martes, 1 de julio de 2014

Economía

Cambios y Grietas en la Economía Mundial y la Rivalidad Entre las Grandes Potencias.
Lo Que Está Pasando y Qué Consecuencias Podría Traer*

(Primera parte)

Raymond Lotta

I. Introducción: El Sistema Mundial no Está en Reposo

Estados Unidos sigue siendo la potencia dominante, aún hegemónica, en el mundo. Pero confronta mayores presiones económicas y mayores necesidades estratégicas. Se operan grandes transformaciones en el sistema imperialista mundial. De importancia central son los cambios de la distribución del poder económico global y el surgimiento de nacientes constelaciones de poder geopolítico y geoeconómico, o sea, potenciales bloques de países con una mayor capacidad de desafiar al dominio global estadounidense. China es un elemento altamente dinámico en esta ecuación.

Estos fenómenos compenetran con otras contradicciones y conflictos en el mundo, sobre todo la ofensiva militar post 11-S del imperialismo estadounidense y sus guerras en Irak y Afganistán, las dificultades con que se ha topado y las amenazas militares contra Irán.

No se reconocerá la importancia de los nuevos desafíos competitivos al imperialismo estadounidense midiendo el grado en que se constituyen en una “contra-hegemonía” contraria al imperialismo estadounidense en los frentes militar, económico e institucional. En estos momentos, esos desafíos no encierran eso. Si bien hay elementos emergentes de eso, no están concentrados en una sola potencia.

En la actual coyuntura, no hay nada que esté desafiando de cara al imperialismo estadounidense en el frente militar ni que lo esté confrontando de una manera importante. Pero la presencia de estos desafíos (y sus impulsores) quiere decir que con mayor frecuencia el imperialismo estadounidense tiene que estar cuidándose la espalda.

El imperialismo estadounidense busca conservar y extender su supremacía en el contexto de la erosión de su poder económico y una arquitectura financiera mundial más frágil e inestable basada en el lugar privilegiado del dólar. Es notable que todo eso esté ocurriendo en medio de un dinámico estado de cambio del sistema mundial, en que están naciendo nuevos polos de poder y se están ensanchando las grietas en la hegemonía global de Estados Unidos.

El colapso del bloque soviético socialimperialista en 1989-91 representó el cambio más importante de las relaciones entre los imperialistas desde el fin de la II Guerra Mundial. La formación de un marco geopolítico nuevo y más integrado para la acumulación del capital contribuyó a la aceleración de una arrolladora ola de globalización. Eso lo facilitaron las nuevas tecnologías, y se consolidó bajo el proyecto neoliberal encabezado por Estados Unidos: la privatización de las empresas paraestatales, la apertura de los mercados a capitales extranjeros, la disminución de la reglamentación de las empresas y los recortes de los programas sociales y prestaciones laborales.

Los saltos de la industrialización del sector agrícola mundial y la integración trasnacional de la producción y transporte de alimentos han acelerado la destrucción de los sistemas tradicionales de producción agrícola en el campo del tercer mundo. Todo eso ha impulsado un proceso de urbanización sin precedente histórico centrado en el tercer mundo: el desplazamiento de la población del campo a las ciudades, el desarrollo galopante de las ciudades nuevas y antiguas. Por primera vez en la historia universal, más de la mitad de la población del mundo vive en las ciudades; mil millón de personas viven en los barrios pobres de las ciudades del tercer mundo y alrededor de ellos. Es, como dijo acertadamente Mike Davis, un “planeta de ciudades miseria”.

Lo que surgió, de manera inesperada, de la resolución específica de las contradicciones concentradas en el colapso de la Unión Soviética, y de otros factores, es un reaccionario fundamentalismo islámico trasnacional que sigue siendo una fuerza ideológica y material real en el mundo.

“Apuntes sobre economía política” y “Los grandes retos de la nueva situación” (aparecidos en 2000 y 2002, respectivamente) contienen análisis de buena parte de todo eso.

Hoy, estos sucesos y los siguientes factores se compenetran y se influyen:

  • El rápido ascenso económico y proyección de poder de China en Asia oriental y central y otras regiones estratégicas del tercer mundo.
  • La consolidación de la Unión Europea (UE) y su extensión hacia el centro y el oriente de Europa y la formación de una zona monetaria cohesionada en torno al euro, factores que, juntos, constituyen una desafío económico a la hegemonía del dólar estadounidense y un embrionario marco de gobierno alternativo al orden imperial encabezado por Estados Unidos.
  • Un imperialismo ruso basado en materias primas con mayor presencia que tiende sus tentáculos hacia Europa occidental y la presiona, contrarresta las maniobras estadounidenses y promueve sus propios intereses imperiales en el centro de Asia rico en petróleo, con diversas clases de asociación estratégica con China en vastas extensiones de Eurasia, que da ayuda de alta tecnología y armamento avanzado a Irán, Venezuela y otros países semejantes.
  • El surgimiento de nuevos centros regionales de acumulación en el tercer mundo, un proceso bajo la dirección del imperialismo impulsado por la extensión y la promoción de las relaciones capitalistas de producción y las nuevas divisiones de trabajo provenientes de un “capitalismo de redes” más integrado que abarca la descentralización geográfica de los centros de producción, la subcontratación y la tercerización; y que se ha basado en todo eso. Un resultado importante de este proceso es que ciertos regímenes compradores dependientes y subordinados ahora tienen más margen de maniobra, sobre todo respecto al aumento del precio de energéticos y mercancías y las nuevas constelaciones de poder geoeconómicas (como Rusia-China).
  • El imperialismo estadounidense sigue buscando amarrar un dominio global sin rival para décadas por venir sobre la base de la militarización y la mayor financierización del frente interno. Eso quiere decir el explosivo crecimiento del sector financiero relativo al sector manufacturero y a la economía en general, y la proliferación de instrumentos financieros especulativos y desestabilizadores de acumulación de riqueza.
Estos fenómenos y dos sucesos estrechamente relacionados se compenetran y se influyen. Primero, se intensifica la competencia global por recursos, impulsada por la mayor demanda de energéticos de las grandes potencias industriales, recursos que están disminuyendo (tenga o no validez científica la idea del “petróleo pico”), y por la rivalidad en torno al control de estos recursos. Segundo, las tensiones ecológicas globales se están acercando a un punto de quiebre crítico, más allá del cual es posible que la sociedad humana no pueda contrarrestar los daños largoplacistas al clima y a los ecosistemas, a la vez que los efectos cortoplacistas se vayan agravando. Las tensiones ambientales están afectando la producción y los precios de los alimentos, el desplazamiento demográfico en respuesta a los desastres naturales y la estabilidad social, tal como en Somalia que ha padecido la combinación de la sequía y el menor rendimiento de los cultivos, la invasión por Etiopía respaldada por Estados Unidos y la desintegración de las instituciones y el caos urbano con la crisis humanitaria resultante.

Se están operando cambios geopolíticos y geoeconómicos en muchos diferentes niveles, junto con los factores históricos específicos. Pero estos sucesos y tendencias no se dan al azar. De fondo, detrás de estos cambios están la naturaleza y la lógica del sistema capitalista: la compulsión a expandirse y maximizar las ganancias a fin de tener ventajas competitivas; el crecimiento anárquico y ciego y los horizontes cortoplacistas del capitalismo; y la tensión inherente a un sistema en que la producción está altamente socializada y entretejida en el mundo, con la actividad colectiva y entrelazada de miles de millones de trabajadores asalariados, mientras que una pequeña clase capitalista controla y utiliza en beneficio propio los medios de producir las riquezas, las riquezas que se producen de manera social y los mismos conocimientos.

II. Unos Puntos Importantes Sobre la Nueva Geografía Económica de la Economía Mundial

Al fin de la II Guerra Mundial, Estados Unidos tenía aproximadamente 50% del producto interno bruto (PIB) mundial, y un porcentaje aún más grande de la capacidad industrial mundial. Esto reflejó el resultado histórico específico de la II Guerra Mundial: el ascenso a una posición dominante del imperialismo estadounidense y la destrucción de buena parte de la capacidad productiva en los centros imperial-industriales de Europa occidental y Japón.

Para 1960, el porcentaje estadounidense del PIB global había caído a 30%; hoy es aproximadamente 21%. El relativo declive económico del imperialismo estadounidense data de hace algunas décadas; los años 1968-71 son un punto de viraje, caracterizado por el desafío europeo y el abandono del patrón oro-dólar. El surgimiento de Japón como rival industrial-financiero e importante exportador de capitales en los años 80 fue otra clase de punto de viraje.

Pero hay un factor hoy que tiene una magnitud y carácter inesperado aún más sísmicos: el ascenso de China en la economía imperialista mundial. En 1976 en China, el socialismo fue derrotado y se restauró el capitalismo, después de la muerte de Mao Tsetung y la detención de “banda de los cuatro”.

La frase “el ascenso de China” es a la vez descriptiva y analítica. China no es una potencia imperialista, pero  es una creciente y competitiva potencia económica y geopolítica en el sistema imperialista mundial.

El mero tamaño de la economía rápidamente creciente de China; su lugar central en el proceso de acumulación global, como recipiente del capital imperialista y eje del sector manufacturero mundial; sus enormes ingresos por concepto de exportaciones que han contribuido a que el banco central chino tenga las mayores reservas de dólares fuera de Estados Unidos; su impacto regional en Asia oriental y su alcance mundial (hacia África y Sudamérica, por ejemplo); y su capacidad militar en rápida expansión: todos esos elementos tienen efectos profundos en las relaciones económicas y geopolíticas del mundo. Y por razones que hay que explorar más, la batuta de mando de un desafío basado en Asia oriental al dominio estadounidense en la región parece haberse pasado de Japón a China.

A) La nueva geografía económica del planeta

La Tabla 1 mide un importante elemento de la nueva geografía económica del planeta: el porcentaje del producto interno bruto (PIB) global de distintos países. El PIB representa en términos de dinero la producción de bienes y servicios de un país dado, en un período dado, por lo común un año. Desde una perspectiva marxista, la medida del PIB tiene fallas y está incompleta: oculta la realidad de la explotación, la igualdad y la desigualdad, los costos ambientales de la producción, etc.

Pero esta medida es útil para tener una idea del funcionamiento de la economía, la distribución del poder económico en el mundo, cómo eso ha cambiado durante ciertos períodos y cómo puede afectar la competencia y la rivalidad.

Estados Unidos aún es la economía única más grande del sistema capitalista mundial. Pero se está erosionando su supremacía. A comienzos de este milenio, China eclipsó a Alemania como tercera economía del mundo. Ahora ha rebasado a Japón. Y entre las cinco economías más grandes, el índice de crecimiento de China, de 9 a 11% al año durante los últimos 20 años, está en primer lugar, e India no se queda muy atrás con 8% en los últimos años, mientras que Estados Unidos, Japón y Alemania han estado creciendo a un ritmo de 2 a 4%. El alto y sostenido índice de crecimiento de China no tiene precedente en la historia del capitalismo.

La participación de China en la producción manufacturera mundial aumentó de 4% en 1995 a 8% en 2005. En 2006, Alemania tenía la participación más grande de la exportación de manufactureras del mundo (9.2%), seguida de Estados Unidos (8.6%) y China en tercer lugar (8.0%).

Otra medida importante del poder de la economía mundial es la exportación de capital, o el capital que las empresas de un país invierten en otro país. La Tabla 2 ilustra un componente muy grande e importante de la exportación de capital, las inversiones extranjeras directas (IED). Estas inversiones directas en el exterior son capitales que invierten las empresas de un país en los centros de producción (como fábricas y minas) en el país receptor.

      Cinco países, Estados Unidos, Reino Unido, Japón, Alemania y Francia, tienen el 50% de la masa de inversiones directas en el exterior. En 1960, Estados Unidos solo tenía casi la mitad de la masa mundial de inversiones directas en el exterior; hoy su porcentaje es de aprox. 20%. Entre 1960 y 1985, Alemania y Japón aumentaron de manera sustancial su parte mundial de las inversiones acumuladas en el exterior. La parte de Japón siguió aumentando hasta 1990 pero después cayó bruscamente en respuesta a la disminución del crecimiento interno y la crisis financiera de Asia oriental de 1998.

Los países de la Unión Europea (UE) han conservado su parte de la masa mundial de inversiones directas en el exterior, pero la de Estados Unidos ha disminuido. Hoy, la UE es la mayor fuente de la exportación de capitales de inversión directa. Todo eso tiene mayor importancia en un contexto en que en los últimos años, la UE ha llegado a ser un bloque mucho más integrado y cohesionado con una moneda que compite con el dólar en el mundo. La UE ha rebasado a Estados Unidos como mayor inversionista en América Latina. Pero Estados Unidos aún es el mayor exportador único de IED y, con mucho, es el mayor país-inversionista único en América Latina. Con el TLCAN, ha forjado una red regional más estrecha que constituye una plataforma para hacer inversiones y contender en el mundo.

Estas son señales de una disminución de la brecha económica internacional entre Estados Unidos y las otras potencias imperialistas, y el posicionamiento competitivo.

En 2007, 167 de las 500 compañías más grandes del mundo tenían su sede en América del Norte, 184 en la UE y 64 en Japón. En los últimos años, la proporción estadounidense del total ha disminuido.

Alrededor del 15% de la masa acumulada de inversiones extranjeras directas ya está en el tercer mundo. Pero las salidas anuales de las IED al tercer mundo han aumentado como proporción del total de las salidas anuales: del 25% al 35% del total mundial en los últimos 10 años. Además, las salidas de capitales al tercer mundo a veces han estado muy volátiles, como los flujos de capital imperialista que precedieron a la crisis de Asia oriental de 1997-98, y que respondieron a la misma.

Más inversiones extranjeras directas van de unos países imperialistas a otros países imperialistas, debido a varios factores: las fuerzas productivas y los mercados internos de los países imperialistas están más altamente desarrollados y tienen un abanico más amplio de opciones de inversión que en muchos países del tercer mundo; con frecuencia las inversiones implican costosas fusiones, adquisiciones y compras del control o acciones de grandes empresas; la rivalidad entre las corporaciones y potencias imperialistas por obtener fuertes posiciones al interior de los mercados continentales y nacionales imperialistas altamente desarrollados y, a su vez, una parte de estas inversiones, como en las refinerías del petróleo, está vinculada a inversiones afines en los países del tercer mundo.

Por otro lado, una creciente proporción de las IED en el sector manufacturero va al tercer mundo, sobre todo China. La tasa de rendimiento de las IED en este sector del tercer mundo en general es más alta que en los países capitalistas desarrollados, y muchas veces es considerablemente más alta. Las redes de subcontratación que prosperan debido a la intensa superexplotación afectan la rentabilidad general de las inversiones en el tercer mundo, por ejemplo, en las maquiladoras de prendas de vestir, refacciones y otros productos.

Otro suceso llamativo: los países oprimidos hoy, tal como ilustra la Tabla 1, representan el 41% de la producción del mundo, o un aumento desde el 36% en 2000 (y menos del 30% en 1990). Principalmente esto se debe al crecimiento rápido de China (y en segundo lugar India) como centros de acumulación encabezada por el imperialismo. Una gran cantidad de producción material se está trasladando al tercer mundo, y el 80% del valor de la exportación de mercancías del tercer mundo ya consta de productos fabricados, o sea, un cambio radical desde previos períodos del imperialismo.

Los “países BRIC” (Brasil, Rusia, India y China) representan el 21% de la economía mundial. Pero ni es un bloque de países económicamente integrado como la UE, ni una alianza de estados (y uno de los países BRIC, Rusia, es una potencia imperialista). En verdad, la frase la inventó la comunidad occidental financiera e inversionista en referencia a los grandes mercados de alto crecimiento y altas ganancias.

No obstante, tiene alguna validez analítica limitada agrupar a estos países: son “mercados emergentes” rápidamente crecientes para las inversiones productivas y financieras; juegan un papel cada vez más importante en la economía mundial; son importantes productores o consumidores de energéticos; y se colaboran de manera variada y significativa, especialmente Rusia y China.

Al fin de la primera guerra del Golfo en 1991, de las 20 compañías más grandes de la industria energética, 55% fueron estadounidenses y 45% europeos. Pero en 2007, según un estudio de la empresa financiera Goldman Sachs, 35% fueron de los países BRIC (en su mayoría propiedad del estado), aprox. 35% europeos y 30% estadounidenses. Rusia y Brasil son productores importantes de energéticos.

China e India, por otro lado, dependen mucho de importaciones para sus necesidades energéticas. Pero las compañías paraestatales energéticas chinas están empezando a ser jugadores internacionales importantes, tal como ocurrió en 2005 cuando la petrolera china CNOOC trató de adquirir la corporación Unocal con sede en Estados Unidos (que tenía las mayores reservas de petróleo en América del Norte y Asia).

B) Sigue la división entre el imperialismo y las naciones oprimidas… pero hay nuevo espacio de maniobra para algunos regímenes del tercer mundo

Los países productores de energéticos del tercer mundo como Brasil, Venezuela, Arabia Saudita, Nigeria e Irán no se han zafado de la dependencia estructural del mercado mundial imperialista, en cuanto a su dependencia de la tecnología extranjera; la refinación, el marketing y el transporte, etc.; la vulnerabilidad extrema a las fluctuaciones de precios; etcétera.

El desarrollo impulsado por el petróleo y los energéticos todavía tiene efectos profundamente deformadores en la agricultura, las relaciones entre ciudad y campo y la estructura social, y causa mucho sufrimiento humano. Venezuela bajo Chávez importa aprox. 70% de sus alimentos, mientras que la oligarquía terrateniente sigue básicamente sin tocar. En las ciudades miseria de Caracas todavía viven enormes concentraciones de pobres, muchos excluidos de la economía formal. El “otro lado” del auge brasileño del etanol son los cientos de muertos y decenas de miles de heridos entre los trabajadores de los cañaverales de donde proviene la caña de azúcar de la cual se fabrica el biocombustible (y las compañías estadounidenses como ADM y Cargill son grandes inversionistas en el sector agro-energético de Brasil).

Pero para las elites gobernantes locales, el poder económico real se concentra en estas esferas de producción del petróleo, gas natural y biocombustibles. Por medio de una confluencia específica de acontecimientos, algunos regímenes dependientes del tercer mundo tienen más margen de maniobra. El imperialismo estadounidense se ha puesto a librar guerras por un imperio mayor en Irak y Afganistán. El fuerte aumento, aunque de ningún modo permanente, de los precios de materias primas ha generado altas ganancias y algún poder financiero. El hecho de que una emergente potencia económica como China persiga su propia agenda competitiva global y haya acumulado importantes recursos financieros para ello quiere decir que un país como Venezuela puede contrarrestar algunas presiones estadounidenses pidiendo préstamos y créditos a China.

La cambiante geografía económica del planeta supone una gran dispersión (globalización) de la capacidad productiva. Pero “el mundo no es plano”, ni se está aplanando. Las fuerzas productivas avanzadas aún tienen una concentración desequilibrada en los países ricos. El PIB per cápita de los países ricos es más de cinco veces mayor que lo es en lo que el Fondo Monetario Internacional llama los “países de ingresos medianos”, como Brasil, México y Turquía. El PIB per cápita de los países ricos es más de 19 veces mayor que lo es en los países de bajos ingresos, como la mayor parte del África subsahariana. Las enormes diferencias de niveles salariales y los grandes sectores de la humanidad sujetos a condiciones brutales de superexplotación manifiestan y subrayan la brecha entre las naciones opresoras y oprimidas.

La globalización tiene efectos contradictorios. Causa mayores niveles de industrialización en el tercer mundo y mayores ingresos para sectores de las clases medias. Pero esto no representa una nivelación generalizada de ingresos. Esta etapa de la globalización imperialista ha tenido un efecto diferencial muy importante: el de aumentar el desarrollo desigual entre los países del tercer mundo y las desigualdades de riquezas al interior de los mismos. La distribución de ingresos de China es de las más desiguales del mundo, al lado de aquella de Estados Unidos y Brasil.

La cambiante geografía económica del planeta también afecta la agricultura mundial, sobre todo los efectos devastadores y desiguales en el tercer mundo. El imperialismo está transformando los sistemas de agricultura nacionales en componentes globalizados de producción trasnacional y cadenas de marketing desligados de las necesidades de estos países del tercer mundo, es decir, se cultivan más alimentos para exportar, y no para alimentar a la población de estos países, o se deja de destinar las tierras a la producción de alimentos.

Históricamente, donde la producción de alimentos ha sido la base de las economías de la mayoría de esos países, la agricultura ha ido perdiendo su papel “fundamental” en muchas economías nacionales del tercer mundo. Se ha arrastrado la producción de alimentos al vórtice de los mercados especulativos de mercancías y finanzas al mismo tiempo que el cultivo agro-industrial de biocombustibles encabezado por el imperialismo desplaza el cultivo de alimentos. Ya no se producen suficientes alimentos básicos en muchas partes del tercer mundo, mientras que las fuerzas de la competencia mundial, el control imperialista sobre las nuevas tecnologías agrícolas y las fluctuaciones de precios mundiales minan aún más la seguridad alimentaria.

Así que a comienzos de 2008, una crisis global alimentaria inédita en la historia moderna económica causa, y sigue causando, un atroz sufrimiento humano en grandes partes de África, Asia y América Latina. Esta también refleja la profunda brecha entre las naciones opresoras y oprimidas.
NOTAS:
1. Raymond Lotta, “El derrumbe financiero y la locura del imperialismo”, Revolución #127, 20 de abril de 2008, revcom.us/a/127/EconomyMeltdown-es.html.
2. Mike Davis, Planeta de ciudades miseria (Madrid: Editorial Foca, 2007).
3. Partido Comunista Revolucionario, Estados Unidos, Apuntes sobre economía política: Nuestro análisis de los años 80, cuestiones de metodología y la actual situación mundial (Chicago: 2000, RCP Publications); Bob Avakian, “Los grandes retos de la nueva situación”, Revolución #1256, rwor.org/a/1256/ba-newsituation-s.htm.
4. U.S.-China Business Council, “U.S. Manufacturing: Dying… Or Still Going Strong”, http://uschin.org; Organización Mundial de Comercio, International Trade and Tariff Data, Statistics Database, stat.wto.org/Home/WSDBHome.aspx?Language=E.
5. Fortune, “Global 500 2008,” money.cnn.com/magazines/fortune/global500/2008/index.html.
6. Conferencia de las Naciones Unidas sobre Comercio y Desarrollo, “Dificultades en el sector manufacturero: En el informe de la UNCTAD se examinan las tensiones emergentes en el sistema de comercio”, 2002. www.unctad.org.
7. Ver “New economic tigers Brazil, Russia, India and China overtake U.S. in dominating global energy industry, new study says”, International Herald Tribune, 25 de junio de 2007. www.iht.com.
8. Ver Raymond Lotta, “Hugo Chávez tiene una estrategia petrolera… pero ¿conducirá a la emancipación?”, Revolución #94, 1º de junio de 2007, revcom.us/a/094/chavez-es.html.
9. Banco Mundial, “Indicadores del desarrollo mundial, 2008”. www.worldbank.org.
*Tomado del periódico Revolución, #136, 20 de julio de 2008. (Nota del Comité del Redacción).



Mutaciones del Capitalismo en la Etapa Neoliberal (I)
Economías Centrales

(Segunda Parte)





Alemania remodela a Europa

Europa es el epicentro de la crisis actual. Allí continúa la recesión al cabo de fatigosos ajustes con niveles récord de desempleo. El momento más dramático del temblor se registró en el 2011-2012, cuando sobrevoló una convergencia de quebranto de los bancos con cesaciones de pagos de la deuda pública, en pleno temblor global. También parecía inminente el estallido del euro. Ese dramatismo ha cedido pero el respiro es frágil. La situación de las instituciones financieras es delicada y el estancamiento es mayor que en Estados Unidos.

La interpretación europea inicial de tsunami como un eco pasajero del temblor norteamericano ha quedado desmentida. El Viejo Continente está entrampado en un círculo vicioso de quiebras bancarias y déficit fiscal. El rescate de las entidades potenció la deuda pública y precipitó recesiones, que acentúan la vulnerabilidad del sector financiero. Aunque 800 bancos ya recibieron un billón de euros nadie avizora el final del túnel.

Alemania se ha convertido en la gran potencia del Viejo Mundo. Recuperó preeminencia con la anexión de la RDA, que financió entre 1998 y 2006 con ajustes internos y retracción salarial. Luego impuso el incremento de la productividad por encima de los sueldos, mediante un atropello contra las conquistas sociales. Con las leyes Hartz se obligó a los desocupados a realizar trabajos precarizados, que ya representan un cuarto del empleo total. Esta agresión fue desplegada por los capitalistas para reducir el costo salarial.

La afluencia de mano de obra barata y calificada del Este y la relocalización externa de numerosas empresas complementaron el ajuste. Los sindicatos no fueron demolidos como en Inglaterra, pero decreció su poder de negociación y el modelo renano de capitalismo social se diluyó, hasta perder sus viejas diferencias con el esquema anglosajón. El capital alemán se internacionalizó, recibió inversiones externas y adoptó el estilo brutal de los managers estadounidenses.
Estas transformaciones han socavado la legitimidad del sistema político. En Alemania Oriental las elites del viejo régimen no obtuvieron los beneficios que lograron sus pares de Polonia, Hungría o Eslovaquia con la restauración capitalista. La emigración de jóvenes provocó una importante despoblación de la ex RDA y el 16% de la población total, ya afronta un serio riesgo de pobreza. Además, los servicios de alimentación para los carenciados se han triplicado desde el 2002 [14].

Los capitalistas germanos salieron airosos de la anexión e impusieron sus prioridades en la conformación de la Unión Europea. Acumularon un gran acervo de acreencias y superávits comerciales que les permite definir el rumbo del continente. Esta primacía se ha consolidado luego de cooptar a varias economías del norte (Dinamarca, Holanda, Finlandia, Austria).

También ha sido esencial el acuerdo político con Francia. La clase dominante de ese país compensa su declive productivo con la alianza geopolítica que forjó con su viejo rival. Pero el precio del convenio es un ajuste continuado, que conservadores y socialdemócratas implementan sin ninguna distinción. A los pocos meses de asumir, Hollande sustituyó su leve sugerencia de subir impuestos a las familias pudientes por nuevos subsidios al capital y mayor flexibilidad laboral.

Inglaterra ensaya otra estrategia tomando distancia del poder alemán. Se mantiene fuera del euro y renegocia el status especial que acordó en el 2009 dentro de la UE. Esta autonomía es exigida por el lobby bancario, para preservar los negocios internacionalizados de la City londinense. Pero hay muchas tratativas en curso, porque el sector industrial -que coloca la mitad de sus exportaciones en el Continente- promueve una reaproximación con Europa.

Cirugia deflacionaria

Las economías intermedias de Europa afrontan las consecuencias de convalidar los recortes que impone la cúpula de la Unión. Esta cirugía comenzó en Italia a principios de los 90 con la aceptación de las reglas de Maastrich. El viejo modelo de inflación, devaluación y déficit fiscal fue sustituido por una drástica comprensión del gasto público. La derecha de Berlusconi y los socialdemócratas de Prodi se han repartido la tarea de privatizar y desregular el mercado de trabajo, acentuando la brecha que separa al Norte del Sur. Con este molde macroeconómico se perpetúa el estancamiento y el desempleo.

España siguió otro recorrido. Su incorporación a la Unión dio lugar a un fuerte crecimiento inicial e incentivó la internacionalización de ciertas empresas que se transformaron en jugadores globales (Telefónica, Endesa, Fenosa, Repsol, BBVA, Santander). La contrapartida de esa inserción ha sido una especialización de la economía (construcción, servicios, turismo), que cercenó la estructura industrial y estabilizó elevadas tasas de desempleo.

Estas fragilidades explican el gran impacto de la crisis reciente. El estallido de la burbuja inmobiliaria precipitó en España un colapso bancario que arruinó las finanzas públicas al cabo de cuatro rescates. El último socorro incluyó el tutelaje alemán directo en la supervisión de los recortes. El producto se contrae, el déficit fiscal saltó al 6,4% y la deuda araña el 87% del PBI.

España e Italia no pueden compensar su fragilidad económica con acciones geopolíticas. En las últimas centurias tuvieron poca presencia en este ámbito y la incorporación a la Unión consolidó esa marginalidad. El impacto de la crisis se asemeja por estas razones al sufrimiento de toda la periferia europea [15].  

El desempleo bate récord en la zona euro (10,8%) y se duplica entre los jóvenes (21,6%). Pero en España ya supera el 23% y en Italia afecta a uno de cada tres jóvenes y a la mitad de las mujeres del sur. El 8,2% de trabajadores europeos quedó situado en el 2010 por debajo de la línea de pobreza. Pero e l número de empobrecidos se duplicó en Italia (2007- 2012) y alcanza a tres millones de personas en España. Si esta degradación persiste al ritmo actual, un amplio sector de la población de ambos países quedará privado de coberturas básicas en los próximos años. El modelo socialdemócrata de “capitalismo con mejoras sociales” se desvanece en forma acelerada.

En el fracturado mapa del continente, Alemania determina el ritmo del ajuste. Impone a los deudores una indigerible dieta deflacionaria, para amoldar la región a su patrón de competitividad. Como al mismo tiempo necesita preservar los nuevos mercados evita la bancarrota de sus clientes, refinanciando a los quebrados con durísimos condicionamientos.

Cada país debe socorrer a sus bancos con fondos propios, puesto que la unificación monetaria no incluye compartir los pasivos. Alemania proyecta avanzar hacia una convergencia fiscal y bancaria de toda la U.E., cuando haya concluido la actual limpieza de insolventes. Por eso otorga préstamos sólo a las economías colapsadas que aceptan el futuro control germano.

Para preparar esa supervisión, Alemania bloquea cualquier auxilio indiscriminado basado en la mutualización de deudas o la emisión de Eurobonos. Impone un organismo afín (ABE) que timonea la reorganización de los bancos. También introduce la supervisión del Banco Central Europeo sobre las 6.200 entidades de la eurozona y maneja la recapitalización de esas instituciones a través de un fondo de estabilidad (MEDE). El paso siguiente sería reformar el Tratado Europeo para asegurarse el control fiscal, ampliando la delegación de atribuciones que ya detenta Bruselas.

Sólo al final de este proceso Alemania consideraría la introducción de los mecanismos federales que rigen en Estados Unidos, para supervisar las finanzas y la moneda. Pero este plan requiere que el euro, los bancos y las finanzas públicas perduren sin estallar por la gran ingesta de cicuta que contienen los ajustes. La crisis podría demoler este proyecto antes de su concreción, si se agrava la actual fractura entre el Norte y el Sur europeo.  

Mecanismos de polarización

Los capitalistas de toda la Eurozona invocan la permanencia en el euro para justificar la destrucción del estado de bienestar. Pero los más afectados son los países de la periferia regional. Estas economías han sufrido duramente las consecuencias de una liberalización financiera, que generalizó las maniobras de titularización, el apalancamiento y las contabilidades fuera de balance. Los bancos quedaron desprovistos de sus protecciones tradicionales y al trastabillar impusieron un inmenso agujero a las finanzas públicas.

La periferia europea está agobiada por pasivos inmanejables y ha quedado sometida a las exigencias de los acreedores. Su situación se asemeja a los padecimientos sufridos por América Latina en los momentos de mayor endeudamiento.

Los mismos excedentes de liquidez y mercancías que Estados Unidos colocaba entre sus vecinos del Sur en años 80 y 90, fueron transferidos por Alemania a las economías más frágiles del Viejo Continente. Ambas potencias utilizaron formas semejantes de endeudamiento público para descargar sobrantes de mercancías y capitales. Esta traslación socavó la estabilidad fiscal de las regiones dependientes y derivó en ajustes muy similares. El FMI monitoreaba los recortes de América Latina y ahora repite esa supervisión en una Troika compartida con la Comisión Europea y el BCE. Sólo han cambiado las victimas y la localización de un mismo proceso.

El desastre es mayúsculo en varios casos. Grecia sufre un colapso superior al padecido por Argentina en el 2001, tanto en el desplome de su producto (el doble del derrumbe pos- convertibilidad), como en la magnitud del endeudamiento (169% frente a 150% del PBI). El desempleo promedia el 27% y alcanza el 58% en la juventud, en un escenario de depresión sin fin [16].

La Troika no expulsó al país del euro pero tampoco lo financia. Mantiene una soga corta para imponer el ajuste perpetuo con inverosímiles promesas de mejoría futura. Al cabo de una promocionada renegociación de la deuda, el pasivo fue reducido en un irrisorio 10%.

A Irlanda no le va mejor. Durante una década el país fue exhibido como el “modelo más exitoso de neoliberalismo” y desde hace cuatro años soporta un ajuste sin pausa. El consumo se ha desplomado (12% inferior al 2007) y los recortes no han reducido la deuda pública que continúa por encima del 120% del PBI.

En Portugal la derecha y los social-liberales se alternan en el gobierno para introducir nuevos recortes, al concluir cada ronda de negociación de la deuda. Con el tercer rescate de los bancos el país quedó vaciado de reservas, mientras se multiplica el desempleo. Europa Oriental sufre una gran emigración de la población desocupada y soporta tasas de pobreza semejantes al Tercer Mundo.

El destino de dos paraísos financieros ilustra quién carga con las consecuencias de la crisis. En Islandia se privatizaron las entidades para atraer capitales a dos bancos, que recaudaron fondos equivalentes a 10 veces el PBI de la isla. Cuando colapsaron el FMI intentó transferir el desfalco a una población que impidió el atropello.

También en Chipre se buscó penalizar a los pequeños depositantes por la quiebra de los bancos. La resistencia social y el temor a una corrida en otros mercados liberalizados obligaron a limitar esa confiscación. Pero el precedente de una expropiación directa de los ahorristas quedó flotando como un recurso para el futuro.

La moneda común opera en toda la Eurozona como una convertibilidad forzosa, que consolida las ventajas de las economías avanzadas al impedir el uso de las devaluaciones para recomponer la competitividad.

Los países más endeudados son forzados a reducir su déficit fiscal y su desbalance comercial. Como utilizan la misma moneda que el resto para gestionar productividades, salarios y tasas de inflación muy diferentes, soportan una gran hemorragia de recursos hacia el centro.
El promedio salarial en Alemania, Francia, Países Bajos, Suecia y Austria duplica o triplica las medias de Grecia, Portugal o Eslovenia. Supera entre 7 y 10 veces los niveles vigentes en Letonia, Rumania o
Bulgaria. La brecha de productividad con Alemania es abismal.

También los desniveles de inflación entre el Norte y Sur de Europa se han acentuado. En el período 2000-08 el incremento de precios fue 11,8% en la primera región y 27% en la segunda. Desde su incorporación al euro las economías de la periferia crecieron aumentando el consumo sin ningún soporte productivo. La inflación diferenciada reflejó este desequilibrio, que primero desembocó en déficit comercial, luego en endeudamiento y finalmente en quebranto bancario.

Estos procesos ilustran el carácter crónico de las desigualdades socio-económicas regionales y la recreación de relaciones centro-periferia en los momentos de gran reconversión capitalista. En el escenario europeo se verifica como ambos polos se alimentan mutuamente, a medida que la región es adaptada a los nuevos moldes de la acumulación global [17].

Del federalismo al centralismo

La crisis no ha detenido la conformación de la Unión Europea, que ya es un proto-estado continental con varias instituciones en gestación. Hasta ahora funciona mediante tratados sin gran sustento constitucional. P ara cambiar cada regla se necesita el voto de los gobiernos, que a su vez recurren a consultas internas. Estos mecanismos regirán hasta que se defina como centralizar las decisiones. Esta modificación se está procesando mediante la eliminación de todos los resabios de la Europa social que obstruyen a la Europa del capital.

La transformación en curso ya no guarda ningún parentesco con el ideario federalista. Ese proyecto se ha disipado para insertar al Viejo Continente en la mundialización neoliberal. El viraje es comandado por Alemania que ensayó internamente, los nuevos principios de restricción salarial y prioridad explícita del beneficio, a través de estrictas políticas monetarias de independencia del Banco Central [18].

Los primeros pasos que siguió la paulatina conformación de la Unión (Tratado de Roma en los 50, política agraria común en los 60, sistema de paridades en los 70, acuerdos de moneda en los 80) registraron un brusco giro con el tratado de Maastrich en los 90. Allí comenzó el viraje neoliberal consumado con la unificación monetaria, el resurgimiento de Alemania y el ingreso de los países del Este a la U.E.

El modelo actual funciona bajo el comando de una casta supra-nacional, que amolda la construcción de Europa a las exigencias del mercado. Su poder creció abruptamente luego con la implosión de la URSS y la reunificación germana. Maastrich consagró la primacía del despotismo capitalista, para demoler el estado de bienestar en los 27 miembros de la Unión y en los 17 integrantes de la Eurozona.

Todos perdieron soberanía, resignaron atribuciones presupuestarias y delegaron decisiones en la tecnocracia de Berlín-Bruselas. Este sometimiento se verifica en la primacía económica del Tribunal Europeo, el dominio de las empresas continentales, el libre flujo de capitales financiero y la gravitación del euro.

El proyecto federalista inicial de Monnet-Delors ha quedado totalmente sustituido por las propuestas de Hayek de forjar una estructura política divorciada de la soberanía popular. Este esquema modifica a tal punto las tradiciones progresistas de posguerra, que el término “reforma” ya no implica mejoras sociales sino aceleración de las privatizaciones.

La meta geopolítica inicial de la Unión apuntaba a realzar la gravitación de Francia para contener un eventual resurgimiento germano. Ese propósito tenía el Plan Schuman y la Comunidad del Acero y el Carbón. Se buscaba evitar la repetición de la inestabilidad de los años 30, imponiendo la subordinación de Alemania a una construcción continental.

Pero la crisis de Suez, las derrotas del colonialismo francés y la erosión del gaullismo alteraron el proyecto. Por un lado se incrementó la presencia perdurable de Estados Unidos en el Viejo Continente y por otra parte se debilitaron las posibilidades de un esquema europeo autónomo. El desplome de la URSS reforzó estas tendencias.

El viejo temor a una repetición de la inestabilidad de entre-guerra se diluyó e irrumpió el nuevo horizonte de forjar empresas regionalizadas (o internacionalizadas), para apuntalar la competitividad europea. El discurso apolítico que emana desde Bruselas expresa esta prioridad.

Todas los debates actuales confirman la sustitución definitiva del proyecto keynesiano por el planteo hayekiano. Algunas interpretaciones atribuyen este cambio a la necesidad de centralizar la actividad de las grandes empresas integradas. Otros explican el mismo proceso por la pérdida de influencia del estado-nacional. La interdependencia económica y la formación de alianzas continentales son vistas como datos insoslayables del nuevo escenario europeo.

Contradicciones de la Unión Europea

Muchos analistas se preguntan si la Unión aguantará la profunda erosión que genera la crisis actual. También discuten si el ajuste en marcha no terminará debilitando al Viejo Continente en la competencia global.

Cada iniciativa que adopta la Unión reduce su legitimidad política. Desecha las normas de una confederación, afianza la tiranía de sus organismos (Comisión, Consejo, Corte) y se divorcia del sustento electoral. Por estas razones aumenta el predicamento de las corrientes euro-escépticas.

El “déficit democrático de la Unión” es presentado por los neoliberales como un trago amargo y pasajero. Pero en realidad promueven un consenso pasivo de largo plazo, asentado en el sostén de las elites para contrapesar la indiferencia de las masas.

Dos de cada tres europeos ya hablan otro idioma y las calificaciones educativas se han unificado. Pero las clases populares no comparten el nuevo europeísmo, carecen de un sentido supra-nacional y conservan sus afiliaciones nacionales. Este descontento emerge periódicamente a la superficie en los resultados de los comicios.

El distanciamiento popular distingue la unificación actual de las viejas construcciones nacionales, que incluían la intervención revolucionaria de las masas para democratizar los nuevos estados. Estos organismos surgieron históricamente a través de la expansión gradual de la autoridad en cierto territorio, la edificación desde arriba (absolutismo francés) o la revolución anticolonial (Estados Unidos).

La Unión Europea no repite ninguno de estos precedentes y se forja con gran orfandad simbólica. Los valores de la civilización asociados con el Viejo Continente desde el Iluminismo han sido vertiginosamente erosionados por los atropellos neoliberales.

La unificación actual destruye, además, el equilibrio de poderes políticos que generaba la existencia de múltiples estados competidores. Este deterioro podría compensarse con la integración económica continental. Pero las empresas están consumando su entrelazamiento en un contexto de crisis global y desgarramiento social [19]. 

Los analistas euro-escépticos también remarcan la inexistencia de una defensa militar y una política exterior común, la inoperancia del Parlamento de Estrasburgo, la continuada primacía de partidos políticos nacionales y la ausencia de una real identidad europea. Subrayan especialmente la incapacidad de la Unión para sustituir a los viejos estados nacionales en la gestión corriente de los asuntos públicos [20]. 

La manifestación más evidente de estas tensiones es la creciente gravitación de las demandas regionalistas. Las tendencias separatistas se expanden e n un amplio espectro de regiones ( Escocia, Flandes) y en procesos muy contradictorios. Las legítimas exigencias nacionales (catalanes) se mixturan con el regresivo rechazo a compartir los presupuestos locales con las zonas empobrecidas (Norte de Italia).

El contraste entre los derechos vulnerados de los vascos y la persecución racista en la ex Yugoslavia, ilustra el carácter diametralmente opuesto que pueden asumir esos nacionalismos. Al aceptar varios mini-estados en su seno, la Unión Europa abrió un peligroso sendero de pertenencia a la Comunidad fuera de los estados vigentes.

Dos facetas de la unificación

La estructura estatal europea en gestación presenta un perfil neoliberal de pocos gastos y burocracias ínfimas. Con ese delgado aparato se busca avasallar las conquistas sociales que nunca alcanzaron los asalariados de otros continentes. Por esa razón el presupuesto de Bruselas se reduce al 1% del PBI regional.

La insignificante dimensión de ese organismo conduce a combinar los atropellos decididos en Bruselas con su implementación estatal-nacional. En este último ámbito se garantiza el recorte. Allí se concentran los dispositivos represivos y las instituciones políticas requeridas para consumar la agresión.

Pero un proto-estado mínimo para el ajuste también genera una estructura débil para la competencia internacional. Esta diferencia se ha verificado en las políticas divergentes que adoptaron la Reserva Federal y el Banco Central Europeo frente a la crisis. Mientras que la FED lanzó una emisión de 400% de la base monetaria de la economía estadounidense, el BCE sólo incrementó ese volumen en un 150% [21].

Esta diferencia de respuestas ha determinado una recuperación inferior del producto bruto y del empleo en comparación a Estados Unidos. La caída del nivel de actividad tuvo una duración inicial similar en ambas regiones (un año y medio). Pero la Eurozona recayó posteriormente en una nueva recesión de dos años. Además, su tasa de desempleo promedia el 12,1% frente al 6,7% de Estados Unidos [22].

Mientras que la potencia norteamericana recurrió a tres rounds de relajamiento monetario, en el Viejo Continente imperó la norma deflacionaria. Esta asimetría ha sido explicada por la adopción de una política monetaria expansiva frente a otra restrictiva. También se menciona la existencia de una Reserva Federal con experiencia, frente a un Banco Central Europeo en surgimiento. O se recuerda que los reglamentos de la Unión impiden prestar el dinero, que la FED distribuye sin ninguna restricción en todo el territorio estadounidense.

Otros analistas subrayan la mayor capacidad de acción de un estado imperial construido hace dos siglos, frente a un proto-estado continental en plena gestación. Observan la misma diferencia entre un capital yanqui (que opera en forma cohesionada) y capitales europeos (segmentados en proyectos heterogéneos).

Pero la principal diferencia radica en la continuada hegemonía imperial de Estados Unidos. El ejercicio de esa supremacía le otorga un manejo militar, político y económico que no tienen sus rivales europeos. Este dominio se expresa también en la forma dominante de ejercer la política monetaria con un horizonte global.

Por estas razones la Reserva Federal adoptó una actitud ofensiva frente a la crisis, emitiendo moneda y reduciendo las tasas de interés, mientras que el BCE recurría a la deflación y al encarecimiento del costo del dinero.

Merkel optó por una estrategia ultra-ortodoxa, no sólo por alcance acotado del euro como moneda mundial. Su conducta defensiva también obedece a la subordinación germana al poder geopolítico norteamericano. Alemania ha recuperado gravitación económica pero no presencia militar.

La sintonía del país con cualquier acción anti-terrorista que exige el Pentágono ilustra este sometimiento. Las elites alemanas son muy conservadoras y se han acostumbrado a seguir los mandatos del Departamento de Estado. En los últimos años aceptaron la participación de sus efectivos en los Balcanes, Afganistán y el Congo.

El comando económico que rige dentro de la Unión Europea no se extiende a la órbita geopolítica global. Como Alemania carece de ejército y proyección internacional, no puede actuar sola. Necesita el concurso de Francia, que a su vez ha optado por el abandono de la estrategia soberana del gaullismo.

El declive imperial francés no siguió el precedente británico de inmediata dependencia financiera y subordinación militar a Estados Unidos. De Gaulle pretendió reconstruir la autonomía del país mediante guerras coloniales y proyectos atómicos propios, aprovechando la gravitación internacional que mantenía la cultura francesa.

Pero ese intento fue socavado por la adaptación al neoliberalismo que inició Mitterand y posteriormente propiciaron los intelectuales derechistas enemistados con la generación del 68. Esta transformación fue reforzada por la apertura de la economía, la privatización de las empresas públicas y la consolidación de un estilo gerencial anglosajón.

El estancamiento económico, la reacción política y el declive cultural de Francia han desembocado en el giro pro-norteamericano en los últimos años. Este viraje incluyó el reingreso a la OTAN y la participación militar en Afganistán.

Es cierto que Francia mantiene un despliegue imperial propio en su viejo espacio colonial. Allí desenvuelve todas las “intervenciones humanitarias” que exijan sus empresas. Ha realizado estas incursiones neocoloniales en Costa de Marfil, Ruanda, Congo, Níger y República Centroafricana, considerando a esa región como una gran reserva de negocios.

Pero habitualmente actúa en sintonía con el Pentágono, a través de operaciones coordinadas que distribuyen el trabajo militar. En el caso reciente de Mali la invasión fue concretada por Francia para garantizar la provisión de uranio a su red energética. Pero el ejército norteamericano ya había adiestrado previamente a las tropas del mismo bando [23].

No sólo en África la acción imperial francesa remueve presidentes, promueve secesionismos y encubre genocidios en coordinación con la OTAN. También en Medio Oriente actúa con sus aliados occidentales, para sostener a las fuerzas reaccionarias de Libia o Siria.

Todas las rivalidades franco-americanas se procesan en el marco compartido del imperialismo colectivo. Cualquiera sea la expectativa francesa de esta acción (conservar su influencia neocolonial, su proteccionismo agrario o su excepcionalidad cultural), la asociación con Estados Unidos reduce el margen de acción de la principal potencia militar de la eurozona.

Estados Unidos incrementa su influencia sobre una Europa unificada. Piloteó la expansión de la OTAN hacia el Este promoviendo la incorporación de varios países lindantes con Rusia y logró un explícito compromiso del Viejo Continente en la “guerra contra el terrorismo”. Ha impuesto la definitiva extinción de las viejas diferencias que separaban a los conservadores de los social-demócratas en el manejo de la política exterior europea.

La reciente crisis desatada por el espionaje informático norteamericano corrobora ese viraje. Snowden destapó cómo el Pentágono ausculta los secretos de sus socios europeos. Los espiados respondieron con cierta espuma mediática, pero aquietaron rápidamente el escándalo para no perturbar las operaciones conjuntas de ambas potencias.

La impotencia de Japón

La crisis global generó fuertes efectos pero no sorpresas en la economía nipona. Reavivó impactos que la tercera potencia del bloque desarrollado padece desde hace veinte años.

El prolongado estancamiento que soporta Japón le quitó centralidad económica, desde el estallido de una burbuja especulativa en sectores bancarios y de la construcción (1989). Ese temblor inició un lento proceso de restricción crediticia e inversora, que desembocó en 5 recesiones durante los últimos 15 años.

En ese período las cotizaciones del mercado bursátil Nikkei y los activos inmobiliarios se desplomaron en un 70% y el nivel de actividad se retrajo muy por debajo del promedio de Estados Unidos y Europa.

La insolvencia bancaria generó un agujero financiero que continúa absorbiendo el 40% del presupuesto estatal. La deuda total se ubica en un récord internacional de 245% del PBI y todas las iniciativas ensayadas para retomar el crecimiento han chocado con la persistente deflación. Estos resultados son vistos con gran preocupación por los gobiernos occidentales, que actualmente recurren al mismo experimento monetario.

Un nuevo intento de reactivación ha encarado el gobierno de Shinzo Abe. Lanzó planes keynesianos de gran porte, que incluyen la inyección anual de 100.000 millones de dólares (Plan Kuroda). Se propone monetizar la deuda pública, expandir el crédito barato y mantener reducidas las tasas de interés, mientras empuja la actividad económica estimulando cierto repunte de la inflación. Implementa una flexibilización monetaria muy riesgosa, con un volumen de liquidez interna que podría situarse por encima de su equivalente estadounidense.

El atisbo de crecimiento que registran ciertos analistas no alcanza para revertir el estancamiento de las últimas décadas. El nuevo plan ha impulsado el despegue de los índices bursátiles, pero no la reactivación real de la economía [24].

Las iniciativas en curso alientan también la devaluación para propiciar las exportaciones. Pero esta opción enfrenta la saturación del mercado mundial y la retracción general de compras. Japón no está en condiciones de entablar una guerra de monedas con sus competidores asiáticos, mientras mantiene irresueltos varios conflictos económicos con Estados Unidos.

Los funcionarios norteamericanos negocian desde hace varios años la liberalización comercial de la economía nipona, especialmente en los sectores más protegidos de la agricultura, el comercio minorista, la salud, la energía y las finanzas. Después de muchas negativas, el gobierno se ha resignado a negociar un tratado de libre comercio.

Japón lideró la primera oleada de exportaciones asiáticas y quedó posteriormente afectado por el ascenso de sus rivales. China y Corea del Sur han logrado mayor competitividad en varios sectores. El viejo milagro exportador nipón se está deteriorando y por primera vez desde los años 80, la economía padeció coyunturas de déficit comercial por la fortaleza del yen y la debilidad de las ventas. El encarecimiento de las importaciones de petróleo y minerales ha influido significativamente en este declive.

El peso económico de Japón se desdibuja. Por esta razón durante los picos de la crisis reciente hubo más preocupación por el contagio, que por los eventuales auxilios a Estados Unidos y Europa.

El deterioro de la competitividad nipona está influido en el largo plazo por e l envejecimiento de la población. El exabrupto de un ministro, que presentó la aceleración del fallecimiento de los ancianos como único remedio al déficit de la seguridad social, ilustra la gravedad de este problema.

E n un contexto de evidente madurez industrial Japón no cuenta con reservas demográficas para abaratar el salario. Enfrenta un fuerte escollo frente a rivales asiáticos que cuentan con gran acervo de trabajo juvenil.

También en el tablero internacional Japón actúa en espacios geopolíticos muy estrechos y se desenvuelve como un actor secundario en comparación a Europa. Está subordinado a las prioridades que fija Estados Unidos y esta marginalidad tiene serias consecuencias a la hora de concretar negociaciones comerciales o financieras.

Japón acompaña sin voz propia todas las acciones de la gestión imperial colectiva. Esta conducta se corroboró en las guerras recientes. L as fuerzas neo-conservadoras que dirigen el país reforzaron el alineamiento pro-occidental, mediante un giro armamentista que incrementó el presupuesto miliar.

Esa política condujo a la revisión de la Constitución de posguerra que restringe la acción bélica externa del país. Siguiendo las demandas de Washington fueron enviadas tropas a Irak y Afganistán y para limitar el avance de China se multiplican los ejercicios con los socios regionales de Estados Unidos (Filipinas, Malasia, Australia) [25].

El escenario japonés confirma que más allá de los matices y diferencias, la crisis global afecta a todas las economías avanzadas. ¿Pero qué ocurre con los países emergentes? ¿Han logrado sustraerse del temblor? ¿Consumaron el esperado desacople?

Notas
[14] Kundnani, Hans. “ Deconstruyendo el llamado milagro alemán”, 6/2/2014, w ww.pagina12.com.ar
[15] Beck, Gunnar “El experto prevé que el bloque europeo”, 29/6/2012, www.pagina12.
[16] Ntavanellos, Antonis ¿Podremos avanzar hacia la constitución de comités?, 25/10/2013, www.vientosur.info
[17] Esta reconsideración de la dinámica centro periferia en: Husson, Michel. “Economíe politique du systeme euro”, Inprecor, 585-586 août-septembre 2012. Toussaint, Eric. “Contradicciones Centro Periferia en la Unión Europea”, 12/11/2013, www.isepci.org.ar
[18] Goddin, Roger. Quelques elements trop peu connus du neoliberalisme, 30-3-2014 www.avanti4.be
[19] -Anderson, Perry. The New Old World, Verso, London, 2009. (pag 110-115, 48, 476-480, 24, 98-105, 130-132, 118-123)
[20] Mann, Michael. “Estados nacionais na Europa en outros continentes”, en Gopal Balakrishnan , O Mapa Questao Nacional, Sao Paulo, 2000, Editorial Contrapunto.
[21] Durand, Cédric “ The strategies of the ruling class and the "austeritarian" program in Europe” , Third IIRE Seminar on the Economic Crisis. Amsterdam, 15-2-2014.
[22] Wiesbrot, Mark. “En el reino de los ciegos”, Página 12, 23/1/2014.
[23] Martial, Paul. “Sobre la intervención francesa” www.kaosenlared.net/. 04/02/2013. Ramonet, Ignacio “¿Qué hace Francia en Mali?”, www.rebelion.org 02/02/2013.
[24] Roberts, Michel. Japón: el triple empujón de Kuroda, 14/ 4/ 2013, www.sinpermiso
[25] Kessler, Christian. El regreso militar de Japón, 15/6/2013, la historia del dia.wordpress.
07-05-2014


 

«Economía y Filosofía en el Capital de Marx: La Teoría Laboral del Valor»

II Parte:
Resumen de El Capital de Marx:
Los Tres Libros

(Séptima Parte)

 

Diego Guerrero

 

Sección Segunda: La transformación del dinero en capital

IV. Transformación del dinero en capital. En esta sección, que se compone de un único capítulo, el cuarto, Marx arranca de la afirmación de que la circulación de mercancías es el punto de partida del capital, pero el capital es algo más que la simple circulación de mercancías. Dicho de otra manera: el “dinero en cuanto dinero” y el “dinero en cuanto capital” se distinguen entre sí por su distinta forma de circulación. La forma que corresponde al capital es D-M-D (la inversa de la vista hasta ahora), que se resume en el lema “comprar para vender”, y sería un proceso “absurdo y fútil” (por ejemplo en comparación con el atesoramiento) si no redundara en una cantidad de dinero al final mayor que al principio. Por tanto, se trata en realidad del ciclo D-M-D’ (donde D’ > D). Si en M-D-M el dinero corría y se alejaba de su punto inicial, en D-M-D’ sucede lo contrario: refluye siempre a su punto de partida, y en este ciclo el “motivo impulsor y su objetivo determinante es el valor de cambio mismo”. Como D’ = D + ΔD, este incremento de dinero es un plusvalor, y el movimiento que lo genera es lo que transforma al dinero en capital.
Al no tratarse ahora de un objetivo externo (como era el consumo en M-D-M), el proceso ya no tiene término: aunque 100 libras se conviertan en 110, siguen siendo una cantidad limitada, y lo que distingue al capital del tesoro es querer “valorizar su valor” permanentemente, tender intrínsecamente a la “riqueza absoluta” mediante un crecimiento cuantitativo siempre renovado. Como vehículo consciente de este movimiento, el poseedor de dinero se convierte en “capitalista”, que identifica así su fin subjetivo con el contenido objetivo de la circulación de capital, haciendo “racional” la irracionalidad del atesorador. Pero el auténtico sujeto es el valor, que pasa alternativamente por las formas de dinero y mercancía. De esta forma el valor se vuelve “valor en proceso”, o dinero en proceso, es decir, se convierte en capital, y ello sucede en todas las clases de capital que encierra su fórmula general, D-M-D’: el industrial, el comercial y el “capital que rinde interés”.
Mas lo que caracteriza a la circulación de capital no es la inversión respecto a M-D-M, sino el plusvalor que se obtiene. Éste no puede tener su origen en la circulación, ya que ésta, mediante las metamorfosis del intercambio, sólo produce un cambio formal de la mercancía, pero no en su magnitud de valor. Es verdad que el comprador gana utilidad al cambiar su dinero por la mercancía, así como el vendedor tampoco la vendería si el dinero no fuera para él de una utilidad mayor. Pero se supone siempre que en la circulación se da un intercambio de equivalentes, no un aumento de valor, que no se produce por mucho que aumente la utilidad de quienes intercambian. Tanto el capital comercial como el que rinde interés son formas “derivadas”, y al mismo tiempo “anteriores”, a la forma básica del capital, que es el capital productivo. En efecto, el plusvalor nace de la producción y el poseedor de mercancías sólo puede “crear valores por medio de su trabajo, pero no valores que se autovaloricen”. El secreto está en la “compra y venta de fuerza de trabajo”, que junto a un intercambio mercantil encierra otro tipo de intercambio. Pero veámoslo en detalle.
El cambio en la magnitud de valor no puede operarse en el dinero mismo. Tampoco en el segundo acto de circulación. Tiene que operarse por tanto en la mercancía que se compra, pero no en su valor sino en su valor de uso, es decir, en su consumo. Tiene que tratarse de una mercancía que posea el especial valor de uso de ser fuente de valor, y esa mercancía específica es la (capacidad o) fuerza de trabajo, es decir, el conjunto de facultades físicas y mentales que existen en la personalidad del ser humano. Pero se deben dar ciertas condiciones históricas, no naturales, para que esta fuerza de trabajo se haya convertido en una mercancía y el propietario del dinero pueda encontrarla en el mercado en forma de “obrero o trabajador libre”. Este obrero debe ser libre o estar “liberado” en un doble sentido: debe disponer de su fuerza de trabajo como mercancía propia, y al mismo tiempo debe carecer de otras mercancías que él mismo pudiera vender para ganarse la vida o para gastar en ellas su fuerza de trabajo.
Pero esta mercancía tiene un valor, como las demás, que se determina por las mismas leyes, es decir, por el tiempo de trabajo necesario para su reproducción. Pero como la fuerza de trabajo sólo existe en el “individuo vivo”, y sólo pervive en el tiempo si éste puede asegurar la “procreación” de su descendencia, la reproducción de la fuerza de trabajo consiste en la reproducción del trabajador y su descendencia. Su valor es, por tanto, el valor de los medios necesarios para la familia, es decir, de los medios de consumo con que satisface esta sus necesidades naturales (en el sentido “histórico”, es decir, de forma cambiante en el tiempo, pero en cuantía dada para cada sociedad y momento determinados), incluyendo las normas de salud y de formación o educación requeridas en cada caso. Se trata de una media diaria, que puede calcularse mediante la fórmula:

365A+ 52B + 4C + etc. / 365

(donde A son los gastos diarios, B los semanales, C los trimestrales, etc.). Transitoriamente, esta fuerza de trabajo puede reproducirse con una cantidad inferior de bienes de consumo, pero entonces lo hará de forma “atrofiada” (en la sección III, Marx ilustra con múltiples ejemplos históricos ingleses la realidad de esta reproducción atrofiada de la fuerza de trabajo, que no puede sostenerse a largo plazo).
Como en todas las demás mercancías, su valor se determina antes de entrar en la circulación —aunque es el obrero quien realmente “adelanta” o abre crédito al capitalista, ya que este le paga al terminar el periodo contratado—, pero su valor de uso consiste en la exteriorización posterior de esa fuerza. Una vez comprada, la mercancía pertenece por completo, como todas, al capitalista, quien la consume. Pero este proceso de consumo es al mismo tiempo el proceso de producción de la mercancía y del plusvalor, exterior a la esfera de la circulación y el mercado. Tenemos pues, ahora, como protagonistas de la circulación de capital, no a simples poseedores de mercancías, sino a dos nuevos actores: el “capitalista” y su “obrero”. Y estamos ya en condiciones de abordar la sección tercera.

 Sección Tercera: Producción del plusvalor absoluto

 

Esta sección, compuesta por cinco capítulos, comienza por la distinción clave entre “Proceso de trabajo y proceso de valorización” (cap. 5), y su consecuencia: la distinción entre “Capital constante y capital variable” (cap. 6). Y termina con la cuestión de la medida de la plusvalía (cap. 7: “La tasa de plusvalor”; y cap. 9: “Tasa y masa de plusvalor”) y su relación con “La Jornada laboral” (el largo cap. 8, con casi cien páginas de ilustraciones históricas en apoyo de la exposición).
V. Proceso de trabajo y proceso de valorización. El vendedor de la fuerza de trabajo es también quien trabaja, pero no debe confundirse la “capacidad de trabajar” con “el trabajo mismo” (como tampoco se confunden capacidad de digerir y digestión): la primera sólo existe en potencia (potentia), pero la segunda existe de forma efectiva (actu) y consiste en la “fuerza de trabajo que se pone en movimiento a sí misma, obrero”. Por tanto, el proceso de consumo de la fuerza de trabajo en la producción es dos cosas a la vez; y, como la mercancía y el trabajo mismo (vid. el capítulo I), tiene una naturaleza también dual:
Por una parte, es un proceso “natural” entre el hombre y la naturaleza —un metabolismo o transformación en el que el primero transforma a la segunda y, al mismo tiempo, se transforma a sí mismo—, proceso que podemos llamar, si reservamos el término trabajo para la especie animal humana, “proceso de trabajo”. Los elementos simples (o “abstractos”) de este proceso laboral, analizado “cualitativamente”, son la actividad orientada a un fin —que es el trabajo mismo—, junto al “objeto de trabajo” (los bienes naturales vírgenes, que una vez trabajados se convierten en “materias primas” de los procesos de producción) y los “medios de trabajo”, que sirven de vehículo y ayuda a la acción del trabajo sobre su objeto (fundamentalmente, los instrumentos de trabajo). Benjamín Franklin dio tanta importancia a éstos últimos que definió al hombre como el toolmaking animal (animal que fabrica instrumentos), y Marx se muestra de acuerdo ya que, en efecto, lo que diferencia una época de las demás no es lo que en ella se hace sino cómo se hace. Tanto el objeto como los medios son las condiciones o factores objetivos (o materiales) de la producción —y en esa medida ambos constituyen los “medios de producción”—, mientras que la fuerza de trabajo es su factor subjetivo (o personal). Y el resultado conjunto de esta actividad —que por eso mismo llamaremos “trabajo productivo”— es el producto o valor de uso de la mercancía.
A su vez, estos productos pueden reingresar (como condiciones de existencia) en un nuevo proceso de producción en forma de materias primas o auxiliares, productos semielaborados o intermedios, o nuevos instrumentos de trabajo. Pero en todo caso la única manera de conservar y realizar su valor de uso es arrojarlos a la producción “en contacto con el trabajo vivo”. O sea, consumirlos productivamente mediante el trabajo. Se trata de un proceso de trabajo que se lleva a cabo en el capitalismo bajo el control del capitalista y en un contexto en que todo le pertenece a éste. Sin embargo, en cuanto proceso natural, y antes y después de transformar el capital el modo de producción mismo, lo único que ocurre materialmente es que el capitalista “incorpora la actividad laboral misma, como fermento vivo, a los elementos muertos que componen el producto”.
Pero, en segundo lugar, el proceso es al mismo tiempo un “proceso de valorización”, y como tal debe analizarse desde un punto de vista “cuantitativo”, porque ahora sólo se producen valores de uso en la medida en que sirven de “sustratos materiales” o “portadores materiales” del valor. Es decir, lo que quiere el capitalista es producir una mercancía para que su valor sea superior al de las mercancías que usa en su producción. Es decir, quiere el plusvalor. Si hablamos de mercancías simples, su proceso de producción es a la vez proceso laboral y proceso de “formación de valor”; si hablamos de mercancías capitalistas, es a la vez proceso laboral y “proceso de valorización”.
Tenemos ya los dos componentes del proceso de producción global capitalista. Pero si, desde el punto de vista del valor de uso, se pueden considerar los diversos procesos particulares de trabajo como “fases sucesivas del mismo proceso laboral”, en el que unos trabajos son más pretéritos que otros, desde el punto de vista del valor, todos esos trabajos son “idénticos” porque constituyen “partes del mismo valor global”. Así, en el proceso de producción de hilado, por ejemplo, cultivar el algodón, hacer husos o hilar, sólo difieren entre sí “en lo cuantitativo”, interesando sólo contar y sumar el total como simple trabajo social medio, ya que sólo cuenta como formador de valor el trabajo socialmente necesario. Esto es extremadamente importante, ya que cualquier medio de producción —por ejemplo, la materia prima— sólo cuenta, en el proceso de valorización, como materia que “absorbe determinada cantidad de trabajo” vivo, sin que tenga importancia alguna si esa cantidad de materia es mayor o menor, pues sólo se tiene en cuenta de cuánta materialización o concreción de trabajo social estamos hablando en cada caso (es decir, como cuánto trabajo cuenta cada medio de producción). Es decir, las mercancías que ingresan en el proceso de trabajo no cuentan como “factores materiales”, sino como “cantidades determinadas de trabajo objetivado”.
Para que se entiendan bien todas estas determinaciones, Marx analiza luego el proceso de formación de valor en dos pasos: primero, suponiendo que no se genera plusvalor; después, suponiendo que sí. Si el valor del producto fuera sólo igual al del capital adelantado —el dinero para pagar los medios de producción más los salarios—, no habría nada parecido al plusvalor, por mucho que el capitalista o sus profesores de economía política a sueldo quieran convencernos de que hay que remunerar su “servicio” en cuanto “abstinencia”, “renuncia”, o “trabajo propio” —no trabajo de su “overlooker [capataz] y su manager [gerente]”, que sí trabajan realmente.
Para entender de dónde nace el plusvalor hay que partir de la diferencia entre el trabajo pretérito “encerrado en la fuerza de trabajo” y el “trabajo vivo que ésta puede ejecutar”, o sea entre su “costo de mantenimiento” y su propio “rendimiento”. Esta diferencia es tenida muy en cuenta por el capitalista cuando adquiere fuerza de trabajo, aunque quien se la vende no comprenda que “realiza su valor de cambio” y a la vez “enajena su valor de uso”. Si el mantenimiento de la mercancía sólo cuesta media jornada de trabajo, pero el rendimiento es la jornada completa, eso no es “en absoluto una injusticia” contra el vendedor, dice Marx, sino una “suerte extraordinaria” para el comprador (el capitalista), que se aprovecha de que el proceso laboral se prolongue más allá del coste de reproducción de la fuerza de trabajo. De esta manera, el dinero se ha transformado en capital sin que se haya infringido ninguna de las leyes del intercambio de las mercancías.

Tenemos como resultado neto de nuestro análisis que todo esto ocurre a la vez dentro y fuera de la esfera de la circulación. La transformación del dinero en capital significa, por tanto, que la formación de valor se ha “prolongado” más allá del punto clave, y su proceso simple se ha convertido en proceso de valorización. Si la producción mercantil consiste en la unidad de proceso de trabajo y de formación de valor, ahora añadimos que la “forma capitalista” de la producción de mercancías es la unidad de trabajo y valorización.

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