El Papel del Individuo en la Historia
Jorge Plejanov
VII.
[La ilusión óptica sobre el papel de las grandes personalidades en la historia]
ADEMÁS, es necesario hacer notar lo
siguiente; discurriendo sobre el papel de las grandes personalidades en la Historia,
somos víctimas casi siempre de cierta ilusión óptica, que convendrá indicar al
lector.
Al
ejecutar su papel de “buena espada” destinada a salvar el orden social,
Napoleón apartó de dicho papel a todos los otros generales, algunos de los
cuales quizá lo habrían desempeñado tan bien o casi tan bien como él. Una vez
satisfecha la necesidad social de un gobernante militar enérgico, la
organización social cerró el camino hacia el puesto de gobernante militar a
todos los demás talentos militares. Su fuerza se convirtió en una fuerza
desfavorable para la revelación de otros talentos de este género. Gracias a
ello se tiene la ilusión óptica a que antes nos referíamos. La fuerza personal de Napoleón se nos presenta
bajo una forma en extremo exagerada, puesto que le atribuimos toda la fuerza
social que la elevó a un primer plano y la apoyaba. Esa fuerza se nos presenta
como algo absolutamente excepcional, porque las demás fuerzas idénticas a ella
no se transformaron de potenciales en
reales. Y cuando se nos pregunta qué habría ocurrido si no hubiese existido
Napoleón, nuestra imaginación se embrolla y nos parece que sin él no hubiera podido
producirse todo el movimiento social sobre el que se apoyaba su fuerza y su
influencia.
En
la historia del desarrollo intelectual de la humanidad es muy raro el caso en
que el éxito de un individuo impide el éxito de otro. Pero incluso en este
caso, no estamos libres de la citada ilusión óptica. Cuando una situación
determinada de la sociedad plantea ante sus representantes espirituales ciertas
tareas, éstas atraen hacia sí la atención de los espíritus eminentes hasta
tanto que consigan resolverlas. Una vez logrado esto, su atención se orienta
hacia otros objetos. Después de resolver un problema, el hombre de talento A, con
lo mismo, dirige la atención del hombre de talento B de este problema ya
resuelto hacia otro problema. Y cuando se nos pregunta qué habría sucedido si A
hubiese muerto antes de lograr resolver el problema X, nos imaginamos que el
hilo del desarrollo intelectual de la sociedad se habría roto. Olvidamos que,
en caso de morir A, de la solución del problema se habrían encargado B o C o D
y que, de este modo, el hilo del desarrollo intelectual no se habría cortado a
pesar de la muerte prematura de A.
Dos
condiciones son necesarias para que el hombre dotado de cierto talento ejerza
gracias a él una gran influencia sobre el curso de los acontecimientos. Es
preciso, en primer término, que su talento corresponda mejor que los demás a
las necesidades sociales de una época determinada; si Napoleón en vez de su
genio militar, hubiese poseído el genio musical de Beethoven, no habría
llegado, naturalmente, a ser emperador. En segundo término, el régimen social
vigente no debe cerrar el camino al individuo dotado de un determinado talento,
necesario y útil justamente en el momento de que se trate. El mismo Napoleón habría muerto como un general
poco conocido o con el nombre de coronel Buonaparte
si el viejo régimen hubiese durado en Francia setenta y cinco años más42.
En 1789 Davout, Desaix, Marmont y Mac Donald eran subtenientes**; Bernadotte, sargento-mayor;
Hoche, Marceau, Lefevre, Pichegru, Ney, Masséna, Murat, Soult, sargentos; Angereau, maestro de esgrima; Lannes, tintorero; Gouvion-Saint-Cyr, actor; Jourdan, repartidor; Bessiéres, peluquero;
Brune, tipógrafo; Joubert y Junot eran estudiantes
de la Facultad de Derecho; Kléber era arquitecto; Mortier no ingresó en el
ejército hasta la revolución43.
Si
el viejo régimen hubiese continuado existiendo hasta hoy, a nadie de nosotros
se nos habría ocurrido pensar que, a fines del siglo pasado, en Francia,
algunos actores, tipógrafos, peluqueros, tintoreros, abogados, repartidores y
maestros de esgrima eran genios militares en potencia44.
Stendhal
hace notar que un hombre nacido el mismo año que Ticiano, es decir, en 1477,
habría podido ser contemporáneo de Rafael (muerto en 1520) y de Leonardo de
Vinci (muerto en 1519) durante cuarenta años; habría podido pasar largos años
en Gorregio, muerto en 1534, y con Miguel Ángel, que llegó a vivir hasta 1563;
no habría tenido más que treinta y cuatro años cuando murió Giorgione; habría
podido conocer a Tintoreto, Bassano, al Veronés, a Julio Romano y Andrea del
Sarto; en una palabra habría sido contemporáneo de todos los famosos pintores,
a excepción de los que pertenecían a la escuela de Bolonia, que apareció un
siglo después45. Del mismo modo puede decirse que el hombre nacido
el mismo año que Wouverman, habría podido conocer personalmente a casi todos
los grandes pintores de Holanda46, y que un hombre de la misma edad
que Shakespeare habría sido contemporáneo de toda una pléyade de notables
dramaturgos47.
Hace
tiempo que se ha hecho la observación de que los talentos aparecen siempre y en
todas partes, allá donde existen condiciones favorables para su desarrollo.
Esto significa que todo talento que se ha
manifestado efectivamente, es decir, todo talento convertido en fuerza social es fruto de las relaciones
sociales. Pero si esto es así, se comprende por qué los hombres de talento,
como hemos dicho, sólo pueden hacer variar el aspecto individual y no la
orientación general de los acontecimientos; ellos
mismos existen gracias únicamente a esta orientación; sí no fuera por eso nunca
habrían podido cruzar el umbral que separa lo potencial de lo real.
De
suyo se comprende que hay talentos y talentos. “Cuando una nueva etapa en el
desarrollo de la civilización da vida a un nuevo género de arte [dice con razón
Taine], aparecen decenas de talentos que expresan solo a medias el pensamiento
social, en torno a uno o dos genios que lo expresan a la perfección”48.
Si causas mecánicas o fisiológicas desvinculadas del curso general del
desarrollo social, político e intelectual de Italia hubieran causado la muerte
de Rafael, Miguel Ángel y Leonardo de Vinci en su infancia, el arte pictórico
italiano sería menos perfecto, pero la orientación general de su desarrollo en
la época del Renacimiento seguiría siendo la misma. No fueron Rafael, Leonardo
de Vinci ni Miguel Ángel los que crearon esa orientación: ellos sólo fueron sus
mejores representantes. Es verdad que en torno de un hombre genial se forma
generalmente toda una escuela, cuyos discípulos tratan de imitar hasta los
menores procedimientos; por eso, la laguna que habrían dejado en el arte
italiano de la época del Renacimiento con su muerte prematura Rafael, Miguel
Ángel y Leonardo de Vinci habría ejercido una gran influencia sobre muchas
particularidades secundarias de su historia futura. Pero tampoco esta historia
habría cambiado en cuanto al fondo, si debido a ciertas causas generales, no se
hubiera producido un cambio fundamental en el curso general del desarrollo intelectual
de Italia.
Es
sabido, sin embargo, que las diferencias cuantitativas se transforman, en fin
de cuentas, en cualitativas. Esto es cierto siempre, y por lo tanto, también lo
es aplicado a la Historia. Una determinada corriente artística puede no haber
alcanzado ninguna manifestación notable si una combinación de circunstancias
desfavorables hace que desaparezcan uno tras otro los hombres de talento que
habrían podido convertirse en sus representantes. Pero la muerte prematura de
estos hombres no impide la manifestación artística de dicha corriente, sino
cuando no es lo suficientemente profunda para destacar nuevos talentos. Y como
la profundidad de cualquier corriente dada, tanto en la literatura como en el
arte, está determinada por la importancia que tiene para la clase o capa social
cuyos gustos expresa y por el papel social de esta clase o capa, aquí
también todo depende, en última
instancia, del curso de desarrollo social y de la correlación de las fuerzas
sociales.
VIII.
[Causas generales y particulares y el aspecto individual en la historia]
Así, pues, las particularidades
individuales de las personalidades eminentes determinan el aspecto individual
de los acontecimientos históricos, y el elemento casual, en el sentido indicado
por nosotros, desempeña siempre cierto papel en el curso de estos
acontecimientos cuya orientación está determinada, en última instancia, por las
llamadas causas generales, es decir, de hecho, por el desarrollo de las fuerzas
productivas y las relaciones mutuas entre los hombres en el proceso
económico-social de la producción. Los fenómenos casuales y las
particularidades individuales de las personalidades destacadas son
incomparablemente más patentes que las causas generales profundamente
arraigadas. Los hombres del siglo XVIII pensaban poco en estas causas
generales, explicando la Historia como resultado de los actos conscientes y las
“pasiones” de las personalidades históricas. Los filósofos de este siglo
afirmaban que la Historia podría marchar por caminos totalmente diferentes bajo
la influencia de las más insignificantes causas, por ejemplo, a consecuencia de
que en la cabeza de cualquier gobernante comenzara a hacer de las suyas un
“átomo” cualquiera. (Opinión que aparece expresada más de una vez en el Systéme de la Nature)49.
Los
defensores de la nueva orientación en la ciencia histórica se dedicaron a
demostrar que la Historia no podía seguir otro rumbo distinto al que en
realidad ha seguido, a pesar de todos los “átomos”. Tratando de hacer resaltar
lo mejor posible la acción de las causas generales, ellos pasaban por alto la
importancia de las particularidades individuales de los personajes históricos.
Y resultaba que la sustitución de una personalidad, por otra más o menos capaz,
no modificaba en nada los acontecimientos históricos50. Pero una vez
admitida semejante hipótesis nos vemos obligados a reconocer que el elemento individual no tiene
absolutamente ninguna importancia en la Historia y que todo en ella se
reduce a la acción de las causas generales, de las leyes generales del
movimiento histórico. Era una exageración que no dejaba lugar a la partícula de
verdad que contenía la concepción opuesta. Por esta razón, precisamente, la
concepción opuesta seguía conservando cierto derecho a la existencia. El choque
de estas dos concepciones adquirió la forma de una antinomia, una de cuyas
partes eran las leyes generales y la otra, la acción de las personalidades.
Desde el punto de vista de la segunda parte de la antinomia la Historia
aparecía como una simple concatenación de casualidades; desde el punto de vista
de la otra parte, parecía que incluso los rasgos individuales de los
acontecimientos históricos obedecían a la acción de las causas generales. Pero
si los rasgos individuales de los acontecimientos se deben a la influencia de
las causas generales y no dependen de las particularidades individuales de las
personalidades históricas, resulta que estos rasgos se determinan por las causas generales y no pueden ser modificados
por más que cambien estos personajes. La teoría adquiere así un carácter fatalista.
Esto
no escapó a la atención de sus adversarios. Saint-Beuve ha comparado las
concepciones históricas de Mignet con las de Bossuet51. Este pensaba
que la fuerza que engendra los acontecimientos históricos emana del cielo, que
los acontecimientos son una expresión de la voluntad divina. Mignet buscaba
esta fuerza en las pasiones humanas, que se manifiesta en los acontecimientos
históricos con toda la inexorabilidad de las fuerzas de la naturaleza. Pero el
uno como el otro interpretaban la Historia como una cadena de fenómenos que en
ningún caso habrían podido ser diferentes de lo que han sido: los dos eran
fatalistas; en este sentido, el filósofo se acerca al sacerdote (le philosophe se raproohe du prêtre).
Este
reproche seguía siendo fundado hasta tanto que la concepción de la regularidad
de los acontecimientos históricos considerase nula la influencia sobre ellos de
las particularidades individuales de las personalidades históricas.
Y
este reproche debía producir una impresión tanto más fuerte cuanto que los
historiadores de la nueva escuela, al igual que los historiadores y filósofos
del siglo XVIII, consideraban que la naturaleza
humana era la fuente suprema de la que partían y a la que obedecían todas
las causas generales del movimiento
histórico. Como la Revolución Francesa había demostrado que los acontecimientos
históricos no están condicionados únicamente por las acciones conscientes de los hombres, Mignet,
Guizot y otros sabios de la misma orientación, destacaban al primer plano la
acción de las pasiones, las cuales
con frecuencia rechazaban todo control de
la conciencia. Pero si las pasiones son la causa última y más general de
los acontecimientos históricos, ¿por qué no tiene razón SaintBeuve cuando
afirma que la Revolución Francesa habría podido tener un desenlace contrario al
que conocemos, si se hubieran encontrado hombres capaces de inculcar al pueblo
francés pasiones diferentes a las que lo agitaban? Mignet contestaría: porque
dadas las propiedades de la naturaleza humana no podían agitar entonces a los
franceses otras pasiones. En cierto sentido, sería verdad. Mas esta verdad
tendría un pronunciado carácter fatalista, ya que equivaldría a la tesis según
la cual la Historia de la humanidad, en todos sus detalles, está predeterminada
por las propiedades generales de la
naturaleza humana. El fatalismo sería la consecuencia de la dilución de lo individual en lo general. Por lo
común, el fatalismo es siempre la consecuencia de dicha dilución. Se dice que
“si todos los fenómenos sociales son necesarios nuestra actividad no puede
tener ninguna importancia”. Esta es una formulación errónea de un pensamiento
certero. Debe decirse: si todo se hace mediante lo general, entonces lo individual,
incluso mis propios esfuerzos, no tienen ninguna importancia. Semejante conclusión es exacta, pero la
utilizan desacertadamente. No tiene ningún sentido aplicada a la moderna
interpretación materialista de la Historia, en la que cabe también lo
individual, Pero era fundada en la aplicación a las concepciones de los
historiadores franceses de la época de la Restauración.
Actualmente
ya no es posible considerar a la naturaleza humana como la causa última y más
general del movimiento histórico; si es constante, no puede explicar el curso,
variable en extremo, de la Historia, y si cambia, es evidente que sus cambios
están condicionados por el movimiento histórico. Actualmente hay que reconocer
que la causa última y más general del movimiento histórico es el desarrollo de
las fuerzas productivas, que son las que determinan los cambios sucesivos en
las relaciones sociales de los hombres. Al lado de esta causa general obran causas particulares, es decir, la situación histórica bajo la cual tiene
lugar el desarrollo de las fuerzas productivas de un pueblo y que, a su vez, y
en última instancia, ha sido creada por el desarrollo de estas mismas fuerzas
en otros pueblos, es decir, por la misma causa general.
Por
último, la influencia de las causas particulares
es completada por causas singulares,
es decir, por las particularidades individuales de los hombres públicos y por
otras “casualidades”, en virtud de las cuales los’, acontecimientos adquieren,
en fin de cuentas, su aspecto individual.
Las causas singulares no pueden originar cambios radicales en la acción de las
causas generales y particulares***,
que, por otra parte, condicionan la orientación y los límites de la influencia
de las causas singulares. Pero, no obstante, es indudable que la Historia
tomaría otro aspecto si las causas singulares, que ejercen influencia sobre
ella, fuesen sustituidas por otras causas del mismo orden.
Monod
y Lamprecht continúan manteniéndose en el punto de vista de la naturaleza
humana. Más de una vez Lamprecht ha declarado categóricamente que, según su
opinión, la sicología social constituye la causa principal de los fenómenos
históricos. Es un grave error, en virtud del cual, el deseo, loable en sí, de
tener en cuenta todo el conjunto de la vida social no puede conducir más que a
un eclecticismo sin contenido aunque hinchado, o (entre los más consecuentes) a
los razonamientos de Kablitz sobre la importancia relativa de la inteligencia y
del sentimiento.
Pero
volvamos a nuestro tema. El gran hombre lo es, no porque sus particularidades
individuales imprimen una fisonomía individual a los grandes acontecimientos
históricos, sino porque está dotado de particularidades que le hacen más capaz
de servir a las grandes necesidades sociales de su época, que han surgido bajo
la influencia de causas generales y particulares. Carlyle52, en su
conocida obra sobre los héroes les aplica el nombre de iniciadores (Beginniers). Es un nombre muy acertado.
El gran hombre es, precisamente, un iniciador, porque ve más lejos que otros y desea más
fuertemente que otros. Resuelve los problemas científicos planteados a su
vez por el curso anterior del desarrollo intelectual de la sociedad; señala las
nuevas necesidades sociales, creadas por el anterior desarrollo de las
relaciones sociales; toma la iniciativa de satisfacer estas necesidades. Es un
héroe. No en el sentido de que puede detener o modificar el curso natural de
las cosas, sino en el sentido de que su actividad constituye una expresión
consciente y libre de este curso necesario e inconsciente. En esto reside toda
su importancia y toda su fuerza. Pero esta importancia es colosal y esta fuerza
es tremenda.
Bismarck
decía que nosotros no podemos hacer la Historia, sino que debemos esperar a que
se haga. Pero ¿quiénes hacen la Historia? Ella es hecha por el ser social, que es su “factor” único. El ser social crea él
mismo sus relaciones, es decir, las relaciones sociales. Pero si en un momento
dado, él crea precisamente tales relaciones y no otras, esto no se hará,
naturalmente, sin su causa y razón; se debe al estado de las fuerzas productivas.
Ningún gran hombre puede imponer a la sociedad relaciones que ya no
corresponden al estado de dichas fuerzas o que todavía no corresponden a él. En este sentido, él no puede,
efectivamente, hacer la Historia y, en este caso, sería inútil que adelantara
las agujas de su reloj: no aceleraría la marcha del tiempo, ni lo haría
retroceder. En esto tiene plena razón Lamprecht: incluso cuando se encontraba
en el apogeo de su poderío, Bismarck no hubiera podido hacer retroceder a
Alemania a la economía natural.
Las
relaciones sociales tienen su lógica: en tanto que los hombres se encuentran en
determinadas relaciones mutuas, ellos necesariamente sentirán, pensarán y
obrarán así y no de un modo diferente. Sería inútil que la personalidad
eminente se empeñara en luchar contra esta lógica: la marcha natural de las
cosas (es decir, la misma lógica de las relaciones sociales) reduciría a la
nada sus esfuerzos. Pero si yo sé en qué sentido se modifican las relaciones
sociales en virtud de determinados cambios en el proceso social y económico de la producción, sé
también en qué sentido se modificará a su vez la sicología social, por
consiguiente tengo la posibilidad de influencia sobre ella. Influir sobre la
sicología social es influir sobre los acontecimientos históricos. Se puede
afirmar, por lo tanto, que en cierto sentido, yo puedo, a pesar de todo, hacer
la Historia, y no tengo necesidad de esperar hasta que la Historia “se haga”.****
Monod
supone que los acontecimientos e individuos verdaderamente importantes en la
Historia, lo son únicamente como signos y símbolos del desarrollo de las
instituciones y de las condiciones económicas. Es un pensamiento acertado,
aunque está expresado en forma muy imprecisa. Pero precisamente porque es un
pensamiento acertado, no hay justificación para oponer la actividad de los
grandes hombres “al movimiento lento”
de dichas condiciones e instituciones. La modificación más o menos lenta de las
“condiciones económicas” coloca periódicamente a la sociedad ante la necesidad
de reformar con mayor o menor rapidez sus instituciones. Esta reforma jamás se
produce “espontáneamente”; exige siempre la intervención de los hombres, ante los cuales surgen, de este
modo, grandes problemas sociales. Y son llamados grandes hombres precisamente
aquéllos que, más que nadie, contribuyen a la solución de estos problemas.
Ahora bien, resolver un problema no
significa ser únicamente “símbolo” y “signo” de lo que ha sido resuelto.
Nos
parece que Monod, ha opuesto estos dos puntos de vista, sobre todo porque le ha
gustado la simpática palabreja “lentos”. Es una palabreja preferida por muchos
evolucionistas contemporáneos. Desde el
punto de vista psicológico, esta preferencia se comprende: nace necesariamente en el ambiente bien
intencionado de la moderación y de la puntualidad... Pero, desde el punto de vista de la lógica, no
resiste a la crítica, como lo ha demostrado Hegel.
Y
no son tan sólo los “iniciadores”, los “grandes” hombres, los que tienen
abierto ante sí un ancho campo de acción, sino todos los que tienen ojos para
ver, oídos para oír y corazón para amar a su prójimo. El concepto de grande es relativo. En sentido moral, es
grande todo aquél que, como dice la expresión evangélica “sacrifica su vida por
el prójimo”.
____________
(**) En la edición de la colección 70,
Juan Grijalbo, p. 71, dice “tenientes”. (CH).
(42) Es posible que entonces Napoleón
hubiera venido a Rusia, adonde unos años
antes de la Revolución tenía la intención de dirigirse. Aquí hubiera hecho
mérito, seguramente, combatiendo contra los turcos o los montañeses del
Cáucaso, pero a nadie se le hubiera ocurrido que este oficial pobre, pero de
talento, podría, en circunstancias favorables, llegar a ser dueño del mundo.
[G. V. Plejánov]
(43) Ver Historia de Francia, por V. Duruy, Tomo II, páginas 524-525. [G. V.
Plejánov]
(44) Durante el reinado de Luis XV
sólo uno de los representantes del Tercer Estado, Chevert, pudo llegar hasta el
grado de teniente general. Bajo el reinado de Luis XVI, la carrera militar era
más inaccesible aun para dicho Estado. Ver Rambeaud, Histoire de la civilisation française, sexta edición, Tomo II,
página 225. [G. V. Plejánov]
(45) Histoire de la Peinture en Italie, páginas 24-25, París, 1892. [G.
V. Plejánov]
(46) En 1608 nacieron Terborch,
Brouwer y Rembradt; en 1610, Adrián Van Ostade, Both y Ferdinand Bol; en 1613,
Van-der-helst y Gerard Dou, en 1615, metsu; en 1620, Wouwerman; en 1621,
Weenix, Everdingen y Pynacker; en 1624, Berghen; en 1629, Paul Potter; en 1626,
juan Steen; en 1630, Tuisdael; en 1637, Van-der-Heyde; en 1638 Hobberma; en
1639, Adrián Van-der-Velde. [G. V. Plejánov]
(47) “Shakespeare, Beanmont, Flechter,
Jonson, Webster, Massinger, Ford, middleton y Haywood, aparecidos al mismo
tiempo o uno tras otro, representan la nueva generación que, gracias a su
situación favorable, floreció magníficamente sobre el terreno preparado por los
esfuerzos de la generación anterior”. Taine, Histoire de la littérature anglaise, tomo I, página 468, París,
1863. [G. V. Plejánov]
(48) Taine, Histoire de la littératur anglaise, tomo II, página 5, París, 1863.
[G. V. Plejánov]
(49) Systeme de la nature (Sistema
de la naturaleza). Obra fundamental de Holbach, destacado filósofo
materialista francés (1723-1789).
(50) Así era cunado se ponían a
discutir sobre la regularidad de los acontecimientos históricos. En cambio,
cuando algunos de ellos relataban simplemente estos acontecimientos, ocurría
con frecuencia que llegaban a atribuir al elemento personal una importancia
exagerada. Pero lo que a nosotros nos interesa ahora no son sus relatos, sino
sus juicios. [G. V. Plejánov]
(51) Bossuet (1627-1704). Obispo,
filósofo y escritor francés.
(***) En cursivas en la edición de la
Colección 70 de la editorial Grijalbo. (CH).
(52) Carlyle, Tomás (1795-1881).
Escritor e historiador inglés, perteneciente a la burguesía.
(****) En cursiva en la Colección 70
de la editorial Grijalbo.
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