Propuesta de
Cambio de la Materia Literatura en el Sistema Educativo Peruano
Julio Carmona
“Donde está
y donde importa la literatura es en esa habitación cerrada donde un hombre
escribe a solas a altas horas de la noche, en el dormitorio de un niño que se
desvela leyendo a Emilio Salgari, en el aula de un Instituto donde un profesor,
sin más ayuda que su entusiasmo y su coraje, le transmite a uno solo de sus
alumnos el amor a los libros.”
Antonio Muñoz
Molina
III.1 Prolegómenos
a la propuesta
En la formación de las habilidades de lectura y
escritura comunes, tan ligadas a la enseñanza de la lengua (y en los últimos
tiempos de la comunicación), la literatura también presta su concurso, pero no
porque esa sea su función principal, esencial o prioritaria. Esta es
–repetimos– función básica del curso de Lengua, el mismo que para cumplirla
atribuye especial importancia al contenido, en tanto como
comunicación lingüística no puede prescindir de la función referencial, función
ésta que es irrelevante cuando se trata de educar literariamente. Sobre el
particular, dice el semiólogo italiano Umberto Eco:
Aunque se
admita que los signos no denotan directamente los objetos reales, la
circunstancia se presenta como el conjunto de la realidad que condiciona la
selección de códigos y subcódigos ligando la descodificación con su propia
presencia. De esta manera, el proceso de la comunicación, aunque no indique
referentes, parece desarrollarse en el
referente.[1]
El referente sólo sirve de trampolín para introducirse
en la alberca de la literatura, una vez en ésta, el referente se vuelve
nebuloso e “irreconocible”. Si en la enseñanza escolar se da valor a los
resúmenes del contenido, esto tiene justificación por razones pedagógicas, y
porque la literatura se “enseña” junto con la Lengua; pero, si se trata de ver
a la literatura como una disciplina autónoma, como formadora de una cultura
literaria o de la sensibilidad estética, esa incidencia en los contenidos, debe
ser considerada como algo insignificante o de muy poco interés (desde el punto
de vista estrictamente literario y/o artístico). Un teórico de la literatura
–Wolfgang KAYSER– dice que: “En la concentración y unilateralidad necesarias
para [obtener un resumen de una obra literaria] reside el valor pedagógico de
las narraciones de contenido, tan usuales en la enseñanza, mientras que para la
educación artística, como ya hemos visto, su
valor es reducido.” Por su
parte, un teórico
de la Educación –Giovanni GOZZER– dice que “La
educación literaria es una forma original, típica y autónoma de educación, no
un subproducto, y debe encontrar dentro de sí misma los elementos didácticos
que la caracterizan.”
Planteada así la autonomía de la literatura (como
disciplina artística y como disciplina pedagógica) es un despropósito el hecho
de que durante tantas décadas se la haya mantenido en la escuela “a remolque de
la lengua” y que en los últimos años se la pretenda diluir en el área genérica
de la “Comunicación integral”. Al
parecer con el objetivo de reducir la presencia de materias que, aparentemente,
son complementarias y hasta intercambiables. Empero, esa supuesta “buena
intención” no se adecua al caso de la literatura, por razones que ya hemos
tenido oportunidad de destacar en los capítulos precedentes, y por otras que
son materia de éste. Por supuesto, entendemos que en un sistema educativo
moderno la tendencia debe ser a reducir la elefantiasis tradicional en la
programación de asignaturas. Es decir, no somos contrarios a la integración o
la articulación. Pero éstas deben responder a criterios de coherencia, realismo
y significatividad, en concordancia con la racionalidad de los objetivos
pedagógicos. No se trata de hacer –en nombre de la tan voceada integración
académica o de la articulación curricular– una mezcolanza de materias que
tienen tanto que ver entre sí como pudieran tenerlo con todas las demás. Y si
se trata de articular los diferentes niveles de la educación, que se haga
considerando la función que cumplen en el objetivo esencial que reclaman las
concepciones pedagógicas modernas: que se enseñe al alumno a aprender. Lo cual
está relacionado directamente con la lectura informativa, que es atributo
ínsito de la lengua y de la comunicación genérica, mas no de la literatura que
desenvuelve su acción en el nivel connotativo, descubriendo significados que
van más allá de la lectura informativa, y que se mueve en el nivel denotativo.
Mientras que la lengua actúa en el plano de la lectura comprensiva que reduce
su incisión en el nivel denotativo, epidérmico del significado inmediato
(función que comparte con la comunicación genérica). La literatura incide en el
desarrollo de una lectura de profundidad y contribuye a despertar o afinar el
sentido crítico del lector. Esto hace que se desarrolle un tipo de lectura con
un radio de acción mucho más amplio, y de ahí la importancia de su aporte en la
preparación propedéutica de aprender a aprender, cumpliendo de manera muy
especial el rol de apoyo a la lengua que debe asignarse a todas las asignaturas.
Pero lo que ha ocurrido en los últimos años (reflejado
en el Diseño Curricular Nacional de 2005) desdice ese supuesto objetivo
reduccionista, puesto que los diseños curriculares de Primaria y Secundaria del
año 2005 han aumentado respecto de sus antecesores en la cantidad de dos áreas
en Primaria, y una en Secundaria. Presentándose, además, una situación
irrazonable en el caso del área de “Educación religiosa” (que sigue
contradiciendo ese supuesto objetivo reduccionista), porque la religión no
aporta nada a la consecución del objetivo relevado supra: que el alumno aprenda
a aprender. Es más, desde la perspectiva eminentemente pedagógica se podría
admitir su presencia pero integrada a un área de educación cívica (que, dígase
de paso no existe) o de axiología (destacando su existencia como “valor
religioso”), y desde una perspectiva genérica de la religión y no en relación
con el sentido confesional de una religión en particular, como es el caso, de
la Católica. Pero vemos que hay otras incongruencias en relación con esta área
de Educación Religiosa. Porque, iniciándose su presencia recién en Primaria y
no figurando en Inicial, se percibe –en principio– que hay ya una ruptura
respecto de la esgrimida articulación. No obstante, lo que hace más
incongruente la presencia de la educación religiosa es la manera cómo está planteada
en los fundamentos de las áreas respectivas, pues no se hace en un sentido
general: la religión como “dimensión humana”, digamos, que incluiría a todas
las confesiones, congregaciones, sectas o iglesias habidas y por haber, sino
que se parcializa con la religión cristiana, pues dice: “El área de Educación
Religiosa en el nivel de Educación Primaria pretende dar a conocer a los niños
y niñas del Perú, las principales verdades de la fe cristiana”, y la misma
prescripción se hace para el nivel de Secundaria, leamos: “La Educación
Religiosa aporta a los estudiantes elementos para continuar formando su propia
conciencia moral, fundamentando su fe sobre la Revelación de Dios en la
Historia y en las Enseñanzas del Magisterio de la Iglesia, preparándolo para la
vivencia de los valores cristianos.” De esa manera se ha entrado en flagrante
contradicción con el Artículo 14º de la Constitución Política de 1993, vigente,
que, en la parte final de su tercer párrafo, dice: “la educación religiosa se imparte con respeto a la libertad de las
conciencias”, lo cual está en concordancia con el Artículo 2º, inciso 3,
que da a toda persona el derecho “A la libertad de conciencia y de religión en
forma individual o asociada”. Incluso si se ve el Artículo 50º, que “reconoce a
la Iglesia Católica como elemento importante en la formación histórica,
cultural y moral del Perú, y le presta su
colaboración”, debe entenderse que lo hace en su calidad institucional, es
decir, como organización social, pero no está avalando su intervención en la
educación, pues no sólo estaría desautorizando al artículo específico (14º,
visto arriba), sino que el último párrafo del mismo Artículo 50º aclara el
panorama, y que, en concordancia con el Artículo 14º, dice: “El Estado respeta otras
confesiones y puede establecer formas de colaboración con ellas”. Es decir que
las otras confesiones se ven desplazadas por la confesión católica en el Diseño
Curricular Nacional.
III.2 La literatura debe
ubicarse en un ámbito propio, independiente de la comunicación
Cuando Ferdinand de SAUSSURE, en las primeras décadas
del siglo XX, planteó que el objeto de la lingüística era el
estudio de la lengua y no del lenguaje, partía del criterio saludable
de hacer que cada objeto de estudio cuente con su propia disciplina que lo
aborde. Para SAUSSURE el lenguaje
abarca todos los medios que usa el hombre para comunicarse. Por lo tanto, si se
continuaba señalando que la lingüística “estudiaba el lenguaje” se corría el
riesgo de cometer un exceso rayano en la falacia. Es en tal sentido que sugiere
la formación de una ciencia que se encargue del estudio de “todos esos medios (signos) usados por el hombre para
comunicarse”. Y él mismo la bautizó con el nombre de semiología.[2]
No se pierda de vista el hecho palmario de que la
Lingüística (o ciencia que estudia a uno de esos medios –o signos arriba
aludidos– que es la lengua) se ubica dentro de la Semiología como “ciencia
matriz”. El mismo SAUSSURE decía que “La lingüística
no es más que una parte de esta ciencia general” y agregaba que “si por vez
primera hemos podido asignar a la lingüística un puesto entre las ciencias es
por haberla incluido en la semiología.” SAUSSURE no dejaba de propugnar para ella la autonomía
que le era propia y que se le negaba porque –decía el maestro ginebrino– “hasta
ahora, casi siempre se la ha encarado en función de otra cosa, desde otros
puntos de vista.” Es decir, se estudiaba a la lingüística considerándola como
subalterna de la sociología, de la psicología, la fisiología, etc. Desde la
perspectiva saussureana, “Las leyes que
la semiología descubra serán aplicables a la lingüística”, mas no por eso ésta
dejará de ser autónoma.
Y, con absoluta pertinencia, se debe admitir que ese
razonamiento es válido para cualquier otra disciplina que, teniendo su propio
objeto de estudio, se respete y exija abocarse a su especificidad, aunque
exista una ciencia más amplia ‘cuyas leyes
también le puedan ser aplicadas’.
Y este último es el caso de la comunicación que, en tanto, se ha visto
intervenir en casi todas las esferas del accionar humano, pretende [o se
pretende hacerla] ejercer un dominio “castrante” sobre todos los campos del saber y de la cultura. A nadie que esté ligado
con la problemática educativa le será difícil constatar esa intromisión de la
comunicación en los fueros educativos. Y no se trata de desterrar a la
comunicación de la pedagogía. Todo lo contrario. Se trata de evitar que sus
relaciones interdisciplinarias se tornen discriminantes. Lo que está en
consonancia con la tendencia de los últimos años a conceptualizar la educación
en su acepción integradora. Pero esta decisión no pasará de ser una propuesta
declarativa, si se sigue ignorando que integración no es mezcolanza. Debe
evitarse caer en la tentación de asumir una característica genérica común a dos
o más disciplinas como elemento unificador de las mismas, como ha ocurrido –por
poner un caso– con la generalización de la acepción de arte (en el sentido de
técnica) para adosárselo a cualquier otra actividad que también evidenciara un
cierto cuidado en su realización técnica (arte culinario, arte de la guerra,
arte adivinatorio, arte de la jardinería, y hasta arte del disimulo, etc.). Y
en esta confusión se ha incurrido al momento de “integrar” en el ámbito de la
llamada “comunicación integral”, precisamente, a disciplinas diferentes como son: la lengua y la
literatura, como es el caso del curriculum
de primaria, sólo porque se las ve interrelacionadas por el fundamento
comunicacional que las subyace. En la fundamentación del área de Comunicación
integral de Primaria leemos lo siguiente: “Los niños deben tener la oportunidad
de interactuar con diversos tipos de textos, además de los literarios…” (Diseño
Curricular Nacional, 2005, p. 116). Si
se siguiese ese razonamiento, pues, no quedaría ninguna materia o asignatura
sin integrarse a esa área “imperialista” en que se está convirtiendo a la
comunicación. El calificativo de ‘imperialista’ aplicado a la comunicación lo
estamos asimilando de Umberto ECO, quien dice que “Un objeto, según su valor de
cambio, se puede convertir en el
significante de otros objetos. Y –agrega– conste que quien se permite
llegar a esta conclusión no es en modo alguno un partidario del imperialismo semiótico (ni de la
tentación idealista de la semiótica), sino un pensador materialista: Marx.”[3]
Respecto a esa “tentación idealista” aludida
por ECO, él mismo ha dicho, páginas antes, que ella sugiere esta fórmula: ‘la
cultura es comunicación’, y explica:
“Esta formulación contiene todos los peligros del idealismo.” Y podemos reclamar, también, con Pedro HENRÍQUEZ
Ureña: “¡Nunca la uniformidad, ideal de imperialismos estériles; sí la unidad,
como armonía de las multánimes voces de los pueblos!” Por su parte, Georges MOUNIN –manejando también el
término– dice que la “primacía del funcionalismo no es un imperialismo
ideológico.” Otro autor que usa el
término “imperialismo” en la acepción que le asignamos aquí, de pretender abarcar
de manera desaforada espacios que exceden a su ámbito propio, es don José
ORTEGA y Gasset, quien dice que “... la edad burguesa se honra ante todo por el
triunfo del industrialismo y, en general, de las técnicas útiles a la vida,
como son la medicina, la economía, la administración. La física cobró un
prestigio sin par porque de ella emanaba la máquina y la medicina. Las masas
medias se interesaron en ella no por curiosidad intelectual, sino por interés
material. En tal atmósfera se produjo lo que pudiéramos llamar el ‘imperialismo de la física’.” (Negrita nuestra). Y agrega don José ORTEGA y Gasset: “Con Cantor se
amplió la ciencia matemática extendiendo fabulosamente su campo, en atropellado imperialismo muy siglo XIX.”
(Cursiva nuestra). Pero, volviendo al campo específico de la comunicación y
siempre sobre su carácter abarcador, señala Felipe PARDINAS que todas las
disciplinas que estudian la conducta
humana pueden ser vistas:
como casos particulares de una teoría general de la
comunicación humana, la cual a su vez sería un caso particular de la
comunicación entre los organismos y si en el mundo orgánico puede hablarse
también de algún tipo de comunicación, es posible que exista una teoría general
de las conductas biológicas, que tenga como esquema o modelo general la
comunicación, la transmisión de mensajes.
Con la comunicación se está haciendo lo que ya en
otras épocas –largamente superadas– se intentó hacer con la filosofía o la sociología,
a las cuales se pretendía reducir todo el saber humano. En un trabajo sobre el
estudioso argentino de la literatura, don Juan María GUTIÉRREZ, se hace alusión
a un programa de filosofía de 1830, mediante el cual –leemos– “se aprecia hasta
qué punto la enseñanza de la filosofía en esos momentos aparecía mezclada con
la de otras disciplinas”.[4]
Por otro lado, el sociólogo norteamericano Peter BERGER dice que “Augusto
Comte, el filósofo francés de principios del siglo XIX que inventó el nombre de
la disciplina, pensaba que la sociología era la doctrina del progreso, una
sucesora secularizada de la teología como la maestra de las ciencias. Según
este punto de vista, el sociólogo desempeña el papel de árbitro de todas la ramas del saber para bienestar del
ser humano.” Desde luego, si se observa bien, aparentemente “todo es
comunicación”, las ciencias mismas (naturales y sociales) lo serían. En última
instancia no harían sino establecer las relaciones de comunicación que hay
entre el hombre y la naturaleza o la sociedad. Como dice Horacio GUAJARDO:
“Mejor lanzamos una pregunta: ¿Qué ciencia no tiene relación con las palabras,
por lo menos con los signos?”. Y la pregunta es válida. Mas no por eso la
respuesta debe orientarse a incluir a todas las ciencias en una sola área de
“comunicación integral”. Puede decirse incluso que todas las ciencias, en
última instancia, tienen como objetivo el estudio del hombre, y todas también,
a final de cuentas, comunican ese estudio. “Algún día –decía Marx– las ciencias
naturales se ocuparán de la ciencia del hombre, al igual que la ciencia del
hombre se ocupará de las ciencias naturales: no habrá más que una ciencia.”[5]
Pero mientras no ocurre esto, debe hacerse la diferenciación entre una y otra
ciencias. La filosofía y la psicología –por ejemplo– se aproximan al estudio
interior del hombre, pero –dice Felipe OLÓRTEGUI– “no basta que ambos, el
filósofo y el psicólogo, se interesen en tratar de ingresar al mundo interior
del hombre para decir que existe semejanza entre ellos.”
Del mismo modo es como se ha llegado a pensar en la
comunicación como unificadora de todas las disciplinas que relacionan a los
seres humanos. Sin embargo, si bien es verdad la comunicación está en la base
del accionar humano, no por eso se debe pensar a toda disciplina como puramente
comunicacional. Por ejemplo, es evidente que la lengua –como factor anejo a la
educación– está íntimamente relacionada con la literatura, por el vínculo
ineludible que es la palabra, mas no por eso debemos considerarlas –en la
enseñanza, cuando no lo son fuera de ella– como
dos materias indiferenciadas, unívocas, cuyas esencias puedan ser
intercambiables (aunque así lo tengan establecido los sistemas educativos
europeo y norteamericano) y sólo porque en su conformación básica están
presentes los elementos constitutivos de la comunicación: emisor, mensaje y
receptor.
Debido a la
tecnología –dice L. CRAIG–, las comunicaciones han llegado a significar mucho
más que las artes literarias. (...) comenzando por la lectura y llegando a los
cursos universalmente obligatorios de inglés, la materia se ha adueñado de una
proporción sin paralelo del total del tiempo y los recursos de la escuela.
Y el mismo CRAIG agrega lo siguiente: “En el resto de
este texto hemos identificado la literatura especialmente con el currículo de
comunicación”. Y, más adelante, dice que “Sacar a la literatura de las
comunicaciones, su custodio de larga
data (¿), privaría al campo de su mejor esperanza de reforma”, frase que es
de por sí contradictoria, máxime si –de manera exagerada– afirma que “la
literatura propiamente dicha atraviesa todas las fronteras y encuentra su
inspiración en cualquier disciplina del conocimiento que tenga la fuerza
suficiente como para despertar la imaginación.” Este panorama, así descrito,
más bien estaría indicando que la comunicación debería figurar dentro de la
materia literatura, y no al revés; pero esto puede ser válido si la expresión
“literatura propiamente dicha” se refiriese a la “literatura como creación” y
considerando el sentido que se le atribuye a ésta: que bebe de todas las
fuentes; pero no lo es si nos circunscribimos a la literatura como “materia
pedagógica” que no sólo no tiene nexos con ninguna otra disciplina del
currículo (por más imaginativa que se
auto aprecie), y que cuando los tiene
–como ocurre con la lengua y la comunicación– resulta siendo apabullada o
reducida a su mínima expresión, cuando no maltratada por supuestos
“especialistas” generales: duchos en “comunicación, lengua y literatura”. “El matrimonio entre lengua y literatura (...)
pudiera resultar positivo si ambos elementos se refuerzan mutuamente, pero
pudiera ser nefasto si uno de ellos se sobrepone al otro, lo devora, lo
aniquila. En ese caso, es preferible el divorcio.”[6]
Ver así las cosas, de manera indiferenciada, desde la
perspectiva de la educación, es estar cometiendo un abuso, con el solo pretexto
de hacer digerible, al menor tiempo posible, una “mezcolanza” de conocimientos
que, en realidad, son disímiles –aunque tengan ciertos nexos básicos en común.
No se trata de amalgamar materias partiendo de criterios cuantitativos o
epidérmicos, obnubilándose con los nexos comunes, prescindiendo de las
consideraciones de fondo. La integración de los cuerpos orgánicos tiene que
hacerse teniendo en cuenta no la superficie epidérmica –que puede ser
semejante– sino hurgando en sus entrañas, que siempre son internas. “Una tipología –dice Roman JAKOBSON– basada en
rasgos arbitrariamente seleccionados no puede dar resultados satisfactorios,
como no los daría una clasificación del reino animal que en lugar de la
división entre vertebrados e invertebrados, mamíferos, aves, etc., usara, por
ejemplo, el criterio del color de la piel, y según éste agrupara la raza blanca
humana con los cerdos de piel rosada.” A nadie, en medicina –ya que hemos
aludido a cuerpos orgánicos–, por el hecho de que el corazón y el hígado tienen
en común pertenecer a un mismo organismo, y por funcionar incluso en pro de ese
organismo, se le ocurrirá sacar la conclusión de que las funciones específicas
del corazón y del hígado sean las mismas como para estudiarlas juntas, como
aspectos de una sola especialidad médica. Creemos que hay una gran distancia entre un especialista del
hígado y otro del corazón. Al menos cada quien se ocupa de su especialidad.
Zapatero a tus zapatos, que dice la sabiduría popular. Es este un aforismo
popular que se ve prestigiado por el siguiente razonamiento del filósofo HEGEL,
quien se quejaba de que a su especialidad –la filosofía– se le negaba
autonomía: “Todos admiten que para conocer cualquier otra ciencia hay que
haberla estudiado primero, y que sólo se puede pretender expresar un juicio al
respecto en virtud a ese conocimiento. Todos admiten que para hacer un zapato
hay que aprender y practicar el oficio de zapatero... Sólo para la filosofía
parece imaginarse que esos estudios,
cuidados y aplicación no son en modo alguno necesarios.”[7]
Notas
[3] En efecto, Marx dice: “Como categoría, el
valor de cambio lleva consigo una existencia antediluviana, pues para la
conciencia el movimiento de las categorías aparece como el verdadero acto de
producción –que no recibe más que un impulso del exterior–, cuyo resultado es
el mundo, y esto es exacto porque la totalidad concreta, como totalidad de
pensamiento, como un concreto de pensamiento, es, en realidad, un producto del
pensar, del concebir.”
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