Cambios y Grietas en la Economía Mundial y
la Rivalidad Entre las Grandes Potencias.
Lo Que Está Pasando y Qué Consecuencias
Podría Traer*
(Primera
parte)
Raymond Lotta
I.
Introducción: El Sistema Mundial no Está en Reposo
Estados Unidos
sigue siendo la potencia dominante, aún hegemónica, en el mundo. Pero confronta
mayores presiones económicas y mayores necesidades estratégicas. Se operan
grandes transformaciones en el sistema imperialista mundial. De importancia
central son los cambios de la distribución del poder económico global y el
surgimiento de nacientes constelaciones de poder geopolítico y geoeconómico, o
sea, potenciales bloques de países con una mayor capacidad de desafiar al
dominio global estadounidense. China es un elemento altamente dinámico en esta
ecuación.
Estos
fenómenos compenetran con otras contradicciones y conflictos en el mundo, sobre
todo la ofensiva militar post 11-S del imperialismo estadounidense y sus
guerras en Irak y Afganistán, las dificultades con que se ha topado y las amenazas
militares contra Irán.
No
se reconocerá la importancia de los nuevos desafíos competitivos al
imperialismo estadounidense midiendo el grado en que se constituyen en una
“contra-hegemonía” contraria al imperialismo estadounidense en los frentes militar,
económico e institucional. En estos momentos, esos desafíos no encierran eso.
Si bien hay elementos emergentes de eso, no están concentrados en una sola
potencia.
En
la actual coyuntura, no hay nada que esté desafiando de cara al imperialismo
estadounidense en el frente militar ni que lo esté confrontando de una manera
importante. Pero la presencia de estos desafíos (y sus impulsores) quiere decir
que con mayor frecuencia el imperialismo estadounidense tiene que estar
cuidándose la espalda.
El
imperialismo estadounidense busca conservar y extender su supremacía en el
contexto de la erosión de su poder económico y una arquitectura financiera
mundial más frágil e inestable basada en el lugar privilegiado del dólar. Es
notable que todo eso esté ocurriendo en medio de un dinámico estado de
cambio del sistema mundial, en que están naciendo nuevos polos de
poder y se están ensanchando las grietas en la hegemonía global de Estados
Unidos.
El
colapso del bloque soviético socialimperialista en 1989-91 representó el cambio
más importante de las relaciones entre los imperialistas desde el fin de la II
Guerra Mundial. La formación de un marco geopolítico nuevo y más integrado para
la acumulación del capital contribuyó a la aceleración de una arrolladora ola
de globalización. Eso lo facilitaron las nuevas tecnologías, y se consolidó
bajo el proyecto neoliberal encabezado por Estados Unidos: la privatización de
las empresas paraestatales, la apertura de los mercados a capitales
extranjeros, la disminución de la reglamentación de las empresas y los recortes
de los programas sociales y prestaciones laborales.
Los
saltos de la industrialización del sector agrícola mundial y la integración
trasnacional de la producción y transporte de alimentos han acelerado la
destrucción de los sistemas tradicionales de producción agrícola en el campo
del tercer mundo. Todo eso ha impulsado un proceso de urbanización sin
precedente histórico centrado en el tercer mundo: el desplazamiento de la
población del campo a las ciudades, el desarrollo galopante de las ciudades
nuevas y antiguas. Por primera vez en la historia universal, más de la mitad de
la población del mundo vive en las ciudades; mil millón de personas viven en
los barrios pobres de las ciudades del tercer mundo y alrededor de ellos. Es,
como dijo acertadamente Mike Davis, un “planeta de ciudades miseria”2 .
Lo
que surgió, de manera inesperada, de la resolución específica de las
contradicciones concentradas en el colapso de la Unión Soviética, y de otros
factores, es un reaccionario fundamentalismo islámico trasnacional que sigue
siendo una fuerza ideológica y material real en el mundo.
“Apuntes
sobre economía política” y “Los grandes retos de la nueva situación”
(aparecidos en 2000 y 2002, respectivamente) contienen análisis de buena parte
de todo eso3 .
Hoy,
estos sucesos y los siguientes factores se compenetran y se influyen:
- El rápido ascenso económico y
proyección de poder de China en Asia oriental y central y otras regiones
estratégicas del tercer mundo.
- La consolidación de la Unión Europea
(UE) y su extensión hacia el centro y el oriente de Europa y la formación
de una zona monetaria cohesionada en torno al euro, factores que, juntos,
constituyen una desafío económico a la hegemonía del dólar estadounidense
y un embrionario marco de gobierno alternativo al orden imperial
encabezado por Estados Unidos.
- Un imperialismo ruso basado en
materias primas con mayor presencia que tiende sus tentáculos hacia Europa
occidental y la presiona, contrarresta las maniobras estadounidenses y
promueve sus propios intereses imperiales en el centro de Asia rico en
petróleo, con diversas clases de asociación estratégica con China en
vastas extensiones de Eurasia, que da ayuda de alta tecnología y armamento
avanzado a Irán, Venezuela y otros países semejantes.
- El surgimiento de nuevos centros
regionales de acumulación en el tercer mundo, un proceso bajo la dirección
del imperialismo impulsado por la extensión y la promoción de las
relaciones capitalistas de producción y las nuevas divisiones de trabajo
provenientes de un “capitalismo de redes” más integrado que abarca la
descentralización geográfica de los centros de producción, la
subcontratación y la tercerización; y que se ha basado en todo eso. Un
resultado importante de este proceso es que ciertos regímenes compradores
dependientes y subordinados ahora tienen más margen de maniobra, sobre todo
respecto al aumento del precio de energéticos y mercancías y las nuevas
constelaciones de poder geoeconómicas (como Rusia-China).
- El imperialismo estadounidense sigue
buscando amarrar un dominio global sin rival para décadas por venir sobre
la base de la militarización y la mayor financierización del frente
interno. Eso quiere decir el explosivo crecimiento del sector financiero
relativo al sector manufacturero y a la economía en general, y la
proliferación de instrumentos financieros especulativos y
desestabilizadores de acumulación de riqueza.
Estos fenómenos y
dos sucesos estrechamente relacionados se compenetran y se influyen. Primero, se
intensifica la competencia global por recursos, impulsada por la mayor
demanda de energéticos de las grandes potencias industriales, recursos que
están disminuyendo (tenga o no validez científica la idea del “petróleo pico”),
y por la rivalidad en torno al control de estos recursos. Segundo, las tensiones
ecológicas globales se están acercando a un punto de quiebre crítico, más
allá del cual es posible que la sociedad humana no pueda contrarrestar los
daños largoplacistas al clima y a los ecosistemas, a la vez que los efectos
cortoplacistas se vayan agravando. Las tensiones ambientales están afectando la
producción y los precios de los alimentos, el desplazamiento demográfico en
respuesta a los desastres naturales y la estabilidad social, tal como en
Somalia que ha padecido la combinación de la sequía y el menor rendimiento de
los cultivos, la invasión por Etiopía respaldada por Estados Unidos y la
desintegración de las instituciones y el caos urbano con la crisis humanitaria
resultante.
Se
están operando cambios geopolíticos y geoeconómicos en muchos diferentes
niveles, junto con los factores históricos específicos. Pero estos sucesos y
tendencias no se dan al azar. De fondo, detrás de estos cambios están la
naturaleza y la lógica del sistema capitalista: la compulsión a expandirse y
maximizar las ganancias a fin de tener ventajas competitivas; el crecimiento
anárquico y ciego y los horizontes cortoplacistas del capitalismo; y la tensión
inherente a un sistema en que la producción está altamente socializada y
entretejida en el mundo, con la actividad colectiva y entrelazada de miles de
millones de trabajadores asalariados, mientras que una pequeña clase
capitalista controla y utiliza en beneficio propio los medios de producir las
riquezas, las riquezas que se producen de manera social y los mismos
conocimientos.
II. Unos
Puntos Importantes Sobre la Nueva Geografía Económica de la Economía Mundial
Al fin de la II
Guerra Mundial, Estados Unidos tenía aproximadamente 50% del producto interno
bruto (PIB) mundial, y un porcentaje aún más grande de la capacidad industrial
mundial. Esto reflejó el resultado histórico específico de la II Guerra
Mundial: el ascenso a una posición dominante del imperialismo estadounidense y
la destrucción de buena parte de la capacidad productiva en los centros
imperial-industriales de Europa occidental y Japón.
Para
1960, el porcentaje estadounidense del PIB global había caído a 30%; hoy es
aproximadamente 21%. El relativo declive económico del imperialismo
estadounidense data de hace algunas décadas; los años 1968-71 son un punto de
viraje, caracterizado por el desafío europeo y el abandono del patrón
oro-dólar. El surgimiento de Japón como rival industrial-financiero e
importante exportador de capitales en los años 80 fue otra clase de punto de
viraje.
Pero
hay un factor hoy que tiene una magnitud y carácter inesperado aún más
sísmicos: el ascenso de China en la economía imperialista mundial. En 1976 en
China, el socialismo fue derrotado y se restauró el capitalismo, después de la
muerte de Mao Tsetung y la detención de “banda de los cuatro”.
La
frase “el ascenso de China” es a la vez descriptiva y analítica. China no es
una potencia imperialista, pero sí es una creciente y
competitiva potencia económica y geopolítica en el sistema imperialista
mundial.
El
mero tamaño de la economía rápidamente creciente de China; su lugar central en
el proceso de acumulación global, como recipiente del capital imperialista y
eje del sector manufacturero mundial; sus enormes ingresos por concepto de
exportaciones que han contribuido a que el banco central chino tenga las
mayores reservas de dólares fuera de Estados Unidos; su impacto regional en
Asia oriental y su alcance mundial (hacia África y Sudamérica, por ejemplo); y
su capacidad militar en rápida expansión: todos esos elementos tienen efectos
profundos en las relaciones económicas y geopolíticas del mundo. Y por razones
que hay que explorar más, la batuta de mando de un desafío basado en Asia
oriental al dominio estadounidense en la región parece haberse pasado de Japón
a China.
A) La nueva
geografía económica del planeta
La Tabla 1 mide un
importante elemento de la nueva geografía económica del planeta: el porcentaje
del producto interno bruto (PIB) global de distintos países. El PIB representa
en términos de dinero la producción de bienes y servicios de un país dado, en
un período dado, por lo común un año. Desde una perspectiva marxista, la medida
del PIB tiene fallas y está incompleta: oculta la realidad de la explotación,
la igualdad y la desigualdad, los costos ambientales de la producción, etc.
Pero
esta medida es útil para tener una idea del funcionamiento de la economía, la
distribución del poder económico en el mundo, cómo eso ha cambiado durante
ciertos períodos y cómo puede afectar la competencia y la rivalidad.
Estados
Unidos aún es la economía única más grande del sistema capitalista mundial.
Pero se está erosionando su supremacía. A comienzos de este milenio, China
eclipsó a Alemania como tercera economía del mundo. Ahora ha rebasado a Japón.
Y entre las cinco economías más grandes, el índice de crecimiento de China, de
9 a 11% al año durante los últimos 20 años, está en primer lugar, e India no se
queda muy atrás con 8% en los últimos años, mientras que Estados Unidos, Japón
y Alemania han estado creciendo a un ritmo de 2 a 4%. El alto y sostenido
índice de crecimiento de China no tiene precedente en la historia del
capitalismo.
La
participación de China en la producción manufacturera mundial aumentó de 4% en
1995 a 8% en 2005. En 2006, Alemania tenía la participación más grande de la
exportación de manufactureras del mundo (9.2%), seguida de Estados Unidos
(8.6%) y China en tercer lugar (8.0%)4 .
Otra
medida importante del poder de la economía mundial es la exportación de
capital, o el capital que las empresas de un país invierten en otro país. La
Tabla 2 ilustra un componente muy grande e importante de la exportación de
capital, las inversiones extranjeras directas (IED). Estas inversiones directas
en el exterior son capitales que invierten las empresas de un país en los
centros de producción (como fábricas y minas) en el país receptor.
Cinco países,
Estados Unidos, Reino Unido, Japón, Alemania y Francia, tienen el 50% de la
masa de inversiones directas en el exterior. En 1960, Estados Unidos solo tenía
casi la mitad de la masa mundial de inversiones directas en el exterior; hoy su
porcentaje es de aprox. 20%. Entre 1960 y 1985, Alemania y Japón aumentaron de
manera sustancial su parte mundial de las inversiones acumuladas en el
exterior. La parte de Japón siguió aumentando hasta 1990 pero después cayó
bruscamente en respuesta a la disminución del crecimiento interno y la crisis
financiera de Asia oriental de 1998.
Los
países de la Unión Europea (UE) han conservado su parte de la masa mundial de
inversiones directas en el exterior, pero la de Estados Unidos ha disminuido.
Hoy, la UE es la mayor fuente de la exportación de capitales de inversión
directa. Todo eso tiene mayor importancia en un contexto en que en los últimos
años, la UE ha llegado a ser un bloque mucho más integrado y cohesionado con
una moneda que compite con el dólar en el mundo. La UE ha rebasado a Estados
Unidos como mayor inversionista en América Latina. Pero Estados Unidos aún es
el mayor exportador único de IED y, con mucho, es el mayor país-inversionista
único en América Latina. Con el TLCAN, ha forjado una red regional más estrecha
que constituye una plataforma para hacer inversiones y contender en el mundo.
Estas
son señales de una disminución de la brecha económica internacional entre
Estados Unidos y las otras potencias imperialistas, y el posicionamiento
competitivo.
En
2007, 167 de las 500 compañías más grandes del mundo tenían su sede en América
del Norte, 184 en la UE y 64 en Japón. En los últimos años, la proporción
estadounidense del total ha disminuido5 .
Alrededor
del 15% de la masa acumulada de inversiones extranjeras directas ya está en el
tercer mundo. Pero las salidas anuales de las IED al tercer mundo han aumentado
como proporción del total de las salidas anuales: del 25% al 35% del total
mundial en los últimos 10 años. Además, las salidas de capitales al tercer
mundo a veces han estado muy volátiles, como los flujos de capital imperialista
que precedieron a la crisis de Asia oriental de 1997-98, y que respondieron a
la misma.
Más
inversiones extranjeras directas van de unos países imperialistas a otros
países imperialistas, debido a varios factores: las fuerzas productivas y los
mercados internos de los países imperialistas están más altamente desarrollados
y tienen un abanico más amplio de opciones de inversión que en muchos países
del tercer mundo; con frecuencia las inversiones implican costosas fusiones,
adquisiciones y compras del control o acciones de grandes empresas; la
rivalidad entre las corporaciones y potencias imperialistas por obtener fuertes
posiciones al interior de los mercados continentales y nacionales imperialistas
altamente desarrollados y, a su vez, una parte de estas inversiones, como en
las refinerías del petróleo, está vinculada a inversiones afines en los países
del tercer mundo.
Por
otro lado, una creciente proporción de las IED en el sector manufacturero va al
tercer mundo, sobre todo China. La tasa de rendimiento de las IED en este
sector del tercer mundo en general es más alta que en los países capitalistas
desarrollados, y muchas veces es considerablemente más alta. Las redes de
subcontratación que prosperan debido a la intensa superexplotación afectan la
rentabilidad general de las inversiones en el tercer mundo, por ejemplo, en las
maquiladoras de prendas de vestir, refacciones y otros productos.
Otro
suceso llamativo: los países oprimidos hoy, tal como ilustra la Tabla 1,
representan el 41% de la producción del mundo, o un aumento desde el 36% en
2000 (y menos del 30% en 1990). Principalmente esto se debe al crecimiento
rápido de China (y en segundo lugar India) como centros de acumulación
encabezada por el imperialismo. Una gran cantidad de producción material se
está trasladando al tercer mundo, y el 80% del valor de la exportación de
mercancías del tercer mundo ya consta de productos fabricados, o sea, un cambio
radical desde previos períodos del imperialismo6 .
Los
“países BRIC” (Brasil, Rusia, India y China)
representan el 21% de la economía mundial. Pero ni es un bloque de países
económicamente integrado como la UE, ni una alianza de estados (y uno de los
países BRIC, Rusia, es una potencia imperialista). En verdad, la frase la
inventó la comunidad occidental financiera e inversionista en referencia a los
grandes mercados de alto crecimiento y altas ganancias.
No
obstante, tiene alguna validez analítica limitada agrupar a estos países: son
“mercados emergentes” rápidamente crecientes para las inversiones productivas y
financieras; juegan un papel cada vez más importante en la economía mundial;
son importantes productores o consumidores de energéticos; y se colaboran de
manera variada y significativa, especialmente Rusia y China.
Al
fin de la primera guerra del Golfo en 1991, de las 20 compañías más grandes de
la industria energética, 55% fueron estadounidenses y 45% europeos. Pero en
2007, según un estudio de la empresa financiera Goldman Sachs, 35% fueron de
los países BRIC (en su mayoría propiedad del estado), aprox. 35% europeos y 30%
estadounidenses. Rusia y Brasil son productores importantes de energéticos7 .
China
e India, por otro lado, dependen mucho de importaciones para sus necesidades
energéticas. Pero las compañías paraestatales energéticas chinas están
empezando a ser jugadores internacionales importantes, tal como ocurrió en 2005
cuando la petrolera china CNOOC trató de adquirir la corporación Unocal con
sede en Estados Unidos (que tenía las mayores reservas de petróleo en América
del Norte y Asia).
B) Sigue la
división entre el imperialismo y las naciones oprimidas… pero hay nuevo espacio
de maniobra para algunos regímenes del tercer mundo
Los países productores
de energéticos del tercer mundo como Brasil, Venezuela, Arabia Saudita, Nigeria
e Irán no se han zafado de la dependencia estructural del mercado mundial
imperialista, en cuanto a su dependencia de la tecnología extranjera; la
refinación, el marketing y el transporte, etc.; la vulnerabilidad extrema a las
fluctuaciones de precios; etcétera.
El
desarrollo impulsado por el petróleo y los energéticos todavía tiene efectos
profundamente deformadores en la agricultura, las relaciones entre ciudad y
campo y la estructura social, y causa mucho sufrimiento humano. Venezuela bajo
Chávez importa aprox. 70% de sus alimentos, mientras que la oligarquía
terrateniente sigue básicamente sin tocar. En las ciudades miseria de Caracas
todavía viven enormes concentraciones de pobres, muchos excluidos de la
economía formal8 .
El “otro lado” del auge brasileño del etanol son los cientos de muertos y
decenas de miles de heridos entre los trabajadores de los cañaverales de donde
proviene la caña de azúcar de la cual se fabrica el biocombustible (y las
compañías estadounidenses como ADM y Cargill son grandes inversionistas en el
sector agro-energético de Brasil).
Pero
para las elites gobernantes locales, el poder económico real se concentra en
estas esferas de producción del petróleo, gas natural y biocombustibles. Por
medio de una confluencia específica de acontecimientos, algunos regímenes
dependientes del tercer mundo tienen más margen de maniobra. El imperialismo
estadounidense se ha puesto a librar guerras por un imperio mayor en Irak y
Afganistán. El fuerte aumento, aunque de ningún modo permanente, de los precios
de materias primas ha generado altas ganancias y algún poder financiero. El hecho
de que una emergente potencia económica como China persiga su propia agenda
competitiva global y haya acumulado importantes recursos financieros para ello
quiere decir que un país como Venezuela puede contrarrestar algunas presiones
estadounidenses pidiendo préstamos y créditos a China.
La
cambiante geografía económica del planeta supone una gran dispersión
(globalización) de la capacidad productiva. Pero “el mundo no es
plano”, ni se está aplanando. Las fuerzas productivas avanzadas aún tienen una
concentración desequilibrada en los países ricos. El PIB per cápita de los
países ricos es más de cinco veces mayor que lo es en lo que el Fondo Monetario
Internacional llama los “países de ingresos medianos”, como Brasil, México y
Turquía. El PIB per cápita de los países ricos es más de 19 veces mayor que lo
es en los países de bajos ingresos, como la mayor parte del África subsahariana9 .
Las enormes diferencias de niveles salariales y los grandes sectores de la
humanidad sujetos a condiciones brutales de superexplotación manifiestan y
subrayan la brecha entre las naciones opresoras y oprimidas.
La
globalización tiene efectos contradictorios. Causa mayores niveles de
industrialización en el tercer mundo y mayores ingresos para sectores de las
clases medias. Pero esto no representa una nivelación generalizada de ingresos.
Esta etapa de la globalización imperialista ha tenido un efecto diferencial muy
importante: el de aumentar el desarrollo desigual entre los
países del tercer mundo y las desigualdades de riquezas al interior de
los mismos. La distribución de ingresos de China es de las más desiguales del
mundo, al lado de aquella de Estados Unidos y Brasil.
La
cambiante geografía económica del planeta también afecta la agricultura
mundial, sobre todo los efectos devastadores y desiguales en el tercer mundo.
El imperialismo está transformando los sistemas de agricultura nacionales en
componentes globalizados de producción trasnacional y cadenas de marketing
desligados de las necesidades de estos países del tercer mundo, es decir, se
cultivan más alimentos para exportar, y no para alimentar a la población de
estos países, o se deja de destinar las tierras a la producción de alimentos.
Históricamente,
donde la producción de alimentos ha sido la base de las economías de la mayoría
de esos países, la agricultura ha ido perdiendo su papel “fundamental” en
muchas economías nacionales del tercer mundo. Se ha arrastrado la producción de
alimentos al vórtice de los mercados especulativos de mercancías y finanzas al
mismo tiempo que el cultivo agro-industrial de biocombustibles encabezado por
el imperialismo desplaza el cultivo de alimentos. Ya no se producen suficientes
alimentos básicos en muchas partes del tercer mundo, mientras que las fuerzas
de la competencia mundial, el control imperialista sobre las nuevas tecnologías
agrícolas y las fluctuaciones de precios mundiales minan aún más la seguridad alimentaria.
Así
que a comienzos de 2008, una crisis global alimentaria inédita en la historia
moderna económica causa, y sigue causando, un atroz sufrimiento humano en
grandes partes de África, Asia y América Latina. Esta también refleja la
profunda brecha entre las naciones opresoras y oprimidas.
NOTAS:
1. Raymond Lotta,
“El derrumbe financiero y la locura del imperialismo”, Revolución #127,
20 de abril de 2008, revcom.us/a/127/EconomyMeltdown-es.html.
2. Mike
Davis, Planeta de ciudades miseria (Madrid: Editorial Foca,
2007).
3. Partido
Comunista Revolucionario, Estados Unidos, Apuntes sobre economía
política: Nuestro análisis de los años 80, cuestiones de metodología y la
actual situación mundial (Chicago: 2000, RCP Publications); Bob
Avakian, “Los grandes retos de la nueva situación”, Revolución #1256, rwor.org/a/1256/ba-newsituation-s.htm.
4. U.S.-China
Business Council, “U.S. Manufacturing: Dying… Or Still Going Strong”,
http://uschin.org; Organización Mundial de Comercio, International
Trade and Tariff Data, Statistics Database, stat.wto.org/Home/WSDBHome.aspx?Language=E.
6. Conferencia de
las Naciones Unidas sobre Comercio y Desarrollo, “Dificultades en el sector
manufacturero: En el informe de la UNCTAD se examinan las tensiones emergentes
en el sistema de comercio”, 2002. www.unctad.org.
7. Ver “New
economic tigers Brazil, Russia, India and China overtake U.S. in dominating
global energy industry, new study says”, International Herald Tribune, 25
de junio de 2007. www.iht.com.
8. Ver Raymond
Lotta, “Hugo Chávez tiene una estrategia petrolera… pero ¿conducirá a la
emancipación?”, Revolución #94, 1º de junio de 2007, revcom.us/a/094/chavez-es.html.
*Tomado del periódico Revolución, #136, 20 de julio de 2008. (Nota del Comité del Redacción).
Mutaciones del Capitalismo en la
Etapa Neoliberal (I)
Economías Centrales
(Segunda Parte)
Alemania remodela a Europa
Europa es el epicentro de la crisis actual. Allí continúa la recesión al
cabo de fatigosos ajustes con niveles récord de desempleo. El momento más
dramático del temblor se registró en el 2011-2012, cuando sobrevoló una
convergencia de quebranto de los bancos con cesaciones de pagos de la deuda
pública, en pleno temblor global. También parecía inminente el estallido del
euro. Ese dramatismo ha cedido pero el respiro es frágil. La situación de las
instituciones financieras es delicada y el estancamiento es mayor que en
Estados Unidos.
La interpretación europea inicial de tsunami como un eco pasajero del
temblor norteamericano ha quedado desmentida. El Viejo Continente está
entrampado en un círculo vicioso de quiebras bancarias y déficit fiscal. El
rescate de las entidades potenció la deuda pública y precipitó recesiones, que
acentúan la vulnerabilidad del sector financiero. Aunque 800 bancos ya
recibieron un billón de euros nadie avizora el final del túnel.
Alemania se ha convertido en la gran potencia del Viejo Mundo. Recuperó
preeminencia con la anexión de la RDA, que financió entre 1998 y 2006 con
ajustes internos y retracción salarial. Luego impuso el incremento de la
productividad por encima de los sueldos, mediante un atropello contra las
conquistas sociales. Con las leyes Hartz se obligó a los desocupados a realizar
trabajos precarizados, que ya representan un cuarto del empleo total. Esta
agresión fue desplegada por los capitalistas para reducir el costo salarial.
La afluencia de mano de obra barata y calificada del Este y la
relocalización externa de numerosas empresas complementaron el ajuste. Los
sindicatos no fueron demolidos como en Inglaterra, pero decreció su poder de
negociación y el modelo renano de capitalismo social se diluyó, hasta perder
sus viejas diferencias con el esquema anglosajón. El capital alemán se
internacionalizó, recibió inversiones externas y adoptó el estilo brutal de los
managers estadounidenses.
Estas transformaciones han socavado la legitimidad del sistema político. En
Alemania Oriental las elites del viejo régimen no obtuvieron los beneficios que
lograron sus pares de Polonia, Hungría o Eslovaquia con la restauración
capitalista. La emigración de jóvenes provocó una importante despoblación de la
ex RDA y el 16% de la población total, ya afronta un serio riesgo de pobreza.
Además, los servicios de alimentación para los carenciados se han triplicado
desde el 2002 [14].
Los capitalistas germanos salieron airosos de la anexión e impusieron sus
prioridades en la conformación de la Unión Europea. Acumularon un gran acervo
de acreencias y superávits comerciales que les permite definir el rumbo del
continente. Esta primacía se ha consolidado luego de cooptar a varias economías
del norte (Dinamarca, Holanda, Finlandia, Austria).
También ha sido esencial el acuerdo político con Francia. La clase
dominante de ese país compensa su declive productivo con la alianza geopolítica
que forjó con su viejo rival. Pero el precio del convenio es un ajuste
continuado, que conservadores y socialdemócratas implementan sin ninguna
distinción. A los pocos meses de asumir, Hollande sustituyó su leve sugerencia
de subir impuestos a las familias pudientes por nuevos subsidios al capital y
mayor flexibilidad laboral.
Inglaterra ensaya otra estrategia tomando distancia del poder alemán. Se
mantiene fuera del euro y renegocia el status especial que acordó en el 2009
dentro de la UE. Esta autonomía es exigida por el lobby bancario, para
preservar los negocios internacionalizados de la City londinense. Pero hay
muchas tratativas en curso, porque el sector industrial -que coloca la mitad de
sus exportaciones en el Continente- promueve una reaproximación con Europa.
Cirugia deflacionaria
Las economías intermedias de Europa afrontan las consecuencias de convalidar
los recortes que impone la cúpula de la Unión. Esta cirugía comenzó en Italia a
principios de los 90 con la aceptación de las reglas de Maastrich. El viejo
modelo de inflación, devaluación y déficit fiscal fue sustituido por una
drástica comprensión del gasto público. La derecha de Berlusconi y los
socialdemócratas de Prodi se han repartido la tarea de privatizar y desregular
el mercado de trabajo, acentuando la brecha que separa al Norte del Sur. Con
este molde macroeconómico se perpetúa el estancamiento y el desempleo.
España siguió otro recorrido. Su incorporación a la Unión dio lugar a un
fuerte crecimiento inicial e incentivó la internacionalización de ciertas
empresas que se transformaron en jugadores globales (Telefónica, Endesa,
Fenosa, Repsol, BBVA, Santander). La contrapartida de esa inserción ha sido una
especialización de la economía (construcción, servicios, turismo), que cercenó
la estructura industrial y estabilizó elevadas tasas de desempleo.
Estas fragilidades explican el gran impacto de la crisis reciente. El
estallido de la burbuja inmobiliaria precipitó en España un colapso bancario
que arruinó las finanzas públicas al cabo de cuatro rescates. El último socorro
incluyó el tutelaje alemán directo en la supervisión de los recortes. El
producto se contrae, el déficit fiscal saltó al 6,4% y la deuda araña el 87%
del PBI.
España e Italia no pueden compensar su fragilidad económica con acciones
geopolíticas. En las últimas centurias tuvieron poca presencia en este ámbito y
la incorporación a la Unión consolidó esa marginalidad. El impacto de la crisis
se asemeja por estas razones al sufrimiento de toda la periferia europea [15].
El desempleo bate récord en la zona euro (10,8%) y se duplica entre los
jóvenes (21,6%). Pero en España ya supera el 23% y en Italia afecta a uno de
cada tres jóvenes y a la mitad de las mujeres del sur. El 8,2% de trabajadores
europeos quedó situado en el 2010 por debajo de la línea de pobreza. Pero e l
número de empobrecidos se duplicó en Italia (2007- 2012) y alcanza a tres
millones de personas en España. Si esta degradación persiste al ritmo actual,
un amplio sector de la población de ambos países quedará privado de coberturas
básicas en los próximos años. El modelo socialdemócrata de “capitalismo con
mejoras sociales” se desvanece en forma acelerada.
En el fracturado mapa del continente, Alemania determina el ritmo del
ajuste. Impone a los deudores una indigerible dieta deflacionaria, para amoldar
la región a su patrón de competitividad. Como al mismo tiempo necesita
preservar los nuevos mercados evita la bancarrota de sus clientes,
refinanciando a los quebrados con durísimos condicionamientos.
Cada país debe socorrer a sus bancos con fondos propios, puesto que la
unificación monetaria no incluye compartir los pasivos. Alemania proyecta
avanzar hacia una convergencia fiscal y bancaria de toda la U.E., cuando haya
concluido la actual limpieza de insolventes. Por eso otorga préstamos sólo a
las economías colapsadas que aceptan el futuro control germano.
Para preparar esa supervisión, Alemania bloquea cualquier auxilio
indiscriminado basado en la mutualización de deudas o la emisión de Eurobonos.
Impone un organismo afín (ABE) que timonea la reorganización de los bancos.
También introduce la supervisión del Banco Central Europeo sobre las 6.200
entidades de la eurozona y maneja la recapitalización de esas instituciones a
través de un fondo de estabilidad (MEDE). El paso siguiente sería reformar el
Tratado Europeo para asegurarse el control fiscal, ampliando la delegación de
atribuciones que ya detenta Bruselas.
Sólo al final de este proceso Alemania consideraría la introducción de los
mecanismos federales que rigen en Estados Unidos, para supervisar las finanzas
y la moneda. Pero este plan requiere que el euro, los bancos y las finanzas
públicas perduren sin estallar por la gran ingesta de cicuta que contienen los
ajustes. La crisis podría demoler este proyecto antes de su concreción, si se
agrava la actual fractura entre el Norte y el Sur europeo.
Mecanismos de polarización
Los capitalistas de toda la Eurozona invocan la permanencia en el euro para
justificar la destrucción del estado de bienestar. Pero los más afectados son
los países de la periferia regional. Estas economías han sufrido duramente las
consecuencias de una liberalización financiera, que generalizó las maniobras de
titularización, el apalancamiento y las contabilidades fuera de balance. Los
bancos quedaron desprovistos de sus protecciones tradicionales y al
trastabillar impusieron un inmenso agujero a las finanzas públicas.
La periferia europea está agobiada por pasivos inmanejables y ha quedado
sometida a las exigencias de los acreedores. Su situación se asemeja a los
padecimientos sufridos por América Latina en los momentos de mayor
endeudamiento.
Los mismos excedentes de liquidez y mercancías que Estados Unidos colocaba
entre sus vecinos del Sur en años 80 y 90, fueron transferidos por Alemania a
las economías más frágiles del Viejo Continente. Ambas potencias utilizaron
formas semejantes de endeudamiento público para descargar sobrantes de
mercancías y capitales. Esta traslación socavó la estabilidad fiscal de las
regiones dependientes y derivó en ajustes muy similares. El FMI monitoreaba los
recortes de América Latina y ahora repite esa supervisión en una Troika
compartida con la Comisión Europea y el BCE. Sólo han cambiado las victimas y
la localización de un mismo proceso.
El desastre es mayúsculo en varios casos. Grecia sufre un colapso superior
al padecido por Argentina en el 2001, tanto en el desplome de su producto (el
doble del derrumbe pos- convertibilidad), como en la magnitud del endeudamiento
(169% frente a 150% del PBI). El desempleo promedia el 27% y alcanza el 58% en
la juventud, en un escenario de depresión sin fin [16].
La Troika no expulsó al país del euro pero tampoco lo financia. Mantiene
una soga corta para imponer el ajuste perpetuo con inverosímiles promesas de
mejoría futura. Al cabo de una promocionada renegociación de la deuda, el
pasivo fue reducido en un irrisorio 10%.
A Irlanda no le va mejor. Durante una década el país fue exhibido como el
“modelo más exitoso de neoliberalismo” y desde hace cuatro años soporta un
ajuste sin pausa. El consumo se ha desplomado (12% inferior al 2007) y los
recortes no han reducido la deuda pública que continúa por encima del 120% del
PBI.
En Portugal la derecha y los social-liberales se alternan en el gobierno para
introducir nuevos recortes, al concluir cada ronda de negociación de la deuda.
Con el tercer rescate de los bancos el país quedó vaciado de reservas, mientras
se multiplica el desempleo. Europa Oriental sufre una gran emigración de la
población desocupada y soporta tasas de pobreza semejantes al Tercer Mundo.
El destino de dos paraísos financieros ilustra quién carga con las
consecuencias de la crisis. En Islandia se privatizaron las entidades para
atraer capitales a dos bancos, que recaudaron fondos equivalentes a 10 veces el
PBI de la isla. Cuando colapsaron el FMI intentó transferir el desfalco a una
población que impidió el atropello.
También en Chipre se buscó penalizar a los pequeños depositantes por la
quiebra de los bancos. La resistencia social y el temor a una corrida en otros
mercados liberalizados obligaron a limitar esa confiscación. Pero el precedente
de una expropiación directa de los ahorristas quedó flotando como un recurso
para el futuro.
La moneda común opera en toda la Eurozona como una convertibilidad forzosa,
que consolida las ventajas de las economías avanzadas al impedir el uso de las
devaluaciones para recomponer la competitividad.
Los países más endeudados son forzados a reducir su déficit fiscal y su
desbalance comercial. Como utilizan la misma moneda que el resto para gestionar
productividades, salarios y tasas de inflación muy diferentes, soportan una
gran hemorragia de recursos hacia el centro.
El promedio salarial en Alemania, Francia, Países Bajos, Suecia y Austria
duplica o triplica las medias de Grecia, Portugal o Eslovenia. Supera entre 7 y
10 veces los niveles vigentes en Letonia, Rumania o
Bulgaria. La brecha de productividad con Alemania es abismal.
También los desniveles de inflación entre el Norte y Sur de Europa se han
acentuado. En el período 2000-08 el incremento de precios fue 11,8% en la
primera región y 27% en la segunda. Desde su incorporación al euro las
economías de la periferia crecieron aumentando el consumo sin ningún soporte
productivo. La inflación diferenciada reflejó este desequilibrio, que primero
desembocó en déficit comercial, luego en endeudamiento y finalmente en
quebranto bancario.
Estos procesos ilustran el carácter crónico de las desigualdades
socio-económicas regionales y la recreación de relaciones centro-periferia en
los momentos de gran reconversión capitalista. En el escenario europeo se
verifica como ambos polos se alimentan mutuamente, a medida que la región es
adaptada a los nuevos moldes de la acumulación global [17].
Del federalismo al centralismo
La crisis no ha detenido la conformación de la Unión Europea, que ya es un
proto-estado continental con varias instituciones en gestación. Hasta ahora
funciona mediante tratados sin gran sustento constitucional. P ara cambiar cada
regla se necesita el voto de los gobiernos, que a su vez recurren a consultas
internas. Estos mecanismos regirán hasta que se defina como centralizar las
decisiones. Esta modificación se está procesando mediante la eliminación de
todos los resabios de la Europa social que obstruyen a la Europa del capital.
La transformación en curso ya no guarda ningún parentesco con el ideario
federalista. Ese proyecto se ha disipado para insertar al Viejo Continente en
la mundialización neoliberal. El viraje es comandado por Alemania que ensayó
internamente, los nuevos principios de restricción salarial y prioridad
explícita del beneficio, a través de estrictas políticas monetarias de
independencia del Banco Central [18].
Los primeros pasos que siguió la paulatina conformación de la Unión
(Tratado de Roma en los 50, política agraria común en los 60, sistema de
paridades en los 70, acuerdos de moneda en los 80) registraron un brusco giro
con el tratado de Maastrich en los 90. Allí comenzó el viraje neoliberal
consumado con la unificación monetaria, el resurgimiento de Alemania y el
ingreso de los países del Este a la U.E.
El modelo actual funciona bajo el comando de una casta supra-nacional, que
amolda la construcción de Europa a las exigencias del mercado. Su poder creció
abruptamente luego con la implosión de la URSS y la reunificación germana.
Maastrich consagró la primacía del despotismo capitalista, para demoler el
estado de bienestar en los 27 miembros de la Unión y en los 17 integrantes de
la Eurozona.
Todos perdieron soberanía, resignaron atribuciones presupuestarias y
delegaron decisiones en la tecnocracia de Berlín-Bruselas. Este sometimiento se
verifica en la primacía económica del Tribunal Europeo, el dominio de las
empresas continentales, el libre flujo de capitales financiero y la gravitación
del euro.
El proyecto federalista inicial de Monnet-Delors ha quedado totalmente
sustituido por las propuestas de Hayek de forjar una estructura política
divorciada de la soberanía popular. Este esquema modifica a tal punto las
tradiciones progresistas de posguerra, que el término “reforma” ya no implica
mejoras sociales sino aceleración de las privatizaciones.
La meta geopolítica inicial de la Unión apuntaba a realzar la gravitación
de Francia para contener un eventual resurgimiento germano. Ese propósito tenía
el Plan Schuman y la Comunidad del Acero y el Carbón. Se buscaba evitar la
repetición de la inestabilidad de los años 30, imponiendo la subordinación de
Alemania a una construcción continental.
Pero la crisis de Suez, las derrotas del colonialismo francés y la erosión
del gaullismo alteraron el proyecto. Por un lado se incrementó la presencia
perdurable de Estados Unidos en el Viejo Continente y por otra parte se
debilitaron las posibilidades de un esquema europeo autónomo. El desplome de la
URSS reforzó estas tendencias.
El viejo temor a una repetición de la inestabilidad de entre-guerra se
diluyó e irrumpió el nuevo horizonte de forjar empresas regionalizadas (o
internacionalizadas), para apuntalar la competitividad europea. El discurso
apolítico que emana desde Bruselas expresa esta prioridad.
Todas los debates actuales confirman la sustitución definitiva del proyecto
keynesiano por el planteo hayekiano. Algunas interpretaciones atribuyen este
cambio a la necesidad de centralizar la actividad de las grandes empresas
integradas. Otros explican el mismo proceso por la pérdida de influencia del
estado-nacional. La interdependencia económica y la formación de alianzas
continentales son vistas como datos insoslayables del nuevo escenario europeo.
Contradicciones de la Unión Europea
Muchos analistas se preguntan si la Unión aguantará la profunda erosión que
genera la crisis actual. También discuten si el ajuste en marcha no terminará
debilitando al Viejo Continente en la competencia global.
Cada iniciativa que adopta la Unión reduce su legitimidad política. Desecha
las normas de una confederación, afianza la tiranía de sus organismos
(Comisión, Consejo, Corte) y se divorcia del sustento electoral. Por estas
razones aumenta el predicamento de las corrientes euro-escépticas.
El “déficit democrático de la Unión” es presentado por los neoliberales
como un trago amargo y pasajero. Pero en realidad promueven un consenso pasivo
de largo plazo, asentado en el sostén de las elites para contrapesar la
indiferencia de las masas.
Dos de cada tres europeos ya hablan otro idioma y las calificaciones
educativas se han unificado. Pero las clases populares no comparten el nuevo
europeísmo, carecen de un sentido supra-nacional y conservan sus afiliaciones
nacionales. Este descontento emerge periódicamente a la superficie en los
resultados de los comicios.
El distanciamiento popular distingue la unificación actual de las viejas
construcciones nacionales, que incluían la intervención revolucionaria de las
masas para democratizar los nuevos estados. Estos organismos surgieron
históricamente a través de la expansión gradual de la autoridad en cierto
territorio, la edificación desde arriba (absolutismo francés) o la revolución
anticolonial (Estados Unidos).
La Unión Europea no repite ninguno de estos precedentes y se forja con gran
orfandad simbólica. Los valores de la civilización asociados con el Viejo
Continente desde el Iluminismo han sido vertiginosamente erosionados por los
atropellos neoliberales.
La unificación actual destruye, además, el equilibrio de poderes políticos
que generaba la existencia de múltiples estados competidores. Este deterioro
podría compensarse con la integración económica continental. Pero las empresas
están consumando su entrelazamiento en un contexto de crisis global y
desgarramiento social [19].
Los analistas euro-escépticos también remarcan la inexistencia de una
defensa militar y una política exterior común, la inoperancia del Parlamento de
Estrasburgo, la continuada primacía de partidos políticos nacionales y la
ausencia de una real identidad europea. Subrayan especialmente la incapacidad
de la Unión para sustituir a los viejos estados nacionales en la gestión
corriente de los asuntos públicos [20].
La manifestación más evidente de estas tensiones es la creciente
gravitación de las demandas regionalistas. Las tendencias separatistas se
expanden e n un amplio espectro de regiones ( Escocia, Flandes) y en procesos
muy contradictorios. Las legítimas exigencias nacionales (catalanes) se
mixturan con el regresivo rechazo a compartir los presupuestos locales con las
zonas empobrecidas (Norte de Italia).
El contraste entre los derechos vulnerados de los vascos y la persecución
racista en la ex Yugoslavia, ilustra el carácter diametralmente opuesto que
pueden asumir esos nacionalismos. Al aceptar varios mini-estados en su seno, la
Unión Europa abrió un peligroso sendero de pertenencia a la Comunidad fuera de
los estados vigentes.
Dos facetas de la unificación
La estructura estatal europea en gestación presenta un perfil neoliberal de
pocos gastos y burocracias ínfimas. Con ese delgado aparato se busca avasallar
las conquistas sociales que nunca alcanzaron los asalariados de otros
continentes. Por esa razón el presupuesto de Bruselas se reduce al 1% del PBI regional.
La insignificante dimensión de ese organismo conduce a combinar los
atropellos decididos en Bruselas con su implementación estatal-nacional. En
este último ámbito se garantiza el recorte. Allí se concentran los dispositivos
represivos y las instituciones políticas requeridas para consumar la agresión.
Pero un proto-estado mínimo para el ajuste también genera una estructura
débil para la competencia internacional. Esta diferencia se ha verificado en
las políticas divergentes que adoptaron la Reserva Federal y el Banco Central
Europeo frente a la crisis. Mientras que la FED lanzó una emisión de 400% de la
base monetaria de la economía estadounidense, el BCE sólo incrementó ese
volumen en un 150% [21].
Esta diferencia de respuestas ha determinado una recuperación inferior del
producto bruto y del empleo en comparación a Estados Unidos. La caída del nivel
de actividad tuvo una duración inicial similar en ambas regiones (un año y
medio). Pero la Eurozona recayó posteriormente en una nueva recesión de dos años.
Además, su tasa de desempleo promedia el 12,1% frente al 6,7% de Estados Unidos
[22].
Mientras que la potencia norteamericana recurrió a tres rounds de
relajamiento monetario, en el Viejo Continente imperó la norma deflacionaria.
Esta asimetría ha sido explicada por la adopción de una política monetaria
expansiva frente a otra restrictiva. También se menciona la existencia de una
Reserva Federal con experiencia, frente a un Banco Central Europeo en
surgimiento. O se recuerda que los reglamentos de la Unión impiden prestar el
dinero, que la FED distribuye sin ninguna restricción en todo el territorio
estadounidense.
Otros analistas subrayan la mayor capacidad de acción de un estado imperial
construido hace dos siglos, frente a un proto-estado continental en plena
gestación. Observan la misma diferencia entre un capital yanqui (que opera en
forma cohesionada) y capitales europeos (segmentados en proyectos
heterogéneos).
Pero la principal diferencia radica en la continuada hegemonía imperial de
Estados Unidos. El ejercicio de esa supremacía le otorga un manejo militar,
político y económico que no tienen sus rivales europeos. Este dominio se
expresa también en la forma dominante de ejercer la política monetaria con un
horizonte global.
Por estas razones la Reserva Federal adoptó una actitud ofensiva frente a
la crisis, emitiendo moneda y reduciendo las tasas de interés, mientras que el
BCE recurría a la deflación y al encarecimiento del costo del dinero.
Merkel optó por una estrategia ultra-ortodoxa, no sólo por alcance acotado
del euro como moneda mundial. Su conducta defensiva también obedece a la
subordinación germana al poder geopolítico norteamericano. Alemania ha
recuperado gravitación económica pero no presencia militar.
La sintonía del país con cualquier acción anti-terrorista que exige el
Pentágono ilustra este sometimiento. Las elites alemanas son muy conservadoras
y se han acostumbrado a seguir los mandatos del Departamento de Estado. En los
últimos años aceptaron la participación de sus efectivos en los Balcanes,
Afganistán y el Congo.
El comando económico que rige dentro de la Unión Europea no se extiende a
la órbita geopolítica global. Como Alemania carece de ejército y proyección
internacional, no puede actuar sola. Necesita el concurso de Francia, que a su
vez ha optado por el abandono de la estrategia soberana del gaullismo.
El declive imperial francés no siguió el precedente británico de inmediata
dependencia financiera y subordinación militar a Estados Unidos. De Gaulle
pretendió reconstruir la autonomía del país mediante guerras coloniales y
proyectos atómicos propios, aprovechando la gravitación internacional que
mantenía la cultura francesa.
Pero ese intento fue socavado por la adaptación al neoliberalismo que
inició Mitterand y posteriormente propiciaron los intelectuales derechistas
enemistados con la generación del 68. Esta transformación fue reforzada por la
apertura de la economía, la privatización de las empresas públicas y la
consolidación de un estilo gerencial anglosajón.
El estancamiento económico, la reacción política y el declive cultural de
Francia han desembocado en el giro pro-norteamericano en los últimos años. Este
viraje incluyó el reingreso a la OTAN y la participación militar en Afganistán.
Es cierto que Francia mantiene un despliegue imperial propio en su viejo
espacio colonial. Allí desenvuelve todas las “intervenciones humanitarias” que
exijan sus empresas. Ha realizado estas incursiones neocoloniales en Costa de
Marfil, Ruanda, Congo, Níger y República Centroafricana, considerando a esa
región como una gran reserva de negocios.
Pero habitualmente actúa en sintonía con el Pentágono, a través de
operaciones coordinadas que distribuyen el trabajo militar. En el caso reciente
de Mali la invasión fue concretada por Francia para garantizar la provisión de
uranio a su red energética. Pero el ejército norteamericano ya había adiestrado
previamente a las tropas del mismo bando [23].
No sólo en África la acción imperial francesa remueve presidentes, promueve
secesionismos y encubre genocidios en coordinación con la OTAN. También en
Medio Oriente actúa con sus aliados occidentales, para sostener a las fuerzas
reaccionarias de Libia o Siria.
Todas las rivalidades franco-americanas se procesan en el marco compartido
del imperialismo colectivo. Cualquiera sea la expectativa francesa de esta
acción (conservar su influencia neocolonial, su proteccionismo agrario o su
excepcionalidad cultural), la asociación con Estados Unidos reduce el margen de
acción de la principal potencia militar de la eurozona.
Estados Unidos incrementa su influencia sobre una Europa unificada. Piloteó
la expansión de la OTAN hacia el Este promoviendo la incorporación de varios
países lindantes con Rusia y logró un explícito compromiso del Viejo Continente
en la “guerra contra el terrorismo”. Ha impuesto la definitiva extinción de las
viejas diferencias que separaban a los conservadores de los social-demócratas
en el manejo de la política exterior europea.
La reciente crisis desatada por el espionaje informático norteamericano
corrobora ese viraje. Snowden destapó cómo el Pentágono ausculta los secretos
de sus socios europeos. Los espiados respondieron con cierta espuma mediática,
pero aquietaron rápidamente el escándalo para no perturbar las operaciones
conjuntas de ambas potencias.
La impotencia de Japón
La crisis global generó fuertes efectos pero no sorpresas en la economía
nipona. Reavivó impactos que la tercera potencia del bloque desarrollado padece
desde hace veinte años.
El prolongado estancamiento que soporta Japón le quitó centralidad
económica, desde el estallido de una burbuja especulativa en sectores bancarios
y de la construcción (1989). Ese temblor inició un lento proceso de restricción
crediticia e inversora, que desembocó en 5 recesiones durante los últimos 15
años.
En ese período las cotizaciones del mercado bursátil Nikkei y los activos
inmobiliarios se desplomaron en un 70% y el nivel de actividad se retrajo muy
por debajo del promedio de Estados Unidos y Europa.
La insolvencia bancaria generó un agujero financiero que continúa
absorbiendo el 40% del presupuesto estatal. La deuda total se ubica en un
récord internacional de 245% del PBI y todas las iniciativas ensayadas para
retomar el crecimiento han chocado con la persistente deflación. Estos
resultados son vistos con gran preocupación por los gobiernos occidentales, que
actualmente recurren al mismo experimento monetario.
Un nuevo intento de reactivación ha encarado el gobierno de Shinzo Abe.
Lanzó planes keynesianos de gran porte, que incluyen la inyección anual de
100.000 millones de dólares (Plan Kuroda). Se propone monetizar la deuda
pública, expandir el crédito barato y mantener reducidas las tasas de interés,
mientras empuja la actividad económica estimulando cierto repunte de la
inflación. Implementa una flexibilización monetaria muy riesgosa, con un
volumen de liquidez interna que podría situarse por encima de su equivalente
estadounidense.
El atisbo de crecimiento que registran ciertos analistas no alcanza para
revertir el estancamiento de las últimas décadas. El nuevo plan ha impulsado el
despegue de los índices bursátiles, pero no la reactivación real de la economía
[24].
Las iniciativas en curso alientan también la devaluación para propiciar las
exportaciones. Pero esta opción enfrenta la saturación del mercado mundial y la
retracción general de compras. Japón no está en condiciones de entablar una
guerra de monedas con sus competidores asiáticos, mientras mantiene irresueltos
varios conflictos económicos con Estados Unidos.
Los funcionarios norteamericanos negocian desde hace varios años la
liberalización comercial de la economía nipona, especialmente en los sectores
más protegidos de la agricultura, el comercio minorista, la salud, la energía y
las finanzas. Después de muchas negativas, el gobierno se ha resignado a
negociar un tratado de libre comercio.
Japón lideró la primera oleada de exportaciones asiáticas y quedó
posteriormente afectado por el ascenso de sus rivales. China y Corea del Sur
han logrado mayor competitividad en varios sectores. El viejo milagro
exportador nipón se está deteriorando y por primera vez desde los años 80, la
economía padeció coyunturas de déficit comercial por la fortaleza del yen y la
debilidad de las ventas. El encarecimiento de las importaciones de petróleo y
minerales ha influido significativamente en este declive.
El peso económico de Japón se desdibuja. Por esta razón durante los picos
de la crisis reciente hubo más preocupación por el contagio, que por los
eventuales auxilios a Estados Unidos y Europa.
El deterioro de la competitividad nipona está influido en el largo plazo
por e l envejecimiento de la población. El exabrupto de un ministro, que
presentó la aceleración del fallecimiento de los ancianos como único remedio al
déficit de la seguridad social, ilustra la gravedad de este problema.
E n un contexto de evidente madurez industrial Japón no cuenta con reservas
demográficas para abaratar el salario. Enfrenta un fuerte escollo frente a
rivales asiáticos que cuentan con gran acervo de trabajo juvenil.
También en el tablero internacional Japón actúa en espacios geopolíticos
muy estrechos y se desenvuelve como un actor secundario en comparación a Europa.
Está subordinado a las prioridades que fija Estados Unidos y esta marginalidad
tiene serias consecuencias a la hora de concretar negociaciones comerciales o
financieras.
Japón acompaña sin voz propia todas las acciones de la gestión imperial
colectiva. Esta conducta se corroboró en las guerras recientes. L as fuerzas
neo-conservadoras que dirigen el país reforzaron el alineamiento
pro-occidental, mediante un giro armamentista que incrementó el presupuesto
miliar.
Esa política condujo a la revisión de la Constitución de posguerra que
restringe la acción bélica externa del país. Siguiendo las demandas de
Washington fueron enviadas tropas a Irak y Afganistán y para limitar el avance
de China se multiplican los ejercicios con los socios regionales de Estados
Unidos (Filipinas, Malasia, Australia) [25].
El escenario japonés confirma que más allá de los matices y diferencias, la
crisis global afecta a todas las economías avanzadas. ¿Pero qué ocurre con los
países emergentes? ¿Han logrado sustraerse del temblor? ¿Consumaron el esperado
desacople?
Notas
[14] Kundnani, Hans. “ Deconstruyendo el llamado milagro alemán”,
6/2/2014, w ww.pagina12.com.ar
[15] Beck, Gunnar “El experto prevé que el bloque europeo”, 29/6/2012, www.pagina12.
[16] Ntavanellos, Antonis ¿Podremos avanzar hacia la constitución de
comités?, 25/10/2013, www.vientosur.info
[17] Esta reconsideración de la dinámica centro periferia en: Husson,
Michel. “Economíe politique du systeme euro”, Inprecor, 585-586 août-septembre
2012. Toussaint, Eric. “Contradicciones Centro Periferia en la Unión Europea”,
12/11/2013, www.isepci.org.ar
[18] Goddin, Roger. Quelques elements trop peu connus du neoliberalisme,
30-3-2014 www.avanti4.be
[19] -Anderson, Perry. The New Old World, Verso, London, 2009. (pag
110-115, 48, 476-480, 24, 98-105, 130-132, 118-123)
[20] Mann, Michael. “Estados nacionais na Europa en outros continentes”, en
Gopal Balakrishnan , O Mapa Questao Nacional, Sao Paulo, 2000, Editorial
Contrapunto.
[21] Durand, Cédric “ The strategies of the ruling class and the
"austeritarian" program in Europe” , Third IIRE Seminar on the
Economic Crisis. Amsterdam, 15-2-2014.
[22] Wiesbrot, Mark. “En el reino de los ciegos”, Página 12, 23/1/2014.
[23] Martial, Paul. “Sobre la intervención francesa” www.kaosenlared.net/.
04/02/2013. Ramonet, Ignacio “¿Qué hace Francia en Mali?”, www.rebelion.org
02/02/2013.
[25] Kessler, Christian. El regreso militar de Japón, 15/6/2013, la historia
del dia.wordpress.
07-05-2014
«Economía
y Filosofía en el Capital de Marx: La
Teoría Laboral del Valor»
II Parte:
Resumen de El Capital de Marx:
Los Tres Libros
(Séptima Parte)
Diego Guerrero
Sección Segunda: La
transformación del dinero en capital
IV. Transformación del dinero en capital. En esta sección, que se compone de un único capítulo, el cuarto, Marx
arranca de la afirmación de que la circulación de mercancías es el punto de
partida del capital, pero el capital es algo más que la simple circulación de
mercancías. Dicho de otra manera: el “dinero en cuanto dinero” y el “dinero en
cuanto capital” se distinguen entre sí por su distinta forma de circulación. La forma que corresponde al capital
es D-M-D (la inversa de la vista hasta ahora), que se resume en el lema
“comprar para vender”, y sería un proceso “absurdo y fútil” (por ejemplo en
comparación con el atesoramiento) si no redundara en una cantidad de dinero al
final mayor que al principio. Por tanto, se trata en realidad del ciclo D-M-D’
(donde D’ > D). Si en M-D-M el dinero corría y se alejaba de su punto
inicial, en D-M-D’ sucede lo contrario: refluye
siempre a su punto de partida, y en este ciclo el “motivo impulsor y su
objetivo determinante es el valor de cambio mismo”. Como D’ = D + ΔD, este
incremento de dinero es un plusvalor,
y el movimiento que lo genera es lo que transforma al dinero en capital.
Al no tratarse ahora de un objetivo externo
(como era el consumo en M-D-M), el proceso ya no tiene término: aunque 100
libras se conviertan en 110, siguen siendo una cantidad limitada, y lo que
distingue al capital del tesoro es querer “valorizar su valor” permanentemente,
tender intrínsecamente a la “riqueza absoluta” mediante un crecimiento
cuantitativo siempre renovado. Como vehículo consciente de este movimiento, el
poseedor de dinero se convierte en “capitalista”, que identifica así su fin subjetivo con el contenido objetivo de la circulación de capital,
haciendo “racional” la irracionalidad del atesorador. Pero el auténtico sujeto es el valor, que pasa
alternativamente por las formas de dinero y mercancía. De esta forma el valor
se vuelve “valor en proceso”, o dinero en proceso, es decir, se convierte en capital, y ello sucede en todas las
clases de capital que encierra su fórmula general, D-M-D’: el industrial, el
comercial y el “capital que rinde interés”.
Mas lo que caracteriza a la circulación de capital no es la inversión respecto a M-D-M, sino el
plusvalor que se obtiene. Éste no puede tener su origen en la circulación, ya que ésta, mediante las
metamorfosis del intercambio, sólo produce un cambio formal de la mercancía, pero no en su magnitud de valor. Es verdad que el comprador gana utilidad al cambiar su dinero por la
mercancía, así como el vendedor tampoco la vendería si el dinero no fuera para
él de una utilidad mayor. Pero se supone siempre que en la circulación se da un
intercambio de equivalentes, no un
aumento de valor, que no se produce por mucho que aumente la utilidad de
quienes intercambian. Tanto el capital comercial como el que rinde interés son
formas “derivadas”, y al mismo tiempo “anteriores”, a la forma básica del
capital, que es el capital productivo. En efecto, el plusvalor nace de la
producción y el poseedor de mercancías sólo puede “crear valores por medio de
su trabajo, pero no valores que se autovaloricen”. El secreto está en la
“compra y venta de fuerza de trabajo”, que junto a un intercambio mercantil encierra otro tipo de intercambio. Pero veámoslo en detalle.
El cambio en la magnitud de valor no puede operarse en el dinero mismo.
Tampoco en el segundo acto de circulación. Tiene que operarse por tanto en la
mercancía que se compra, pero no en su valor sino en su valor de uso, es decir, en su consumo. Tiene que tratarse de
una mercancía que posea el especial
valor de uso de ser fuente de valor,
y esa mercancía específica es la (capacidad o) fuerza de trabajo, es decir, el conjunto de facultades físicas y
mentales que existen en la personalidad del ser humano. Pero se deben dar
ciertas condiciones históricas, no naturales, para que esta fuerza de trabajo
se haya convertido en una mercancía y el propietario del dinero pueda
encontrarla en el mercado en forma de “obrero o trabajador libre”. Este obrero
debe ser libre o estar “liberado” en un doble sentido: debe disponer de su
fuerza de trabajo como mercancía propia,
y al mismo tiempo debe carecer de otras
mercancías que él mismo pudiera vender para ganarse la vida o para gastar en
ellas su fuerza de trabajo.
Pero esta mercancía tiene un valor, como las demás, que se determina por las mismas leyes, es decir, por el
tiempo de trabajo necesario para su reproducción. Pero como la fuerza de
trabajo sólo existe en el “individuo vivo”, y sólo pervive en el tiempo si éste
puede asegurar la “procreación” de su descendencia, la reproducción de la
fuerza de trabajo consiste en la reproducción
del trabajador y su descendencia. Su valor es, por tanto, el valor de los
medios necesarios para la familia, es decir, de los medios de consumo con que
satisface esta sus necesidades naturales
(en el sentido “histórico”, es decir, de forma cambiante en el tiempo, pero en
cuantía dada para cada sociedad y momento determinados), incluyendo las normas
de salud y de formación o educación requeridas en cada caso. Se trata de una media diaria, que puede calcularse
mediante la fórmula:
365A+ 52B + 4C + etc. / 365
(donde A son los gastos diarios, B los semanales, C los trimestrales,
etc.). Transitoriamente, esta fuerza
de trabajo puede reproducirse con una cantidad inferior de bienes de consumo,
pero entonces lo hará de forma “atrofiada” (en la sección III, Marx ilustra con
múltiples ejemplos históricos ingleses la realidad de esta reproducción
atrofiada de la fuerza de trabajo, que no puede sostenerse a largo plazo).
Como en todas las demás mercancías, su valor se determina antes de entrar en la circulación
—aunque es el obrero quien realmente “adelanta” o abre crédito al capitalista,
ya que este le paga al terminar el periodo contratado—, pero su valor de uso
consiste en la exteriorización posterior
de esa fuerza. Una vez comprada, la mercancía pertenece por completo, como
todas, al capitalista, quien la consume. Pero este proceso de consumo es al
mismo tiempo el proceso de producción de la mercancía y del
plusvalor, exterior a la esfera de la circulación
y el mercado. Tenemos pues, ahora, como protagonistas de la circulación de
capital, no a simples poseedores de mercancías, sino a dos nuevos actores: el
“capitalista” y su “obrero”. Y estamos ya en condiciones de abordar la sección
tercera.
Sección Tercera: Producción del plusvalor
absoluto
Esta sección, compuesta por cinco capítulos, comienza por la distinción
clave entre “Proceso de trabajo y proceso de valorización” (cap. 5), y su
consecuencia: la distinción entre “Capital constante y capital variable” (cap.
6). Y termina con la cuestión de la medida de la plusvalía (cap. 7: “La tasa de
plusvalor”; y cap. 9: “Tasa y masa de plusvalor”) y su relación con “La Jornada
laboral” (el largo cap. 8, con casi cien páginas de ilustraciones históricas en
apoyo de la exposición).
V. Proceso de trabajo y proceso de valorización. El vendedor de la fuerza de trabajo es también quien trabaja, pero no
debe confundirse la “capacidad de trabajar” con “el trabajo mismo” (como
tampoco se confunden capacidad de digerir y digestión): la primera sólo existe
en potencia (potentia), pero la
segunda existe de forma efectiva (actu)
y consiste en la “fuerza de trabajo que se pone en movimiento a sí misma, obrero”. Por tanto, el proceso de
consumo de la fuerza de trabajo en la producción es dos cosas a la vez; y, como la mercancía y el trabajo mismo (vid.
el capítulo I), tiene una naturaleza también dual:
Por una parte, es un proceso “natural” entre el hombre y la naturaleza —un metabolismo o transformación en el que
el primero transforma a la segunda y, al mismo tiempo, se transforma a sí
mismo—, proceso que podemos llamar, si reservamos el término trabajo para la especie animal humana,
“proceso de trabajo”. Los elementos simples (o “abstractos”) de este proceso
laboral, analizado “cualitativamente”, son la
actividad orientada a un fin —que es el trabajo mismo—, junto al “objeto de
trabajo” (los bienes naturales vírgenes, que una vez trabajados se convierten
en “materias primas” de los procesos de producción) y los “medios de trabajo”,
que sirven de vehículo y ayuda a la acción del trabajo sobre su objeto
(fundamentalmente, los instrumentos
de trabajo). Benjamín Franklin dio tanta importancia a éstos últimos que
definió al hombre como el toolmaking
animal (animal que fabrica instrumentos), y Marx se muestra de acuerdo ya
que, en efecto, lo que diferencia una época de las demás no es lo que en ella
se hace sino cómo se hace. Tanto el
objeto como los medios son las condiciones o factores objetivos (o materiales)
de la producción —y en esa medida ambos constituyen los “medios de
producción”—, mientras que la fuerza de trabajo es su factor subjetivo (o personal). Y el resultado
conjunto de esta actividad —que por eso mismo llamaremos “trabajo productivo”—
es el producto o valor de uso de la mercancía.
A su vez, estos productos pueden reingresar (como condiciones de
existencia) en un nuevo proceso de producción en forma de materias primas o
auxiliares, productos semielaborados o intermedios, o nuevos instrumentos de
trabajo. Pero en todo caso la única manera de conservar y realizar su valor de
uso es arrojarlos a la producción “en contacto con el trabajo vivo”. O sea, consumirlos productivamente mediante el
trabajo. Se trata de un proceso de trabajo que se lleva a cabo en el
capitalismo bajo el control del
capitalista y en un contexto en que todo le pertenece a éste. Sin embargo, en
cuanto proceso natural, y antes y después de transformar el capital el modo de
producción mismo, lo único que ocurre materialmente es que el capitalista
“incorpora la actividad laboral misma, como fermento vivo, a los elementos
muertos que componen el producto”.
Pero, en segundo lugar, el proceso es al mismo tiempo un “proceso de
valorización”, y como tal debe analizarse desde un punto de vista
“cuantitativo”, porque ahora sólo se producen valores de uso en la medida en
que sirven de “sustratos materiales” o “portadores materiales” del valor. Es
decir, lo que quiere el capitalista es producir una mercancía para que su valor
sea superior al de las mercancías que usa en su producción. Es decir, quiere el
plusvalor. Si hablamos de mercancías simples, su proceso de producción es a
la vez proceso laboral y proceso de “formación de valor”; si hablamos de mercancías capitalistas, es a la vez
proceso laboral y “proceso de valorización”.
Tenemos ya los dos componentes del proceso
de producción global capitalista. Pero si, desde el punto de vista del
valor de uso, se pueden considerar los diversos
procesos particulares de trabajo como “fases sucesivas del mismo proceso laboral”, en el que unos trabajos son más pretéritos
que otros, desde el punto de vista del valor, todos esos trabajos son
“idénticos” porque constituyen “partes
del mismo valor global”. Así, en el proceso de producción de hilado, por
ejemplo, cultivar el algodón, hacer husos o hilar, sólo difieren entre sí “en
lo cuantitativo”, interesando sólo contar y sumar
el total como simple trabajo social medio, ya que sólo cuenta como formador
de valor el trabajo socialmente necesario. Esto es extremadamente importante, ya que cualquier medio de producción —por ejemplo, la materia prima— sólo cuenta, en el proceso de valorización,
como materia que “absorbe determinada cantidad de trabajo” vivo, sin que
tenga importancia alguna si esa cantidad de materia es mayor o menor, pues sólo
se tiene en cuenta de cuánta materialización
o concreción de trabajo social estamos hablando en cada caso (es decir, como cuánto trabajo cuenta cada medio de
producción). Es decir, las mercancías que ingresan en el proceso de trabajo no
cuentan como “factores materiales”, sino como “cantidades determinadas de
trabajo objetivado”.
Para que se entiendan bien todas estas determinaciones, Marx analiza luego
el proceso de formación de valor en dos pasos: primero, suponiendo que no se
genera plusvalor; después, suponiendo que sí. Si el valor del producto fuera
sólo igual al del capital adelantado —el dinero para pagar los medios de
producción más los salarios—, no habría nada parecido al plusvalor, por mucho
que el capitalista o sus profesores de economía política a sueldo quieran
convencernos de que hay que remunerar su “servicio” en cuanto “abstinencia”,
“renuncia”, o “trabajo propio” —no trabajo de su “overlooker [capataz] y su manager
[gerente]”, que sí trabajan realmente.
Para entender de dónde nace el plusvalor hay que partir de la diferencia
entre el trabajo pretérito “encerrado en la fuerza de trabajo” y el “trabajo
vivo que ésta puede ejecutar”, o sea entre su “costo de mantenimiento” y su
propio “rendimiento”. Esta diferencia es tenida muy en cuenta por el capitalista
cuando adquiere fuerza de trabajo, aunque quien se la vende no comprenda que
“realiza su valor de cambio” y a la vez “enajena su valor de uso”. Si el mantenimiento de la mercancía sólo
cuesta media jornada de trabajo, pero el rendimiento
es la jornada completa, eso no es “en absoluto una injusticia” contra el
vendedor, dice Marx, sino una “suerte extraordinaria” para el comprador (el
capitalista), que se aprovecha de que el proceso laboral se prolongue más allá
del coste de reproducción de la fuerza de trabajo. De esta manera, el dinero se
ha transformado en capital sin que se haya infringido ninguna de las leyes del
intercambio de las mercancías.
Tenemos como resultado neto de nuestro análisis que todo esto ocurre a la
vez dentro y fuera de la esfera de la circulación. La transformación del dinero
en capital significa, por tanto, que la formación de valor se ha “prolongado”
más allá del punto clave, y su proceso simple se ha convertido en proceso de valorización. Si la producción mercantil
consiste en la unidad de proceso de trabajo y de formación de valor, ahora
añadimos que la “forma capitalista” de la producción de mercancías es la unidad
de trabajo y valorización.
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