Karl Marx: Temas Pendientes
Aportes
de Marx a la insurgencia global del siglo XXI
(Tercera y Última Parte)
(Tercera y Última Parte)
Jorge Beinstein
IV. Autopraxis, revolución y dictadura proletaria
En Marx el concepto de revolución aparece asociado a otros dos aparentemente contradictorios entre sÍ: el de dictadura proletaria y el de autopraxis histórica del proletariado, el primero con fuertes marcas jacobinas
supuestamente autoritarias, elitistas
y el segundo con aspecto libertario, democrático. Marx resolvió teóricamente esa aparente contradicción aunque la historia
del siglo XX demostró su persistencia mientras se fueron desarrollando las bases culturales para su futura
solución práctica.
Autopraxis
El concepto de autopraxis
liberadora de los oprimidos ya está en cierto modo presente en 1843
en la carta que Marx escribe a Ruge mencionada anteriormente, allí él se refiere
a “la humanidad sufriente que
piensa”, ya no se trata de la plebe conducida hacia un mundo mejor por sus dirigentes, los tribunos de la epopeya jacobina que piensan en beneficio del pueblo, sino del propio pueblo,
devenido proletariado que es capaz de pensar y
en consecuencia de emanciparse sin necesidad de obedecer a sus presuntos
liberadores. Nos encontramos ante una ruptura
conceptual decisiva que Marx va a profundizar más adelante marcando su alejamiento del liberalismo
democrático-burgués, del jacobinismo
expresado en la Revolución Francesa. El grueso de los “marxistas” del siglo XX, devotos de la idea del partido de
vanguardia conduciendo a las masas, dejaron de lado un tema que inevitablemente entraba en conflicto con su aparato
ideológico. Maximilien Rubel lo
rescató del olvido. En su texto sobre
“La autopraxis histórica del proletariado” puso las
cosas en su lugar al retraducir al francés (de la que deriva la siguiente traducción al castellano) el “Manifiesto Comunista” donde Marx y Engels señalan
que: “Los sistemas socialistas y
comunistas propiamente dichos, los sistemas de Saint-Simon, de Fourier,
de Owen, etc., hacen su aparición en el primer período de la lucha entre
el proletariado y la burguesía… los inventores de estos sistemas
se dan cuenta del antagonismo de las clases, así
como de la acción de los elementos disolventes en la sociedad dominante. Sin embargo no advierten del lado del
proletariado ninguna autopraxis histórica
ningún movimiento político que le
sea propio”44. Rubel traduce el
término alemán del texto original: “historische selbsttätigkeit” como
autopraxis histórica. El Instituto de Marxismo-
Leninismo adjunto al Comité Central
del PCUS diluyó
el concepto en la traducción del Manifiesto reemplazándolo por “iniciativa histórica”, ese “error de traducción” reiterado en otras lenguas no era para nada inocente45.
Marx y Engels introducían así un concepto de origen
hegeliano reemplazando al Espíritu del Mundo que se autodesarrolla a lo largo de la historia por la “humanidad sufriente” concreta: el proletariado que trabaja, lucha y piensa
y que por consiguiente “puede y debe”
autoemanciparse.
La idea reaparece
en diversos escritos de Marx como en los “ Estatutos generales
de la Asociación Internacional de los trabajadores” (1864) donde anuncia en el inicio del texto
que “la emancipación de la clase obrera
debe ser obra de los obreros mismos ”46. Y estuvo precedida, preparada, en obras
anteriores a 1848 como “El rey de Prusia
y la reforma social”, “La Sagrada Familia”, “La ideología alemana” y
“Miseria de la filosofía”.
Marx se apoyaba en la experiencia de las primeras
luchas obreras como las desplegadas en Inglaterra por los ludistas entre 1811 y 1816, la iniciativa encabezada por William Benbow en 1832 proponiendo una
huelga general buscando así liberar al proletariado de la explotación capitalista o la de los cartistas entre
1836 y 1848. Y en Francia la célebre
insurrección de los obreros tejedores de Lyon
a fines de 1831 que desata en 1832 una
ola de protestas proletarias en otras zonas del país, convergiendo con
la insurrección republicana de inspiración
jacobina-babuvista de París en Julio de ese año donde aparece la bandera roja, expresión del nacimiento de
corrientes revolucionarias que representará
Blanqui quien ya en 1831 había creado la “Sociedad
de los Amigos del Pueblo” inspirada
en el igualitarismo comunista de Babeuf
y Buonarroti.
La posteridad marxista redujo el pensamiento de Marx a
la dinámica clasista principalmente a sus aspectos económicos y tecnológicos.
En los finales de la era soviética aparecieron casos de deformación extrema como la teoría de Radovan Richta acerca de la revolución
científico-técnica en tanto motor autónomo del tránsito del
capitalismo al postcapitalismo. Y en el clasismo economicista primitivo la cultura aparecía como una derivación subordinada,
muy inferior, de las “contradicciones económicas”. Pero la autopraxis en Marx amplía a el análisis al metabolismo
sociedad-naturaleza, la necesidad de desechar la fractura metabólica del capitalismo instaurando una armonía capaz de superar el desastre aparecía
en la lista de las tareas históricas
de la sociedad comunista y en consecuencia de la autopraxis
emancipadora. En ese sentido autores
como Elmar Altvater se refirieron al Marx o al marxismo ecológico47.
Respecto de la cuestión de género Marx es
suficientemente claro cuando señala que: “En el comportamiento respecto
de la mujer, víctima y sirviente de la voluptuosidad común, se expresa la
infinita degradación del ser humano respecto de si mismo ya que el secreto de dicho comportamiento encuentra
su expresión inequívoca, decisiva, evidente, en la relación entre el hombre y la mujer”48.
Es posible ampliar la visión de Marx a temas tales
como la opresión racista, étnica, religiosa,
etaria, etc. llegando
a la percepción de la civilización burguesa
no como una simple maquina capitalista de extracción de plusvalía sino
como articulación compleja de
distintas formas de opresión, de explotación destructiva del ser humano y su medio ambiente, donde aparecen niveles,
pesos relativos, vías concretas de interacción. Lo que de ninguna manera
diluye en un conjunto amorfo
a la lucha de clases sino que la ubica históricamente en la dinámica
civilizatoria. La autopraxis emancipadora aparece entonces como un proceso
de negación superadora de la totalidad social burguesa, su carácter
profundamente subversivo rompe con las diversas trampas conservadoras y a veces abiertamente reaccionarias que
intentan parcializar-distorsionar el proceso de
autoemancipación llevándolo al pantano conservador. No se trata solo del barbarie, sino que en ciertos casos penetran como sombras ideológicas coloniales en la periferia a veces acompañando la agresión contra poblaciones pobres y otras como
pretensión de remplazo de la emancipación social por lo que acertadamente Engels calificaba como “socialismo de
imbéciles” refiriéndose a la variante antisemita que podríamos extender a otras variantes 49.
Revolución en permanencia y dictadura proletaria
Los conceptos de revolución (como proceso permanente)
y de dictadura proletaria aparecen en Marx enlazados
con el de autopraxis emancipadora, tratar de disociarlos resulta una tarea imposible.
Entre los primeros
usos documentados por parte de Marx de la expresión “dictadura del
proletariado” se encuentran algunos textos de 1850 como “Las luchas de clases en
Francia de 1848 a 1850”,
el “Reglamento de la Sociedad
Universal de los Comunistas
Revolucionarios” y la “Declaración a la Neue Detsche Zeitung en el n.º 58 (25
de Junio de 1850). En esas tres publicaciones Marx utiliza la expresión “dictadura del proletariado”
junto con la de “revolución en permanencia”.
La estrategia proletaria aparece sistematizada en el “Mensaje del Comité Central a la Liga de
los Comunistas”, escrito
por Marx y Engels a fines de marzo de 1850 con la intención de expresar las conclusiones
políticas que ambos creían necesario extraer de la experiencia de las revoluciones de 1848. Allí se menciona
la necesidad de establecer
“gobiernos obreros revolucionarios” y de que los trabajadores al iniciarse el proceso revolucionario “deben estar
armados y tener su organización”: En el final del mensaje se destaca que el “grito de guerra (del proletariado) debe ser: la revolución permanente”50.
El concepto de dictadura del proletariado atraviesa
buena parte de la obra de Marx tal
como él lo señala en una carta dirigida a Joseph Weydemeyer en 1852:
Por lo
que a mí se refiere, no me cabe el mérito de haber descubierto la existencia de las clases
en la sociedad moderna ni la lucha entre ellas.
Mucho antes que yo, algunos historiadores burgueses habían
expuesto ya el desarrollo histórico de esta
lucha de clases y algunos
economistas burgueses la anatomía económica de éstas. Lo que yo he aportado de nuevo ha sido demostrar: 1) que la existencia de las clases sólo va unida a determinadas fases históricas de desarrollo de la producción; 2) que la lucha de clases
conduce, necesariamente, a la dictadura del proletariado; 3) que esta misma dictadura no es
de por sí más que el tránsito
hacia la abolición de todas las clases y hacia una sociedad sin clases.51
Marx sentía un especial aprecio
por Wilhelm Weitlin,
trabajador autodidacta comunista que para él aparecía como una
suerte de paradigma del proletario pensante
autoemancipado, de expresión
humana concreta de autopraxis, aunque
tomaba cierta distancia
respetuosa de su mesianismo, de su milenarismo
proletario.
Weitlin señalaba en “Las garantías de la armonía y de la libertad” (1842) la necesidad de la
dictadura proletaria, escribía: “No es bueno considerar un lento período
de transición para establecer
un orden nuevo. Si se tiene el poder, es
necesario aplastar la cabeza de la
serpiente. No es
necesario concertar el
armisticio con los
enemigos, abrir negociaciones con ellos y creer en sus promesas.
Desde que se abren las hostilidades, es preciso considerarlos como animales
incapaces de comprender el lenguaje de la
razón”52.
El mesianismo proletario de Weitlin hundía sus raíces
en el milenarismo campesino europeo antes y después
del siglo XVI cuando los seguidores de Thomas Müntzer
en Alemania o Matia Gubec en Croacia y Eslovenia, exigían: “todo es de todos y nada es de nadie”. Eran los tiempos
en Europa hacia
el final de la Edad Media y comienzos de la
modernidad en que se propagaban las revueltas campesinas con raíces mucho más
antiguas. Proponían el retorno al “común”, al uso colectivo de las tierras, eliminado gradualmente por el feudalismo y aniquilado por la modernidad. El comunismo de Marx
hundía sus raíces en el comunismo ancestral campesino europeo que había estado presente durante numerosas
rebeliones, se lo podría considerar como una suerte de pariente occidental del colectivismo euroasiático cuyo caso
ruso había estudiado rigurosamente. Pero Marx no se quedaba
allí, asumía, digería
críticamente la filosofía moderna y el conjunto de la
ciencia de Occidente construyendo un pensamiento
anticapitalista que al mismo tiempo se diferenciaba del “republicanismo” y del “socialismo” elitistas, burgueses, de su época (que Engels describe en su obra “Socialismo
utópico y socialismo
científico”) y abrazaba fraternalmente a las rebeliones populares del pasado.
Relacionado con ello su concepto de dictadura, ejercida de manera directa, sin intermediarios, a partir de la
conquista violenta, revolucionaria, del poder político por parte del
proletariado, es colocado
en oposición radical
a la dictadura ejercida por una élite, rompiendo
con el esquema jacobino y con todas las formas de gobierno burgués o burocrático. La dictadura proletaria en
Marx es la profundización-superación proletaria de la democracia revolucionaria y no la dictadura de un partido-estado ejercida en nombre del proletariado.
El siglo XX le dio trágicamnente la razón a Marx, mostró
por ejemplo en el caso de la Revolución Rusa, y no solo en ese
caso, como la constitución de un estado dictatorial con sello de origen proletario reproducía su dictadura congelando la revolución y generando
nuevos privilegios, nuevas formas de explotación y por consiguiente una nueva sociedad clasista. La “revolución en
permanencia” contra toda forma de opresión fue así reemplazada
por la reproducción del nuevo estado, autonomizado de su base inicial popular, disciplinando a esa base,
bloqueando, reprimiendo cualquier forma de autopraxis
proletaria, consolidando el poder de la burocracia. La revolución permanente de los de abajo acotando, democratizando al
estado, fue sustituida por la reproducción ampliada del autoritarismo. El esquema
jacobino no fue utilizado de manera exclusiva
por Stalin, su despotismo, considerado por autores
como Wittfogel como una prolongación moderna
del despotismo oriental53 tenía sin
embargo espacios ideológicos y prácticos comunes
(incluyendo excesos represivos) con el conjunto de los dirigentes bolcheviques incluyendo al jacobinismo europeizante de Trotsky, así lo señalan desde autores
marxistas libertarios como Willy Huhn
54 hasta prosoviéticos como Domenico Losurdo55.
Un camino accidentado. Trayectoria histórica del concepto de dictadura.
El destino trágico
del concepto de dictadura en Marx (su falsificación sobre todo en el
siglo XX) tiene un antes y un después, líneas ideológicas que llegan hasta
él y que se desarrollan
después. Aquí voy a focalizar una de ellas lo que no excluye posibles asociaciones con otras herencias
(como los pensamientos de Kant y Hegel) y diversas
descendencias.
Es posible trazar
una ruta que, atravesando toda la modernidad, va desde Maquiavelo hasta Lenin pasando por
Rousseau, Robespierre, Babeuf, Blanqui, llega a Marx, se prolonga de manera
deformada en Kautsky
y se expande en la revoluciones socialistas del siglo XX.
Según Gramsci en sus “Cuadernos de la cárcel”56 el Príncipe descripto
por Maquiavelo (1469-1527) expresaba de manera despótica
la voluntad popular
o aspiración colectiva, en la época de consolidación, en Europa, de los estados nacionales
como ejemplificarían Luis XI en Francia,
Isabel I de Inglaterra, los Reyes Católicos Fernando e Isabel
de España, etc. Aparecen dos objeciones a la afirmación gramsciana,
primero el hecho que dichos estados
“nacionales” emergieron oprimiendo nacionalidades preexistentes, temas aún
no resueltos en el siglo
XXI como los de Escocia
o Cataluña así lo demuestran, y segundo el desarrollorealizado poco después de Maquiavelo por
Eugenne de La Boetie acerca de la naturaleza
del despotismo. Su “Discurso de la
servidumbre voluntaria” aparece
como la contracara crítica, libertaria, de la marea autoritaria, arristocrática-
protoburguesa que arrasó Europa aplastando a las culturas campesinas57.
En el mejor de los casos la voluntad
colectiva que descubre
Gramsci sería la de una “nación” que se
realiza como tal integrando-esclavizando a otras nacionalidades.
Esta idea de voluntad colectiva
expresada por el déspota se convierte en Rousseau en “voluntad
general”, democrática, concretada mediante un “contrato social” que legitima el
poder del estado, de ese modo la Razón brindaría
la posibilidad de una real convivencia
humana. No se trata de la suma de las voluntades individuales o grupal sino de su síntesis superadora, la teoría de
sistemas en su versión simplificada confirmaría la propuesta rousseauniana recordándonos que en un sistema
viviente el todo es superior a la
suma de las partes58.
La Revolución Francesa
en su euforia jacobina intentó
realizar la utopía de Rousseau,
pero como observó críticamente Marx, Robespierre y sus seguidores se
estrellaron contra el muro de la
sociedad real, la lucha de clases pudo más que la Razón y el 9 de termidor marcó la muerte de esa ilusión.
La dictadura jacobina apoyada por la plebe pretendía en nombre de la Razón universal colocarse por encima de las
contradicciones sociales intentando
establecer equilibrios que resultaron ser inviables. Golpeó a la derecha desde los girondinos hasta Dantón pero
también a la izquierda, enraizada en las clases
populares, lo que fue aprovechado
por la derecha
para liquidar a Robespierre
inaugurando un ciclo reaccionario que llevó a Napoleón y su Imperio y luego a la restauración de la vieja monarquía.
Quedó en la memoria el despliegue de la democracia revolucionaria y de la crítica
a la furiosa hibridez burguesa
de los jacobinos emergió desde la noche termidoriana la tentativa fracasa da de insurrección, la “conspiración de
los iguales” encabezada por Babeuf
intentando relanzar la revolución pero superando las limitaciones jacobinas a través
de una dictadura plebeya que algunos autores
han calificado de protocomunista. Fue su compañero de lucha Filippo Buonarroti
quién realizará una paciente y prolongada
difusión de los ideales babuvistas, organizando sociedades secretas comunistas, escribiendo textos esclarecedores como “La conspiración por la igualdad llamada
de Babeuf”59. Auguste Blanqui fue un heredero directo de
esa tradición siendo probablemente
el primero en utilizar el concepto de dictadura proletaria en los años 1830, aunque
algunos autores como George Lichthein ponen en duda esa paternidad60 lo cierto es que a partir de sus iniciativas revolucionarias ese término se difundió más allá de Francia. La idea
blanquista y luego marxiana es que la revolución instaura
la voluntad general
del proletariado desarrollada mediante un estado dictatorial contra la
burguesía hasta eliminarla completamente y que al lograrlo deja sin razón
de ser al estado y disuelve al proletariado en una sociedad
igualitaria61.
Esta idea quedó plasmada en un documento
conjunto que en 1850 firmarán
en Londres Marx,
Engels, representantes de Blanqui (en ese
momento encarcelado en Francia) y de los comunistas ingleses.
El texto conocido como “Reglamento de la Sociedad
Universal de los Comunistas Revolucionarios”
señala en su primer punto: “El
objetivo de la asociación es el fin de todas las clases privilegiadas y la sujeción de esas clases a la dictadura del
proletariado, manteniendo la revolución en
permanencia hasta la realización del comunismo, que es la forma final de
organización de la sociedad humana”.
El documento había sido ocultado durante más de treinta años por el dirigente socialdemócrata alemán
Eduard Bernstein quien lo había heredado de Engels
junto a otros papeles como relata David
Riazanov que lo publica en 192862. Kautsky, Bernstein
y otros célebres divulgadores-manipuladores de la obra de Marx y Engels creian nocivo difundir lo que ellos
consideraban desviaciones “blanquistas” (hoy
dirían “ultraizquierdistas”) de los que proclamaban como sus maestros.
Bernstein señalará hacia 1898: “En Alemania Marx y Engels, con base en la
dialéctica hegeliana, desarrollaron una
teoría íntimamente relacionada al blanquismo… totalmente impregnados de un espíritu
blanquista-bobuvista”63 (Bernstein se refiere a textos de Marx y Engels de fines de los
años 1840 y comienzos de los años 1850).
Como bien lo señalan Bensaïd
y Lowy en un trabajo
esclarecedor sobre Blanqui
su concepto de dictadura
proletaria (que a mi entender
debe ser extendido
a Marx) no se refiere a la instauración de una dictadura
que se autoproclama “representación histórica del proletariado” estableciendo
su propio despotismo de duración indefinida (por ejemplo como dictadura del partido de los verdaderos comunistas) sino al ejercicio directo
del poder por parte del proletariado, es decir de la democracia
revolucionaria del proletariado
estableciendo inicialmente un poder, un
aparato estatal que gradualmente (revolución
en permanencia mediante) se va disolviendo en las bases sociales que lo
sostienen. Bensaïd y Lowy marcan
entre las características principales del pensamiento de Blanqui al anticapitalismo radical, al rechazo del
reformismo y a la inclinación antiestatista
y antiautoritaria64.
Para Marx y Engels como lo señalan en el Manifiesto
Comunista: “en las diferentes fases de la lucha entre proletarios y
burgueses los comunistas representan
siempre y por todas partes los
intereses del movimiento en su conjunto… teóricamente, tienen sobre el resto del proletariado la ventaja tener de
un concepto claro de las condiciones, de la marcha y de los fines generales del movimiento proletario”65,
recalcando su función impulsora, esclarecedora, incluso de vanguardia revolucionaria práctica pero no como encarnación
de la voluntad general, ni mucho menos como posible reemplazante “histórico” de
la masa proletaria de carne y hueso,
ejerciendo el poder en su nombre. Y es así porque la dictadura en Marx es el resultado revolucionario de la
autopraxis del proletariado capaz de
pensar por si mismo.
Pero Marx va a ser digerido en Europa desde fines del
siglo XIX por el socialismo
reformista (cara rosada de la prosperidad colonial europea), los popes de la socialdemocracia alemana encabezarán la
tarea inyectando fuertes dosis de elitismo a
las enseñanzas de sus maestros.
Karl Kautsky considerado en su época
dorada como el mayor conocedor de la obra de
Marx irradiará desde la socialdemocracia alemana una ruptura esencial respecto del pensamiento original de Marx.
La idea de autopraxis proletaria desparece como por
arte de magia, relegada al museo de
las desviaciones anarquizantes de Marx, sobre
todo del joven
Marx, no “completamente científico” cargando
todavía, según Bernstein y Kautsky entre otros, la mochila hegeliana a veces
recargada por algunas infiltraciones éticas
neokantianas.
Según Kautsky el movimiento socialista no es el resultado de la autopraxis del proletariado sino de la unión entre las ideas socialistas (es decir el socialismo científico entendido como ciencia al servicio del proletariado) y el movimiento obrero donde los portadores de las ideas socialistas
cumplen necesariamente el rol dirigente (estratégico)
liberador. En una conferencia dictada por Kautsky en 1907, luego ampliamente divulgada como una suerte de pequeño texto sagrado marxista,
él señalaba (reiterando su ya bien conocido punto de vista) que: “el socialismo y el movimiento obrero no son
idénticos por naturaleza… (ya que) el
socialismo supone el conocimiento en profundidad de la sociedad moderna”66 tarea
propia de científicos, de intelectuales al servicio de la causa proletaria. Dicho de otra manera “la
masa sufriente” kautskiana no piensa, en el mejor de los casos accede al pensamiento elaborado a su servicio por la “masa pensante”, los intelectuales socialistas. Es el regreso del Principe maquiaveliano que luego de haber
probado sin éxito la indumentaria jacobina-burguesa decide cubrirse con la
bandera roja del proletariado.
Esta separación entre pensamiento científico
(superior) y practica proletaria (subordinada)
marcará en el siglo XX tanto al socialismo reformista como al revolucionario. Había tomado vuelo en los últimos años del siglo XIX, coincidía
a la perfección con el clima de época, el socialismo devenía
progresista compitiendo con el liberalismo burgués en el uso de paradigmas comunes.
Desde la ascendente Europa se alzaban
voces optimistas enseñando
que el mundo se encaminaba
por la vía del progreso indefinido, para los liberales el capitalismo era la puerta de entrada al paraíso, a la
“civilización” superior de Occidente (tal vez tapizada por algunos sacrificios inevitables), para los socialistas el
desarrollo capitalista permitía llegar
hasta la puerta de ingreso del paraíso, aunque para atravesarla e internarse en
el nuevo mundo era necesario el faro
de las ideas socialistas.
La reelaboración elitista
de la obra de Marx, su transformación en “marxismo ortodoxo”, sacralizado, se implantó
desde fines del siglo XIX no solo en el espacio del socialismo
reformista europeo, cubrió también a las variantes revolucionarias
extendiéndose hacia la periferia.
Ello ocurrió gracias a la convergencia de distintos factores ideológicos inscriptos en la evolución del capitalismo como fenómeno universal
marcado por el sello de la
hegemonía de Occidente.
Hacia fines del siglo XIX y comienzos
del siglo XX la cultura
occidental aparecía como polo global del progreso
histórico, la modernización tenía un lugar geográfico preciso: Europa
del Oeste extendida hacia el centro germánico y hacia el extremo oeste en Estados Unidos.
En la cúspide de ese polo se encontraba la ciencia y
la tecnología garantizando, legitimando
la viabilidad del sistema, y el socialismo entendido como resultado
de la ciencia encajaba
muy bien con esa visión
del mundo. De allí emergía
naturalmente la idea de la
emancipación proletaria conducida por sabios dirigentes, científicos de la transformación. Retornaba el mito
jacobino como razón proletaria encarnada en una élite de jefes, reformista, gradualista en algunos casos (sobre todo en la Europa próspera) y radicalizada, revolucionaria en la periferia hundida en el subdesarrollo.
Pero también esa época fue la del ascenso del
estatismo en articular y de la eficacia de
los grandes aparatos en general, de las organizaciones funcionando como
máquinas bien aceitadas. Una cierta
visión militar-modernizante dominaba el panorama.
La presentación del socialismo como organización
estatal de la sociedad, gobernada por
el proletariado a través de una élite científica que lo representaba
históricamente aparecía como la
alternativa posible, racional. El basismo, la auto-organización, empezaban a formar parte del conjunto de reliquias
del pasado subestimadas como anarquismo, anatematizadas como “espontaneismo”.
Por su parte los marxistas rusos asumieron fácilmente
las ideas kautskianas sobre la
relación entre proletariado y conciencia socialista.
En su libro “¿Que hacer?”
(1902) Lenin deja claro que las
luchas obreras libradas
a si mismas solo pueden
conducir al sindicalismo y que para elevarse al anticapitalismo (para elevarse hasta las ideas
socialistas, diría Kautsky)
necesitarán la guía de los jacobinos
comunistas organizados en partido centralizado, férreamente disciplinado. Allí
Lenin cita entusiasmado a Kautsky, su maestro de entonces y
reproduce lo que considera “palabras
justas e importantes” a saber: “La conciencia socialista moderna puede surgir únicamente sobre la base de profundos conocimientos científicos…
pero el portador de la ciencia no es
el proletariado, sino la intelectualidad burguesa, es el cerebro de algunos
miembros de esa capa de donde
ha surgido el socialismo moderno
y han sido ellos quienes
lo han transmitido a los
proletarios destacados por su desarrollo intelectual, los cuales lo introducen luego a la lucha de clases del proletariado… de modo que la conciencia socialista es algo introducido desde fuera… y no algo que ha surgido espontáneamente ”. Y Lenin agrega
agravando la ruptura elitista del legado de Marx: “Ya no se puede ni hablar
de una ideología independiente elaborada
por las masas obreras en el curso de su
movimiento, el problema se plantea solamente así:
ideología burguesa o ideología
socialista”67.
No solo desaparece la autopraxis proletaria señalada
por Marx, en su lugar se establece
que los proletarios sin el auxilio de los intelectuales está condenado a la “espontaneidad” propia de seres inferiores
normalmente irracionales o muy poco racionales, sino que la “conciencia” asume la forma de “ideología socialista”. La reducción del socialismo a la
condición de ideología, es decir “falsa conciencia” estructurada (si nos atenemos a la
definición del concepto hecha por Marx y Engels) cierra de manera drástica la
era Marx y marca el nacimiento del
“marxismo” devenido ortodoxia, discurso sagrado, en consecuencia administrado por los sacerdotes de la religión
laica suministrada generosamente a
los fieles.
Ni Kautsky ni mucho menos Lenin postularon la
emergencia de una casta privilegiada de
burócratas o déspotas portadores de la fe sino todo lo contrario, los
dirigentes son presentados como
abnegados héroes de la emancipación proletaria. Trotsky en un encendido mensaje (diciembre de 1919)
extiende la santificación a los cuadros del Partido
y los compara con los samuráis del Japón: ““Hace
tiempo estudiamos a la casta japonesa
de los samuráis quienes, en nombre de la sociedad, del conjunto de la nación,
nunca se dejaron detener por ninguna
barrera. Considero que a través de nuestros comisarios, de nuestros comunistas marchando en la primera línea del
combate, nos hemos convertido en un
nuevo orden de samuráis comunistas que, sin privilegios de casta, están dispuestos a morir por la causa de la clase obrera"68. Casta supuestamente sin privilegios de casta, élite sacrificada que pasado el tiempo del
sacrificio seguirá reproduciéndose como sistema de poder.
Algunos autores como es el caso de Jean Barrot
han postulado la existencia de un
paquete ideológico coherente
calificado como kautskismo-leninismo, el título de su texto es por demás elocuente: “El “renegado” Kautsky y su discípulo Lenin”69.
Sin embargo existen
diferencias significativas entre ambos. Kautsky
insistía en el rol
pedagógico del Partido y en el requisito indispensable para la transición hacia el socialismo: la madurez cultural
del proletariado producto
del desarrollo de las fuerzas productivas y de las sabias
enseñanzas de sus maestros marxistas. Para los
bolcheviques el Partido
no solo representaba los “intereses históricos del proletariado”, por encima del proletariado concreto,
sino que además podía llegar a apoyarse
en la insurgencia de este
último, conducirla a la manera jacobina, para tomar el poder. El tema de la
“madurez” de la conciencia proletaria quedaba incluido, en cierto sentido disuelto, en una cuestión más amplia: la de la madurez
de las condiciones generales que permiten
la toma revolucionaria del poder por parte del Partido.
Kautsky criticó duramente
a los bolcheviques acusándolos
de haber utilizado demagógicamente la rebelión proletaria para instaurar su poder partidario70.
Según Kautsky, acompañando así a los
mencheviques, la alternativa racional
pasaba por la victoria de una revolución democrática burguesa, de ninguna manera socialista. El carácter “atrasado” de los obreros
rusos, agravado por el
“atraso” aún mayor de los campesinos impedían pretender una revolución anticapitalista.
El problema es si en la Rusia de 1917 existían
realmente condiciones para la instauración
de una república burguesa democrática, ya que Rusia no era “atrasada”
(precapitalista en marcha hacia el capitalismo) sino subdesarrollada, es decir una sociedad integrada
de manera periférica al capitalismo mundial.
La rebelión popular,
democrática se oponía de
manera práctica a un sistema
subdesarrollado específico que combinaba viejas formas
despóticas, modernizadas, provistas de un avanzado
instrumental de opresión,
con la gran industria y la
superexplotación de la masa campesina. En consecuencia esa rebelión, exasperada por las consecuencias trágicas de la guerra, tendía
a desbordar, quebrar,
los límites del capitalismo subdesarrollado. La opción real al anticapitalismo no era el democratismo burgués sino el terror reaccionario. Trotsky lo señaló de manera contundente. “Si los bolcheviques no hubieran tomado el
poder el mundo habría conocido una versión rusa de “fascismo” cinco años antes
de la marcha sobre Roma”71
Dicho de otra manera la Revolución de Octubre con su
insólita audacia era la alternativa
realista, Kautsky apoyado en una montaña de libros y en una extrapolación conservadora de la historia europea
afirmaba en su “Terrorismo y
comunismo” (1919) que las aspiraciones anticapitalistas rusas era un sueño imposible
pero desde la tormenta de la
Revolución Francesa (tan admirada por Kautsky) Saint Just le respondía que “lo imposible es la única posibilidad”. Las revoluciones son siempre originales, sorprendentes, tanto
para sus protagonistas como para sus sabios observadores.
Sabemos ahora como el ensayo de socialismo en Rusia no
pudo superar de manera irreversible
al capitalismo y que terminó siendo devorado por la peste burocrática.
En 1928 el bolchevique Christian Rakovsky describirá
en “Los peligros profesionales del
poder” como se produjo la transformación de los heroicos dirigentes del pasado en burócratas privilegiados72 y el comunista
yugoslavo Anton Ciliga que participó
de la vida cotidiana de los círculos dirigentes de la naciente
URSS en los años 1920 relató en su
obra “En el país de la mentira desconcertante” como gradualmente la burocracia roja engrosada por un aluvión
de oportunistas se fue diferenciando de las bases populares
hasta convertirse en una clase dominante73.
Queda ante nosotros un viejo debate sin salida
aparente. Los herederos del bolchevismo
señalando que los partidarios de la autopraxis proletaria (anarquistas, consejistas, comunistas basistas, etc.) estaban equivocados ya que sus
propuestas postergaban
indefinidamente la toma del poder. Los
libertarios señalando que la alternativa
bolchevique llevaba inevitablemente hacia el poder burocrático.
La historia demostró
en apariencia que ambos tenían razón porque los libertarios, como quedó demostrado en la guerra civil española o en la
sublevación anarquista ucraniana en
los primeros años de la revolución rusa, han sido históricamente incapaces para concretar la revolución anticapitalista y
porque los leninistas (en sus diversas variantes)
transformaron la ilusión comunista en decepción, en degeneración burocrática de la revolución.
En realidad ambos estaban equivocados porque la
autoemancipación proletaria en tanto
proceso universal, planetario, solo puede ser aprehendida como proceso operando
en el largo plazo histórico, a través de una prolongada sucesión de pruebas,
de ensayos, algunos de dimensión oceánica, otros de
pequeña magnitud, que comenzaron en el siglo XIX (en la Comuna
de París), cobraron
impulso en el siglo XX (con las revoluciones en Rusia o en China entre otras) pero
sufriendo el peso abrumador, cultural, tecnológico, de la hegemonía de la civilización burguesa que se siguió
reproduciendo incluso cuando había
dado los primeros pasos de su decadencia.
Ahora ya instalados en el siglo XXI convergen por una parte un inmenso
aprendizaje democrático, participativo de miles de millones de oprimidos
del planeta, desplegado desde el siglo XX, en algunos
casos muy activo
y en otros menos potente,
aprendiendo de los fracasos
y de las victorias, de las resistencias, de las insurgencias urbanas y campesinas y más recientemente de la proliferación de autoconvocatorias populares. Y por otra parte
la ya evidente profundización de la decadencia sistémica del capitalismo convertido en una avalancha
tanática que como profetizaban Marx y Engels reproduce en escala ampliada fuerzas destructivas que amenazan la
supervivencia de la humanidad. La
decadencia burguesa puede ser el veneno embrutecedor irresistible que conduce al desastre universal pero también la
expresión de debilidad, de bloqueo inútil, que
es incapaz de cerrale la puerta a la regeneración humana, a la
autopraxis emancipadora, al aluvión
insurgente global de los oprimidos.
Conclusiones
La civilización burguesa constituye la culminación
planetaria, realmente universal, de toda
la historia de las civilizaciones, todas ellas caracterizadas por la opresión y
la explotación del hombre por el
hombre y al mismo tiempo la depredación creciente del entorno ecológico (a medida que cada civilización asciende
hasta su limite superior). La fractura
del metabolismo sociedad-naturaleza destacada por Marx aparece siempre asociada
a la degradación extrema
de las relaciones sociales, ocurrió
en las antiguas experiencias de las civilizaciones precapitalistas
(limitadas a regiones más o menos extensas) y se reitera ahora, a una escala desmesurada, planetaria, en plena
globalización capitalista.
Siguiendo a Toynbee es posible afirmar
que las comunidades primitivas, igualitarias, sin
clases sociales y sin estado abarcaron la casi totalidad de la trayectoria humana, sucedidas por las civilizaciones, que representan apenas
el 2% al 3 % respecto de la
etapa anterior. La vida comunitaria de las sociedades no-civilizadas
caracterizadas por el “comunismo
primitivo” está tan abrumadoramente extendida en la historia humana que no sería demasiado fantasioso hablar de la
altamente probable presencia subterránea de
una latencia (en el sentido
freudiano del concepto) “de un gran pasado actuando desde la penumbra”74: colectivista,
fraternal, comunista, sobre la relativamente breve explosión civilizatoria, es decir del recuerdo “olvidado” del
paraíso perdido donde “todo era de todos
y nada era de nadie”
como “recordaban” los seguidores de Thomas Münzer en el siglo
XVI.
Nos vamos acercando, empujados por la dinámica de la
decadencia, a una situación donde el
universo burgués solo ofrecerá devastación ambiental y desastres demográficos y tal vez una nueva “civilización” posmoderna caracterizada por un nivel de barbarie
de una magnitud nunca antes conocida por la humanidad. En ese sentido el
siglo XX con sus gigantescas guerras
imperialistas, las armas nucleares y el nazismo, entre otros aportes del “progreso occidental”,
anticipó lo que podría llegar a suceder.
Frente a ello reaparecen pistas de superación
enunciada por Marx, no como único
escenario posible, inexorable, sino como necesidad histórica, como proceso de emancipación (autopraxis) protagonizado por la “masa sufriente que piensa”
conformándose así el sujeto de miles de millones de seres humanos, embarcados
en una insurgencia global, capaz de
instaurar la dictadura democrática de
los de abajo, aplastando a las élites del capitalismo, desarrollando la
revolución en permanencia hasta la
realización de la utopía comunista que Marx aparentemente no “detalló” (como lo hacían los viejos utopistas) sino que describió
anticipadamente de manera muy precisa como una sociedad universal
sin clases sociales y sin estado, los detalles quedan cargo
de quienes vivan en ese futuro posible.
Los historiadores suelen hacer la distinción entre
civilizaciones y sociedades primitivas y
ciertas filosofías de la historia, como las de Kant o Hegel, encuadran a todas la civilizaciones en una marcha
tendencialmente progresiva hacia una forma civilizada
superior. Aunque la profundización del concepto, desplegándolo en el espacio
histórico, comparando la prolongada fase precivilizada y la más breve, explosiva
y cruel etapa de
las civilizaciones, nos podría sugerir hablar de poscivilización, de sociedad humana rebosante de pluralidad,
igualitaria, donde la noche de las civilizaciones con sus despotismos, depredaciones y miserias haya quedado
definitivamente atrás.
Notas:
(44) Maximilien Rubel “L’autopraxis historique du proletariat” en “Auto-émancipation ouvrière
et marxisme politique”, página
777, Économies et Sociétés – Cahiers de l’ I.S.M.E.A., Série S, n.º 18, París
1975.
(45) Marx-Engels, “Manifiesto del Partido Comunista” en Carlos Marx y Federico
Engels, Obras Escogidas, página 47, Editorial Progreso, Moscu 1966.
(46) K. Marx,
"Estatutos generales de la Asociación Internacional de los Trabajadores"-1864, Marxists Internet Archive, enero de 2000.
(47) Elmar Altvater, “¿Existe
un marxismo ecológico?”, CLACSO, Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales,
2006, http://biblioteca.clacso.edu.ar/ar/libros/campus/marxis/P3C2Altvater.pdf
(49) Carta de Engels
en respuesta a un socialista austríaco que proponía
incluir al antisemitismo en el programa socialista de ese país,
publicada el 9 de Mayo de 1890 en el periódico Arbeiter-Zeitung. El periódico había sido fundado
en 1899 por Victor Adler. Arbeiter Zeitung Nr 19, 9 Mai 1890 (MEGA I/31.S.249-251).
(50) Carlos Marx y Federico
Engels, “Mensaje del Comité Central
a la Liga de los Comunistas” en Carlos
Marx y Federico Engels, Obras Escogidas, páginas 92-103, Editorial Progreso,
Moscu 1966.
(51) Carlos
Marx, «Carta a
Joseph Weydemeyer». Londres, 5 de marzo de 1852. En C. Marx y F. Engels,
Obras
Escogidas. Progreso, Moscú 1980. Tomo I, página 542
(52) Citado por Maximilein Rubel, op. cit. Página 801.
(53) Karl A. Wittfogel, “Despotismo oriental. Estudio comparativo del poder totalitario”, Ediciones Guadarrama, Madrid
1966.
(54) Willy
Huhn, “Trotsky, le Staline manqué”,
Cahiers Spartacus, Série B - N. 11, Paris Octobre-Novembre 1981
(55) Domenico
Losurdo, “Staline. Histoire et critique d’une légende noire”, Éditions Aden,
París 2011.
(56) Antonio Gramsci, “Cuadernos de la cárcel
- Cuaderno 13 (1932-1934), “Notas
breves sobre la política de Maquiavelo”, Coedición Ediciones Era-
Benemérita Universidad Autónoma de Puebla, México 2000, http://www.feduba.org.ar/2016/07/22/cuadernos-de-la-carcel-completo-para-descargar/
(58) El
problema reside en quien y como expresa la voluntad general, en la configuración de las relaciones prácticas entre el estado teóricamente representativo de la totalidad
social y la estructura concreta de
dicha sociedad, el poder real relativo de sus componentes (que puede expresarse como dictadura
burguesa con disfraz democrático) y también en el nivel de autonomía
del estado, de su aparato burocrático respecto de la
sociedad especialmente en el caso en que las viejas clases dominantes han sido eliminadas o disponen de un poder
fuertemente disminuido
(59) Ph. Bounarroti, “La conspiration de l’égalité
dite de Babeuf”, Editions Sociales, París 1957.
(60) George Lichthein, “Los orígenes del socialismo”, página 31, Editorial
Anagrama, Barcelona 1970.
(62) David
Riazanov, “The Relations of Marx
with Blanqui”, Unter dem Banner der Marxismus, 2nd year, nº1-2, 4-5,, August
1928, Marxist Internet
Archive, https://www.marxist.org/archive/riazanov/1928/xx/blanqui.htm
(63) Texto de Eduard Bernstein (citado por Riazanov, op.cit) “Die Voraussetzungen des Sozialismus”, Stuttgart, páginas 28-29.
(64) Daniel Bensaïd et Michael Löwy, "Auguste Blanqui, communiste hérétique", 2006, http://danielbensaid.org/Auguste-Blanqui-communiste-heretique?lang=fr
(65) Carlos Marx y Federico
Engels, “Manifiesto del Partido Comunista”, Obras Escogidas, Tomo I, página 31. Ediciones
Progreso, Moscú 1966.
(66) Karl
Kautsky, “Les trois sources du
marxisme. La ouvre historique de Marx” (1907), páginas 21-22, Spartacus, París 1970.
(67) V. I. Lenin,
Obras Escogidas, Tomo I, “¿Que
hacer?”, páginas 156-157, Instituto de Marxismo-Leninismo
del CC del PCUS, Ediciones en Lenguas Etranjeras, Moscú1960. La cita de Kautsky
corresponde a un texto publicado en Neue Zeit,
1901-1902, XX, I, nº3, página 79.
(70) Karl
Kautsky, “Terrorismo y comunismo”.
Páginas 79-80, Ediciones Alejandría Peroletaria, Valencia 2018, http://grupgerminal.org/?q=system/files/1919-terrocomu-kautsky.pdf
(71) Trotsky citado en Willy Huhn, op.cit., página 12.
(72) Christian Rakovsky: “Los peligros profesionales del poder” (1928),
Marxists Internet Archive,
febrero de 2002, https://www.marxists.org/espanol/rakovski/1928/08-1928.htm
(74) Sigmund Freud, “Moisés
y la religión monoteísta”, páginas
79-85, Editorial Losada,
Buenos Aires 1959.
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