por
ello, filosóficas) del desarrollo de las particulares
– si bien estas son ampliamente
operativas en la naturaleza y en la historia de las leyes
y formas de su manifestación –, la
dialéctica como estudio universal del desarrollo encuentra su forma científica únicamente en el transcurso
de un minucioso análisis crítico de
toda la historia del conocimiento. Esto tiene un significado
relevante en relación a la deducción filosófica
de la revolución científico-técnica contemporánea y al intento de los partidos
comunistas y obreros por hacer
frente al tránsito del capitalismo al socialismo y al comunismo a escala mundial.
Por otro lado,
el conocimiento
dialéctico-materialista de la naturaleza de la lógica es capaz de librar a la propia lógica del
peligro de un renacimiento formalista
más unilateral, de un retorno
al sistema de esquemas de la ‘actividad
subjetiva pura’, a la simple acumulación de ‘procedimientos’
técnicos para operar con estructuras simbólicas. Este
peligro para la lógica
de perder su propio objeto no es una invención; su realidad está demostrada por toda la evolución de la lógica en base a concepciones
filosóficas, principalmente aquellas contrarias
a la orientación dialéctico-materialista, tomando como
referencia el destino que han sufrido estas concepciones dentro de los límites
de la filosofía neopositivista.
Si el conocimiento
de las
formas lógicas (de las categorías
y leyes de la lógica como ciencia) no está rigurosamente acompañado por el principio del reflejo, si, en otras
palabras, las formas lógicas no se entienden como reflejo
en la conciencia del ser humano de leyes objetivamente
universales de la realidad, entonces
la lógica inevitablemente pierde la capacidad de diferencias las formas auténticas del pensamiento
de las
formas del lenguaje, en el que las primeras
encuentran sus expresión, lo cual es
característico del positivismo actual. Como resultado, tarde o temprano el objeto de investigación
de la lógica como ciencia del pensamiento es
sustituido por el objeto de otras disciplinas científicas que, aunque
importantes, siguen siendo ajenas.
Por
esto, y en especial desde nuestro punto de vista, no es casual que la ‘lógica
de la ciencia’ neopositivista se descomponga en multitud de direcciones mal
conectadas entre ellas y en ‘aspectos’
de la investigación, y no resulte en condiciones de enlazarlas dentro de las coordenadas de un único conocimiento teórico. El lugar
de la lógica como ciencia del pensamiento lo acaba ocupando el ‘análisis del lenguaje’, y el aparato de la lógica
es sustituido por esquemas de ‘operaciones’ con términos y símbolos, por un
sistema de ‘algoritmos’ reestructurado en
‘opiniones’ y reglas de formación
de
ciertas construcciones simbólicas a partir de otras construcciones simbólicas.
Admitida toda la importancia y actualidad de semejante género de investigaciones, condicionadas por el hecho de que el pensamiento científico se expresa efectivamente en un lenguaje especial y por tanto está
ligado a sus exigencias y
restricciones, es necesario sin embargo
decir que, cuando en
ellas se empieza a ver una tarea principal (por no decir
única) para la lógica, entonces, entendida de esta forma, deja la
lógica de ser una ciencia del pensamiento y simple y llanamente pierde su objeto.
Discutiendo
sobre las premisas neopositivistas en la física, A. Einstein escribía: ‘Los
libros de física están llenos de fórmulas matemáticas; pero, en su origen, cada
teoría física se compone de pensamientos e ideas, no de fórmulas’.
Desarrollando este supuesto, el físico demostraba que el movimiento de
‘pensamientos’ e ‘ideas’ se realiza precisamente dentro de aquellas formas que
desde hace mucho tiempo la filosofía denomina como ‘categorías lógicas’.
El neopositivismo establece
dentro del campo del conocimiento el mismo
‘movimiento de ideas’, en el que (y esto lo reconocen
sin problema los grandes naturalistas) precisamente se halla
la auténtica esencia del
pensamiento científico. Dicho
positivismo intenta mostrar la ciencia como una especie
de conjunto de ‘fórmulas’ y ‘reglas de procedimiento’, y la esencia de
los problemas científicos (a cuya
luz únicamente tienen sentido estas fórmulas) resulta dentro de su
terreno de conocimiento. En contraposición a esto, la lógica dialéctica reconoce precisamente el ‘paso de la ignorancia al saber’, descubre leyes universales del alcance del pensamiento dentro de la esencia profunda de los objetos que
estudia y de esa manera pertrecha metodológicamente a las ciencias particulares.
El
problema central de la dialéctica, su ‘núcleo’, según palabras de Lenin, es el
problema de la contradicción.
A
pesar de las ingenuas y a veces malintencionadas interpretaciones, la
dialéctica materialista no es en modo alguno un método que obligue en todas
partes y a toda costa a descubrir, fijar y amontonar ‘contradicciones’,
antinomias y paradojas unas sobre otras. Bajo esta interpretación, el propósito
fundamental del pensamiento dialéctico en realidad sería demostrar simple y
llanamente los propósitos opuestos de la ciencia. Semejante imagen de la
dialéctica se encargar de divulgarla entre los lectores, por ejemplo, el famoso
enemigo de la filosofía marxista-leninista Sidney Hook. ‘Si todo en la
naturaleza es contradictorio, y si… el pensamiento correcto es una imagen o
reflejo del objeto, -escribe él,- entonces la consecuencia[es decir, la no-
contradicción formal – E.I.] será una continua muestra de falsedad o error’.
Por lo visto, semejante representación de la lógica dialéctica que no se
corresponde con la realidad a veces predispone a ciertos naturalistas de
renombre, especialmente en Occidente, a la desconfianza y posterior hostilidad
hacia ella.
Se sabe que la lógica dialéctica nació como validación científica de
un método que permite hallar soluciones concretas y racionales de contradicciones que una y otra vez maduran
objetivamente durante el proceso
de desarrollo de una ciencia. Así que culpar a la
dialéctica de un sagaz intento por coleccionar
contradicciones y así destruir el armonioso
edificio de la ciencia es simplemente absurdo.
A
este respecto es importante señalar que
fijar clara y precisamente una contradicción significa sencillamente
hacer la mitad del trabajo. Verdaderamente, el
entendimiento dialéctico de la contradicción comprende también el procedimiento de su resolución dentro de los límites de una representación
más concreta, profunda y exacta de la esencia del objeto.
La auténtica resolución teórica
de una
contradicción que se halle
dentro de los límites
de una u otra ciencia particular consiste simplemente en el descubrimiento
de la transformación de dos contrarios en sus respectivos opuestos. ‘La
representación común de la dialéctica –señala Lenin-, toma la diferencia y la contradicción, pero no el tránsito de la
una a la otra, y esto es lo más importante’- puesto que ‘los
conocimientos no son fijos, sino que son, en sí, en su naturaleza,
cambio’.
Solo
mediante el conocimiento de esta categoría fundamental de la lógica se orienta
el pensamiento científico hacia la representación de la ‘dialéctica de las cosas en sí, de la naturaleza
en sí, de la transformación
en sí
de los fenómenos’, hacia su reproducción
teórica dentro de una ‘lógica de conocimientos’ enmarcada en la dialéctica de estos conocimientos.
En el caso contrario, el pensamiento se estanca
en una fijación simple y superficial de definiciones
teóricas contrapuestas y resulta impotente para
encontrar una solución concreta
a las contradicciones que aparecen, lo que tarde o temprano conduce a la destrucción, a la
‘descomposición’ de la teoría, y a
veces a la capitulación de la concepción o el enfoque científico ante la dificultad surgida.
Un claro ejemplo de esto
es la historia de la economía
política burguesa, cuando se metió en un atolladero al intentar resolver las antinomias
de la teoría del valor del trabajo. Es evidente que para la ciencia
burguesa estas antinomias permanecen a día de hoy
irresueltas e irresolubles; la única salida que
pudo encontrar a dichas antinomias
el pensamiento burgués fue la renuncia a la propia
comprensión del valor.
Por otro lado,
la dialéctica ha demostrado de forma clara
toda su fuerza precisamente en este punto fatídico para la ciencia burguesa. Solo Marx, empleando conscientemente
la lógica dialéctica, pudo rescatar
la herencia teórica de la tesis
clásica del valor del trabajo y desarrollar sus núcleos
racionales en su rigurosamente sistemática
teoría del valor y la plusvalía.
Los economistas burgueses previos a Marx presentaban la antinomia que se encuentra en los cálculos teóricos del
valor como una categoría universal de la economía comercial capitalista. Manifestaban que la ley del valor, como
ley de intercambio de equivalentes, no contradice directamente a la ley del crecimiento
del valor en la forma de
capital (o al concepto del
capital como ‘valor auto engendrado’). Desde
el punto
de vista formal, la contradicción en los cálculos esenciales era evidente: si la ley del valor es la ley
superior e incuestionable de las relaciones de mercado, entonces el capital que
continuamente incrementa su beneficio
se convierte en un fenómeno ‘fuera de la ley’, y por tanto, impensable e
imposible. De aquí surge el problema que Marx
formuló de la siguiente
manera: ‘Nuestro
propietario del dinero,
el cual se nos aparece de
momento solo como embrión del capitalista, debe comprar mercancías por su valor, venderlas
por su valor y, aun así, extraer al final de este proceso
más valor del que él mismo
introdujo al principio… Estas son las condiciones del problema’.
La
solución del problema solo puede ser hallada bajo la condición de que ‘nuestro
poseedor del dinero… tenga la fortuna de lanzar dentro de los límites de la
esfera de la circulación, es decir, al mercado, una mercancía cuyo propio valor
de uso posea la capacidad de ser él mismo fuente de valor’.
De esta forma, para resolver dicha contradicción lógica en la que tropezó
la economía política burguesa, el teórico debe demostrar en el movimiento de la
propia realidad económica esta
‘original mercancía’ que transforma
un hecho ‘teóricamente inconcebible’ (y, por tanto, ‘contradictorio’) en un hecho
teóricamente comprensible, y además de comprensible, totalmente
racional, sin misticismo alguno. ‘…El dueño del dinero
encuentra en el mercado
esta mercancía particular: la capacidad
de trabajar o fuerza de trabajo’.
Destacaremos
que la contradicción teórica ya indicada
(al igual que, por otro
lado, cualquier otra) no fue resuelta
por medio de ningún refinado procedimiento formal. Pero
hasta su resolución, la teoría del valor se descomponía en pedazos, en partes y fragmentos incompatibles unos con otros, lo que impedía la posibilidad de comprender científicamente la realidad.
Los problemas de esta índole permanecen de esta manera
esencialmente irresueltos si en su ayuda no acude la lógica dialéctica, esa misma lógica que con tanta maestría manejaban Marx, Engels y Lenin.
Así, la dialéctica materialista proporciona un método de descubrimiento y resolución de las contradicciones que aparecen en el proceso de desarrollo de una ciencia mediante un análisis riguroso del movimiento de la propia realidad representada por esta teoría. Semejante conclusión puede extraerse directamente de los ejemplos que ya hemos visto.
Y lo mismo sucede en las ciencias naturales.
El
movimiento del pensamiento científico en la ciencia natural contemporánea
muestra de manera cada vez más evidente una tendencia precisamente hacia el
entendimiento en profundidad y hacia la utilización de la dialéctica, lo cual
puede comprobarse en las reflexiones de muchos naturalistas de vanguardia. Es
importante señalar, también, que incluso en las obras de grandes científicos
como Born, Bohr y otros, todavía no posicionados conscientemente en las
coordenadas de la dialéctica materialista, es claramente visible la tendencia
espontánea hacia la comprensión dialéctico-materialista de los problemas
fundamentales de las ciencias naturales.
El entendimiento leninista
de la dialéctica como lógica y teoría del conocimiento está orgánicamente
ligado a un profundo y concreto historicismo. El principio
del historicismo obliga,
precisamente, a examinar cada teoría
(cada sistema de conocimientos) no única y exclusivamente en simple
comparación con el objeto que
está representado en dicha teoría, sino también con su significación
histórica. Por tanto, cualquier
teoría, incluida la teoría de la propia dialéctica, debe indispensablemente estudiarse como una respuesta
a aquellas cuestiones que le fueron
planteadas por el transcurso
del desarrollo histórico del conocimiento y que encontraron en dicha teoría su resolución.
Es necesario destacar esto en relación
con los crecientes intentos de desfigurar
la perspectiva dialéctico-materialista en lo
referente a dicha cuestión. Por ejemplo, el autor del libro publicado
hace poco en Múnich ‘Sobre la lógica dialéctica’, Edward Huber, y su intento por establecer una conclusión relativa a las discusiones sobre la función lógica de la contradicción: ‘De todas
las divergencias
que se dan entre ciertos filósofos
soviéticos, hay una evidente: el principio de contradicción [en este caso,
en el
sentido de ‘prohibición de la contradicción’ – E.I.] tiene un significado, y además indiscutible.
La contradicción dialéctica es una representación
inadecuada de la realidad, es únicamente un medio de representarse
los problemas. Por supuesto, esta representación del problema refleja la realidad, en tanto que
nosotros de la realidad
no sabemos nada excepto que nos propone uno u otro de estos problemas.
Si esto es una representación,
entonces se trata de una representación
que expresa su propia deficiencia’.
Huber no quiere
ver que la realidad en sí, objetivamente,
puede contener en su propia estructura una contradicción irresuelta (que
entra en la conciencia del teórico como un
problema). La representación de esta contradicción
en los razonamientos es la representación más adecuada
(en absoluto ‘consciente de su propia
deficiencia’) y, aunque, sin
duda, no es totalmente definitiva, sí exige ella un desarrollo ulterior. Desde el punto de
vista de Huber, cualquier
representación es ‘inadecuada’, ya que exige una concreción superior. Huber, por lo
visto, se contenta con considerar como ‘adecuado’ únicamente
al proceso
de representación
absolutamente acabado, y con
semejante altanería renuncia a una representación
relativamente exacta. De este modo
demuestra solo su propia incapacidad
de relacionar el concepto de representación con el concepto
de contradicción dialéctica, pero atribuye su
propia ignorancia a la filosofía marxista
para así ofrecer a los lectores
una idea desfigurada de las posiciones
de dicha filosofía.
Hay que indicar
por tanto que la resolución dialéctica
de las
contradicciones en la ciencia en ningún caso significa el alejamiento de las mismas
de la teoría. Al contrario, la teoría precisamente muestra aquella forma concreta
en la que se hace efectivo
el movimiento, el tránsito recíproco de dos
contrarios que se manifiestan.
Sin
embargo, cuando el problema está resuelto y la respuesta hallada y formulada,
se puede fácilmente caer en la ilusión de que la contradicción dialéctica es
una posición débil y temporal del intelecto teórico. En este sentido no se está
teniendo en cuenta que, en el aparato formal de la teoría, en el que parece
‘olvidarse’ el problema real gracias al cual dicho aparato fue construido, dicho problema en sí no está expresado en sus fórmulas, sino que en estas se
encuentra expresado solo el procedimiento para su resolución. Por ello
es ilícito considerar que el único principio de interpretación relativo
al estudio de teorías científicas sea la
coherencia lógico-formal, la ‘no contradicción’. Este principio, en verdad
importante y extraordinariamente fructífero,
lo empleamos sin embargo dentro de límites determinados; pues
tan pronto como una
u otra teoría se analiza
solo desde el punto
de vista de este principio, ella se sustrae
de esta forma del contexto histórico condicionante
y se estudia haciendo abstracción precisamente de aquellas
contradicciones que en ella se
hallan ya anuladas y resueltas.
Esto
normalmente conduce al error de que las conclusiones
históricamente concretas (y, por tanto, históricamente limitadas), los resultados del desarrollo del pensamiento, son esquemas
definitivamente establecidos y absolutos para la resolución
de cualquier problema y
cuestión, una especie de ‘llave maestra’ que automáticamente conduce a las
soluciones de cualquier problema que trate.
Precisamente
el historicismo, orgánicamente inherente
a la lógica dialéctica, muestra las ideas fundamentales que conforman
la esencia de la ciencia,
esto es, traza las líneas
de perspectiva del desarrollo que permite
al científico
evitar el peligro de caer en un estancado
dogmatismo. Los clásicos del marxismo-leninismo
no
sin razón consideraban que la historia
del pensamiento, incluida la historia de la filosofía, proporciona las dimensiones
para
la valoración de las ideas que
aparecen en la ciencia y forman la cultura del
pensamiento teórico, el cual
garantiza la amplitud y la fundamentación del juicio.
Lenin
señalaba infatigablemente la
significación de la herencia
filosófica clásica para la formación
de una
cultura dialéctica del pensamiento y llamaba
a apoyar a las mejores
corrientes de la dialéctica filosófica, críticamente asimiladas
por el marxismo. Los innumerables trabajos de Lenin, sobre todo los ‘Cuadernos
filosóficos’, son una brillante muestra de una relación sutilmente crítica y cuidadosa
hacia las ideas de sus predecesores
filosóficos, hacia su valiosa
herencia. Como es sabido, Lenin asignó un
rol especial a la asimilación
crítico-materialista de las grandes
conquistas de la dialéctica hegeliana, proponiendo ‘organizar un estudio sistemático de la dialéctica de Hegel desde el punto de vista
materialista, es decir, desde el punto
de vista que Marx empleó de forma práctica
en su
‘Capital’ y en sus trabajos históricos y políticos…’. Esta
recomendación de Lenin tiene vigencia en
nuestros días, señalando una de las premisas esenciales para el estudio de la lógica dialéctica desde la perspectiva materialista. A este respecto, sin embargo, es importante
recordar otra indicación de Lenin subyacente
en esta recomendación: la adaptación crítico-materialista de los grandes ejemplos
de la
dialéctica filosófica previos a Marx solo puede ser
exitosamente realizada cuando sea llevada a cabo mediante un registro de
experiencias enriquecedoras acumuladas por la humanidad en el transcurso
de la lucha económica, política y teórica, cuando
mediante la valoración crítica del patrimonio filosófico intervenga la dialéctica objetiva del proceso histórico real, incluyendo el desarrollo de las ciencias naturales y la técnica actuales.
El principio del historicismo en la lógica es una concepción según la cual las categorías
lógicas en su forma teórica contemporánea, por su propia coherencia, reproducen
(reflejan) el auténtico proceso
histórico del desarrollo del conocimiento y
del objeto del conocimiento; solo este principio
puede servir como clave para su interpretación.
Las categorías lógicas, apuntaba Lenin,
no se pueden tomar ‘mecánica o arbitrariamente’, deben
deducirse ‘partiendo de aquellas
más sencillamente elementales’, y esta
‘deducción’ de las determinaciones lógicas no tiene y no puede tener otro fundamento objetivo más que la historia de
su surgimiento, su desarrollo y su utilización’. ‘…La auténtica
historia es la base, el fundamento, el ser al que sigue
la conciencia’. De no ser
esto así, es inevitable entonces la arbitrariedad subjetiva, la discordancia y, como consecuencia,
la completa falta de sistematización.
Se sabe de sobra que la acumulación de conocimiento aislados no conforma
una ciencia, que esta se halla
solo allí donde los
datos empíricos (y los conceptos
que los
expresan) están integrados en un único sistema. Y si la lógica
es una ciencia,
entonces ella misma debe dar ejemplo de un desarrollo de sus conocimientos rigurosamente
consecuente y objetivamente fundamentado,
un ejemplo de la propia lógica de este desarrollo. ‘La lógica
dialéctica, al contrario que la antigua
–escribía Engels-, no se contenta
con enumerar y colocar formas del movimiento del pensamiento unas junto
a otras sin ninguna conexión… Ella, al contrario,
deduce estas formas unas de
otras, establece entre ellas una relación de
subordinación, no de coordinación,
y desarrolla formas más amplias a partir de las inferiores’.
Por esto, la coherencia del desarrollo de los conceptos
lógicos que conforman en su conexión
y totalidad la teoría de la lógica no es solamente una exigencia formal, no es una cuestión sobre
la apariencia externa
de la exposición, sino que atañe a la misma esencia del objeto. Lo más importante aquí es que fuera del sistema teórico no puede ser
exactamente establecido ni delimitado
el contenido de ningún concepto científico; y esto lo saben todas las ciencias.
Por ejemplo, dar una respuesta científica (que no
descriptiva) a la pregunta de qué son la renta y el interés, es imposible en economía política si previamente no se han desarrollado los conceptos de valor y plusvalía;
de la forma contraria, no es posible comprender científicamente ni una y
otro. Y con las categorías
lógicas sucede lo mismo: o el orden de desarrollo de sus determinaciones científicas está condicionado por la historia de
la formación de la cultura intelectual y refleja la conexión real e históricamente consciente de su origen,
o se limita a un amontonamiento
inconexo de definiciones
‘arbitrariamente tomadas’ o ‘calculadas mecánicamente’.
Esto
debe tenerse presente en relación
con la moda extendida en los últimos tiempos por el ‘estructuralismo’
o ‘análisis formal-estructural’. Debido a ciertos
éxitos logrados en base
al uso de métodos
formales-estructurales en algunas ciencias (lingüística, biología, etc.), algunos
filósofos han decidido divulgar este
procedimiento por todos los campos
del conocimiento humano, incluyendo la dialéctica, la cual pretenden ‘estructurar’.
¿Es
posible elevar el método estructural a lo absoluto? ¿Es posible ‘estructurar’
la dialéctica?
Recordemos que el método
estructural no surgió de repente,
sino que experimentó una larga
evolución: tras ser engendrado en las entrañas del pensamiento empírico, poco a poco pasó de ser un método
aplicado o parcialmente auxiliar a convertirse en autónomo, sobre todo gracias a su estrecho contacto con ciertas ciencias. Es cierto,
y esto hay que reconocerlo, que a
pesar de todos los cambios en el camino de su evolución,
este método nunca ha salido más allá
de los
límites del análisis de las estructuras por él diseñadas,
prescindiendo de la
investigación sobre las causas internas de sus cambios y desarrollos. Por
ello no es casual que
uno de los principios elementales
del método estructural sea la
contraposición de ‘sincronías’ y
‘diacronías’, lo que significa, en esencia, la negación de uno de los principios fundamentales del conocimiento científico actual: la
convergencia de lo lógico y lo histórico, lo que descarta la posibilidad de
una construcción
científicamente fundamentada de un sistema
de categorías dialécticas. Solo
por esto, el método estructural,
con su
fecundo análisis del conocimiento ‘establecido’, no puede pretender ni el estatus universal y filosófico de método de
conocimiento ni tampoco el
rol de herramienta o procedimiento para
la reestructuración del sistema de categorías de la dialéctica materialista. Todo
esto lo atestigua de forma clara
el fracasado intento de Godelier,
Althusser y otros por ‘estructurar’ la
lógica del ‘Capital’ de Marx.
La estructura no es una categoría nueva. Matizar este concepto,
ponerlo en relación con
otras categorías de la
dialéctica, esto es, definirlo como ‘escalón’, como ‘punto de convergencia’ del conocimiento, es, sin duda alguna, útil e importante. Pero cambiar
toda la coherencia de los conceptos
científicos de la dialéctica materialista, todo el sistema de sus
definiciones científicas por medio de su adaptación
a necesidades particulares del ‘análisis
estructural’ resulta una empresa
en verdad
frívola.
El método estructural se abstrae conscientemente de todos los
hechos enlazados con la historia de
la aparición, la formación y la evolución de aquellas ‘formaciones estructurales’ con las que dicho método trata. Y de esta manera, naturalmente, también
de
aquellas contradicciones
internas inherentes a ellas, las cuales
precisamente estimulan el nacimiento, el desarrollo y finalmente la ‘muerte’ de las citadas
estructuras (es decir, el proceso
de transformación hacia
estructuras más amplias e históricamente ulteriores). No es difícil
imaginar el aspecto que tendrá
la teoría dialéctica materialista si ésta se reconfigura
según los esquemas y modelos del análisis
estructural.
De esta forma se explica la injustificada
ilusión de que algún ‘nuevo
éxito’ cualquiera de la ciencia actual es capaz
de ‘refutar’ toda la experiencia histórica
del conocimiento hasta el momento acumulada (y expresada precisamente en las categorías de la lógica
dialéctica).
La tarea de consolidar los lazos entre la filosofía y las
ciencias naturales no tiene nada
que ver con la adaptación
artificial de definiciones y
categorías de la dialéctica
materialista a uno u otro descubrimiento tomado por separado en
las ramas particulares de una ciencia, ni con la ‘corrección’ apresurada de su aparato en
todos aquellos casos en los
que este no parezca corresponderse con dicho descubrimiento. Al contrario, la
tarea relativa a la generalización de los éxitos de la ciencia actual consiste
sobre todo en su análisis crítico desde el punto de vista de la historia del
conocimiento en su totalidad, es decir, desde el punto de vista de todo el
sistema de categorías dialécticas.
Es necesario desarrollar y matizar las
categorías de la dialéctica. Pero esto ya presupone que las categorías
lógicas sometidas a matización se comprenden
en conexión con la riqueza real de su contenido teórico, mostrado en los trabajos de los auténticos
maestros del pensamiento dialéctico: Marx,
Engels y Lenin.
Frecuentemente,
la filosofía (y no sólo la
filosofía) se encarga de ‘desarrollar’ y ‘refutar’ las definiciones de las categorías
clásicas de la dialéctica sin ni siquiera
tomarse la molestia de
aclararse a sí misma su propio contenido
real, el cual sí que ha adquirido ella en la filosofía marxista-leninista.
Por ejemplo, a veces se dice que el concepto leninista
del ‘reflejo’ parece que ‘excluye
la actividad del sujeto’, que condena a la teoría del conocimiento a la ‘contemplación’
y al ser humano al rol de espejo pasivo del estado real de los objetos,
etc. Así las cosas,
no supone un gran esfuerzo
demostrar que semejantes reproches
están basados en una imagen aproximada,
desfigurada y simplemente caricaturizada
del contenido del que se compone esta
categoría en los trabajos de
Lenin y también de Marx y
Engels. En estos casos es necesario
‘corregir’ no las categorías filosóficas, sino las representaciones que de ellas se
hacen en exceso los
celosos ‘innovadores’. Nunca se
deben olvidar las lecciones
filosóficas que Lenin dio a estos ‘innovadores’ en relación
con la definición del concepto de materia; con el concepto de ‘reflejo’
sucede hoy lo mismo.
Sin duda, si el
‘reflejo’ se entiende
sin ninguna relación con la dialéctica materialista,
es decir, al estilo
del siglo XVIII, entonces sí que resultará
un concepto ‘anacrónico’, ‘anticuado’. Pero
si se entiende según Lenin, entonces resultarán irremediablemente anticuadas precisamente
esas representaciones del conocimiento que pretenden
reemplazarlo, por mucho que dichas representaciones
se envuelvan
en una terminología ultramoderna.
Las categorías lógicas –como materia, reflejo, cantidad y calidad, etc.-
no se determinan en absoluto
mediante una simple suma (que a
veces se presenta como una
auténtica conclusión filosófica)
de ciertas representaciones acerca de ellas de
las que se sirve la ciencia
a día de hoy. La cantidad,
por ejemplo, en su sentido filosófico no se reduce
a aquello que la matemática actual (no solo la antigua) conoce sobre el aspecto cuantitativo de la realidad, puesto que el día
de mañana
dicha matemática irá más allá de
estos límites. Y el ser humano, que
no sabe que precisamente se comprende a sí mismo en la filosofía bajo
los términos de ‘cantidad’,
‘materia’, dirá entonces de nuevo
que la matemática ‘ha excedido los límites de la cantidad’, y que la física ha ido más
allá de la frontera del concepto de ‘materia’,
y así.
Las
categorías lógicas no se definen para nada mediante indicaciones y ‘ejemplos’,
sino sobre todo mediante un arduo y trabajoso camino: el camino de la
investigación de la historia del conocimiento desde la
perspectiva de la formación y aplicación
de estas categorías, concretamente en el proceso
de cambio de las definiciones y conceptos científicos concretos y el desarrollo de los nuevos.
Las categorías lógicas son
precisamente lo estable, lo que se conserva (invariable), aquello que cristaliza
y permanece en el proceso de cambio de todo concepto particular concreto, de todos sus tránsitos
y evoluciones, de su formación; precisamente por esto son categorías lógicas. Y precisamente por esta
razón no varían tanto ni
tan a menudo como las representaciones y los conceptos
científicos.
Si
en nuestra literatura, dedicada a debatir los problemas de la lógica
dialéctica, todavía es manifiesta la ausencia de una sistematización meditada
rigurosamente y fundada de manera objetiva (así como la falta de definiciones
de cada categoría, las cuales solo dentro y mediante un sistema pueden ser
estrictamente determinadas), entonces esta situación empeora gravemente con la
afluencia masiva al materialismo dialéctico de una terminología filosóficamente
indigerible procedente de campos concretos del conocimiento (matemática,
cibernética e incluso radiotécnica). Se entiende por sí solo que esta
terminología posee un significado y un sentido mayores dentro de determinadas
ramas; sin embargo, los filósofos y especialistas entusiasmados por ella a
veces son propensos a universalizar inmediatamente estos conceptos
especializados y a atribuirles la significación de categorías filosóficas
universales.
Por este camino no se consigue
nada excepto la vacía apariencia de ‘desarrollo’ de las categorías de la dialéctica. Peor aún, demasiado
a menudo un término que determina
uno u otro concepto científico concreto (o una representación), comienza a expulsar
del ámbito científico a ricas
categorías lógicas especialmente estudiadas.
En la estructura de la misma categoría lógica se empiezan a ver y a comprender solo aquellas definiciones que ‘corresponden’ a una representación particular y
especializada. Así sucede, por
ejemplo, con el concepto de ‘retroalimentación’,
que reemplaza en todo momento a la categoría mucho
más concreta en sentido lógico de ‘interacción’;
y así, en la ‘representación’ se empieza a ver sobre todo una ‘información’
o un modelo, y la misma lógica se presenta mediante los conceptos
de ‘diagramas
de bloques’, ‘operadores’ y
‘configuradores’. De esta manera no se lleva a cabo
en absoluto un enriquecimiento de las viejas categorías a través de nuevas definiciones,
sino que, más bien al contrario,
se produce un empobrecimiento de su contenido, un reemplazamiento de su sentido
completo y concreto por el contenido de un concepto particular.
A
este concepto particular se le atribuye
un significado en exceso
vasto e indeterminado. Como
resultado, se contempla el mundo
entero a través de los ojos de
una u otra rama especializada
del conocimiento, en vez de estudiar
esta rama y sus conceptos en
el contexto de una cosmovisión
científica, es decir, dialéctico-
materialista.
Toda
esta apariencia seduce a la ‘inteligibilidad’, a la proximidad al mundo de las
representaciones del técnico o especialista-científico actual, un mundo
conformado por una importante, pero sin embargo limitada (y esto tiende a
olvidarse) esfera de la actividad, por una esfera de fenómenos.
La lógica dialéctica, sin duda,
investiga y debe investigar la experiencia del pensamiento científico contemporáneo,
enriqueciéndolo con descubrimientos. Pero esto debe
hacerlo precisamente como lógica,
permaneciendo como lógica, es decir,
desarrollando en base a estos
descubrimientos sus propias categorías verídicas, no sustituyendo a estas por conceptos particulares de otras ciencias. Las categorías de la dialéctica, que tienen a sus espaldas una historia de
más de dos mil años, son la
quintaesencia de toda experiencia
grandiosa y, no podemos olvidarnos de esto, dramáticamente contradictoria, acumulada por la sociedad en
el proceso de conocimiento y en el proceso de la actividad
práctico-subjetiva real. En ellas
han encontrado su expresión lógico-filosófica no solo los éxitos,
sino también las lecciones aprendidas de los graves
extravíos del conocimiento, dialécticamente
relacionados con el progreso hacia adelante; en ellas se
encuentran exactamente señalados
los puntos
de convergencia del camino en
los que la verdad, imprudentemente ‘empujada’ a avanzar, lo cual permite
la naturaleza de los objetos,
se convierte en un error, conservando
todos sus indicios formales de verdad; y estas
lecciones son también
valiosas. Por eso solo la historia del
pensamiento y la técnica, así como de la
lucha social, tomada en su desarrollo
completo, es capaz de demostrar y
defender su objetividad, es decir,
en este caso, su significado lógico-universal. Ningún
éxito aislado o parcial, por
brillante que sea, de las ciencias
naturales de hoy en día puede servir de criterio justo para la ‘exactitud’ de las determinaciones de las categorías lógicas.
Cuando
se habla de investigar la lógica dialéctica, se tiene en mente el avance
coherente y sistemático por el camino en el que hace ya tiempo se desarrolla la
filosofía marxista-leninista.
Las piedras angulares de la Lógica con mayúscula
llevan largo tiempo sólidamente asentadas en las obras de
los clásicos del marxismo-leninismo. Es
más, literalmente cada obra de Marx,
Engels y Lenin se puede estudiar como ejemplo de aplicación consciente y meditada de
esta lógica para la
resolución de problemas teóricos y sociales.
La dialéctica ha demostrado de sobra su fuerza ‘heurística’ en su función de lógica
del análisis teórico, de lógica para
el estudio desarrollador de la cosmovisión
científica.
Por ello no es casualidad que Lenin
una y otra vez retorne sobre sus propias reflexiones a
propósito de la lógica dialéctica en las obras
inmortales de Marx. ‘Si Marx no
estableció un ‘Lógica’
(en mayúsculas), -escribía
Lenin-, sí que estableció la lógica del ‘Capital’, y esto es lo que debería
utilizarse particularmente en la cuestión que
nos atañe. En el ‘Capital’
se utiliza en una sola ciencia
la lógica, la dialéctica y la teoría del conocimiento del (en una sola palabra)
materialismo, tomado de Hegel
y llevado completamente hacia adelante’.
Siguiendo
la lógica del desarrollo de conceptos en el ‘Capital’, Lenin llega a una
conclusión no menos concreta y categórica: ‘Este debe ser el método de estudio
de la dialéctica en general (pues la
dialéctica de la sociedad burguesa es
para Marx un caso
particular de la misma
dialéctica)’.
Lo dicho por Lenin sobre el ‘Capital’
y su rol en el estudio de la
lógica dialéctica está completamente
relacionado con los trabajos clásicos del propio Lenin, en particular
con su análisis del estadio de desarrollo
imperialista de la sociedad burguesa como
continuación lógica del análisis marxista del capital; dicho análisis posee las
mismas virtudes que caracterizan
al ‘Capital’. Así, esto
supone una teoría universal del
pensamiento dialéctico coherente y magistralmente empleada para el desarrollo
de una
ciencia única. No es simple y llanamente un ‘caso particular de la
dialéctica en general’, sino que es un caso particular en el que aparecen de forma clara
justamente los principios universales del pensamiento dialéctico, que estudia críticamente y absorbe toda la
cultura de la dialéctica filosófica en
su mejor versión.
Con
este procedimiento (leninista) solo puede
darse un trabajo fructífero a través de la investigación de la auténtica lógica del desarrollo de la cosmovisión científica y mediante la creación de una teoría
única del conocimiento científico que se corresponda
con el
nivel y los problemas de las ciencias naturales actuales y de las ciencias
y prácticas sociales. La lógica
dialéctica solo puede jugar
un rol activo en la transformación comunista del mundo si
se entiende y se estudia al igual que
Lenin, de forma materialista
(esto es, en base a la teoría marxista-leninista
del reflejo). Esta es la principal conclusión que se extrae del análisis de la herencia filosófica del gran Lenin.
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(*) Leningrado, 16-19 de diciembre de 1969.
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