miércoles, 1 de marzo de 2017

Filosofía



Las Bases de los Juicios Morales*
(Primera Parte)
Howard Selsam

HAY UN FACTOR QUE PERMANECE CONSTANTE entre la diversidad de ideales humanos y de conceptos éticos cambiantes. El hombre es un animal moral y, en todas las sociedades y civilizaciones, creó ideales de vida y juzgó las cosas y los hechos como buenos o malos según la facilidad o la dificultad que estas cosas y hechos representaban para él al tratarse de conseguir dichos ideales. Esta habilidad para crear un cuadro de lo que él quiere ser y para ordenar y juzgar las cosas y los hechos de acuerdo con un esquema, es lo que diferencia al hombre de otros animales, lo cual se ha considerado como una prueba de que el ser humano posee algo independiente de su cuerpo, una entidad inmaterial que hace de él un ser moral. Sin embargo, tal creencia es tan gratuita como superflua, porque la moral de la conducta humana viene a estar de acuerdo con su constitución y con su vida social. Criatura de temores, de esperanzas y deseos, el hombre vive en un mundo que puede desengañarlo, un mundo de duda e incertidumbre, que puede hacerlo triunfar o fracasar en sus aspiraciones.

        En la misma forma que los juicios morales sobre el bien y el mal y sobre los ideales cambian según las sociedades y difieren según las clases a que pertenecen los hombres dentro de la misma sociedad, así también las teorías del hombre cambian al tratarse de la naturaleza del bien. De esta forma surgen diversos sistemas morales que entrañan diferentes teorías concernientes a la naturaleza del bien y del mal y a las diferentes explicaciones de lo que hace a una cosa buena o mala. No necesitamos estudiar aquí la historia del pensamiento para saber esto; basta con mirar a nuestro alrededor y examinar la manera como el hombre llega en realidad a sus ideas del bien y del mal. Si preguntamos, por ejemplo, la razón por la cual un hombre no debe robar o mentir, se puede obtener una gran variedad de respuestas. Se nos puede replicar que no se hacen estas cosas “porque son malas”, o porque nuestra “conciencia” o “voz interior” nos lo prohíbe. Esta es una evasión, no una respuesta, porque la pregunta consiste en averiguar por qué son malas. Otra respuesta puede ser la siguiente: No le conviene a uno mentir porque pueden atraparnos en falta y hacernos sufrir las consecuencias.

        Una tercera respuesta sería la de que Dios prohíbe estas acciones y El es el que determina lo que es el bien y el mal. Una cuarta respuesta podría replicar que, a la larga, los intereses de uno mismo, la paz del espíritu o la felicidad sufrirán a causa de tales actos. Una quinta respuesta asegurará que la sociedad no puede funcionar como es debido si el hombre miente y roba, por lo cual estas acciones son malas en razón de que son perjudiciales para la sociedad. También se nos podrán dar otras respuestas, pero su análisis revelará que ellas no son más que variaciones o combinaciones de una o varias de las respuestas anteriores.

        El hacer juicios morales viene a ser una actividad constante del hombre, aunque, por desgracia, la mayoría de las éticas tradicionales ha tendido a limitar la moralidad a una simple cuestión de virtud y vicio, prescindiendo de los aspectos más amplios de la vida humana. Pero, como el enciclopedista francés, Helvetius, escribe: “La moralidad sólo es una ciencia frívola si no va combinada con la política y la legislación”1. Y posteriormente agrega: “El moralista hipócrita se reconoce fácilmente, por un lado, en la indiferencia con que mira los vicios que desintegran imperios, y por otro lado, en la cólera apasionada que le provocan los vicios privados”2. Los problemas del sexo, por ejemplo, han ocupado un lugar desmedido en la moral tradicional, oscureciendo las grandes cuestiones de la vida económica, social y política del hombre. Esto se ha debido, en gran parte, al hecho de que, salvo en los periodos de grandes trastornos, la moralidad tiende a limitarse –por acción de la clase dominante– a cuestiones simple de virtud, como si ésta fuera propiedad individual del hombre. Esta limitación ha servido como medio para evitar el examen crítico de un sistema social teniendo en cuenta la forma en que satisface las necesidades y los deseos de las masas humanas, o, en otras palabras, teniendo en cuenta sus valores morales.

        Volviendo a la cuestión concerniente a los fundamentos de los juicios morales, examinemos algunos problemas concretos antes de afrontar el estudio de los tipos fundamentales de teoría moral. Si fuéramos a preguntar a las gentes por qué razón creen que la democracia es buena o mala, oiríamos respuestas –ajustadas a sus modos de ver la cuestión– parecidas a aquellas que hemos enumerado al tratarse de saber por qué la mentira y el robo son malos. Se nos dirá, por ejemplo: La democracia es buena, primero, porque la voluntad del pueblo es la voluntad de Dios; segundo, porque es el único sistema que reconoce la suprema dignidad del individuo; tercero, porque da a todos los hombres la posibilidad de participar en la elaboración de las leyes que los gobiernan, hecho que viene a afianzar grandemente al Estado; cuarto, porque en política viene a representar el sistema ideal de la libre iniciativa comercial (lo cual identifica, claro está, la democracia con el capitalismo); quinto, porque da a las masas del pueblo el poder para resistir y luchar contra la explotación de la minoría, hecho que las pone en las posibilidades de mejorar sus condiciones materiales y espirituales.

        En forma parecida se nos contestará que la democracia es mala, primero, porque “tal sistema no existió en Israel” (John Winthrop); segundo, porque es contraria a la naturaleza, ya que implica el dominio de los bajos elementos de la sociedad sobre los altos, de los ignorantes sobre los inteligentes. “El pueblo rara vez juzga o rectamente” (Alejandro Hamilton, en la Convención Constitucional de América del Norte); tercero, porque la democracia es lenta, pesada e insuficiente; cuarto, porque solamente aquellos que tienen un interés específico en conservar el status quo pueden asegurar un buen gobierno (Hamilton en la misma Convención); quinto, porque la democracia siempre está en peligro de ir a los extremos –el pueblo tiende constantemente a abusar de su poder y legisla leyes en detrimento de los intereses preestablecidos.

        Claro está que cada uno de estos dos sistemas de respuestas envuelve un juicio moral relacionado con algún principio o con alguna medida del bien. Pero la ética tradicional, preocupada siempre del concepto de la virtud, tiende siempre a ignorar justamente este tipo fundamental de cuestión moral. Además, aparece bien claro el hecho de que, no sólo las cuestiones morales ordinariamente reconocidas, sino todos los problemas de la economía y de la política, vienen a ser, en su verdadero sentido, un problema moral. La gloria más duradera de Aristóteles y Platón se debe principalmente al hecho de que, a pesar de sus inclinaciones clasistas y de los límites que le fueron impuestos por la sociedad esclavista de Grecia, reconocieron que toda cuestión social y política implica consideraciones primordiales relacionadas con el bien, y que, de este modo, la política presupone un sistema de ética.

        Cuando el hombre aplica términos como el “bien”, “la justicia” y el “derecho”, a las cosas, los actos o las situaciones, lo que quiere expresar es algo muy diferente de lo que hace cuando emplea palabras como “grande”, “pequeño”, “caliente”, “frío”, etc.; porque todos los términos del primer grupo implican que las cosas o actos son como deseamos que sean, o, lo que viene a ser lo mismo, que son como deben ser. Y los términos opuestos significan naturalmente que las cosas no son como se desean o anhelan, es decir, que son como no deberían ser. El quid de toda cuestión de ética se encuentra en el terreno en que hace o debe hacer el hombre esta clase de apreciación particular.

        Esta afirmación puede aparecer contraria a una tradición ética muy de actualidad, que establece como su problema básico el origen o fuente de la obligación moral.

        Para esta tradición, desde Kant a Propotkin, el problema de la ética era el siguiente: ¿por qué el hombre debe actuar moralmente? ¿de dónde se deriva la idea del deber? El hecho de que esto viene a ser una desviación del problema aparece visible a partir del momento en que reconocemos que, en toda forma, el hombre no pregunta por qué debe hacer lo que cree que es bueno y no lo que es malo. Al llamar a algo bueno o malo quiere decir generalmente que lo haría o que no lo haría. O, mejor aún, los hombres llaman bueno a algo que desean o que quieren hacer. Y así, el problema no es saber por qué yo debo hacer el bien, sino por qué razón debo yo juzgar que algo es bueno. En una palabra, ¿qué es lo que puede determinar a los hombres a dar significado a la palabra bien?

        Por lo general, se reconoce que el hecho de expresar simplemente la manera cómo el hombre juzga el bien o el mal, o las obligaciones morales, no pertenece a la ética sino a la historia, a la sociología o la psicología. Estos estudios no tienen por objeto entrar en el terreno de la discusión ética, ya que sólo tratan de describir la manera cómo los hombres hacen sus juicios morales, mientras que ética trata sólo de lo que es realmente bueno, es decir, de la manera cómo el hombre debe hacer sus juicios morales. Los moralistas clásicos comprueban que no basta con describir la manera cómo los hombres hacen sus juicios morales, sino que es necesario indicar la manera cómo ellos deberían hacer tales juicios. Pero, desde el punto de vista marxista, estas teorías éticas están también condicionadas social e históricamente, reflejando, como ya lo hemos visto en los capítulos precedentes, las condiciones en las que fueron formuladas. Y, en este caso, ¿el marxismo debe a su vez formular una ética, una base para determinar lo que es bueno y, por consiguiente, para juzgar las cosas y los acontecimientos?

        Sería bueno empezar examinando brevemente la forma teórica en que Marx y Engels afrontaban el estudio de los problemas fundamentales filosóficos y morales. Para aquellos, que no tienen en cuenta la historia del pensamiento filosófico, aquella forma marxista de estudio puede parecer natural y razonable. En cambio, al tratarse del filósofo profesional, ello constituye una manera chocante para las formas tradicionales del pensamiento, porque el método del marxismo acaba radicalmente con siglos enteros de especulación mental, que implican todas las abstracciones (válidas y actuantes dentro de sus límites propios) del pensamiento humano, y porque empieza con lo que viene a ser realmente primordial en todo pensamiento. En “La ideología alemana” Marx y Engels escriben:

        “Las premisas de las cuales partimos no son arbitrarias, no son dogmas: son premisas reales de las cuales sólo se puede prescindir en la imaginación. Nuestras premisas son individuos reales con sus actividades y sus condiciones de vida; actividades y condiciones que los individuos encuentran ya, o que se producen en virtud de su actividad. Estas premisas pueden verificarse de una manera puramente práctica, empírica”3.

Aplicado a la ética, esto quiere decir que, en vez de partir de mandamientos, de leyes morales, de imperativos categóricos, de interés, de simpatía, etc., partimos de la vida actual, concreta, del hombre en la sociedad. Partimos, no del hombre individual sino del hombre integrante; de una multitud de relaciones con otros hombres y con la naturaleza misma en la producción de las condiciones de su vida. Eso quiere decir, además, al tratarse de la ética, que cada teoría del bien y del mal se deriva de hecho del total complejo de la vida humana en su forma existente, condicionada históricamente en cualquier lugar y tiempo. Finalmente, sugiere que la prueba de toda teoría ética tiene que encontrarse en la manera cómo opera en un momento dado del complejo de relaciones humanas.

        En la misma obra, Marx y Engels desarrollan más adelante su posición básica asentada en el materialismo histórico y hacen ver detalladamente su oposición a todos los sistemas idealistas y que prescinden de la historia. Hay un pasaje que merece ser transcripto enteramente:

        “En contraste directo con la filosofía alemana, que desciende del cielo a la tierra, ahora nosotros ascendemos de la tierra al cielo. Esto quiere decir que nosotros no partimos de lo que el hombre dice, imagina y concibe, ni de lo que el hombre ha relatado, pensado de sí mismo, imaginado o concebido con el objeto de llegar al hombre terrenal. Nosotros partimos del hombre real, activo, y basándonos en el terreno del proceso real de su vida, demostramos el desarrollo de los reflejos ideológicos y de los ecos de este proceso de la vida. Los fantasmas que se forman en el cerebro humano provienen también, necesariamente, de los procesos de su vida material, que es empíricamente verificable y está reducido a premisas materiales. Así, la moralidad, la religión, la metafísica, con todo el resto de la ideología y sus correspondientes formas de conciencia, no aparecen ya independientes. No tienen historia ni desarrollo; pero el hombre, al desarrollar su producción y sus formas de intercambio, altera a la larga su existencia real, su pensamiento y el producto de su pensamiento. La vida no está determinada por la conciencia sino la conciencia por la vida. En el primer método de conocimiento, el punto de partida es la conciencia, tomada como el individuo viviente; en el segundo, es el conjunto de individuos como son en la vida presente, mientras la conciencia se considera como su conciencia”4.

Estos dos pasajes están tan cargados de significado que se necesitarían varios libros para explorarlos plenamente; sin embargo, podemos tomar de ellos una o dos ideas a fin de hacer resaltar su contraste con los puntos de vista corrientes. Un historiador norteamericano, el profesor Ph. Van Ness Myers, escribió hace unos años un libro completo para probar que “el progreso moral constituye no sólo la verdadera esencia del movimiento histórico, sino también el motivo ético en sí mismo como el impulso más constante y regulador en la evolución de la humanidad”5. En otro sitio sostiene que “La historia de Europa es tan rica, movida y progresiva, principalmente en virtud de que este continente ha tratado de formarse siempre una nueva conciencia”6. Puede ser muy placentero el hecho de pensar que los ideales morales dirigen el destino del hombre; sin embargo, tal idea resulta injustificada y errónea. El problema consiste de todos modos en averiguar el lugar de dónde proviene el motivo ético. ¿Qué cosa es lo que daba a Europa una nueva conciencia? Marx y Engels trataban justamente de destruir esta clase de filosofía idealista en cuanto resulta opuesta a la ciencia social; pero los dos sabían perfectamente que ella continuaría existiendo mientras prevaleciera la sociedad dividida en clases. Otro contraste impresionante es aquel que se encuentra en un ensayo del profesor R. M. Mac Iver y que trata de refutar al marxismo. Este autor escribe:

        “Todo sistema, ya sea económico, político, religioso o social, existe en virtud de la experiencia consciente a que ellos se ven sometidos por el hombre. Si prescindimos de la experiencia, esos sistemas no dejarán atrás ninguna huella. En la misma forma, un sistema técnico, separado de la conciencia inventiva, no será ni técnica ni sistema. Los fusiles y los cañones se hacen simples y curiosas formas de metal, y las casas y jardines dejan de ser casas y jardines…”7.

Aquí también encontramos una filosofía idealista que trata de deformar a una ciencia social. La conciencia determina la existencia –nos dice el profesor de Columbia– y no viceversa, como Marx y Engels lo sostienen. El significado real de esta doctrina aparece después en el mismo ensayo, cuando Mac Iver escribe que la unidad de una sociedad es subjetiva y que consiste en “formas de pensamiento, mitos, credos y sueños” y no en elementos materiales. En una palabra, como escribe Myers, lo primordial es la ética, y lo secundario la vida del hombre al tratarse de la sociedad. Esta actitud, no sólo hace imposible una ciencia social, sino que trata de reducir a elementos míticos la infinidad de vínculos concretos, materiales, que unen a los hombres proveyendo las bases para la unidad idiomática, política y cultural. Finalmente, esta teoría no nos da ninguna explicación de las nociones éticas y sistemas que el hombre crea, sino que los hace el producto incomprensible de una conciencia desencarnada.

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(*) Tomado del libro Socialismo y Ética, capítulo 2. Howard Selsam. Ediciones Siglo Veinte, Argentina. Hemos dividido el capítulo 2 según el orden de la argumentación.
(1) Helvetius, “Del Espíritu”. Discurso II. Capítulo 15.
(2) Helvetius, Discurso II. Capítulo 16.
(3) K. Marx y F. Engels, “La ideología alemana”.
(4) K. Marx y F. Engels, “La ideología alemana”.
(5) Philip Van Ness Myers, “History as Past Ethics”.
(6) Philip Van Ness Myers, “History as Past Ethics”.

(7) R. M. Mac Iver, “The Historical Pattern of Social Change”.

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