Garcilaso Frente al Colonialismo Hispánico
(Sexta y Última Parte)
Emilio Choy
El pensamiento
indígena estuvo sometido muchas veces, para poderse expresar, a la influencia de los que
justificaron la matanza de indios. El noble Tito Cusi Yupanqui, indio de pura cepa, tuvo que repetir que la matanza se debió
a la actitud sacrílega de Atahualpa. Huamán Poma, critico
insobornable de los abusos del clero, tampoco llegó a
condenar la actitud de Valverde, posiblemente ello se debió a
que, igual que muchos, consideró la matanza como un
mandato de la divinidad, en
vista de la supuesta rebeldía da Atahualpa.
No sólo lo indio, tampoco el mestizaje basta, para comprender a Garcilaso. Es su utopismo el que, a pesar
de la admiración
que siente por el progreso introducido por la conquista y la colonia, lo impele a despertar repulsión en los lectores, por
la matanza y el saqueo, y esta fase negativa de la conquista, quizá la siente
más que el indio, el utopista que ansía
construir una sociedad mejor y lo empuje a investigar y luchar contra la teología y su escolástica
colonialista. Luchar contra ella era debilitar el imperio y la dominación española. Para
ello introdujo esclarecimientos para que el indio, los mestizos y criollos, procurasen construir una
sociedad mejor de la que los utopistas contemporáneos del inca
Garcilaso habían delineado como posible. El creyó
factible, ya que nos describe un colectivismo
idealizando el practicado por los incas, asemejarlo a las
maravillosas sociedades descritas por los utopistas.
En esta mezcla
contradictoria de elementos de la época, dedica la obra Diálogos de amor a personajes retrógrados, y tiene que aceptar lo misional como fundamento de la
conquista para poder defender lo progresivo en la obra
de los conquistadores como los Pizarro y los rebeldes como
Carvajal. Estas figuras representan las fuerzas ascendentes del
renacimiento trasladadas al Perú, Las que sedientas de
reinvertir los capitales que habían acumulado,
matan y asuelan los pueblos porque están alienados, domina en ellos el espíritu
burgués, pero su justificatjvo legal lo da la teología feudal.
Frente a esta contradicción de la conquista, está el utopismo
humanista la
de Garcilaso que ansia la emancipación del indio no sólo porque en sus venas corre la sangre materna, sino
que como utopista soñaba con el
mejoramiento de la sociedad como un
todo, única ruta posible para la liberación total de su Patria.
La crítica de
Garcilaso a Valverde y a los conquistadores, por la matanza, se puede
inferir en el curso de varios capítulos. La defensa
abierta le sirve para enfatizar la injusticia
de la masacre. Frente al ultimátum que Valverde espetó
al inca, éste se rindió incondicionalmente, porque Atahualpa ante la amenaza de ser muerto en caso de
resistirse, y como los vaticinios de su
antecesor se estaban cumpliendo, de que blancos y
barbudos llegarían para poner fin al imperio, no
presentó oposición alguna. Pero los españoles ansiosos de lograr botín a toda costa (11), comenzaron a
robar a los indios y a los ídolos que estaban en la plaza. Los
nativos resistieron no con ánimo de matar a sus asaltantes, sino
instintivamente para no dejarse arrancar las joyas. Entonces se produjo el tumulto y la matanza se inició. Con
resistencia de parte del inca, la matanza era justificable para el
cusqueño, pero sin resistencia alguna, como
"mansos corderos" ellos fueron masacrados; y no porque el inca
tuviera miedo, sino porque estaba bajo
la presión de un vaticinio que influía en su conducta que, sin ser determinante, anulaba su poder de resistencia. Además si el sacerdote había
conseguido amansar al inca y éste
había dado orden, que era ley, de no hacer daño alguno a los españoles, nos
parece que era una manera hábil de quitar toda justificación a una masacre de esa magnitud. Valverde si no incitó, pudo haber
ordenado con energía
el cese de la matanza, pero prefirió marcharse dejando la cruz abandonada. Ante el asesinato de una
muchedumbre pacífica, es evidente si no la
culpabilidad, la connivencia del
sacerdote que no se opone a ella. A los españoles
no les bastaba la sumisión y el logro de tributos, necesitaban llevar o cabo el saqueo y el exterminio de una
parte de la nobleza que estaba al lado de Atahualpa, para
así lograr fortalecer el bando rival de Huáscar. El
principio de dividir para imperar, utilizando
la rivalidad de ambos bandos incaicos en lucha,
no estuvo ausente en la política de los conquistadores.
Necesitaban destruir, imponer el terror entre
los indios como acostumbraban hacerlo en !as Antillas y Centro América, para
dominarlos. La sumisión de los que se rendían no les era suficiente, con ella
exterminaban; sin ella mejor, porque podían
justificar legalmente la matanza.
Garcilaso pretendió mostrar la
conquista como sistema de robo y opresión
que, de todas maneras, requería del exterminio
de poblaciones para imponerse. La crueldad de la masacre
la relata el cusqueño
con gran habilidad. Fuese orden de la
divinidad o conveniencia política de los conquistadores
encabezados por su teólogo, el hecho es que estuvo bien planeado y los sermones sirvieron corno introducción
a la tragedia. En su emocionante narración sobre la actitud de las víctimas,
nos dice:
"los españoles
los hirieron cruelmente, aunque no se defendían,
mas de ponerse delante, para que no llegasen al
inca; al fin llegaron con gran mortandad de los indios; y
el primero que llegó fue don Francisca Pizarro y echando mano de la ropa dio con él (inca) en el suelo […] Los indios
viendo preso su rey y que los españoles no cesaban
de herir y matar, huyeron todos y no pudieron salir por donde habían entrado, porque los de a caballo habían tomado
aquellos puestos, fueron huyendo hacía una
pared de las que cercaban aquel gran llano, que era de cantería muy pulida, y se había hecho en tempo
del gran inca Pachacútec […] y con
tanta fuerza e ímpetu cargaron sobre
ella, huyendo de los caballos, que derribaron más de cien pasos de ella".
Aquí dice un autor "que aquel muro y sus piedras
se mostraron más blandos y piadosos que los corazones de los
españoles, pues se dejaron caer por dar salida y lugar a
la huida de tantos indios, viéndolos encerrados con
angustias de la muerte". (Cap. XXVIH.
Hasta los muros
incaicos cedieron, lo que no cedió fue la crueldad
que azuzaba la codicia del botín. Si los españoles
eran crueles ¿cuál debió ser la misión de Valverde como buen cristiano? Frenarlos ¿pero cómo oponerse a una
matanza que era indispensable para la prosperidad del
Evangelio? El meticuloso planteamiento de la matanza de
indios fue evidente, para cuya realización los largos
sermones fueron el indispensable prólogo. Valverde no incita,
pero el Inca nos revela algo peor: al
preparar el clima favorable para la masacre, el sacerdote la preside, no como
Nerón, sino corno teólogo que incapaz de razonar
está atado a un ritual que siente la historia
como un misterioso ordenamiento que la divinidad
impuso a los indios en el momento en que se inició la pérdida de nuestra continuidad
histórica.
Notas
[11] Apenas terminó Valverde la segunda parte del
sermón de Cajamarca.
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