Mujer y Trabajo
Santiago Ibarra
El relegamiento de la mujer al trabajo doméstico
EN EL ORIGEN DE LA FAMILIA, LA PROPIEDAD PRIVADA Y EL ESTADO, el maestro Federico Engels subrayaba la
importancia que tiene en el sojuzgamiento de la mujer su relegamiento a la
economía doméstica y el predominio del hombre en el ámbito productivo (hechos
que, a su vez, aparecen con el surgimiento de la propiedad privada sobre los
medios de producción y la familia patriarcal):
“La familia individual moderna se funda en la esclavitud doméstica
franca o más o menos disimulada de la mujer, y la sociedad moderna es una masa
cuyas moléculas son las familias individuales. Hoy, en la mayoría de los casos,
el hombre tiene que ganar los medios de vida, que alimentar a la familia, por
lo menos en las clases poseedoras; y esto le da una posición preponderante que
no necesita ser privilegiada de un modo especial por la ley. El hombre es en la
familia el burgués; la mujer representa en ella al proletario”[1].
La conversión de la economía doméstica en un asunto privado
Este relegamiento de la
mujer al trabajo en el hogar es paralelo a la conversión de la economía
doméstica en un asunto privado, al tiempo que la esfera productiva queda como
un asunto público. Al respecto, Engels precisa que con la familia patriarcal y
la familia individual monogámica,
“El gobierno del hogar perdió su carácter social. La sociedad ya no tuvo
nada que ver con ello. El gobierno del hogar se transformó en servicio privado;
la mujer se convirtió en la criada principal, sin tomar ya parte en la
producción social.”
La crítica feminista de la separación de los espacios productivo y
reproductivo
La crítica feminista de la
separación del ámbito productivo y del reproductivo, de la asignación
diferenciada en ambos de los sexos masculino y femenino, y de la
inferiorización del ámbito reproductivo, llama la atención acerca del hecho de
que ambos ámbitos son indispensables
para la reproducción de la sociedad[2].
Esta separación de los dos ámbitos, este relegamiento de la mujer al ámbito
reproductivo y esta inferiorización del trabajo doméstico, son rasgos centrales
del patriarcado, fenómeno muy anterior al capitalismo.
La opresión de la mujer bajo el capitalismo
Entre paréntesis, hay que
decir que si Marx acentuó su análisis en el ámbito productivo fue porque su
interés central fue estudiar la explotación del trabajo por el capital, el
origen del plusvalor. Pero habrá que decir también que el capitalismo, de otro
lado, aprovecha esta división de roles para su propia reproducción ampliada,
subsumiendo en el trabajo productivo las habilidades que la mujer aprendió en
el trabajo doméstico. Asimismo, si bien el trabajo reproductivo es esencial
para la reproducción del conjunto de la sociedad, el capital deja que de él se
encarguen las mujeres, sin remuneración alguna, lo que en última instancia
constituye una suerte de trabajo gratuito que se hace para el capital.
Finalmente, en la fábrica, en el taller, en la oficina, la mujer es
discriminada por el mero hecho de ser mujer, mediante el pago de salarios más
bajos que el que se le retribuye a los hombres por la ejecución de tareas
similares, así como mediante su concentración en actividades y sectores
económicos caracterizados por sus peores condiciones laborales.
La incorporación de la mujer al trabajo productivo y la segmentación del
mercado laboral según el sexo
El agravamiento de la explotación de la fuerza de trabajo ha determinado
que en las últimas décadas la mujer busque incorporarse en el mercado de
trabajo en mayor cantidad. En el Perú, el aumento de la tasa de participación
laboral de la mujer fue desde el 35% en 1993 hasta el 65% en 2008, mientras que
la de los hombres aumentó del 73% al 82,9% en el mismo lapso de tiempo[3], lo que
expresa que la mujer sigue ocupando preferentemente el trabajo doméstico no
remunerado. Con todo, es esencial destacar que existe una creciente participación de la mujer en el espacio productivo, algo
que empieza en realidad con la aparición de la gran industria capitalista.
Relacionado con este hecho, hay que destacar que la mayor parte de la fuerza de
trabajo femenina es absorbida por el capital en condiciones precarias. Esto se
expresa, por ejemplo, en el hecho de que la tasa de desempleo es mayor en las
mujeres que en los hombres: 4.7% frente a un 3.6%, respectivamente[4]. En
general, las actividades cualificadas son ocupadas básicamente por los hombres,
mientras que las de menor cualificación son ocupadas por las mujeres. Asimismo,
hacia el 2010, para las mujeres el subempleo por tiempo llegaba al 55,8%, en
tanto que para los hombres alcanzaba el 44,2%. En cuanto al subempleo por
ingresos, en las mujeres alcanzaba el 55,7%, y en los hombres el 44,3%.[5]
Si bien se da una mayor
incorporación de la mujer peruana en el mercado laboral, sus ingresos salariales
son menores que los que perciben los hombres. En general, los ingresos
salariales de los hombres son entre 28% y 40% mayores que el de las mujeres[6]. En el
sector formal el ingreso promedio de las mujeres es de S/. 1339,8, mientras que
el de los hombres es de S/. 1935,7. En el sector informal el ingreso promedio
de las mujeres es de S/ 526,7, en tanto que el de los hombres es de S/ 746,6.
En general, el ingreso promedio de las mujeres es de S/ 682,3, mientras que el
de los hombres es de S/ 1102,3[7]. Según
el INEI, hacia el 2013 el ingreso promedio mensual de las mujeres representaba
el 67% del de los hombres[8]. Es
decir, en el ámbito productivo la mujer ocupa los empleos de menor remuneración
y de peores condiciones laborales. En el Perú, más del 50% de las mujeres
trabaja en condiciones laborales precarias y/o en el sector informal.[9]
Las mujeres en el mercado
laboral se concentran en ciertas actividades económicas, como, por ejemplo, servicios
(empleadas domésticas, pequeño comercio[10],
secretarias, trabajadoras en restaurantes, maestras en educación inicial y
primaria, etc.) En los países menos desarrollados se incorporan principalmente
en el sector informal de la economía, caracterizado por sus bajos ingresos y
pésimas condiciones laborales. En particular, en la industria manufacturera la
mujer ha sido concentrada en el sector exportador, que hace uso de mano de obra
intensiva y paga salarios paupérrimos. Asimismo, diferentes estudiosos del tema
resaltan el hecho de que el trabajo a domicilio tiene un rostro básicamente
femenino. En el Perú, más de dos tercios de las mujeres ocupadas son
trabajadoras no asalariadas.
En Latinoamérica, la
supresión del trabajo de las mujeres, cuyos ingresos representan entre el 60% y
el 90% de los ingresos promedio de los hombres, representaría un aumento de la
pobreza de entre un “6% y
un 22% en 14 países examinados”[11], lo cual muestra la importancia de la actividad laboral femenina en la
reproducción de sus familias.
La naturalización de las destrezas adquiridas por la mujer en el trabajo
doméstico y su aprovechamiento por el capital
La división de roles entre
el hombre y la mujer, que reserva a ésta el trabajo doméstico, se expresa en el
ámbito productivo en la concentración de la mujer en ciertas actividades económicas,
como, por ejemplo, servicios, por el paralelo que se establece entre estas
actividades y el trabajo en el hogar. En el caso de la industria manufacturera,
en ciertos rubros, las mujeres son preferidas a los hombres porque sus manos
tienen destrezas que han adquirido en el trabajo doméstico.
Esta cualificación adquirida
por la mujer en el trabajo doméstico es naturalizada al interior de la empresa,
donde estas destrezas no cuentan como tales, sino como atributos biológicos de las trabajadoras. Al respecto, Madeleine
Guilbert señala que
“Las mujeres tienen
cualidades especiales y basta con verlas en el taller para poder comparar su
trabajo con las tareas domésticas. Nadie ignora que en las tareas domésticas se
suelen realizar operaciones repetitivas, operaciones diferentes con las dos
manos al mismo tiempo (…) Se explotan, aunque no se remuneran, esas cualidades
fundamentales para la rapidez del trabajo, porque son “naturales” y son
cualidades de mujeres. Son utilizadas, pero no se pagan. Los mismos empresarios
dicen: “Mire, es como si estuviesen fregando los platos””[12].
Y agrega Guilbert:
“En consecuencia, se tienen en cuenta y también se niegan esas
cualidades: son cualidades femeninas, consideradas “naturales” y que no son,
por tanto, cualificaciones profesionales. Aunque no sea consciente de eso, el
trabajo industrial recoge e importa dichas capacidades. De esta forma, se
desarrolla un proceso de desvalorización
social del trabajo femenino, que muchos denominan “descualificación””[13] (las
negritas son nuestras).
La división sexual del trabajo: la situación de subordinación de la
mujer no corresponde a la naturaleza de las cosas
Así, como se puede observar,
“partiendo de la hipótesis según la que las relaciones sociales entre sexos son
antagónicas, el concepto de división sexual del trabajo propone un enfoque
crítico de la distribución de actividades. En primer lugar, indica que el trabajo no se distribuye de modo neutral,
que hombres y mujeres tienen puestos diferentes en el mundo del trabajo profesional
y doméstico. Así, la división sexual del trabajo se apoya en una aprehensión
amplia del concepto de trabajo que abarca la esfera profesional así como [la]
doméstica o, dicho de otro modo, que implica la imbricación de ambas esferas:
si los hombres y las mujeres no están en situación de igualdad profesional, es
también porque existe una distribución desigual de las tareas familiares (…) Esa
corriente de investigación ha permitido poner al descubierto un punto esencial:
la división del trabajo y las relaciones
sociales de sexo en la familia contribuyen en buena medida a producir
desigualdades profesionales”[14] (el
subrayado es nuestro)
Pero, a
su vez, no solamente la familia, sino también el capital mismo es productor de
estas desigualdades entre los sexos, como hemos visto arriba: remuneraciones
más bajas, peores condiciones laborales para las mujeres que remite a una
discriminación de género que se justifica con la idea de que el dinero que
consigue la mujer en el ámbito productivo es para completar los ingresos del
hogar.
Doble carga laboral, ¿y la liberación de la mujer?
La mayor incorporación de la
mujer en el mercado de trabajo no ha incidido en la eliminación del tiempo que
dedica a las labores del hogar. Su incorporación al mercado laboral ha traído
consigo más trabajo para la mujer, doble carga laboral. Además de percibir
salarios menores que los hombres en el mercado laboral, y de tener que soportar
en general peores condiciones laborales, la mujer debe continuar siendo el
principal soporte del trabajo doméstico, es decir, debe cumplir con una doble
carga laboral. Sobre este punto, afirma Maruani:
“La mujer trabajadora, en
general realiza una doble actividad laboral, dentro y fuera de su casa o, si se quiere, dentro y fuera de la fábrica. Al hacerlo, además de la duplicación del acto laboral, ella es
doblemente explotada por el capital: ejerce en el espacio público su trabajo productivo
en el ámbito fabril y, en el universo de su vida
privada, consume horas decisivas en el trabajo
doméstico, con lo cual posibilita (al mismo capital) su reproducción, en esa esfera del trabajo no-directamente mercantil, donde se generan las condiciones indispensables para la reproducción de la fuerza de trabajo
de sus maridos, hijos y la suya propia. Sin esta esfera de reproducción no–directamente mercantil,
las condiciones de reproducción del
sistema de metabolismo social del capital, estarían bastante comprometidas o
serían inviables”[15]
(cursivas en el original).
Actualmente en el Perú, las mujeres dedican 40 horas a la semana al
cuidado de los hijos y familiares dependientes, y a los quehaceres domésticos,
mientras que los hombres dedican 16 horas a la semana a estas mismas
actividades.[16]
Para las
mujeres indígenas y negras la situación es peor, porque además deben soportar
su discriminación por razones de raza, dentro y fuera del trabajo.
Es cierto, en general, que con su incorporación en
el mercado laboral la mujer gana en autonomía, lo que trae consigo
una reformulación de las relaciones de poder y capacidad de negociación al
interior de las familias, pero esto no cancela la división sexual del
trabajo y trae consigo la doble carga laboral para la mujer. En este sentido, la liberación de la mujer es parcial, y su realización
uno de los componentes fundamentales de la emancipación de la humanidad.
Convertir la economía doméstica en un asunto social
La emancipación de la mujer implica entre otras
cosas que deje de estar relegada al trabajo doméstico (porque, como hemos
visto, su incorporación en el trabajo productivo no ha dado al traste con este
relegamiento) y que se sitúe en condiciones de igualdad en el ámbito productivo
respecto al hombre. A la vez, esto sólo es posible dentro del marco de la
emancipación del trabajo, lo que supone pasar del régimen de la propiedad
privada al régimen de la propiedad social sobre los medios de producción.
Bajo estas nuevas
condiciones socioeconómicas será posible que la economía doméstica deje de ser
un asunto privado y pase nuevamente a
ser un asunto que competa al conjunto de la sociedad. Como decía Federico
Engels:
“En cuanto los medios
de producción pasen a ser propiedad común, la familia individual dejará de ser
la unidad económica de la sociedad. La economía doméstica se convertirá en un
asunto social; el cuidado y la educación de los hijos, también. La sociedad
cuidará con el mismo esmero de todos los hijos…”[17]
La emancipación de la mujer es un componente
fundamental de la emancipación de la humanidad, como ya hemos dicho. Lo es hoy,
bajo el capitalismo, y lo será mañana también, bajo el socialismo, como lo
recuerda Ricardo Antunes.
Con estas palabras no hemos
tenido sino la intención de participar y a la vez impulsar el debate y la
investigación sobre esta cuestión capital, al interior del movimiento.
[1] Engels, Federico,
El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado. Buenos Aires:
Ediciones Nuestra América, 2006.
[2] De aquí que, de otro lado, se
proponga incluir en el cálculo del producto interno bruto el trabajo ejecutado
al interior del hogar Para algunos países de Centroamérica, el aporte del
trabajo doméstico ha sido calculado alrededor del 30%.
[3] Ministerio de Trabajo y
Promoción del
Empleo, La mujer en el mercado laboral peruano. Perú: Ministerio de Trabajo y
Promoción del Empleo, 2008. Acotaremos, además, que según el INEI la
población femenina económicamente activa creció 4.996.000 personas a 6.832.000,
entre el 2001 y el 2013.
[5] Ibid.
[7] Ibid. A nivel internacional, Ricardo
Antunes refiere que “En las empresas japonesas (…) se practican abiertamente
dos sistemas de remuneración en función del sexo” Ver su libro Los
sentidos del Trabajo. Buenos Aires: Ediciones
Herramienta, 2013.
[8] Estadísticas de
la consultora Mercer, mencionada en la edición electrónica de El Comercio del 8
de marzo del año en curso. Cfr. http://elcomercio.pe/lima/ciudad/sueldo-mujer-equivale-al-67-lo-que-gana-hombre-noticia-1714552.
[10] En el pequeño comercio la participación de la mujer alcanza el
22,7%, frente a un 8,1% de los hombres. Ministerio de Trabajo…., op. cit.
[11] Exposición
de María Nieves Rico. Buenos Aires: CEPAL-Unidad Mujer y Desarrollo, noviembre
de 2007.
[12] Citada en Maruani, Margaret, Trabajo y el empleo de las mujeres.
Caracas: Editorial Fundamentos, 2002, p. 61.
[13] Ibid.
[16] Entrevista a Beatrice Avolio, directora académica de Centrum Católica, citada en la edición electrónica de El
Comercio, del 8 de marzo de 2014: : http://elcomercio.pe/lima/ciudad/sueldo-mujer-equivale-al-67-lo-que-gana-hombre-noticia-1714552
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.