Economía
El Indio y el Capital Humano
César Risso
JOSÉ CARLOS MARIÁTEGUI llamaba capital humano a la fuerza de trabajo, en tiempos en los que este concepto no tenía la connotación que tiene ahora, menos contemplativo con el aspecto humano y social de la producción, y en consecuencia, más frío y técnico en su análisis.
Carlos Marx usó la expresión capital variable, haciendo referencia al uso capitalista de la fuerza de trabajo, que al adquirir carácter de mercancía (rasgo peculiar del capitalismo), con su despliegue agrega nuevo valor al capital constante (maquinaria, materia prima, materiales auxiliares, etc.). La mercancía fuerza de trabajo es la única capaz de crear nuevo valor. Sin embargo, la burguesía hace extensiva esta peculiaridad de la fuerza de trabajo a todo el capital.
Si la fuerza de trabajo, independientemente de si es mercancía o no, es la que crea la riqueza, es decir, la inmensa variedad de bienes y servicios que satisfacen las necesidades de la sociedad, entonces esta misma es insustituible y, en consecuencia, de su preservación depende la sociedad. De modo tal que cualquiera sea el sistema económico, un aspecto fundamental es la forma en la que éste conserva y reproduce la fuerza de trabajo.
Esta consideración, entre otras, es la que llevó a José Carlos Mariátegui a tratar el problema del indio, considerándolo fuerza de trabajo de un tipo especial, es decir, con las características propias del productor del Ayllu, con aquellos elementos de socialismo práctico que le reivindica. Incluso, cuando sus expresiones parecen olvidarse del aspecto humano del asunto, aludiendo al lado técnico de la producción (cantidad y calidad de bienes), señalando al sistema feudal, por ejemplo, hace referencia al incremento de la producción para asegurar la existencia de la sociedad. Así: “El dato demográfico es, a este respecto, el más fehaciente y decisivo. Contra todos los reproches que, -en el nombre de conceptos liberales, esto es modernos, de libertad y justicia-, se pueden hacer al régimen inkaico, está el hecho histórico -positivo, material-, de que aseguraba la subsistencia y el crecimiento de una población que, cuando arribaron al Perú los conquistadores, ascendía a diez millones y que, en tres siglos de dominio español, descendió a un millón. Este hecho condena al coloniaje y no desde los puntos de vista abstractos o teóricos o morales -o como quiera calificárseles- de la justicia, sino desde los puntos de vista prácticos, concretos y materiales de la utilidad”[1] (Cursivas nuestras). Por supuesto que en este caso la acepción “utilidad” hace referencia a la cantidad de bienes producidos, y no al beneficio monetario.
En la actualidad el productor agropecuario, en su organización comunal, se ve rodeado de producción capitalista, de un “inmenso arsenal de mercancías”, de modo que aquello que no puede conseguir (producir) por su propio esfuerzo, tiene que adquirirlo a través de la mercancía dinero. El cerco capitalista lo constriñe a su reducto social, a su parcela o comunidad, esto es, a mantener o desarrollar sus relaciones colectivistas, de solidaridad y reciprocidad, únicamente en el seno de su comunidad, obligándolo a incorporar parte de su trabajo, o más precisamente, su fuerza de trabajo, a la producción bajo el sistema capitalista, usándolo parcialmente como obrero asalariado en las minas, por ejemplo.
En este sentido, de los productores agropecuarios a nivel nacional, el 77,7% son trabajadores independientes, es decir, se dedican a cultivar sus tierras; siendo estos en la sierra el 81,8%. Los propietarios que hacen uso de mano de obra no familiar representan el 12,7% a nivel nacional. Y los productores agropecuarios en la condición laboral de obreros son el 7,3% a nivel nacional[2].
El 83% de los productores obtienen sus ingresos de su propia actividad agropecuaria. En cambio, el 7,3% tiene como su segunda fuente de ingresos las ganancias por negocios. Sin embargo estas son reducidas.
El 79,5% de los productores agropecuarios recibe ayuda familiar, es decir, hace uso de mano de obra no remunerada. Esta producción es propia de la economía mercantil simple.
Debido a la estacionalidad de la producción agropecuaria y a la pobreza, el 6,9% de los productores agropecuarios a nivel nacional se encuentra temporalmente empleado bajo el régimen salarial, mientras que el 3,8% recibe por la misma labor pago en especies.
Si tomamos el dato de los ingresos, es necesario señalar que la producción de este sector es en su mayoría de subsistencia, con una escasa proporción destinada al mercado. El ingreso promedio a nivel nacional es de 4 mil 781 nuevos soles. Esto da un promedio mensual de casi 399 nuevos soles.
Con respecto a la tenencia de la tierra, el problema radica en la situación jurídica de la misma. El 79,5% de los productores agropecuarios afirma que es propietario de la tierra que trabaja, sin embargo no tienen título de propiedad o no están en los registros públicos. El 4,2% de tierras son arrendadas, bajo la forma de prestada o cedida en la mayoría de los casos, mientras que la condición de al partir es de 4,9% de las tierras.
La producción está destinada básicamente al consumo del productor en un 35,7%; como semilla se destina el 21,7%, y para el mercado se destina el 12,2%; en tanto que para el trueque, subproductos y otros destinos se asigna el 30,4%. Esto da cuenta de la escasa importancia que tiene la economía capitalista para el productor agropecuario.
Con respecto a los subproductos, estos se dedican fundamentalmente para su consumo. Así, por ejemplo, el 87,5% de chuño de papa se destina al consumo, en tanto que únicamente el 7,5% se dirige a la venta. En el mismo sentido, el 100% del morón y la chochoca se destinan al consumo.
Los gastos de los productores agropecuarios son ínfimos. Este es otro rasgo que da cuenta de la poca importancia de este sector en la economía capitalista. En el caso de las semillas, el 80,2% gasta 240 nuevos soles o menos. En la sierra, el 31% no realiza gasto alguno en abonos, fertilizantes o pesticidas.
En el uso de mano de obra, el 80,5% de los productores a nivel nacional gasta 200 nuevos soles o menos por campaña.
El gasto en arrendamiento de tierras es inexistente en el 92,5% de los casos. Situación parecida a los gastos en asistencia técnica, en la que el 98,6% no tiene gastos en este rubro.
Tomando los resultados de pobreza, en el caso del método de las necesidades básicas insatisfechas, se tiene que mientras en los productores agropecuarios el 46,7% han satisfecho todas sus necesidades, a nivel nacional (nos referimos a toda la población del país) han satisfecho todas sus necesidades el 62,2% de la población. Esto da cuenta que en los productores agropecuarios más de la mitad (53,3%) tiene al menos una necesidad básica insatisfecha, en tanto que en el promedio nacional la cifra es de 37,8%.
A través del método de la línea de pobreza, se tiene que el 59,8% de los productores agropecuarios son pobres, mientras que a nivel nacional son pobres el 36,2% de la población.
La educación de los miembros de la comunidad se da espontánea y naturalmente, siendo su técnica parte de su propia experiencia acumulada. Empero, a estas alturas, la técnica burguesa la supera largamente en productividad, con el añadido de que la técnica burguesa se ha desarrollado con el acicate de la ganancia, dejando de lado a la naturaleza y el bienestar del productor, con lo cual ha terminado depredando a una y otro. Limitado en las posibilidades de aprovechamiento de las nuevas técnicas agrícolas, sin la educación adecuada, o en la mayoría de los casos sin ella, excluido como sujeto de crédito, reducido a condiciones mínimas de subsistencia; no tiene bajo el régimen económico actual posibilidades de desarrollo. Sin embargo, potencialmente está en condiciones de desarrollarse, como en el caso de Japón que, al decir de J. C. Mariátegui, encontró por sus propios medios el camino de la occidentalización.
La información de la situación educativa de los productores agropecuarios es otro aspecto de significativa importancia para la incorporación de este sector como fuerza de trabajo en una economía moderna. Así, se tiene que el 42,5% de estos no saben leer ni escribir. Asimismo, únicamente el 0,5% de los jóvenes entre 14 y 24 años están matriculados en algún centro educativo.
Si esta es la situación del productor agropecuario, qué aporte concreto, práctico, material, puede aportar al desarrollo de nuestra nación. La actual etapa capitalista, al igual que la feudalidad impuesta por la colonia, suscribe la práctica de diezmar al indio, atajando permanentemente su desarrollo. En todos los aspectos socioeconómicos y demográficos, la condición del indio es una de las peores del país. De esto es responsable el capitalismo que domina actualmente nuestra economía y sociedad.
Asimismo señala Mariátegui que en la colonia se querían brazos y no hombres, verificando que el indio era utilizado únicamente como productor, sin tener en cuenta su condición de ser humano, es decir como consumidor; lo cual explica la crítica que hace respecto de que parecía que lo que se buscaba en la colonia era exterminar al indio. En este sentido dice: “El carácter colonial de la agricultura de la costa, que no consigue aún librarse de esta tara, proviene en gran parte del sistema esclavista. El latifundista costeño no ha reclamado nunca, para fecundar sus tierras, hombres sino brazos. Por esto, cuando le faltaron los esclavos negros, les buscó un sucedáneo en los coolíes chinos. Esta otra importación típica de un régimen de ‘encomenderos’ contrariaba y entrababa como la de los negros la formación regular de una economía liberal congruente con el orden político establecido por la revolución de la independencia. César Ugarte lo reconoce en su estudio ya citado sobre la economía peruana, afirmando resueltamente que lo que el Perú necesitaba no eran ‘brazos’ sino ‘hombres’.”[3]
Los elementos de socialismo práctico que más de una vez señala J. C. Mariátegui con respecto al indio, tanto en su comunidad como en su parcela, dan cuenta de este potencial de desarrollo del indio. Así, señala que: “La ‘comunidad’, en cambio, de una parte acusa capacidad efectiva de desarrollo y transformación y de otra parte se presenta como un sistema de producción que mantiene vivos en el indio los estímulos morales necesarios para su máximo rendimiento como trabajador. Castro Pozo hace una observación muy justa cuando escribe que ‘la comunidad indígena conserva dos grandes principios económicos sociales que hasta el presente ni la ciencia sociológica ni el empirismo de los grandes industrialistas han podido resolver satisfactoriamente: el contrato múltiple del trabajo y la realización de éste con menor desgaste fisiológico y en un ambiente de agradabilidad, emulación y compañerismo’.”[4]
La acepción de capital humano que usa Mariátegui para referirse al indio es mucho más amplia que la que se usa en la actualidad por los apologistas del capitalismo. El indio es visto por Mariátegui como un elemento indispensable del desarrollo de nuestra economía y sociedad. En este sentido, expresa de manera meridiana su concepto de desarrollo: “Los que, arbitraria y simplísticamente, reducen el progreso peruano a un problema de capital áureo, razonan y discurren como si no existiese, con derecho a prioridad en el debate, un problema de capital humano. Ignoran u olvidan que, en historia, el hombre es anterior al dinero”[5].
Continuando con su argumentación de la superioridad del hombre en la creación de riqueza, dice: “El gigantesco desarrollo material de los Estados Unidos, no prueba la potencia del oro sino la potencia del hombre. La riqueza de los Estados Unidos no está en sus bancos ni en sus bolsas; está en su población. La historia nos enseña que las raíces y los impulsos espirituales y físicos del fenómeno norteamericano se encuentran íntegramente en su material biológico” (Cursivas nuestras).
Para evitar cualquier confusión, señala a renglón seguido: “[…] que la crisis y decadencia contemporáneas empezaron justamente cuando la civilización comenzó a depender casi absolutamente del dinero y a subordinar al dinero su espíritu y su movimiento”[6].
Es necesario recordar que si bien los sentimientos o, en términos más generales, el espíritu, en el sentido de ideas, conocimientos, sentimientos, emociones, experiencia y voluntad, dan cuenta de las características de la fuerza de trabajo del indio, esta actúa en el marco de determinadas condiciones materiales, que en este caso se refieren a las relaciones sociales de producción capitalistas, de subordinación a los propietarios de los medios de producción, a través de los cuales se extrae plusvalía[7].
¿Se puede, en el marco de las actuales relaciones capitalistas, aprovechar al indio? La respuesta es concluyente a este respecto. En el Perú, el indio y el capitalismo no han podido complementarse sino cuando el primero ha sido sometido como siervo, o bajo diversas formas, anulando el espíritu del indio, es decir, erradicando los elementos de socialismo práctico de este. Mariátegui señala el efecto que tiene en el indio la acción de la burguesía: “La opresión enemista al indio con la civilidad. Lo anula, prácticamente, como elemento de progreso. Los que empobrecen y deprimen al indio, empobrecen y deprimen a la nación. Explotado, befado, embrutecido, no puede ser el indio un creador de riqueza. Desvalorizarlo, depreciarlo como hombre equivale a desvalorizarlo, a depreciarlo como productor. Solo cuando el indio obtenga para sí el rendimiento de su trabajo, adquirirá la calidad de consumidor y productor que la economía de una nación moderna necesita en todos los individuos”[8] (Cursiva nuestra).
La posibilidad de nuestro desarrollo nacional requiere de la incorporación del indio como productor –tan venido a menos en ese sentido en la actualidad– y como consumidor. Esta posibilidad está latente, pero sólo será realidad cuando haya periclitado el sistema capitalista. De lo contrario, la comunidad y el indio en general, serán cada vez más marginales, hasta su extinción, con la cual se habría culminado la “obra” de los españoles en la colonia, de exterminio del indio; no por el propósito declarado de hacerlo, sino por su incapacidad de incorporarlo a la organización económica de nuestra sociedad y, con ello, perder su fuerza de trabajo –verdadera riqueza social– retardando, o anulando tal vez, nuestro desarrollo nacional.
Notas:
[1] Mariátegui, José Carlos. 7 Ensayos de Interpretación de la Realidad Peruana. Lima, Empresa editora Amauta, décima tercera edición, 1968, p. 46.
[2] Todos los datos que mencionamos corresponden al estudio realizado por el INEI: Perfil del Productor Agropecuario, 2008, elaborado en base al Censo Nacional de Población y Vivienda 2007 y a la Encuesta Nacional de Hogares 2008 (ENAHO).
[3] Mariátegui, José Carlos, op.cit., p. 48-49.
[4] Mariátegui, José Carlos, ibídem. p. 71.
[5] Mariátegui, José Carlos, Peruanicemos al Perú. Lima, Empresa editora Amauta. Décima primera edición, 1988, P. 91.
[6] Mariátegui, José Carlos, ibídem. p. 92.
[7] Referimos las relaciones sociales como condiciones materiales, pues la materia se presenta bajo tres formas: como sustancia, como campo o como relaciones sociales.
[8] Mariátegui, José Carlos, Peruanicemos al Perú. p. 44.
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