martes, 1 de julio de 2014

Literatura

Rosina Valcárcel, A la Sombra del Árbol de la Acacia


Julio Carmona


Rosina Valcárcel nació poeta. Con ella se confirma el aforismo que dice: «El poeta nace y no se hace». Si no fuese un vulgarismo, diría —como los materialistas del siglo XIX— que ella produce poesía, así como el cerebro producía ideas imitando al hígado que producía bilis. (He hecho, sin proponérmelo, una preterición: aparentar que no se quiere decir lo que se está diciendo). Pero creo que la evasiva adquiere valor, porque tratándose de Rosina se puede convenir que su formación de antropóloga la hizo asumir la filosofía materialista, no la del mecanicismo antes aludido sino la dialéctica. Y, desde esa concepción, no podemos menos que identificar la reflexión poética de Rosina en relación con su visión del mundo, materialista.

A veces se piensa y se dice que la poesía está reñida con la filosofía materialista, aunque no se dice ni se piensa lo mismo respecto de la filosofía idealista. Y esa inconsecuencia conduce a una contradicción mayor: a dudar de la existencia del mundo material, pero no a hacer lo mismo con la existencia del mundo ideal. Y tanto una como otra, posturas, no pasan de ser inveteradas falacias con las que las fuerzas oscuras, que dominan la realidad, pretenden hacernos comulgar. Y en muchos casos —demasiados— lo logran. Sin embargo, la respuesta opuesta, aunque tenga menos adeptos, no se deja confundir ni arrastrar. Por eso es digno destacar a «una mujer que canta en medio del caos», como heredera de una tradición contestataria, que no se resigna a transigir, que se resiste a dejarse morir, y que suma su nombre: Rosina Valcárcel, entre las voces del viento que anuncia tempestad.

Y esto lo digo a propósito de la lectura que acabo de realizar de su último libro de poesía publicado, Contradanza (Fondo editorial Cultura peruana, Lima, 2013), pues la sensación que me dejó el primer acercamiento a él —y se reafirmó en los sucesivos— es su materialidad. No solo los temas —divididos en seis apartados— sino los poemas en sí que los integran (relacionados con la familia, los amigos —vivos y fallecidos—, los amores, la música, los colores, hasta las visiones aparentemente ideales o míticas y los dedicados a esa realidad tan delicada que es la política), todo el libro trasunta ese hálito de materialidad que aquí acuso y que, desde mi perspectiva, le da ese tono vital que es característico de su poesía total. Y, sin ir muy lejos, me remito a su penúltimo libro Naturaleza viva (Hipocampo, Lima, 2001), título que por sí mismo contradice el tópico pictórico de la «naturaleza muerta».

Y en Contradanza creo percibir también esa impronta dialéctica: así como la muerte tiene su negación en la vida, la danza asimismo tiene su contrario: en la poesía, que es —como diría Scorza— una danza inmóvil, una «contradanza», sonora como ella sola. Y la poesía en Rosina es una forma de esa vida. Y no porque —como aspiran ciertos puristas— se sienta vivir en el aire o en mundos aparte, sino porque siente y sabe que el reino de la poesía y de la vida es de este mundo. Un mundo que se ve —como lo expresa la simplicidad popular— «con estos ojos que se ha de tragar la tierra». Por eso el primer poema del apartado «Álbum de familia» hace referencia a los ojos del padre, ojos de poeta, ojos que han envejecido llenándose de mundo. Y Rosina dice haberle preguntado: «Papá, ¿adónde vas?» Y la respuesta es: «A buscar mis viejos ojos». Ojos que son la entrada del alma. Alma que rebosa de mundo. «Y se va papá, / Vuelve en la noche, / Vuelve al día siguiente, / Y se vuelve a ir/ Tras sus viejos ojos.» En este punto inicial hay algo que se debe rescatar como distintivo de la poesía de Rosina, y se percibe desde este primer poema: que hay en él un solo adjetivo: «viejos». En este y los otros poemas predominan los sustantivos y los verbos. Y esa reticencia a la adjetivación no es un efectismo de academia, es otro índice de la materialidad poética sugerida.

Del superrealismo decía J.C. Mariátegui que era una forma de acercarse a la realidad. Y Rosina usa la expresión (aunque en su versión simplificada) como título de la segunda estancia «Carta surrealista». Y aquí también cabe detenerse para precisar que la mayoría de las estancias adoptan el título de uno de los poemas que las integran. Cuando no ocurre así (los dos últimos casos) se debe asumir como una ruptura de lo armónico, es decir, la inarmonía (recurso musical) que rompe con la monotonía, y que, como efecto de la contradanza, nos acerca una vez más a la realidad, en la que los matices, variaciones y rupturas de la linealidad contribuyen a exaltar su riqueza y versatilidad. Volviendo a J.C. Mariátegui, su perspicacia crítica o sagacidad estética lo hizo vislumbrar en el superrealismo algo que, a muchos, en su época solo les permitió ver un aparente alejamiento de la realidad, y que para él constituye la captura de sus esencias que, como las entrañas, siempre están ocultas. Y se convirtió en una opción artística que circunstancialmente fue puesta en vigencia por los cultores del movimiento superrealista, pero que era y es un recurso ínsito del arte de todos los tiempos. Cito un fragmento de la «Carta surrealista» de Rosina: «Otra vez es noviembre y el amor renace de mis entrañas. Rojo, debe ser rojo, y no me quejo. Los trenes pasan y tu llamada tarda. Una mano invisible levanta mis faldas y la piel relincha como yegua en celo. Por ti perdí la realidad. Roedor  de fantasías, no me dejes.» Obviamente, es un poema de amor, prosa poética cuyo dominio nuestra poeta ejerce casi a diario en sus envíos por Internet. Y, cabe preguntar, ¿quién al ser tocado por la magia del amor no ha sentido transportarse más allá de los linderos de su realidad? Sin olvidar también que es el amor el que nos obliga a creer en la realidad externa (Marx), pues es en ella que descubrimos y cubrimos al otro para formar ese nosotros que tarda, a veces, pero que llega, siempre. Así como la primera estancia está integrada por poemas que exaltan el amor familiar (a los padres, las hijas, los hermanos) la estancia segunda remite a las amistades más amadas y a los amores más amicales: «Te recordamos mucho, Poeta, amigo de puta madre. ¿Qué más, qué más? Solo un verso limpio y justo en tu corazón». («Juan Ramírez Ruiz»).

La tercera estancia, «La pradera reverdece entre libros y música de Bach», es una ampliación temática de la anterior (aunque exclusiva para la amistad). Y se corresponde con el título de uno de los poemas. Dijimos al comienzo que la música es uno de los referentes temáticos de nuestra poeta. Y el título de la estancia lo hace ostensible. Pero no hay incidencia solo en la música clásica. También está la música popular representada por el tango que, vertical, «me enreda en el aire» y queda la satisfacción de que «No hay fin para esta melodía». Como no hay fin para la presencia de la pintura, con la alusión a los colores preferidos de la poeta (sepia, amatista, carmesí, caoba, ámbar, rojo, negro, púrpura, obsidiana, azafrán, cerúleo, turquesa, etc.) y son colores que remiten a sus cultores, Van Gogh, Frida Kahlo, Diego Rivera, Humareda, Ostolaza. Y Ostolaza está presente como Zorba y lo está con sus dibujos de estilo inconfundible, con que ilustra cada una de las estancias y motiva la portada.

La cuarta estancia da título al libro, Contradanza. Y el primer poema, «Actor griego», engarza con lo dicho al final del párrafo precedente, la referencia al pintor Carlos Alberto Ostolaza (poema dedicado a él, obviamente) y a su apelativo de Zorba. Un poema en el que «la arisca ciudad de Lima» sirve de trasfondo para recrear el amor que une a Valquiria y a Zorba. Y Valquiria se vuelve «aire tímido en el lecho/ (y) es agosto en el sur/ y la cordura un sueño inútil.» Y esta estancia termina con un segundo tango, reviviendo los caligramas de Apollinaire, para dar paso a las «Visiones diurnas», título de la quinta estancia, que busca el efecto de Naturaleza viva, y de Contradanza, pues las «visiones» por lo común están asociadas a la noche. Incluso en uno de los poemas de esta estancia, titulado «Invierno», destaca la intertextualidad de San Juan de la Cruz con su clásico Noche oscura del alma, que, a su vez, fuera intertextualizado por Jorge E. Eielson con su Noche oscura del cuerpo, y que en el caso de nuestra poeta adquiere la forma de «Oscura mañana del alma». Hasta llegar al poema «Visión» que se adhiere al título de la estancia, dedicado al valioso escritor argentino, y mejor amigo, Raúl Isman, para recordar «Héroes, libros, presagios/ Que hoy siguen poblando/ La buhardilla de Alejandra Pizarnik».

Y este recorrido, por los cinco continentes previos del libro, conduce a la última estancia que es, sin lugar a dudas, la prueba de fuego de esa materialidad que ha servido a nuestra poeta para dar vida al mundo de Contradanza, que es su mundo espiritual, reflejo de aquella materia que sus ojos de lechuza (como ella misma se alucina, «Tango 2») han sabido absorber para transmitirla en forma de canción, ¿y no es acaso —desde los griegos— la lechuza el símbolo de la sabiduría, representada por Palas Atenea acompañada de esa ave, y que el modernismo americano último reivindicó en la voz del mexicano Enrique González Martínez, en su «Tuércele el cuello al cisne»? Y nuestra poeta nos lo dice, en el poema de la última estancia: «Una mujer fragmentada canta/ y traga los ojos de la adversidad». («Muchacha desnuda en Cajamarca»).

«Zona liberada» es el título de esta estancia peliaguda. Y es tanto así que nuestra poeta ampara sus dudas en este epígrafe de Paul Éluard: «Revolución sabré colorear tal palabra?» Pero Rosina Valcárcel sale airosa de su propio reto. Y, en principio, a nivel formal logra el círculo perfecto, enlazando el primer poema de la primera estancia con el primero de la última, a través de la imagen del padre poeta y poeta revolucionario (digno homenaje): «Al caer el Muro de Berlín registra:/ —‘Qué dolor, y ni un solo disparo’.» Y luego vienen los homenajes a Manuel González Prada, Juan Pablo Chang, Víctor Jara, Fidel Castro y Víctor Polay. Personajes, actores y testigos —todos— de «un tiempo derrelicto» (para usar una expresión cara al poeta Juan Ojeda). Un barco abandonado es la imagen. Y Rosina lo describe así, en el poema dedicado a Polay: «La prisión se extiende/ La humedad las hojas de la urbe/ Como quien torea el patíbulo/ La tarde del 6 de abril/ Con sus ojos abiertos/ El héroe aguarda al filo de un pozo/ Me cede un libro de cuentos/ Sereno se mueve en la escena y dice: / —«Nadie podrá atarnos el espíritu/ He soltado una cometa».

Parafraseando a Antonio Cornejo Polar, puedo decir que si Rosina Valcárcel no hubiera escrito poesía, tal vez no la extrañaríamos, porque ella misma lo es. Porque ella ha sabido captar el ser mujer, desde su visión realista de la vida. Y lo dice: «Una mujer es misterio / rito / laberinto», como el amor, como la vida, como la materia, como la poesía, como la mujer… y todo lo que tocan sus manos de creadora universal. Y, tras los golpes, ella aprendió a ironizar: «A la sombra del árbol de la acacia / En el pórtico de tu jardín / Una parte de mi vientre cuida tus sueños / Entre ritmos y olor a caña dulce / Mientras cabalgas río arriba // Pero no me pidas danzar».



No Descansada Vida de Víctor Mazzi. La Otra Poesía de un Aedodidacta


Roque Ramírez Cueva


Leer la poesía de Víctor Mazzi Trujillo (1925-1989), obrero autodidacta o mejor aedodidacta, nos traslada a ámbitos no comunes y, desde luego, al corazón de otra palabra. Digo otra, porque la de V. Mazzi tiene sus propios sones. Él tenía la virtud de volver dinámicas, mutables, vanguardistas a las voces y expresiones conservadoras o herméticas. Acerca de las alusiones cristianas en la poesía de Vallejo, decía que éste daba vuelta a las acepciones religiosas del dogma católico, por ejemplo para el poeta de dados eternos, “el Dios es él” [el hombre].

Peculiaridad de estilo que Víctor Mazzi la asumió desde su mirada en la segunda mitad de la centuria veinte, justamente en una de sus líneas verso blanco arremanga uno de Fray Luís de León: “¡Qué descansada vida!” Y lo transforma, escribiendo “oh la no descansada vida” de los hombres del trabajo que forma callos y da fibra al cuerpo, argumento éste que se desprende tras la simbología del verso.

A propósito, el mencionado verso de Mazzi Trujillo ha sido tomado por los herederos del poeta para dar título a su libro póstumo No descansada vida (Lima, Arteidea editores, 2006, 74 pp.). Conjunto que reúne su poesía edita e inédita, e incluye una autobiografía del poeta. Los poemas editados han sido seleccionados de sus poemarios: Reflejos de carbón, 1947; A lengua viva, 1975; Poemas de vecindad, 1975; Guirnaldas de canciones a Chosica, 1976; Memorial de un tiempo a otro, 1978. Los poemas inéditos confirman la solidez de la antología.

Antes de continuar se hace necesario mencionar que la obra de Víctor Mazzi, en particular el libro publicado, presenta exigencias para leerlos, por lo mismo, las presentes líneas solamente cumplen la intención de apuntes críticos no eslabonados que puedan servir para motivar la lectura y el estudio de su poesía.

Desde el primer poema, con pregunta retórica averiguando por la luz que disipa oscuras y profundas oquedades marinas, por la flecha portadora de innombrables fatalidades, por lo festivo y mágico de la Música, se perciben las imágenes disímiles que de fondo sustentan el armazón poético del citado libro No descansada vida.

En varios poemas nos ofrece esta percepción semántica de la luz o de las claridades imponiendo o extendiéndose sobre oscuridades abisales, dualidad disturbadora de los opuestos propia de la poesía de V. Mazzi. Desde luego no son claridades místicas ni iluminadas sino que enarbolan su humanismo, distinguiendo entre la mera bella palabra y la estética de la otra manera, a la manera proletaria que además de bella extrapola los puntos de vista de la lironda y monda vida de amos y plebeyos, de reinas y obreras.
A partir del segundo poema se percibe la sencillez de la palabra, palabra llana por efecto de decantamiento, es decir, la voz se eleva por digresiones que, al contrario del pensamiento cartesiano, hacen fluir sencilla y puntual la voz poética de nuestro aedodidacta: “existo de natural manera, / susténtome, trabajo, trabajo, canto”. Dimensionalidad de altura que es visible en toda la extensión del conjunto: “golpe a golpe va creciendo / el ritmo de mi canción. / No tengo otro medio / de lograr comunicación” (p. 25), “He aquí el papel / el lápiz y el sonido del río / despertando de pronto / a los dormidos” (p. 53), “una palabra que sepa a buenos días lo mismo / que un clavel abierto al mañana” (p. 71). Para el caso sirven también algunos versos transcritos más adelante.

En No descansada vida los versos son hechura de un comportamiento de vida, son expresión de vivencias cotidianas y sueños de lo mejor del enjambre humano. Imágenes visuales que muestran lo tangible e intangible de la existencia y subsistencia de los hombres situados en comunidades sociales, si están del mismo lado o entre clases cuando no hay comunión de intereses. Por cierto, esta realidad no es sólo percibida en la imaginación del creador, está compuesta ante todo del raciocinio de la voz poética que esculca un real desnaturalizado y un utópico mundo.

Continuando con los versos de Víctor Mazzi, el poeta sabe bien que no basta estar comprometido con las ideas y acciones sino que, al decir de Alfonso Reyes (1), en el campo de la creación: “la poesía es un combate con el lenguaje”. Por ello, y como parte de esa hechura de actitud de vida (ver líneas atrás) Mazzi le confiere autoridad ética y, por supuesto, estética a las palabras: “Necesariamente / palabra de hombre / no solamente tuya y mía / sino propiamente del acento colectivo” (p.44); “apilaré palabras / de las que se piensan / y no se dicen / de las que se dicen / sin pensarlo / de las que saben / a padre y madre / y / ahora son / vástagos de contexto” (p.59); “mirad este canto sobre la albura / del papel nato. Es un canto obrero / de mano y obra limpia y dura,” (p.63).

No obstante, si alguna palabra suya expresa el ego, el yo narciso, debemos aclarar que en el caso de nuestro aedodidacta, ese YO “es tan indispensable como honesto y probo” fraseando a Victoria Ocampo, (2). Leamos, en la p. 29 se lee: “Según va explicando Hugo Strasser / con el cromo de su saxo alto / y/o con su oscuro clarinete / en tanto YO / suspendido en el andamio / cumplo peligrosamente con ganarme el pan”, y en la p. 31: “y soy testimonio de un tiempo / con el cuchillo entre los dientes”.

Víctor Mazzi Trujillo es un poeta obrero, no cualquier obrero, con un punto de vista sagaz en ristre, es cierto, con una concepción que no es sólo suya, lo sabemos los lectores, porque el sueño de un país que curse utopías socialistas es de millones. Por tanto, en contraste, hay múltiples ojos que lo leen con intención áspera y prejuiciosa, sin someter a estudio su poesía y más bien, sí, su ubicación social, lo vetan porque imaginan reflejada su simpatía política, sin comprobarlo en el rigor de la creación. Ya, el lúcido narrador y crítico que es Miguel Gutiérrez Correa, desmintiendo supuestas carencias, ha sustentado el ascendente desarrollo formal en la poesía de Mazzi. (3).

Si leemos (de entender), él no predica porque quien da fe de lo que vivencia en sí mismo, ofrece un testimonio y no una prédica: “¡Morococha! Yo te grito, / aunque me duela hacerlo / con los dientes mayúsculos del hambre / y con la nieve de mis huesos; / me duele gritarte ahora, / en esta hora, que tu afecto / tiene de rodillas de tiempo hincado”. Claro, hablo de un testimonio poético por si lo dudan.

Incluso, si se le encontrara un verso donde haya “prédica” concuerdo con Martín Heidegger (4): “Pero un poeta que predica es un mal poeta: a menos que comprendamos el verbo ‘predicar’ en un sentido más profundo. Predicar es el ‘predicare’ latino, lo que quiere decir predecir algo, y de ese modo proclamarlo, elogiarlo, y hacer aparecer lo que tiene que decir en todo su esplendor”. Este ‘predicare’ latino es lo sustancial en la poesía de Mazzi Trujillo.

Pruebas al canto, dicen los obreros de la construcción. Aparte de los versos ya vistos: en la p. 20 se lee, “Si tiembla la raíz de mis alas / es porque tarda en su advenimiento / la estrella del próximo amanecer”; en la p. 35, “Hermoso tema el de la lluvia / cuando no llueve ni usted se llama María Antonieta / ni su marido sabe que se prepara el diluvio”; en la p. 45, “pasarán los ogros, pasarán los lobos / y la sombra de los cuervos, / ¿por qué temerlos, mi pequeña? / Sí tú eres el mañana vestida de esperanzas / que trae en sus manitas un cesto de cerezas”.

Yendo a otro asunto, en la poesía reunida de No descansada vida, de una creación a otra, hay una sonoridad verbal donde se aprecian diversos sones: ecos de la rima de los poetas españoles de la guerra civil, preferentemente Miguel Hernández, a veces Lorca; los ritmos jazzísticos de Miles Davis, Dizzy Guillespie, el tono del tango lunfardo, también de percusionistas afros. Son ritmos que subyacen en la construcción de su poesía, los versos han sido trabajados al ritmo de las asonancias españolas o al ritmo cadencioso del jazz y el tango; en particular hizo suya la función de juglaría que cumplieron los cultivadores del soul en tiempos del apartheid. Para ello no se necesita evocar como argumento la adicción (en sano sentido) por el jazz y la música varia con la que enfrentaban su tarea estética, además del propio Mazzi, los poetas del grupo Primero de Mayo, por los años 60 – 70. (5)

En cuanto a su temática, V. Mazzi T. asume confrontar variedad de la misma, desde lo universal a lo latinoamericano, como el amor, el trabajo, la vida, los hombres, la destrucción, las batallas, los tiempos, las revoluciones, etc., con la peculiaridad que los argumenta desde sus colisiones no estáticas: la luz disipa la oscuridad (ya se dijo), se muere para vivir, lo individual forma colectivos, el sueño utópico de uno lo comparten varios, con la lluvia no todos se mojan, en fin es sólo un resumen de lo más que se puede afirmar respecto de la obra completa del poeta, pendiente de editarse.

Por cierto, Víctor Mazzi, el viejo, era muy humano, no concebía lo infalible, conocía muy bien de la ciencia y su principio de falibilidad. Entonces, sí, su poesía que, sin duda alguna, estaba dirigida, particularmente a los obreros y a los trabajadores, a las mujeres y varones del pueblo, está compuesta en algunos versos con símbolos difíciles de decodificar. Tal vez respondan a una codificación muy personal y cerrada a dichos lectores (efecto del celo puesto en su autoformación cultural y académica, la cual era de rigor, que no se dude): “azules mandatos de lluvia”, “Golpeo el canto y lato”, “en la estrechez de este baluarte socio-económico-verbal”, “No estamos solos. Nos asisten voces / de envenenados pinos y penas sin memoria”, “promuevo la mecánica / diferencial de los ruidos”.

Ahora bien, sobre lo anterior no nos atrevemos a decir explícitamente si los significados son los adecuados o no, porque, considerando el principio esencial acerca de que al pueblo debe ofrecérsele lo mejor, cabe preguntarse ¿se trata de códigos personales arcanos o de límites de lectorías con los cuales no debe transar un creador salido del seno del pueblo? Interrogación para una argumentación exclusiva que debe y merece exponerse con mayor detenimiento en otra página y oportunidad.

Concluyendo, debemos no olvidar que Víctor Mazzi T. ingresa al llamado parnaso nacional en los años cincuenta y le da otro matiz, le pone su tono de contrastes. Como ya escribimos, en un diario capitalino (6), él formó parte de aquella hornada de “intelectuales obreros (¡qué osadía!) de esencia [aedodidacta] irrigados por su ideología clasista [que] se ubicaban al margen de las tendencias tradicionales existentes [de los escritores] ‘puros’ y ‘sociales’”. De esta manera fue su ingreso a los sacros claustros literarios, “pero es una permanencia [donde se] brega insolente, conquistando autonomía frente a la élite de la cultura oficial y académica”.

Sin embargo, el poeta Mazzi, inicialmente incursó en la tradición poética del momento, ya los especialistas han señalado la admiración de los poetas de la Generación del 50 (a la cual pertenece Mazzi), por la poesía de los juglares españoles, Generación del 27, de la cual sacian su fe poética, por una parte, Pero, por otra parte, él y los demás miembros del Primero de Mayo, inician para el Perú, y la continúan para el mundo, otra tradición: la poesía universal proletaria, impregnados de la herencia poética del Vallejo de Poemas Humanos y España, aparta de mí este cáliz.

Tradición que se remonta a los tiempos de barricadas por la Comuna de París, con Eugene Poittier y Jules Vallès y se extiende a Jiri Wolker (Polonia), a los escritores de la Revolución Mexicana de 1910; los poetas de la Revolución de Octubre de 1917; al grupo Boedo (Argentina); a los poetas de la Guerra Civil española; a Jacques Prévert (Francia); al grupo literario El Ladrillo, con Oscar Raúl Fernando García y Adrián Desiderio; en Paraguay con Elvio Romero, etc., entre cientos de poetas que se quedan en el tintero por razones obvias de espacio. A leer los versos, de un no descanso a otro.

Notas
(1) Cobo Borda. Revista Eco, Nº 249-julio 1982; en “Taller de Octavio Paz”.
(2) OCAMPO, Victoria. T.E. Lawrence, Bs. As., edit. “Sur”. 1963.
(3) Diario El Nacional. Lima, 25 de Marzo de 1990. La cita fue tomada de su libro La Generación del 50: Un mundo dividido.
(4) HEIDEGGER, Martín. Revista Eco, Nº 249-julio 1982; en “Hebel el amigo de la casa”.
(5) Por esas décadas, aparte del autor reseñado, integraron el Primero de Mayo: Algemiro Pérez C., Jorge Bacacorzo, Rosa del Carpio, Artidoro Velapatiño, Julio Carmona, Alberto Alarcón, Raúl Soto, Néstor Espinoza, entre muchos más.
(6) En el Diario El Nacional. Lima, 25 de Marzo de 1990. Suplemento Cara & Sello; en “Poeta obrero de la generación del ‘50”.


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