César Risso
LA ACTUAL SITUACIÓN que enfrenta la
burguesía peruana, de corrupción generalizada, exige una explicación.
Diversos
sectores, tanto de derecha como de izquierda (oportunistas), atribuyen la
corrupción a acciones individuales, que expresan conductas faltas de ética, y
que en consecuencia, a la par con mayores controles, proponen formar a las
nuevas generaciones en valores.
Sin
embargo, los valores, la moral, tienen un carácter de clase. Estos dependen de
las condiciones materiales de existencia de las clases sociales. La burguesía,
por ejemplo, tiene como objetivo fundamental la extracción de plusvalía, que les
arranca a los trabajadores asalariados, amparados por la propia ley burguesa, y
que ven como algo absolutamente natural.
En
cambio, los trabajadores asalariados, tienen como objetivo inmediato, evitar
que la opresión de la burguesía los destruya físicamente, y además mejorar sus
condiciones laborales; en tanto que su objetivo fundamental es el de destruir
el sistema de producción capitalista e instaurar el sistema socialista, para
así eliminar la explotación de la que son objeto.
Tomemos
un caso reciente: el de los pobladores de Puente Piedra con respecto al peaje.
Para las autoridades y la empresa involucrada en el cobro del peaje, no había
más alternativa que aplicar lo señalado en el contrato; y por lo tanto, la
empresa, no tenía más que disfrutar de los ingresos y utilidades que el cobro
del peaje le rendiría. Su moral en este caso era “impecable”, pues como
burgueses lo que buscan es obtener utilidades.
Del
lado de los pobladores de Puente Piedra, que veían como injusto el cobro de
peajes, a pesar de estar amparado en un contrato, consideraban que esto los
afectaba como pobladores, y también como trabajadores que obtienen bajos
ingresos y que viven en condiciones de precariedad, provocado por las empresas
capitalistas a las cuales venden su fuerza de trabajo. Por lo tanto, era
completamente moral para ellos enfrentarse a la empresa y a las autoridades,
para así eliminar el peaje.
Vemos
pues, cómo en el sistema económico capitalista, las clases explotadoras actúan
conforme a la moral que su situación les impone, mientras que las clases
explotadas, actúan también de acuerdo a la moral que su situación les exige.
¿Qué
sentido tiene enseñar valores en las escuelas? ¿Se le va a enseñar valores a
los hijos de los explotadores para que dejen de explotar a los trabajadores
asalariados? o ¿se le va a enseñar valores a los hijos de los explotados para
que acepten sumisamente la explotación de la que son objeto?
Para
que los valores sean los mismos no debe haber clases sociales, es decir grupos
humanos que exploten a otros grupos humanos. Pero, mientras existan las clases
sociales, la moral predominante será la moral burguesa.
Será
la moral burguesa la predominante, incluso entre las clases explotadas, por la
enorme propaganda que llevan a cabo difundiendo sus intereses, presentándolos
como intereses de todo el pueblo, planteando que si hay explotados y pobres, es
porque estos no han tenido la inteligencia, la habilidad, ni la voluntad de ser
“hombres de bien”, y han preferido quedarse en la situación en la que se
encuentran. Que por lo tanto la pobreza y la explotación no se deben al sistema
capitalista imperante en nuestro país.
La
enorme corrupción descubierta, es parte del negocio cotidiano de los
representantes de la burguesía en el ejercicio del gobierno del Estado, y de la
competencia entre las empresas privadas. Descubierta la corrupción, sean cuales
quiera los motivos que condujeron a este gran destape, la burguesía se ve
obligada a sacrificar a algunos de sus representantes políticos, con el
objetivo de salvar al sistema, manteniendo así su dominio como clase para
continuar explotando a los trabajadores.
El
sistema capitalista puede considerarse como un mecanismo de apropiación de
trabajo excedente. Al desarrollarse las fuerzas productivas, aumentó la
productividad del trabajo, y en consecuencia, los seres humanos al desplegar su
fuerza de trabajo fueron capaces de producir por encima de lo que requerían
para vivir. Nacen entonces las sociedades divididas en clases, estableciéndose
las diferentes formas de apropiación del trabajo excedente, como en el caso del
sistema esclavista, del feudal y del capitalista. Estas modalidades de
extracción y apropiación del trabajo excedente, que en el caso del capitalismo
se llama plusvalía, y adquiere la forma fenoménica de ganancia, siempre fueron acompañadas
de la guerra, el robo, el engaño, y de otras formas como la corrupción que hoy
vemos en el capitalismo.
Pero,
de qué se apropian los burgueses, ya sea por la vía legal de explotación del
trabajo asalariado, o la ilegal, de la corrupción. En ambos casos se apropian
de trabajo excedente. Así lo hace el capitalista industrial, el capitalista
comercial, el banquero, o el terrateniente. La forma varía, pero el fondo es el
mismo.
En
el sistema capitalista, nadie puede apropiarse más de lo que los trabajadores
crean. Lo que sucede es que esta apropiación se da en términos monetarios. Es
decir, en papeles, billetes, acciones, bonos, etc., que expresan el contenido
real de la riqueza, esto es, el trabajo coagulado o materializado en objetos
útiles, que al ser producidos bajo la forma capitalista, es decir, como bienes
para ser vendidos en el mercado, esto es, como mercancías, aparecen como
productos privados, a los cuales se puede acceder por medio del cambio por
dinero. Sin embargo, en el proceso del cambio, al igualar la mercancía concreta
con la mercancía dinero, se evidencia que los diversos trabajos privados no son
otra cosa que partículas de trabajo social.
Así,
la corrupción permite a los corruptos apropiarse de más plusvalía, aunque hay
formas legales como el juego en la bolsa de valores, en la que los burgueses se
arrebatan la plusvalía obtenida, o por medio de la estafa cuando venden los
llamados “bonos basura”, es decir deuda mala, no recuperable, trasladando así
sus malos negocios a otros burgueses.
El
capitalista cree que el poder está en el oro; y esta creencia se la traslada a
toda la sociedad, de tal modo que las clases explotadas terminan convencidas
que efectivamente es así. El verdadero valor del oro no está es las propiedades
naturales que posee; está en la cantidad de trabajo que contiene. Para decirlo
plásticamente, es como si el trabajador asalariado, en el despliegue de su
fuerza de trabajo, al desgastarse fuese adquiriendo la forma de oro. Es como si
viésemos en cada onza de oro el rostro de todos los trabajadores y sus
familias, que han intervenido en su extracción y transformación.
Al
respecto José Carlos Mariátegui señalaba que “la riqueza de los Estados Unidos
no está en sus bancos ni en sus bolsas; está en su población.” Vale decir que
es el ser humano, con su capacidad, tanto física como espiritual, de crear la
riqueza lo que le da valor a las mercancías, y no las mercancías las que le dan
valor a los seres humanos. Aunque, por el fetichismo de la mercancía, es decir,
por el hecho de estar convencidos que las mercancías tienen valor no por la
cantidad de trabajo que contienen, sino por sus propiedades naturales, terminan
adorando al oro, al dinero, a las mercancías.
Este
fetichismo de las mercancías, es decir, la atribución a objetos, creados por el
hombre, de propiedades sobrenaturales, que dominan al mismo hombre que las ha
creado; al presentarse como trabajos privados, que se dan de forma anárquica, y
que al enfrentarse en el mercado suben y bajan de precio, como si tuvieran vida
propia; y que son apropiadas no por el trabajador directo, su creador, sino por
el propietario de los medios de producción; es lo que genera la ansiedad del capitalista
de agenciarse de cualquier forma (por ejemplo a través de la corrupción) de
todo el dinero posible.
De
nada valdría el dinero o el oro que el capitalista acumula, si es que no
tuviese la propiedad privada de los medios de producción, y si no tuviese a los
trabajadores libres de medios de producción, para explotarlos.
La
creencia de que el oro tiene gran valor por sus propiedades físico-químicas,
esconde que su valor refleja relaciones de producción; relaciones de
explotación del trabajo asalariado por el capitalista.
El
trabajo vivo, el despliegue de la fuerza de trabajo, es lo que crea nuevo
valor. El trabajo muerto (pasado), llamado capital constante, como máquinas y
herramientas, así como la materia prima y los materiales auxiliares, se traslada
a la mercancía por medio de la fuerza de trabajo. Es como si la vida del
trabajador asalariado fuese pasando, mientras produce, a la mercancía.
No
hay forma alguna, de que a través de la capacitación en valores, puedan los
capitalistas dejar de pensar que el oro y el dinero valen por sí mismos, que es
su naturaleza lo que les da valor. Que, por lo tanto, al seguir en esta
creencia, seguirán buscando los medios, legales o ilegales, para continuar
apropiándose de toda la plusvalía posible. En consecuencia, la corrupción solo
desaparecerá cuando desaparezcan las mercancías; esto es, cuando los productos
del trabajo sean consecuencia del trabajo planificado, y libre de toda forma de
explotación, con lo cual dejará de existir el mercado. Cuando deje de existir
el mercado y las mercancías, los objetos para satisfacer las necesidades
contendrán solo valor de uso.
La
atribución al individuo de comportamientos que dependen de su libre decisión y
voluntad, deja de lado el hecho de que son las condiciones materiales de
existencia las que determinan estas conductas. Por ello, al reducir el problema
de la corrupción únicamente a conductas individuales, sin dejar de reconocer la
responsabilidad individual, encubre que esto se da en el marco de la
explotación capitalista. En otras palabras, castigan al individuo, pero salvan
al sistema, con lo cual dejan intacto el mecanismo que promueve y da vida a la
corrupción.
Pero
no es solo la corrupción la que conduce al proletariado a cumplir con su misión
histórica de derrocar al capitalismo, sino la explotación capitalista del trabajo
bajo la forma asalariada.
El
fetichismo de la mercancía, que hace ver en la creación del hombre objetos que
lo dominan, tiene su base en el sistema capitalista. En la superficie, todos
ven el cambio de cosas por cosas (mercancías por dinero); pero lo que realmente
sucede es que se intercambian porciones de trabajo social por porciones de
trabajo social. Para que cambie esta forma tergiversada, de cambio de cosas por
cosas, de ver las relaciones sociales (cosificación de las relaciones sociales),
se tiene que cambiar la base material: la producción capitalista.
Al
cambiar la producción capitalista, y con ello la explotación del trabajador
asalariado, se elimina toda forma de explotación del hombre por el hombre, y se
deja sin sustento la posibilidad de la corrupción; dado que, entre otras cosas,
no habrá plusvalía de la que apropiarse ni arrebatarse, pues todos los seres
humanos contribuyendo con su capacidad física y espiritual, crearán todo lo que
la sociedad necesita. No habrá pues, fetichismo de la mercancía, sino la visión
directa de que es el hombre por medio del trabajo, el verdadero creador de la
riqueza; con lo cual el oro será visto como lo que es: un simple metal, que al
dejar de cumplir la función de medio general de intercambio, carecerá de
interés, y por lo tanto, al perder la función social que el mismo hombre le asignó,
pasará a ser un objeto más, sin función social, para dejar de tener cualquier
tipo de utilidad para la vida del ser humano. Entonces, el “verdadero oro”, es
decir, la verdadera riqueza, será el ser humano y su capacidad de trabajar.
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