jueves, 1 de septiembre de 2016

Filosofía


La Dialéctica Antigua Como Forma de Pensamiento

(Primera Parte)

Edwald V. Iliénkov

LA HISTORIA DE LA FILOSOFÍA fue situada por Vladímir Ilich Lenin en primer lugar en la relación de aquellos “campos del saber de los cuales debía formarse la teoría del conocimiento y la dialéctica”; y este lugar lo ocupa, claramente, no solo por orden, sino también por su significado, el cual le corresponde por derecho propio en la labor de elaboración y exposición de la teoría general de la dialéctica como teoría del conocimiento y como lógica del materialismo contemporáneo.

De esto poco puede dudarse si se toma en cuenta que Lenin formuló todos sus postulados fundamentales en este punto precisamente en medio del análisis crítico de los hechos histórico-filosóficos, como conclusiones resultantes de este análisis.

Esto es perfectamente natural, puesto que en el centro de la atención de Lenin se encuentra en este caso “la dialéctica propiamente como ciencia filosófica”: como una ciencia especial con un objeto históricamente formado, con un sistema específico de conceptos y con la terminología a él adecuada, con su propio “idioma”. Se trata aquí de la dialéctica en calidad de ciencia especial, y no en calidad de método, el cual puede y debe, según Lenin, aplicarse en cualquier rama del conocimiento; y, por tanto, en absoluto se realiza solo bajo la forma de una teoría filosófica especial, sino también en forma de una comprensión teórica concreta de cualquier esfera del saber que entre dentro de la cosmovisión científico-materialista contemporánea. Se trata aquí no de la tarea de la aplicación de la dialéctica a la reelaboración de otras esferas del saber, sea la economía política o la física, la psicología o la matemática, la política económica o la esfera de las cuestiones políticas actuales, sino de la reelaboración del propio aparato de la dialéctica, es decir, del sistema de sus conceptos especiales, de sus categorías.

Aquí se da la misma situación que en la matemática: una cosa es la aplicación de los medios matemáticos a la elaboración de los datos de la física o de la economía, y otra cosa es la reelaboración teórica de su propio aparato, el cual puede y debe ser empleado después en cualquier otra esfera; y será aplicado con más éxito mientras con más rigurosidad haya sido reelaborado en sí mismo, de forma general. Pruebe a confundir estas dos tareas y en la solución de ambas surgirá una confusión, más cuando el asunto no cambia para nada por el hecho de que precisamente la aplicación del aparato matemático a la solución de tareas particulares lleva tarde o temprano a la necesidad de su propio perfeccionamiento, de su propia concreción.

Exactamente así prueba también la dialéctica los jugos vitales de la realidad, solo a través del proceso de su aplicación a la solución de problemas ya no especialmente filosóficos, o, para ser más exactos, no solo especialmente filosóficos, sino también de problemas de cualquier otra esfera del saber, lo que, sin embargo, no significa en absoluto que la “aplicación” de la dialéctica coincida automáticamente con el desarrollo de su propio aparato teórico. Los logros y los fracasos de la “aplicación” del aparato categorial de la ciencia deben ser asimilados y comprendidos en los conceptos especiales que ya posee esta ciencia que fueron formados históricamente; solo en ese momento se torna claro si necesitan o no de correcciones.

Puede pasar, lo que ocurre con bastante frecuencia, que las categorías desarrolladas históricamente no necesiten de ningún “mejoramiento” en absoluto, sino tan solo de saberlas “aplicar” competentemente, es decir, de una representación sobre el verdadero contenido de estas categorías ya elaboradas en la filosofía. En nuestros días con mucha frecuencia hay que escuchar decir que las categorías de la dialéctica clásica envejecieron, que necesitan de una reelaboración radical, llevándolas a un acuerdo con los “novísimos logros de la ciencia”. Pero de hecho por doquier y a menudo resulta que lo que envejeció no fue la determinación de las categorías, sino aquella comprensión de las mismas de la que parten en determinado caso...

Un caso típico de este género fueron los razonamientos sobre la “desaparición de la materia”, populares a inicios del siglo XX. V. I. Lenin más claro que el agua explicó entonces a los naturalistas que estos razonamientos fueron provocados no por los “novísimos logros de las ciencias naturales”, sino por la ingenuidad de los naturalistas en la esfera de los conceptos especialmente filosóficos. No “envejeció” el concepto de materia, sino que ustedes, naturalistas, usan representaciones hace tiempo envejecidas sobre el contenido de este concepto. Por eso a ustedes “se la dan con queso” los representantes de sistemas filosóficos que hace tiempo quedaron envejecidos, haciendo pasar por “contemporáneas” sus representaciones (todavía más arcaicas) sobre la “materia”...

Absolutamente lo mismo ocurre en nuestros días en relación con otras categorías de la dialéctica filosófica. Ahora hablan de que “envejeció” la comprensión marxista clásica de la matemática como ciencia ligada al aspecto cuantitativo de la realidad; la matemática contemporánea hace tiempo dejó de ser “cuantitativa”, hace tiempo rebasó las fronteras de la categoría “cantidad” e investiga la “cualidad”.

A la pregunta directa de: ¿y qué entienden ustedes, precisamente ustedes, al afirmar esto, por “cantidad” y por “calidad”?, le sigue o un embarazoso silencio o una respuesta por la cual se torna evidente que con esas palabras “tienen en cuenta” cualquier cosa menos la comprensión elaborada por la filosofía, es decir, filosóficamente culta, de las correspondientes categorías. Sobre todo, aquel límite del conocimiento y de la captación del aspecto cuantitativo de la realidad que alcanzó la matemática en los tiempos de Engels y el cual desde entonces fue realmente superado, sobrepasado por ella. Aquel mismo límite con el cual ella cien años atrás identificaba el concepto de “cantidad en general”... Y el resultado de esta ingenuidad filosófica (es decir, la ausencia de un conocimiento simple de aquello que se entiende en filosofía, en dialéctica, por “cantidad”) es una representación equivocada sobre la relación de la cantidad con la calidad, sobre los límites razonables del “paso” de la determinación cualitativa a su expresión cuantitativa matemática, etc., etc. (hasta las conclusiones acerca de que las máquinas computadoras tarde o temprano sustituirán el cerebro humano en el proceso de conocimiento del mundo circundante). En otras palabras, que el “pensamiento” en principio y en final se reduce sin reservas a un conjunto de operaciones limpiamente matemáticas, es decir, de nuevo se reduce única y exclusivamente a su aspecto cuantitativo, por encima de cuyos límites no salta la matemática, al igual que cien años atrás, aunque lo conoce y lo expresa mucho más profunda y completamente que la matemática de los tiempos de Engels. Engels, dando su definición de la matemática, en última instancia se representaba claramente qué es la cantidad, como categoría lógico-filosófica, y sus [actuales] “refutadores” no lo saben y parten de erróneas y primitivas representaciones sobre la “cantidad”... Y encima de esto dan estas representaciones equívocas por un “paso adelante” (¡y no en cualquier lugar, sino precisamente en el campo de la filosofía, en el campo de las categorías de la dialéctica!).

Estos dos ejemplos demuestran con claridad que, antes de “desarrollar” las categorías de la dialéctica sobre la base de los “logros de la ciencia contemporánea” (de por sí esta tarea es necesaria, y provechosa, y filosóficamente justificada), es necesario primero comprender claramente qué precisamente quieren desarrollar ustedes; hablando de otro modo: entender aquel contenido real de las categorías lógicas, que cristalizó como resultado de más de dos milenios de desarrollo de la filosofía como ciencia especialmente dedicada a estos asuntos. En relación con la definición científica de las categorías lógicas, la filosofía tiene una experiencia especialmente larga, que comprende tanto logros como fracasos, conquistas como derrotas; con todo, el análisis de los fracasos y de las derrotas de la filosofía en este asunto no es menos valioso que el análisis de las vías que la llevaron al objetivo. Por eso mismo, para la historia de la dialéctica (de sus principios, de sus categorías, de sus leyes) el análisis de la concepción de Locke no es menos aleccionador que el análisis del pensamiento de Spinoza, y el “metafísico” Holbach necesita de un análisis no menos cuidadoso que el dialéctico Hegel. La historia de la filosofía entendida así, ([es decir, como] la historia del desarrollo de todas sus categorías especiales, y no como el registro empírico de las “opiniones” intercambiadas por distintos motivos) ocupa también por eso el primer lugar (tanto por orden como por esencia) en la lista de “los campos del saber, de los cuales deberá formarse la teoría del conocimiento y la dialéctica”. Este lugar se determina también porque la dialéctica es una ciencia filosófica con su propio aparato de conceptos formado históricamente, y porque este aparato es hito, resultado y conclusión de un largo proceso histórico: de la historia de la filosofía en cuanto ciencia especial, en cuanto campo especial del saber.

Sí, por su propia esencia la dialéctica es resultado, conclusión, resumen “de toda la historia del conocimiento”, y en general no solo de la historia de la filosofía. De todas formas, en la historia de la filosofía, en comparación con la historia de cualquier otra ciencia se conserva siempre aquella ventaja de que ella misma es también la historia del surgimiento y desarrollo de aquellos mismos conceptos, en los cuales debe expresarse el trabajo conclusivo en la generalización de la experiencia de la historia de todas las otras ciencias, –la historia de las categorías lógicas: de las categorías de la dialéctica.

No se puede ni siquiera emprender la tarea de la generalización dialéctico-filosófica de cualquier otra esfera del saber, de la “elaboración dialéctica de la historia del pensamiento humano, de la ciencia y de la técnica” (en lo que también debía consistir, según Lenin, “la continuación de la obra de Hegel y Marx”) sin un previo autoesclarecimiento del contenido de todos aquellos conceptos que surgieron, se desarrollaron y por siglos se pulieron precisamente en el ámbito del desarrollo histórico de la filosofía, en las colisiones de su historia específica. Por eso mismo, el análisis crítico de la historia de la filosofía (de la historia de todos sus conceptos propios) se presenta también como una premisa necesaria de todo el restante trabajo de generalización dialéctica de la historia de cualquier otra ciencia, de la historia de todas las otras esferas del saber. Por eso la historia de la filosofía figura también en primer lugar en la lista de aquellas esferas del saber, que solo como resultado de la investigación (de la “elaboración dialéctica”) de las cuales puede ser fundada la teoría materialista de la dialéctica, entendida como teoría del conocimiento y como lógica del desarrollo de toda la comprensión (científico-materialista) contemporánea.

Crudamente hablando, para extraer “generalizaciones filosóficas” de la historia de otras ciencias es necesario tener ya una seria instrucción filosófica especial, es decir, una comprensión crítica de la historia de su propia ciencia, tener en cuenta toda la experiencia  que tiene la filosofía en relación a esta ocupación: la de la “generalización filosófica”.

De lo contrario esto será no una “elaboración dialéctica” de la historia de otras ciencias, sino tan solo un relato acrítico de lo que se observa en la superficie del proceso histórico, de aquello que piensan y hablan de sí (o de su propia ciencia) los propios economistas, psicólogos y otros especialistas. Y el asunto no cambia un ápice por que este relato acrítico se produzca utilizando una terminología filosófica, se produzca con ayuda de los giros “filosóficos” del discurso. La simple traducción de las verdades de la física o la química desde el lenguaje de la física o la química al lenguaje “filosófico” estará muy lejos de ser aquella “generalización filosófica” de los logros de las otras esferas del saber, para la cual Lenin preparó a la filosofía.

Esto es solo una traducción de un “lenguaje” a otro “lenguaje”, no exigiendo del traductor alguna otra capacidad que no fuera el conocimiento de los dos “lenguajes”, de las dos series de términos.

El “lenguaje de la filosofía” se puede tomar fácil y rápidamente de un Diccionario filosófico. La comprensión de la filosofía, de sus problemas, de sus conceptos y de las vías de “elaboración filosófica” de la historia de otros campos del saber la atrapas así de fácil. Para esto se necesita estudiar no el diccionario, sino la historia real de la filosofía, incluida la historia de su correlación con otras esferas del saber. La humanidad hasta hoy no ha concebido otro método distinto del estudio de toda la filosofía anterior para el desarrollo de la capacidad de pensar dialécticamente, escribió Federico Engels cien años atrás. Esta situación se mantenía en tiempos de Lenin y se mantiene también en nuestros días con toda su fuerza. Por esta razón es que está la historia de la filosofía en el primer lugar de la lista de los campos del saber que es necesario investigar para crear al final la teoría de la dialéctica: la teoría del desarrollo en general, de la Lógica con mayúscula.


Lamentablemente, hasta hoy los trabajos sobre historia de la dialéctica que se tienen no se acercan ni remotamente al nivel que se exige para el cumplimiento de la tarea establecida por Lenin. La historia de la dialéctica debe ser la historia (precisamente la historia, en el sentido estricto de esta palabra) de todos los conceptos fundamentales de esta ciencia, de las categorías lógicas. Y esta historia es de por sí profundamente dialéctica, la historia de la dialéctica es también la más evidente demostración de la propia dialéctica, y precisamente en su forma lógica descarnada. Así –privada de detalles innecesarios y de casualidades– es que debe presentarse la historia de la filosofía. En ella debe destacarse, iluminarse, pasarse a primer plano las líneas fundamentales del desarrollo (los hilos entreverados que atraviesan los siglos y milenios hasta nuestros días, rompiéndose a veces, pero uniéndose de nuevo, si es que ellos pertenecen en realidad a la esencia de la cuestión, a la solución de aquella tarea en pos de la cual los hombres alguna vez encontraron la filosofía. ¿Qué tipo de tarea es esta? Esto también lo puede responder solo la historia de la filosofía (y solo ella).

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