La Mujer y la Política
José Carlos Mariátegui
Uno
de los acontecimientos sustantivos del siglo veinte es la adquisición por la mujer
de los derechos políticos del hombre. Gradualmente hemos llegado a la igualdad
política y jurídica de ambos sexos. La mujer ha ingresado en la política, en
el parlamento y en el gobierno. Su participación en los negocios públicos ha
dejado de ser excepcional y extraordinaria. En el ministerio laborista de
Ramsay Mac Donald una de las carteras ha sido asignada a una mujer, Miss
Margarita Bondfield, que asciende al gobierno después de una laboriosa carrera
política: ha representado a Inglaterra en las Conferencias Internacionales
del Trabajo de Washington y Ginebra. Y Rusia ha encargado su representación
diplomática en Noruega a Alexandra Kollontay, ex-comisaria del pueblo en el
gobierno de los soviets.
Miss Bondfield y Mme. Kollontay son, con este
motivo, dos figuras actualísimas de la escena mundial. La figura de Alexandra
Kollontay, sobre todo, no tiene sólo el interés contingente que le confiere la
actualidad. Es una figura que desde hace algunos años atrae la atención y la
curiosidad europea.
Y mientras Margarita Bondfield no es la primera
mujer que ocupa un ministerio de Estado, Alexandra Kollontay es la primera mujer
que ocupa la jefatura de una legación.
Alexandra Kollontay es una protagonista de la
Revolución Rusa. Cuando se inauguró el régimen de los soviets tenía ya un
puesto de primer rango en el bolchevismo. Los bolcheviques la elevaron, casi
inmediatamente, a un comisariato del pueblo, el de higiene, y le dieron, en
una oportunidad, una misión política en el extranjero. El capitán Jacques
Sadoul, en sus memorias de Rusia, emocionante crónica de las históricas
jornadas de 1917 a 1918, la llama la Virgen Roja de la
Revolución.
A la historia de la Revolución Rusa se
halla, en verdad, muy conectada la historia de las conquistas del
feminismo. La constitución de los soviets acuerda a la mujer los
mismos derechos que al hombre. La mujer es en Rusia electora y elegible.
Conforme a la constitución, todos los trabajadores, sin distinción de sexo,
nacionalidad ni religión, gozan de iguales derechos. El Estado comunista no
distingue ni diferencia los sexos ni las nacionalidades; divide a la sociedad
en dos clases: burgueses y proletarios. Y, dentro de la dictadura de su clase,
la mujer proletaria puede ejercer cualquier función pública. En Rusia son
innumerables las mujeres que trabajan en la administración nacional y en las
administraciones comunales. Las mujeres, además, son llamadas con frecuencia a
formar parte de los tribunales de justicia. Varias mujeres, la Krupskaia y la
Menjinskaia, por ejemplo, colaboran en la obra educacional de Lunatcharsky.
Otras intervienen conspicuamente en la actividad del partido comunista y de la
Tercera Internacional, Angélica Balabanoff, verbigracia.
Los soviets estiman y estimulan grandemente la
colaboración femenina. Las razones de esta política feminista son notorias.
El comunismo encontró en las mujeres una peligrosa resistencia. La mujer rusa,
lo campesina principalmente, era un elemento espontáneamente hostil a la
revolución. A través de sus supersticiones religiosas, no veía en la
obra de los soviets sino una obra impía, absurda y herética. Los soviets comprendieron,
desde el primer momento, la necesidad de una sagaz labor de educación y
adaptación revolucionaria de la mujer. Movilizaron, con este objeto, a todas
sus adherentes y simpatizantes, entre las cuales se contaban, como hemos visto,
algunas mujeres de elevada categoría mental.
Y no sólo en Rusia el movimiento feminista aparece
marcadamente solidarizado con el movimiento revolucionario. Las reivindicaciones
feministas han hallado en todos los países enérgico apoyo de las izquierdas.
En Italia, los socialistas han propugnado siempre el sufragio femenino. Muchas
organizadoras y agitadoras socialistas proceden de las filas del sufragismo.
Silvia Pankhurst, entre otras, ganada la batalla sufragista, se ha enrolado en
la extrema izquierda del proletariado inglés.
Mas las reivindicaciones victoriosas del feminismo
constituyen, realmente, el cumplimiento de una última etapa de la revolución
burguesa y de un último capítulo del ideario liberal. Antiguamente, las
relaciones de las mujeres con la política eran relaciones morganáticas. Las mujeres,
en la sociedad feudal, no influyeron en la marcha del Estado sino excepcional,
irresponsable e indirectamente. Pero, al menos, las mujeres de sangre real
podían llegar al trono. El derecho divino de reinar podía ser heredado por
hembras y varones. La Revolución Francesa, en cambio, inauguró un régimen de
igualdad política para los hombres; no para las mujeres. Los Derechos del
Hombre podían haberse llamado, más bien, Derechos del Varón. Con la burguesía
las mujeres quedaron mucho más eliminadas de la política que con la
aristocracia. La democracia burguesa era una democracia exclusivamente
masculina. Su desarrollo tenía que resultar, sin embargo, intensamente
favorable a la emancipación de la mujer. La civilización capitalista dio a la
mujer los medios de aumentar su capacidad y mejorar su posición en la vida. La
habilitó, la preparó para la reivindicación y para el uso de los derechos
políticos y civiles del hombre. Hoy, finalmente, la mujer adquiere estos
derechos. Este hecho, apresurado por la gestación de la revolución proletaria y
socialista, es todavía un eco de la revolución individualista y jacobina. La
igualdad política, antes de este hecho, no era completa, no era total. La
sociedad no se dividía únicamente en clases sino en sexos. El sexo confería o
negaba derechos políticos. Tal desigualdad desaparece ahora que la trayectoria
histórica de la democracia arriba a su fin.
El primer efecto de la igualación política de los
varones y las mujeres es la entrada de algunas mujeres de vanguardia en la
política y en el manejo de los negocios públicos. Pero la trascendencia
revolucionaria de este acontecimiento tiene que ser mucho más extensa. A los
trovadores y los enamorados de la frivolidad femenina no les falta razón para
inquietarse. El tipo de mujer, producido por un siglo de refinamiento capitalista,
está condenado a la decadencia y al tramonto. Un literato italiano, Pitigrilli,
clasifica a este tipo de mujer contemporánea como un tipo de mamífero de lujo.
Y bien, este mamífero de lujo se irá agotando poco a poco. A medida que el
sistema socialista reemplace al sistema individualista, decaerán el lujo y la
elegancia femeninas. Paquín y el socialismo son incompatibles y enemigos. La
humanidad perderá algunos mamíferos de lujo; pero ganará muchas mujeres. Los
trajes de la mujer del futuro serán menos caros y suntuosos; pero la condición
de esa mujer será más digna. Y el eje de la vida femenina se desplazará de lo
individual a lo social. La moda no consistirá ya en la imitación de una Mme.
Pompadour ataviada por Paquín. Consistirá, acaso, en la imitación de una Mme.
Kollontay. Una mujer, en suma, costará menos, pero valdrá más.
Los literatos enemigos del feminismo temen que la
belleza y la gracia de la mujer se resientan a consecuencia de las conquistas
feministas. Creen que la política, la universidad, los tribunales de justicia,
volverán a las mujeres unos seres poco amables y hasta antipáticos. Pero esta
creencia es infundada. Los biógrafos de Mme. Kollontay nos cuentan que, en los
dramáticos días de la revolución rusa, la ilustre rusa tuvo tiempo y
disposición espiritual para enamorarse y casarse. La luna de miel y el
ejercicio de un comisariato del pueblo no le parecieron absolutamente
inconciliables ni antagónicos.
A la nueva educación de la mujer se le deben ya
varias ventajas sensibles. La poesía, por ejemplo, se ha enriquecido mucho. La
literatura de las mujeres tiene en estos tiempos un acento femenino que no
tenía antes. En tiempos pasados la literatura de las mujeres carecía de sexo.
No era generalmente masculina ni femenina. Representaba a lo sumo un género
de literatura neutra. Actualmente, la mujer empieza a sentir, a pensar y a
expresarse como mujer en su literatura y en su arte. Aparece una literatura específica
y esencialmente femenina. Esta literatura nos descubrirá ritmos y colores
desconocidos. La Condesa de Noailles, Ada Negri, Juana de Ibarbourou, ¿no nos
hablan a veces un lenguaje insólito, no nos revelan un mundo nuevo?
Félix del Valle tiene la traviesa y original
intención de sostener en un ensayo que las mujeres están desalojando a los hombres
de la poesía. Así como los han reemplazado en varios trabajos, parecen
próximas a reemplazarlos también en la producción poética. La poesía, en suma,
comienza a ser oficio de mujeres.
Pero ésta es, en verdad, una tesis humorística. No
es cierto que la poesía masculina se extinga, sino que por primera vez se
escucha una poesía característicamente femenina. Y que ésta le hace a
aquellas, temporalmente, una concurrencia muy ventajosa.
Publicado
en Variedades el 15.03.1924.
Las Reivindicaciones Feministas
José Carlos Mariátegui
Laten
en el Perú las primeras inquietudes feministas. Existen algunas células, algunos
núcleos de feminismo. Los propugnadores del nacionalismo a ultranza pensarán
probablemente: he ahí otra idea exótica, otra idea forastera que se injerta en
la mentalidad peruana.
Tranquilicemos un poco a esta gente aprensiva. No
hay que ver en el feminismo una idea exótica, una idea extranjera. Hay que ver,
simplemente, una idea humana. Una idea característica de una civilización,
peculiar a una época. Y, por ende, una idea con derecho de ciudadanía en el
Perú, como en cualquier otro segmento del mundo civilizado.
El feminismo no ha aparecido en el Perú artificial
ni arbitrariamente. Ha aparecido como una consecuencia de las nuevas formas
del trabajo intelectual y manual de la mujer. Las mujeres de real filiación feminista
son las mujeres que trabajan, las mujeres que estudian. La idea feminista
prospera entre las mujeres de oficio intelectual o de oficio manual:
profesoras universitarias, obreras. Encuentra un ambiente propicio a su
desarrollo en las aulas universitarias, que atraen cada vez más a las mujeres
peruanas, y en los sindicatos obreros, en los cuales las mujeres de las fábricas
se enrolan y organizan con los mismos derechos y los mismos deberes que los hombres.
Aparte de este feminismo espontáneo y orgánico, que recluta sus adherentes entre
las diversas categorías del trabajo femenino, existe aquí, como en otras
partes, un feminismo de diletantes un poco pedante y otro poco mundano. Las
feministas de este rango convierten el feminismo en un simple ejercicio
literario, en un mero deporte de moda.
Nadie debe sorprenderse de que todas las mujeres no
se reúnan en un movimiento feminista único. El feminismo tiene, necesariamente,
varios colores, diversas tendencias. Se puede distinguir en el feminismo tres
tendencias fundamentales, tres colores sustantivos: feminismo burgués, feminismo
pequeño-burgués y feminismo proletario. Cada uno de estos feminismos formula
sus reivindicaciones de una manera distinta. La mujer burguesa solidariza su
feminismo con el interés de la clase conservadora. La mujer proletaria
consustancia su feminismo con la fe de las multitudes revolucionarias en la
sociedad futura. La lucha de clases —hecho histórico y no aserción teórica— se
refleja en el plano feminista. Las mujeres, como los hombres, son reaccionarias,
centristas o revolucionarias. No pueden, por consiguiente, combatir juntas la
misma batalla. En el actual panorama humano, la clase diferencia a los individuos
más que el sexo.
Pero esta pluralidad del feminismo no depende de la
teoría en sí misma. Depende, más bien, de sus deformaciones prácticas. El
feminismo, como idea pura, es esencialmente revolucionario. El pensamiento y
la actitud de las mujeres que se sienten al mismo tiempo feministas y
conservadoras carecen, por tanto, de íntima coherencia. El conservantismo
trabaja por mantener la organización tradicional de la sociedad. Esa
organización niega a la mujer los derechos que la mujer quiere adquirir. Las
feministas de la burguesía aceptan todas las consecuencias del orden vigente,
menos las que se oponen a las reivindicaciones de la mujer. Sostienen
tácitamente la tesis absurda de que la sola reforma que la sociedad necesita
es la reforma feminista. La protesta de estas feministas contra el orden viejo
es demasiado exclusiva para ser válida.
Cierto que las raíces históricas del feminismo
están en el espíritu liberal. La revolución francesa contuvo los primeros
gérmenes del movimiento feminista. Por primera vez se planteó entonces, en
términos precisos, la cuestión de la emancipación de la mujer. Babeuf, el
leader de la conjuración de los iguales, fue un asertor de las reivindicaciones
feministas. Babeuf arengaba así a sus amigos: "no impongáis silencio a este
sexo que no merece que se le desdeñe. Realzad más bien la más bella porción de
vosotros mismos. Si no contáis para nada a las mujeres en vuestra república,
haréis de ellas pequeñas amantes de la monarquía. Su influencia será tal que ellas
la restaurarán. Si, por el contrario, las contáis para algo, haréis de ellas
Cornelias y Lucrecias. Ellas os darán Brutos, Gracos y Scevolas".
Polemizando con los anti-feministas, Babeuf hablaba de "este sexo que la
tiranía de los hombres ha querido siempre anonadar, de este sexo que no ha sido
inútil jamás en las revoluciones". Mas la revolución francesa no quiso
acordar a las mujeres la igualdad y la libertad propugnadas por estas voces
jacobinas o igualitarias. Los Derechos del Hombre, como una vez he escrito,
podían haberse llamado, más bien Derechos del Varón. La democracia burguesa ha
sido una democracia exclusivamente masculina.
Nacido de la matriz liberal, el feminismo no ha
podido ser actuado durante el proceso capitalista. Es ahora, cuando la trayectoria
histórica de la democracia llega a su fin, que la mujer adquiere los derechos
políticos y jurídicos del varón. Y es la revolución rusa la que ha concedido
explícita y categóricamente a la mujer la igualdad y la libertad que hace más
de un siglo reclamaban en vano de la revolución francesa Babeuf y los
igualitarios.
Mas si la democracia burguesa no ha realizado el
feminismo, ha creado involuntariamente las condiciones y las premisas morales
y materiales de su realización. La ha valorizado como elemento productor, como
factor económico, al hacer de su trabajo un uso cada día más extenso y más
intenso. El trabajo muda radicalmente la mentalidad y el espíritu femeninos. La
mujer adquiere, en virtud del trabajo, una nueva noción de sí misma.
Antiguamente, la sociedad destinaba a la mujer al matrimonio o a la
barraganía. Presentemente, la destina, ante todo, al trabajo. Este hecho ha
cambiado y ha elevado la posición de la mujer en la vida. Los que impugnan el
feminismo y sus progresos con argumentos sentimentales o tradicionalistas
pretenden que la mujer debe ser educada sólo para el hogar. Pero, prácticamente,
esto quiere decir que la mujer debe ser educada sólo para funciones de hembra y
de madre. La defensa de la poesía del hogar es, en realidad, una defensa de la
servidumbre de la mujer. En vez de ennoblecer y dignificar el rol de la mujer,
lo disminuye y lo rebaja. La mujer es algo más que una madre y que una hembra,
así como el hombre es algo más que un macho.
El tipo de mujer que produzca una civilización
nueva tiene que ser sustancialmente distinto del que ha formado la civilización
que actualmente declina. En un artículo sobre la mujer y la política, he
examinado así algunos aspectos de este tema: "a los trovadores y a los
enamorados de la frivolidad femenina no les falta razón para inquietarse. El
tipo de mujer creado por un siglo de refinamiento capitalista está condenado a
la decadencia y al tramonto. Un literato italiano, Pitigrillo, clasifica a
este tipo de mujer contemporánea como un tipo de mamífero de lujo”.
"Y bien, este mamífero de lujo se irá agotando poco a poco.
A medida que el sistema colectivista reemplace al sistema individualista,
decaerán el lujo y la elegancia feministas. La humanidad perderá algunos
mamíferos de lujo; pero ganará muchas mujeres. Los trajes de la mujer del
futuro serán menos caros y suntuosos; pero la condición de esa mujer será más
digna. Y el eje de la vida femenina se desplazará de lo individual a lo social.
La moda no consistirá ya en la imitación de una moderna Mme. Pompadour
ataviada por Paquín. Consistirá, acaso, en la imitación de una Mme. Kollontay.
Una mujer, en suma, costará menos, pero valdrá más".
El tema es muy vasto. Este breve artículo intenta
únicamente constatar el carácter de las primeras manifestaciones del feminismo
en el Perú y ensayar una interpretación muy sumaria y rápida de la fisonomía
y del espíritu del movimiento feminista mundial. A este movimiento no deben ni
pueden sentirse extraños ni indiferentes los hombres sensibles a las grandes
emociones de la época. La cuestión femenina es una parte de la cuestión humana.
El feminismo me parece, además, un tema más interesante e histórico que la
peluca. Mientras el feminismo es la categoría, la peluca es la anécdota.
Publicado
en Mundial el 19.11.1924.
Cambiar
los Paradigmas. Mujeres Peruanas. El Otro Lado de la Historia*
Sara
Beatriz Guardia
Ciudadanía y Sufragio
Resulta
paradójico que el ideal de transformar la sociedad con un nuevo orden social y
cultural impulsado por los filósofos de la Ilustración mantuviera a las mujeres
subordinadas al hombre. Como dijera en 1673, el filósofo cartesiano Poulin de
la Barre en su libro Sobre la igualdad de los sexos: "el sexo
castiga a la mitad de la especie a una perpetua minoría de edad"1. Es más, pensadores de entonces coincidieron con
Rousseau, uno de los ideólogos de la educación como “fuerza transformadora de
la sociedad”, cuando en Emilio planteó que,
“toda
la educación de las mujeres está hecha especialmente para agradar al hombre; si
el hombre debe agradarle a su vez, es una necesidad menos directa, su mérito
está en su potencia, agrada por el solo hecho de ser fuerte. Convengo en que no
es esta ley del amor, pero es la de la naturaleza, anterior al amor mismo”2
La
propuesta de Rousseau consistía en una sociedad de productores independientes
donde la propiedad privada fuera considerada como un derecho individual, y como
dice en El contrato social (1762), existiera “la igualdad de
todos los ciudadanos en el sentido de que todos deben disfrutar de los mismos
derechos”3. En el Discurso sobre los Orígenes de
la Desigualdad (1755), precisa que se trata de una propiedad pequeña
puesto que un derecho ilimitado propiciaba la explotación, pero como las
mujeres no podían poseer propiedades productivas ni grandes ni pequeñas,
integraban la sociedad civil, pero no eran miembros de pleno derecho. Es mas,
Rousseau pensaba que era necesario mantenerlas en situación de dependencia
porque los juicios y opiniones que vertían estaban mermados por sus “pasiones
inmoderadas”, por lo que necesitaban de la protección y guía masculina para enfrentarse
al reto de la política4. Lógica nada extraña en esa
época. Según Macpherson “un demócrata del siglo XVIII podía concebir una
sociedad de una sola clase y excluir a la mujer; igual que un antiguo demócrata
ateniense podía concebir una sociedad de una sola clase y excluir a los
esclavos”5.
Los profundos cambios originados durante la
Revolución Industrial y la Revolución Francesa (1789), posibilitó que las
mujeres impusieran la premisa que todos los seres humanos tienen los mismos
derechos y obligaciones. Además, revueltas y manifestaciones en defensa de sus
derechos como cuando en 1789, Luis XVI proclamó la convocatoria de los Estados
Generales a fin de que la nobleza, el clero y el pueblo presenten sus reclamos,
excluyendo a las mujeres. Entonces, se lanzaron a las calles y marcharon hacia
Versalles. En la sublevación de 1789, como en la de mayo de 1793, las mujeres
fueron, "como dirían las autoridades de la época, “las agitadoras”6.
“¿No
han violado el principio de igualdad de derechos al privar con tanta
irreflexión a la mitad del género humano; es decir, excluyendo a las mujeres
del derecho de la ciudadanía?”7, se preguntaba entonces Condorcet. Pero al instaurarse la nueva
república, la Asamblea rechazó su solicitud de implementar una educación en
términos de igualdad para hombres y mujeres. Entre 1793 y 1794, los jacobinos
cerraron clubes de mujeres prohibiendo su presencia en cualquier tipo de
actividad política. El nuevo código civil napoleónico, cuya extraordinaria
influencia ha llegado prácticamente a nuestros días, se encargaría de plasmar
legalmente dicha «ley natural»8. Ante lo cual, Voltaire,
criticaba que a pesar de que las mujeres habían demostrado ser capaces de
gobernar en varias monarquías hereditarias de Europa, “el hombre siempre ha
sido señor de la mujer, fundándose en esta fuerza casi todo lo del mundo”9.
Un
cambio importante se produjo con el socialismo utópico10 que
surgió como respuesta a la difícil situación de los trabajadores explotados. En
1830, Charles Fourier (1772-1837), vinculó la opresión económica a la
opresión sexual, y sostuvo que el status de la mujer permitía medir el
nivel de progreso social de una determinada sociedad y caracterizo la
igualdad entre los sexos como un rasgo esencial del socialismo. En ese
período, Flora Tristán propugnó la reivindicación de las mujeres desde una
perspectiva feminista, política, y social en su condición de obrera11, con lo cual "se adelantó a Marx"12, señalando en su libro La Unión Obrera que
“la mujer es el proletario del mismo proletario”13
Pero es Carlos Marx en los Manuscritos de
1844, quien definió la familia como la primera relación social y a la mujer
como la primera propiedad del hombre. El enfoque marxista concluye que la
emancipación del hombre y de la mujer sólo se lograra con la transformación de
las estructuras socioeconómicas, y en ese sentido la liberación de la mujer
forma parte de la teoría y práctica de la lucha por la emancipación de toda la
sociedad. “La relación inmediata, natural, -dice Marx- del hombre con el hombre
es la relación del hombre con la mujer y del carácter de era relación puede
concluirse hasta qué punto el hombre se ha comprendido a sí mismo como ser
genérico, como hombre. La relación del hombre con la mujer es la relación más
natural del ser humano con el ser humano.
Corresponde a este período un notable ensayo
titulado: Vindicaciones de los derechos de las mujeres, de
Mary Wollstonecraft (1759-1797), quien contra la imagen recurrente de la mujer
como un ser débil, superficial y pasivo, sostuvo que no sólo era capaz de
asumir el reto político sino también el liderazgo, pero que la carencia de
educación y el aislamiento doméstico habían frenado su desarrollo como
ciudadanas de pleno derecho. En 1844,
Elizabeth Candy Staton, Lucrecia Mott, Mary M'Clintoch, Jane Hunt y Marta
Wright, celebraron la primera Convención de Mujeres, e hicieron pública una
resolución llamada "Declaración de Sentimientos y Resoluciones de Séneca
Falls", donde exigieron igualdad de condiciones ante la ley, la religión,
la educación y el trabajo.
Nació así el movimiento feminista y
sufragista, "una de las manifestaciones históricas más significativas de
la lucha emprendida por las mujeres para conseguir sus derechos"14, que congregó a las mujeres sin distinción de clases
sociales, ideologías y credos, pero coincidentes en reclamar los derechos que
les negaban. En 1882, Hubertine Auclert, socialista y defensora del sufragio
femenino, fue la primera en proclamarse feminista en su revista La Citoyenne, término que fue aceptado en el primer congreso
feminista realizado en Paris en mayo de 1892 por Eugénie Potonie-Pierre y sus
compañeras del grupo Solidarité. A partir de lo cual, el término se fue
extendiendo hasta que nació en el siglo XIX como “movimiento a través del cual
la mujer proclama el derecho a la autonomía, su derecho a ser ciudadana, su
derecho al trabajo, a la educación y a una plena participación política15.
Basándose en la teoría marxista, August Bebel escribió en 1879 La mujer
y el socialismo, un importante libro que alcanzara a tener 53
ediciones. Para Bebel la liberación de la humanidad no era posible sin la
independencia social y equiparación de los sexos. Su aporte fundamental radica
en destacar la necesidad de tres factores para lograr la emancipación femenina:
1. Incorporación al trabajo productivo. 2. Activa participación social,
política y presencia en la dirección y orientación de la sociedad socialista.
3. Socialización de las tareas domésticas. Es necesario aliviar el trabajo en
el hogar que ha pesado durante siglos exclusivamente sobre sus hombros: Sin
revolución de la vida doméstica, señaló, no podrá liberarse la mujer16.
La lucha por la igualdad de derechos en el Perú
En
abril de 1930 murió José Carlos Mariátegui y el 22 de agosto, la guarnición
militar de Arequipa se sublevó al mando del comandante Luis M. Sánchez Cerro,
quien depuso al Presidente Leguía. Recibido apoteósicamente en Lima, un año
después Sánchez Cerro fue elegido Presidente Constitucional. El nuevo
mandatario, al frente del derechista Partido Unión Revolucionaria, inició su
régimen en medio de una profunda crisis política que concluyó en 1933 cuando
fue asesinado. El general Oscar R. Benavides, ocupó su lugar hasta 1939, como
Presidente de la República.
Es en el terreno político
de esos años que la presencia de las mujeres inauguró nuevos caminos. Proscrita
la legalidad del Partido Comunista y del Partido Aprista, las mujeres ganaron
terreno en la militancia partidaria y en la organización de comités de lucha y
grupos de apoyo. Las mujeres del Partido Comunista participaron en tres
frentes: sindical, partidario, y en Frente Único de Solidaridad Socorro Rojo
Internacional, organismo de ayuda a los presos políticos, creado por la Central
General de Trabajadores del Perú en 1931. Integrado por obreros, estudiantes e
intelectuales, debió su mayor impulso a la presencia de Ángela Ramos, que
desempeñó durante varios años el cargo de secretaria general y a mujeres como
Adela Montesinos, Carmen Saco. Alicia del Prado, Alicia Bustamante, Celia
Bustamante, Carmen Pizarro, María Argote, Pepita Pizarro, Raquel y Estela
Bocangel, entre otras.
Mientras que la presencia
de las mujeres en el Partido Aprista, también en la clandestinidad, se orientó
a la formación de comités de lucha y grupos de apoyo. Y, aunque en el Primer
Congreso Nacional las reivindicaciones femeninas merecieron el respaldo
partidario, el rol de las mujeres tuvo más carácter asistencial. La familia y
la madre aprista, le dieron una dimensión distinta a la participación política,
no obstante que Magda Portal y Carmen Rosa Rivadeneira, intentaron organizar a
la militancia femenina bajo otros causes.
Cuando el Apra volvió a la legalidad en 1933, las
mujeres rescataron el rol político e ideológico de la participación femenina. A
lo largo de estos años tomaron parte en diversas tareas y en el frente
antifascista, generándose un conflicto interno entre las más connotadas
dirigentes y Haya de la Torre, renuente a concederles un mayor espacio
político. En 1948, Magda Portal renunció al Apra y al Comando de Mujeres
Apristas porque las conclusiones del Segundo Congreso contenían el siguiente
enunciado: Las mujeres no son miembros activos del Partido Aprista porque no
son ciudadanas en ejercicio. “Me levanté y pedí la palabra - recuerda Magda
Portal - Haya dio un golpe en la mesa y dijo: No hay nada en cuestión. Insistí
con energía que quería hablar y él volvió a repetir lo mismo. Ante esto, me
levanté con un grupo de mujeres y dije en voz alta: ¡Esto es fascismo! Después
me eligieron Segunda Secretaria General de Partido, pero me quitaron la
dirección del Comando de Mujeres. No volví nunca más al Partido"17. El frente femenino se desarticuló hasta que en 1950,
bajo la dictadura del general Odría, el Apra volvió a la clandestinidad.
Varias mujeres fueron
apresadas como Alicia del Prado, que en 1933, fue acusada de proselitismo
político y de ser militante del Partido Comunista por lo que sufrió prisión
durante tres años. Al salir en libertad en 1936, fundó “Acción Femenina”,
organización del Partido Comunista orientada a la formación y educación
política de las mujeres militantes de ese partido, con el fin de capacitarlas
para acceder a cargos de dirección. Eran los años previos a la Segunda Guerra
Mundial, donde la lucha contra el fascismo y la difusión de las ideas
socialistas constituían aspectos centrales del pensamiento progresista. Las
mujeres de varios países europeos se agruparon en el Comité Internacional de
Mujeres contra la Guerra y el Fascismo; mientras que en el Perú, “Acción
Femenina”, amplió sus fronteras de trabajo convirtiéndose en un frente amplio
en el que confluyeron mujeres de distinta filiación política, lo que a su vez
hizo posible la constitución del Comité de Ayuda a las Víctimas de la Segunda
Guerra Mundial Alas Blancas presidido por la entonces esposa del Embajador de
Inglaterra.
Las tareas del Comité Alas
Blancas, abarcaron la recolección de ropa y medicinas para enviarlos a los
frentes de lucha. Cientos de mujeres recorrieron las calles de Lima y de otras
ciudades del Perú solicitando colaboración, mientras Alicia del Prado y la
presidenta de Alas Blancas visitaban las ciudades del país llamando al boicot
para los productos alemanes y denunciando los crímenes del fascismo. Al
finalizar la guerra, el Comité Alas Blancas se disolvió mientras que “Acción
Femenina” prosiguió su labor hasta 1952, año en que la dictadura de Odría cerró
su local, persiguió a sus dirigentes y apresó a Maximina Argote quien estuvo
dos años en la cárcel acusada de comunista.
La derrota del fascismo
produjo al término de la contienda, la polarización entre el sistema
capitalista y socialista, y la debacle de las potencias coloniales hostigadas
por la ola nacionalista que recorrió el continente africano y asiático. A nivel
ideológico influyó la hazaña de las Fuerzas Aliadas y del Ejército Rojo en la
liberación de Europa, factor decisivo de muchos acontecimientos mundiales en
las conquistas democráticas y el ascenso de las organizaciones populares tras
la derrota nazi. Todo lo cual influyó en la situación de la mujer, unido al
hecho de que las mujeres reemplazaron la mano de obra masculina durante los
años de la guerra. En Inglaterra, más del 40% de los trabajadores de la
producción bélica fue femenino. Y, si antes de 1940 en las fábricas de
productos químicos en Estados Unidos no había ninguna trabajadora mujer, un año
más tarde en una sola compañía 470 mujeres trabajaban en tres turnos18. Esto posibilitó una mayor capacitación, y el acceso de
las mujeres a profesiones hasta entonces consideradas masculinas como
ingeniería, química, electricidad, medicina y arquitectura. También trajo abajo
la vieja teoría de la ineficiencia de las mujeres en trabajos técnicos o
científicos, y obligó a las empresas a pagar un salario más justo a las mujeres
que realizaban el mismo trabajo que los hombres y con igual eficacia.
En 1945, del Congreso
Femenino de París, nació la Federación Democrática de Mujeres, después la
Federación Mundial de la Mujer; mientras que en América Latina, entre 1946 y
1949, se conformaron organizaciones y federaciones de mujeres en Argentina,
Chile, Cuba, México, Brasil y República Dominicana; en la década del 50 en
Costa Rica, Guatemala, El Salvador, Venezuela, Colombia, Uruguay, Ecuador y
Paraguay; y posteriormente en Haití, Honduras, Perú y Panamá.
También un clima más
propicio para el reconocimiento de los derechos de las mujeres, a partir del
principio de la igualdad de derechos humanos de la Carta de las Naciones
Unidas. En la Convención Interamericana de Mujeres, realizada en Bogotá el 30
de marzo de 1948, los gobiernos americanos representados en la Novena
Conferencia Internacional Americana, señalaron que era aspiración de la
comunidad americana equilibrar a hombres y mujeres en el goce y ejercicio de
los derechos políticos, y acordaron “que el derecho al voto y a ser elegido
para un cargo nacional no deberá negarse o restringirse por razones de sexo”.
Es en este período que la mayoría de gobiernos
latinoamericanos otorgaron a las mujeres el derecho al sufragio. Aunque en
algunos países hubo una presión de las mujeres como en el caso del Perú donde
la Asociación Femenina Universitaria luchó por esta conquista, el voto fue
otorgado con fines de utilización política de la mujer de los sectores medios.
Esta conquista democrática, importante en sí, no encontró su debida expresión
en un continente donde la mayor parte de analfabetos eran y son mujeres. El
derecho al sufragio femenino se otorgó en Canadá: 1918; Ecuador: 1920; Brasil:
1932; Uruguay: 1932; Cuba: 1934; El Salvador: 1939 (limitado); República
Dominicana: 1942; Jamaica: 1944; Guatemala: 1945 (limitado); Panamá: 1945;
Trinidad Tobago: 1946; Argentina: 1947; Venezuela: 1947; Suriname: 1948; Chile:
1949; Costa Rica: 1949; Haití: 1950; Barbados: 1950; Antigua y Bermuda: 1951;
Dominica: 1951; Granada: 1951; Santa Lucía: 1951; Bolivia: 1952; México: 1953;
Guyana: 1953; Honduras: 1955; Nicaragua: 1955; Perú: 1955; Colombia: 1957;
Paraguay: 1961; Bahamas: 1962; Bahamas: 1962; Belice: 1964.
El derecho al sufragio de las mujeres peruanas se
logró el 7 de setiembre de 1955, mediante Ley Nº 12391, durante el gobierno del
general Odría, que no era precisamente un demócrata. Su gobierno se caracterizó
por una total ausencia de libertades políticas y una sistemática represión a
sus opositores. Su objetivo no fue otro que reelegirse, para lo cual necesitaba
el voto proveniente de sectores populares donde su esposa, María Delgado de
Odría, había realizado un intenso trabajo con las mujeres.
En la década del 50
diversos pueblos de América Latina atravesaron un período de gran convulsión
social, producto de la lucha del movimiento democrático contra regímenes
militares y dictaduras civiles, que tuvo una importante repercusión en el
triunfo de la Revolución Cubana. Durante esos años revistas como "Hora del
Hombre", "Peruanidad", "Excélsior", "De todas
partes", publicaron poemas, artículos y cuentos de varias mujeres como
María Rosa Macedo de Camino, Isabel de la Fuente, Felisa Moscoso, Eva Morales,
Hortensia Málaga de Cornejo, y Carlota Carvallo de Núñez.
Precisamente la revista
"Hora del Hombre" que reunió a los intelectuales progresistas de esos
años, y que estuvo dirigida por Jorge Falcón, contenía una sección femenina
donde se daban a conocer diferentes actividades de la mujer, avances de su
incorporación a nivel socio económico, e información de la participación
femenina en la URSS en la reconstrucción de ciudades destruidas por la guerra.
Un artículo publicado en esta revista, y escrito por una estudiante de
pedagogía, da cuenta del cambio de percepción y del discurso de las mujeres a
comienzos de los 50. Traza líneas que permiten vislumbrar el despegue del
movimiento feminista en la década del 60 primero en Europa y Estados Unidos, y
posteriormente en América Latina:
"Es indudable que vivimos en una época en la
que las mujeres escalan posiciones y ocupan un lugar privilegiado dentro de
distintas actividades de la vida misma. El prejuicio que circunscribía única y
exclusivamente a lo doméstico el campo de acción femenina, se va desarraigando
cada vez más. La línea divisoria que existiera hasta hace muy poco tiempo entre
lo que se daba en llamar actividades masculinas y femeninas, ha ido
desapareciendo paulatinamente, conforme la práctica ha demostrado que la mujer
puede desempeñarse tan bien o mejor que el hombre en muchas de aquellas que
antes le estaban completamente vedadas.
(...) La educación moderna, si es que cabe hablar
de épocas tratándose de educación, va cayendo poco a poco en un desprecio a las
atenciones y delicadezas que se merecen quienes usan las faldas y saben hace
sentir que realmente las llevan. Me refiero a la cortesía traducida ya sea en
una frase amable, en ceder un asiento en el ómnibus, en un gesto, en fin, en
esa serie de pequeñas cositas que reunidas, no sólo nos hacen reparar a
nosotras en que la caballerosidad todavía existe, sino que hace recordar a los
caballeros, que por más que nuestras actividades puedan ir paralelas a las de
ellos, biológicamente, por lo menos, permanecemos tan diferentes como siempre.
Entiéndase que no me refiero a las fórmulas y reverencias de antaño, sino a
algo más profundo y más a tono con la época en que vivimos. Para terminar,
quisiera aclarar que si al hablar de la mujer moderna he omitido la palabra
"glamour", "tea-bridge" y "rouge", ha sido porque
he querido evitar en lo posible hablar de ese tipo de mujer que se empeña en
pintarse los labios en forma de sandía, hablar continuamente del último modelo
o de su actor favorito y cuyas únicas actividades se reducen a estar en
público, a prepararse para estar en público, a recuperarse de los efectos de
haber estado en público, y que, por añadidura y no sé por que extraña razón, se
empeña en llamarse a sí mismas: "mujeres modernas"19.
Movimiento Femenino
En
1949, Simone de Beauvoir proclama: No se nace mujer, se llega a serlo, en su
libro El segundo sexo, el ensayo feminista más importante del
siglo. Todo lo que se ha escrito después en el campo de la teoría feminista ha
tenido que contar con esta obra sea para continuar sus planteamientos y seguir
desarrollándolos, o para criticarlos oponiéndose a ellos20.
Desde la perspectiva de la filosofía existencialista analiza el origen
histórico y las referencias culturales en la construcción de “un segundo sexo”,
que ningún destino biológico define, “es la civilización en conjunto quien ha
elaborado ese producto intermedio entre el macho castrado al que se califica
como femenino”21. Un ser dependiente y con relaciones
de sometimiento con el otro sexo22.
Entonces, los grupos femeninos no eran reconocidos e
incluso el feminismo era mirado con desconfianza. Esto obedecía principalmente
a que no hubo en el Perú ni en América Latina un feminismo de larga tradición,
“con su filosofía, el liberalismo, y su encarnación económica, el capitalismo.
Libertad (individual) e igualdad (como) principales ejes de su lucha”23. Por ello, a pesar de la intensa lucha de las mujeres
no accedieron a una participación política hasta el último tercio del siglo XX,
“según la definición que de ésta hace la ciencia política, es decir, capacidad
do representación a través del sistema de partidos políticos, ejercicio del
voto y manejo del poder en las instituciones de gobierno»24.
Entre 1960 y 1970, el movimiento femenino con
diferentes corrientes teóricas y tendencias que explican las causas de la
subordinación y las estrategias del cambio de las relaciones y condición de las
mujeres, cobró notable impulso en Europa y Estados Unidos, en el contexto de
una América Latina marcada por un clima de agitación social, dictaduras
militares, y una fuerte presencia del pensamiento de izquierda y marxista. Tres
obras teóricas tuvieron entonces una notable repercusión: La mística de
la feminidad (1963) de Betty Friedman; Política sexual (1969)
de Kate Millet; y La dialéctica del sexo (1970) de Sulamith
Firestone.
Tuvieron el mérito de analizar el patriarcado y el
género desde el psicoanálisis y el marxismo, a través de lo cual estudiaron las
relaciones de poder al interior de la familia y la sexualidad. Para Kate
Millet, la relación entre los sexos es una relación de poder, sintetizada en su
célebre afirmación: Lo personal es político. Pero lo interesante de esta
corriente del feminismo no solo radicaba en sus obras teóricas, sino en la
organización de grupos de autoconciencia donde las mujeres empezaron a contar
sus propias experiencias. Lo que originó la capacidad de verse a sí mismas, y
nuevas formas de solidaridad entre mujeres que impulsarían aún más su
desarrollo.
Según Joan W. Scott, escribir la historia del
feminismo no significa escoger entre la estrategia de la igualdad o de la
diferencia, como si ésta pudiera resolver todas las contradicciones vividas.
Una historia del feminismo debe ser, “la historia de las mujeres (y de algunos
hombres) constantemente inmersos en la resolución de los dilemas que enfrentan”25.
A partir de la década del ochenta y noventa se inició un nuevo orden signado
por el triunfo de lideres de la derecha, el agotamiento de las ideologías, la
disolución de la Unión Soviética, la debacle del socialismo en los países
de Europa del Este, y el liderazgo económico, político y militar de Estados
Unidos. Esto originó la formación de bloques geopolíticos encabezados por
Estados Unidos, países de Europa y de Asia, mientras África y América Latina
quedaban en la periferia bajo el impulso de políticas de desregulación,
privatización y disminución del rol del Estado en la producción. Política que
no ha solucionado el desempleo, ni la desarticulación de los procesos
productivos, y mucho menos la grave crisis de distribución del ingreso que
explica los profundos abismos sociales que se dan26.
En ese contexto, el trabajo de las organizaciones
femeninas y feministas respondió a la incorporación creciente de la mujer al
mercado del trabajo antes predominantemente masculino. Entre 1961 y 1981, la
tasa de crecimiento de la Población Económicamente Activa Femenina alcanzó el
70% superando largamente la tasa de crecimiento masculina27.
Sin embargo, se trataba de un trabajo donde las mujeres eran “la mayoría sólo
en aquellos empleos de tiempo parcial, de bajo o ningún salario”28. Tampoco los índices de alfabetismo se redujeron en las
zonas de extrema pobreza ni mejoraron las condiciones de salud para las mujeres
que habitaban esas zonas.
En las dos últimas décadas
América Latina ha iniciado un camino que intenta ser propio, con un fuerte
sesgo nacional, democrático, e inclusivo con los sectores marginados, y de
reconfiguración de la inserción de los pueblos indígenas en el proyecto nacional.
En este contexto, el movimiento femenino latinoamericano afronta el reto de
lograr una equidad que incluya todas las voces, también las indígenas y
marginadas. Porque, “la lucha por relaciones más equitativas entre hombres y
mujeres se ha convertido en un punto medular en la lucha de las mujeres
indígenas organizadas”29. Así también, en las
organizaciones populares las mujeres están luchando para cambiar una tradición
que las excluye y oprime. Un formidable reto para el feminismo contemporáneo
que necesariamente en América Latina deberá trazarse estrategias que engloben
género, raza y clase.
Otro reto, es que las mujeres se asuman como
sujetos históricos en el contexto de una nueva historiografía; es decir, una
nueva valoración de las experiencias femeninas mediante una nueva forma de
abordar la historia, la revisión de modelos que han impregnado a todos los
grupos sociales, y los factores diferenciales que afectan a las mujeres.
Significa reemplazar la lógica tradicional
practicada en las ciencias sociales por una nueva manera femenina de abordar el
pensamiento crítico siguiendo una lógica de investigación diferente a la
aplicada en la historiografía tradicional. Es decir, reescribir la historia
desde una perspectiva femenina, plantear nuevas formas de interpretación, y
revisar conceptos y métodos existentes con el objetivo de convertir a las
mujeres en sujetos de la historia, reconstruir sus vidas en toda su diversidad
y complejidad, inventariar las fuentes con las que contamos, y dar un sentido
diferente al tiempo histórico, subrayando lo que fue importante en sus vidas.
La historia de las mujeres
se presenta así como un elemento transformador de las mismas mujeres, y
constituye un paso decisivo para su emancipación. Significa también otorgarle
una mayor coherencia a nuestra historia al desarticular el carácter excluyente
y discriminador de las representaciones discursivas del otro,
establecidas en la colonia a través de patrones de poder basados en una
jerarquía social, étnica, de raza y género.
*El presente texto es el capítulo XX del libro cuyo título es el mismo que aparece
aquí. Lima, 2013, 5ta edición, pp. 299-309. El texto nos fue remitido por la
propia autora.
6D. Godineau. Citoyennes Tricoteuses. Les
femmes du peuple à Paris pendant la Révolution. Aix-en-Provence, 1988.
7 Condorcet. "Essai
sur l’admission des femmes au droit de la cité". Las Mujeres y la Revolución. Barcelona, 1974.
10Federico Engels, refutó las tesis del socialismo
utópico en su libro: Del socialismo utópico al socialismo científico,
publicado en 1892.
12Jorge Basadre. Apertura. Textos, Cultura y
Política, escritos entre 1924 y 1977. Lima, 1978, p. 246.
14Mary Nash - Susana Tavera. Experiencias
desiguales: Conflictos sociales y respuestas colectivas. Madrid, 1995, p.
58.
15Karen Offen. "Definir el feminismo: un
análisis histórico comparativo". Historia Social No. 9, Valencia, 1991, p.
110.
17Sara Beatriz Guardia. Mujeres
Peruanas. El otro lado de la historia. Lima, 1985. Primera Edición.
Entrevista a Magda Portal, p. 84.
18 Hanna Garry. "La
mujer sustituye al hombre en las industrias de guerra". "En
América", Revista mensual de los intelectuales. No. 22, noviembre de 1943.
23 Louise Toupin. Qu'est-ce
que le féminisme? Quebec: Centre de documentation sur l'éducation des
adultes et la condition féminine (CDEACF), 1997.
24Lola G. Luna. “Los movimientos de mujeres en
América Latina o hacia una nueva interpretación de la participación política”.
Barcelona. Universitat de Barcelona, Boletín Americanista, N°. 45, 1995, p.
251.
25Joan Wallach Scott. A cidadã paradoxal: as
feministas francesas e os direitos do homem. Florianópolis: Editora
Mulheres, 2002.
27Virginia Guzmán, Patricia Portocarrero. Dos veces
mujer. Lima: UNIFEM, Flora Tristán, Mosca Azul Editores, 1985.
28 Cecilia López Montaño. “La dimensión de
género del capital social. Equidad de género: una decisión política.
Socialismo y Participación No. 92, Lima, abril del 2002.
29Aída Hernández Castillo Salgado. “Distintas maneras
de ser mujer: ¿Ante la construcción de un nuevo feminismo indígena?.
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