viernes, 1 de junio de 2018

Internacionales

Nota:

A continuación reproducimos la sexta y última parte del libro del compañero Jorge Beinstein, Macri. Orígenes e Instalación de una Dictadura Mafiosa, con el deseo de que el mismo constituya un material de estudio y de discusión acerca de las características de la coyuntura política latinoamericana, la construcción del sujeto político y la formulación de estrategias acordes a la instauración de procesos de democratización real y de superación del capitalismo contemporáneo en decadencia, que perpetúa el poder de los grandes grupos económicos sacrificando a nuestros pueblos con el hambre, la penuria económica y la falta de acceso a los servicios básicos de educación y salud.

El comité de redacción


Macri. Orígenes e Instalación de una Dictadura Mafiosa
(Sexta y última parte)

Jorge Beinstein

Capítulo 10

La instalación hegemónica del parasitismo argentino


Este texto fue escrito en el exilio en 1981 y publicado en la revista francesa “Les Temps Modernes” (*) fundada por Jean-Paul Sartre, fallecido un año antes, y en ese momento bajo la dirección de Simone de Beauvoir. Se trató de una edición de la revista dedicada al tema argentino. El artículo redactado en francés y sometido luego a la “corrección de estilo” de la revista, había sido pensado en “argentino”, cargado con el espíritu de la época. Reeditarlo 36 años después en el idioma en que fue pensado obliga a un intenso esfuerzo de memoria y de adaptación. Lo que yo allí trataba de explicar era que esa dictadura militar, además de ser la más sanguinaria de la historia argentina, marcaba una mutación decisiva en la clase dominante del país: el parasitismo pasaba a ser su característica principal. Los aspectos “productivos” (agrario, industrial, minero, etc.) quedaban subordinados a un comportamiento decadente que como se pudo constatar en lo años posteriores y hasta la actualidad explica la dinámica del capitalismo argentino. No se trataba de un fenómeno inesperado sino de la culminación de un proceso perverso que hundía sus raíces en la historia nacional. (*) Jorge Beinstein, “Argentine à l’heure du bilan”, Les Temps Modernes, Juillet-Aout 1981, nª 420- 421, París.


“Sellaremos con sangre y fundiremos con el sable, de una vez y para siempre, esta nacionalidad argentina que tiene que formarse, como las pirámides de Egipto y el poder de los imperios, a costa de la sangre y el sudor de muchas generaciones”.
General Julio A. Roca, 23 de abril de 1880 (39)

“Ahora escribimos este letrero en las paredes: la vida es subversiva”
Ernesto Cardenal (40)



LA TRAGEDIA ARGENTINA PODRÍA SER SINTETIZADA con la ayuda de la siguiente paradoja: la élite dominante ha demostrado su “ineficacia” para desarrollar un país rico en recursos naturales y dotado de una población calificada. Y sin embargo se ha mostrado bastante “eficaz” para impedir que las clases populares, víctimas de su dominación, impongan cambios de estructuras radicales eliminando así las trabas que se oponen al progreso.

Eficacia para dominar y parasitar, ineficacia para superar un sistema socioeconómico decadente. Modernismo mezclado con conservadurismo, absorción de ciertos progresos técnicos, incorporación de formas culturales nuevas... pero que se adaptan a estructuras parasitarias cuya rigidez impide al país salir del círculo vicioso del subdesarrollo.

Esta “dualidad” en el comportamiento de la alta burguesía local expresa bien el carácter contradictorio, casi aberrante, de un capitalismo periférico condenado desde su nacimiento a reproducir eternamente (y de manera cada vez más bárbara) el subdesarrollo, a través de diferentes niveles de urbanización, de industrialización, etc. Ha transcurrido un siglo desde que, hacia 1880, la oligarquía cívico-militar fundó la República, la Argentina moderna. Durante todo ese tiempo se han sucedido las reformas fracasadas, las revueltas populares, un vasto proceso de industrialización... pero la hegemonía elitista-conservadora no pudo ser anulada.

Finalmente llegamos a la degradación actual, proceso dramático que combina la putrefacción, la disgregación de las fuerzas productivas y la instalación de un Estado totalitario, elitista, que invade completamente la sociedad civil (alimentándose de su desarticulación) en un combate que no está aún zanjado y que tiene como objetivo su domesticación total, su transformación en un conjunto caótico de actividades vegetativas.

Desde hace cerca de medio siglo la economía rural permanece estancada (leer aclaración en el pie de página)41. La industria, que representa actualmente cerca del 35% del Producto Bruto Nacional, no ha conocido, en el transcurso de los veinticinco últimos años, sino algunas innovaciones parciales que le han permitido adaptarse anárquicamente a los cambios (modernizaciones) introducidos en el sistema de consumo, pero al precio de un alto nivel de desnacionalización y de monopolización, acentuando todavía más su dependencia tecnológica y financiera externa. Esta dinámica económica (principalmente entre 1955 y 1975) donde predominaron las prácticas parasitarias, con débiles tasas de inversión productiva y beneficios elevados a corto plazo, ha contribuido de manera decisiva a la inestabilidad general del sistema.

En cuanto al sector agrícola, centrado en la gran propiedad, ha podido hasta ahora compensar sus bajos niveles de productividad mediante fuertes transferencias de ingresos a su favor, gracias a un poder político que, luego del golpe de Estado de 1955, se mostró excesivamente sensible a sus demandas.

Todo esto ha provocado durante el último cuarto de siglo un proceso de concentración de ingresos que ha socavado el mercado de consumo de masas, sostén de la industria y de una buena parte de la actividad rural.

Fue sobre la base de la inestabilidad de los precios (causada por la sucesión de rapiñas de la alta burguesía) combinada con el estancamiento o crecimiento muy lento de la demanda interna (en una sociedad moderna muy urbanizada) que diversas firmas multinacionales penetraron en el país en el transcurso de los años sesenta ocupando los sectores más dinámicos de la industria. Su desarrollo se integró al proceso general de lumpen-aristocratización social desencadenado por el golpe de 1955, dándole un impulso decisivo. El capital extranjero funcionó desde el comienzo con tasas de ganancia extremadamente elevadas y tomando muy pocos riesgos. Sus estrategias tenían como objetivo central la recuperación ultra-rápida de las inversiones.

Una componente fundamental del comportamiento del empresario argentino es la inmediatez, la subestimación del largo plazo, la búsqueda de ganancias fáciles y rápidas. Conducta típica del subdesarrollo que no ha obedecido a ninguna casualidad histórica, a ninguna desviación psicológica momentánea; por el contrario constituye un verdadero factor estructural que hunde sus raíces en los orígenes de la sociedad argentina y que se perpetúa a través del tiempo. Más aún, el conjunto de nuestra cultura nacional (subcultura periférica) ha estado siempre impregnada por la inmediatez, la mayor parte de las actividades sociales no han podido liberarse de esta forma primitiva de racionalidad que ha inhibido, bloqueado el desarrollo de la conciencia en las masas populares.

El pragmatismo cínico, disfrazado de “viveza criolla”, que ha sido a veces considerado como uno de los elementos fundamentales del “comportamiento argentino”, es para la élite dominante y para los arribistas que aspiran desesperadamente al poder y a la riqueza, una especie de justificación legitimadora de su degradación moral; para las masas dominadas, para las clases populares, esta manera de ser funciona como una justificación de la impotencia, como una escapatoria individual (y a veces colectiva), como un verdadero opio. Para el conjunto del cuerpo social, todo esto toma la forma de una esquizofrenia que se exacerba con el tiempo y conduce inexorablemente al desastre.

El oportunismo provechoso para una minoría tal como se ha presentado históricamente en Argentina, es uno de los productos del bloqueo oligárquico; aparece para las mayorías como un conjunto de ilusiones destinadas al fracaso: ilusión de arreglo negociado en la antecámara de la represión, ilusión de prosperidad en medio de la decadencia...

Los bloqueos estructurales (desde monopolio oligárquico sobre la tierra hasta el actual protagonismo de las camarillas financieras) se han convertido a nivel cultural en trabas ideológicas al desarrollo de la racionalidad social, como interiorización por parte del pueblo de mitos, normas de conducta producidos por la élite dominante. La sumisión física de los de abajo obtenida durante el siglo XIX mediante una larga y sanguinaria guerra civil fue coronada por un profundo sometimiento cultural que se ha expresado al interior de los movimientos populares opuestos al régimen, inhibiendo su capacidad crítica y por consiguiente, su potencial de lucha.

En estos últimos cinco años se ha producido un gigantesco salto cualitativo, el capitalismo oligárquico tradicional, incluidas sus extensiones burguesas (industrial, comercial, etc.) se ha transformado en saqueo, en destrucción de fuerzas productivas, la dominación elitista se ha convertido en represión feroz. La miseria y el genocidio borran de un plumazo numerosos mitos, numerosas ilusiones... el terror es hoy el instrumento principal en el proceso de reproducción del capitalismo argentino. Pero, como la clase dominante que está a la cabeza de la República Militar sabe que ese terror es insuficiente, que su eficacia se deteriora con el tiempo, busca hacer revivir la antigua comedia recurriendo a los juegos de la vieja política elitista. Pero es probable que el círculo vicioso, constituido por el bloqueo estructural y las ilusiones de cambio, esté en la actualidad seriamente dañado.

Resulta difícil hacer pronósticos acerca de la capacidad de la élite, en medio de la mayor crisis social de la historia argentina, para organizar una nueva red de compromisos en paralelo al despliegue represivo así como anticipar rupturas y rebeliones populares… el futuro es muy incierto…
                        
La oligarquía
Es posible localizar las raíces del subdesarrollo argentino en la forma específica, periférica, a la vez degradada y caótica, que ha revestido en esta parte del mundo la civilización burguesa. Reproducida sobre la base del bloqueo elitista, del recurso cíclico a la violencia, la subcultura oligárquica aparece como el fundamento del “fascismo” argentino, combinación de despotismo, pragmatismo sin escrúpulos y cinismo político. Es necesario remontarnos al fin de la colonización española en 1810 y aún antes, la élite que nace en Buenos Aires, engendrada por el contrabando y la especulación, se transformó poco a poco, para convertirse, a través de una larga ruta marcada con sangre, en la clase dominante que conocemos hoy.

Basada en la ciudad-puerto fue en sus orígenes una burguesía comercial urbana inestable que fortaleció sus vínculos con el mercado mundial (en especial con el Imperio Británico) apropiándose luego de vastas extensiones de tierra en la pampa, gigantesco espacio fértil.

Las exportaciones de cueros, carnes saladas, lana, carne bovina y cereales marcan diferentes etapas en el proceso de incorporación del territorio al comercio internacional.

Al final de la primera etapa de su formación, hacia 1880, la oligarquía ya consolidada en tanto élite rural y urbana (propietaria de tierras y grandes empresas en Buenos Aires y otras ciudades) había dejado detrás una vasta obra de destrucción. La población indígena había sido exterminada, las masas populares del interior aplastadas sin piedad; Paraguay fue sometido a un gran genocidio, más de la mitad de su población fue masacrada por los ejércitos combinados de Argentina, Brasil y Uruguay.

La trayectoria del general Roca, verdadero fundador de la Argentina moderna y de su ejército, son muy esclarecedoras. Combatió en la guerra del Paraguay, enfrentó militarmente a los caudillos del interior como Felipe Varela, López Jordán o Peñaloza, y dirigió finalmente la famosa “Campaña del Desierto”, amplia operación de exterminio de las poblaciones indígenas cuyo objetivo era la apropiación de millones de hectáreas de tierras fértiles42 .

Desde su nacimiento, la oligarquía fue una clase inestable que se desarrolló a través de una sucesión de golpes de suerte, gracias a los avatares de la guerra civil, de un comercio internacional imprevisible, de la apropiación fraudulenta de las “tierras públicas” que eran en realidad propiedad de los indios, de la especulación urbana, etc. Aparece en consecuencia como una amalgama de poder económico y militar, de intereses rurales y urbanos, locales y extranjeros.

A lo largo de los últimos cien años pudo reproducirse principalmente en tres escenas políticas diferentes: la República Civil Fraudulenta (entre 1880 y 1916, durante los años 30 y entre 1958 y 1966), la República Militar (durante el golpe de 1930, entre 1955 y 1958, entre 1966 y 1973, a partir de 1976) o bien bajo regímenes populares democratizadores (1916-1930, 1945-1955, 1973-1974) durante los cuales efectuaba repliegues tácticos hábiles que le permitían conservar su dominación estratégica sobre los sectores clave de la economía y del aparato de Estado. Esta habilidad, esta capacidad de adaptación política combinando la represión con las negociaciones tramposas, se extendió también a la economía; es así como atravesó la etapa de las exportaciones agrícola-ganaderas (hasta la Segunda Guerra Mundial), la industrial-nacionalista (1945-1955) y la industrial colonizada (1955-1976) para asumir ahora las características de una lumpenburguesía cívico-militar.

Diversificación de intereses, división-recuperación-represión de sus enemigos internos sobre la base no negociable del mantenimiento-transformación-adaptación del modelo elitista que traba simultáneamente el desarrollo de las fuerzas productivas y de las formas democráticas de organización social.

Las Fuerzas Armadas

Las Fuerzas Armadas argentinas constituyen la expresión institucional más elaborada de la subcultura oligárquica. Nacidas en la últimas décadas del siglo XIX sobre la base de la represión interna (exterminio de pueblos originarios, aplastamiento de los movimientos populares del interior del país) y de la guerra colonial contra el Paraguay, fueron formadas en base al modelo prusiano. Garante sólido de los regímenes civiles más elitistas o asumiendo otras veces abiertamente el poder político para preservar “el orden social”, el poder militar constituye uno de los factores esenciales del proceso de reproducción del subdesarrollo. Su imagen actual, en tanto “aparato represivo-fascista” no es el producto de una situación extraordinaria, sino el resultado de toda su historia.

Es necesario señalar la existencia de dos mitos, de dos falsificaciones obstinadamente preservadas contra viento y marea.

Un primer mito es el del lazo que los militares (y el conjunto de la cultura oficial) han pretendido establecer entre el actual ejército profesional y los ejércitos improvisados (en realidad milicias populares) que libraron a comienzos del siglo XIX la guerra de la independencia contra el colonialismo español.

Intentan establecer una suerte de legitimidad de origen del aparato represivo actual. En realidad el ejército de la independencia se disolvió a lo largo de las guerras civiles que devastaron al país durante el siglo XIX. El ejército profesional apareció mucho después como instrumento de represión interna, animado por un espíritu elitista, como producto (y artífice) de la consolidación de la oligarquía. La legitimidad de origen se convierte en pecado original, marca sangrienta antipopular. El fundador de las Fuerzas Armadas argentinas no fue el general San Martín –héroe de la independencia–, sino el general Roca: “héroe” de las masacres de gauchos, indios y paraguayos, de la corrupción económica, de la sumisión al Imperio Británico.

El segundo mito, es el de la existencia de una importante tradición a la vez nacionalista y popular en las Fuerzas Armadas. Durante los últimos veinticinco años han surgido, en varias oportunidades, en el campo civil, personas a la búsqueda del militar “patriota”, “amigo del pueblo”. La realidad marcada por una sucesión de golpes de Estado militares reaccionarios, se encargó de desmentir esas esperanzas.

El nacimiento del peronismo, alrededor de 1945, ha sido a veces interpretado como el producto de una suerte de alianza entre las masas populares y las Fuerzas Armadas. En realidad, Perón mismo, durante su largo exilio, se encargó de desmentir muchas veces dicha afirmación.

Esto no impide que, incluso hoy, a pesar de lo ocurrido en estos últimos años, haya quienes nos recuerden que “en 1945 los militares se unieron al pueblo”. Pero la realidad fue diferente. Los militares argentinos, influenciados por las ideas autoritarias (que habían animado el golpe de 1930 que derrocó al régimen popular-liberal de Hipólito Yrigoyen) realizaron un golpe de Estado en 1943 con el doble objetivo de llenar el vacío político dejado por un gobierno conservador decadente y de “adaptarse” a la nueva configuración mundial donde Alemania aparecía en plena guerra mundial como potencia central emergente.

El aislamiento del poder militar, hostigado por las fuerzas políticas tradicionales y mal ubicado frente al rápido cambio en el curso de la guerra provocó una profunda crisis en su seno43.

Perón, entonces coronel, emergió como líder de las masas populares sobre la base de tres fenómenos principales: en primer lugar la crisis militar que quebrantó seriamente la estructura jerárquica del Ejército, luego la incapacidad de los políticos tradicionales (comprometidos con el viejo régimen oligárquico) para recuperar el poder; por último, la irrupción, gracias al proceso de industrialización a partir de los años 30, de un nuevo proletariado industrial, así como de un amplio abanico de grupos sociales modernos (una burguesía urbana innovadora, nuevas clases medias, etc.). Fueron estas fuerzas sociales emergentes (especialmente la clase obrera) las que consolidaron al movimiento peronista. La oligarquía en su conjunto, los partidos tradicionales y la derecha militar, efectuaron en ese momento uno de sus repliegues tácticos tan conocidos, destinados, por un lado a calmar y a moderar al movimiento popular naciente, y por el otro a recuperar fuerzas, a reconstruir su cohesión interna.

Cinco años más tarde, desde comienzos de los años 50, la derecha pasó al ataque aprovechando contradicciones y debilidades de un régimen prisionero del conservadorismo que esos sectores habían contribuido a imponer.

La ofensiva reaccionaria culminó en 1955 con el golpe de estado antiperonista que abrió un largo período (de 18 años) de dictaduras militares o de “gobiernos civiles” (bajo el control más o menos directo de las Fuerzas Armadas), surgidos de “elecciones” donde el movimiento peronista mayoritario había sido excluido.

El liderazgo de Perón no fue el resultado de la convergencia entre las masas populares y el Ejército, por el contrario, el peronismo triunfó en 1945 con un militar atípico a la cabeza gracias precisamente al quiebre de la tradición militar más sólida, del elitismo, del conservadorismo, fuertemente impregnado de elementos ideológicos autoritarios.

La recomposición ideológica y política de las Fuerzas Armadas fue uno de los elementos clave de la contrarrevolución de 1955.

Por otra parte no es exagerado atribuir las dudas e inhibiciones conservadoras de Perón principalmente a su educación militar.

El proceso de concentración de ingresos iniciado en 1955 provocó la resistencia tenaz de la clase obrera (agrupada en los sindicatos creados bajo el peronismo) y de sectores crecientes de las clases medias.
El descontento social ascendente paralelo a su cada vez mayor radicalización política se encontró frente a un aparato represivo centrado en las Fuerzas Armadas, cuyo desarrollo fue proporcional a la oposición popular.

1976 simbolizó el salto decisivo en la evolución militar; en su interior la relación de fuerzas fue cada vez más favorable a las estructuras operacionales y de inteligencia especializadas en la represión; las Fuerzas Armadas completaron una transformación laboriosamente preparada. Es entonces que emerge un ejército de ocupación que va a enfrentar a la sociedad civil en tanto “enemigo” a someter integralmente. Nacidas del gigantesco baño de sangre de las últimas décadas del siglo XIX las Fuerzas Armadas, gracias a la crisis y al desmoronamiento económico y social asumen su rol original, su más profunda razón de ser.

La debilidad estratégica de los movimientos populares

Hemos visto cómo la oligarquía, mezcla elitista de militares, terratenientes y especuladores diversos, ha logrado, gracias a un juego complejo de repliegues tácticos y represiones feroces, de “adaptaciones” económicas y de parasitismo, conservar los fundamentos de la república burguesa.

Frente a ella, las fuerzas populares se han mostrado impotentes no sólo para obtener un cambio definitivo de estructuras sino, incluso, para garantizar la permanencia de algunas reformas democráticas.

Dejando de lado la evaluación de la oposición mas radicalizada que no pudo transformarse en un gran movimiento antioligárquico mayoritario44 observamos que, tanto el radicalismo yrigoyenista (hasta la Segunda Guerra Mundial) como el peronismo histórico, entre 1945 y el inicio de la dictadura militar en 1976, fueron vencidos, víctimas de sus debilidades estratégicas.

La causa principal de estas debilidades reside en el nivel de penetración lograda en su seno de un conjunto de valores, normas de conducta y mitos que formaban parte del núcleo duro de la subcultura oligárquica (es decir, de la cultura burguesa con las características particulares que reviste en el caso argentino).

La composición social de los dos movimientos y sus tramas culturales, en particular de sus sectores más amplios pueden ayudarnos a entender el fenómeno. El yrigoyenismo alimentado por una clase media plebeya emergente, que oscilaba entre la rebelión antioligárquica y el ascenso al interior de la sociedad existente; el peronismo, alimentado por un proletariado urbano inmaduro que accedió rápidamente a las ventajas obtenidas por la prosperidad capitalista de la posguerra, parecían condenados a una moderación y a un autocontrol de sus ofensivas que los privó de una victoria definitiva.

Ello se tradujo por un lado en el refuerzo de las direcciones personalistas que tenían como función conservar la unidad popular impidiendo los “desbordes”, la radicalización de las aspiraciones democráticas del pueblo45 y, por otro lado, el predominio de los “estilos políticos” que privilegiaban el pragmatismo, “la inmediatez” (particularmente en el peronismo), y subestimaban las formulaciones de carácter estratégico, la profundización de la crítica social, es decir, el desarrollo en profundidad de la racionalidad, de la conciencia popular.

Porque se mostraban incapaces para conquistar la democracia, para cambiar las estructuras, porque se quedaban paralizados frente a los bastiones de poder de la alta burguesía, esta última pudo vencerlos. La debilidad estratégica de estos movimientos populares, incapaces de realizar una ruptura radical con la cultura dominante los dejó prisioneros de los procesos de reproducción de los bloqueos sociales.

Los grandes cambios de los últimos cinco años

Es posible constatar un conjunto de cambios en la sociedad argentina entre 1976 y 1981, los mismos maduraron gradualmente durante un largo período (aproximadamente veinte años) de inestabilidad institucional y decadencia económica y cultural.

La República Militar no ha surgido del azar; muy por el contrario es la resultante (fascista) de la descomposición de un sistema social bloqueado.

No tengo intención de hacer aquí un análisis completo de los cambios que han marcado el ascenso de un régimen dictatorial con bajo nivel de actividad económica, me limitaré solamente a señalar tres tendencias dominantes: el desarrollo de la especulación en detrimento de las actividades productivas, la militarización de un amplio conjunto de actividades sociales y finalmente el incremento de la dependencia externa (en suma, la conformación bajo la forma de República Militar de un esquema de dominación elitista dictatorial, parasitario y colonial46).

A-  La hegemonía parasitaria

Durante el período que va entre 1976 y 1980, haciendo la medición en términos reales, mientras que el sector productor de bienes (agricultura y ganadería, minería, industria y construcción) crecía un 5,7 % el sector financiero lo hacía en un 44,5 %47. Estas cifras revelan la enorme transferencia de capitales operada desde la producción hacia la especulación.

La caída de la demanda interna causada principalmente por la reducción de los salarios reales, la reducción de las barreras aduaneras y la introducción de una política monetaria contraria a las inversiones productivas48 han provocado el desmoronamiento de la industria. En efecto, el volumen de la producción industrial en 1980 se situó por debajo del promedio de los años 60. Las inversiones productivas en el sector agrícola (para no citar más que la compra de tractores) cayeron igualmente en forma espectacular. El doble efecto producido por la alta inflación y la recesión instauró un clima propicio para el crecimiento del “sector financiero” y de otras actividades parasitarias; la continuidad de este proceso engendró a comienzos de los años 80 una crisis profunda en el seno mismo del “sector financiero” (ocasionado por la sobreacumulación de deudas impagas). Esta crisis tuvo, a su turno, repercusiones desfavorables en el sector productivo conformándose un proceso de “bola de nieve” que arrastró a los principales bancos privados del país y a miles de empresas.

Se puede considerar esta degradación económica general como un elemento esencial de la desarticulación del conjunto de la sociedad civil. A la caída de los índices de producción se agregan los de salud, educación, etc.

B – Militarización económica

En el plano económico, la desarticulación del sector de la producción privada estuvo “compensada” por un refuerzo relativo del sector estatal controlado por las Fuerzas Armadas. Es lo que se puede observar, tanto en el caso de la absorción de empresas en quiebra por parte del gobierno como en el aumento espectacular de los gastos militares y otros gastos del Estado, a los cuales habría que agregar la ampliación sin precedentes del aparato represivo así como de otros instrumentos de control social lo que tiende a conformar una suerte de Estado militar parasitario hipertrofiado expandiéndose sobre una sociedad civil desarticulada.

En 1976, los recursos corrientes del Estado representaban el 22% del Producto Bruto Interno, en 1980, ese porcentaje se elevó a 31% (el incremento fue asignado en su mayor parte a gastos improductivos).

Teniendo en cuenta el descenso del consumo nacional entre 1975 y 1979, el consumo del Estado se aceleró a una tasa media anual de 7,7% mientras que en el mismo período el consumo privado disminuía alrededor del 2% anual.

Este Estado militar, especie de carcelero-devorador de la sociedad civil, aparece bajo la forma de un bloque parasitario, donde domina la corrupción bajo diversas formas. Asocia a sectores decisivos de la oligarquía civil en el seno de lo que aparece como una siniestra combinación de negocios y represión. La lumpenburguesía cívico-militar aparece como la fuerza dominante de la contrarrevolución.

C - Agravamiento de la dependencia

La difícil situación financiera de las empresas, a la que se agregó en 1980 el déficit de la balanza comercial, provocó un gigantesco endeudamiento externo. La deuda externa total, que era inferior a 10 mil millones de dólares en 1976, cuando se instaló la dictadura, es hoy superior a 30 mil millones de dólares. El sector del Estado pesó de manera definitiva en el endeudamiento general del país. En 1976, la deuda externa del Estado era inferior a 6 mil millones de dólares; a fin del año 80, llegaba casi a 16 mil millones de dólares.

Con respecto a la deuda externa global (pública y privada), el endeudamiento a corto plazo se reforzó de manera significativa. El déficit comercial y los vencimientos a corto plazo exceden ampliamente al valor de las exportaciones y de las entradas previsibles de capitales, lo que vuelve a poner en el orden del día el fantasma de la cesación de pagos. Recientemente, un grupo de representantes de la alta burguesía industrial propuso al gobierno interrumpir las importaciones durante seis meses.

Autoritarismo, democracia y subversión

Terrorismo de Estado y lumpen-capitalismo constituyen las dos caras de una misma moneda: la reproducción bárbara del capitalismo subdesarrollado.

El capitalismo argentino es naturalmente autoritario, su reproducción a largo plazo (crecientemente degradada) se contrapone estratégicamente al funcionamiento pleno de un sistema de democracia representativa basada en el libre ejercicio de la soberanía popular, solo podría coexistir, de manera inestable, con gobiernos civiles muy limitados por barreras “institucionales” o de otro tipo, expresión de factores de poder desplegando los bloqueos económicos y sociales propios de la dominación oligárquica, de su evolución decadente.

Nuestra burguesía histórica, la oligarquía, se adaptó a los grandes cambios económicos (en particular, a la industrialización), deformándolos y reduciéndolos al nivel de su capacidad de control. La preservación del elitismo y del parasitismo afectó de manera decisiva desde fines de los años 20, cuando terminaba la etapa de la expansión agroexportadora, todas las tentativas posteriores de industrialización y de democratización social y política. Finalmente, el estancamiento se volvió involución, descomposición de las fuerzas productivas, en ese momento el autoritarismo tomó la forma dictadura militar.

En síntesis, democracia y oligarquía son históricamente incompatibles, la incomprensión de este hecho mayor ha estado en el origen de la derrota de los grandes movimientos populares.

Ninguna democratización real, seria, de la vida argentina es posible sin la eliminación del lumpen-capitalismo y su aparato represivo.

Ahora bien, el impulso democrático de las masas populares pudo a veces expresarse frente al poder oligárquico, sin embargo este impulso no pudo hasta el presente desprenderse del peso de la cultura dominante lo que redujo su potencial de combate. El burocratismo sindical, las tradiciones políticas e ideológicas autoritarias, la inmediatez, el elitismo, el desprecio del pluralismo, la subestimación del pensamiento crítico, co      nstituyeron los aliados objetivos de la oligarquía desde el interior de los movimientos populares.

En el transcurso de estos últimos cinco años, se expresaron en Argentina diversas formas de resistencia civil. Estallaron numerosos conflictos obreros, a menudo acompañados de importantes movilizaciones en las cuales participaban diversos sectores sociales. Éstos conflictos, así como las luchas por los derechos humanos, fueron tomando cada vez más amplitud a pesar del terrorismo de Estado.

En el último semestre, como lo señala incluso la prensa de Buenos Aires (pese a estar sometida a la censura) el malestar social aumentó en proporciones considerables. La mayor parte del tiempo estos conflictos sociales no obedecen a ninguna fuerza política tradicional ni a los viejos aparatos sindicales. Se trata de movimientos nacidos en la base, que expresan, en mi opinión, el impulso democrático siempre latente en nuestro pueblo. El futuro dirá si a partir de esas luchas, de esta práctica popular democrática, emergerá un movimiento de emancipación social. Es muy difícil hacer pronósticos sobre su programa, sin embargo, se impone una observación: el poder militar intentó librar una guerra a muerte contra lo que calificó de “subversión”, este concepto, utilizado en principio para designar a los movimientos de guerrilla se extendió luego a las manifestaciones más diversas de la vida civil que no están controladas por la dictadura. Para los militares “la subversión” es un monstruo de mil cabezas que se disimula detrás de los obreros en huelga, de los intelectuales que no son conservadores o que reivindican un poco de libertad.

En suma, para la oligarquía civil y militar la democracia es subversiva (salvo sus caricaturas autoritarias). El carácter multidimensional del fenómeno democrático (económico, político, cultural) siembra pánico en las filas de una élite que comprendió que la atomización del mismo (la separación voluntarista, por ejemplo, entre “democracia política” y democratización económica) es a largo plazo imposible.

La crisis redujo en proporciones considerables la capacidad de maniobra de la clase dominante. La dictadura se encarga de mostrar cada día a los oprimidos que toda tentativa para librarse del nihilismo fascista, es decir la voluntad de vivir, no es otra cosa que “subversión”.

Vivir o someterse a la barbarie, combatir un régimen injusto, cruel, o resignarse a morir cada día un poco más… millones de argentinos aprenden a través de su dura experiencia que los milagros no son de este mundo, que sólo una lucha consecuente, tenaz, podrá abrir el camino de la libertad.



Notas:
(39) Carta del general Julio A. Roca a Dardo Rocha, 23 de abril de 1880, en Natalio E. Botana, El orden conservador, Editorial Sudamericana, Buenos Aires, 1979.
(40) Ernesto Cardenal (antología de Antonio Melis). La vita e’souversiva, Edizioni Accademia, Milán, 1977.
(41) Nota del autor algo más de 35 años después: en 1981 era imposible prever el futuro boom sojero de la agricultura argentina, que sin embargo no superó (en realidad reforzó) la trampa del subdesarrollo, menos previsible aún era que uno de los grandes clientes de esa producción sería China, convertida en la segunda potencia económica capitalista del mundo.
(42) “Durante los 18 años que transcurrieron entre 1862 y 1880, Roca sirvió al ejército de su país en todas las acciones que contribuyeron a la consolidación del poder político central: estuvo bajo las órdenes del general Paunero contra Peñaloza, combatió en la guerra del Paraguay, se enfrentó con Felipe Varela en la batalla de Salinas de Pastos Grandes, derrotó a Ricardo López Jordán en la batalla de Ñaembé, dirigió la Campaña del Desierto que culminó con la anexión de 1500 leguas de tierras nuevas. Esta trayectoria militar le permitió a Roca mantener contactos permanentes con las clases gobernantes emergentes”. N. E. Botana, op. cit. p. 33.
(43) El golpe militar se produjo el 4 de Junio de 1943, pero algunos meses antes (febrero de 1943) terminaba la Batalla de Stalingrado, punto de inflexión en la guerra que marcó la declinación del poderío militar alemán, aunque muchos estrategas occidentales y por supuesto alemanes, consideraban en ese momento la posibilidad de una rápida recomposición de la ofensiva nazi en el frente oriental. Pero llegó la Batalla de Kursk (julio-agosto de 1943) que señaló el principio del fin del militarismo alemán y el comienzo de la ofensiva soviética que terminó en mayo de 1945 con la caída de Berlín.
(44) Por ejemplo, el proletariado anarquista de comienzos del siglo XX, incapaz de romper su aislamiento, o bien las organizaciones armadas de los años 1960-1970 que no pudieron desplegar una dinámica de masas arrolladora.
(45) El democratismo espontáneo de las masas populares era deformado, “controlado” por sus direcciones. El autoritarismo, el bloqueo social impuesto por las clases dominantes era así interiorizado por los movimientos populares, reproduciendo en su seno formas jerárquicas conservadoras. El débil desarrollo de la democracia interna inhibía la radicalización de la base, el despliegue de una dinámica democrática “incontrolable” que pudiera hacer estallar el sistema burgués subdesarrollado. La democracia (como estilo militante) era reemplazada en muchos casos por una mezcla de folklore sectario, de pragmatismo y de oportunismo.
(46) Comentario del autor en 2017: lo que deja abierta la posibilidad teórica de una “república civil” cubriendo un entramado de dominación parecido.
(47) Clarín Económico, página 8, Buenos Aires, 3 de mayo de 1981.
(48) El gobierno fomentó la instauración de una tasa de interés que es, en dólares, una de las más altas del mundo. Gracias a esta política monetaria obtuvo una entrada de capitales especulativos del exterior cuya importancia no tiene precedentes y una caída brutal de las inversiones productivas.




Tres Ejes del Sionismo: Expansión, Oscurantismo y Crisis



El estado israelita reprime a los palestinos en la Franja de Gaza.

Expansión

Los palestinos nunca han sido el único objetivo en los planes de dominio y ocupación sionista sino el prioritario, puesto que su presencia independiente y viable como pueblo niega la esencia de la entidad sionista. Una entidad que, a fin de cuentas, no es más que una base terrenal del sionismo. O sea, de una concepción que, como tal, representa precisamente los intereses del gran capital financiero internacional que pretende dominar el mundo. Por lo que cada estado árabe, y especialmente aquellos con direcciones nacionalistas claras y cohesionadas que atisben como oponentes, han sido y son también su objetivo real tarde o temprano, como lo son Siria e Irak, o Yemen, y lo fue Sudan.

Expresión de esas ambiciones fue la guerra sionista de 1967, la cual les permitió no sólo apoderarse del territorio palestino que luego de la guerra del 48 había quedado bajo el control egipcio y jordano, sino además de la península del Sinaí hasta las márgenes del Canal de Suez, territorio egipcio que se ve obligado a devolver en el año 1979 tras los acuerdos de Camp David. Y también apoderarse de las Alturas del Golán, de soberanía siria, que ocupo durante la Guerra de Yom Kipur (1973) expulsando a más de 90000 de sus habitantes. Territorio que desde 1981 fue anexado en la práctica por los sionistas como parte de su entidad, a pesar de que en la Resolución 497 del Consejo de Seguridad de la ONU se declaró que la decisión israelí de imponer sus leyes, su jurisdicción y su administración al territorio sirio ocupado de las Alturas del Golán es nula y sin valor, aunque lamentablemente en la realidad nada hizo ni hace para implementarla y obligar a la entidad sionista a devolverlo.

El denominado Plan Yinon, conocido Plan sionista para debilitar y dividir el Medio Oriente, es también una manifestación más de esas ambiciones conformando, junto a la concepción norteamericana del “Arco de Crisis” y el “Caos Constructivo”, los más viejos cimientos de la geopolítica que actualmente aplica Estados Unidos en esa zona, o sea, la “Balcanización”. Geopolítica que busca desmembrar esa región en territorios enfrentados entre sí, atomizados y políticamente débiles, reconfigurando la zona en función de los intereses sionistas e imperialistas y de sus aliados occidentales y árabes. Y la cual, desde el ángulo de su impacto práctico ha provocado una nueva “catástrofe”, una Nabka que amenaza a todo el Medio Oriente con divisiones y guerras, y lo ha convertido en un verdadero infierno.

“Balcanización” que pretendieron buscar a través del uso táctico de los grupos terroristas mal llamados “islámicos”, y que ahora el Parlamento de la entidad sionista (Knesset) intenta legalizar a través de un proyecto de ley que explora las formas en las que el régimen de Tel Aviv podría ayudar a los separatistas kurdos a establecer un estado independiente que apoye al régimen sionista y que tome partes de Siria, Iraq y Turquía.

La ocupación y destrucción sionista de Palestina, así como la expulsión masiva de la población nativa y la instauración allí de una entidad gendarme, no ha sido más, por consiguiente, que el primer paso de todos esos planes. A ello debe seguir la ocupación y destrucción de, por lo menos, Líbano, Siria, Jordania, Irak y partes de Egipto y Arabia Saudita, hasta crear el sueño sionista, o sea, un estado que abarque - y no es casualidad - desde el Nilo al Éufrates, pretensión que explica la constante negativa de esa entidad a fijar fronteras. Y todo ello para que el imperial-sionismo norteamericano domine dos de las tres zonas con mayor producción mundial de petróleo: el Oriente Medio y una parte importante de la correspondiente a la antigua URSS: el Cáucaso y el Asia central. Todo lo cual le permitiría someter y controlar todo el planeta, apoderarse de sus recursos naturales y tener mayor poder sobre los demás.

Oscurantismo

Decimos que no por casualidad, refiriéndonos al territorio con el que sueñan los sionistas porque, aunque parezca casi imposible de creer en pleno siglo XXI y difícil de detectar por su camuflaje y sutileza, tanto la creación como la existencia de la entidad sionista están basados en un oscurantismo de tipo medieval que evita deliberadamente que se conozca la historia del pueblo originario de la región: el palestino, sustituyéndola por la historia herencial sionista que hace exclusivos a los judíos y atribuye un origen divino a esa exclusividad.

Un oscurantismo que, manipulando los mitos de la fe popular cristiana y judía, así como las ideas místicas sustentadas en lo fundamental en los mitos cristianos hiperbolizados por la Reforma Protestante, deforma e invierte las condiciones materiales reales del surgimiento de la fe judía para crear un origen, una nacionalidad y una razón de ser política a la existencia de los judíos que, aunque falsa, les ha permitido lograr sus fines y legitimar sus intereses. Un oscurantismo que se ha convertido a su vez en una herramienta de exclusión social, ya que al absolutizar la historia sionista e impedir por todos los medios consciente y deliberadamente la difusión de la realidad, ignoran y desconocen la de los palestinos.

Este oscurantismo se ha multiplicado en un conjunto de estrategias que incluyen su utilización como instrumento movilizador para la importación de judíos hacia su base terrenal, la entidad sionista. Muestra de lo cual es la lucha sionista para evitar la llamada “asimilación” judía”, dirigida a desnaturalizar a los judíos, estimular su emigración para usarlos como instrumento de colonización, ocupación y destrucción y, sobre todo, asimilarlos a su entidad para integrarlos como células conformantes de la misma. Y también lo es el fomento del antisemitismo, dirigido a estigmatizar a todos aquellos que se opongan a ellos. Estrategias que persiguen mantener los mitos y mentiras formalizadas para ocultar la verdadera esencia reaccionaria, racista y genocida del sionismo. Y condenar a todo aquel que lo denuncia. Y oscurantismo del cual, podría decirse, hacen ostentación de forma abierta, sin que nadie les salga al paso, se conmueva ni inmute.

Un ejemplo de lo anterior ha sido el caso, hace sólo unos días, de la inauguración de la embajada de Estados Unidos en Jerusalén, donde Benjamín Netanyahu, en su discurso de apertura, mientras sus soldados asesinaban palestinos en Gaza, justificó la ocupación sionista de esa ciudad por el pretendido papel que jugaron y las supuestas acciones que realizaron en ella, según su historia herencial, personajes como Abraham y los reyes David y Salomón. O sea, dando como verdades absolutas e indiscutibles el papel de personajes que los científicos y la arqueología han demostrado que son sólo figuras literarias, cuya existencia real no puede ser históricamente documentada  [1]. E ignorando, a su vez, que Jerusalén es una ciudad Santa no sólo para una fe, sino que lo es para las tres grandes religiones monoteístas - la judía, la cristiana y la islámica -, todas ellas asociadas a la figura de Abraham. Lo que hace evidente que los argumentos sionistas lo que persiguen es ocultar y encubrir el hecho real de que Palestina fue un territorio en el cual vivieron y compartieron una misma tierra y un solo país los judíos, cristianos y musulmanes con su única identidad de palestinos [2].

Y lo más terrible aún, un oscurantismo que persigue que su pretendida y auto-adjudicada acreditación como elegidos por Dios, les dé derecho a ocupar y destruir territorios, y a someter, actuar bestialmente y asesinar impunemente la población palestina.

Crisis

En cuanto a la consolidación de su base territorial como territorio libre de oponentes, los sionistas y sus aliados, incluyendo por supuesto a las monarquías feudales y los gobiernos reaccionarios árabes, han ido logrado que el pueblo palestino, a pesar de los casi dos siglos de lucha contra la colonización y la ocupación de su territorio, esté enfrentando hoy una profunda crisis territorial, demográfica, política y económica. Crisis agravada desde Oslo, además, por una nueva y más compleja estrategia imperial-sionista diseñada para un largo plazo la cual ha buscado minar, dividir y debilitar al propio pueblo palestino desde dentro, a partir del colaboracionismo de ciertos sectores palestinos y el incremento de sus contradicciones internas. Pero crisis generada conscientemente por los sionistas con el fin de hacerlo desaparecer y/o claudicar en su lucha.

En efecto, los sionistas han dejado al pueblo palestino prácticamente sin territorio, y el que disponen está formado por un rompecabezas de pedazos fraccionados sin coherencia territorial ni continuidad, desconectados entre sí y bordeado por puntos de control sionistas y obstrucciones de todo tipo.

Al igual que el territorio, la población palestina ha sido convertida por el sionismo en un rompecabezas de pedazos fraccionados, estando parte de ella imposibilitada de retornar a su país, obligada a permanecer viviendo en muchos casos – como otros dentro de la misma Palestina - en campamentos de refugiados de la UNRWA, organización a la cual Washington recortó en enero su aportación como método de presión a la Autoridad Palestina. Mientras que los que viven en la entidad sionista, a los que concedieron tarjetas de identificación y reconocieron “teóricamente” la ciudadanía - no para incorporarlos a la vida cívica y política, sino para evitar el retorno de los que habían sido expulsados - sufren una discriminación sistemática generalizada en casi todos los aspectos de la vida y viven en inferioridad de derechos con respecto a los colonos judíos que allí habitan.

Por otro lado, el sionismo se ha ocupado de convertir la economía Palestina en una economía de “de-desarrollo”, denominación que dio la economista norteamericana Sara Roy de la Universidad de Harvard, para caracterizar una economía que presenta una constante erosión o debilitamiento de la capacidad de crecimiento y expansión debido al continuo robo de tierras y recursos naturales que desgastan su base productiva, cuyas fronteras han sido y están controlados por los sionistas y la importación de insumos restringida, todo lo cual incrementa los costos de producción, deprime las inversiones e, inevitablemente, sitúa a la economía en una trayectoria distorsionada de alto desempleo y pobreza generalizada.

Una economía en la que el de-desarrollo coexiste con una ANP con un aparato de estado desproporcionado que se ha convertido en el primer proveedor de empleo - la mitad de ellos en fuerzas de seguridad -, cuyos ingresos provienen de los impuestos recaudados lo que genera una amplia red de clientelismo y de corrupción, los impuestos controlados por los sionistas y la ayuda internacional los cuales son utilizados como instrumentos políticos de presión sobre ella.

Los resultados anteriores, sin hablar ya de las masacres, los asesinatos, los bombardeos, las acciones punitivas, los cortes de electricidad y de agua, los prisioneros y los atropellos que se están cometiendo contra los niños palestinos, los asentamientos y las agresiones de los colonos y el robo constante de tierra. Sin hablar de ello, los resultados descritos anteriormente de por sí, constituyen condiciones materiales reales que, junto a la voluntad y concepciones sionistas, limitan y/o imposibilitan la creación de un estado palestino medianamente creíble en la actualidad. Lo que en cierta forma explica que el gobierno norteamericano, bajo la presidencia hoy de Donald Trump, haya pretendido, aplicando la fuerza, encaminar las negociaciones con la Autoridad Palestina, entre otras variantes y en el mejor de los casos, hacia la aceptación de un status quo que reduzca los palestinos a Gaza y algunas partes de Cisjordania; o permita, quizás, una solución federativa jordano-palestina, o la expulsión de éstos hacia el Sinaí, con la anuencia del gobierno colaboracionista de Egipto.

En cualquier caso, no obstante, se trata sin dudas de liquidar la causa Palestina, posibilitando así la aceptación pública de la entidad sionista y su coalición en una alineación regional junto a las naciones árabes reaccionarias y monárquicas más fuertes para lograr el dominio de la región.

La Palestina de hoy, sin dudas, es sólo el espejo más representativo de lo que espera a otros. O mejor, de lo que nos espera a los demás…

Notas:

[1] Ver, entre otras obras, Albert de Pury. Abraham. what kind of an ancestor is he? http://www.unige.ch/theologie/distance/courslibre/atjacobdt2005/lecon2/abraham.pdf. Emmanuel Anati. Palestine before the Hebrews: a history, from the earliest arrival of man to the conquest of Canaan.  http://science.sciencemag.org/content/140/3562/41.1  .
[2] Suhail Hani Daher Akel. La tierra palestina, su pérdida y su día.  http://akelwww.suhailakeljerusalem.com/elind020408.html.


Fuente: Artículo tomado de Rebelión.

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