¿Tienen conciencia los animales?
E. V. Shorojova
LA NATURALEZA DE CUALQUIER FENÓMENO se comprende si se estudia en sus complejas interrelaciones con otros fenómenos, en el proceso de su aparición y desarrollo. La naturaleza de la conciencia puede comprenderse siempre que ese fenómeno se aborde históricamente, y este enfoque exige que se responda a las siguientes preguntas: ¿Cuál es el origen de la conciencia? ¿Existe algún vínculo entre las diversas formas y etapas del reflejo? ¿Tiene premisas biológicas el modo humano de reflejar la realidad? ¿Cuáles son las etapas del desarrollo de la conciencia?
Para
responder a esas preguntas hay que consultar los datos de muchas ciencias:
embriología, antropología, arqueología, lingüística comparada, fisiología
comparada, historia de la filosofía, del arte y de la religión. Entre esas
ramas del saber, la psicología y la historia del desarrollo de la psique del
animal ocupa un puesto importante. I. M. Séchenov indicaba que para empezar a
estudiar lo psíquico debían estudiarse antes los fenómenos psíquicos en edad
infantil y el desarrollo de la psique de los animales. Lenin, al determinar las
ramas del saber que debían formar la dialéctica, incluía entre otras
disciplinas científicas la historia del desarrollo intelectual del niño y la
historia del desarrollo mental de los animales. Esta última tiene particular
importancia para poner de manifiesto las premisas biológicas que han presidido
la formación de la conciencia humana.
Enjuiciando
el significado de la doctrina evolucionista de Darwin en la historia de las
ciencias naturales, Engels escribía que, gracias al descubrimiento del
desarrollo evolutivo de los organismos, “no sólo se hace posible explicar los
productos orgánicos de la naturaleza con que nos encontramos, sino que se
sienta también la base para la prehistoria del espíritu humano, para poder seguir
sus diferentes etapas de desarrollo, desde el protoplasma simple y carente de
estructura de los organismos inferiores, pero que ya responde a estímulos,
hasta el cerebro humano pensante. Prehistoria sin la cual la existencia del
cerebro humano, sede del pensamiento, sería un milagro”.1 En el
estudio del desarrollo de la psique de los animales, a Darwin le pertenece un
lugar destacadísimo. Sin embargo, su concepción del desarrollo mental de los
animales y del hombre adolece de serios defectos. Para él, el desarrollo de las
capacidades mentales de los animales y del hombre en el proceso evolutivo, el
carácter del desarrollo de los fenómenos psíquicos en su tránsito de los
animales al hombre, constituye un proceso de crecimiento cuantitativo sin
violentos saltos cualitativos. Darwin aplicaba ese mismo concepto del
desarrollo al hacer la característica comparativa de las capacidades mentales
de los animales superiores y el hombre. Al estudiar el desarrollo evolutivo de
las capacidades psíquicas del hombre, Darwin llega a la conclusión: “Hemos
visto que los sentimientos y las impresiones, las diversas emociones y
facultades, tales como el amor, la memoria, la atención, la curiosidad, la
imitación, la razón, etc., de las que se enorgullece el hombre, pueden
encontrarse en embrión y, a veces, incluso en estado de buen desarrollo también
entre los animales inferiores.”2
Al
señalar la existencia de procesos psíquicos similares en los animales y los
seres humanos, de huellas, de rudimentos de fenómenos típicos -que en forma
desarrollada son inherentes sólo a los hombres-, Darwin exagera la importancia
de esas huellas, antropomorfiza la conducta de los animales y no pone de
manifiesto las peculiaridades cualitativas de la psique humana. Según Darwin,
“no existe una diferencia fundamental entre los rasgos generales de la
estructura mental del hombre y de los animales”3, que “por muy
grande que sea la diferencia intelectual entre el hombre y los animales
superiores, se trata de una diferencia cuantitativa tan sólo, y no
cualitativa”. “… Las capacidades intelectuales del hombre y de los animales
inferiores -escribía Darwin- no se diferencia cualitativamente, aunque se
distinguen inconmensurablemente por su grado. Por esas diferencias de grado,
por muy grandes que sean, no nos permiten incluir al hombre en un reino
especial. Lo comprendemos muy claramente si comparamos las capacidades mentales
de dos insectos, la cochinilla (Coccus) y la hormiga, pertenecientes
ambas a una misma familia. En este caso las diferencias son mayores, aunque de
un género algo distinto que entre el hombre y los mamíferos superiores.”4
Algunos discípulos de Darwin aumentaron los errores que él cometió al enjuiciar
el carácter del desarrollo de la psique de los animales, errores justificados
en gran parte por la necesidad de subrayar la semejanza y no la diferencia a
fin de afirmar el principio evolutivo en biología. Uno de los discípulos más
inmediatos del gran sabio inglés, Romanes, al profundizar esos errores llegó a
un antropomorfismo extremo.
Al
observar la conducta de los monos inferiores, Romanes encuentra, incluso entre
ellos, una actividad racional semejante a la humana.5 Investigadores
posteriores, que carecían de suficiente material experimental y de datos
obtenidos por la observación de animales en condiciones naturales, llegaron
también a la conclusión de que tanto los monos superiores como los inferiores
poseían capacidades psíquicas propias del ser humano.
El
problema de la similitud y la diferencia entre la psique de los animales y los
hombres se planteó con mayor agudeza todavía cuando los científicos, a fin de
confirmar sus opiniones, recurrieron al vasto material experimental y a los
datos comunicados por los observadores sobre el comportamiento de los animales
en condiciones naturales. En nuestro siglo, ese problema se caracteriza por el
hecho de que muchos científicos acepten la tesis de Koehler, según las cuales
los monos poseen capacidades intelectuales parecidas a las del hombre y se
comportan de un modo específicamente humano. Koehler afirma que “los chimpancés
se comportan del mismo modo racional que el hombre”.6 Este punto de
vista fue aceptado de hecho por Harlow,7 Guillaume y Meyerson.8
En las obras fundamentales de Yerkes,9 dedicadas al estudio de la
psique de los monos, destaca la idea de que las capacidades psíquicas del
hombre y del mono se parecen cualitativamente. Yerkes hace notar que el hombre
se caracteriza por un desarrollo más alto de las tradiciones sociales, la
cultura, el lenguaje articulado, por sus capacidades de abstracción, de
aprendizaje consciente y argumentado, por su imaginación reproductora y
creadora; considera, sin embargo, que todas esas cualidades se dan también en
el chimpancé.
En esta
breve reseña histórica no sería necesario, tal vez, referirnos a ese problema
si en la actualidad no fuese tan discutido.
La
solución científica a ese problema exige que se pongan de manifiesto las
peculiaridades que caracterizan el reflejo psíquico, en qué nivel aparece,
cuáles son los rasgos característicos del reflejo consciente y las condiciones
de que depende su aparición. Para algunos psicólogos, los conceptos de
conciencia y psique son idénticos y los utilizan en un mismo sentido. Según
ellos, no sólo el hombre está dotado de conciencia, sino también los animales.10
La
mayoría de los psicólogos admite la idea de que los procesos psíquicos, en sus
formas más simples, tienen lugar en el mundo animal y que se desarrollan en el
curso de la evolución del sistema nervioso. Sin embargo, incluso las formas más
elevadas de reflejo psíquico que se dan entre los monos antropoides son
inconscientes.11 La peculiaridad característica, típica y específica
de los procesos psíquicos del hombre es su carácter consciente. La aparición de
esa peculiaridad significó la aparición de un reflejo psíquico,
cualitativamente nuevo, la conciencia, exclusiva del ser humano. El concepto de
psique es más amplio que el concepto de conciencia. El primero se refiere tanto
al hombre como a los animales, pero este último es propio del hombre tan sólo.
___________
(1) F. Engels, Dialéctica de la naturaleza,
trad. de W. Roces, ed. Grijalbo, México, D. F., 1961, pág. 167.
(2) Ch. Darwin, Obras, ed. rusa, t. 5, Academia
de Ciencias de la U.R.S.S., Moscú, 1953, pág. 239.
(3) Ch. Darwin,
Obras completas, ed. rusa, t. 2, libro 1, Moscú-Leningrado, 1927, pág. 115.
(4) Ch. Darwin, Obras, ed. rusa, t. 2, libro 1,
Moscú-Leningrado, 1927, pág. 192.
(5) D. Romanes, La inteligencia de los animales,
San Petersburgo, 1888.
(6) V. Koehler, Estudio sobre la inteligencia de
los monos antropoides, edición rusa, Moscú, 1930, pág. 203.
(7) H. Harlow y R. H. Israel, “Comparative Behavior of
Primates”. The Journal of Comparative Psichology, vol. XIV, núm. 2,
1932.
(8) P. Guillaume y J. Meyerson, “Recherches sur
l’usage de l’instrument chez les singes”, Journal de Psichologie Normale et
Pathologique, vol. XXXIV, números 5-8, 1937.
(9) R. M. Yerkes, Almost Human, Nueva York y
Londres, 1925; R. M. Yerkes, A. W. Yerkes, The Great Apes, New Haven,
1929; R. M. Yerkes, Chimpanzees, A Laboratory Colony, New Haven,
Londres, 1945.
(10) I. F. Dorofeiev, “La psique y la conciencia a la
luz de la teoría marxista-leninista del conocimiento y la teoría de I. P.
Pávlov sobre la actividad nerviosa superior”, Pedagogía Soviética, núm.
7, 1952.
(11) B. G. Ananiev, Ensayos de psicología. Ed.
rusa, Lenizdat, 1945; S. L. Rubinstein, El ser y la conciencia, trad.
esp., Ed. Grijalbo, México, D. F., 1963; Smirnov, Lentiev y otros, Psicología,
trad. esp. de F. Villa Landa, Ed. Grijalbo, México, D. F., 1960.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.