viernes, 22 de junio de 2018

Edición Extraordinaria: Centenario de la revista "Nuestra Epoca"


Nota:

Consecuentes con la necesidad de esclarecer cabalmente el contenido de la revista Nuestra Epoca, su lugar en relación al Socialismo Peruano y en el proceso ideológico de José Carlos Mariátegui, publicamos el siguiente ensayo de nuestro compañero Eduardo Ibarra.

        De esta forma celebramos el Centenario de Nuestra Epoca, tribuna que, por primera vez, permitió que José Carlos Mariátegui, César Falcón y otros escritores pudieran denunciar, con independencia, «las responsabilidades de la vieja política.»

22.06.2018.



La Revista «Nuestra Epoca» y el Socialismo Peruano

(Con motivo del centenario de la revista Nuestra Epoca)


Eduardo Ibarra


El 22 del presente se cumple el Centenario de Nuestra Época, revista fundada por José Carlos Mariátegui y César Falcón en 1918. Este acontecimiento es oportunidad propicia para un análisis del contenido de la revista que, por primera vez, permitió que los dos amigos denunciaran, «sin reservas, y sin compromisos con ningún grupo y ningún caudillo, las responsabilidades de la vieja política», y, al mismo tiempo, de lo que el maestro llamó el «punto de arranque» de su «orientación socialista»; es decir, para discernir el lugar de Nuestra Epoca en relación al Socialismo Peruano y, en particular, en el proceso ideológico de José Carlos Mariátegui.

Contexto histórico-cultural del proceso ideológico de Mariátegui: 1909-1918

En el año de 1909 José Carlos Mariátegui ingresó a trabajar a La Prensa y, por lo tanto, a tener una vida directamente vinculada al ambiente político-cultural peruano, así como, al mismo tiempo, tocada por los acontecimientos mundiales. Los dos números de la revista Nuestra Epoca aparecieron en junio y julio de 1918, y, por esto, en esta última fecha se cierra el período que analizaremos centralmente en el presente ensayo, aunque, como está documentado, la tendencia que animó a la mencionada revista se prolongó en el diario La Razón y llegó incluso hasta la primera mitad de 1920. Veamos, pues, suscintamente algunos hechos relevantes del período considerado.    
       
        Todavía en las primeras décadas del siglo XX el Perú se recuperaba de las consecuencias desastrosas del colapso económico derivado de la crisis del guano y de la derrota en la guerra del pacífico. La expansión del capitalismo bajo control de empresas inglesas y estadounidenses principalmente, determinó, como era natural, un proceso de incremento de la clase obrera, principalmente en Lima-Callao, pero la estructura de nuestra economía agraria continuó siendo semifeudal.
       
        En 1911 se produjo el primer paro general de la clase obrera. En 1912 se fundó la Federación Obrera Marítima y Terrestre del Callao y, al año siguiente, la Federación Obrera Regional Peruana.

En apoyo a la huelga de la Unión General de Jornaleros por las ocho horas, en 1913 se produjo en el Callao otro paro general. El gobierno decretó entonces el estado de sitio y, luego, empezó a reglamentar las huelgas.

En el mismo año, los obreros petroleros de Talara y Negritos llevaron a cabo una huelga exitosa, y ante el despido de varios de ellos por la empresa Duncan Fox, en acción de solidaridad los jornaleros del Callao boicotearon el embarque y desembarque de los barcos de dicha compañía, obteniendo la reposición de los despedidos.
       
        En 1915 los sindicatos de las grandes fábricas textiles de Vitarte y Lima conformaron la Unión de Trabajadores en Tejidos.
       
        Las huelgas de este tiempo tuvieron como órbita sobre todo la jornada de las ocho horas. Estas huelgas tuvieron dirección anarquista.

En los años siguientes los conflictos se multiplicaron en todo el país. En 1916, los trabajadores de Huacho, Sayán y Pativilca realizaron una huelga, con el saldo de varias mujeres muertas en el choque con la policía. Entonces el gobierno instauró el salario mínimo del trabajador agrícola. En 1917 ocurrió también un sangriento conflicto en los asientos petroleros del norte. Un estado de tensión social se extendía en todo el país.

En 1918 se constituyó la Federación Obrera Local de Lima en reemplazo de la Federación Obrera Regional de 1891 que prácticamente no había funcionado.

Explotado y oprimido por el gamonalismo, el campesinado indígena hubo de luchar también contra pesadas cargas fiscales. En el período considerado se produjeron sublevaciones en Chupa (1909), Azángaro (1910), Pomata (1912), Juli (1912), San Antón (1912), Huancané (1913), Samán, Arapa, Caminaca y Acjhaya (1913), Escanchuri (1913), Isla Amantan (1914), San José (1915), Huata (1916), Santiago de Pupuja (1916) Hankoyo (1917), Chacamarca (1917), Chucuito y Azángaro (1917).

Muchas de estas sublevaciones tuvieron un signo milenarista, que se expresó de un modo particularmente acentuado en Cuzco, Puno, Ayacucho y Apurímac.

La novela Aves sin Nido de Clorinda Matto de Turner, publicada en 1889 y reeditada en 1902, era leída aún entre intelectuales y trabajadores; Páginas libres y Horas de lucha de Manuel Gonzáles Prada, que habían visto la luz en 1901 y 1905, respectivamente, se discutían profusamente; en 1909 apareció el libro Los educadores españoles que han influido en la cultura intelectual Perú Contemporáneo, de Carlos Wisse; en el mismo año, Los profesores de idealismo y en 1913 La creación de un continente, ambos libros de Francisco García Calderón; en 1910, Diez años de rebeldías universitarias, de Carlos Paz Soldán; en 1915, El problema de la enseñanza en 1915 y en 1917 Las nuevas orietaciones humanas, de Javier Prado; en 1917, Celajes de sierra, de Hildebrando Castro Pozo; etcétera.

Paralelamente, una copiosa literatura anarquista ofrecida en libros y revistas circulaba especialmente entre obreros e intectuales de izquierda.

La Asociación Pro-Indígena (Dora Mayer, Pedro Zulen), ejercía su generosa actividad en defensa del «indio».   

Por otro lado, el positivismo (un poco spengleriano y un poco naturalista) sobrevivía aún sobre todo en el Partido Civil. Paralelamente, en el pensamiento de Gonzáles Prada el positivismo aparecía como «positivismo anarquista».

Por la misma época, se difundían la filosofía  de Bergson, el freudismo, una dosis de sorelismo y otra dosis de materialismo histórico, aunque este último no precisamente en versión de sus creadores.

Basándose en testimonios de Bustamante Santisteban y Erasmo Roca, en su libro La creación heroica de José Carlos Mariátegui Guillermo Rouillón menciona algunos libros que eran leídos entonces en los círculos concurridos por José Carlos Mariátegui y César Falcón: El materialismo histórico y la sociología general, de Alfonso Asturaro; Sagy di critica del marxismo, de George Sorel; La teoría sindicalista, de Giusseppe Prezzolini; Socialismo y filosofía y Del materialismo histórico, de Antonio Labriola; Italia en la ciencia, en la vida y en el arte de José Ingenieros.

En el período considerado, se sucedieron los gobiernos de Leguía (1908-1912), Guillermo Billinghurst (1912-1914), Oscar Benavides (1914), José Pardo (1914-1919). Eran los tiempos de lo que Jorge Basadre llamó «República Aristocrática».

Dos hechos de la escena internacional repercutieron en la vida política del pueblo peruano: la revolución mexicana (1910) y la revolución rusa (1917). Esta última tuvo resonancia especial en el movimiento popular, pero, naturalmente, en el bienio de 1917-1918 los distintos activistas mostraban por ella una simpatía o una adhesión más emocional que ideológica.

Estimulados por los acontecimientos y el clima cultural descrito, intelectuales, políticos y obreros discutían intensamente sobre problemas fundamentales de la sociedad peruana: la opresión imperialista, el problema de la tierra y del «indio», la cuestión nacional, etcétera. Es decir, el pueblo peruano buscaba una respuesta a sus problemas, una solución práctica a su situación. 

Como es obvio, una inteligencia y una sensibilidad como las de José Carlos Mariátegui, no podían ser indiferentes a los acontecimientos reseñados, a la literatura mencionada, a la aludida búsqueda del pueblo peruano. Precisamente en el reseñado contexto histórico y cultural, el maestro fue formando sus ideas sobre la realidad peruana y mundial. 

Génesis del pensamiento de Mariátegui: 1914-1918

Como en el caso de la génesis del marxismo, en la génesis del pensamiento marxista-leninista de José Carlos Mariátegui son esclarecedoras sus manifestaciones respecto al proceso de su propia formación intelectual. Veamos las más importantes.
       
        Soy poco autobiográfico. En el fondo, yo no estoy muy seguro de haber cambiado. ¿Era yo, en mi adolescencia literaria, el que los demás creían, el que yo mismo creía? Pienso que sus expresiones, sus gestos primeros no definen a un hombre en formación. Si en mi adolescencia mi actitud fue más literaria y estética que religiosa y política, no hay de qué sorprenderse. Esta es una cuestión de trayectoria y una cuestión de época. He madurado más que cambiado. Lo que existe ahora en mí ahora, existía embrionariamente y larvadamente cuando yo tenía veinte años y escribía disparates de los cuales no sé por qué la gente se acuerda todavía. En mi camino, he encontrado una fe. He ahí todo. Pero la he encontrado porque mi alma había partido desde muy temprano en busca de Dios. Soy un alma agónica como diría Unamuno. (Agonía, como Unamuno, con tanta razón lo remarca, no es muerte sino lucha. Agoniza el que combate). Hace algunos años yo habría escrito que no ambicionaba sino realizar mi personalidad. Ahora, prefiero decir que no ambiciono sino cumplir mi destino. En verdad, es decir la misma cosa. Lo que siempre me habría aterrado es traicionarme a mí mismo. Mi sinceridad es la única cosa a lo que no he renunciado nunca. A todo lo demás he renunciado y renunciaría siempre sin arrepentirme. ¿Es por esto por lo que se dice que mis rumbos y aspiraciones han cambiado? (La novela y la vida, pp. 154-55).

Con estos conceptos, José Carlos Mariátegui ofreció una opinión general sobre su proceso ideológico, opinión que hace parte de una encuesta que, debida a Ángela Ramos, fue publicada en Mundial el 23 de julio de 1923. Entonces hacía aproximadamente tres años que el maestro se había asimilado al marxismo y, desde esta atalaya, precisó, pues, los dos puntos extremos de su aludido proceso: sus veinte años de edad («cuando yo tenía veinte años») y su asimilación al marxismo («he encontrado una fe»). 
       
        Así, pues, es evidente que para entender el sentido de la frase «He madurado más que cambiado», es necesario tener en cuenta los indicados extremos.
       
        Pues bien, José Carlos Mariátegui tenía veinte años de edad en 1914, y, según señaló él mismo, entonces su actitud era «… más literaria y estética que religiosa y política…»
       
        Por lo tanto, cuando el maestro sostuvo que consideraba que más que cambiado había madurado, se refirió a lo que era en 1914 (cuando tenía veinte años), y no a lo que era en junio de 1918 (cuando apareció la revista Nuestra Epoca). Es decir, no se refirió en modo alguno a una maduración suya desde su socialismo a lo Araquistain hasta su marxismo-leninismo.
       
        En consecuencia, con su comentada frase, José Carlos Mariátegui se refirió a los valores morales que, a sus veinte años, tenía ya en forma embrionaria y larvada. Por eso, en la mencionada encuesta, destacó uno de tales valores: la sinceridad.
       
        Pero además, no hay que olvidar que el maestro señaló que había madurado más que cambiado, y no que no había cambiado en absoluto.
       
En Lima, algunos escritores que del estetismo d’anunziano importado por Valdelomar habíamos evolucionado al criticismo socializante de la revista España, fundamos hace diez años Nuestra Epoca, para denunciar, sin reservas y sin compromisos con ningún grupo y ningún caudillo, las responsabilidades de la vieja política. (7 ensayos, pp. 253-54).
       
De Nuestra Epoca (julio de 1918) se publicaron sólo dos números, rápidamente agotados. En ambos números, se esboza una tendencia fuertemente influenciada por España, la revista de Araquistain, que un año más tarde reapareció en La Razón, efímero diario cuya más recordada campaña es la de la Reforma Universitaria. (ibídem, p. 254).

Como se entenderá, al calificar de «criticismo socializante» la nueva etapa de su proceso intelectual, claramente José Carlos Mariátegui dio cuenta del contenido ideológico de Nuestra Epoca.
       
        Así, pues, es evidente que la influencia de la revista España sobre la revista Nuestra Epoca no fue una influencia formal (formato, secciones, etcétera), sino una influencia sustancial («se esboza una tendencia fuertemente influenciada por España»).

terminado el experimento “colónida”, los escritores que en él intervinieron, sobre todo los más jóvenes, empezaron a interesarse por las nuevas corrientes políticas. Hay que buscar las raíces de esta conversión en el prestigio de la literatura política de Unamuno, de Araquistain, de Alomar y de otros escritores de la revista España; en los efectos de la predicación de Wilson, elocuente y universitaria, propugnando una nueva libertad; y en la sugestión de la mentalidad de Víctor M. Maúrtua cuya influencia en el orientamiento socialista de varios de nuestros intelectuales casi nadie conoce. Esta nueva actitud espiritual fue marcada también por una revista, más efímera aún que Colónida: Nuestra Epoca. En Nuestra Epoca, destinada a las muchedumbres y no al Palais Concert, escribieron  Féliz del Valle, César Falcón, César Ugarte, Valdelomar, Percy Gibson, César A. Rodriguez, César Vallejo y yo. Este era ya, hasta estructuralmente, un conglomerado distinto del de Colónida. Figuraban en él un discípulo de Maúrtua, un futuro catedrático de la Universidad: Ugarte; y un agitador obrero: del Barzo.” (7 ensayos, p. 284).

Desde 1918, nauseado de política criolla… me orienté resueltamente hacia el socialismo, rompiendo con mis primeros tanteos de literato inficionado de decadentismos y bizantinismos finiseculares, en pleno apogeo todavía.  (carta a Samuel Glusberg del 10 de enero de 1928, Correspondencia, t. II, p. 331; elipsis nuestra)

En este tiempo, se inicia en la redacción del diario oposicionista, “El Tiempo”, muy popular entonces, un esfuerzo por dar vida a un grupo de propaganda y concentración socialistas. La dirección del periódico, ligada a los grupos políticos de oposición, es extraña a este esfuerzo, que representa exclusivamente el orientamiento hacia el socialismo de algunos jóvenes escritores, ajenos a la política, que tienden a imprimir a las campañas del diario un carácter social. Estos escritores son César Falcón, José Carlos Mariátegui, Humberto del Aguila y algún otro que, unidos a otros jóvenes intelectuales afines, publican a mediados de 1918 una revista de combate: “Nuestra Epoca”. (Ideología y política, p. 98).
       
La orientación socialista de Mariátegui tiene su punto de arranque en la publicación a mediados de 1918 de la revista “Nuestra Epoca”, influida por la “España” de Araquistain… (Ideología y política, p. 17).

Como vemos, con su proverbial sinceridad José Carlos Mariátegui señaló la influencia de algunos autores sobre los jóvenes intelectuales que venían de la experiencia de Colónida. El resultado de esta influencia fue definida por el maestro con la frase «nueva actitud espiritual» (equivalente a la frase «nuevo espíritu»), y, sin ninguna duda, tal definición tiene particular importancia para entender cabalmente lo que fue Nuestra Epoca.

José Carlos Mariátegui sostuvo:

Un sentimiento mesiánico, romántico, más o menos difundido en la juventud intelectual de post-guerra, que la inclina a una idea excesiva, a veces delirante, de su misión histórica, influye en la tendencia de esta juventud a encontrar al marxismo más o menos retrasado, respecto de las adquisiciones y exigencias de la “nueva sensibilidad”. En política, como en literatura, hay muy poca sustancia bajo esta palabra. Pero esto no obsta para que la “nueva sensibilidad” que en el orden social e ideológico prefiere llamarse “nuevo espíritu”, se llegue a hacer un verdadero mito cuya justa evaluación, cuyo estricto análisis es tiempo de emprender, sin oportunistas miramientos. (Defensa del marxismo, p. 111).

Y, en otro lugar, escribiendo sobre un aspecto de la escena latinoamericana, abundó sobre el tema:

De igual modo, este movimiento se presenta íntimamente conectado con la recia marejada postbélica. Las esperanzas mesiánicas, los sentimientos revolucionarios, las pasiones místicas propias de la postguerra, repercutían particularmente en la juventud universitaria. El concepto difuso y urgente de que el mundo entraba en un ciclo nuevo, despertaba en los jóvenes la ambición de cumplir una función heroica y de realizar una obra histórica. Y, como es natural, en la constatación de todos los vicios y fallas del régimen económico social vigente, la voluntad y el anhelo de renovación encontraban poderosos estímulos. La crisis mundial invitaba a los pueblos latinoamericanos, con insólito apremio, a revisar y resolver sus problemas de organización y crecimiento. Lógicamente, la nueva generación sentía estos problemas con una intensidad y un apasionamiento que las anteriores generaciones no habían conocido. Y mientras la actitud de las pasadas generaciones, como correspondía al ritmo de su época, había sido evolucionista –a veces con un evolucionismo completamente pasivo– la actitud de la nueva generación era espontáneamente revolucionaria. (7 ensayos, p. 122-23).

Es decir, acuciada por la nueva realidad del mundo, la «nueva generación» era una generación «espontáneamente revolucionaria», pero precisamente por esto con un «concepto difuso y urgente de que el mundo entraba en un ciclo nuevo», y, de ahí las «esperanzas mesiánicas», los «sentimientos revolucionarios», las «pasiones místicas» de sus componentes.

Como hemos visto, en el Perú la «nueva generación» se alimentó de una influencia variopinta: Unamuno, Araquistain, Alomar –entre otros escritores de la revista España–(1), el presidente estadounidense Wilson, el socialista reformista Maúrtua.

En nuestro medio, el «nuevo espíritu» estuvo representado por el discurso de los discípulos de Gonzáles Prada, los activistas de la reforma universitaria, las diversas tendencias del socialismo reformista y la Universidad Popular Gonzáles Prada hasta antes de la participación de José Carlos Mariátegui.

En el marco de ese «nuevo espíritu» apareció Nuestra Epoca, o, para decirlo con el maestro, «Esta nueva actitud espiritual fue marcada también por [Nuestra Epoca].»

Por eso escribió:

“Se vio entonces –escribe Chamson– toda una juventud revolucionaria, aceptando la revolución o viviendo en la esperanza de su triunfo”. Chamson alcanza un tono fervoroso en la exégesis de esta emoción. Pero el contagio de su exaltación no debe turbar la serenidad de nuestro análisis, precisamente porque en este proceso de la nueva generación, nosotros mismos nos sentimos en causa. La onda espiritual, que recorrió después de la guerra las universidades y los grupos literarios y artísticos de América Latina, arranca de la misma crisis que agitaba a la juventud de 1919, coetánea de Andrés Chamson y Jean Prevost en la ansiedad de una palingenesia. (Defensa del marxismo, p. 112).

Con la honestidad que lo honra y sin cobardes miramientos con los representantes de la «nueva generación» e incluso con respecto a su propia persona, José Carlos Mariátegui reconocía pues que, en el proceso a la mencionada generación, a la generación del «nuevo espíritu», él mismo estaba en causa, o sea que lo citado de su pluma sobre el tema expresa un esclarecimiento, un gesto autocrítico, una ruptura.
       
        Por eso, se explica perfectamente que, en el momento en que la revista Amauta daba término a la definición ideológica con que había fecundado la fundación del Partido Socialista del Perú, el maestro escribiera:

El trabajo de definición ideológica nos parece cumplido. En todo caso, hemos oído ya las opiniones categóricas y solícitas en expresarse. Todo debate se abre para los que opinan, no para los que callan. La primera jornada de “Amauta” ha concluido. En la segunda jornada, no necesita ya llamarse revista de la “nueva generación”, de la “vanguardia”, de las “izquierdas”. Para ser fiel a la Revolución, le basta ser una revista socialista.

“Nueva generación”, “nuevo espíritu”, “nueva sensibilidad”, todos estos términos han envejecido. Lo mismo hay que decir de estos otros rótulos: “vanguardia”, “izquierda”, “renovación”. Fueron nuevos y buenos en su hora. Nos hemos servido de ellos para establecer demarcaciones provisionales. Hoy resultan ya demasiado genéricos y anfibológicos. Bajo estos rótulos, empiezan a pasar gruesos contrabandos. La nueva generación no será efectivamente nueva sino en la medida en que sepa ser, en fin, adulta, creadora.

Estos conceptos expresan un verdadero deslinde con el «nuevo espíritu» que había caracterizado a la «nueva generación», a Nuestra Epoca, a José Carlos Mariátegui, deslinde que tiene su fuente en la asimilación del maestro al marxismo-leninismo en la segunda mitad en 1920 y sus antecedentes en el artículo El cisma del socialismo de marzo de 1921 y en la conferencia La crisis mundial y el proletariado peruano, pronunciada el 15 de junio de 1923 en la Universidad Popular Gonzáles Prada.  

Pues bien, por otro lado, es oportuno esclarecer una cuestión que no deja de tener importancia. Como se ha visto, el maestro sostuvo que «el punto de arranque» de su «orientación socialista», en el sentido general del término, fue la publicación de Nuestra Epoca. Pero, como se ha visto también, él mismo mantuvo que en el diario El Tiempo se dio un «…esfuerzo, que representa exclusivamente el orientamiento hacia el socialismo de algunos jóvenes escritores…». Por eso se impone la pregunta: ¿por qué, entonces, consideró que la aparición de Nuestra Epoca marcó el punto de arranque de su orientación socialista en el sentido indicado?

A nuestro modo de ver, porque Nuestra Época les permitió al maestro y a sus compañeros la necesaria independencia para denunciar la política criolla y a sus hombres.(2) 
       
        Por cierto, Nuestra Epoca representó un paso adelante en el marco del movimiento intelectual democrático: a diferencia de Colónida, la nueva revista estuvo «destinada a las muchedumbres y no al Palais Concert». Al mismo tiempo, expresó la ruptura de José Carlos Mariátegui con su etapa de literato inficionado de decadentismos y bizantinismos finiseculares.

Como es de conocimiento común, más adelante (entre mayo y agosto de 1919), José Carlos Mariátegui y César Falcón dirigieron el diario La Razón.

Este diario fue una nueva estación en el socialismo a lo Araquistain de José Carlos Mariátegui y César Falcón, pues significó un avance con respecto a Nuestra Epoca: al haber tenido parte en la campaña de la Reforma Universitaria y al combatir «al flanco del proletariado, con ánimo de simpatizante», en el movimiento obrero de 1919, en sus páginas se concretó la ligazón con las luchas populares.

        El trato de Mariátegui con los tópicos nacionales no es, como algunos creen, posterior a su regreso de Europa. (…) Pero no hay que olvidar que a los catorce o quince años empezó a trabajar en el periodismo y que, por consiguiente, a partir de esa edad tuvo contacto con los acontecimientos y cosas del país, aunque carecía para enjuiciarlos de puntos de vista sistemáticos. (Ideología y política, p. 16).
       
De fines de 1919 a mediados de 1923 viajé por Europa… Desde Europa me concerté con algunos peruanos para la acción socialista. Mis artículos de esa época, señalan las estaciones de mi orientamiento socialista. A mi vuelta al Perú, en 1923… inicié mi trabajo de investigación de la realidad nacional, conforme al método marxista. (carta del 10 de  enero de 1928 a Samuel Glusberg, Correspondencia, t. II, p. 331; elipsis nuestra).
       
Es evidente que en Europa [Mariátegui] se ocupó particularmente en estudios de política, economía, sociología, filosofía, etc. De su viaje data su asimilación al marxismo. (Ideología y política, p. 16)

Este testimonio de parte demuestra que el socialismo de José Carlos Mariátegui anterior a su estancia en Europa, no fue un socialismo marxista, sino, como él mismo señaló, un socialismo con fuerte influencia de la revista España de Araquistain. Este testimonio agota el debate sobre el tipo de socialismo de Nuestra Época.

La asimilación de José Carlos Mariátegui al marxismo-leninismo en la segunda mitad de 1920, se puso de manifiesto en el artículo El cisma del socialismo, escrito en marzo de 1921. Desde entonces el maestro contó con el método indispensable para interpretar correctamente la realidad peruana, y, así, mientras el mencionado artículo marca el punto de partida de su Creación Heroica, específicamente la conferencia La crisis mundial y el proletariado peruano, pronunciada el 15 de junio de 1923 en la Universidad Popular Gonzáles Prada, marca el punto de partida de su trabajo de interpretación marxista de la realidad peruana. 
       
Por lo tanto, si la orientación socialista de José Carlos Mariátegui, en el sentido general del término, tiene como punto de arranque la aparición de Nuestra Epoca en junio de 1918, el punto de arranque de su socialismo marxista-leninista es marzo de 1921.

Así, pues, es claro que su socialismo a lo Araquistain fue una etapa efímera en el proceso ideológico que lo llevó a su definitivo marxismo-leninismo, con el cual, como se sabe, construyó una teoría de la realidad y la revolución peruanas. Esta teoría y sus expresiones organizativas, constituyen la Creación Heroica de Mariátegui, etapa fundacional del Socialismo Peruano. 
       
        Como se desprende de lo expuesto, el proceso ideológico de José Carlos Mariátegui pasó por las siguientes etapas:

1.   Estetismo literario (1914-1918)
2.   Criticismo socializante (1918-1920)
3.   Asunción del marxismo-leninismo y creación del Socialismo Peruano (1920-1930)

Es decir, en el proceso ideológico del maestro se constatan tres etapas y dos rupturas: ruptura con el estetismo literario, primero, y con el criticismo socializante, después.

El contenido de Nuestra Época

Aunque el punto de arranque de la orientación socialista de José Carlos Mariátegui, en el sentido general del término, coincide con la aparición de Nuestra Epoca, la efemérides que se cumple el 22 de junio del presente es el Centenario de esta revista y, por esto, su celebración tiene que significar un análisis de ella y no exclusivamente de los artículos del maestro publicados en sus páginas, como equivocadamente han procedido algunos articulistas.   
       
        Pues bien, sin disminuir el valor específico de otros artículos, consideramos que aquellos que marcaron el contenido sustancial de Nuestra Época fueron los siguientes: Exposición, La crisis de los partidos, Malas tendencias. El deber del ejército y el deber del Estado, El deber político de las asociaciones gremiales (número 1); Temas del día. La reorganización de los grupos políticos, La revolución o la ruina, La misión de la juventud, La reacción obrera y la evolución social (número 2).
       
        José Carlos Mariátegui publicó tres artículos en Nuestra Epoca: Exposición (consensuado con César Falcón), Malas tendencias. El deber del ejército y el deber del Estado, y Temas del día. La reorganización de los grupos políticos.(3)        
       
        En Exposición –de hecho la presentación de Nuestra Epoca–, se lee lo siguiente:
       
Sale “Nuestra Epoca” en una hora de órganos electorales y de abigarrados pasquines, grotescos y mercenarios todos, para encender una luz limpia  y firme en medio de tanta tenebrosidad y de tanta sordidez. Nos proponemos quemar, acaso inútilmente, el organismo político del país, tan corrompido, ya que tan solo la acción material del fuego puede purificarlo.
       
Sacamos este periódico y le ponemos de nombre “Nuestra Epoca” porque creemos que comienza con nosotros una época de renovación que exige que las energías de la juventud se pongan al servicio del interés público. Y, en plena juventud, comprendemos nuestro deber de concurrir  a esta reacción nacional con toda nuestra honradez y con toda nuestra sinceridad ardorosas y robustas.
       
Aportamos a esta obra el conocimiento  de la realidad nacional que hemos adquirido durante nuestra labor en la prensa. Situados en el diarismo, casi desde la niñez, han sido los periódicos para nosotros magníficos puntos de apreciación del siniestro panorama peruano. Nuestros hombres figurativos suelen inspirarnos, por haberlos mirado de cerca, un poco de desdén y otro poco de asco. Y esta repulsa continua nos ha hecho sentir la necesidad de buscarnos un camino propio para afirmarla y para salvarnos de toda apariencia de solidaridad con el pecado, el delito y la ineptitud contemporánea.    
       
El programa político de NUESTRA EPOCA es bien sencillo. Dos palabras podrían definirlo: decir la verdad. Esto nos parece que sobra para exhibirnos emancipados de la tutela de los intereses creados y de las gentes incapaces que, amparados por esos apellidos sociales y esas reputaciones falsas que decoran este teatro criollo y estúpido de la política nacional medrarán a su gusto hasta que la patria deje de ser una especie de casa de tolerancia con beneficios prácticos para unos cuantos a costa de la prostitución de los demás.
       
Queda así apuntada rápidamente, lo más rápidamente posible, la significación de NUESTRA EPOCA.

Puede verse, pues, que las ideas que marcan el contenido de Nuestra Epoca, son las siguientes: 1) «encender una luz limpia  y firme en medio de tanta tenebrosidad y de tanta sordidez»; 2) «Sacamos este periódico y le ponemos de nombre “Nuestra Epoca” porque creemos que comienza con nosotros una época de renovación que exige que las energías de la juventud se pongan al servicio del interés público»; 3) «esta repulsa continua nos ha hecho sentir la necesidad de buscarnos un camino propio para afirmarla y para salvarnos de toda apariencia de solidaridad con el pecado, el delito y la ineptitud contemporánea»; 4) «El programa político de NUESTRA EPOCA es bien sencillo. Dos palabras podrían definirlo: decir la verdad.» 
       
        Como es evidente, cada una de estas ideas está referida al orden burgués en el Perú: «el organismo político del país»; «siniestro panorama peruano»; «Nuestros hombres figurativos»; «teatro criollo y estúpido de la política nacional».
       
        Como se ha visto, en sus párrafos finales la Exposición da cuenta del programa político y de la significación de Nuestra Epoca: «decir la verdad», «Queda así apuntada… la significación de NUESTRA EPOCA.»
       
        Así, pues, es claro que el nombre de la revista expresó el hecho específico de que, con ella, empezó «una época de renovación» con respecto a la política criolla.
       
        Por otro lado, es claro también que la frase «camino propio» expresó el hecho de que José Carlos Mariátegui y César Falcón, lograron bosquejar con Nuestra Epoca un camino independiente con respecto a la política criolla y sus hombres.
       
        En el artículo Malas tendencias. El deber del ejército y el deber del Estado, José Carlos Mariátegui criticó el planteamiento armamentista del coronel Ballesteros, en términos que bien pueden calificarse de demoliberales(4); y, en el artículo Temas del día. La reorganización de los grupos políticos, hace el enjuiciamiento de la caducidad de los partidos burgueses tradicionales, en términos que, en más de un punto, continúan los términos demoliberales del artículo La crisis de los partidos, de César Ugarte, publicado en el primer número de Nuestra Epoca.(5)
       
        César Falcón publicó dos artículos en Nuestra Epoca: Frente a la realidad nacional. El deber político de las asociaciones gremiales y La revolución o la ruina. Hay que subrayar que en estos artículos el autor orientó su reflexión principalmente hacia la cuestión de las clases sociales («Dentro de un orden científico-social no pueden admitirse sino dos clases: la de los trabajadores y la de los capitalistas»; «En nuestro concepto, la lucha política, es, en nuestros días, una lucha de clases»); hacia la organización de las clases trabajadoras («El primordial deber de todos y cada uno de los trabajadores es constituirse en asociaciones netamente gremiales»; «Conseguidas las organizaciones parciales de los gremios es preciso orientar la acción conjunta de todas ellas hacia el mejoramiento colectivo, hacia el ideal socialista.»); y, finalmente, hacia la cuestión del poder («Los trabajadores forman la auténtica masa popular, la verdadera nacionalidad. La organización futura del estado les está, por esto, encomendada.»; «Ya no se trata de mejorar este régimen ni de implantar otro mejor. Hoy es indispensable reformar la organización política y social del país.»)
       
        Como resulta del análisis, a la sazón César Falcón se encontraba un paso adelante, por así decirlo, con respecto a José Carlos Mariátegui: mientras éste orientaba su reflexión hacia ciertos aspectos de la política burguesa (planteamiento armamentista de un coronel del ejército, caducidad de los partidos burgueses tradicionales), aquel fijaba su atención en cuestiones relativas a las clases trabajadoras, su organización y sus luchas, aunque, como es notorio, desde un punto de vista no marxista.      

En otros artículos de Nuestra Epoca se criticaron diversos aspectos de la «política criolla» y de sus «hombres figurativos», y estas críticas dan cuenta de la tendencia de Nuestra Epoca que, como se sabe, resultó de la influencia del «nuevo espíritu» y, en particular, de la revista España.

Así por ejemplo, en el artículo Hay que educar al pueblo, de Féliz del Valle, se lee: «Mientras que la evolución constante en las ideas es el sistema activo en la vida de las sociedades, la sustitución de una persona inepta por otra más inepta aún, sigue imperando aquí. Todo por que (sic) el pueblo no está capacitado para asumir un severo control. El no tiene la culpa de nada puesto que en la nada se le deja. Son los malos políticos, en primer término, los que han defraudado, y, en segundo, todos los ciudadanos del país que han rematado su sinceridad, como un chisme de bazar, o han prescindido de ella» (número 1, p. 2). En el artículo Wilson, también de Féliz del Valle, se lee: «Wilson anticipa al mundo la doctrina sabia de la armonía. Wilson va con su pueblo a la guerra para liquidar la guerra» (número 2, p. 2). En el artículo La misión de la juventud, igualmente de Féliz del Valle, se lee: «Hagamos, pues, territorio para la siembra colaborando en el bien común todas las castas, todos los grupos, todas las instituciones, con el impulso ardoroso y sagaz que imponen a la juventud una nueva y serena orientación y una clara y tangible responsabilidad» (número 2, p. 5). Y, en el artículo Una peligrosa orientación universitaria, de Carlos Enrique Paz Soldán, se lee: «Al prusianismo con sus soldados, Estados Unidos de América opone sus legiones de ciudadanos libres, de hombres educados en la noble escuela de la democracia y científicamente adiestrados en el ejercicio de la libertad y del trabajo» (número 2, p. 3). 

El artículo La reacción obrera y la evolución social, de Carlos del Barzo, merece un comentario específico. El autor se orientó, igual que César Falcón, hacia la cuestión del poder y las clases trabajadoras. Y escribió: «…el ideal cristalizado en un programa de reformas que transformen revolucionando la estructura social…» (número 2, p. 6). La concepción evolucionista, reformista, es evidente: un programa de reformas podía, según del Barzo, revolucionar la sociedad peruana. Y continuó el autor: «Y así es que va germinando, tomando modulaciones de esperanza, y de esperanza muy próxima el “Partido Socialista”…». Del Barzo se refirió a la iniciativa de fundar un partido socialista. Y remató: «El momento es de renovación. Nuestra clase trabajadora siente resueltamente el ideal de la Justicia y el Derecho, atropellados y desconocidos hasta el día por actos individuales y sociales, de políticos y partidos, faltos de la coacción moral que se debe ejercer en sus acciones.» «Y solo el proletariado organizado en un partido, como fuerza social efectiva, puede conseguirlo.» Es notorio que del Barzo proponía que el partido socialista del que habla (y del cual resultó siendo secretario) fuera la «fuerza social» que renovara las estructuras de la sociedad peruana mediante un programa de reformas.

En general, el tono de Nueva Epoca es marcadamente moral, y la apelación en sus páginas a la acción de la juventud, es un eco de la conocida frase de Gonzáles Prada.

Por todo lo constatado, José Carlos Mariátegui tiene toda la razón cuando sostiene que la «nueva actitud espiritual fue marcada también por Nuestra Epoca, y que en esta revista se esbozó «una tendencia fuertemente influenciada por España, la revista de Araquistain…».
       
        En conclusión, en Nuestra Epoca no hubo nada específico marxista. Esta es la verdad de esta revista. O, mejor dicho, una parte de la verdad. La otra parte es que, no obstante sus limitaciones, la independencia alcanzada y la crítica a la política criolla y sus hombres constituyeron un paso adelante con respecto al colonidismo.

Significación de Nuestra Epoca en relación al Socialismo Peruano

En la Nota Editorial que aparece en cada uno de los tomos de las Obras completas de Mariátegui, se lee lo que sigue:

Los hijos de José Carlos Mariátegui, cumpliendo un deber patriótico y filial, hemos asumido la tarea de publicar las obras completas del genial y profundo pensador peruano. Para cumplir este propósito –venciendo obstáculos de diverso orden– hemos recopilado cuidadosamente toda la vasta producción intelectual de José Carlos Mariátegui, desde su viaje a Europa hasta su muerte. Deliberadamente se ha omitido su no menos copiosa obra escrita en la adolescencia, hasta su partida al Viejo Mundo. Respetuosos de la apreciación que ese período de su vida le mereciera, y que irónicamente llamaba su “edad de piedra”, no incluimos sus escritos de aquella época, que, además, poco añaden a su obra de orientador y precursor de la conciencia social en el Perú.      

La apreciación que le mereció a José Carlos Mariátegui su producción literaria anterior a su regreso de Europa, se expresó en un hecho acerca del cual Armando Bazán dejó el siguiente testimonio:

Al volver de Europa (1923), ordenó a sus familiares quemar todos los recortes de sus primeros artículos, que guardaba celosamente su madre en un viejo baúl, incluyendo en la pira sus “Cartas de Italia”, escritas ya en una etapa superior. “No los reconozco”, les habría dicho. Comienzo ahora a escribir. (Citado por Genaro Carnero Checa, La acción escrita, Lima, 1964, p. 55).

Esta declaración es, por cierto, bastante severa. Sin embargo, recuperada la aludida literatura y puestos los marxistas ante la tarea de esclarecer el proceso intelectual de José Carlos Mariátegui, los vituperados escritos pueden ser distinguidos en dos grupos: uno, conformado por aquellos anteriores al viaje del maestro; otro, conformado por aquellos publicados durante su estancia en Europa. Si el primer grupo da cuenta de su etapa de estetismo literario y de la mayor parte de su etapa de criticismo socializante, el segundo da cuenta de las estaciones finales de este criticismo y de su asunción del marxismo-leninismo.

Ahora bien, el conjunto de los escritos anteriores al retorno de José Carlos Mariátegui de Europa, permite esclarecer: 1) que su etapa de estetismo literario es el punto de partida de su vida intelectualmente consciente; 2) las cualidades personales que lo llevaron al socialismo en el sentido general del término; 3) las razones que lo condujeron, finalmente, a romper con su inicial socialismo a lo Araquistain y asimilarse al marxismo-leninismo.

Así, pues, la etapa de criticismo socializante aparece como el antecedente inmediato, aunque indirecto, de sus escritos marxista-leninistas, que, desde luego, a José Carlos Mariátegui nunca se le ocurrió sacrificarlos en una pira.

Es cierto que los escritos mariateguianos publicados en La Prensa, El Tiempo, Colónida, El Turf, Lulú, Mundo Limeño, Nuestra Epoca y La Razón, «poco añaden a su obra de orientador y precursor de la conciencia social en el Perú», sencillamente porque en ninguno de ellos hay una interpretación marxista de algún aspecto de nuestra realidad ni una exposición teórica de alguna faceta de la revolución peruana.

Así, pues, la significación de Nuestra Epoca en relación al Socialismo Peruano, es ser un antecedente indirecto de este socialismo(6) y, en relación a José Carlos Mariátegui, es ser el punto de arranque de su orientación socialista que, en su etapa inicial, fue, como bien se sabe, el socialismo a lo Araquistain, socialismo rápidamente superado por su adhesión al socialismo marxista-leninista.

Notas
[1] Como por ejemplo Pío Baroja, Ramón del Valle Inclán, Ramiro de Maeztu, Manuel García Morente, Antonio Machado, Ramón Pérez de Ayala, Fernando de los Ríos, Santiago Casares, Manuel Azaña, Julio Alvarez del Vallo. Es particularmente importante recordar el concepto que el maestro, ya marxista-leninista, mantuvo de algunos de los escritores y políticos que menciona como influyentes raigales de los jóvenes escritores que habían empezado «a interesarse por las nuevas corrientes políticas». Sin disminuir sus méritos intelectuales y políticos, José Carlos Mariátegui dijo de Miguel de Unamuno: «… no es cierto que Karl  Marx creyese que las cosas hacen a los hombres. Unamuno conoce mal el marxismo. La verdadera imagen de Marx no es la del monótono materialista que nos presentan sus discípulos. A Marx hace falta estudiarlo en Marx mismo» (Signos y obras, p. 118). De Wilson y el wilsonismo, entre otras cosas, sostuvo: «Ha sido un representante genuino de la mentalidad democrática, pacifista y evolucionista. Ha intentado conciliar el orden viejo con el orden naciente, el internacionalismo con el nacionalismo, el pasado con el futuro» (La escena contemporánea, p. 42); «La ideología del movimiento estudiantil careció, al principio, de homogeneidad y autonomía. Acusaba demasiado la influencia de la corriente wilsoniana. Las ilusiones demoliberales y pacifistas que la predicación de Wilson puso en boga en 1918-1919 circulaban entre la juventud latinoamericana como buena moneda revolucionaria. Este fenómeno se explica perfectamente. También en Europa no sólo las izquierdas burguesas sino los viejos partidos socialistas reformistas aceptaron como nuevas las ideas demo-liberales elocuente y apostólicamente remozadas por el presidente norteamericano.» (7 ensayos, p. 123). Pues bien, estos ejemplos bastan para demostrar cómo, al romper con su inicial socialismo a lo Araquistain, José Carlos Mariátegui sostuvo un juicio marxista, certero, de los mencionados personajes, así como de algunos otros representantes del «nuevo espíritu». Pero agreguemos algo especialmente importante. La revista España estuvo ligada al Partido Socialista Español, dirigido por Pablo Iglesias. Este partido tuvo ligazón orgánica con la Segunda Internacional, renunciante ya del marxismo y sobre la cual José Carlos Mariátegui esgrimió, como se sabe, conceptos terminantemente deslindadores. Específicamente, de Pablo Iglesias señaló lo siguiente: «… Iglesias consiguió establecer y acreditar una agencia de la Segunda Internacional, con el busto de Karl Marx en la fachada. En torno del busto de Marx, sino de la doctrina, agrupó a los obreros de Madrid…» (Figuras y aspectos de la vida mundial, t. I, p. 274). Y agregó: «… [Iglesias] redujo las reivindicaciones socialistas casi exclusivamente al mejoramiento de los salarios y a la disminución de las horas de trabajo. Este método le permitió crear una organización obrera; pero le impidió insuflar en esta organización un espíritu revolucionario.» (ibídem, p. 275).
[2] No argumentamos, sobre el punto, en el sentido de que José Carlos Mariátegui dijo que en El Tiempo se procesó «el orientamiento hacia el socialismo de algunos jóvenes escritores», mientras al hablar de Nuestra Epoca utilizó la frase «La orientación socialista de Mariátegui», pues en la Presentación a “El Movimiento Obrero en 1919”, libro de Martínez de la Torre publicado en 1928, escribió: «… “La Razón”, el diario que durante poco más de tres meses dirigimos y sostuvimos en 1919 César Falcón y yo, y que, iniciado ya nuestro orientamiento hacia el socialismo…» (Ideología y política, p. 182). Como vemos, diez años después de haber hablado, a propósito de Nuestra Epoca, de su «orientación socialista», José Carlos Mariátegui volvió a utilizar la frase «orientamiento hacia el socialismo», de manera que la explicación del problema de que tratamos no se encuentra en las connotaciones distintas que normalmente tienen ambas frases («orientamiento hacia el socialismo», «orientamiento socialista»), pues al parecer el maestro las utilizaba como intercambiables. En cambio, es importante señalar dos cuestiones: primero, que, mientras en la nota autobiográfica Del autor (Ideología y política,  pp. 15-7), José Carlos Mariátegui habló del «punto de arranque” de su «orientación socialista», en Antecedentes y desarrollo de la acción clasista (ibídem, pp. 96-104), como se ha visto, se refiere al pequeño movimiento que en el diario El Tiempo hizo «un esfuerzo por dar vida a un grupo de propaganda y concentración socialistas»; segundo, que, como se desprende de lo anterior, José Carlos Mariátegui distinguió el punto de arranque de su personal orientación socialista, en el sentido general del término, del punto de arranque del pequeño movimiento socialista reformista, punto de arranque que tuvo lugar en 1916 con las lecciones ex cátedra de Víctor M. Maúrtua, «cuya influencia en el orientamiento socialista de varios de nuestros intelectuales casi nadie conoce.» El esfuerzo realizado en El Tiempo aparece, pues, como una estación del proceso del socialismo reformista. Por lo tanto, es particularmente importante distinguir el punto de arranque de la orientación socialista de José Carlos Mariátegui, en el sentido indicado, del punto de arranque del movimiento socialista reformista, distinción que algunos se empeñan en escamotear reduciendo el análisis de Nuestra Epoca a la persona del maestro.
[3] Dado su estilo, creemos que los artículos sin firma La sucesión presidencial (número 1) y El último remiendo del Gabinete (número 2), son de José Carlos Mariátegui. Estos artículos no han sido recogidos en la recopilación Escritos juveniles. La edad de piedra, seguramente por no llevar firma. Creemos, además, que los comentarios que aparecen en Mirador político de ambos números, muy posiblemente se debieron también a la pluma del maestro.
[4] En una nota al pie de este artículo, José Carlos Mariátegui dejó escrito un evidente elogio a la marina: «Es justicia decir que no pasa lo mismo en la marina. A la escuela naval, más que a la escuela militar, se encaminan muchos jóvenes por vocación. La oficialidad de la escuadra es más selecta y culta que la del ejército. Hay también razón para que así sea. La vida en los buques favorece y auspicia el estudio y se acomoda  al gusto de los espíritus más finos y mejor cultivados.» (p. 5). Por otro lado, como es de conocimiento general, debido a su artículo José Carlos Mariátegui fue agredido cobardemente por un grupo de militares a la cabeza de un oscuro teniente. Este repudiable atropello fue denunciado por el maestro en las páginas de El Tiempo, donde, además, esclareció: «Mi artículo no fue un estudio del problema militar. Fue únicamente un sumario de mis ideas sobre ese problema. Fue un índice de mis observaciones. Fue, luego, muy poco.» «Mi aspiración actual y vehemente es la aspiración de que el ejército del Perú no se aparte de su deber. De que el ejército comprenda la austeridad de su rol. De que el ejército no olvide que es tradicionalmente la institución donde se conciertan, guardan y cultivan las virtudes más caballerescas, pundonorosas y bizarras.» (Escritos juveniles. La edad de piedra, t. 3, pp. 327 y 328).
[5] Es expresivo el hecho de que, en una nota al pie del artículo que comentamos, José Carlos Mariátegui escribiera: «Entre las agrupaciones mencionadas en este artículo no figura el partido nacional democrático porque no es, sin duda alguna, un partido que perece sino un partido que nace. Es un partido sin pasado ni presente; pero no es un partido sin porvenir. Más propiamente: es un intento de partido. Por ahora su calidad parece la de un club intelectual con corresponsales en provincias y con afición a la política.» (p. 2). En el primer número de Nuestra Epoca, César Ugarte había escrito acerca de este partido: «Queda solo el partido nacional democrático, que hace pocos años surgió gallardamente con un vasto programa de reformas inspiradas en tendencias progresistas muy moderadas. Hasta ahora su acción ha sido bien inspirada; pero tímida y vacilante. No se le puede juzgar mientras no acumule mayores elementos de acción. El mote de “futurista” que le ha dado el vulgo es el más apropiado para expresar su significación: no es una fuerza apreciable en el presente; lo será quizás en un futuro más o menos lejano.» (p. 4). Lo remarcable de la nota de José Carlos Mariátegui, es su idea de que el partido nacional democrático «no es un partido sin porvenir», y de la cita de Ugarte la idea según la cual este partido «no es una fuerza apreciable en el presente; lo será quizás en un futuro más o menos lejano.» Así, pues, como vemos, la reorganización de los grupos políticos no era una idea privativa de Mariátegui ni mucho menos y, en esta condición, encerraba, de un lado, la idea de la caducidad de los partidos burgueses tradicionales y, de otro, la posibilidad de que los mismos pudiesen ser reemplazados por otros igualmente burgueses.
[6] Antecedente indirecto, pues, como lo son también el Comité de Propaganda y Organización Socialistas y el diario La Razón.

11.06.2018.


Postscriptum

En el Perú no es posible ser marxista si se prescinde de la Creación Heroica de Mariátegui y si no se la defiende contra toda falsificación.

Pues bien, desde hace ya buen tiempo, hay quienes pretenden diluir la Creación Heroica de Mariátegui en el mapa del nebuloso socialismo en general, y, en este marco, homologan el Centenario del Socialismo Peruano al Centenario de la revista Nuestra Epoca.

Tal pretensión es parte de una campaña antimariateguiana que tiene como nota particular el truco de levantar a Mariátegui para oponerse a Mariátegui.

Por lo tanto, nos vemos en la responsabilidad de confutar las ideas de Ramón García sobre Nuestra Epoca, pues es la persona que marca los términos de la falsificación de la verdad histórica de esta revista. 

En el artículo Nuestra Epoca (Anuario Mariateguiano, Nº 2, 1990, pp. 145-47), García reduce el análisis de Nuestra Epoca a la persona de José Carlos Mariátegui y, esto, es un craso error metodológico, pero, además, es un intento de utilizar al maestro como coartada y hasta como señuelo(1); por otro lado, García parte del prejuicio de considerar que la mencionada revista es el punto de partida del Socialismo Peruano.

Ocurre, sin embargo, que: 1) una cosa es el punto de arranque de la orientación socialista de José Carlos Mariátegui, en el sentido general del término, y otra el punto de arranque del movimiento socialista reformista; 2) una cosa es el socialismo reformista, y otra el socialismo marxista; 3) una cosa es el punto de arranque de la orientación socialista de José Carlos Mariátegui, en el sentido indicado, y otra el punto de arranque del Socialismo Peruano, que, por definición, es creación heroica en tanto aplicación creadora del marxismo-leninismo a nuestra realidad concreta; 4) una cosa es el socialismo en el Perú, y otra el Socialismo Peruano; 5) el socialismo reformista en el Perú tiene su propia historia, distiguible de la historia del Socialismo Peruano, o sea, del Socialismo Marxista-Leninista Peruano.

Así, pues, mientras José Carlos Mariátegui puntualizó, con toda honestidad, el tipo de socialismo que caracterizó el inicio de su «orientación socialista», García silencia completamente esta puntualización, y, precisamente este silenciamiento es la trampa que le tiende al lector. 

Identificado, pues, por el propio maestro, el tipo de socialismo que caracterizó a Nuestra Epoca,  resulta evidente que considerar que el Centenario del Socialismo Peruano se cumple el 22 de junio del presente, es: 1) diluir el socialismo marxista en el mapa del nebuloso socialismo en general (no solo, pues, la Creación Heroica de Mariátegui); 2) negar el carácter marxista-leninista del Socialismo Peruano; 3) subastar la independencia de clase del proletariado.

Pero esta mistificación de los hechos históricos concernientes a Nuestra Epoca, al marxismo, al Socialismo Peruano, a José Carlos Mariátegui, tiene, como posiblemente se sepa, la segunda  intención de sentar una base ideológíca a efecto de fundar un partido doctrinariamente heterogéneo, un partido, por lo tanto, distinto, distante y opuesto al partido doctrinariamente homogéneo fundado por José Carlos Mariátegui el 7 de octubre de 1928.

La verdad histórica –accesible a toda persona inteligente y honrada–, es que el Socialismo Peruano tiene su punto de arranque en marzo de 1921, con la escritura del artículo El cisma del socialismo, primer escrito marxista de José Carlos Mariátegui. Así, pues, el Centenario del Socialismo Peruano se cumple en marzo de 2021.

Por eso, es claro que una cosa es celebrar el Centenario de Nuestra Epoca, que coincide con el comienzo de la orientación socialista de José Carlos Mariátegui, en el sentido general del término, y otra celebrar este centenario como si fuese el Centenario del Socialismo Peruano.

Por lo tanto, es evidente que la tergiversación de la verdad histórica de Nuestra Epoca que comete García, es la base de su escamoteo del Centenario del Socialismo Peruano a favor del centenario del socialismo reformista.

Lenin recordó en una ocasión que a Marx no le interesaba el socialismo en general, sino el socialismo proletario, revolucionario, marxista en lenguaje contemporáneo. Las razones de ello son obvias.

Salvo como un antecedente indirecto del Socialismo Peruano, a nosotros tampoco nos interesa el socialismo en general. En el artículo Notas sobre la creación heroica de Mariátegui II (10 de marzo de 2011), expusimos la relación entre el inicial socialismo a lo Araquistain de José Carlos Mariátegui y su definitivo socialismo marxista.      

La orientación socialista de José Carlos Mariátegui puede ser dividida en dos grandes etapas: una primera, no marxista, y una segunda, marxista. La primera va de junio de 1918 al primer semestre de 1920. Es la etapa del Mariátegui socialista a lo Araquistain. Es la etapa de la revista Nuestra Época, del Comité de Propaganda y Organización Socialistas, del diario La Razón, de la partida del maestro a Europa en octubre de 1919 y de las primeras estaciones de su itinerario en este continente. La segunda va del segundo semestre de 1920 al 16 de abril de 1930. Es la etapa del Mariátegui marxista. Es la etapa de su artículo El cisma del socialismo, del «Comité de Génova», de su participación en el Congreso de Livorno, de su activismo en el Partido Comunista Italiano, de su regreso al Perú para fundar «un partido de clase», de sus conferencias en la Universidad Popular Gonzáles Prada, de la revista Amauta y el periódico Labor, de sus libros 7 ensayos de interpretación de la realidad peruana, Defensa del marxismo, Ideología y Política y El alma matinal y otras estaciones del hombre de hoy, de la fundación del Partido Socialista del Perú y la Confederación General de Trabajadores, de sus tesis presentadas al Congreso Sindical de Montevideo de mayo de 1929 y a la Primera Conferencia Comunista Latinoamericana de Buenos Aires de junio del mismo año, de su moción de afiliación a la Tercera Internacional, etcétera, etcétera. Esta creación marxista, teórica y práctica, es la Creación Heroica de Mariátegui.

El socialismo reformista tiene su propia historia. Las lecciones ex cátedra de Víctor Maúrtua, la revista Nuestra Época, el Comité de Propaganda y Organización Socialistas, el diario La Razón, el periódico El Socialista, el Partido Socialista de Luciano Castillo, son, por razones obvias, parte de la historia del socialismo reformista, exactamente como, reclamos aparte, lo son también, con distintos matices, el Partido Socialista Revolucionario de los años setenta, el Partido Socialista Peruano, el PCP-Unidad y algunos otros grupos.   

Como es de conocimiento general, José Carlos Mariátegui rompió con el socialismo reformista en la segunda mitad de 1920 y, con su artículo El cisma del socialismo de marzo del año siguiente, dio inicio a otra historia: a la historia del socialismo proletario, de clase, marxista-leninista.

Este socialismo es el Socialismo Peruano, cuya concreción marcó un antes y un después en el proceso ideológico y político del proletariado nacional.

Lealmente autocrítico, José Carlos Mariátegui hizo en su momento la crítica de su socialismo a lo Araquistain, por ejemplo cuando en 1929 se refirió al Comité de Propaganda: «El grupo tiende a asimilarse a todos los elementos capaces de reclamarse del socialismo, sin exceptuar aquellos que provienen del radicalismo gonzales-pradista y se conservan fuera de los partidos políticos.» En consecuencia, ya nada más por esta observación crítica, el maestro no cabe en una visión del Socialismo Peruano indiferente a la trascendencia sin parangón de su ruptura con el socialismo reformista; indiferente al hecho de que solo con su Creación Heroica el socialismo alcanzó en nuestro medio la condición de Socialismo Peruano, el cual, como es evidente, desde el principio transformó radicalmente el objetivo de la lucha de clase del proletariado.

Es posible que subrayar el socialismo a lo Araquistain de la revista Nuestra Época, del Comité de Propaganda y del diario La Razón, resulte un escándalo para algunos, pero solo porque su visión de la trayectoria de José Carlos Mariátegui no distingue entre socialismo no marxista y socialismo marxista, o, para decirlo de otro modo, porque diluyen el socialismo marxista en el nebuloso socialismo en general. El solo hecho de pretender pasar el centenario del socialismo no marxista por el Centenario del Socialismo Peruano, prueba la verdad de nuestro aserto.

Hay, pues, quienes ven la continuidad en la trayectoria de José Carlos Mariátegui (emoción social, ética, actitud de servir al proletariado, consecuencia con las luchas de las clases trabajadoras, capacidad de encontrar la verdad en los hechos), pero no son capaces de captar la discontinuidad que hay en la misma (ruptura con el socialismo a lo Araquistain y adhesión al marxismo-leninismo), o, para decirlo de otro modo, no son capaces de captar el hecho de que lo verdaderamente trascendental en la vida política de José Carlos Mariátegui no fue su inicial y transitorio socialismo a lo Araquistain, sino su definitivo socialismo marxista-leninista, su Creación Heroica, su Socialismo Peruano, el cual, por ser tal, abrió por primera vez en nuestra historia la posibilidad real de la lucha por el poder. No porque José Carlos Mariátegui desempeñara un papel de primer orden en la revista, el comité y el diario mencionados arriba, el socialismo a lo Araquistain que caracterizó a estas experiencias deja de ser socialismo no marxista. Pero también, no porque su inicial socialismo fuera lo que fue, su Creación Heroica no va a tener la trascendencia que tiene.

Pues bien, en su mencionado artículo, García pone en juego una serie de sofismas con los cuales intenta demostrar lo indemostrable. Estos sofismas son los siguientes:

Nuestra Epoca marca una etapa jamás olvidada por José Carlos Mariátegui. (p. 145).

Comentario: Esta frase es diversiva, pues el problema de Nuesta Epoca no es si José Carlos Mariátegui se olvidó o no de esta revista. Como se sabe, ni siquiera se olvidó de sus veinte años, cuando, según él mismo, «escribía disparates». Pero con su frase, García silencia el hecho de que el maestro expresó su intención de quemar en una pira toda la literatura que había producido con anterioridad a su retorno al Perú, intención que, como es obvio, incluía sus artículos publicados en Nuestra Epoca. Para los marxistas, el problema de Nuestra Epoca es el de su lugar en relación al Socialismo Peruano, y, en particular, en el proceso ideológico del maestro. No obstante, como se ha visto, García pretende convertir este problema en un mero problema de olvido o no olvido. 

La propia opinión de José Carlos Mariátegui habla por sí sola de la importancia de Nuestra Epoca. (p. 146).

Comentario: Con esta frase García aludió las veces que José Carlos Mariátegui se refirió a Nuestra Epoca (en 7 ensayos, en Ideología y política), pero, como puede verificarse, lo hizo sin comentar absolutamente los términos con los que cada vez el maestro dejó en claro el tipo de socialismo que marcó la segunda etapa de su proceso ideológico.(2) Para los marxistas, la importancia de Nuestra Epoca reside en el hecho de que da cuenta de la actitud de José Carlos Mariátegui durante su etapa de socialista a lo Araquistain («decir la verdad»), actitud que le permitió después romper con dicho socialismo y asumir el marxismo-leninismo.(3)

… la salida de un periódico tan importante para José Carlos Mariátegui y para “la lucha por el socialismo y por la organización del proletariado. (Correspondencia de José Carlos Mariátegui, T. 2-677)” (p. 146).

Comentario: Como vemos, García manipula una cita del maestro que data de once años y cuatro meses después del segundo número de Nuestra Epoca. Pues bien, es menester poner en claro que lo importante para el socialismo y para la organización del proletariado no fue Nuestra Epoca, sino la ruptura de José Carlos Mariátegui con el socialismo a lo Araquistain que caracterizó a esta revista y su asimilación al marxismo-leninismo en 1920, ruptura y asimilación que le permitieron después plantear su proyecto de un partido de masas y de ideas que, como se sabe, comenzó a concretarse en el Partido Socialista del Perú, partido marxista-leninista y, por lo tanto, contrario al socialismo a lo Araquistan, al vanguardismo genérico e indefinido en general y a toda suerte de organización-amalgama.

No había pasado dos meses [de la Revolución de Octubre] y un 30 de diciembre [Mariátegui] escribía su célebre artículo Maximalismo Peruano, donde magistralmente marcaría la orientación cardinal del socialismo peruano: “¡Bueno! ¡Muy bolcheviquis y muy peruanos! ¡Pero más peruanos que bolcheviquis!” (ibídem).

Comentario: Para confutar con los hechos en la palma de la mano la frase «la orientación cardinal del socialismo peruano», hay que esclarecer qué entendía entonces José Carlos Mariátegui por el término bolchevique. Todavía el 12 de diciembre de 1918 (o sea un año después del artículo Maximalismo peruano y cinco meses después del segundo número de Nuestra Epoca), el maestro escribió:

… aquí, en esta estancia, se han reunido espontáneamente nuestros amigos y camaradas de socialismo.  A todos los ha conmovido como a nosotros el anuncio de la paz…

Y, a renglón seguido, ha entrado en la estancia, con los brazos abiertos, el semblante resplandeciente y el gesto jocundo, otro de nuestros grandes bolcheviques, el diputado por Lima señor don Jorge Prado. (Escritos juveniles. La edad de piedra, t. 8, pp. 68 y 69).

Ciertamente el lector puede darse perfecta cuenta de que, mientras en la Rusia revolucionaria el término bolchevique encerraba un concepto estricto y riguroso, en José Carlos Mariátegui encerraba un concepto tan dilatado e indefinido que hasta el señor Jorge Prado y algunos otros  (entre ellos Luis Ulloa, quien a la sazón tronaba contra «los hambreadores del pueblo»), resultaban bolcheviques. Este concepto dilatado e indefinido se observa igualmente en el hecho, más expresivo aún, de que José Carlos Mariátegui consideraba «bochevique» a Víctor M. Maúrtua, cuyo «socialismo» no le impedía ser ministro del civilista José Pardo.(4)

Ahora bien, aparte de lo esclarecido, la frase «más peruanos que bolcheviquis» da cuenta de la relación entre peruanos y soviéticos, y esto es todo lo que queda de ella. Pero este sentido limitado de la frase es distorsionado por García con su pretensión de erigirla en «la orientación cardinal del socialismo peruano». En efecto, esta pretensión, expresada como está expresada (¡«orientación cardinal»!, ¡«del Socialismo Peruano»!) tiene un sentido general que, como es notorio, no consiente la frase del maestro. Cardinal significa fundamental, esencial, principal, trascendental; y el Socialismo Peruano está compuesto por cuatro elementos: el ideológico, el teórico, el político y el orgánico. Por lo tanto, por su sentido general, la frase de García da cuenta de la relación entre el marxismo peruano y el marxismo universal, entre el socialismo peruano y el socialismo mundial y, en este marco, promueve, pues, que seamos «más peruanos» que marxistas, o sea, fomenta un nacionalismo no proletario, un nacionalismo pequeño burgués, un nacionalismo extraño al marxismo.

Pues bien, como se sabe, el marxismo es una verdad válida para todo el mundo, es decir que, en principio, el marxista representa una realidad supranacional, y, enseguida y mechado a lo anterior, encarna una realidad nacional en la medida en que aplica el marxismo a una realidad particular. Aquella supranacionalidad se expresó desde el primer momento, cuando Marx y Engels proclamaron: ¡Proletarios de todos los países, uníos! Por eso, la relación entre el marxista y su nacionalidad (que es una forma en que se expresa la relación entre lo universal y lo particular) no es una cuestión que pueda ser resuelta a favor de uno u otro término: no podemos ser más peruanos que marxistas, porque ello representaría un cierto nacionalismo que ve en el marxismo algo ajeno a nuestra realidad, y no podemos ser más marxistas que peruanos, porque ello representaría un universalismo en alguna medida indiferente a lo peruano. Por cuanto es una verdad universal, el marxismo no es algo foráneo con respecto a la realidad peruana. Por eso, ya marxista-leninista, José Carlos Mariátegui escribió: «Ninguna idea que fructifica, ninguna idea que se aclimata, es una idea exótica.» (Peruanicemos al Perú, p. 40). Por eso escribió también: «El Perú es un fragmento de un mundo que sigue una trayectoria solidaria.» (ibídem, p. 38).(5) Así, pues, la teoría del Socialismo Peruano es solo una forma de la verdad universal del marxismo-leninismo, y la revolución peruana es solo una parte de la revolución proletaria mundial. Es decir, tanto la teoría del Socialismo Peruano como su concreción práctica aparecen como un caso de la unidad de lo universal y lo particular. Por eso, la identidad de los marxistas tiene dos aspectos, a saber: su ideología y su nacionalidad. Por eso, puesto ante la necesidad de resumir en una frase el SENTIDO de sus célebres 7 ensayos de interpretación de la realidad peruana, José Carlos Mariátegui no repitió, en ninguna forma, la frase de su etapa de socialista a lo Araquistain, sino que escribió esta otra: «Por los caminos universales, ecuménicos, que tanto se nos reprochan, nos vamos acercando cada vez más a nosotros mismos.» De esta forma subrayó que el marxismo nos permite ser peruanos en el sentido más pleno de la palabra. Los marxistas –así como los hombres en general, como todos los pueblos sin excepción– tienen una existencia nacional, pero su personalidad no se realiza plenamente sino cuando expresan su esencia universal; por esto, en su actividad revolucionaria deben saber alcanzar la plenitud de su personalidad mostrándose superiores a toda limitación o, para decirlo de otro modo, deben saber alcanzar la más perfecta unidad de sentimiento autóctono y pensamiento universal, según la formulación mariateguiana. Y basta fijarse en el pensamiento de Mariátegui para comprobar la verdad de dicha formulación: ¿alguien, en su sano juicio, puede decir, acaso, que el pensamiento de Mariátegui es más peruano que marxista o, a la inversa, más marxista que peruano? Probadamente, el pensamiento de Mariátegui es marxismo peruano, es decir, es la fusión –precisamente la fusión– de la verdad universal del proletariado con la realidad peruana.(6) Por lo tanto, en principio la universalidad no niega la particularidad, sino que permite su desarrollo hasta su plenitud.

Como es de conocimiento común, en el comunismo global no existirán ya las nacionalidades, pero, en cambio, no desaparecerá la concepción marxista del mundo, es decir, la nacionalidad de la gente en general se habrá disuelto en la universalidad de la humanidad liberada por fin de la forma nación de la particularidad, pero entonces el mundo será un mundo donde todos los hombres y todas las mujeres serán marxistas.

No obstante, como se ha visto, García se mueve en la superficie de los hechos; particularmente, silencia aquellos que están detrás de las afirmaciones de José Carlos Mariátegui, llegando incluso a retorcer el significado de las mismas. De esta forma pretende escamotear el análisis concreto del problema concreto, el análisis profundo de un problema ciertamente definitorio.  
  
… Nuestra Epoca muestra que ésta [la cuestión del poder] es la enseñanza cardinal que asimila, defiende y difunde José Carlos Mariátegui. De ninguna manera es casual que su primer artículo sea “Malas tendencias, el deber del Ejército y el deber del Estado” (sic)… De ninguna manera es casual que su segundo artículo sea “Temas del día. La reorganización de los grupos políticos… Y de ninguna manera es casual que al unísono con la publicación del primer periódico socialista peruano José Carlos Mariátegui impulse la organización del Comité de Propaganda Socialista… (p. 147).

Comentario: La verdad, sin embargo, es que en ninguno de los artículos de José Carlos Mariátegui publicados en Nuestra Epoca, se plantea la cuestión del poder y, por lo tanto, sostener, como sostiene García, que con su crítica al planteamiento armamentista del coronel Ballesteros y su llamado a que el ejército y el Estado peruanos cumplan su deber, el maestro estaba planteando la cuestión del poder, es decir, la cuestión de la revolución, es, por cierto, una completa tergiversación. Asimismo, sostener, como sostiene García, que con su comentario sobre la caducidad de los partidos burgueses tradicionales, José Carlos Mariátegui estaba planteando la cuestión del partido del proletariado, es, igualmente, una completa tergiversación. La cuestión del poder aparece únicamente en los dos artículos de César Falcón y en el artículo de Carlos del Barzo, y, como se ha visto, en términos reformísticos. Por otro lado, es notorio que, al calificar a Nuestra Epoca de «primer periódico socialista peruano», García silencia que José Carlos Mariátegui remarcó que dicha revista estuvo «influida por la “España” de Araquistain». Así, pues, es claro que nuestro personaje no hace diferencia entre el socialismo reformista y el socialismo marxista, y que, en consecuencia, lo que le interesa, contrariamente a Marx, es el nebuloso socialismo en general, y no el socialismo proletario en particular.(7)

El socialismo es una nueva época en la historia mundial, un nuevo modo de producción; eso es lo que afirma José Carlos Mariátegui cuando declara que “Sacamos este periódico y le ponemos el nombre Nuestra Epoca porque creemos que comienza con nosotros una época de renovación que exige que las energías de la juventud se pongan al servicio del interés público. (ibídem).

Comentario: La afirmación de García es una mentira evidente. Hasta la propia afirmación de José Carlos Mariátegui que cita, lo desmiente categóricamente, pues en ella no hay ninguna alusión a la época histórica que vive la humanidad, y, todavía más, en lo que sigue (y que García se cuidó de citar), el maestro dejó en claro que el título de la revista se debió a una razón nacional: «…en plena juventud, comprendemos nuestro deber de concurrir a esta reacción nacional con toda nuestra honradez y con toda nuestra sinceridad ardorosas y robustas». A buen entendedor, pocas palabras: «una reacción nacional» ante «… los intereses creados y… las gentes incapaces que, amparados por esos apellidos sociales y esas reputaciones falsas que decoran este teatro criollo y estúpido nacional…».

Compare el lector la mentira de García con el siguiente comentario de Alberto Tauro:

Aun el título dado a Nuestra Epoca debe ser analizado: porque sugiere una aguda percepción de las proyecciones determinadas por el momento histórico, y una implícita decisión de abordar las tareas exigidas por la acción social. Denota un definitivo alejamiento de la frivolidad que José Carlos asumiera durante los años de su iniciación (como en El Turf y Lulú); e inclusive el abandono de esa nostalgiosa evocación del pasado, más o menos contaminada por el romanticismo tradicionalista, que asoma en sus piezas teatrales. No se asocia tampoco a una preocupación meramente literaria (que antes animara a los editores de El Modernismo, Contemporáneos, Cultura y El Aquelarre, por ejemplo); ni a una inquietud afectada por el snobismo (como en el caso de Colónida). 

Por lo tanto, insinúa la superación de las ficciones que idealizaron los viejos tiempos, el abandono de la reverencia a los modelos impuestos por el quietismo conservador, y aun la voluntariosa asunción de cierto protagonismo en la cambiante escena del momento. En sus tácitas implicancias anuncia testimonio y crítica de la realidad. Y parece obedecer a indudables proyecciones dialécticas, en cuanto apunta a negar la eficacia de las categorías deterioradas por el usufructo del poder, y adelanta la necesidad de preparar el futuro. (Sobre la aparición y la proyección de Nuestra Epoca, edición facsimilar de Nuestra Epoca, p. 9).

Esta opinión es una reflexión honrada, sin prejuicios, sin segundas intenciones, ajustada a la verdad histórica de Nuestra Epoca.

Lenin enseñaba con el ejemplo de una revolución triunfante la necesidad de demoler la maquinaria estatal, el aparato “burocrático-militar”.

Pues bien, Nuestra Epoca muestra que ésta es la enseñanza cardinal que asimila, defiende y difunde José Carlos Mariátegui. (p. 147).

Comentario: La verdad es que en ninguna parte de los dos números de Nuestra Epoca se defiende y se difunde la necesidad de demoler el aparato burocrático-militar del Estado burgués. El análisis de los artículos de José Carlos Mariategui prueba absolutamente esta verdad, y los artículos de César Falcón y Carlos del Barzo, que en algunas partes tocan la cuestión del poder, lo hacen, reiteramos, en términos reformísticos. La mentira de García es, pues, escandalosa. Y, es precisamente sobre la base de esta mentira que fabrica el juego de palabras que pasamos a examinar. 

Nuestra Epoca nos muestra y demuestra que José Carlos Mariátegui era ya marxista antes de ser marxista. No es casual que declarara: “He madurado más que cambiado.” (p. 147).

Comentario: Nadie es marxista antes de ser marxista, sencillamente porque para ser marxista no basta compartir la idea de la toma del poder en algún país (o alguna otra idea específica), sino que es necesario adherir a la concepción, el punto de vista y la posición del marxismo. Pero, el gusto de García por la frase sonora y efectista, hace que, con aquella que nos ocupa, de hecho convierte en marxistas (marxistas in se, diría él) a todos los socialistas que, no obstante el reformismo que los caracterizó hasta el fin de sus días, en un principio batieron palmas por el triunfo de la revolución en Rusia. Pongamos, adicionalmente, dos ejemplos al margen de lo dicho. José Ingenieros, quien, como se sabe, saludó honradamente la Revolución Rusa, nunca fue marxista. Y más acá, el «comandante Cero», quien no solo estaba de acuerdo con la toma del poder sino que, en Nicaragua, contribuyó prácticamente a ello, igualmente nunca fue marxista. Es decir la idea de la toma del poder es común a todo revolucionario, y no pertenece en exclusivo a los marxistas. Por otro lado, es menester resaltar que la mentira de García prueba que no entiende el sentido de la frase mariateguiana «Más que cambiado he madurado» (que cita, como hemos visto, para acreditar su juego de palabras), pues, como ha quedado demostrado, ella se refiere a los valores morales que maduraron en la personalidad de José Carlos Mariátegui en el proceso de su formación espiritual, y no al camino que recorrió desde su efímero socialismo a lo Araquistain hasta su definitivo marxismo-leninismo. En suma, el juego de palabras de García y la manipulación que comete de la mencionada frase mariateguiana, pone en evidencia su concepción evolucionista vulgar del proceso ideológico del maestro.

En 1918 José Carlos Mariátegui era marxista in se. Desde 1923, José Carlos Mariátegui fue marxista per se. Ese es el mensaje que nos deja Nuestra Epoca. (ibídem).

Comentario: De hecho, esta afirmación está ya confutada. Pero es necesario hacer una rectificación: José Carlos Mariátegui no fue marxista desde 1923, como cree García, sino desde la segunda mitad de 1920, lo cual se puso de manifiesto, por primera vez, en el artículo El cisma del socialismo, escrito en marzo de 1921. Por lo tanto, aquello de «Ese es el mensaje que nos deja Nuestra Epoca», es una frase vacía, una frase que no representa ninguna realidad que no sea el embrollo que su autor tiene en la cabeza.

Pues bien, seducido por la palabrería de García, Gustavo Pérez escribió:

Con la acuciosa sencillez que le caracteriza, el compañero Ramón García ha vuelto a poner sobre el tapete “El camino propio” de J.C. Mariátegui, ilustrándonos sobre esta expresión suya, a propósito de su artículo “La sucesión presidencial”, publicado sin firma el 22/06/1918, en la columna “Mirador político”, de “Nuestra época. (Reflexiones sobre “El camino propio” de Mariátegui).

Comentario: Como ha quedado demostrado documentadamente en nuestro ensayo, la frase «camino propio» da cuenta de que con Nuestra Epoca José Carlos Mariátegui y César Falcón bosquejaron un camino independiente con respecto a la política criolla y sus hombres. Pero, como se desprende de la cita de Pérez, García retuerce esta verdad de la manera más desvergonzada.

En resumen, García tergiversa la verdad histórica de Nuestra Epoca, diluye el marxismo en el nebuloso socialismo en general, mistifica el Socialismo Peruano, falsifica la filiación doctrinal de José Carlos Mariátegui, tergiversa la verdad histórica del Partido Socialista del Perú, etcétera, etcétera, etcétera, y, sobre esta base espuria, pretende liquidar el partido de clase en toda la extensión de la izquierda peruana.

Ahora bien, en el artículo Admonición trascendental (Anuario mariateguiano, Nº 3, 1991, pp. 153-54), García escribió:

José Carlos Mariátegui entendió la revolución como renovación, como palingenesia, como Resurgimiento. (p. 154).

Y, para no perder la costumbre, pretendió solventar su afimación tergiversando el pensamiento de José Carlos Mariátegui. Veamos esto.

En su mencionado artículo, García reseñó algunas afirmaciones del maestro, y quienquiera que sepa leer las mismas tiene que darse cuenta de que hubo un momento en que José Carlos Mariátegui desahució el término renovación.

En efecto, las primeras afirmaciones mariateguianas sobre el punto citadas por García, tienen fechas que van de junio de 1918 a noviembre de 1927; pero, como ya recordamos en nuestro ensayo, en el editorial Aniversario y balance el maestro desahució el término renovación, y, no obstante que García copia la parte donde ello aparece, ¡no se dio cuenta del deshaucio!

Este desahucio se debió a que, en 1928, decantadas las posiciones en el variopinto socialismo de la época, el término renovación y otros aparecían «…demasiado genéricos y anfibológicos», pues bajo ellos empezaban «… a pasar gruesos contrabandos.»

El contrabando que pretende pasar García con su artículo, empieza a revelarse con solo preguntar: ¿La revolución es renovación de qué? ¿Palingenesia de qué? ¿Resurgimiento de qué?

Y termina por revelarse completamente cuando se asimila de verdad el significado de la siguiente afirmación de José Carlos Mariátegui, silenciada por García:

… una revolución continúa la tradición de un pueblo, en el sentido de que es una energía creadora de cosas e ideas que incorpora definitivamente en esa tradición enriqueciéndola y acrecentándola. Pero la revolución trae siempre un orden nuevo, que habría sido imposible ayer. La revolución se hace con materiales históricos; pero, como diseño y como función, corresponde a necesidades y propósitos nuevos. (Temas de nuestra América, p. 93).

La revolución, dice Mariátegui, no dice la renovación. Esto en primer lugar; en segundo, dice que la revolución enriquece la tradición de un pueblo, pero que trae siempre un orden nuevo, pues como diseño y como función corresponde a necesidades y propósitos nuevos: dictadura del proletariado, lucha por la realización del comunismo, para decirlo en términos bastante generales. Por eso el concepto de revolución es mucho más rico, mucho más profundo, mucho más multilateral que el concepto de renovación.(8)

Pero, por lo visto, con su «renovación», su «palingenesia», su «resurgimiento», García escamotea la esencia de la revolución: la creación de «un orden nuevo».

Por otro lado, en el mismo artículo, entre las varias versiones sobre las palabras finales de José Carlos Mariátegui dirigidas a sus compañeros de partido, García eligió la de Eudocio Ravines: «No puede haber renovación sino sobre la base de grandes principios… Trabajen muchoPero antes de elegir, García escribió: «José Carlos Mariátegui ¿dijo “revolución” o “renovación”?» (p. 153). E hizo esta pregunta porque Guillermo Rouillón, en el segundo tomo de su libro La creación heroica de José Carlos Mariátegui, dice que las palabras del maestro fueron las siguientes: «¡La revolución sólo se podrá hacer en base a grandes principios!». Pero García eligió la versión de Ravines porque, según cree, es «la versión mejor registrada en contenido y forma, esencia y estilo», porque «La da como testigo presencial» y porque el testigo «poseía memoria fotográfica» (p. 154), es decir que, según García, ¡Ravines VIO las palabras de José Carlos Mariátegui!(9) 

Por el contexto general del artículo que comentamos, puede decirse que la elección de García se debió a que en la versión de Ravines aparece la palabra renovación, palabra desahuciada por José Carlos Mariátegui a favor de la palabra revolución.(10)

Pues bien, todo indica que el contagio del revisionismo ha turbado la conciencia de García hasta el punto de que pretende ver marxismo donde no hay marxismo y no ver socialismo reformista donde hay socialismo reformista, etcétera, etcétera, etcétera.

Naturalmente, «cada cual tiene perfecto derecho a abordar los problemas como quiera. Pero hay que distinguir el modo serio y honrado de hacerlo, del que no es honrado.» (Lenin).

Como se ha visto, el modo de abordar los problemas de García no es serio ni es honrado y, esto, prueba que sus «grandes principios» se expresan en las falsificaciones que comete de la revista Nuestra Epoca y, en general, de la Creación Heroica de Mariátegui y del marxismo-leninismo.  

Notas
[1] Al silenciar el tipo de socialismo que caracterizó el inicio de la orientación socialista de José Carlos Mariátegui, García diluye el marxismo en el nebuloso socialismo en general, y, al no distinguir entre el punto de arranque de la personal orientación socialista del maestro y el punto de arranque del movimiento socialista reformista, escamotea este último punto, el cual, como lo hemos demostrado en nuestro ensayo con las propias palabras de José Carlos Mariátegui, tuvo lugar con el comienzo de las lecciones ex cátedra de Víctor M. Maúrtua. Todo esto prueba lo que hemos señalado: que, en sus afanes liquidacionistas, todo lo que hace García es utilizar a José Carlos Mariátegui como coartada y como señuelo.
[2] Contra esta consideración García puede decir que en su artículo citó tal cual las declaraciones de José Carlos Mariátegui sobre Nuestra Epoca, pero ello fue así sencillamente porque, como es obvio, no tenía manera de evitarlo. El problema reside, entonces, en otra cosa: en el hecho de que García no analizó en absoluto las puntualizaciones mariateguianas sobre el tipo de socialismo que caracterizó el inicio de su «orientación socialista», y, por lo tanto, no distinguió el socialismo reformista del socialismo marxista sino que disolvió este último en el primero. Por consiguiente, la conclusión no puede ser otra: con su artículo García pretendió contagiar al lector su deliberado daltonismo político, es decir, pretendió que el lector no fuera capaz de ver y asimilar la verdad de las aludidas puntualizaciones materiateguianas y, así, se inclinase ante los sofismas y las falacias con las que ha tergiversado la verdad histórica de Nuestra Epoca, lo cual, desde luego, solo pudo ocurrir entre los miembros de su claque, pues, al margen de los mismos, más de uno debió leer con una sonrisa su artículo; pero nosotros preferimos analizar el mismo, y el resultado está a la vista.
[3] Como enseña la experiencia, al marxismo se llega directamente, es decir, sin haber tenido previamente una posición ideológica definida; o indirectamente, o sea rompiendo con alguna forma de ideología burguesa o con alguna corriente del socialismo reformista. Esta última fue la vía que experimentó José Carlos Mariátegui, quien la expuso en varios textos con una sinceridad admirable. Así, pues, la importancia que puede tener en la vida de una persona una inicial etapa de socialismo reformista, depende del hecho de que ella, la persona, haya sido capaz de romper con dicha etapa y asumir el marxismo-leninismo. Porque, ¿qué importancia puede tener para la revolución el socialismo reformista en el que se haya quedado atascado una persona que, por esto, únicamente aspira a mejorar las condiciones de vida dentro del régimen capitalista?
[4] Véanse los artículos Bolcheviques, aquí, en Escritos juveniles. La edad de piedra, t. 7, pp. 54-6, El ministro bolchevique, ibídem, pp. 75-6, El ministro bolchevique, ibídem, t. 8, pp. 129-30 y El maximalismo cunde, ibídem. pp. 171-2. Este último artículo muestra que, todavía en enero de 1919, José Carlos Mariátegui veía en Maúrtua al «… líder por antonomasia del socialismo peruano…». Pues bien, quienes diluyen el Centenario del Socialismo Peruano en el centenario del socialismo reformista, deberían tener en cuenta esta percepción del maestro, pero, por lo visto, no pueden ser coherentes con la reivindicación del socialismo reformista que cometen con tal dilución, pues tienen necesidad de utilizar el prestigio de José Carlos Mariátegui a efecto de sorprender a los activistas del movimiento, cosa que no podrían lograr si, respetando los hechos históricos, reconocieran a Maúrtua como el iniciador del socialismo reformista en el Perú.    
[5] El artículo Lo nacional y lo exótico, compilado en Peruanicemos al Perú, pp. 35-40, constituye de hecho una negación, una superación, una ruptura de José Carlos Mariátegui con la frase de su etapa de socialista a lo Araquistain. Lo mismo puede decirse de sus artículos Nacionalismo y vanguardismo, ibídem, pp. 97-107, y La nueva cruzada pro-indígena, compilado en Ideología y política, pp. 165-68.
[6] De lo expresado se desprende que la «orientación cardinal» que promueve García tiene filo contra la Creación Heroica de Mariátegui. En efecto, la propuesta de ser más peruanos que marxistas encierra una actitud sesgada con respecto a dicha Creación, que, como ha quedado demostrado, es la fusión de la verdad universal del maxismo-leninismo y nuestra realidad concreta. Ahora bien, esta actitud deja de ser sesgada cuando se revela crudamente en la negación que comete García de la filiación marxista-leninista de José Carlos Mariátegui y, en un plano más general, en su abjuración del leninismo, o sea, del marxismo-leninismo.
[7] El socialismo en general es nebuloso precisamente porque es un mapa de las más variopintas corrientes. Este socialismo tiene su historia. Hasta la séptima década del siglo XIX, formaban parte del socialismo en general movimientos como el mazzinista, el proudhonista, el bakuninista, el tradeunionista, el lasalleano, y, por esta razón, formaron parte de la Asociación Internacional de los Trabajadores. Como se sabe, la composición de esta Asociación se explica por las condiciones ideológicas del proletariado internacional de entonces. Pero el cambio de las condiciones (desarrollo de la lucha de clases y particularmente de la lucha ideológica en el seno del proletariado), determinaron la ilegitimidad del conglomerado socialista. A propósito, José Carlos Mariátegui escribió: «La Primera Internacional, fundada por Marx y Engels en Londres, no fue sino un bosquejo, un germen, un programa. La realidad internacional no estaba aún definida. El socialismo era una fuerza en formación. Marx acababa de darle concreción histórica. Cumplida su función de trazar las orientaciones de una acción internacional de los trabajadores, la Primera Internacional se sumergió en la confusa nebulosa de la cual había emergido.» (La escena contemporánea, p. 112-13). Obsérvese que el maestro dice «de la cual había emergido». Ahora bien, cuando José Carlos Mariátegui sostiene que «Marx acababa de darle concreción histórica» al socialismo, se refiere, sin que quepa la menor duda, al socialismo proletario, al socialismo revolucionario, al socialismo marxista. Más tarde, las corrientes del socialismo premarxista que sobrevivieron a su propia defunción, se revelaron antimarxistas y las corrientes del socialismo reformista que participaron de alguna forma en la revolución rusa, terminaron por revelar su talante antimarxista. Actualmente, cuando en nuestro medio se habla de socialismo en general, se está considerando a corrientes de los más diversos colores: socialdemocratismo, trotskismo, hoxhismo, kimilsungnismo, fidelismo, guevarismo, hochiminhismo, marxismo-leninismo, marxismo-leninismo-maoísmo, marxismo-leninismo-maoísmo-pensamiento Gonzalo, marxismo a secas, etcétera. Este socialismo en general es, por supuesto, una «confusa nebulosa». Por eso, si en el tiempo de la Asociación Internacional de los Trabajadores, es decir, cuando la decantación de las diversas tendencias socialistas no se había producido aún, fue una necesidad organizarlas a todas, ahora, cuando se sabe a ciencia cierta que el revisionismo («liberalismo, interiormente podrido», que renace «bajo la forma de oportunismo socialista», según correctísima opinión de Lenin), simple y sencillamente no es marxismo, el socialismo en general no es pasible de ser definido en términos de clase, y, por esto, es un término que contiene un concepto meramente descriptivo, no analítico, no científico, y, por lo tanto, posee una utilidad marcadamente limitada, lo que no quiere decir que, en determinado contexto verbal o situacional, no pueda ser empleado con el límite correspondiente. Precisamente Mariátegui (así como Marx y Engels en su tiempo y Lenin en el suyo) se refirió al socialismo en general al referirse a su «orientación socialista», aunque puntualizando, como hemos visto, el tipo de socialismo que sostuvo en el inicio de esa orientación. En cambio, como hemos visto también, en su artículo García eludió todo análisis concreto de las puntualizaciones mariateguianas aludidas ya varias veces y, utilizando el término socialismo en su sentido más dilatado, más impreciso, más difuso, no fue capaz de definir lo que entiende por socialismo en general, como tampoco ha sido capaz de hacerlo en ningún otro lugar. Esto es particularmente expresivo.
[8] Como vemos, José Carlos Mariátegui tenía un concepto de revolución marcadamente distinto al que interesadamente le endilga García. Pero la falsificación del concepto mariateguiano de revolución que comete nuestro personaje revela su propio concepto: para él la revolución se limita a la renovación de la tradición de un pueblo. Es decir, García tiene un concepto limitado, estrecho, unilateral de la revolución y, de esta forma, prácticamente niega el concepto marxista de revolución. Esto, naturalmente, en el marco de su conceptuación de la revolución que examinamos aquí. Por otro lado, es menester subrayar que el debate sobre los conceptos de revolución y renovación no es un debate puramente teórico, pues quienquiera puede constatar sus consecuencias políticas: de acuerdo a su concepción de la revolución como renovación, García apoya el reformismo de algunos gobiernos latinoamericanos, mientras los que mantienen el concepto marxista de revolución, apoyan las reformas de tales gobiernos pero no su reformismo, que, como se sabe bien, todo lo que hace es maquillar el sistema capitalista. La prueba del apoyo de García al reformismo es la nota que escribió a propósito del artículo Venezuela: el estado comunal, una realidad revolucionaria pendiente, de Homar Garcés, nota donde, como se puede constatar, García no plantea ni la más mínima observación critica al gobierno venezolano y, por el contrario, asume de hecho el «socialismo del siglo XXI», diciendo que este socialismo plantea el Estado-Comuna, pero silenciando que el mismo es concebido por dicho socialismo como resultado de un proceso evolutivo y no revolucionario, y que, en la práctica, en Venezuela ha sido el producto de una iniciativa burocrática, y no el resultado de una revolución popular. Así, pues, opinando concretamente sobre un gobierno concreto, García no ha podido disimular su adhesión –más allá de románticas declaraciones generales– a la idea revisionista de la «transición pacífica». Tanto el artículo de Garcés (fechado el 31.10.2014) como la nota de García (fechada el 11.11.14), fueron publicados en la red por el último de los nombrados.
[9] Ciertamente con su artículo Admonición trascendental, García intentó presentarse como seguidor de las últimas palabras que José Carlos Mariátegui dirigiera a sus compañeros de partido, pero ocurre que los hechos han dado al traste con semejante intención. Como hemos visto, su artículo sobre Nuestra Epoca es una suma de sofismas que, en conjunto, constituyen una flagrante y desvergonzada falsificación de la verdad histórica de dicha revista. Por eso, es menester subrayar que, si el programa político de Nuestra Epoca fue «decir la verdad», el programa político de García es decir mentiras.
[10] En efecto, en el mismo texto donde José Carlos Mariátegui desahució el término renovación, llama a reivindicar la palabra revolución: «La misma palabra Revolución en esta América de las pequeñas revoluciones, se presta bastante al equívoco. Tenemos que reivindicarla rigurosa e intransigentemente. Tenemos que restituirle su sentido estricto y cabal» (Ideología y política, p. 247). Y, efectivamente, a renglón seguido procedió a reivindicar la palabra revolución, en el sentido de esclarecer el carácter de la revolución latinoamericana en el marco de la revolución socialista mundial, pero, sin duda, por razones obvias, hoy es necesario reivindicarla también en el sentido de restituirle su sentido estricto y cabal en relación a «las pequeñas revoluciones», es decir, en relación a las meras renovaciones.

18.06.2018.
CREACIÓN HEROICA