El Ideal Moral Burgués*
Paul Lafargue
EL IDEAL HEROICO, lógico y simple,
reflejaba en el pensamiento la realidad ambiente, sin extremadas exageraciones:
erigía como primeras virtudes del alma humana las cualidades físicas y morales
que debían reunir los héroes bárbaros para conquistar y conservar los bienes
materiales, los cuales bienes les elevaban a la primera condición entre los
ciudadanos más dignos y dichosos de la tierra.
La
realidad de la naciente sociedad burguesa no correspondía a este ideal. Las
riquezas, los honores y los placeres ya no eran el precio del valor y de las
otras virtudes heroicas, tanto más cuanto que en nuestra sociedad capitalista
la propiedad no es la recompensa del trabajo, del orden y de la economía. Sin
embargo, las riquezas continuaban siendo el objeto de la actividad humana,
convirtiéndose más y más en su único y supremo objeto. Para conseguir este
objeto tan ardientemente deseado, bastaba poner en acción las cualidades heroicas,
en otra época tan apreciadas. Pero como la naturaleza humana no se había
despojado de estas cualidades, aunque en las nuevas condiciones sociales
resultasen inútiles y hasta perjudiciales "para abrirse paso en la
vida", y como en las repúblicas antiguas eran causas engendradoras de
conflictos y de guerras civiles, urgía dominarlas, dándoles una satisfacción platónica,
a fin de utilizarlas para la prosperidad y la conservación del nuevo
orden social.
Los
sofistas emprendieron la tarea. Unos, no pretendiendo desvirtuar la verdad,
reconocieron y proclamaron bien alto que la posesión de las riquezas era
"el supremo bien" y que los placeres físicos e intelectuales que
proporcionaban constituían "la última aspiración del hombre".
Sostenían resueltamente el arte de conquistarlas por todos los medios, lícitos
e ilícitos y el de escapar a las desagradables consecuencias que podía entrañar
la violación de las leyes y de las costumbres.
Otros
sofistas, tales como los cínicos y muchos estoicos, en abierta oposición contra
las leyes y contra las costumbres, querían volver al estado presocial y
"vivir según la naturaleza". Estos afectaban sentir despreció a las
riquezas, afirmando ostensiblemente que "el único rico era el sabio";
no obstante, este desprecio afectado con las riquezas estaba en oposición con
la manera de conducirse, con el sentimiento general, del que ellos no podían
desprenderse y a menudo con el tono demasiado declamatorio que empleaban.
Además, ni unos ni otros se preocupaban en querer dar un sentido utilitario y
social a sus teorías morales, y esto era precisamente lo que reclamaba la
democracia burguesa.
Otros
sofistas, tales como Sócrates, Platón y gran número de estoicos, abordaron de
frente el problema moral: no erigieron en dogma el desprecio de las riquezas,
reconociendo, por el contrario, que eran una de las condiciones de vida y hasta
de virtud, aunque habían dejado de ser su recompensa. El hombre justo ya no
debía pedir al mundo exterior el premio de sus virtudes, sino buscarlo en su
fuero interno, en su conciencia, que debía guiar por los principios eternos,
colocados más allá del mundo de la realidad, que sólo podía esperar obtenerlos
en la otra vida. No se sublevaban contra las leyes y las costumbres, como los
cínicos; por el contrario, aconsejaban someterse y amoldarse a ellas,
recomendando a todos y cada uno que se conformasen con su suerte y con su
situación social.
Así
San Agustín y los Padres de la Iglesia impusieron como un deber a los esclavos
cristianos el redoblar el celo para su amo en la tierra, a fin de merecer las
gracias del amo celestial.
Sócrates,
que había vivido en intimidad con Pendes, y Platón, que había frecuentado las
cortes de los tiranos de Siracusa, eran profundos políticos y no veían en la
moral y en la religión más que instrumentos para gobernar los hombres y
mantener el orden social.
Estos
dos sutiles genios de la filosofía sofística, son los fundadores de la moral
individualista de la burguesía, de la moral que sólo puede poner en
contradicción las palabras y los actos y dar una sanción filosófica a la doble
vida, a la vida ideal, pura, y a la vida práctica, impura; manifiesta contradicción
una de otra. Así las "muy nobles y muy honestas damas" del siglo
XVIII habían llegado a hacer del amor una especie de partida doble,
consolándose del amor intelectual en que se deleitaban con amantes platónicos,
y gozando materialmente del amor físico con sus maridos y con uno o más
amantes.
La
moral de toda sociedad basada sobre la producción mercantil, no puede
substraerse a una manifiesta contradicción, que es consecuencia de los
conflictos en que se halla envuelto el hombre burgués.
Si
la burguesía sólo mantiene su dictadura de clase por la fuerza, tiene
precisión, para dominar la energía revolucionaria de las clases oprimidas, de
hacerlas creer que su orden social es la realización más perfecta posible de
los eternos principios que adornan la filosofía liberal, que Sócrates y Platón
habían formulado más de cuatro siglos antes de Jesucristo.
La
moral religiosa no escapa a esta fatal contradicción. Si la más elevada fórmula
de dicha moral es "amaos unos a otros", las iglesias cristianas, para
acreditar sus tiendas, sólo piensan en convertir a los heréticos por el hierro
y por el fuego, a fin de substraerlos, dicen, de las penas eternas del
infierno.
El
medio social bárbaro, que engendraba la guerra y el comunismo del clan, llegó a
desenvolver hasta los más elevados límites las nobles cualidades del ser
humano; las cualidades físicas, el valor, el estoicismo moral; el medio social
burgués, basado sobre la propiedad individual y la producción mercantil erige,
por el contrario, en virtudes cardinales las peores cualidades del alma humana,
el egoísmo, la hipocresía, la intriga y el engaño1.
La
moral burguesa, que Platón hace descender de lo alto de los cielos y que coloca
por encima de dos viles intereses, refleja tan modestamente la realidad, que
los sofistas, en vez de buscar una palabra nueva para designar el principio,
que según Víctor Coussin es "la moral completa", emplearon el vocablo
corriente y le llamaron Bien: to agathon. Cuando el ideal cristiano
se formó al lado y a continuación del ideal filosófico, experimentó las mismas
contingencias. Los Padres de la Iglesia le imprimieron el sello de la utilidad
vulgar.
Beatus, que les paganos empleaban para designar rico, y
que Varron define diciendo que es "el que posee muchos bienes", qui
multa bona possidet, en el latín eclesiástico quiere decir el que
posee la gracia de Dios; Beatitud, de cuya palabra Petronio y
los escritores de la decadencia se sirven para designar riquezas significa,
bajo la pluma de San Jerónimo, felicidad celeste; Beatísimo, el
epíteto dado por los escritores del paganismo al hombre opulento, se aplica a
los patriarcas, a los padres de la Iglesia y a los santos.
La
lengua nos ha demostrado que los bárbaros, por su procedimiento antropomórfico
acostumbrado, habían incorporado sus virtudes morales a los bienes materiales.
Pero los fenómenos económicos y los acontecimientos políticos, que prepararon
el terreno para el advenimiento del modo de producción y de cambio de la
burguesía, rompieron la primitiva unión establecida entre lo moral y lo
material. El bárbaro no se avergonzaba de esta unión, pues eran las cualidades
físicas y morales, de las que él resultaba el más acérrimo defensor, las que
ponía en acción con la conquista y conservación de los bienes materiales; el
burgués, por el contrario, se avergüenza de las bajas acciones que ha de
realizar para llegar a hacer fortuna: por eso quiere hacer creer y acaba por
creerlo él mismo, que su alma se eleva por encima de la materia y se nutre de
verdades eternas y de principios inmutables. Pero la lengua, incorregible
denunciadora, nos revela que bajo el tupido velo de la moral más pura se esconde
el ídolo soberano de los capitalistas, el Bien, el Dios-propiedad.
La
moral, lo propio que los demás fenómenos de la actividad humana, cae bajo la
ley del materialismo económico formulado por Marx: "El modo de producción
de la vida material domina en general el desenvolvimiento de la vida social,
política e intelectual".
_____________
(*)
Parte III del libro El Origen de las
Ideas Abstractas. https://www.marxists.org/espanol/lafargue/1890s/1898.htm
(1)
Los escritores burgueses tienen la costumbre de achacar todos los vicios de la
civilización a los bárbaros, a quienes los capitalistas roban, explotan y
exterminan con el pretexto de civilizarles, cuando en realidad lo que hacen es
corromperles física y moralmente con el alcohol, la sífilis, la biblia, el
trabajo forzoso y el comercio.
Los viajeros que se han
puesto en contacto con pueblos salvajes, no contaminados por la civilización,
han quedado sorprendidos de sus virtudes morales, y Leibnitz, que vale tanto él
solo como todos los filósofos del liberalismo, no podía menos que rendirles
homenaje. "Cónstame, dice, que los salvajes del Canadá viven unidos y en
paz: aunque entre ellos no existe ninguna especie de magistrados, nunca o
apenas nunca se ve en aquella parte del mundo, querellas, odios o guerra, a no
ser entre hombres de distintas naciones o de distintas lenguas. Casi
calificaría este hecho de milagro político, que Hobbes no hizo resaltar
bastante. Los mismos niños, jugando juntos, rara vez llegan a las manos, y si
en alguna ocasión se exceden algo, sus mismos compañeros bastan para hacerles
entrar en razón. No se crea, por eso, que sean insensibles o de temperamento
pasivo, sino muy vivaces, según lo demuestran en la venganza a las ofensas que
reciben y en el temple con que desafían la adversidad. Si estos pueblos
pudiesen unir un día tan grandes cualidades naturales a nuestras artes y a
nuestros conocimientos, a su lado seríamos simples caricaturas humanas".
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