Defender el Pensamiento de Mariátegui de toda tergiversación y desarrollarlo en función de la realidad actual!
Mariátegui
y el “Problema del Indio”
(Segunda
Parte)
Eduardo
Ibarra
LA REVOLUCIÓN DE LA
INDEPENDENCIA FUE UNA revolución anticolonial, pero no antifeudal. Por eso el
Estado que se derivó de ella prolongó la situación de los herederos directos
del Tahuantinsuyo.
Mariátegui
anotó al respecto: “Mientras el Virreinato era un régimen medieval y
extranjero, la República es formalmente un régimen peruano y liberal. Tiene,
por consiguiente, la república deberes que no tenía el virreinato. A la
República le tocaba elevar la condición del indio. Y contrariando este deber,
la República ha pauperizado al indio, ha agravado su depresión y ha exasperado
su miseria. La República ha significado para los indios la ascensión de una
nueva clase dominante que se ha apropiado sistemáticamente de sus tierras. En
una raza de costumbres y de alma agrarias, como la raza indígena, este despojo
ha constituido una causa de disolución material y moral. La tierra ha sido
siempre toda la alegría del indio. ‘El indio ha desposado la tierra. Siente que
la vida viene de la tierra’ y vuelve a la tierra. Por ende, el indio puede ser
indiferente a todo, menos a la posesión de la tierra que sus manos y su aliento
labran y fecundan religiosamente. La feudalidad criolla se ha comportado, a
este respecto, más ávida y más duramente que la feudalidad española. En
general, en el encomendero español había, frecuentemente, algunos hábitos
nobles de señorío. El encomendero criollo tiene todos los defectos del plebeyo
y ninguna de las virtudes del hidalgo. La servidumbre del indio, en suma, no ha
disminuido bajo la República. Todas las revueltas, todas las tempestades del
indio, han sido ahogadas en sangre. A las reivindicaciones desesperadas del
indio les ha sido dada siempre una respuesta marcial. El silencio de la puna ha
guardado luego el trágico secreto de estas respuestas. La República ha
restaurado, en fin, bajo el título de conscripción vial, el régimen de las
mitas” (6).
Es
así como, a la altura de las primeras décadas del sigo XX, “el problema del
indio” continuaba presentando las características más extremas.
El Nuevo Planteamiento del Problema
Desde Antonio Montecinos y Bartolomé de las Casas hasta Pedro Zulen y Dora
Mayer, pasando por la Sociedad Amigos de los Indios y, por supuesto, por
Joaquín Capelo, Santiago Giroldo, Clorinda Matto, Abelardo Gamarra y Enrique
Bustamante, entre otros, el indigenismo no había pasado de ser una actitud
sentimental y moralista. Sin embargo
esta realidad no impidió a Mariátegui ser explícito en reconocer en las
personas de algunos de ellos la benemerencia de este indigenismo.
Para Mariátegui los planteamientos humanitarista (Dora
Mayer), eclesiástico (José León y Bueno), jurídico (José Antonio Encinas),
político-social (Gonzáles Prada), educacional (Manuel Vicente Villarán),
etcétera, estaban lejos de la esencia del problema y, por lo tanto, de su
solución integral.
En su artículo inconcluso Nuestros indios, 1904,
González Prada había señalado que “La cuestión del indio, más que pedagógica,
es económica, es social” (7). Este aserto le mereció ser calificado por
Mariátegui como “el precursor de una nueva conciencia social” (8). Pero la
realidad es que González Prada no estuvo exento de una concepción moralista del
problema y, por esto, Mariátegui mismo comentó: “La tendencia a considerar el
problema del indígena como un problema moral, encarna una concepción liberal,
humanitaria, ochocentista, iluminista, que en el orden político de Occidente
anima y motiva las ‘ligas de los Derechos del Hombre’. Las conferencias y
sociedades anti-esclavistas, que en Europa han denunciado más o menos
infructuosamente los crímenes de los colonizadores, nacen de esta tendencia,
que ha confiado siempre con exceso en sus llamamientos al sentido moral de la
civilización. González Prada no se encontraba exento de su esperanza cuando
escribía que la ‘condición del indígena puede mejorar de dos maneras: o el corazón
de los opresores se conduele al extremo de reconocer el derecho de los
oprimidos, o en ánimo de los oprimidos adquiere la virilidad suficiente para
escarmentar a los opresores’” (9). Esto significa que en González Prada sólo
había algo del “nuevo planteamiento” de la “cuestión indígena”, pero, por
supuesto, a la altura de la primera década del siglo XX, eso era bastante.
Mariátegui sostuvo que “la primera defensa orgánica y
documentada de la ‘comunidad’ indígena tenía que inspirarse en el pensamiento
socialista y reposar en un estudio concreto de su naturaleza, efectuado
conforme a los métodos de investigación de la sociología y la economía
modernas. El libro de Hildebrando Castro Pozo, Nuestra Comunidad Indígena, así lo comprueba. Castro Pozo, en este
interesante estudio, se presenta exento de preconceptos liberales. Esto le
permite abordar el problema de la ‘comunidad’ con una mente apta para valorarla
y entenderla. Castro Pozo, no sólo nos descubre que la ‘comunidad’ indígena,
malgrado los ataques del formalismo liberal puesto al servicio de un régimen de
feudalidad, es todavía un organismo viviente, sino que, a pesar del medio
hostil dentro del cual vegeta sofocada y deformada, manifiesta espontáneamente
posibilidades de evolución y desarrollo” (10).
Como se sabe, al ensayo El problema del indio le
sigue el subtítulo Su nuevo planteamiento. ¿En qué consiste este nuevo planteamiento? Brevemente, y en
palabras del propio Mariátegui: “El nuevo planteamiento consiste en buscar el
problema indígena en el problema de la tierra” (11). Buscar el problema indígena en el problema de la tierra es, pues,
el quid del método mariateguiano, método materialista y, al mismo tiempo,
dialéctico, pues, al considerar el “problema indígena” como “fundamentalmente
económico” (12), Mariátegui precisó su esencia, o, para decirlo de otro modo,
la base de su solución y, por lo tanto, comprendió sus otros aspectos como
derivados, como secundarios, como solubles solo en la medida de la solución
previa del problema de la tierra. Esta concepción del “problema indígena” se
revela en esta aserción: “No nos contentamos con reivindicar el derecho del
indio a la educación, a la cultura, al progreso, al amor y al cielo. Comenzamos
por reivindicar, categóricamente, su derecho a la tierra” (13).
Así, pues, en el debate de su tiempo, Mariátegui precisó
los verdaderos términos del “problema del indio”: “La crítica socialista lo
descubre y esclarece, porque busca sus causas en la economía del país y no en
su mecanismo administrativo, jurídico o eclesiástico, ni en su dualidad o
pluralidad de razas, ni en sus condiciones culturales y morales. La cuestión
indígena arranca de nuestra economía. Tiene sus raíces en el régimen de
propiedad de la tierra. Cualquier intento de resolverla con medidas de
administración o policía, con métodos de enseñanza o con obras de vialidad,
constituye un trabajo superficial o adjetivo, mientras subsista la feudalidad
de los ‘gamonales’” (14).
El “problema del indio” es, pues, en el fondo el problema
de la tierra, y su solución es posible únicamente resolviendo primero este
problema, es decir, liquidando el latifundio, la servidumbre, el gamonalismo.
Notas
[6] T. 11, pp.42-43.
[7] Nuestros indios, en Manuel Gonzales Prada, Antología,
Biblioteca Peruana, Lima, 1975, p.131. Este artículo fue incluido en la segunda
edición de Horas de lucha aparecida en Lima en 1924.
[8] 7 Ensayos, p.38, nota al pie
de página.
[9] Ibídem, pp.40-41.
[10] 7 Ensayos, pp.80-81. Subrayado en el
original. Con el término “pensamiento socialista” Mariátegui se refirió al
socialismo en general, pues es de conocimiento común que Castro Pozo era
partidario del socialismo reformista. Así pues, con su afirmación, el maestro
hacía justicia a lo que este socialismo pudo aportar a la defensa de la comunidad
campesina.
[11] 7 Ensayos, p.44.
[12] Ibídem, p.50.
[13] Ibídem.
[14] Ibídem, p.35.
Nota:
A parir de la
presente edición los trabajos de Jorge Oshiro serán publicados en esta sección,
que es en realidad a la que pertenecen.
(El
Comité de Redacción)
El
Socialismo Heroico y Creador:
«Defensa
del Marxismo»
(Segunda Parte)
Jorge Oshiro
MARIÁTEGUI PROPONÍA UNA UNIDAD ORGÁNICA del
pensamiento en la cual la lucha de clases no podía verse traducida
mecánicamente a nivel filosófico. Rompía con el cuadro esquemático de las
categorías inertes, por lo tanto inmovibles, de 'materia' e 'idea' como dos
principios metafísicos irreconciliables y excluyentes, e introduce la categoría
filosófica-política de "espíritu revolucionario".
Según esta
visión de las cosas, una filosofía llamada 'idealista' puede tener mucho más
espíritu revolucionario, que muchas de las llamadas 'socialistas' o
'materialistas'.
"Superando
las bases racionalistas y positivistas del socialismo de su época (Europa
pre-bélica.JO) Sorel encuentra en Bergson y los pragmatistas ideas que
vigorizan el pensamiento socialistas" (Subr.JO).
Y ¿en qué sentido Bergson y los
pragmatistas 'vigorizan' el pensamiento socialista, degenerado por el
evolucionismo y el parlamentarismo?. Mariátegui responde:
"restituyéndolo
a la misión revolucionaria de la cual lo había gradualmente alejado el
aburguesamiento intelectual y espiritual de los partidos y de sus parlamentarios
que se satisfacían, en el campo filosófico, con el historicismo más chato y evolucionismo
más pávido" (Subr.JO).
Como se aprecia, nuestro autor retoma,
casi literalmente, su versión que ya había dado en «Dos concepciones de vida»,
en «El Alma Matinal», y por momentos con las mismas palabras. En este sentido
este artículo (sept.1928) aquí tratado es una retoma y profundización del
artículo anterior, aparecido en enero de 1925.
El marxismo
de la II. Internacional había perdido su espíritu, es decir "su misión
revolucionaria", se había quedado solamente con la retórica marxista, con
la "teoría", con la "letra". Y ¿por qué se había perdido
este espíritu? Por el "aburguesamiento intelectual y espiritual del
partido". El marxismo se había convertido en un movimiento
"clerical" a causa del "proceso de aburguesamiento" He aquí
una categoría mucho más importante que la dicotomía abstracta y metafísica
"idealismo-materialismo".
En lo que
lleva dicho sobre el concepto de 'revisión' hay dos categorías que organizan
todo el conjunto: la
continuación y la renovación.
El
pensamiento de Marx no persiste en el tiempo tal como es.[1] La persistencia o "insistencia" del marxismo solamente
puede darse dentro de la renovación.
Por lo tanto,
en este delicado problema de la "sucesión" nos encontramos con una
unidad dialéctica de una identidad (pensamiento de Marx) que persiste en la
existencia (conatus spinoziano) a partir de su renovación, es decir de una
transformación de su cuerpo inicial.
El cuerpo
histórico de la doctrina tiene que ir transformándose, perdiendo "lo
formal y lo contingente" y persistiendo en "lo esencial y lo
sustantivo".
Este proceso
de persistencia tiene dos momentos:
1. El
principio del retorno a la fuente. Es un retorno porque
en el proceso ya realizado Mariátegui constata una degeneración.
En este
sentido todo proceso de duración, de superación de un mal es retorno a la
fuente, al mismo origen de la salud. En este sentido escribe Mariátegui que
Sorel representó un retorno "a la concepción dinámica y revolucionaria de
Marx". El marxismo se considera aquí como un cuerpo orgánico sano y que
tiene una misión, la revolución.
Más aún: la
salud de este "cuerpo orgánico" sólo es medible por la intensidad que
el cuerpo dedica a su misión. Es necesario que este cuerpo reconquiste su salud
"para su inserción en la nueva realidad intelectua y orgánica". Pero
esta inserción exige un segundo momento:
2. El principio de la asimilación. El marxismo según Mariátegui tiene que renovarse para poder persistir
en su misión revolucionaria.
Y para poder
renovarse tiene que asimilar
"los
elementos y adquisiciones sustanciales de las corrientes filosóficas
posteriores a Marx".
Esto en realidad no es nada
extraordinario, si tenemos en cuenta que el pensamiento de Marx, según sus
propios fundadores fue heredero tanto de la filosofía alemana, de la economía
inglesa y del socialismo francés.
Y no hay
ninguna razón por el cual después de Marx, la doctrina, que es continuación de
cierta tradición teórica, deba subsistir por sí misma, deba aislarse de la
totalidad orgánica del pensamiento humano, cometiendo la arrogancia de creer
ser punto final y perfecto, es decir inmejorable de posteriores desarrollos.
Por lo tanto
el marxismo no puede continuar repitiéndose a sí mismo. El marxismo tiene una
misión revolucionaria, ese es el "grano". Pero este grano debe ser
vigoroso y para ello debe ser liberado de toda "paja" que impida este
desarrollo.
El marxismo
tuvo que alimentarse de elementos 'exteriores' a su propio campo ideológico.
Esto se comprende porque este campo ideológico había sido 'infiltrado' y
degenerado por la influencia burguesa decadente.
De allí que
el nuevo vigor venga también del 'exterior'. A través de Sorel el marxismo
asimiló una realidad que hasta el momento había sido ignorada. Esto fue el
aporte soreliano: profundizar y desarrollar un aspecto que en Marx no había
sido tratado: la teoría de los mitos revolucionarios que según Mariátegui :
"...
aplica al movimiento socialista la experiencia de los movimientos religiosos,
establece las bases de una filosofía de la revolución".
Además de la religiosidad como elemento
sustancial en el proceso revolucionario, Sorel contribuye con otro aporte
capital al proceso de vigorización del marxismo:
"La reivindicación
del sindicato, como factor primordial de una conciencia genuinamente
socialista".
Además de la religiosidad, Sorel
replantea la necesidad de reivindicar el problema de las masas como elemento
central de la revolución y
"señala
el renacimiento de la idea clasista sojuzgada por las ilusiones democráticas
del período de apogeo del sufragio universal".
En fin Sorel replantea otro núcleo
decisivo de distinción entre el marxismo revolucionario y el marxismo retórico
o reformista: el
problema de la violencia.
Aquí vuelve a
retomar el tema tratado ya en «Dos concepciones». Para revolucionarios y
conservadores del período pre-bélico había algo en común, decía nuestro autor
en 1925:
"Unos y
otros coincidían en la misma adhesión a la idea del progreso y en la misma aversión
a la violencia".
En «Defensa del marxismo» escribe
Mariátegui:
"Sorel,
esclareciendo el rol histórico de la violencia, es el continuador más vigoroso
de Marx en ese período parlamentario".
El período parlamentario es el período
pre-bélico. La Guerra Mundial rompe con esta situación. Y en medio de esta
guerra aparece la Revolución Rusa, con la cual empieza el período romántico
post-bélico. Ya se ha hablado suficientemente de esta nueva fase, donde la
religión se ha alzado al nivel de la política y la política se elevado al nivel
de la religión. El personaje que simboliza, en el plano marxista, todo este
período es indudablemente Lenín:
"Y Lenin
aparece, incontestablemente, en nuestra época como el restaurador más enérgico
y fecundo del pensamiento marxista" ..."La revolución rusa
constituye, acéptenlo o no los reformistas, el acontecimiento dominante del
socialismo contemporáneo".
La posición de Mariátegui no puede ser
más clara. Su "leninismo" es evidente, como su adhesión a los aportes
de Sorel en la etapa de "degeneración evolucionista y parlamentaria".
Mariátegui no
es soreliano, ni tampoco su pensamiento filosófico significa de ningún modo «un
sorelianismo ambiguo», como afirmaba Robert Paris.[2] Pero Mariátegui tampoco es un «leninista» en sentido estaliniano
del «marxismo-leninismo».
Pero todas
estas consideraciones no prohiben comprender la aceptación de Mariátegui de dos
hechos fundamentales que trajo la Guerra Mundial. La significación histórica y
a nivel mundial de la figura de Lenin para el proceso revolucionario y la
significación de esta misma revolución para la historia en general.
Más
allá de la cuestión del "leninismo" de Mariátegui por el
momento es más importante constatar que Lenin es la superación dialéctica de
Sorel. En Lenín se hace claro y nítido lo que en Sorel era ambivalente. Y esta
ambivalencia de la doctrina soreliana la va mostrar Mariátegui en esta
sentencia:
"Las
reflexiones sobre la violencia parecen haber influído decisivamente en la
formación mental de dos caudillos tan antagónicos como Lenin y Mussolini".
No es tan importante la cuestión de si
es "verdad" si Sorel ha influído o no en ambos líderes tan
antagónicos. Más interesante es la ambivalencia de una influencia que refleja
la ambivalencia de una doctrina. Mariátegui descubrió los núcleos
revolucionarios de este pensador, que al mismo tiempo era profundamente
pesimista.
De la misma
manera que Sorel, según Mariátegui, "distingue en Marx lo que es esencial
y sustantivo de lo que es formal y contingente", hace el peruano con el
pensador francés: retoma sus núcleos revolucionarios, y estos núcleos son
aspectos esenciales del pensamiento soreliano.
Es decir,
Mariátegui no adopta el pensamiento soreliano en bloque; selecciona lo que le
parece "esencial y sustantivo", deja lo que para él es
"paja". Y este mismo procedimiento lo hace con todos los otros
pensadores creadores: Nietzsche, Bergson, Unamuno, Waldo Frank, Gobetti, etc.,
Lenin y con el mismo Marx.[3]
Y la unidad
sintética, inédita, siempre inconclusa, y por lo tanto siempre
"en-busca-de", siempre "todavía-no" de Ernst Bloch hace el
núcleo de este pensamiento incomparablemente viviente.
"«En Más
allá del Marxismo», Henri de Man, por una suerte de imposibilidad de
aceptar y comprender la revolución rusa, prefiere recoger los malos humores y
las desilusiones de post-guerra, del proletariado occidental, como expresión
del estado presente del sentimiento y la mentalidad socialista".
Necesidad,
Libertad y Democracia
Julio
Roldán
"Así
pues, libertad: ésta es la integridad de todos los objetivos del espíritu, de todo ideal humano. Libertad es
movimiento, liberación del terruño y elevación respecto al animal: progreso y
humanidad. Ser libre significa ser justo y verdadero; significa estar en el
nivel en el que uno no soporta más la desigualdad. Sí, libertad es igualdad. La
desigualdad torna esclavo a aquél por cuya utilidad existe. Quien ejerce el
poder no es menos siervo que quien lo sufre".
(Heinrich
Mann, Por una cultura democrática, 1910)
MUY
POCOS TEÓRICOS Y MENOS POLÍTICOS CUESTIONAN, en las últimas décadas, la idea de
democracia. Unos y otros, con distintos argumentos, consideran la democracia
como una de las más altas conquistas, en la vida político-social, de la sociedad
humana.
La
idea de democracia es el punto de convergencia de las diferentes corrientes
ideológicas actualmente en pugna. La derecha conservadora y la fascista la
escriben en sus programas y la pronuncian en sus discursos. La gran burguesía
liberal, en sus diferentes facciones, de igual manera a diario la enarbola. Por
último, la izquierda reformista como la izquierda marxista se consideran ser
sus auténticos herederos y, en especial los últimos, sus futuros realizadores.
¿Por
qué la democracia se ha convertido en una de las más altas aspiraciones
humanas? Es porque se la conceptualiza, en un primer nivel, como sinónimo de
justicia o se la emparenta, en un segundo nivel, con la idea de igualdad.
Conceptos que son las expresiones fenoménicas del principio sustancial de
necesidad, su extensión y desarrollo.
Wilhelm
von Humboldt ahondando en el principio central de necesidad, escribió:
"...este principio de la necesidad debe ser el principio que dicte la
suprema norma a todos los esfuerzos prácticos dirigidos al hombre, pues es el
único principio que conduce a resultados seguros y ciertos.".
Estos
tres conceptos: la necesidad, la justicia y la igualdad que se han ido labrando
en el proceso histórico-político (que subyacen en el inconsciente colectivo
desde los orígenes mismos de la civilización) tienen un significado
determinante y vital en el largo y sinuoso proceso de la evolución humana.
El
tema de la justicia con su extensión la igualdad como base y armazón de la
democracia ha sido desde hace varios cientos de años discutido y puesto en tela
de juicio. Hubo quienes decididamente tomaron partido por la justicia y otros
que la negaron o la negaron dudando. Este último fue el caso de Platón, quien
al respecto escribió: "Nadie ha considerado la justicia y la injusticia
tales como son en sí mismas, en el alma del justo y del injusto, ignoradas de
los dioses y de los hombres; y nadie ha probado aún, ni en prosa, ni en verso,
que la injusticia sea el mayor mal del alma y la justicia su mayor bien.".
Hecha esta
atingencia, deseamos continuar diciendo que el hacer consciente el principio de
necesidad, y sobre todo, entenderlo en su desarrollo interno y externo nos
lleva directamente a comprender el concepto de libertad. Estos contrarios
unidos, necesidad-libertad, por siglos desligados en la cabeza de los
filósofos, confusos en la mente del común y poco comprendidos por unos terceros
es condición determinante para una real comprensión del hombre como totalidad y
su realización histórica.
Así lo
entendió, entre otros, el gran Liev Tolstói cuando vinculaba estrechamente el
rol que desempeña la esencia-necesidad en el desarrollo-transformación del
fenómeno-libertad y viceversa, escribió: "Fuera de estos dos conceptos,
que, unidos, se determinan mutuamente como forma y contenido, no es posible
ninguna representación de la vida.".
En
la lucha y unidad de esta tríada (hombre, vida, historia) radica, posiblemente,
una de las razones de fondo del por qué la democracia se ha convertido, en el
plano histórico-político, en una de las más altas aspiraciones humanas,
especialmente en lo que corre de los llamados tiempos modernos, como veremos a
continuación a lo largo de este trabajo.
Asimismo,
es menester insistir nuevamente en lo siguiente. El concepto de democracia está
relacionado intrínsecamente con el concepto de libertad, no sólo porque la
libertad es el reconocimiento de la necesidad como lo planteó Hegel, sino
también porque la felicidad del cuerpo y la sensibilidad de la carne activan
las vibraciones del alma y la liberación del espíritu, y viceversa. En esa
acción de dar y recibir es determinante y permanente, en la medida que la
humanidad no sólo lucha por la conquista del pan, sino lucha también por la
conquista de la belleza.
En
otras palabras, no sólo por el bienestar del cuerpo-masa y la sublimación del
espíritu absoluto sino, sobre todo, por la realización plena de esa zona
claro-oscura donde se dan cita todas las contradicciones, donde todos los nudos
se atan y desatan; espacio que lamentablemente no es de nadie -decía un poeta-
porque felizmente es de todos. Estamos hablando del alma, entendida como
sinónimo de vida inmanente, cambiante y trascendente.
Además
hay que agregar que, como consecuencia del desarrollo y desdoblamiento de la
libertad, la voluntad racional juega un rol activo, tanto en el nivel
individual como en el plano colectivo. Esta voluntad racional sistematizada y
sintetizada deviene lo que los especialistas denominan conciencia
histórico-colectiva.
Dando a
este concepto una nueva y mayor perspectiva histórico-política, Antonio Gramsci
escribió: "... es necesario que la voluntad colectiva y la voluntad
política en general, sean definidas en el sentido moderno; la voluntad como
conciencia activa de la necesidad histórica, como protagonista de un efectivo
drama histórico.".
Estos dos
aspectos de la necesidad (justicia y libertad) y sus consecuentes, por
naturaleza contradictorios y aparentemente irreconciliables, encuentran su modo
de concreción, de síntesis y realización en el concepto de democracia.
Naturalmente, hay que comprender la misma no como un hecho dado y menos
acabado, por el contrario, hay que comprenderlo como un reto por acometer, como
una obra a realizar o como una meta a conquistar. En la medida que: "La
felicidad del hombre sano y lleno de energía estriba, en efecto, en perseguir
un fin y alcanzarlo, aplicando a ello su fuerza física y moral.".
Este
tema de la justicia y la libertad, que en el plano histórico-político (ya lo
dijimos) se concretiza en la democracia ha sido y es, para la mayoría de
teóricos, un problema poco comprendido, controvertido y, en consecuencia,
polémico.
En
el mundo filosófico, en distintas épocas y con personajes distintos, se puede
observar esta disputa con meridiana claridad. Sólo a manera de ilustración recordemos
algunas ideas sistematizadas por cuatro filósofos, en los últimos cuatro
siglos, sobre el tópico aquí tratado.
El
francés René Descartes (1596-1650) sostenía como principio básico el concepto
del Cogito o La ratio y así ponía las bases fundamentales para el desarrollo de
la corriente filosófica denominada racionalismo.
Décadas después, en franca discrepancia con Descartes, el holandés Baruch
Spinoza (1632-1677) sostenía el predominio del Conatus sobre el Cogito,
poniendo las bases, de esa manera, de lo que posteriormente, se dio por llamar
la escuela filosófica del materialismo
moderno.
Lo
planteado podría ser completado con lo escrito por el filósofo Jorge Oshiro
(1942-), leamos: "Descartes construye un sistema de la naturaleza que
podemos llamarlo el determinismo de lo
inerte. Y en medio de este determinismo inerte coloca al hombre
sustancialmente diferente y ontológicamente dotado de libertad. Spinoza en
cambio sitúa el principio de dinamismo, el principio de la actividad en ese
mismo sistema de la única sustancia que se define como potencia de existir y de
ser y no solamente en la región de la conciencia. De allí puede oponer al determinismo de lo inerte cartesiano, el
determinismo de lo viviente.".
Algo
más de un siglo después, el filósofo alemán G.W.F. Hegel (1770-1831), retomando
y desarrollando, entre otros, a Descartes, nos dio el concepto de Espíritu puro o Verdad absoluta y así la escuela filosófica del idealismo dialéctico llegaba a su máximo
nivel de desarrollo. Por último, décadas después, el también alemán Karl Marx
(1818-1883), de igual manera, tomando y desarrollando, entre otros, al filosofo
Baruch Spinoza, antepone el concepto de Ser
o Realidad objetiva al de Espíritu puro o Verdad absoluta y así da
inicio a la concepción filosófica conocida como materialismo dialéctico.
Para
el francés Descartes y el alemán Hegel, primero la razón, el espíritu, el deseo
y por consiguiente la libertad. Para Spinoza y Marx, primero la vida, el mundo
objetivo, el cuerpo, la necesidad y por consiguiente la justicia. Esta
controversia tiene en otro plano de la sociedad sus actores y representantes.
Las grandes mayorías comunes y corrientes buscan como primera condición de y
para su existencia la justicia. Mientras, por
su parte, la mayoría de las élites ponen como condición principal de y para su
existencia la libertad. En la medida que para estos últimos, en el plano
personal-individual, el problema de la justicia es un tópico sustancialmente
superado.
En un mundo
dividido en diversos sectores, grupos y clases sociales, en una humanidad, en
su conciencia profunda, totalmente enajenada y doblemente escindida no podía
ser de otra manera. En razón de ello la tarea para el futuro (recordando una
vez más que todo futuro comienza en el presente y todo presente en gran medida
es consecuencia del pasado) es el reconciliar, en el plano filosófico, el
cuerpo con la razón, el mundo objetivo con el espíritu puro, las verdades
cuantitativas con las verdades cualitativas y la inmanencia con la
trascendencia en un plano cualitativamente superior.
Mientras en
el plano histórico-político, de igual modo, reconciliar la justicia con la
libertad, el individuo con la sociedad, los objetivos personales con las metas
colectivas. En otras palabras, hacer que el coro humano con sus diferentes
acordes, sus variados tonos y sus diversas voces sea realmente un coro humano.
De esta
manera, ese nivel que denominamos realización plena del hombre sobre la tierra,
buscará y encontrará su materialización, para su momento histórico, en ese
sistema que trasciende el campo meramente político-formal que hoy es denominado
democracia y construya una auténtica democracia en todos los planos y niveles
de la vida del hombre, tanto en la realidad contingente como en la realidad
trascendente.
En un
trabajo anterior, resaltando este tópico, hemos escrito lo siguiente: Similar
problema se presenta, en función de la realización plena, con esa contradicción
hasta hoy poco comprendida y menos aún resuelta, entre la justicia y la
libertad, en la medida que quien sacrifica la libertad a la justicia no es
justo o quien sacrifica la justicia a la libertad no es libre. Sólo es libre y
justo quien lucha por la realización plena del hombre en la utopía de la
justicia justa y la libertad libre. Y después de esa realización plena, para su
momento histórico, con ella y a través de ella, buscará y encontrará otra
utopía por la cual seguir luchando y así por los siglos de los siglos. En la
medida que ésta es la esencia, el escenario y el destino del hombre en este mundo.
Naturalmente,
desde los orígenes mismos de la humanidad, en medio de estas fuerzas
centrífugas se desarrollan de igual modo tendencias que buscan el punto medio
en función de un determinado equilibrio, para luego volver a recomenzar en
función de un nuevo y superior equilibrio y así sucesivamente hasta el
infinito. Este principio que se llama principio de la compensación, se dio y se
da en lo más elemental y hasta en el inconsciente en el cotidiano vivir al
interior de este mundo complejo y contradictorio que es la sociedad humana.
Este
principio de la compensación, que está cimentado y construido sobre la
necesidad, moldeado y transformado por la libertad, ha venido madurando a
través de los tiempos al interior de la convivencia humana. De esa forma y
siguiendo este camino, la democracia ha devenido en el plano
histórico-político, hay que decirlo una vez más, una de las más altas
aspiraciones humanas.
Esto
implica superar la democracia formal y transformarla en una democracia real, en
otras palabras, no sólo quedarnos en la democracia fenómeno sino llegar a
construir la democracia esencia. De esa democracia que descansa sobre la
justicia y se moldea con la libertad, no sólo en el discurso, sino sobre todo
en la práctica cotidiana del diario vivir.
Esto
implica, como consecuencia del desarrollo histórico y por natural
contradicción, que su realización plena significará el fin de una etapa y a la
vez el comienzo de otra. En la medida de que en el discurrir histórico de la
humanidad los comienzos y los finales, o si se quiere, los finales y los
comienzos se matizan y se tejen mutuamente, y con esa acción eslabonan a esa
especie de cadena que es el largo trajinar del hombre sobre este mundo.
Lo aquí
expuesto es un aspecto y hasta una declaración de parte, lo que viene después
con la aparición de la propiedad privada, las clases sociales, el Estado, el
mundo ideológico-cultural y cómo los distintos sectores y diferentes clases
sociales, a través de sus representantes teóricos, han conceptualizado, utilizado
y manejado la idea de democracia en su largo recorrido, es otra parte de la
historia política que a continuación desarrollamos.
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