Concepto
de Verdad
A.
Vostrikov
TODOS LOS MEDIOS,
procedimientos y métodos del conocimiento que hemos estudiado se hallan
subordinados a una sola tarea general que es la obtención de la verdad. Por eso
es natural que la cuestión de la verdad ocupe un lugar central en la teoría del
conocimiento del materialismo dialéctico. Es conocida asimismo la enorme
atención que a este asunto dedicó Lenin, en cuyas obras dicho tema adquirió una
profunda y multifacética elaboración.
En
nuestra literatura filosófica ha logrado un reconocimiento casi general la
definición de la verdad como una correspondencia de los conocimientos con la
realidad objetiva. Aunque tal definición es demasiado apretada, y en cierto modo
puede considerarse como tautológica, en lo fundamental aprehende lo principal
del asunto. Desde luego, puede darse también una definición más amplia de
verdad que comprenda toda una serie de otros de sus rasgos, como por ejemplo el
momento de su historicidad o el incremento de la correspondencia del
conocimiento con la realidad, y algunos más. Por más amplias que sean las
definiciones de verdad que elaboremos, la esencia o el núcleo de todas ellas
será “la correspondencia de los conocimientos a la realidad objetiva”, la cual
se refleja en nuestras representaciones y conceptos. El concepto de verdad como
correspondencia de los conocimientos con el mundo objetivo expresa en forma
generalizada la dirección fundamental de cada ciencia, cual es la de obtener imágenes
y conceptos de la realidad que correspondan a ella y que en cierto grado y
relación coincidan con la índole objetiva de las cosas y procesos.
En
la literatura filosófica marxista se pueden encontrar otros tipos de
definiciones de la verdad, diferentes a la que hemos aludido. Queremos señalar
una de ellas: la suministra Thódor Pávlov en su conocida y densa obra “La
teoría del reflejo”. “La verdad -escribe- es la forma superior del
reflejo subjetivo de la realidad objetiva en la conciencia humana”1.
El autor mismo considera esta definición como la más general. Y ello es así en
verdad. En la definición de Thódor Pávlov no queda incluido ninguno de los
rasgos que caracterizan la verdad e incluso, a nuestro juicio, tampoco figura
el elemento fundamental o sea la correspondencia de los conocimientos con la
realidad objetiva. Es necesario anotar que la definición que de verdad nos
presenta Pávlov emana de todo el contenido de la teoría marxista-leninista del
reflejo y expresa en última instancia, como él mismo dice, la profunda esencia
gnoseológica de toda verdad determinada y concreta. En dicha definición, como
puede verse en todo el análisis del problema de la verdad, se entiende de suyo
que “la forma superior” de reflejo corresponde al mundo objetivo reflejado.
Pero
pese a todos sus méritos, principalmente en el campo lógico, la definición de
verdad que trae T. Pávlov puede originar la incorrecta comprensión de que la
verdad, definida como “forma superior del reflejo subjetivo” de la realidad, no
dice relación a las demás formas del conocimiento (a la sensación, la
percepción, la representación, el concepto, etc.) sino que se coloca como algo
especial, diferente, como una forma de conocimiento superior a ellas.
Entretanto, la definición de verdad que hemos mencionado nos libera de la
posibilidad de una interpretación contraria a la verdad. Expresa el contenido
común a las todas las formas del reflejo, o sea que cada una de estas formas
corresponde en una medida u otra a la naturaleza objetiva de las cosas y procesos.
En otras palabras, esta definición de la verdad es un reflejo generalizado de
lo común que está contenido en cada una de las formas del conocimiento y en
cada tesis científica. En efecto, si tomamos cualquier postulado de la ciencia,
su veracidad y, en consecuencia, su carácter científico, está determinado por
el grado de correspondencia con el objeto reflejado en ella, por la medida en
que sea su reflejo veraz y adecuado.
La
definición general de verdad como correspondencia del conocimiento con la
realidad objetiva se desprende directamente de la esencia de la teoría
marxista-leninista del conocimiento. Este es el proceso de reflejo del mundo
objetivo en las sensaciones, percepciones, representaciones, conceptos, juicios
y deducciones del hombre. Todas las formas del reflejo o del conocimiento nos
pueden dar y nos dan nociones que corresponden a la naturaleza misma de las
cosas y los fenómenos. O sea que pueden ser verdaderas no solo las formas del
conocimiento racional o teórico, sino también las sensoriales. Esto debe ser
necesariamente subrayado, puesto que en lo concerniente a la verdad todavía se
encuentran en la literatura marxista afirmaciones equivocadas en el sentido de
que solo una forma del conocimiento, el juicio, está dotada de verdad. Así por
ejemplo, Adam Schaff, al defender esta falsa tesis, declara que “la veracidad,
en el sentido exacto de la palabra, pertenece exclusivamente a los juicios…”2.
En lo que atañe a las sensaciones, percepciones, representaciones, incluso
conceptos, según dicho autor, nada tienen que ver con la noción de verdad.
Al
pronunciarse a favor de su tesis de que la verdad es una propiedad exclusiva de
los juicios, Schaff se esfuerza por interpretar al revés el pensamiento de
Engels y Lenin, expresado con gran claridad y precisión, en torno a la
veracidad de las percepciones, representaciones y conceptos. Cuando los
clásicos del marxismo-leninismo definían las representaciones o los conceptos
como verdaderos o falsos, dice Schaff, los entendían como un juicio, los
tomaron no “en el sentido estrecho, sino en el más amplio de la palabra, que
coincide con el conocimiento en forma de pensamiento, con el juicio. En este
orden de ideas pueden ser, claro está, verdaderos o falsos”3. En
cuanto a la veracidad de las percepciones, los clásicos del marxismo-leninismo
hablaban al respecto, según el autor en cuestión, en el sentido de que las
percepciones sensoriales permiten integrar un juicio verdadero. En una palabra,
en sentir de Schaff, resulta que donde Engels y Lenin hablan de la veracidad de
otras formas del conocimiento, fuera de los juicios, tales autores se refieren
solo a éstos. El autor necesitaba este comentario puramente subjetivista de las
tesis de los clásicos del marxismo-leninismo para defender su afirmación errada
de que solo el juicio tiene verdad.
Esta
aseveración de Shaff, a pesar de todas las salvedades y explicaciones, riñe
completamente con las tesis de Lenin sobre la veracidad de todas las formas del
conocimiento. En primer lugar, ni Engels ni Lenin confundieron nunca en ningún
sentido las representaciones y conceptos, con los juicios. Al indicar el nexo
dialéctico entre las formas del conocimiento, definieron con nitidez las
peculiaridades cualitativas de cada una de ellas. En segundo término, Lenin, al
igual que Engels, dice con claridad que cada una de las formas del conocimiento
nos puede dar y nos da la verdad. “La sensación -dice Lenin- descubre al hombre
la verdad objetiva”4.
Las
sensaciones, así como las percepciones y las representaciones, siendo imágenes
del mundo exterior, son objetivas por su contenido, esto es, contiene la verdad
objetiva. Por eso la limitación de los problemas de la verdad a los marcos del
juicio es algo erróneo y conduce a menospreciar el papel de las formas del
conocimiento sensorial. La noción de verdad abarca todas las formas del
conocimiento y es aplicable a todas ellas pese a sus diferencias cualitativas.
El
concepto general de verdad, como ya indicamos, abarca lo principal, lo
fundamental en cada verdad científica concreta, pero no agota ni puede agotar
todas las formas y características de la verdad. Por eso el rasgo primordial y
determinante de ella (la correspondencia de los conocimientos a la realidad
objetiva) debe ser concretado en sus aspectos más importantes. Es necesario
antes que nada poner en claro si esa correspondencia del conocimiento a la
realidad es algo objetivo y en qué sentido debe comprenderse esa objetividad.
Además, debe dilucidarse en qué grado nuestro conocimiento (el concepto, la representación,
etc.) puede corresponder al objeto reflejado, si esta correspondencia puede ser
total y exhaustiva en todo sentido o si solo es parcial, incompleta y
únicamente en cierto sentido se refiere al objeto.
Es,
asimismo, muy importante explicar la conexión y la unidad entre el concepto
general de verdad o de correspondencia del conocimiento con la realidad
objetiva y las verdades concretas, determinadas por cada nivel de desarrollo
del conocimiento. Pues la verdad en general es una abstracción filosófico-científica
con respecto a las verdades diferentes y determinadas, existentes en la ciencia
de modo concreto. En la noción de verdad se expresa lo más general y sustancial
que es inherente a cada verdad por separado, esto es, la correspondencia del conocimiento
al mundo objetivo.
En
pocas palabras, para caracterizar la definición general de verdad y obtener una
noción más completa de ella, es indispensable analizarla en sus diversos
aspectos: como verdad objetiva, absoluta, relativa y concreta. Cada uno de
estos tópicos tiene su específico sentido de principio, su importancia
gnoseológica y metodológica. Tomados en conjunto, estos aspectos descubren la
esencia de la concepción dialéctico-materialista de la verdad.
Estudiemos
ante todo la verdad como objetiva, es decir, la objetividad de la verdad. Pertenece
a Lenin el descubrimiento el descubrimiento del concepto de verdad objetiva y
de su importancia en la concepción del mundo. En su magnífica obra
“Materialismo y Empiriocriticismo” nos presenta una definición muy precisa de
la verdad objetiva y muestra que la negación de ésta equivale al agnosticismo y
al subjetivismo. La verdad objetiva en la definición leninista en un contenido
en las representaciones mentales del hombre “que no dependa del sujeto, que no
dependa ni del hombre ni de la humanidad…”5.
Esta
definición leninista de la verdad objetiva se halla íntimamente relacionada con
la definición general de verdad como correspondencia de nuestros conocimientos
a la realidad objetiva. Si nuestras representaciones y conceptos corresponden
al mundo objetivo, si lo reflejan correctamente, este correcto reflejo del
mundo habrá de constituir el contenido objetivo del conocimiento, es decir, la
verdad objetiva. Pero en razón de que solo puede considerarse como contenido
objetivo de nuestro saber aquello que obtenemos del mundo material, por tal
motivo el contenido de nuestras representaciones y conceptos no depende del
hombre, del sujeto, es objetivo por su naturaleza. El reconocimiento de la verdad
objetiva implica el de que nuestras sensaciones, representaciones y conceptos,
comprobados por la práctica, corresponden a la realidad objetiva, sean sus
fieles fotografías.
Es
muy importante en la comprensión de la verdad prestar atención al hecho de que
en la definición de Lenin sobre verdad objetiva se habla no en general del
contenido del conocimiento, del de nuestras representaciones y conceptos, sino
de un contenido que corresponda a la realidad objetiva y que precisamente por
eso y en tal sentido no depende del sujeto ni de la humanidad. De la definición
leninista se colige que no es verdadero todo lo que en cada momento dado esté
contenido en la conciencia o en nuestros conocimientos, representaciones y
conceptos. No es casual que cuando Lenin habla de las sensaciones, percepciones
y representaciones como imágenes o fotografías de la realidad objetiva, agrega
a menudo la palabra “veraces” y subraya que se trata de imágenes cognoscitivas
que corresponden a la realidad objetiva, que la reflejan realmente. En pocas
palabras, a juicio de Lenin, solo puede considerarse como objetivo y verdadero
en las imágenes cognoscitivas, el contenido que está determinado no por el
sujeto, sino por la propia realidad material.
En
este orden de ideas no pueden considerarse como correctas las afirmaciones que
de “la verdad objetiva es una unidad indisoluble de lo subjetivo y lo
objetivo”, que “la verdad objetiva contiene elementos de confusión”. Pues si se
reconoce que en la verdad objetiva está contenido algo subjetivo, e incluso
“elementos de confusión”, no podrá considerarse la verdad como completamente
objetiva, como independiente del sujeto; porque lo subjetivo, incluyendo los
“elementos de confusión”, se introduce en el conocimiento, en las imágenes
cognoscitivas, por el propio sujeto que conoce y por eso depende de él.
Semejantes aseveraciones encierran el peligro de una interpretación
subjetivista de la verdad. Desde luego, la verdad objetiva está ligada a la
subjetiva. Es descubierta por el sujeto que conoce y está contenida en sus
sensaciones, representaciones y otras formas de reflejo de la realidad. Y por
eso es natural que cada una de las formas del conocimiento contienen de un modo
u otro no solo lo que obtenemos del mundo material, es decir lo objetivo, sino
también algo introducido por el sujeto, vale decir, lo subjetivo.
Esto
quiere decir que entre la verdad objetiva y la imagen cognoscitiva, la
representación por ejemplo, no hay una completa coincidencia ni identidad. La
noción de “imagen” es más vasta que la verdad objetiva. La imagen es
ciertamente la unidad de lo objetivo y lo subjetivo, al paso que la verdad
objetiva representa no la imagen en su integridad, sino apenas su contenido que
está determinado precisamente por el mundo objetivo, corresponde a él y por eso
no depende del sujeto. La verdad objetiva está ligada a los momentos subjetivos
e incluso limita con los “elementos de confusión”, tiene siempre una forma
subjetiva de expresión, pero no comprende los elementos subjetivos, ni los
“elementos de confusión”, sino la forma subjetiva de su expresión. Es el
contenido objetivo de las formas del conocimiento, es la correspondencia del
conocimiento con la realidad objetiva, su reflejo veraz. “El dominio de la
naturaleza -escribió Lenin- que se manifiesta en la práctica de la humanidad,
es el resultado del reflejo objetivo y veraz, en la cabeza del hombre, de los
fenómenos y procesos de la naturaleza y constituye la prueba de que dicho
reflejo (dentro de los límites de los que nos muestra la práctica) es una
verdad objetiva, absoluta, eterna”6.
Nosotros
volveremos otra vez a hablar** de lo objetivo y lo subjetivo, de la verdad y el
error, cuando analicemos la verdad absoluta y relativa. Ahora es indispensable,
no obstante, indicar que en la concepción de la verdad objetiva aparece a veces
el erróneo punto de vista de que la verdad objetiva se identifica con la
realidad objetiva. Ciertamente, en este caso hay que diferenciar entre quienes
simplemente por falta de conocimiento mezclan los conceptos de verdad objetiva
con los de realidad objetiva y no explican la diferencia entre ellas; y las
especiales concepciones subjetivas e idealistas, por el estilo del machismo,
que se basan en la identificación consciente de la verdad, las sensaciones, las
representaciones, con la realidad existente fuera de nosotros. Ya hemos hablado
de semejantes concepciones. Uno de sus exponentes fue el conocido Bazárov,
quien afirmaba que la percepción sensorial no es sino la realidad existente
fuera de nosotros. Mostrando la inconsistencia y lo absurdo de esta afirmación
escribía Lenin: “La tierra es una realidad que existe fuera de nosotros, No
puede ni ‘coincidir’ (en el sentido de la identidad) con nuestras
representaciones de los sentidos, ni encontrarse con ellas en coordinación
indisoluble… puesto que la tierra existía cuando no había ni hombres, ni
órganos de los sentidos…”7.
La
verdad objetiva se encuentra en la misma relación con la realidad objetiva, que
la materia con respecto a la conciencia. Es secundaria con relación a la
realidad y es un producto de nuestro conocimiento, es decir, es el reflejo
correcto del mundo objetivo. Del hecho de que el contenido de nuestros
conocimientos es la realidad objetiva, la cual nos es dada en las sensaciones,
no se deduce en modo alguno que la verdad objetiva es la realidad objetiva. Por
supuesto, entre la verdad objetiva y la realidad objetiva no hay ni puede haber
ninguna frontera absoluta, pues esta no puede existir entre la cosa para
nosotros y la “cosa en sí”, entre la conciencia y la materia. Por esto no
denota de ninguna manera que entre ellas no haya diferencias. La teoría
marxista del conocimiento enseña que hay diferencias entre las cosas y los
fenómenos de la naturaleza y la sociedad, los cuales existen fuera de nuestras
sensaciones, fuera de nuestra conciencia, y nuestras sensaciones, nuestra
conciencia. El mundo, tal como lo conocemos y pensamos, y el mundo de suyo, no
son la misma cosa. Solo los idealistas identifican las representaciones y
conceptos con la realidad objetiva.
La
verdad no pertenece a las cosas, objetos y fenómenos, de por sí. Las cosas no
son ni verdad ni error. Existe de suyo, objetivamente, en forma independiente
de valoraciones que de ellos podamos hacer. La verdad y el error son siempre
derivados de aquellas. La verdad es una categoría gnoseológica que expresa la
correspondencia de nuestros conocimientos con la realidad objetiva. En otras palabras,
la verdad objetiva no es la realidad objetiva en sí misma, existente fuera de
nuestra conciencia; la verdad objetiva es, como ya se indicó, el reflejo veraz
de la realidad objetiva en la conciencia.
El
concepto de realidad objetiva se desprende de que la realidad material es la
fuente de nuestro saber, el objeto de nuestro conocimiento. Tanto los machistas
como los materialistas, decía Lenin, reconocen que las sensaciones son la
fuente de los conocimientos. “El primer postulado de la teoría del conocimiento
es, indudablemente, que las sensaciones son el único origen de nuestros
conocimientos. Reconociendo este primer postulado, Mach embrolla el segundo
postulado importante: El de la realidad objetiva, que es dada al hombre en sus
sensaciones, o que es el origen de las sensaciones humanas. Partiendo de las
sensaciones se puede ir por la línea del subjetivismo, que lleva al solipsismo
(“los cuerpos son complejos o combinaciones de sensaciones”), y se puede ir por
la línea del objetivismo, que lleva al materialismo (las sensaciones son
imágenes de los cuerpos, del mundo exterior). Para el primer punto de vista -el
del agnosticismo, o, yendo aun más lejos, el del idealismo subjetivo- no puede
haber verdad objetiva. Para el segundo punto de vista, es decir, el del
materialismo, es esencial el reconocimiento de la verdad objetiva.”8
Como
puede verse en esta tesis de Lenin, los machistas, al reducir el mundo a los
“complejos de sensaciones”, niegan la verdad objetiva. Para ellos todas las
verdades son subjetivas. Así pues, en opinión de Bogdánov, la verdad es la
forma ideológica u organizadora de la experiencia humana. Pero si eso es así,
no podrá haber una verdad que no dependa del sujeto, de la humanidad, ya que no
conocemos una ideología distinta a la humana. Además, si la verdad, como piensa
Bogdánov, es la forma organizadora de la experiencia humana, no podrá ser
veraz, por ejemplo, la afirmación de las ciencias naturales en el sentido de
que la tierra existió antes de la humanidad. Más aun. La tesis de que la verdad
es la forma organizadora de la experiencia humana, lo obliga a reconocer como
verdadera la doctrina religiosa. Pues no cabe la menor duda, dice Lenin, de que
el catolicismo, por ejemplo, es “una forma organizadora de la experiencia
humana”.
Bogdánov
reconocía en apariencia la objetividad de la verdad, entendiendo por tal la
significación universal, esto es, aquello que tiene, a su entender, una
importancia igual para todas las gentes. Poniendo al desnudo la esencia
idealista de esta noción de verdad, Lenin subrayaba que en la definición de
Bogdánov sobre la objetividad de la verdad como su significación universal
caben perfectamente las tesis de la religión, las cuales poseen a no dudarlo
“significación universal”, por cuanto una gran parte de la humanidad cree en
ellas. Bogdánov empleó toda una suerte de argucias para fundamentar su
comprensión anticientífica de la religión. Decía que no toda experiencia
colectiva es verdadera, sino solo aquella que “se compagina en la cadena de la
causalidad”. Lenin señalaba que también la religión se “compagina” plenamente
en la “cadena de la causalidad”, pues, no ha surgido sin causa alguna y se
mantiene en la masa del pueblo en condiciones de explotación de modo no casual.
La religión es una opresión espiritual que ayuda a las clases poseedoras a
explotar a los trabajadores.
Muchas
otras corrientes de la filosofía burguesa actual comprenden también la verdad
en el espíritu del idealismo subjetivo.
Así,
por ejemplo, los pragmáticos consideran como verdaderas solo aquellas opiniones
y teorías que traen beneficio al sujeto en su actividad. Dentro de dicha
concepción de la verdad no se hace referencia a que una u otra teoría sea
correcta o no, si corresponde o no a la actividad objetiva, sino a que si es
inútil o nociva para la humanidad, provechosa o perjudicial. En realidad, es la
negación de la verdad objetiva, pues la veracidad de una u otras opiniones y
teorías se coloca en este caso en dependencia del sujeto. El hombre, sostienen
los pragmáticos, define de suyo la verdad de acuerdo con sus personales
intereses. Todo lo que proporcione al hombre un “éxito práctico”, puede
considerarse como verdadero.
La
comprensión pragmática, subjetivista, de la verdad abre un vasto ámbito para la
difusión del oscurantismo religioso. Porque si la verdad y el provecho se
identifican para los pragmáticos, en tal caso la religión resulta ser tan
verdadera como la ciencia ya que es útil y provechoso para la burguesía, sirve
a los intereses de los explotadores. W. James, por ejemplo, escribía: “Si
resulta que las ideas religiosas tienen valor para la vida real, desde el punto
de vista del pragmatismo serán verdaderas en la medida en que sean aptas para
ello”.9
La
concepción pragmática de la verdad conduce a la eliminación de las fronteras
que hay entre ciencia y religión, el conocimiento y el misticismo. Mediante tal
comprensión puede justificarse toda clase de opiniones anticientíficas,
incluyendo los dogmas religiosos, pues solo basta que sean un medio para
embrutecer a los trabajadores.
Apoyándose
en la comprensión pragmática de la verdad, ciertos filósofos burgueses
contemporáneos se pronuncian abiertamente por la idea de la conciliación de la
ciencia con la religión. Un ejemplo es el libro del filósofo idealista
Whitehead “La ciencia y el mundo contemporáneo”. En un capítulo especial de
este libro (“La religión y la ciencia”), Whitehead se esfuerza por todos los
medios, para solaz del imperialismo, por “demostrar” la necesidad de la alianza
de la ciencia con la religión y llama a los científicos y representantes de la
religión a “abstenerse de los mutuos anatemas”, pues la religión dizque es tan
indispensable para el provecho de la causa como lo es la ciencia.
En
consonancia con la teoría del conocimiento del materialismo dialéctico, es
verdad no lo que sea provechoso para el sujeto, sino únicamente lo que
corresponda a la realidad objetiva, lo que tenga un contenido objetivo. La
verdad objetiva es la que existe independientemente de que sea o no útil y
provechosa para nosotros. Las gentes obtienen un provecho real solo cuando
actúan de acuerdo con la verdad objetiva, en completa armonía con las leyes
conocidas correctamente.
El
concepto de verdad objetiva, que expresa el contenido objetivo de las nociones
humanas sobre el mundo, el reflejo correcto de la realidad objetiva en la
conciencia del hombre, reviste particular importancia para poner en claro la
esencia de la teoría materialista del conocimiento y de su diferencia de
principio con respecto a la gnoseología idealista. Enfila su poderío contra
toda clase de concepciones idealistas, positivistas y neopositivistas de la
verdad. Hoy día, bajo el pretexto de la creciente importancia de las
abstracciones científicas y del formalismo matemático en las ciencias, en los
países capitalistas se difunden aseveraciones subjetivas e idealistas sobre una
supuesta independencia de los principios y formulas de la ciencia con respecto a
la realidad evidente. En este sentido quizá lo más demostrativo es el
convencionalismo, para el cual la veracidad de los principios y leyes de la
ciencia se determina no por su correspondencia con la realidad objetiva, sino
por un acuerdo, una convención entre los científicos.
Desde
este punto de vista los axiomas matemáticos, las leyes de la geometría, no son
en modo alguno el reflejo del mundo real, sino acuerdos arbitrarios sobre la
manera de emplear términos tale como “línea recta” y “punto”. El convencionalismo
no solo niega la verdad objetiva y el carácter experimental de las leyes de la
ciencia, sino que en general ni siquiera acepta el planteamiento del problema
de la veracidad de uno u otros postulados científicos, leyes y teorías. Por
ejemplo, el problema de saber si la geometría de Euclides es verdadera, no
tiene, a juicio de H. Poincaré, ningún sentido. Esto -dice- equivaldría a
preguntar: Es correcto o no el sistema métrico en comparación con las medidas
antiguas? O, serán más veraces las coordenadas cartesianas que las polares? Una
geometría no puede ser más verídica que otra; solo puede ser más cómoda.”10
Para
el convencionalismo lo principal no es la verdad de la ciencia sino el
principio de la comodidad, la elección mediante acuerdos de tesis y leyes más
cómodas que pueden tomarse como punto de partida en las posteriores
investigaciones. En semejante interpretación la ciencia resulta siendo apenas
una suma de acuerdos arbitrarios, pierde su contenido objetivo, porque si las
leyes y postulados científicos se basan en convenciones, en arbitrarios
acuerdos realizados entre los sabios, la ciencia en tal sentido no puede ser
verdadera, adquiere un carácter subjetivo, sus tesis resultan puramente
convencionales, el producto de la razón del sujeto.
De
esa suerte, el convencionalismo remplaza el concepto de verdad por el de
convención, acuerdo, basado en el principio de la comodidad. Por otra parte,
los principios de la ciencia, seleccionados como resultado de la convención,
deben ser no solo cómodos sino simples. En este sentido el convencionalismo es
pariente cercano del machismo. El principio de la comodidad y de la simplicidad
no son sino un complejo peculiar, un desarrollo del conocido “principio de la
economía del pensamiento”, colocado por Mach en la base de su teoría del
conocimiento. Según este último principio el pensamiento es verdadero solo
cuando “económicamente” describe la realidad y la mayor “economía” se logra
cuando el pensamiento parte de un principio. Para Mach, por ejemplo, el máximo caso
de economía del pensamiento era el de declarar como existente únicamente la
sensación para extraer de ella todo lo demás.
El
principio de la economía del pensamiento, el reconocimiento de que solo es
verdadero lo que es “económico”, conduce directamente al idealismo subjetivo.
Pues si se reconoce dicho principio como el objetivo de la ciencia, como hacían
los machistas, debemos negar entonces la realidad objetiva del mundo con
respecto a nuestro conocimiento. El principio de la economía, como decía Lenin,
es subjetivismo, apriorístico, no se toma de la realidad objetiva ni de la
experiencia, sino del sujeto, precede a toda experiencia, es su condición
lógica, como las categorías de Kant11. La economía del pensamiento,
como decía Lenin, es un término torpe y pomposo hasta la ridiculez, que se pone
en lugar del término debido: Justeza: “El pensamiento del hombre es ‘económico’
-escribía- cuando refleja con justeza la verdad objetiva y de criterio
de esta justeza sirve la práctica, el experimento, la industria. Solamente
negando la realidad objetiva, es decir, negando los fundamentos del marxismo,
es como se puede hablar en serio de la economía del pensamiento en la teoría
del conocimiento!”12
La
negación de la realidad objetiva es la base sobre la que han surgido en el
pasado y existen en el presente diversas concepciones subjetivas e idealistas
de la verdad. Tanto el principio de la “economía del pensamiento” como el de la
“convención”, la “comodidad” y la “simplicidad” tienen un fundamento
gnoseológico común que es el idealismo subjetivo. Cabe anotar que todas estas
concepciones de la verdad encuentran de un modo u otro un estímulo para renacer
en la gnoseología del idealismo contemporáneo, particularmente en el
neopositivismo. En este sentido es muy característico el punto de vista que
sobre la verdad aduce F. Frank. Estrictamente hablando, no tiene su propio
punto de vista sobre la verdad. En sus opiniones se entrelazan estrechamente
diferentes concepciones subjetivistas de verdad: La concepción pragmática como
provecho; el principio de la “economía” de Mach; el de la “comodidad” y
“simplicidad” de Poincaré, etc. Se esfuerza, por ejemplo, en su “Filosofía de
la Ciencia”, por vincular estos principios, fortalecerlos unos con otros, a fin
de “fundamentar” más plenamente la necesidad de su aplicación en la ciencia,
sin los cuales, según cree, aquélla es inconcebible.
Así
pues, al propugnar el principio de la “economía” algo así como el objetivo de
la ciencia, Frank considera indispensable al mismo tiempo complementarlo y
reforzarlo con el de la “simplicidad” de las leyes y postulados de la ciencia.
“… Si los principios establecidos por nosotros -escribe-, son tan complejos
como la experiencia misma, en esto no habrá ninguna economía ni ninguna
‘ciencia propiamente dicha’. Muchos principios o un solo principio muy
complejo, son una y la misma cosa. Si los principios son tan complejos como los
hechos mismos, no podrán constituir la ciencia.”13 Si no hay
simplicidad, dice luego Frank, no habrá ciencia. El objetivo de la ciencia, a
su juicio, es el de establecer principios simples.
Como
puede verse en tales razonamientos, Frank reconoce como verdadero no la
correspondencia de las leyes, principios y fórmulas de la ciencia a la realidad
objetiva, sino la simplicidad de la ciencia. El erro de la concepción de Frank
reside en la incomprensión o en la falta de deseo para comprender el hecho
irrefutable de que el principio de la “simplicidad”, al igual que el de la
“economía” del pensamiento y el de la “comodidad”, solo tienen un cierto
sentido en la ciencia cuando las leyes corresponden al mundo objetivo, lo
reflejan correctamente. En oposición a Frank podemos decir que si la ciencia no
nos da un cuadro veraz del mundo objetivo, dejaría de ser ciencia, aunque sus
postulados y leyes sean cómodas o simples.
Naturalmente,
en la ciencia hay acuerdos convencionales para la elección de los medios más
cómodos y sencillos destinados a obtener y expresar los conocimientos sobre las
cosas y procesos. Pero el contenido de nuestros conocimientos, su veracidad, no
dependen en absoluto de los acuerdos convencionales, ni de los medios de
conocimiento, por más cómodos y simples que sean. Ese contenido está
determinado por el mundo material que se refleja en nuestros conocimientos. Por
ejemplo, las igualdades matemáticas se expresan a través de determinados signos
y sistemas de signos que en cierto modo deben ser cómodos y simples, pero la
esencia de las igualdades radica en que en última instancia reflejan los nexos
objetivos y las relaciones de la naturaleza; por eso el contenido de las
fórmulas e igualdades matemáticas no depende de ningún acuerdo entre los
científicos. Es objetivo.
El
reconocimiento de la realidad objetiva se desprende directamente de la teoría
dialéctica materialista, rigurosamente científica, de reflejo, en la cual todas
las tesis fundamentales se hallan vinculadas entre sí desde un ángulo de
principios, integran un todo monolítico. “Considerar nuestras sensaciones como
las imágenes del mundo exterior -decía Lenin-, reconocer la verdad objetiva,
mantenerse en el punto de vista de la teoría materialista del conocimiento,
todo ello es uno y lo mismo.”14
_________
(*)
A. Vostrikov, Teoría del conocimiento del materialismo dialéctico. Capítulo
sexto: El problema de la verdad en la filosofía marxista. Concepto de
verdad. Ediciones Suramérica, Bogotá, Colombia, 1970.
(**)
En el texto original aparece la palabra “haber”, la cual hemos procedido a
reemplazar por la palabra “hablar”, pues al parecer es un error de la traducción,
o en su defecto la palabra original no designa con precisión la expresión del
autor. Nota de la Redacción.
(1)
Thódor Pávlov: Obras Filosóficas Escogidas, t. 3, pág. 436.
(2)
A. Schaff: Algunos problemas de la teoría marxista-leninista de la verdad.
Ediciones en Lenguas Extranjeras, 1953, pág. 12.
(3) Ibídem,
pág. 13.
(4)
V. I. Lenin: Obras, t. 14, pág. 129.
(5) Ibídem,
pág. 121.
(6) Ibídem,
pág. 188.
(7) Ibídem,
pág. 113-114.
(8) Ibídem,
pág. 125.
(9)
W. James: Pragmatismo, 1910, pág. 50.
(10)
H. Poincaré: Ciencia e hipótesis, Moscú, 1904, pág. 61.
(11)
Véase V. I. Lenin: Obras, t. 14, pág. 170.
(12)
Ibídem, pág. 169.
(13)
F. Frank: Filosofía de la ciencia, pág. 110.
(14)
V. I. Lenin: Obras, t. 14, pág. 129.
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