Entrevista
a Clara Valverde Gefaell Sobre Desenterrar las Palabras*
“El no nombrar lo que vemos y sentimos no es
bueno para la salud de nuestra sociedad, el silencio otorga el horror”
En memoria de los/as asesinados, desaparecidos,
exiliados, torturados, represaliados, violadas, maltratadas, explotadas,
exterminados/as en campos de exterminio, en memoria de sus hijos robados. En
su honor, en recuerdo de Matilde Landa. Nunca habitará el olvido sobre ellos
ni sobre ellas (también olvidadas aquí en ocasiones).
Profesora de enfermería jubilada por la
Encefalomielitis Miálgica (Síndrome de Fatiga Crónica), enferma rebelde,
activista de y en el 15M, firme defensora de la sanidad pública, escritora
sobre biopolítica y resistencia, luchadora de amplio y largo recorrido, Clara
Valverde Gefaell es coordinadora del Equipo Aquo de Formación en la relación
terapéutica, trauma generacional y activismo. Entre sus numerosos artículos y
libros, cabe destacar No nos lo creemos. Una lectura del lenguaje
neoliberal (Icaria, 2011)
***
Después de felicitarte y agradecerte por lo mucho
a ti (directamente) debido tras la lectura de tu último libro, me gustaría
preguntarte, en primer lugar, por sus alrededores (como diría Víctor Sánchez
de Zavala). ¿Desenterrar las palabras? ¿Qué palabras hay que desenterrar? ¿Y
cómo se desentierran las palabras? ¿Desenterrar palabras o hechos?
CV: Somos los nietos, el producto, de un siglo
mucha violencia política. Esa violencia política la vivieron en persona
nuestros abuelos y nuestros padres, pero ellos estuvieron demasiado
desbordados para poner palabras en sus emociones y emociones en sus palabras.
Y no hicieron los duelos de tanto que se perdió. Todo eso se acumuló en sus
inconscientes y lo hemos heredado.
Hay que desenterrar las palabras. Claro que los
hechos hay que desenterrarlos también, pero eso es cosa de los historiadores,
politólogos, activistas de la memoria histórica y de muchos más. Mi
implicación en este tema es desde la psicología política. Se pueden
desenterrar todos los hechos pero si no se ponen palabras en lo que ocurrió,
en lo vivido y cómo eso nos ha afectado y nos sigue afectando, seguiremos
siendo una sociedad herida y paralizada.
Tenemos que poner palabras en los silencios
heredados, en las emociones raras, hacer consciente lo inconsciente, hacer
preguntas incómodas a nuestras familias, a nuestros compañeros y a nosotros
mismos.
El subtítulo del libro: “Transmisión generacional
del trauma de la violencia política del siglo XX en el Estado español.”
Aunque dedicas un capítulo, escrito al alimón con Elena Álvarez Girón, al
concepto, luego te preguntaré con más detalle, ¿nos resumes o aproximas
sucintamente al concepto de “transmisión generacional”? ¿Qué trauma es ese de
la violencia política?
CV: Si en una sociedad, dicen los teóricos de la
transmisión generacional, no se elaboran los traumas causados por la
violencia política de forma consciente y abierta, ya sea por razones externas
(represión o estar luchando contra la represión) o internas (negación y
desbordamiento psíquico), sus efectos nocivos interfieren en el
funcionamiento social y político de futuras generaciones.
Estos efectos se ven en comportamientos
individuales y grupales como, entre otros, en el miedo a hablar y cuestionar
el poder, en la vergüenza, en el victimismo, en la rabia explosiva, en la
polarización y la necesidad de tener enemigos y en muchas otras
manifestaciones.
La transmisión pasa de generación en generación a
través del inconsciente, esos silencios cargados de emociones, esos mensajes
que comunican que no se deberían hacer preguntas, por las maneras de evitar y
reprimir emociones.
El trauma es un evento, o en el caso de la
violencia política, una serie de eventos que son tan impactantes que
desbordan al ser humano. Lacan lo explicó muy bien cuando dijo que el trauma
es la experiencia no asimilada que no se puede simbolizar ni poner en
palabras, una experiencia que no ha podido ser lenguaje, con lo cual no se ha
incluido en la historia. Por eso tenemos que elaborar y poner palabras en lo
que hemos heredado de esos traumas para poder incluir en la historia a todos
y todas, a todos nuestros antepasados.
¿A qué violencia política del siglo XX en España haces
referencia? ¿A la de la guerra civil fundamentalmente? ¿Sólo a esa?
CV: No, a toda la del siglo XX: el golpe de
estado del 36, la guerra, la posguerra, el fascismo, la gran violencia que
hubo durante la Transición, etc.
Dedicas el libro a tu abuelo materno Wilhelm
Gefäll Fiel. ¿Nos hace una pequeña biografía de él? ¿Cómo logró sacar a
ciudadanos judíos de las garras de la barbarie nazi?
CV: Sobre mi abuelo se podrían escribir muchos
libros. Todos los primos Gefaell hemos trabajado en recoger información y
hacer el mapa del árbol de la familia de unas 10 generaciones. Contratamos a
una arbolista especializada en el Holocausto para ayudarnos con algunos
parientes que no localizábamos y para ver cómo estamos emparentados con los
Gefaell de Israel y de otros países. También tenemos un blog interno con toda
la correspondencia y fotos de nuestros antepasados Gefaell.
Mi abuelo, Willy Gefäll, era un ingeniero vienés
que vino a España a principios del siglo pasado para trabajar en la
construcción la presa de Flix y luego en la electrificación de la ciudad de
Barcelona. No tenía intención de quedarse, pero se enamoró y se casó con mi
abuela, Pilar Gorostegui y tuvieron 10 hijos. Vivieron sobre todo en Madrid.
El abuelo Willy era judío pero no se lo dijo a
nadie. Ya en Viena, de pequeño, no dijo que era judío para cantar en el Coro
de los Niños de Viena. Su madre y sus hermanos venían a España cuando él se
casó a pasar los inviernos a verle y a huir del frio de Viena, pero como mi
abuela Pilar no hablaba alemán, no se enteró de que su familia política era
judía. Y mi abuelo hizo todo lo posible para esconder esa información. Era
rubio, de ojos azules y nadie sospechó.
Cuando el nazismo aumentó en Austria, mi abuelo
intentó que su familia se viniera a España, pero su madre y sus hermanos le
decían: “Willy, esto no va a ir a más. ¿Qué más nos van a hacer?”. Pues claro
que fue a más y la madre de mi abuelo, dos de sus hermanos y muchos otros
familiares fueron exterminados en campos de concentración. No fue hasta entonces
que mi abuela Pilar, mi madre y mis tíos supieron que el abuelo era judío.
Tenemos las últimas cartas de mi bisabuela y mi tía abuela Mina desde el
campo de traslado en Viena y son desgarradoras.
Cuando mi abuelo murió en Madrid en 1953, al
vaciar su despacho, se encontraron cartas procedentes de Estados Unidos de
gente que, en alemán, le daba las gracias. Por esas cartas la familia supo
que durante los últimos 10 años de su vida, mi abuelo había falsificado
pasaportes (no debería ser muy difícil ya que trabajaba en una compañía de
patentes) y financiado el viaje a judíos austriacos a través de España a
Lisboa y de ahí a los EEUU.
¡Tienes que escribir un libro sobre todo ello!
Hay más. Yo, de pequeña, en Washington DC, conocí
a gente que mi abuelo había salvado. Creo que la Gestapo se olía lo que
estaba haciendo mi abuelo porque la unidad de la Gestapo que estaba en Madrid
entonces, en los años 40, visitaron a mi abuelo varias veces. Cuando le
pregunté a mi madre sobre eso, me dijo que ella no sabía por qué les visitaba
la Gestapo.
Pero para mí, personalmente, lo más relevante de
toda la historia de mi abuelo Willy, es el olvido y la negación que se hizo
en la familia de mi madre sobre los parientes muertos en el Holocausto, el
silencio sobre todo eso y el sufrimiento sin palabras de mi abuelo. Después
de que supieron del Holocausto y de la desaparición de la familia, no se
habló más, hasta nuestra generación. El creer que el no hablar evita
sufrimiento es un error. Lo único que hace es aumentar el sufrimiento en la
mente y pasarlo a las próximas generaciones.
Y pienso mucho en las frases de mi bisabuela,
Pauline: “Esto no va a ir a más. ¿Qué más nos pueden hacer?”. Creo que esas
frases son muy relevantes hoy en día. Pensamos que los gobiernos neoliberales
no nos van a hacer más daño, que esta situación que vivimos no va a ir a
peor. Es peligroso negar la realidad que estamos viviendo.
También dedicas el libro a José María Valverde
Cano, el padre de José María Valverde. Dices: “pasó el resto de su vida en
silencio escribiendo poesía”. ¿Nos explicas un poco la vida de tu abuelo
paterno?
CV: Mi abuelo paterno era republicano pero no muy
convencido. Era muy religioso. No estaba muy interesado en la política. Lo
suyo era leer y escribir. Su pasión era la literatura. Escribía poesía
religiosa. Vivía entre libros. Tenía una gran biblioteca en la cual mi padre
creció y ya, desde los dos años, leía todos los libros que le rodeaban.
Salvador, tú conocías a mi padre y sabes que era
alguien muy dulce, muy amable, muy abierto a hablar y a escuchar.
¡Sin ninguna duda!
Y de izquierdas.
¡Con menos dudas aún!
Pero aún con la buena relación que yo tenía con
él, hay muchas cosas que no le pregunté sobre su padre y sobre la guerra,
porque mi padre solo contaba una anécdota sobre la guerra y cada vez que la
contaba se emocionaba mucho. O más bien creo que escogía momentos de gran
intensidad emocional para contar esa anécdota.
¿Qué anécdota era esa?
Era sobre cómo él y dos de sus hermanos, cuando
tenían 10, 11 y 13 años, tuvieron que irse a Francia solos para no morir de
hambre, mientras su madre se quedaba en España con los dos pequeños cerca de
mi abuelo que estaba en la cárcel, encarcelado por los republicanos. Era
republicano y le encarcelaron los republicanos.
Los llantos de mi padre sobre su viaje a Francia
me frenaban de preguntarle más sobre por qué mi abuelo estaba en la cárcel.
Creo que mi abuelo tuvo diferencias con algunos republicanos. Pero no era una
persona con grandes ideas políticas. Como digo, lo suyo era la religión y la
literatura.
A mi padre no le pregunté más sobre la guerra
(aunque creo que vio todo tipo de horrores) porque no quería verle triste. Y
a mi madre sí le preguntaba sobre el Holocausto pero ella evitaba el tema y
decía que no sabía o que no se acordaba.
Con toda esa herencia… ¿cómo no voy a escribir un
libro como el que he escrito?
Exacto, ¡cómo no! Añades: “sus silencios –el de
ambos- son ahora mis palabras”. ¿Cómo es posible que sus silencios se
transformen en palabras tan sustantivas como las tuyas?
CV: Bueno, no sé si son tan sustantivas. Mis
abuelos callaron por miedo, por el momento histórico que vivieron y por su
manera de ser. Yo no me puedo callar. Me he ganado la fama de inoportuna y a
mucha honra. Seguro que tiene que ver con toda la herencia esa: siempre he
tenido un espíritu anti-autoritario y nombro lo que veo. He elaborado y sigo
elaborando mi sitio en varias generaciones de mi familia. He luchado mucho
contra mi tendencia a la negación tan bien aprendida de mis antepasados. Pero
ya se acabó. Basta de negar, de fingir y de callar.
Entiendo y respeto el silencio de mis abuelos,
pero no es algo que yo quiera repetir. El no nombrar lo que vemos y sentimos
no es bueno para la salud de nuestra sociedad. El silencio otorga el horror.
Hablando de violencia política, el exilio lo es
también en muchos casos. Tu familia se exilió en 1967 tras un valiente e
inolvidable gesto valverdiano y un comentario nunca olvidado sobre ética y
estética. ¿Qué crees que significa el exilio para las personas que se ven obligadas
a huir o a marchar de su país?
CV: En el exilio se pierde mucho: sitio, idioma,
familia, amigos, cultura, paisajes y todo lo conocido. Y se pierde eso para
obtener seguridad y en muchos casos, para salvarse la vida. El exilio es un
gran golpe que rompe el corazón y exige mucho del ser humano. Y deja huellas
profundas.
Claro que también se aprende mucho y se conocen
otras maneras de vivir. Y uno ve cosas de uno mismo que no hubiera visto en
su propio país. El exilio cambia a la persona y aunque algún día pueda volver
a su país, la persona ya nota que no es de aquí ni de allá. Hay muchos
autores palestinos que han escrito brillantemente sobre el exilio. Me
encantan, sobre todo, los libros de Mourid Barghouti y la poesía de Mahmoud
Darwish.
¡Tienes buen gusto! Entre los agradecimientos
citas a los indígenas Cri de la Bahía de James de Québec, los Eeyou Istchii.
¿Quiénes son estos indígenas? ¿Qué tienes que ver tú con ellos?
CV: Los últimos cuatro años que viví en Canadá,
los pasé en el subártico con los Cri. Se suponía que tenía que trabajar con
ellos en temas de salud, como diabetes, pero las promotoras de salud me
pidieron que colaborara con ellas trabajando en la elaboración de su trauma
histórico, de la colonización, que ellos llaman “curación”, con sus
ceremonias tradicionales.
Esa experiencia ya la conté en el libro En
tránsito de sueño en sueño, pero básicamente fueron unos años impactantes
y mágicos para mí. Fui testigo de cómo una sociedad puede elaborar el daño
causado por políticas genocidas. Yo ya había trabajado 10 años en el tema de
la transmisión generacional del trauma de la violencia política con
refugiados y exiliados en Canadá. Pero con los Cri fue una experiencia muy
especial. Creo que podríamos aprender mucho de los indígenas canadienses
sobre cómo llevar a cabo procesos y comisiones de verdad y reparación.
Luego te pregunto también con más detalle.
Escribe el prólogo del libro Montse Armengou. ¿Quién es Montse Armengou?
CV: Montse es cineasta y escritora y se dedica,
sobre todo al tema de la Guerra Civil y el franquismo y su impacto. Sus
documentales en TV3 son de gran importancia. Para los que no los hayan visto,
están disponibles en la web de TV3 y recomiendo, especialmente, ver el
documental sobre el Valle de los Caídos y el documental sobre la epidemia de
la polio.
Me sumo a tu recomendación. Afirma Armengou en su
texto: “Así que psicólogos, periodistas, antropólogos, forenses,
historiadores, etc que deberíamos estar al servicio de las más elementales
políticas de reparación impulsadas por el Estado, acabamos siendo los
bomberos del rescate de la represión de la dictadura y, lo que es más grave y
vergonzoso, del olvido de la democracia”. ¿Es así?¿Es justa y equilibrada
Armengou en su comentario?
CV: Montse da en el clavo. Las pocas personas en
el Estado español que se interesan por la reparación de la violencia política
del siglo XX, son como bomberos: escuchan el dolor de los que relatan sus
historias familiares en momentos puntuales, de forma informal, desorganizada,
casi en secreto. No tenemos, como en tantos países, comisiones de verdad y
reparación, procesos de elaboración, espacios públicos y amplios para la
memoria histórica, para incluir y dignificar a nuestros abuelos, para hacer
los duelos pendientes.
Tengo muchos correos de personas que han leído mi
libro y que necesitan que alguien les escuche ese “ahora entiendo cosas de mi
familia, de mí mismo, de mi generación, de nuestra historia”. Lo único que no
estoy de acuerdo con Montse es sobre los psicólogos. No están implicados en este
tema. En todo el Estado español debe haber, como mucho, media docena de
psicólogos que conozcan y trabajen con este tema.
Yo sé que tú y otras personas habéis hecho el
importante trabajo de buscar a un pariente desaparecido y luego hacerles un
homenaje, devolverles la dignidad que merecen.
Menos, muchos menos de lo que deberíamos haber
hecho… Y, además, mucho antes.
Procesos y eventos así no deberían ser algo que
se hace entre unas cuantas personas. Debería ser algo que vemos en las
noticias todas las noches, en documentales. Todos en el Estado español
deberíamos participar y saber de todos los desparecidos.
En Canadá, se puede seguir la comisión de verdad
y reparación todas las semanas por la televisión a medida que van de pueblo
en pueblo, de ciudad en ciudad, escuchando las historias del trauma, de los
antepasados y del dolor de ahora. Y los niños de las escuelas primarias y
secundarias van a los actos de la comisión a escuchar los testimonios. Toda
la sociedad tiene que estar implicada. Porque los más de 100.000
desaparecidos que aún hay en el Estado español son los abuelos de alguien,
alguien en su corazón aún les espera. Todos les esperamos y necesitamos saber
quién eran si queremos saber quiénes somos nosotros.
Bien, muy bien. Hablamos ahora de la introducción.
Su título: “No es solo pasado”. ¿Te parece?
CV: Claro, cuando quieras.
Inicias la introducción con tres citas. La
primera es de José María Valverde, tu padre, de Para Walter Benjamin:
“El pasado no es algo dado para siempre, algo irreparable, sino que su
montaña de escombros tiene que recibir un sentido desde nuestra conciencia
actual con su desesperada exigencia e un futuro de revolución y esperanza.”
¿La conciencia actual de quién? ¿De cada uno de nosotros, tan diversa, tan
distinta? ¿Desde la conciencia general de la sociedad que ha sufrido ese pasado
CV: La conciencia que tenemos aunque a veces
creemos que no la tenemos o preferiríamos no tenerla. No se puede forzar a
que la gente tenga conciencia. Pero supongo que podemos inspirarla en otros.
Das unos datos que toman pie en investigaciones
del historiador Julián Casanova en la segunda cita: 600.000 víctimas mortales
de la Guerra Civil, 270.000 encarcelados, 450.000 exiliados en Francia… ¿Cómo
explicar tanta muerte, tantos encarcelado, tantos exiliados, tanta
persecución posterior? ¿Por qué fue tan dura, tan inhumana nuestra guerra
In)civil?
CV: Es que cualquier guerra es más que una
guerra. No soy historiadora, pero la Guerra Civil Española me parece que fue
un plan sistemático de acabar con todo pensamiento que no era aceptable para
el fascismo. Las ideas de la Segunda República eran muy amenazadoras para la
derecha porque estaban cargadas de libertad y de posibilidad.
Te apoyas en Víctor Korman en la tercera: “No hay
nadie en el Estado español que no lleve la huella de esos procesos
traumáticos aunque la gente no lo sepa o no lo quiera reconocer”. Si es así,
si no hay nadie que esté fuera de estos procesos traumáticos, ¿por qué sigue
habiendo tanto desconocimiento de lo sucedido? ¿Hay una planificación
interesada de la desmemoria?
CV: Hay dos razones principales por las cuales
hay tanto desconocimiento: los poderosos no quieren que recordemos y la gente
no queremos recordar, no queremos sentir, no queremos admitir cómo nos han
afectado esos procesos. Es incómodo y tenemos un alto nivel de tolerancia al
malestar que arrastramos. ¡Aguantamos mucho, aguantamos demasiado!
También tenemos una tendencia a huir de lo que
realmente sentimos. Las habilidades que tenemos sobre cómo vivir con las
emociones, las aprendimos de las generaciones previas que estaban muy
traumatizadas. Ellos, emocionalmente, estaban heridos y no pudieron ayudarnos
a aprender a convivir con las emociones. Y por eso somos bastante
disfuncionales y tendemos a negar que no estamos bien.
Estamos en una sociedad de “no pasa nada”. La
psicoanalista lacaniana, Teresa Colomer, dice que en el Estado español el
siglo XXI es el siglo del “no quiero saber”.
En las líneas iniciales del capítulo, hablas de
la importancia de conocer lo ocurrido en el golpe de estado, la guerra, etc y
la posdictadura. ¿Qué es eso de la posdictadura?, ¿por qué esa expresión?
CV: Desde hace más de diez años, autores
españoles, chilenos y argentinos escriben sobre este concepto. Una sociedad
posdictadura es una sociedad herida. Cuando acaba una dictadura, las heridas
no desaparecen porque siguen existiendo los desaparecidos, los exiliados, las
víctimas de la tortura y los silencios sobre el sufrimiento. Los traumas no
se han nombrado ni elaborado. La española Cristina Moreiras-Menor dice que a
ese tiempo no se le puede llamar “transición” porque no se puede dejar atrás
lo que aún no se ha hecho.
Después de una dictadura, el pasado no está
cerrado. El chileno Federico Galende, en “Postditadura, esa palabra” escribe
que es “ese momento calamitoso de la historia después del cual es el terror
mismo quien inicia la marcha hacia su ocultamiento”.
Hay otros autores que han escrito sobre este
importante concepto como Nelly Richard y Alberto Moreiras. Pero yo creo que
el que mejor lo explica es Luis Martín-Cabrera, compañero tuyo de
Rebelion.org, en su libro Radical Justice: Spain and the Southern
Cone beyond Market and State, libro que encuentro indignante que aún no
esté traducido al castellano.
Desde aquí, y al alimón, hacemos un llamamiento
para que alguna editorial se ponga en la tarea, un trabajo justo y necesario.
Haces referencia a la transmisión general, de la
que ya hemos hablado un poco, y la herencia psicosocial. ¿Qué herencia es
esta? ¿Por qué es portadora de secretos, penas y dificultades no resueltas?
CV: Siento si no me he explicado muy bien: la
transmisión generacional (no general) es solo una cosa. Implica el
inconsciente y por eso es portadora de secretos, penas y dificultades no
resueltas.
Los aspectos más dañinos de la transmisión
generacional se traspasan, afirmas citando a varios estudiosos, a través del
inconsciente. Supón por un momento que alguien no acepta la veracidad o
adecuación del concepto o bien le parece que es una noción algo o muy
nebulosa. ¿Qué pasa entonces? ¿No hay peligros, digámoslo así, de transmisión
generacional en ese caso?
CV: ¿Qué pasa? Pues que la persona sigue
sufriendo y que lo transmite a sus hijos y nietos. El no querer intentar
hacer consciente algo del inconsciente, el no osar a verbalizar lo incómodo,
lo confuso, lo intenso, hace que la gente aguante mucho y se amargue la vida.
Las investigaciones demuestran que la gente que
siguen arrastrando muchos aspectos dañinos del trauma de la violencia
política transgeneracional tiende a fobias, depresiones, problemas de salud
mental, confrontaciones inútiles, somatizaciones, etc. Y que es más difícil
enfrentarse a las injusticias y al trabajo de construir una sociedad más
justa cuando se está herido.
De todas las investigaciones que citas en el
libro (Canadá, EEUU, resistencia francesa, armenios, Chile, Argentina, etc),
¿cuáles te parecen más relevantes? ¿Por qué?
CV: Yo creo que las francesas y las
latinoamericanas son muy útiles porque tenemos cosas en común con esas dos
partes del mundo. De los franceses recomiendo especialmente Davoine y Gaudillière,
Serge Tisseron, Abraham y Torok y Schutzenberger. De Latinoamérica me gusta
especialmente el colombiano Francisco A. Ortega.
Pero también depende de cada uno. Hay gente que a
lo mejor le fascina las investigaciones hechas en Chipre. El trabajo que hizo
Dan Bar-On en Alemania, Israel y Palestina, con grupos, es también muy
interesante.
Una compañera mía de Montreal de la Association
Medicale pour l’Amerique Latine et le Caraibe (AMALC), Cecile Rousseau, hizo
una investigación comparativa entre los hijos de los refugiados salvadoreños
y los camboyanos que me parece de gran valor.
¿Cómo se efectúan esos proyectos de elaboración,
reparación y diálogo sobre transmisión generacional a los que haces
referencia?
CV: Hay muchísimos proyectos sobre en este sentido.
Miles. Cada uno es el producto de un sitio y un grupo. Hay grupos de
elaboración, hay comisiones más formales. Hay de todo. Es cuestión de
comenzar cada uno en su grupo, su familia, su asamblea, su barrio.
Al hablar de la ley española de Memoria histórica
hablas de “limitada utilidad.” ¿Por qué limitada?, ¿dónde están sus
limitaciones en tu opinión?
CV: Es una ley que privatiza el dolor, el duelo y
la memoria. Creo que es indispensable el libro de Jordi Ibañez Fanés, Antígona
y el duelo . Una reflexión moral sobre la memoria
histórica. Es lo mejor que hay escrito como análisis de la Ley de
Memorica Histórica y no sé por qué razón es un libro que no ha recibido mucha
prensa. A lo mejor es porque es un libro que incomoda.
Tal vez. ¿Por qué afirmas que no hay conciencia
suficiente del enorme impacto de la transmisión de la violencia del siglo XX
en nuestra generación y en las más próximas? ¿No será también que aun
habiendo consciencia no hay fuerza suficiente o los obstáculos de los
diseñadores del olvido son permanentes y poderosos?
CV: Bueno, sabemos que los poderosos no quieren
que recordemos. Vale. Pero, ¿cuándo vamos a empezar a hablar, indagar,
recordar y elaborar nosotros? Porque los poderosos no quieren que recordemos
y que nos liberemos, ¿no lo vamos a hacer?, ¿vamos a esperar a que alguien lo
haga por nosotros?
No parece razonable ni va en nuestros memes.
¿Cómo crees que tu libro puede ayudar a rescatar lo que llevamos en nosotros
de la valentía y del compromiso con la justicia de nuestros abuelos?
CV: Nuestra intención, la de mi colaboradora,
Elena Álvarez, y la mía, es ayudar a la gente a pensar y a hablar con otros
sobre todo esto. Yo ya trabajé con estos temas en Canadá, y aquí, en el
Estado español, he hecho talleres en varias comunidades y he visto a la gente
empezar a quitarse un peso que llevan de encima.
¿Cuál es el efecto de pensar y hablar de este
tema? Depende. Y es difícil saberlo. Hay muchas personas que me han escrito o
hablado después de leer este libro expresando la sensación de liberación que
sienten y del viaje que creen que tienen por delante. Una señora de unos 80
años de un pueblo de Castilla me ha escrito una carta, después de haber leído
el libro, en la que dice: “Mil gracias por escribir este libro que sin
saberlo tanto necesitaba”.
Ahora, si este aumento en conciencia puede
transformase en valentía, las investigaciones dicen que es así. Pero no sé si
mi libro lo conseguirá. Es solo un libro.
¿Cómo se puede poner en palabras los aspectos
emocionales de la transmisión generacional? ¿Y si no hay palabras para ello?
¿Y si son poca cosa, muy poca cosa las palabras? ¿Y si no sabemos? ¿Sólo son
suficientes las palabras?
CV: Hay palabras para todo y las palabras nunca
son poca cosa si son sobre lo que se siente. La palabra cura. La palabra
remueve y mueve. Pensamos que no sabemos, pero no es verdad. Lacan ya lo
dijo: “No sabemos que sabemos”. ¡Claro que sabemos! Por la palabra hacemos
consciente todo eso que llevamos ahí dentro, muy dentro.
Es cuestión de echarle valentía y nombrar lo
incómodo, lo que parece que no tiene sentido, lo que pensamos que otros no
quieren oír.
Es cuestión de empezar. Y no me refiero al bla
bla bla desde la razón, intelectualizando. No, eso no nos libera de estos
viejos traumas. Me refiero a decir lo indecible.
Es increíble que en un país como el nuestro en el
que la gente habla tanto, en el que nunca paramos de hablar, la gente tenga
tanto miedo a hablar desde su corazón, desde su yo, desde su nosotros.
En nuestro país, cuando alguien está hablando y
llega a algo doloroso, enseguida cambia a la segunda persona singular. Por
ejemplo, en vez de decir: “Me duele mucho que mi hija no confíe en mí”, la
persona cambia y dice: “Es que cuando tu hija no confía en ti pues eso te
duele”. Nos queremos alejar de lo que sentimos.
No está mal pensado.
Claro que es incómodo y al salir todas esas
palabras causan emoción, pero liberan. Hay que hacerlo. No hay otra manera.
Solo vivimos una vez y vale la pena. Nombrar lo que sentimos, lo que creemos
o sabemos que sintieron nuestros antepasados es, en mi opinión, un acto
revolucionario.
No está mal, nada mal, para acabar esta
conversación. Te pregunto a continuación por el primer capítulo querida
Clara. ¿De acuerdo?
CV: De acuerdo!
Estábamos en el primer capítulo de tu libro. Lo
abres con dos citas. Una es de Luis Martín-Cabrera, del libro al que has
hecho referencia anteriormente: Radical Justice. Le cito: “Las
heridas, en vez de desaparecer con el tiempo, crecen y habitan el presente”.
Es casi lo contrario de lo que yo he oído mil veces en mi vida. En mi pueblo,
un pueblecito pegado a Los Monegros, suelen decir lo contrario. “El tiempo lo
cura todo. Al cabo de los años nadie recuerda. Es mejor dejarlo así. Si no
las heridas, nunca cicatrizan”. ¿No te parece razonable esta posición de
silencio y olvido?
Razonable, no. Comprensible, sí. A los seres
humanos nos gustaría que negando el dolor, desapareciera. Pero es al revés.
Como dice Franciso A. Ortega: “Olvidado como una pesadilla”.
Una enfermera de Zaragoza que trabaja en cuidados
paliativos, dijo el otro día en la presentación del libro en Zaragoza, que
muy a menudo, cuando alguien muy mayor se está muriendo, le entra angustia y
se pone a gritar sobre la guerra civil. No lo hablaron antes y sale de golpe
ante la muerte de forma muy angustiosa. ¡Vaya manera de morir!
El problema con las heridas, es que si no se
limpian antes de cerrarlas, se pudren y causan infecciones de sangre y hasta
muertes.
El tiempo, desgraciadamente, no cura nada.
La segunda cita es de Dan Bar-On: “Los
descendientes de los supervivientes inicialmente dicen que no tienen una
historia interesante que contar.”. ¿Por qué los supervivientes? ¿Por qué
creen que su historia no tiene mucho interés?
Porque nos han enseñado que la historia es eso en
los libros escritos por los historiadores. Cuando en realidad, la historia
son las historias de la gente.
Y también la gente dice eso porque no han tenido,
o no se han dado la oportunidad, de reflexionar sobre su historia y la de sus
antepasados.
Lo que decía Dan Bar-On yo lo he comprobado. No
tanto en talleres sobre la transmisión generacional de la violencia política
a los cuales la gente ya viene con ganas de hablar de todo esto, pero sí en
conversaciones informales, cuando pregunto a la gente cuál fue la situación
de su familia en la Guerra Civil. La mayoría contestan que no tienen nada
importante que contar. Pero siempre, al cabo de unos días, esa persona me
contacta y me dice: “Sobre aquello que me preguntaste, he estado pensando…” y
me cuentan historias conmovedoras, desgarradoras.
Citas en el cuerpo del texto a Gerard Fromm.
¿Alguna relación con el Fromm de El arte de amar? El fragmento:
“La sensación simultánea de saber y no saber… esto es un aspecto importante
del trauma transgeneracional.” ¿Nos explicas un poco esa sensación simultánea
contradictoria? ¿Saber y no saber qué?
Sí, el ser humano está lleno de contradicciones.
Es parte de ser un ser humano y no un robot. Yo creo que esto de querer saber
y no querer saber es bastante comprensible. Por un lado, por ejemplo, quiero
saber si mi padre sufrió pero por otro prefiero no saberlo por los
sentimientos que provocaría en mí.
Hay gente que dicen que quieren saber si su
abuelo mató en la guerra o no, pero que no lo preguntaron porque no están
seguros de que lo quieran saber.
El saber algo nos da más información para
entender lo no verbal y lo social que hemos vivido. Al tener más información,
uno puede tener más insights, que dicen los psicólogos, más
momentos “ajá! Ahora entiendo aquello, ahora entiendo tal cosa de mí…”
Creo que Gerard Fromm es sobrino de Erich Fromm,
pero no estoy segura… Si lo es, no lo pone en su curriculum.
Hablas en este capítulo del lenguaje corporal de
los padres, del lenguaje corporal de las generaciones implicadas en guerras y
sufrimientos. ¿Qué lenguaje es ese? ¿En qué se detecta?
Decimos más con gestos, posturas y miradas que
con palabras. Hay teóricos que dicen que lo que de verdad decimos es por lo
no verbal.
Creo que todos hemos observado eso: oyes a
alguien hablar pero su cara, sus gestos y su cuerpo dicen algo muy diferente
que sus palabras.
En nuestras familias hemos visto miradas, miradas
que evitan, distancia física, maneras de tocarse, reacciones faciales cuando
se oye en las noticias un cierto tema o alguien hace preguntas sobre el
pasado o las relaciones familiares.
Los ojos dicen mucho por sí solos. A la gente que
tienen una pena profunda o duelos congelados, se les ve en los ojos por muy
animadamente que hablen.
Cuando llegué a España hace 20 años y empecé a
dar clases a enfermeras en varios hospitales, la emoción que más transmitían
cuando hablaban era la rabia. Rabia por sus condiciones de trabajo, por la
frustración de lo difícil que es ayudar a alguien que se está muriendo, etc.
Pero en sus ojos veía miedo. No había rabia. Había miedo. Y eso me dio mucho
que pensar.
Luego, con los años y dando clases sobre dinámica
familiar, conseguí que pusieran palabras en esos miedos, muchos de los cuales
no eran realmente suyos, si no heredados.
Hubo silencio en muchas familias, se te
reconocerá, confusiones también. Palabras a medias o medias palabras. Pero,
en otras, en cambio, se habló, con tensión, con miedo por el entorno nada
favorable, pero se habló. ¿No ha habido de todo en las generaciones que nos
han antecedido?
Sí, ha habido de todo. Pero sobre todo han habido
emociones sin palabras y palabras sin emociones, palabras confusas, o a veces
palabras con emociones claras que el que escuchaba no quería o podía oír.
Este año hace 75 años que acabó la Guerra Civil y
aún no tenemos comisiones de verdad y reconciliación. ¿No es impresionante
eso? Es que solo decir las palabras “verdad” y “reconciliación” causa un
revuelo en este país. Si uno ha podido participar en procesos de elaboración,
reconciliación, verdad, etc, en algún país, uno ve lo lejos estamos aquí aún.
El torturador, “Billy el Niño”, está en la calle
sentado tomando un café en la mesa de al lado de sus víctimas. Y no pasa
nada. Veinte personas se manifiestan delante de la Fiscalía y ya está.
Mira, en mi familia (padres y hermanos) que
éramos y somos todos de izquierdas, cuando mis padres vivían aún, no se habló
de casi nada de esto. No por razones políticas, sino por la carga emocional
que conlleva.
¿En tu familia se habló de todo ello?
Llevo unos años dando talleres, clases y
conferencias sobre esto, escuchando, preguntando, y sobre el tema del dolor,
del impacto, de la huella que nos ha dejado ese pasado, no conozco a casi
ninguna familia que lo haya hablado.
Hay gente que están empezando a hacerlo ahora.
Los documentales de Montse Armengou han ayudado a algunas familias a empezar
a hablar de lo escondido o de lo “olvidado como una pesadilla”.
Aparecen en el capítulo reflexiones de personas a
las que aludes por sus siglas. Por ejemplo: CTJ, mujer, 55 años. ¿Por qué de
esa forma? ¿Quiénes son? ¿Amigas, amigos tuyos? ¿Por qué indicas siempre si
son mujeres y hombres? ¿Importa?
Las citas personales en este libro son de
personas que han rellenado un cuestionario en los talleres que hicimos en
Euskadi y Catalunya sobre el tema de la transmisión generacional del impacto
de la violencia política. También han rellenado el cuestionario algunas
enfermeras que han hecho nuestros cursos de Enfermería y Dinámica Familiar. Y
también algunos conocidos míos.
Las siglas son las iniciales que la persona
decidió poner para identificarse, que son sus propias iniciales o unas
inventadas.
La edad pensamos que era importante para poder
situar el relato en la historia. Y lo del género, creo que puede ser
importante. Se está empezando a investigar en algunos países, el tema del
género en la transmisión generacional de la violencia política. Aún hay mucho
por investigar. Por ahora, decidimos hacerlo así.
Citas a A. Damasio: “Los niños detectan muy
rápidamente las zonas de petrificación de los que les cuidan. Lo expresan en
preguntas un poco raras, pero tienen una percepción acertada de los vacíos.”
¿Qué zonas de petrificación son esas? ¿Por qué los niños captan tan
rápidamente? ¿Tienen antenas especiales?
Los niños son como esponjitas, captan muchísimo.
No tienen la razón desarrollada con lo cual no pueden intelectualizar lo que
observan en sus cuidadores. Absorben esos gestos, ese inconsciente de los
padres, y luego lo van interpretando como pueden.
Por eso lo vivido los primeros años de la vida es
de gran importancia.
Digamos que los niños son como arcilla mojada:
las cosas dejan una huella en ellos fácilmente. De mayores la arcilla ya está
más dura y, aunque las cosas nos afectan, no dejan la misma huella.
Los niños captan el dolor, el miedo, la rabia, y
las otras emociones que sus mayores no quieren que el niño vea.
Imagínate que alguien te dice: de acuerdo, usted
habla de la importancia nada secundaria de conocer lo sucedido, de romper silencios
y medios verdades. Que sea así en general. Pero no es mi caso. Yo prefiero,
elijo si lo prefiere, no saber. Es igual o no es esencial lo que pasó hace 75
o 40 años. Vivo, estoy aquí en un mundo grande y terrible, tengo otras
preocupaciones, me sabe muy mal lo sucedido, lo lamento, pero tengo que
seguir, no quiero indagar. Hay que enterrar con respeto a los fallecidos. La
vida me exige mirar hacia delante, no hacia atrás. ¿Qué le dirías?
No le “diría”, le escucharía, escucharía sus
palabras y sus emociones, lo verbal y no lo verbal. Le diría que entiendo que
no quiera saber y que es una opción respetable y a respetar. Le diría que le
oigo y le entiendo. Le mostraría empatía y le comunicaría que me importa lo
que me dice. Hay que respetar que hay personas que no quieren indagar.
En la misma línea: ¿no obraron bien los abuelos,
nuestros padres, cuando no nos hablaron de situaciones que, en algunos casos,
ellos tampoco conocían con detalle?
Bueno, si no te importa, los conceptos de “bien”
y de “mal” se los dejamos a los religiosos. Nuestros padres y abuelos no lo
hicieron ni bien ni mal: hicieron lo que pudieron. Manejaron lo que les tocó
con los recursos que tenían. En muchos casos, sobrevivieron, que no es poco.
Y como dices tú, acertadamente, hay muchos detalles que no sabían y que no
preguntaron.
No es cuestión de culpabilizar a nadie. Pero sí
es cuestión de que nosotros tomemos la oportunidad de indagar en el impacto
que ha tenido en nosotros, en cómo somos nosotros por el hecho de que
nuestros padres y abuelos vivieron traumas políticos y colectivos.
Tampoco hay emociones coherentes, afirmas, cuando
no se ha podido realizar el duelo de una pérdida. ¿Nunca, en ningún caso?
“Nunca” y “siempre” no son palabras reales. Son
metáforas. A veces hay emociones coherentes pero digamos que la
investigación, cientos de investigaciones, demuestran que hay mucha confusión
en los duelos congelados. Pero claro, hay excepciones.
Citando a Schwab, hablas de la información
desconectada de las emociones. ¿Por qué es tan importante la información
conectada con nuestras emociones? ¿No es mejor el control, ser más racionales
y asépticos?
El intentar ser racional todo el rato, aséptico y
controlar las emociones es una opción, pero una por la cual se paga un alto
precio.
Y no habría poesía ni amor ni arte si todo fuera
racional y controlado.
Somos seres humanos. La vida no es racional. La
vida no se puede controlar. Tenemos emociones. A lo mejor eso es lo mejor y
lo peor de ser un ser humano, ¿no?
De hecho, se te puede decir también, muchas
personas de nuestro país han tenido vidas largas, están con nosotros o ya han
fallecido, no han tenido vidas infelices y apenas saben de lo ocurrido. No
han podido o no han querido, o incluso prefieren dejarlo está. A lo pasado,
pasado.
Eso es lo que quieren los gobiernos que tenemos.
Que dejemos el pasado. Que no intentemos hacer justicia. Que no molestemos
con querellas como la argentina. A callar y a morir.
Pero es que es imposible. No solo porque algunos
conscientemente queremos que se hable, que se lleven a cabo procesos de
verdad y reparación.
Es que aunque no queramos, en los nietos de
cualquier trauma de violencia política, ocurre el “retorno de lo reprimido”,
sale, no se puede evitar. Dos generaciones heridas que han tenido que aguantar
y olvidar, sus inconscientes salen en los nietos. Y salen en comportamientos
sutiles o en locura. O cualquier cosa entre medio.
¿Qué no han tenido vidas infelices? ¿Cómo se mide
la felicidad? Nos acostumbramos a malestares, a precariedades y a malos tratos
de los poderosos. Si esas personas hubieran tenido las vidas que merecían,
con libertad, con democracia, con igualdad de género, sin tener que trabajar
como animales, con los valores que se estaban promoviendo en la Segunda
República, creo que hubieran tenido unas vidas mucho más felices.
Un sábado del año 2000, lo cuentas al finalizar
el capítulo, paseando por la Plaça Sant Jaume, la antigua plaza de la
República, viste a un grupo de personas mayores que llevaban “pancartas con
reproducciones de fotos antiguas de personas y debajo de cada una ponía:
¿dónde está?”. ¿Qué grupo es? ¿De quienes hablaban?
Yo pasaba corriendo porque iba a hacer
supervisión en un centro de drogodependencias que hay al lado de la Plaça
Sant Jaume. No sé si era un grupo con nombre, pero eran gente mayor y las
fotos que llevaban agrandadas en carteles eran fotos muy viejas. Cuando les
pregunté que a quién estaban buscando, me dijeron que a los parientes
desaparecidos durante y después de la Guerra.
Yo seguí corriendo a mi tarea pendiente pensando:
“Y ¿por qué no han preguntado dónde están sus parientes antes?”
El siguiente capítulo está escrito al alimón por
ti y Elena Álvarez Girón: “¿Qué es la transmisión generacional?”. Te pregunto
por ello a continuación. ¿De acuerdo?
Muy bien.
El segundo capítulo está escrito al alimón con Elena Álvarez Girón. ¿Nos presentas a tu compañera?
CV: Elena es grupoanalista y profesora de
enfermería. Tiene una mente privilegiada. Su capacidad de oír en cada
paciente, en cada estudiante, sus dificultades, su historia y su
inconsciente, es admirable. También tiene una gran riqueza teórica. Ve y oye
lo que la mayoría de los profesionales de la salud mental no pillan. Es una
suerte poder colaborar con ella en todos los temas que tratamos, pero sobre
todo en este. La psicología de las dinámicas familiares y de la historia es
algo sobre lo que Elena ha estudiado mucho.
El título de este segundo capítulo: “¿Qué es la
transmisión generacional?”. ¿Qué es te pregunto? ¿Por qué es tan importante?
CV: La transmisión generacional es el material
inconsciente que se pasa de una generación a la próxima. En el Estado español
es muy importante porque hemos tenido un siglo XX muy violento, que tanto
daño hizo a nuestros abuelos y padres.
Como sabes bien, lo consciente, lo que sabemos de
lo ocurrido en el siglo XX en el Estado español, se ha intentado y se intenta
aún tapar y callar. Con lo cual, imagínate lo inconsciente!
Lo transmitido inconscientemente nos afecta en
nuestros comportamientos colectivos e individuales. Y los teóricos, desde
hace más de 50 años por todo el mundo, han demostrado que los nietos de la
violencia política tienen dificultades para enfrentarse al poder, para
manejar el miedo, la rabia, etc.
¿Por qué daña tanto “el silencio cargado de
emociones”?
CV: Si a las emociones no se les ponen palabras,
duelen mucho y crean problemas. Todos tenemos esa experiencia. Por ejemplo,
si uno está triste, si puede hablarlo, se alivia algo esa tristeza pero si
no, se agranda y daña la mente. Lo mismo con las otras emociones.
Somos seres de palabra. Somos seres colectivos.
Necesitamos compartir nuestras penas, nuestras alegrías, nuestras rabias.
El sufrir en silencio hace que el dolor se
cronifique, crea depresiones y otros problemas.
Los hijos ven lo emocional en los silencios de
sus padres, y si no se les enseña que lo emocional se puede nombrar, harán
interpretaciones raras y nocivas de lo emocional.
Nombrando las cosas de forma directa y sencilla,
se pueden abordar.
Si un niño ve que, por ejemplo, la tristeza se
puede nombrar, verá que no es el fin del mundo, que no mata. Y que se puede
convivir con las emociones.
Citas en varias ocasiones a Lacan. ¿No es un
pensador un pelín oscuro-más-que-oscuro?
CV: No estoy segura qué quieres decir por
“oscuro” en este caso. Sin duda Lacan no es fácil de estudiar y entender.
Requiere mucha formación… ¡más de la que tengo yo! Pero lo que sí entiendo de
Lacan sobre la importancia del inconsciente, es muy relevante en la
transmisión generacional. Su frase: “No sabemos que sabemos” explica muy bien
el inconsciente.
¿Cómo, inconscientemente, dan tareas los padres a
sus hijos que deben llevar a cabo? ¿No hay numerosos hijos e hijas que
desatienden esas supuestas tareas encomendadas?
CV: Bueno, la palabra “tareas”, en este contexto,
debería ir entre comillas porque no son deberes que se piden ni se hacen. Más
bien son estados mentales. A ver si me explico con un ejemplo:
Sin darse cuenta, un padre que vivió humillación
y represión podría pasar, inconscientemente, la “tarea” de vengarse a su
hijo. El hijo ha heredado o “absorbido” la “tarea” si en su mente está
obsesionado y no puede controlar ese deseo o pensamiento. En este caso no
puede decidir: es como si estuviera poseído por ese odio y no puede decidir
qué quiere hacer.
Esto es muy diferente de cuando alguien piensa
conscientemente que quiere denunciar lo que hicieron a su padre o abuelo y,
por ejemplo, participar en la querella argentina, o buscar a su abuelo
desaparecido.
La diferencia es que cuando uno “hereda” o
“absorbe” ese mandato o “tarea”, uno no es consciente y se convierte en una
obsesión.
Lo más sano sería elaborar, darnos cuenta de qué
“tareas” arrastramos y, poco a el poco, por la palabra, liberarnos de ellas.
Hacer consciente lo inconsciente. Y luego decidir conscientemente qué
queremos hacer sobre el pasado, presente y el futuro.
Pero creo que todos llevamos algunas “tareas” sin
darnos cuenta. Algunos llevan muchas y sufren mucho.
Titulas un apartado: “Pero yo no veo el
inconsciente”. Ni tú ni nadie. ¿Cómo te aproximarías a ese concepto tan
impreciso en ocasiones? ¿La parte visceral de nuestra mente? ¿Qué es eso?
¿Cómo percibimos, cómo se puede percibir el inconsciente?
CV: Bueno, no se “ve” como objeto físico, pero sí
se percibe, se nota. Todos lo hemos notado. Es toda esa energía, esas
emociones, palabras y comportamientos que no entendemos de nosotros mismos.
Ese “tropezarnos con la misma piedra” una y otra vez. Por ejemplo, aunque yo
me diga que voy a ser más razonable con mi salud y energía y voy a escribir
menos, pues no puedo. Es como algo que es más fuerte que yo. No lo puedo
controlar. Aunque sean comportamientos que a lo mejor son dañinos.
¿Cuántas veces hemos oído a algún amigo decir,
“siempre me enamoro del mismo tipo de persona y acaba igual la historia”?
¿Por qué nos atraen ciertas personas aunque, conscientemente, sabemos que no
nos convienen?
Las obsesiones y lo incomprensible están en el
inconsciente. Y también los sueños, los complejos y mucho más.
El inconsciente no es un concepto impreciso. Hace
más de 100 años que se habla y se investiga sobre el inconsciente. En otras
culturas, a esa parte menos accesible de la mente, se le llama de otras maneras.
Pero es lo mismo.
Creo que la mayoría de los seres humanos se dan
cuenta de que hay gran parte de la mente que es no consciente ni controlable.
Aunque no tengan una palabra para definirla.
Cuando no puede hacerse el duelo, este queda
congelado y eso impide cambiar, crecer, sentir nuevas emociones, etc. Si es
así, pensando lo ocurrido en nuestro país, ¿no hay mucha “congelación”? Por
cierto, ¿a qué llamas duelo congelado?
CV: Un duelo está “congelado” cuando una pérdida
no ha sido elaborada con emociones y palabras. Cuando se intenta no hablar y
sentir una pérdida, se “atasca”, se “congela”.
Sí, los países, regiones y grupos grandes que han
vivido traumas políticos y no han podido hacer el duelo, son sociedades
“congeladas”. En este momento, el Estado español es uno de los sitios en los
que menos se ha tratado el tema del impacto transgeneracional de la violencia
política.
El que seamos el segundo país del mundo con más
fosas comunes sin abrir dice mucho y tiene una gran repercusión.
Nuestros abuelos no pudieron hacer el duelo de lo
perdido en la violencia política de sus tiempos por la represión y también
porque lo que vivieron les desbordó. Sus hijos, nuestros padres, tampoco
porque aprendieron de sus padres que las emociones mejor no expresarlas. Y nosotros
que hemos heredado comportamientos, conscientes e inconscientes de esas dos
generaciones, ¿hemos hecho el duelo de la violencia del siglo XX, de nuestros
100,000 abuelos que aún están en las fosas?
Te pido un comentario sobre un testimonio que
introduces en el relato: “Mi abuelo, cuando iba al barbero a cortarse el
pelo, se equivocaba y decía “me voy a cortar la cabeza”. Nosotros
intentábamos no reírnos.. pero él no se daba cuenta de lo que había dicho”.
Es una reflexión de una mujer de 59 años.
CV: Esa es una reflexión sobre un lapsus. Un
lapsus es algo que decimos que no queríamos decir, una “equivocación”,
palabras y expresiones que nos salen sin querer, que salen del inconsciente.
Los posibles significados del lapsus del abuelo de esta mujer es algo que no
se puede hacer fácilmente solo sabiendo una frase que dijo. Pero la incluí
para tocar el tema de los lapsus. Yo creo que todos reconocemos, de vez en
cuando, nuestros lapsus, y los lapsus que hemos oído en nuestras familias, en
nuestro entorno.
Por cierto, hay más, hay muchos más testimonios
de mujeres que de hombres. ¿A qué es debido?
CV: Más mujeres que hombres han participado en
nuestros talleres sobre la transmisión generacional. ¿Por qué? No estoy
segura. A lo mejor las mujeres están más dispuestas a indagar en sus mentes y
sus familias. Pero eso es una suposición mía. Las teóricas que están
trabajando en el tema del género en la transmisión generacional hablan del
rol clave que las mujeres juegan en la narrativa de las familias. Pero aún queda
mucho por investigar en este sentido.
Cito a Gabrielle Schwab: “El dolor deja su
memoria más profunda en el inconsciente”. ¿Por qué en el inconsciente? ¿No
somos acaso conscientes de muchos de los dolores que nos envuelven?
CV: El consciente no puede con todo! Hay
muchísimo que el consciente tarda tiempo en elaborar, en dar sentido… En la
infancia absorbemos muchas emociones y hacemos interpretaciones de las cuales
no somos aún conscientes. De mayores somos conscientes de algunos dolores. De
otros, no. Y si no elaboramos, no intentamos hacer consciente algo del
inconsciente, pues ahí sigue.
Comentas al inicio de este nuevo capítulo que
muchas personas que vivieron lo peor de la violencia política del siglo XX en
España evitaron comunicar lo que habían vivido a sus hijos y nietos. Para no
hacerles daño psicológico, porque estaban desbordados por lo ocurrido. Dejo
este segundo al margen por el momento: ¿no fueron razonables, y muy humanos y
humanistas, cuando obraron de ese modo, para evitar dolor a sus próximos?
Sí, claro, intentaron hacer lo que creían que era
lo mejor. Pero, desafortunadamente, se transmite más por el silencio que por
las palabras. Y lo que se transmite por el silencio tan cargado de emociones
es confuso y dañino. Hicieron lo que pudieron, pero sin darse cuenta,
hicieron más daño que si lo hubieran hablado.
El trauma transgeneracional del que hablas afecta
tanto a los hijos de los vencedores como a los hijos de los vencidos. ¿Del
mismo modo, con la misma intensidad?
Es difícil medir esto, porque también a cada
persona, individualmente, le afecta de forma diferente.
Para los descendientes de los vencidos es más
intenso el daño por ser “vencidos” y por toda la represión, sobre todo en el
Estado español, durante años y años.
Los descendientes de los vencedores y
victimarios, los estudios en otros países (en España no hay) demuestran que
parecen darse aún menos cuenta de lo que llevan en el inconsciente. Lo cual
es peligroso y creo que es lo que vemos en muchas personas que ahora
gobiernan en la derecha española. Son descendientes muy directos de los
vencedores y, en mi opinión, actúan y gobiernan con una gran crueldad, como
si la guerra no hubiera acabado.
Lo que dices me hace pensar en una película de
Resnais y Semprún.
Los estudios en Alemania con los descendientes de
la población que estuvo con Hitler son muy perturbadores. Aunque en Alemania
se han hecho cosas muy importantes para dignificar sitios donde hubo
represión y para recuperar la memoria histórica, la mayoría de la gente
estudiada no parecen tener conciencia de lo que hicieron sus antepasados.
Dicen que no saben nada. Y eso hace más posible que transmitan toda esa carga
nociva que llevan en el inconsciente.
También hay un estudio especialmente perturbador
con los hijos de los generales nazis en los que todos, menos uno, ven a sus
padres como héroes y víctimas “de las circunstancias”.
¡Héroes y víctimas de las circunstancias!
Al mismo tiempo, es también muy perturbador ver
que los descendientes de los supervivientes de los campos de concentración
nazi que viven en Israel, creen que tienen derecho a hacer lo mismo a los
palestinos que les hicieron a sus abuelos. Es un caso claro y extremo de la
“tarea” de vengarse.
Con otros pueblos, con otras personas, en otro
momento histórico…
En el Estado español hay una mezcla compleja, ya
que muchas personas tenemos antepasados que estuvieron en los mal llamados
“dos bandos”. Y muchos de los “vencedores” fueron unos soldados desgraciados
que fueron al frente porque les mandaban desde sus pueblos a la guerra como a
la “mili” y no tuvieron conciencia de ser “vencedores”. Lo cual no quita su
responsabilidad, pero hay vencedores y vencedores.
Esto de ser descendientes de franquistas y
republicanos podría crear una mezcla complicada de miedo, culpa, silencio,
negación, etc. Nada de esto se ha estudiado en el Estado español aunque se
necesita urgentemente para entendernos mejor.
Hay una psicóloga argentina, Ferrer y Ferrer, que
ha estudiado a los hijos de los generales de la dictadura y da mucha
información sobre lo enfermos que están mentalmente esos hijos.
Podemos leer las investigaciones en otros países
sobre este tema e intentar extrapolar al Estado español, pero creo que
necesitamos nuestras propias investigaciones.
Al hacer historia de lo ocurrido, avanzado un
poco, hablas de las Brigadas internacionales. ¿Qué significado tienen para ti
los brigadistas?
Tengo mucha admiración por los brigadistas. El
pensar que hubo personas de otros países, que ni hablaban castellano, que no
conocían España, que a lo mejor tenían vidas cómodas, que lo dejaron todo
para venir a ayudar, hasta dar sus vidas… eso sí que es solidaridad sin
fronteras. Es emocionante el saber que hubo gente tan generosa.
¿Cuántos estaríamos dispuestos a ir a Gaza ahora
a ayudar a los palestinos?
Pocos, muy pocos. ¿Por qué crees que Francia e
Inglaterra se negaron a apoyar al gobierno democrático y legítimo de la II
República?
Siempre es lo mismo: por razones económicas y
políticas. Para no ir en contra los deseos de los EEUU.
Dices que la expresión “guerra civil española” no
es la mejor para expresar lo ocurrido. ¿Cuál sería la mejor entonces?
Es que en realidad fue un largo golpe de estado.
No sé muy bien qué expresión sería la mejor pero habría que hacer una que
reflejara más la realidad que ocurrió.
Comentas que, acabada la guerra, el número de
presos en las cárceles y campos de trabajo en España era el mismo, per
capita, que en Alemania. ¿No exageras?
A mí también me sorprendió mucho el enterarme de
eso. Pero me tienes que disculpar porque no encuentro el libro en el que lo
leí. Pensaba que lo había puesto como nota al pie de página en el libro pero
veo que no. Mis disculpas.
Nada que disculpar. Citas un libro del que ya has
hablado antes, Radical Justice, de Luis Martín-Cabrera. ¿Por qué
te ha impresionado tanto?
Martín-Cabrera tiene una capacidad de análisis
remarcable desde una visión política, cultural, social y
psicoanalítica. Radical Justice es un libro con una gran
riqueza en el que se mira a fondo el Estado español, Argentina y Chile, tres
sociedades posdictadura. Luis tiene un gran bagaje teórico del cual se puede
aprender mucho.
Coincidimos en ello. ¿Por qué crees que la
Iglesia católica apoyó tanto al régimen español y durante tantos años?
Porque las políticas e ideas republicanas eran
contrarias a todo lo represivo de la Iglesia católica. Pero, ¡qué poco ha
cambiado! Mira a Gallardón, su ley anti-aborto y la postura de la Iglesia
católica ahora. Y en la declaración de la renta, sigue habiendo una casilla
para la Iglesia. Para la católica, claro. Pero si uno quiere dar a su
mezquita…
Hablas también de los hijos robados durante el
franquismo. ¿Quiénes organizaron el robo? ¿Quiénes colaboraron en él? ¿Se
sabe todo lo que se puede saber sobre ello?
Parece que hubo dos razones que a veces se
juntaban. Se robaban niños de republicanas para “hacerles” cristianos y de
derechas, entregándoles a familias de derechas. Y también para venderlos para
sacar beneficio. Por lo que he leído, colaboraron la Iglesia católica,
médicos, enfermeras, abogados y familias de derechas. Creo que se sabe aún
muy poco. Se está empezando a destapar todo esto y es indignante que tengan
que ser los propios hijos robados, que ahora son adultos, los que tienen que
hacer esta investigación. Debería ser el gobierno.
¿Qué mitos, en tu opinión, dieron cobertura a la
Inmaculada e inmodélica Transición (uso expresiones de Jorge Riechmann y
Vicenç Navarro)? ¿Siguen vigentes?
El mito principal es lo que aún cree mucha gente:
que el silencio y el pasar página es lo mejor para el futuro. Otro mito es
que es peligroso el hablar de lo que ocurrió y el hacer justicia.
Estas creencias siguen vigentes hoy en día, no
solo entre los poderosos. Yo creo que la mayoría de los ciudadanos creen que
es mejor olvidar. ¡Y así estamos!
Y uno de los mitos sobre la Transición que más me
molesta es el que dice que se hizo por unos cuantos señores sabios de la mano
del Rey. Toda la gente que luchó para acabar con la dictadura no aparece en
la narrativa sobre la Transición.
Recomiendo el libro de Guillem Martínez sobre la
Cultura de la Transición, o CT. Guillem y otros autores analizan cómo la
cultura de la transición sigue vigente.
Recomendado queda. ¿Qué pasó en tu opinión el
23-F?
No sé si nadie sabe exactamente qué pasó. Yo no
sé más de lo que se ha dicho ya en las numerosas teorías. Pero para mí, desde
la psicología política, lo importante es el impacto retraumatizante que tuvo.
Fue como una “regañina” de Franco desde su tumba. Creo que retraumatizó, hizo
que viejos miedos se removieran en la población. Lo cual puso en evidencia
que la idea de la Transición de cerrar heridas sin limpiar, no es buena idea.
Te pido un comentario de texto: “No se puede
desconectar la memoria del tema del poder”. Me explicas esta reflexión de
Luis Martín-Cabrera.
Supongo que Luis se refiere a que los poderosos
quieren reescribir la historia para sus propios intereses políticos, intentan
que la memoria de la gente no salga. En los países que han hecho procesos de
verdad y reparación, las historias de la gente han nombrado a los victimarios
y eso, los que están en el poder en el Estado español, no quieren que ocurra.
¿Por qué no te gusta la ley de memoria histórica?
¿Se aprobó, como dices, a cambio de olvidar la memoria compartida? ¿Qué
memoria es esa?
La memoria compartida es la que deberíamos hacer
todo el Estado español: hablar de lo que ocurrió, hacer comisiones de verdad
y reconciliación. Poder hacer juicios contra los victimarios. Que el estado
se ocupara de los desaparecidos y que todos supiéramos de ellos y sus
historias.
Pero la Ley de Memoria Histórica no facilita nada
de eso. Fue un gesto político y punto.
Los foros y asociaciones de memoria históricas no
deberían tener que hacer todo lo que hacen. Toda la sociedad con leyes y con
todos sus recursos deberían estar haciendo justicia y recuperando la memoria
histórica.
La última: ¿qué opinas de la querella iniciada en
Argentina contra los crímenes del franquismo? ¿Prosperará?
Por un lado me parece genial que se esté llevando
a cabo la querella argentina. Pero al mismo tiempo me parece una vergüenza
que no se pueda hacer aquí. ¡Qué mal estamos para que no se pueda hacer aquí!
Espero que prospere pero eso va a depender de todos nosotros, de estar al
tanto, de hablar y escribir sobre todo esto. Y de salir a la calle.
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Empiezas el capítulo IV –“La transmisión
generacional a través de tres generaciones”- con dos citas. La primera: “El
tiempo es como un acordeón”. ¿Nos explicas la metáfora?
CV: Cuando no se ha integrado la memoria histórica
en la sociedad, cuando no hemos elaborado el trauma transgeneracional de la
violencia política del pasado, en este caso del siglo XX, eventos del pasado
irrumpen en el presente como si fuera una acordeón o como cuando se estira de
un elástico y luego se suelta. Bang! De repente el pasado está aquí. Por
ejemplo: un político de derechas insulta a las víctimas del franquismo (como
está ocurriendo demasiado a menudo ahora) y a todos se nos remueve sentimientos
muy profundos. Es como si la guerra civil aún la tuviéramos aquí.
¿Crees realmente que el tiempo pasado en España
desde 1975 ha sido solo un tiempo de grandes manipulaciones políticas y
culturales? Hablas de tiempo de despiste generalizado, impunidad y olvido. ¿No
es bueno a veces olvidar?
CV: “Solo”, no. Pero mucho.
Sería genial poder olvidar tantas cosas, ¿no? Pero
eso sería matar por segunda vez a nuestros abuelos.
Y para nuestra salud mental y social es peor
intentar olvidar. Cuanto más intentamos olvidar, más grande se hace ese
recuerdo, nuestro o heredado.
Hablas de duelos elaborados. ¿Qué es un duelo
elaborado? ¿Cómo se puede elaborar un duelo?
CV: Elena Álvarez Girón lo explica muy bien en el
último capítulo del libro. Elaborar un duelo implica un proceso que no se puede
acelerar, que hay que vivir expresando con palabras y emociones la pérdida para
poco a poco dejar paso a otras emociones y vivencias.
Sostienes que la tercera generación no puede dejar
pasar la dañina herencia a la cuarta generación y que no podría hacerlo aunque
quisiera. ¿Por qué no es posible?
CV: Las numerosas investigaciones y los teóricos
explican que la acumulación del inconsciente durante dos generaciones hace que,
en la tercera, “explote” todo ese material y salga de maneras, en general, no
muy sanas. Sí hay algo de transmisión a la cuarta generación, pero esto es algo
que se está investigando.
Sería estupendo que se investigara en el Estado
español. Ya que no hemos elaborado el trauma transgeneracional durante tres
generaciones, bueno, aún no, aunque yo tengo esperanzas de que lo hagamos algún
día, se podría investigar cómo está la generación de nuestros hijos.
Hablas también de un inconsciente acumulado de los
abuelos y padres que irrumpe en la tercera generación sin que ésta lo sepa o
quiera. ¿Y esa ley-norma actúa inexorablemente?
CV: Nada es total. Nada es totalmente inevitable. Pero
sí, las investigaciones demuestran que el inconsciente acumulado irrumpe en la
tercera generación sin que ésta lo sepa o quiera. Pero ocurre menos en las
sociedades y grupos grandes en los que se ha hecho un trabajo de elaboración.
¿Quién es Vamik Volkan?
CV: Es un psiquiatra y psicoanalista chipriota. Sus
largos años de formación, trabajo y docencia, le han llevado a su profesión de
psiquiatra político psicoanalista. A parte de su trabajo clínico y teórico
sobre la transmisión generacional de la violencia política, ha llevado a cabo
tareas en negociaciones internacionales entre grupos grandes enfrentados. La
Fundación Vasca para la Investigación en Salud Mental acaba de publicar su
libro en castellano, Psicología de las sociedades en conflicto:
diplomacia, relaciones internacionales y psicoanálisis. Libro de consulta sobre
la psicología de los grupos grandes. El libro está traducido por el
psicólogo catalán J.M. Sunyer de la Universidad Autónoma de Barcelona que ha
colaborado mucho con Volkan.
Volkan ha sido candidato al Premio Nobel de la Paz
cuatro veces y ha publicado extensivamente, libros, artículos. También ha dado
conferencias en Catalunya y Euskadi.
Los casos de violencia política que citas y que han
sido investigados por él, ¿no son muy heterogéneos?
CV: En realidad, las sociedades, los grupos grandes
y los seres humanos, nos parecemos mucho. A mí, de los escritos de Volkan, los
que más me han enseñado han sido lo que ha investigado y escrito sobre un grupo
de psicoanalistas alemanes y también sus investigaciones y escritos sobre su
Chipre natal.
De nuevo ilustras con una cita: “Cada catástrofe en
el orden social provoca una pérdida de la confianza.” ¿De la confianza en qué?
CV: Intento imaginarme cómo sería vivir en el
Estado español en los años 1930. De repente hay un golpe de estado (o no tan de
repente, pero muchas personas lo percibieron así) y todo lo que siguió. Creo
que yo perdería la confianza en muchas cosas, ideas, estructuras sociales,
personas.
Ahora, la catástrofe social que estamos viviendo
con la crueldad del neoliberalismo, a mí me ha quitado confianza en la
capacidad de la izquierda. Claro que me ha aumentado la confianza en los
jóvenes y sus nuevas maneras de organizarse, su espíritu anti-autoritario y
creativo.
¿Por qué es un tema específico a la segunda
generación la de los niños y niñas que nacieron después de un hijo muerto?
CV: La mortalidad infantil en la posguerra fue muy
alta por razones sociosanitarias. Eso marcó a la generación de nuestros padres,
a la segunda generación. Desde entonces, la mortalidad infantil fue
disminuyendo y ahora no es un problema en el Estado español. La generación de
nuestros abuelos, perdieron muchos niños. Y luego, muchas parejas tuvieron
otros niños.
En esos nuevos hijos se depositaron muchas
expectativas (algunos hasta se les dio el mismo nombre que tenía el niño muerto
anteriormente) y nacieron en una situación de duelo. Eso se ha estudiado mucho
y tiene repercusiones específicas sobre los niños.
Afirmas que la comunicación no verbal tiene más
fuerza que la verbal. ¿Siempre? ¿Por qué?
CV: “Siempre” y “nunca” son palabras en las cuales
buscamos seguridad. Son conceptos totales que muestran lo que hemos heredado
del miedo de nuestros antepasados recientes. Son palabras al centro de nuestro
trauma de la violencia política heredado. Nada es “siempre” y nada es “nunca”,
pero en el Estado español utilizamos mucho esas palabras buscando seguridad,
seguridad imposible de hallar porque somos humanos en toda su complejidad.
Es ese blanco/negro de los diálogos fracasados. Nos
da miedo el espacio entre lo negro y lo blanco, entre el “siempre” y “nada”.
El miedo que hemos heredado hace que queramos
alejarnos de lo emocional. Pero, en realidad, ese miedo, ese pánico, no es
nuestro. Se nos ha transmitido y no nos damos cuenta. A eso que tenemos miedo
ya ocurrió, fue horrible.
Pero vivimos ahora con la intensidad de ese miedo y
lo trasladamos para no indagar en la psicogenealogía de nuestras familias, en
las historias de nuestros grupos grandes. Si no indago, ¿siempre estaré bien y
nunca me sentiré confusa, angustiada, naufraga? Pues no. La vida no es
seguridad.
Como dijo alguien: “El que sacrifica la libertad
por la seguridad, no tendrá ni uno ni lo otro”.
Ha llegado el tiempo de los valientes, de empezar a
dejar esa falsa seguridad de los “nunca” y “siempre”, de los totalismos. Ahora
necesitamos acercarnos a nuestros malestares que están entre medio, conocerlos,
compartirlos con otros a través de la palabra.
No hay garantías. Esto es la vida: incómoda,
sorprendente, jodidamente maravillosa y maravillosamente jodida.
Y no estamos solos. Somos millones. Compartiendo a
través de la palabra encontraremos alivio y apoyo. Juntos podemos dar pasos
para elaborar ese miedo que arrastramos. Somos muchos.
Pero, disculpa por este paréntesis: tu pregunta era
sobre la fuerza de lo no verbal. Digamos que en una competición entre lo verbal
y lo no verbal, gana lo no verbal. Por ejemplo: alguien entra aquí muy enfadado
y le preguntamos que cómo está y contesta “bien, fantástico”. Pues creo que nos
quedaríamos con lo no verbal. Es lo que llega al corazón, es lo que impacta. Y
más en niños pequeños.
Repetición de viejas batallas viscerales. ¿Es
siempre así? ¿A qué batallas viscerales haces referencia?
CV: Sobre la palabra “siempre”, me remito a lo que
acabo de decir. ¿Las viejas batallas viscerales? Son la reproducción de lo
emocional sin haberlo elaborado, ese blanco y negro, ese “y tú más”, es “porque
te lo digo yo”, el necesitar siempre tener la razón.
Retorno de lo reprimido. ¿Cómo retorna? ¿Siempre y
en cualquier caso?
CV: Una vez más, sobre lo no-real de la palabra
“siempre” y su utilización, ya lo explico anteriormente. Sobre el retorno de lo
reprimido: es lo que suelta el inconsciente cuando menos nos lo esperamos. Son
emociones, palabras, comportamientos repetitivos que no están controlados por
la razón.
¿Quiénes son N. Abraham y María Torok? ¿Cuáles son
sus principales aportaciones en este campo?
CV: Abraham y Torok eran dos psicoanalistas
franceses de origen húngaro, formados también en filosofía. Su trabajo más
importante fue el libro La corteza y el núcleo. No son fáciles de
leer pero básicamente dicen que cuando un ser humano vive un trauma fuerte, le
desborda la mente y crea una “cripta” en la que se esconde el trauma. Esa
“cripta” se transmite. Bueno, esto es en resumen.
Pienso en una barbarie de las dimensiones del
nazismo. ¿Cómo es posible que pueda aflorar la totalidad de una verdad trágica
de esas dimensiones? ¿No rompería la sociedad en mil pedazos? ¿No sería
necesario un poco de ocultamiento cuanto menos?
CV: No aflora en su totalidad. ¡Todo es mucho!
Salen fragmentos. No tenemos que preocuparnos porque el pasado “aflore en su
totalidad”. Nosotros con nuestros miedos y los poderosos con sus políticas del
olvido hacen que sea muy difícil que aflore un poco.
*Fuente: Entrevista
tomada de la revista digital Rebelión,
y publicada entre el 13 de mayo y el 21 de junio del año en curso. (Nota del
Comité de Redacción)
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