Las Condiciones de la Clase
Trabajadora en China
(Tercera y Última Parte)
Robert Weil
HAY OTRAS SEÑALES igualmente significativas de
este creciente resurgir de la izquierda y de la expansión de sus nexos con la
lucha de la clase trabajadora.
En 1999 estuvimos con
estudiantes de la Universidad de Qinghua, en Pekín —a menudo considerada como
el MIT de China****— que formaban parte de un pequeño grupo de estudios
marxistas, uno de los pocos que habían surgido recientemente, en especial en
las universidades más de élite. Hice la observación entonces que, para ser
eficaces, tendrían que encontrar una manera de trascender sus campus y conectar
con las clases trabajadoras, algo que el movimiento estudiantil de Tiananmen de
1989 no había conseguido. En esa lucha, aunque más tarde se unieron muchos
trabajadores, al menos de Pekín —que recibieron a su vez los embates de una violencia
y una represión asesinas que acabaron con ella—, el abismo entre los
estudiantes y las clases trabajadoras estaba fundamentalmente sin zanjar.
En Changchun, en el nordeste,
por ejemplo, donde tuvo lugar una versión reducida del mismo movimiento, los
trabajadores de la gran planta de First Auto se negaron a unirse a los
estudiantes que se declararon en huelga en las universidades, amarga
experiencia que había dejado a los estudiantes expuestos a una durísima represión
y los había llevado a reevaluar su aislamiento respecto de las clases
trabajadoras. Al final, como tan a menudo ha sucedido en la historia china, el
que aplastó el movimiento en Tiananmen, tras la negativa de los regimientos
estacionados en las cercanías de Pekín, fue un ejército formado ampliamente por
campesinos. Las lecciones de esa época no fueron desaprovechadas por la actual
generación de estudiantes de izquierda, y en el verano de 2004 el cambio no
pudo haber sido más impresionante. Hoy, los estudiantes activistas dejan los
campus universitarios en cantidades significativas para tomar contacto con las
clases trabajadoras, estudiar sus condiciones, ofrecerles apoyo legal y
material y volver a sus aulas con informes de lo que sucede en las fábricas y
las granjas.
Un veterano guardia rojo de
la Revolución Cultural, que sigue siendo un organizador decisivo de la
izquierda en Zhengzhou, explicó el gran cambio que se ha producido en la
relación entre obreros y estudiantes. Ya en 2000, los estudiantes del grupo de
estudios marxistas de la Universidad de Pekín, la principal institución de
estudios superiores del país, empezaron a visitar fábricas en esa ciudad. A
partir de 2001 y hasta el presente, todos los años llegaban grupos de
estudiantes de la Universidad de Qinghua.
En 2004 fueron a Zhengzhou
unos ochenta estudiantes procedentes de otro campus importante de Pekín. Las
autoridades nacionales temen el crecimiento de estos contactos e intentan
desalentarlos. En contraste con la gratuidad de los viajes en tren y otros
estímulos que se ofrecían durante la Revolución Cultural a los estudiantes que
deseaban recorrer el país, hoy el gobierno procura detener ese flujo,
rehusándose incluso a vender billetes a las delegaciones de estudiantes, o
negándoles el derecho a apearse en Zhengzhou. No obstante, siguen llegando. Van
a las fábricas y algunos incluso vivieron en ellas durante las primeras fases
de la lucha en esa ciudad, para tratar de ayudar a detener los cierres de
plantas. Una vez iniciado en Zhengzhou, ese movimiento se extendió al nordeste,
así como a otras regiones del país. También llega a las zonas rurales, donde
los estudiantes van a las aldeas para realizar actividades similares, llevar
material, establecer contactos, ofrecer apoyo legal y, en general, romper el
aislamiento que sienten muchos activistas campesinos. Hoy, en la Universidad de
Pekín, y muchas otras instituciones de educación superior, se ha creado
específicamente con ese fin una organización llamada Hijos de los Campesinos,
que, pese a su nombre, incluye igualmente muchas «hijas».***** Un activista de izquierda
con quien habíamos estado en 1999 y que en aquel momento parecía ser prácticamente
el único que investigaba las condiciones de la clase trabajadora y estimulaba a
otros a hacerlo, explicó que en 2004 los estudiantes parecían muy motivados por
sí mismos y no necesitaban el liderazgo de otros como él. Ahora son ellos
quienes toman la iniciativa.
Este movimiento se ve al
mismo tiempo impulsado y facilitado por los cambios en la constitución y las
condiciones del propio cuerpo estudiantil universitario. Con el triple de
matriculados universitarios que en 1999, hay más estudiantes que proceden de
familias de clase trabajadora y muchos de ellos afrontan dificultades cada vez
mayores para financiar sus estudios y, una vez graduados, para encontrar
trabajo. El resultado es la expansión de la base social para la creación de
empatía y unidad de muchos estudiantes universitarios con trabajadores y
campesinos. Las universidades chinas son menos reductos de privilegiados y
tienen un carácter más masivo que en los años iniciales de la reforma, cuando,
como reacción a la Revolución Cultural, Deng Xiaoping cargó el acento sobre el
ser «experto» en lugar de «rojo» y reforzó el retorno a requisitos de ingreso
más exclusivos. El resultado es que hoy los estudiantes de izquierda están
cubriendo el hueco entre los intelectuales de élite y los que luchan en las
fábricas y las granjas, de quienes hoy son muchas veces parientes, o al menos
pertenecientes a las mismas clases de las que ellos son originarios. En algunos
aspectos, por tanto, el escenario actual en China no se asemeja a nada más que
al de los primeros días de la Revolución Rusa, cuando Lenin conducía a los
estudiantes marxistas a los distritos fabriles para conectar con los obreros.
La diferencia decisiva está en que ahora, por supuesto, no es sólo que muchos estudiantes
provengan de familias de trabajadores y de campesinos, sino que los jóvenes
izquierdistas chinos, incluso cuando buscan a tientas una nueva relación con
las clases trabajadoras, tienen a sus espaldas cincuenta años de experiencia
socialista revolucionaria bajo el liderazgo de Mao sobre la cual construir. Los
conceptos, las políticas y las relaciones de esa época no pueden —y no
deberían— aplicarse sin modificación alguna a la situación diferente de hoy en
día. Pero siguen siendo una inmensa reserva de ideas y prácticas revolucionarias
en las que la izquierda puede inspirarse a la hora de abordar las condiciones
de las clases trabajadoras ante las reformas capitalistas y el actual escenario
de mercantilización global. Lejos de ser nuevas, las ideas de izquierda están
ya profundamente arraigadas entre los trabajadores y los campesinos.
No obstante, sería un grave
error exagerar esas tendencias. La izquierda china como fuerza reconocible es
todavía pequeña, marginal y está dividida —como las propias clases
trabajadoras— en muchos grupos y facciones.
Lo mismo que ocurre con la
izquierda en todo el mundo, ha tenido que hacer frente al desmoronamiento del
mundo que había conocido y está tratando de encontrar nuevas sendas a seguir
sin un equipo único de conceptos unificadores en torno al cual organizarse y
movilizar a las clases trabajadoras.
En gran medida, la vanguardia
de hoy en China son los propios trabajadores y los campesinos, que libran lo
que por momentos son grandes batallas. Aunque en general están dirigidos por
izquierdistas de sus propias filas, hasta ahora es muy escaso, si es que
existe, un movimiento organizado de la izquierda en su conjunto. Nuevas
ideologías en competencia —que incluyen conceptos reformistas liberales y
socialdemócratas— plantean también un desafío a la izquierda. En un desarrollo
que evoca la situación de los Estados Unidos, hasta el término «clase» se
utiliza menos en la actualidad, para hablar en cambio de «grupos sociales
débiles» en el mercado, mientras que el concepto de explotación se usa explícitamente
con menos frecuencia. Estas tendencias se ven reforzadas por el estilo de vida
de muchos profesionales urbanos, sea cual fuere su posición política. Algunos
intelectuales, incluidos los que se consideran izquierdistas, ganan mucho
dinero en las ciudades y carecen en general de cualquier tipo de vínculos con
las clases trabajadoras, cuyas condiciones pueden parecerles cada vez más
distantes en comparación con sus propias experiencias.
Los que intentan tomar
posiciones públicas o traducir sus ideas en acción son ampliamente reprimidos,
aunque no se trata necesariamente de una cuestión de derecha o de izquierda.
Que el gobierno actúe depende más bien de cuánto se aparte uno del marco de
referencia aceptado. Incluso un organizador de inmigrantes que favorecía las
reformas y defendía la privatización de la tierra con el fin de convertir a los
campesinos en «ciudadanos» independientes, fue arrestado por tratar de realizar
un mitin en Pekín para promover los «derechos humanos». Cualquier intento
abiertamente organizado de poner fin al régimen unipartidario es una línea
imposible de cruzar, y cualquier cosa que parezca socavar el dominio del Estado
sobre todas las áreas de la actividad pública puede crear rápidamente problemas,
con independencia de su contenido político específico.
Sin embargo, para las
autoridades la izquierda constituye una amenaza especial, puesto que tiene el
potencial de dar más organización a la lucha de la clase obrera en rápida
expansión. Típico de esta actitud es el cierre del Sitio de Internet y las
Listas de Discusión de los Trabajadores de China.
A diferencia de la mayoría de
los otros foros de este tipo, éste era «el primer sitio de internet manejado
por la izquierda en China que permitía a los trabajadores y agricultores hablar
de sus luchas en defensa del socialismo en la China de hoy». En él los
intelectuales, incluidos los que formaban parte de las clases trabajadoras,
podían «participar en discusiones con los trabajadores sobre problemas de los
trabajadores»******. Este enlace representa una amenaza particular para los
dirigentes del Partido y el Estado, porque, como explicó uno de los miembros de
su colectivo editor en Pekín, «el gobierno no está haciendo socialismo». Sobre
esa base, «los trabajadores diferencian entre el Partido Comunista del período
maoísta y el de hoy». Desde el punto de vista de las clases trabajadoras, es
decisivo que sus voces se oigan. «Esto es lo que una democracia socialista
debería desear: que los trabajadores tengan el tipo de democracia que el capitalismo
no podría proporcionar». Pero el sitio de internet fue clausurado mediante la imposición
de un exorbitante arancel de registro, que los miembros de las clases
trabajadoras no podían permitirse pagar. Entre los trabajadores y los
campesinos, las crecientes filas de intelectuales, y también en la nueva clase
media, hay una amplísima demanda de mayor transparencia, tanto en el sistema
económico como en el político, y la reclamación de su derecho a una mayor
participación en las decisiones que los afectan. Aunque la «democracia»
electoral de estilo norteamericano todavía pueda carecer de amplio atractivo,
mucha gente habla ya abiertamente de derechos democráticos. Para algunos, la
meta principal es la libertad de expresión, mientras que para otros lo son los
partidos de oposición.
Muchos trabajadores hablan
hoy incluso de que «el sistema unipartidario no funciona». Se están realizando
foros, incluso en el seno del Partido, en busca de una manera de abrir más
espacio para el debate abierto, y las nacientes ONG de la «sociedad civil»
cubren una amplia gama de temas, como los relativos a los derechos de las
mujeres y al medio ambiente.
En consecuencia, son amplios
los sentimientos favorables a la democracia, y el gobierno sabe que no puede
reprimirlos. Lo que está tratando de hacer para responder a este desafío es
introducir el cambio en forma gradual.
Pero las políticas oficiales
de reformas en esta área —como elecciones en los gobiernos de aldeas—, pese a
una superficial democratización, suelen toparse con una actitud cínica por
parte de las clases trabajadoras, pues en gran parte sólo se las usa para
ratificar las designaciones que el Partido realiza desde arriba. En esto, lo
mismo que en tantas otras áreas, los recuerdos de la era socialista, y en especial
la participación, durante la Revolución Cultural, de los trabajadores y los
campesinos en el gobierno de sus fábricas y granjas, e incluso las
universidades y los gobiernos locales, continúa sirviendo de referencia y
contrasta fuertemente con la actual eliminación de todos esos derechos
políticos. Como dijo un trabajador, «las reformas democráticas, tal como el
gobierno las ha aplicado hasta ahora, atacan el corazón mismo de la revolución
de Mao y ponen patas arriba la vida de los trabajadores; son en realidad una
forma de venganza y represalia de que se hace objeto a la clase obrera».
La clave de un enfoque
aceptable de la reforma política, por tanto, estará en encontrar, una vez más,
una manera de reunir el concepto izquierdista de control obrero y campesino y
el de democracia participativa, que hoy forma parte de la agenda progresista
global. Esta búsqueda ya ha comenzado.
En la carta de 2004 a Hu
Jintao que redactaron los veteranos de la revolución, una de las principales
exigencias era revitalizar las luchas de masas desde abajo como medio de
controlar el abuso de poder y dar a las clases trabajadoras mismas un papel
directo en las funciones del Partido y del Estado, como parte de un sistema
democrático. Pero los obstáculos para la construcción de un movimiento unitario
y la realización de esos cambios revolucionarios son tan desalentadores en
China como en cualquier otro lugar del mundo. Los trabajadores y los campesinos
más viejos creen que, a pesar del legado recibido del pasado, si no se alcanza
pronto un mayor nivel en la lucha por el socialismo, el recuerdo de la era de
la revolución morirá, y los miembros de la generación más joven no conocerán ni
perseguirán otra cosa que el deseo de enriquecerse y sumarse a la cultura
consumista. En ese caso, tendrán que empezar otra vez desde el principio, por
así decirlo, si es que alguna vez se deciden a afrontar la necesidad de un
cambio fundamental.
Pero los chinos tienen la
ventaja de haber estado allí, de haberlo hecho antes. Por lejana que la perspectiva
pueda parecer a veces, China todavía tiene la posibilidad de una vía rápida a
la renovada revolución socialista, un desarrollo que volvería a sacudir el
mundo. Es claro que sólo se trata de una entre las muchas situaciones posibles
en China en el futuro próximo.
La complejidad y la
polarización de su estructura de clases están empujando a la sociedad china en
direcciones contradictorias. Esto es evidente en los recientes desarrollos,
tanto de las condiciones de las clases trabajadoras como de la respuesta del
Partido y del Estado a los nuevos desafíos. En un intento de prevenir la
agitación en el campo, los dos máximos líderes, Hu Jintao y Wen Jiabao, han
introducido una serie de cambios en la política rural, de tangibles efectos
dramáticos. Uno de esos cambios consistió en la eliminación del impuesto
agrícola a los campesinos, así como la de la mayoría de las tasas locales
—muchas de ellas, ilegales— que habían sido una fuente importante de protestas.
También hay planes de aumento de la inversión en las áreas rurales, incluso en
fábricas de ciudades pequeñas y aldeas, y especialmente en educación y atención
médica, así como en restauración medioambiental. Junto con la fijación de un
precio más favorable para los bienes agrícolas, estos ajustes han aliviado
significativamente la presión económica sobre muchas familias campesinas. Hay
incluso conversaciones oficiales de las Nuevas Aldeas Socialistas, aunque el
sentido de este término no está claro hasta ahora y puede que se trate
simplemente de un intento de poner a las políticas ya en ejecución una etiqueta
nominalmente más izquierdista. La profundidad de las reformas dentro de las
reformas que se han anunciado está por ver, sobre todo dado el récord de
incumplimientos en el nivel local —factor endémico de la gobernanza china— y la
venta incesante de tierra campesina para negocios inmobiliarios por parte de
funcionarios corruptos, que en muchas zonas continúa con idéntica intensidad.
Sin embargo, hay un impacto que ya se advierte muy claramente. En una asombrosa
inversión de la situación, hace tan sólo unos tres años, aproximadamente, las
zonas exportadoras de las regiones costeras están experimentando una creciente escasez
de trabajadores, pues los inmigrantes están regresando en grandes cantidades a
sus aldeas o, por lo menos, a ciudades del interior, no tan lejos de su casa,
en parte para aprovechar la mejora de las condiciones en éstas, y en parte como
en señal de creciente rechazo de la dura explotación de las fábricas de la
costa. Esta inversión del proceso migratorio es un reflejo de la mayor
conciencia, resistencia y auto organización de los inmigrantes, muchos de los
cuales son ahora veteranos experimentados y no seguirán aceptando las
condiciones que los sedujeron en sus años juveniles. Incluso está empezando a
agotarse la corriente de jóvenes trabajadores inmigrantes y sobre todo de
campesinas pobres, que era lo que las fábricas preferían y que debían afrontar
las más extremas condiciones de explotación.
Aunque esto ha tenido el
efecto positivo de forzar a las industrias de exportación a elevar los salarios
y los subsidios en un esfuerzo por continuar atrayendo un volumen suficiente de
fuerza de trabajo, también hay ya señales de que los empleadores están
apretando el acelerador a fondo con el desplazamiento de sus fábricas a países
de costes más bajos aún, como Vietnam, India y Bangladesh. En consecuencia,
dada la naturaleza del mercado capitalista global al que China está cada vez
más ligada, la revisión del actual sistema no tiene una solución simple. Aunque
el mercado interno está creciendo, cualquier caída importante en la
competitividad global y una consecuente ralentización económica, que es
precisamente el gran temor que obsesiona a la dirección china, no sólo
socavaría rápidamente la capacidad para producir las revisiones políticas que
Hu y Wen están intentando, entre ellas un nuevo énfasis en la «equidad social»,
sino que también amenazaría con desórdenes en gran escala.
La incapacidad de la
mercantilización capitalista para resolver tales contradicciones continúa dando
nueva fuerza a la izquierda. Un notable ejemplo de esta creciente influencia se
hizo evidente en marzo de 2006:
[P]or primer vez quizá en una década el Congreso Nacional Popular
(el Parlamento regido por el Partido Comunista) [estuvo] dominado íntegramente
por un debate ideológico sobre socialismo y capitalismo que muchos suponían
enterrado desde hacía mucho tiempo por la prolongada racha de crecimiento
económico.
El debate obligó al gobierno a archivar un
borrador de ley que protegía los derechos de propiedad —y que, se esperaba,
pasaría sin dificultad el trámite formal— y puso de relieve la influencia
renaciente de un grupo pequeño, pero vociferante, de estudiosos y consejeros
políticos de tendencia socialista. Estos anticuados pensadores izquierdistas
utilizaron la creciente brecha en los ingresos en China y el aumento de la
inquietud social para sembrar dudas acerca de lo que consideran apresurada búsqueda
nacional de la riqueza privada y del desarrollo económico impulsado por el
mercado… Quienes subestimaron este ataque como un retroceso a una época anterior
infravaloraron la persistente atracción de las ideas socialistas en un país en que
las flagrantes disparidades entre ricos y pobres, la corrupción rampante, los abusos
laborales y la toma de tierras ofrecen un diario recordatorio de todo lo que China
se ha desviado de su ideología oficial (New York Times, 12 de marzo de 2006).
Aunque, a largo plazo, el
proyecto de ley sobre la propiedad probablemente termine por ser aprobado de
una u otra manera, al menos por ahora tendrán que retirarse las intenciones de
«permitir un papel mayor al mercado en educación y atención médica», así como a
los llamamientos todavía más radicales a favor de la privatización de la
tierra.
Hasta los máximos líderes se
han sentido obligados, una vez más, a volver, siquiera sea superficialmente, a
la senda del socialismo, que sigue siendo la base teórica del gobierno y del
Partido Comunista, no obstante sus prácticas capitalistas:
Desde su acceso al poder en
2002, el señor Hu también ha tratado de establecer sus credenciales
izquierdistas, ensalzando el marxismo, alabando a Mao y financiando una
investigación que haga de la ideología socialista, oficial, pero a menudo
ignorada, algo más pertinente a los tiempos que corren. (New York Times, 12 de marzo de 2006).
Se han resucitado incluso los
métodos de la era de Mao en un esfuerzo por restaurar la menguante legitimad
del Partido, al que la opinión general considera profundamente corrupto:
Al igual que una gigantesca
compañía preocupada por el desorden organizativo y una imagen pública en
bancarrota, el partido Comunista chino está tratando de reconvertirse en una
máquina eficiente y moderna. Pero para eso ha elegido uno de sus instrumentos políticos
más antiguos: una campaña ideológica al estilo de Mao, completada con los
necesarios grupos de estudio.
Durante más de catorce meses,
los setenta millones de miembros rasos del partido recibieron la orden de leer
discursos de Mao y Deng Xiaoping, así como ese soporífero tratado de más de
17.000 palabras que es la Constitución del Partido. Los mítines obligatorios
incluían sesiones en las que los cuadros debían ofrecer autocríticas y también
criticar a todos los demás. (New York Times, 9 de marzo de 2006).
Tomada en serio por algunos
como un esfuerzo de reforma y ridiculizada por otros, puede que la campaña sea
menos importante por su impacto directo que por la admisión implícita de que el
Partido se había alejado demasiado de su papel «al servicio del pueblo», al que
Mao lo había convocado, y no digamos de sus metas revolucionarias originales.
Hay pocos, si acaso alguno, que esperan que Hu y Wen dirijan un resurgimiento
de la revolución socialista, o ni siquiera que lleven a cabo radicales desviaciones
de la senda capitalista con la que el Partido y el Estado estuvieron
comprometidos durante treinta años y a la que tan fuertemente atadas están hoy en
día las fuerzas económicas. Pero la promoción oficial de conceptos socialistas
y el estudio de Mao tienen que abrir forzosamente más espacio para un
renacimiento de la izquierda que aborde una crisis que no hace más que
agravarse. Invirtiendo una cierta tendencia a la insularidad y el aislamiento
de los recientes foros globales, hay también un conocimiento cada vez mayor de
las luchas de las fuerzas de izquierda de todo el mundo y lazos más estrechos
con ellas, a pesar de los intentos gubernamentales por limitarlos mediante las
redes de comunicación y organización global, nuevas y en rápida expansión.
El empeoramiento de las
condiciones de las clases trabajadoras está empujando rápidamente a éstas en
una dirección más radical y militante.
No sólo en las filas de
trabajadores y campesinos, sino también entre muchos intelectuales e incluso
algunos sectores, al menos, de la nueva y más amplia clase media, hay una
comprensión cada vez mayor y más profunda de que el capitalismo global no tiene
respuesta para su situación y que el socialismo revolucionario que construyeron
bajo Mao ofrece como mínimo el esbozo de otra manera de salir hoy adelante. En
las fábricas y en las granjas, los obreros y los campesinos de China no sólo
resisten las nuevas formas de explotación capitalista, sino que tienen
recuerdos de otro mundo que ya saben que es posible. Por su vida durante la era
socialista antes de las reformas, son conscientes de que existen alternativas
viables al ascenso incontrolado del capitalismo global.
A pesar de este legado, no es
posible ni deseable ningún retorno simplista al pasado. Demasiadas cosas han
cambiado y demasiados genios se han dejado salir de la botella como para volver
simplemente a meterlos en ella. Habrá que reexaminar los fracasos y los errores
del pasado, así como los éxitos y las victorias, y habrá que encontrar nuevas
maneras de superar las limitaciones de la primera era del socialismo, en China
así como en otros lugares. No es fácil predecir qué dirección adoptará la lucha
en el futuro. Pero mientras avancen, es posible que las clases trabajadoras
también miren hacia atrás para volver a encontrar su propia vía hacia una nueva
sociedad socialista, que combine sus luchas históricas y actuales con el
movimiento global de hoy en día y produzca otra vez una transformación revolucionaria.
_______________
****Por el
Massachussetts Institute of Technology, en Boston (EEUU), donde enseña entre
otros Noam Chomsky. [T.]
*****Esta
aclaración tiene sentido en inglés porque Sons (Hijos) es una voz
exclusivamente masculina. [T.]
******Stephen Philion, «An
Interview with Yan Yuanzhan», MRZine, http://mrzine.monthlyreview.
org/philion130306.html.
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