El Poder Blando Palestino
CUALQUIERA QUE SIGA las grandes transformaciones que se están produciendo en las relaciones internacionales y en el equilibrio de poder entre las grandes potencias, se da cuenta de que el mundo se está reposicionando sobre teorías de la guerra y de acuerdo a creadores de estrategias. Los argumentos del difunto pensador estadounidense Joseph Nye, creador de la teoría del “poder blando”, parecen enfrentarse a una dura prueba en un momento en que los valores liberales están quedando al descubierto y con un declive de los sistemas éticos de la diplomacia occidental. En el centro de esta escena se encuentra la causa palestina, que no solo es víctima de armas o de decisiones políticas, sino que más bien es víctima de una traición global a los conceptos más básicos de justicia humana.
Nye ha advertido durante mucho tiempo contra la reducción del poder democrático que se podía producir, la coacción y el dominio militar. Creía que la influencia global no se lograba solo con armas, sino con la capacidad de persuadir, inspirar y producir significado. Su denominado poder blando se consigue siendo amado, no temido. Pero cuando analizamos lo que queda del poder blando del imperio en su posición sobre Palestina, solo quedan las cenizas del discurso y el escándalo del silencio.
Nye escribió en el apogeo de la era Trump que el magnate inmobiliario había reducido su poder de los acuerdos a la coacción, ignorando los elementos del atractivo estadounidense que lo convertían en una presencia global relevante. No obstante, la realidad es que el colapso no comenzó con Trump y no terminará con su salida. La posición estadounidense sobre la actual agresión israelí, las masacres en Gaza, el asedio, el hambre y el desplazamiento ha revelado que el poder blando siempre ha sido una herramienta brillante para embellecer la parte oscura y fea del imperio. El apoyo ciego a la ocupación, el veto permanente a cualquier condena en el Consejo de Seguridad, y miles de millones de armas empapadas en la sangre de niños palestinos, han destapado la falacia de la moralidad del orden global.
Palestina no es solo una cuestión de liberación nacional, es mucho más que eso; es un espejo de los males del mundo, de la doble moral, del pisoteo del derecho internacional y de la conversión de la víctima en verdugo, convirtiéndola en un “escándalo moral”. ¿Es razonable justificar como “autodefensa” el asesinato de 54.510 civiles, entre ellos 19.000 niños y niñas? ¿Es razonable impedir la entrada de alimentos y medicinas a Gaza para dos millones de personas desesperadas y hambrientas y luego pedir al mundo que permanezca en silencio con respeto al “derecho de ocupación”? El poder blando del imperio se ha suicidado a las puertas de Gaza.
Con este estrepitoso colapso de la moralidad oficial, surgió otra batalla no menos feroz, la batalla de la narrativa. Israel no solo ocupaba la tierra, también monopolizaba la narrativa. En la última década, con el auge de las redes sociales, los palestinos han comenzado a afirmar su derecho a expresarse. La cuestión ya no se limita a declaraciones facciosas o a discursos oficiales, sino que se ha convertido en historias cotidianas contadas desde debajo de los escombros, de las salas de cuidados intensivos y de las tumbas.
Esta narrativa palestina, en la que participan periodistas, artistas, presos y civiles víctimas de este despropósito, se ha convertido en una forma de resistencia donde se encuentran las semillas de un “poder blando palestino” que está creciendo silenciosamente, pero que está sacudiendo la imagen de Israel a nivel global. El aumento de las campañas de boicot, las protestas en las universidades occidentales y el crecimiento de voces judías que rechazan la ocupación, lo ponen en evidencia.
Palestina no tiene un arsenal militar ni una red internacional influyente, pero tiene a su favor la verdad. Quien posee la verdad puede crear un impacto que trasciende fronteras. El poder blando no se crea espontáneamente, sino mediante la determinación y la voluntad.
Joseph Nye escribió que el mundo nunca es el mismo después de las grandes crisis. Si la Segunda Guerra Mundial produjo el “New Deal”, la actual guerra de exterminio en Gaza podría producir los alineamientos de un nuevo orden mundial si el pueblo tiene voluntad y consigue imponer su narrativa. Hoy nos encontramos ante un momento histórico para imponer nuestra narrativa y escribir nuestra historia por nosotros mismos no dejar los demás que la escriban.
Palestina, a pesar de la sangre, tiene lo que Israel no tiene:
legitimidad, derechos y conciencia humana. Y esto, en un mundo turbulento, es
el verdadero poder blando, nuestra fuerza esta en nuestra debilidad.
(*) Embajador del
Estado de Palestina en Bolivia.
El Discurso de las Puertas del Infierno
Mahmoud Elalwani(*)
HACE SEIS MESES se amenazó con que las “puertas del infierno” se abrirían sobre Gaza si no se rendía, pero esta profecía no se cumplió a pesar de que la brutalidad colonial en la Franja de Gaza superó sus crímenes en Hiroshima y Nagasaki. De hecho, ocurrió exactamente lo contrario, las puertas del infierno se abrieron desde Gaza a todo el orden global y a la imagen de Occidente, cuyo colapso moral fue presenciado por todos los pueblos del mundo tras las masacres en escuelas y hospitales, la hambruna masiva y la complicidad internacional. Gaza ha sufrido el genocidio, la destrucción, el hambre, la sed y, consecuentemente, la propagación de la ira popular global. Occidente se ha visto obligado a retroceder moralmente en varios ámbitos.
Ahora frente a Irán se repite la misma retórica racista, una demostración de superioridad militar y un intento de disuasión nuclear como si nada hubiera cambiado, como si la lección de Gaza no se hubiera aprendido. Irán no es como el enclave asediado como Gaza que es infinitamente pequeño en geografía y demografía que se resiste a la subyugación desarmado. Irán es un Estado soberano con múltiples herramientas de disuasión que goza de una amplia y sólida base popular. La repetición de la retórica de las “puertas del infierno”, la advertencia al pueblo de Teherán y el llamamiento a que 17 millones de personas abandonen el país inmediatamente, al igual que hace seis meses demandaron que 2,3 millones de palestinos evacuaran la Franja de Gaza, no es un signo de fuerza, sino más bien un signo del fracaso estratégico del poder dominante que sigue negando la nueva realidad y que se muestra incapaz de producir un enfoque que vaya más allá de la lógica de la subyugación por la fuerza.
¿No se dan cuenta de que los pueblos de la región y del mundo son plenamente conscientes de la fragilidad de la disuasión occidental? ¿No ven que la firmeza de Gaza y su negativa a rendirse, a pesar de 622 días de genocidio, hambruna, destrucción y desplazamiento, ha transformado la ecuación del miedo? ¿No son conscientes de que la disuasión basada en el terror ha perdido su eficacia?
En una escena que transciende de todos los límites de la decadencia política y moral, el Gobierno israelí, que asesina niños, mujeres y ancianos, y destruye de hospitales, escuelas, universidades, lugares de culto y monumentos históricos en Palestina, se atreve a gritar que un misil que cae cerca del hospital Soroka en el Néguev, situado junto a una instalación militar israelí, es un “crimen contra la humanidad y un crimen de guerra”. En un momento de dolorosa contradicción, Israel se apresuró a presentarse como la víctima, movilizando la maquinaria política y mediática mundial. ¿No es esto lo que Israel ha hecho repetidamente en Gaza? ¡Y aún más! ¿se miraría siquiera Israel al espejo? ¿Ha olvidado que bombardeó más de 30 hospitales e instalaciones médicas en Gaza en tan solo unos meses? Ha olvidado que sitió por completo hospitales, los privó de combustible, electricidad y agua, e incluso los atacó con misiles y tanques, sabiendo perfectamente quiénes estaban dentro: el personal médico, los heridos indefensos, los niños, y las mujeres que buscaban esperanza. ¿Quiénes son los que mataron a médicos y pacientes? ¿Quiénes son los que convirtieron los pasillos en fosas comunes? ¿O puede la sangre de inocentes en Gaza convertirse en un mero “daño colateral”?
La pregunta más importante es: ¿Cómo abordarán este incidente el mundo occidental, el Consejo de Seguridad y las Naciones Unidas? ¿Emitirán declaraciones de condena? ¿Veremos conferencias urgentes, posturas firmes, sanciones y amenazas? ¿O la voz de la víctima solo se alzará si es “israelí” y se apagará si es un palestino que yace bajo los escombros?
¿Qué terrible esquizofrenia es esta? Resulta ridículo ver al verdugo gritando por un rasguño, mientras miles de sus víctimas están enterradas bajo los escombros en Gaza. Con esta acusación, Israel pretende transformarse en víctima, pero los pueblos del mundo han visto y constatado su verdadera cara de verdugo.
La escena de la niña en Gaza es la que moldeó la nueva conciencia global y redefinió el crimen y la justicia en la conciencia de los pueblos, no la bomba inteligente. Las masacres condenan a los verdugos. El “poder silencioso” promovido por Occidente durante décadas se ha convertido en “brutalidad manifiesta” que acelera el debilitamiento de su legitimidad.
El panorama internacional ha cambiado por completo. Ya no es posible
gobernar el mundo con las mismas herramientas de la hegemonía imperial. Hay
nuevas fuerzas, transformaciones populares y brechas cada vez mayores dentro de
las fuerzas imperiales. Las amenazas ya no tienen un efecto político, sino que
presagian consecuencias peligrosas.
Gaza le ha quitado al mundo la máscara de “fuerza moral” y ha expuesto la fragilidad de la disuasión militar ante una voluntad indomable. El discurso imperial, desde Gaza hasta Teherán, pasando por Beirut, Damasco, Bagdad y Yemen, reitera la impotencia de su lenguaje amenazante y replantea una pregunta fundamental: ¿Quién establece los estándares de justicia?
Este momento de revelación, aunque aterrador, puede ser el comienzo de
la liberación del mundo del manto de la falsa superioridad y el
establecimiento de una nueva era en la que la legitimidad no se mida por la
fuerza sino por la verdad, la justicia y la dignidad. Esta no es una guerra
contra la memoria, sino contra la justicia. No se trata solo de atacar un
hospital, sino de una duplicidad que sigue carcomiendo la conciencia global. La
justicia es indivisible. Los hospitales no son un campo de batalla. Quienes
están acostumbrados a demolerlos no tienen derecho a exigir compasión. Cuando
la visión se ciega, poco se puede hacer.
(*) Embajador del Estado de Palestina en Bolivia.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.