Necesidad y Libertad*
G. Kursánov
LA LIBERTAD es un contrario dialéctico
especial de la necesidad y se encuentra inseparablemente unida a ella. Los
ideólogos de las clases explotadoras han tergiversado y desnaturalizado por
todos los medios el concepto de libertad. Pero en este terreno se distinguen
por su celo los ideólogos de la burguesía contemporánea, que se esfuerzan al
máximo por presentar su concepción de la libertad como “verdadera” y al régimen
explotador burgués como “sociedad libre”, “mundo libre de Occidente”, etc. El
problema de la libertad –en el sentido más amplio de la palabra– es hoy uno de
los puntos centrales de la lucha ideológica entre el socialismo y el
capitalismo.
Examinemos
el concepto de libertad como categoría de la dialéctica materialista en
estrecha conexión con la categoría de necesidad.
En
las obras de Marx y Engels se hace una definición multilateral de este
importante concepto del materialismo dialéctico.
Primero. En la obra Anti-Dühring, Engels señala, ante todo, que Hegel comprendía
acertadamente la correlación entre libertad y necesidad. Según Hegel –dice
Engels– “… la libertad no es otra cosa que la convicción de la necesidad, la
necesidad sólo es ciega en cuanto no se
la comprende”.1 La “necesidad ciega” significa que los hombres
no han comprendido aún las leyes objetivas del mundo y que las fuerzas
espontáneas de la naturaleza dominan sobre ellos. Por consiguiente, esta
expresión debe ser comprendida como la ceguera de los propios hombres, que no
ven las causas de los fenómenos de la naturaleza, de la vida, de la muerte, de
las enfermedades, etc. Las leyes económicas no comprendidas, que conducen a la
mayoría de las personas a una u otra forma de esclavitud, fueron una fuerza que
oprimió y deformó al hombre de manera singular. De ahí se deduce que para
emanciparse de la opresión de la “necesidad ciega” hay que conocerla y
aprovechar este conocimiento en provecho de las propias personas.
Segundo.
En la comprensión de la libertad tiene importancia partir de que el propio
conocimiento de la necesidad no libera aún al hombre de su acción funesta, de
la misma manera que el conocimiento de los usos y costumbres del director de
una cárcel no libera de la reclusión. No basta con conocer, sino que es preciso
saber aplicar en la práctica los conocimientos adquiridos. El conocimiento de
la necesidad no es más que la condición fundamental para conseguir la libertad
verdadera, la cual consiste en la utilización práctica de la necesidad
comprendida en provecho del hombre. “La libertad –escribe Engels– consiste,
pues, en el dominio de nosotros mismos y de la naturaleza exterior, basado en
la conciencia de las necesidades naturales”.2
El dominio de las condiciones externas
debe ser enfocado siempre de una manera histórica concreta, prestando atención
principal a una circunstancia: en provecho de quién se utilizan las leyes
comprendidas. En la sociedad dividida en clases antagónicas, esta necesidad
comprendida –por ejemplo, las leyes de la naturaleza– se utiliza en beneficio
de las clases dominantes, a fin de aumentar sus riquezas. Para que las leyes de
la ciencia sean utilizadas en provecho del pueblo es imprescindible la
transformación revolucionaria de la sociedad sobre la base de las leyes
económicas comprendidas del desarrollo de ésta. Debe tenerse en cuenta, a este
respecto, la importante indicación de Engels de que el propio modo de
producción capitalista y sus defensores "se resisten a comprender las
poderosas fuerzas productivas, como consecuencia de lo cual estas fuerzas se
convierten en soberanos demoníacos de los trabajadores y la esclavización de los hombres se realiza con
sus propios medios de producción”. De ahí dimana la magna importancia del
conocimiento de las leyes del desarrollo social no sólo para comprender la
esencia de los fenómenos históricos, sino, de manera especial, para emancipar de verdad al género humano. Toda
la actividad liberadora revolucionaria de las masas populares debe apoyarse por
entero en el profundo conocimiento de la necesidad objetiva del desarrollo
histórico.
Tercero.
Pero el concepto de libertad no se agota con esto. El dominio de las
condiciones circundantes no puede ser un fin en sí. Es un medio para alcanzar
un gran fin, para lograr lo que Marx denominaba el verdadero reino de la
libertad. Este verdadero reino de la libertad es el desarrollo universal y
armónico de las fuerzas y dotes del hombre, desarrollo que únicamente el
régimen comunista puede asegurar. Sólo en el comunismo, las fuerzas de la
naturaleza y de la sociedad, domeñadas por la ciencia, servirán al hombre de
tal modo que asegurarán las condiciones del desenvolvimiento auténticamente
libre. Al definir la verdadera libertad, Marx la vinculaba de manera
indisoluble al conocimiento de la necesidad y a la dominación de las condiciones
circundantes. He aquí la clásica definición de Marx: “En efecto, el reino de la
libertad sólo empieza allí donde termina el trabajo impuesto por la necesidad y
por la coacción de los fines externos… La libertad, en este terreno, sólo puede
consistir en que el hombre socializado, los productores asociados, regulen
racionalmente este su intercambio de materias primas con la naturaleza, lo
pongan bajo su control común en vez de dejarse dominar por él como por un poder
ciego, y lo lleven a cabo con el menor gasto posible de fuerzas y en las
condiciones más adecuadas y más dignas de su naturaleza humana. Pero, con todo
ello, siempre seguirá siendo éste un reino de la necesidad. Al otro lado de sus
fronteras comienza el despliegue de las fuerzas humanas que se considera como
fin en sí, el verdadero reino de la libertad, que, sin embargo, sólo puede
florecer tomando como base aquel reino de la necesidad. La condición
fundamental para ello es la reducción de la jornada de trabajo.”3
Esta condición fundamental de la
verdadera libertad –la reducción sistemática y cada día más considerable de la
jornada de trabajo– empieza a transformarse de posibilidad en realidad en el
socialismo y se realizará por completo y de manera necesaria en el comunismo.
El socialismo es el primer peldaño de la libertad verdadera, auténtica, que
prepara su peldaño superior: el comunismo. En el programa del PCUS se dice que
“la Unión Soviética será el país de jornada laboral más corta del mundo y, al
mismo tiempo, más productiva y retribuida. Aumentará considerablemente el
tiempo libre de los trabajadores, lo que creará condiciones complementarias
para la elevación de su nivel cultural y técnico”. Se traza así con precisión
el camino para conseguir la verdadera libertad, que previera Marx y por el que
marcharán con necesidad histórica todos los países, todos los pueblos de
nuestro planeta.
De esta forma, la comprensión científica
de la libertad en conexión con la necesidad pertrecha a las masas en su lucha
por crear una sociedad nueva, verdaderamente libre.
En oposición al materialismo dialéctico,
el idealismo y la metafísica separaron los conceptos de libertad y necesidad y
los interpretan de una manera falsa, tergiversada, hecho que manifiesta
especialmente en el fatalismo y el voluntarismo. Por ejemplo, el fatalismo (de
la palabra latina fatum, que
significa destino) convierte la necesidad en algo absoluto y niega toda
libertad en la actividad de los hombres. Para los fatalistas, las fuerzas de la
naturaleza y de la sociedad adoptan la forma de una fuerza desconocida,
mística, que lo predetermina todo y ante la que el hombre es impotente por
completo. El fatalismo condena al hombre a la pasividad y a la sumisión,
predica la renuncia a la actividad eficaz y la inutilidad de la lucha de
clases. Las “doctrinas” de todas las religiones están impregnadas de la idea de
fatalismo. Declaran que la voluntad de Dios es una necesidad absoluta que
determina de antemano todos los acontecimientos del mundo. Al hombre no le
queda más que ser un esclavo de la fuerza mística y confiar en liberarse de los
sufrimientos terrenales en el mundo de ultratumba. La religión afianza la
esclavitud en la Tierra con promesas de una libertad fantástica en el cielo.
Otra doctrina de las clases explotadoras muy
difundida es el voluntarismo (de la palabra latina voluntas, que significa voluntad), que hiperboliza unilateralmente
y convierte en absoluto la libertad de voluntad del hombre. Desde el punto de
vista de esta filosofía anticientífica, la historia de la sociedad humana la
determina la voluntad del hombre, no restringida por nada; más exactamente, el
arbitrio de una gran personalidad. Los reyes, los héroes, los caudillos
militares, los presidentes, los acaudalados hombres de negocios, en una
palabra, las grandes personalidades, son, a juicio de los voluntaristas, los
árbitros de los destinos de la humanidad. Se atribuye a esas personalidades una
ilimitada libertad de acción y una fuerza milagrosa, en tanto que a los
verdaderos creadores de la historia, a las masas populares, se les adjudica el
papel de material pasivo y de multitud sin voz. El voluntarismo ha encontrado
sus formas más extremistas, sobre todo, en la ideología del fascismo, que eleva
la voluntad del “führer” a la categoría de ley de la historia y de toda la vida
de los hombres. El voluntarismo fascista, que tiene sus raíces en la predica de
la “voluntad de poder”, de Nietzsche, ha sido incluso argumentado
filosóficamente en la llamada “filosofía del actualismo”, del teórico del
fascismo italiano Gentile, y otros. El voluntarismo desprecia las leyes
objetivas de la realidad, da de lado la acción de la necesidad objetiva y, por
ello, fracasa por completo tarde o temprano.
El voluntarismo es una variedad del
idealismo subjetivo. La filosofía que rechaza la existencia del mundo objetivo
y reconoce únicamente la realidad de la conciencia humana, la realidad del “YO”
individual, lleva también de manera inevitable a convertir en absoluto la
voluntad del hombre. Las ideas del voluntarismo sirven de base, de una forma o
de otra, a toda corriente de la filosofía idealista subjetiva moderna. Lo más
característico, en este sentido, es el existencialismo, que dedica gran
atención a la categoría de libertad e incluso pretende que se le denomine
“filosofía de la libertad”. En esta filosofía es imposible encontrar una
comprensión científica, correcta, de la libertad. Según el existencialismo, la
libertad es la afirmación por el hombre de su propio “YO”, afirmación realizada
por ese mismo “YO”, por ese mismo individuo, no vinculado a ninguna condición
exterior, a ninguna ley objetiva. Los filósofos voluntaristas hablan mucho de
que la libertad consiste en la libertad de elegir unos u otros actos y
decisiones, cosa que hace el hombre exclusivamente por propia voluntad, de
acuerdo con sus puntos de vista y opiniones, independientemente de todo factor
objetivo.
Toso esto es completamente falso. La
elección y adopción de decisiones, si no están vinculadas a la comprensión
correcta de la necesidad ni parte de esta última, no pueden conducir al hombre
a la libertad. Es más, conducen al extremo opuesto. La libertad de voluntad
–señalaba Engels– consiste en saber adoptar decisiones con conocimiento de
causa. Esto significa conocer las regularidades objetivas, la necesidad
objetiva, a la que el hombre se ve obligado a adaptarse. Basándose en la
necesidad comprendida, el hombre adopta decisiones que llevan a la libertad.
Cuanto más libre es la decisión del hombre, tanto más es necesaria, es decir,
tanto mayor es el grado en que corresponde a las leyes comprendidas de la
naturaleza. Pero si el hombre no se basa en su elección en las condiciones
objetivas y elige, como enseñan los existencialistas, sin tener nada en cuenta,
llega a la dependencia servil de esas condiciones e incluso a la muerte. De ahí
la sombría prédica de los existencialistas acerca de la absurdidad y
desesperación de la existencia humana. ¡¿Y por eso es completamente “lógica” su
conclusión de que la muerte de un suicida es la manifestación suprema de la
libertad?! El problema del suicidio se convierte precisamente, según afirma el
existencialista francés Camus, en el problema central de la filosofía.
La prédica abstracta y voluntarista de
la libertad del “YO” humano, que significa, en fin de cuentas, resignarse con
la realidad capitalista existente, sólo puede alimentar ilusiones en el hombre,
crear en él una impresión emocional de libertad individual con ausencia
absoluta de ésta. Lenin decía con profunda razón, dirigiéndose a los
predicadores de semejante “libertad individual” en el capitalismo: “Señores
individualistas burgueses, debemos deciros que vuestras peroraciones sobre la
libertad absoluta son pura hipocresía. No puede haber “libertad” real y
efectiva en una sociedad fundada en el poder del dinero, en una sociedad en la
que las masas trabajadoras viven en la miseria, mientras un puñado de
potentados vegeta en el parasitismo. ¿Acaso usted, señor escritor, no depende
de su editor burgués, que le exige pornografía en las escenas y retratos y
prostitución como “suplemento” del “sagrado” arte escénico?... Es imposible
vivir en la sociedad y no depender de ella. La libertad del escritor burgués,
del pintor, de la actriz no es sino la dependencia embozada (o que se trata de
embozar hipócritamente) respecto de la bolsa de oro, del soborno, del sustento”4.
No puede haber libertad en una sociedad
en la que unos se apropian del trabajo de otros, en la que las relaciones de
producción tienen carácter de dominio y supeditación, en la que los resultados
del trabajo del hombre y su verdadera esencia humana están alienados del hombre
mismo. No puede hablarse de ninguna libertad en una sociedad en la que existe
la alienación entre los hombres, en la que reinan entre ellos relaciones de
dominación y supeditación, en la que unos crean su bienestar a costa de la
libertad y la vida de otros.
La verdadera libertad del individuo es
posible únicamente en una sociedad que se asiente en relaciones de producción
de colaboración y ayuda mutua, sobre la base de la propiedad colectiva de los
instrumentos y medios de producción, sobre la base de la organización
socialista de la producción. La libertad significa, al mismo tiempo, la
supresión de todos los tipos y formas de alienación: de la alienación del
trabajo en provecho de otras personas, de la alienación del hombre, como decía
Marx, de su “esencia genérica”, de la alienación en general del hombre respecto
de sus semejantes. La sociedad socialista y comunista es precisamente la que
asegura todas esas condiciones reales de la libertad verdadera y completa del
individuo.
Todo esto significa, al mismo tiempo,
que luchar por la realización de la verdadera libertad del hombre es luchar
contra todos los tipos de opresión y alienación, engendrados por la sociedad
capitalista.
_________
(*) Kursánov, G. Problemas fundamentales del materialismo dialéctico. Ediciones
Palomar, México, D. F.
(1) F. Engels, Anti-Dühring, sección primera, cap. XI.
(2) Ibídem.
(3) C. Marx, El Capital, t. 3, cap. XLVIII.
(4) V. I. Lenin, La organización del Partido y la literatura del Partido.- Obras, 4ª ed. en ruso, t. 10, pág. 30.
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