Entrevista de Clara Zetkin a Vladimir Lenin
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Lenin me había hablado muchas
veces del problema de la mujer. Se veía que atribuía una importancia muy grande
al movimiento femenino, como parte esencial, en ocasiones incluso decisiva, del
movimiento de las masas. Huelga decir que, para él, la plena equiparación
social de la mujer con el hombre era un principio inconmovible, y que ningún
comunista podía ni siquiera discutir. Fue en el gran despacho de Lenin en el
Kremlin donde, en el otoño de 1920, tuvimos la primera conversación un poco
larga acerca de este tema. Lenin estaba sentado en su mesa de escribir, que,
cubierta de papeles y de libros, hablaba de estudio y de trabajo, sin que
reinase en ella ningún “desorden genial”.
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—Tenemos que crear a todo
trance un fuerte movimiento femenino internacional sobre una base teórica clara
—dijo Lenin, encauzando la conversación después de las palabras de saludo.
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—Sin teoría marxista no puede
haber una buena actuación práctica, esto es evidente. Nosotros, los comunistas,
necesitamos también de una gran pureza de principios en esta cuestión. Tenemos
que distinguirnos nítidamente de todos los demás partidos. Desgraciadamente,
nuestro segundo congreso internacional ha fallado en el modo de plantear el
problema de la mujer. Planteó el problema, pero sin llegar a tomar una posición
ante él. El asunto se halla todavía en poder de una comisión. Esta se encargará
de redactar una proposición, tesis, líneas directrices. Sin embargo, hasta hoy
no ha hecho gran cosa. Es necesario que usted eche una mano.
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Lo que Lenin me decía lo
había oído ya por otro conducto, manifestando mi asombro ante ello. Estaba
entusiasmada de todo lo que las mujeres rusas habían aportado a la revolución y
de lo que todavía aportaban para defenderla y sacarla adelante. El partido
bolchevique me parecía también un partido modelo, el partido modelo por
excelencia, en lo tocante a la posición y actuación de la mujer dentro de él.
Este partido aportaba, por sí solo, elementos valiosos, disciplinados y
expertos y un gran ejemplo histórico al movimiento femenino comunista
internacional.
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—Sí; eso es cierto, y es
magnífico y está muy bien —dijo Lenin, con una sonrisa silenciosa, apenas
esbozada—. En Petrogrado, aquí, en Moscú, en las ciudades y centros
industriales y en el campo, las proletarias se han portado maravillosamente en
la revolución. Sin ellas, no habríamos triunfado. O habríamos triunfado a duras
penas. Yo lo creo así. No puede usted imaginarse lo valientes que fueron y lo
valientes que están siendo todavía. Represéntese usted todas las penalidades y
privaciones que soportan estas mujeres.
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“Y las soportan porque
quieren que los Soviets salgan adelante, porque quieren la libertad, el
comunismo. Sí; nuestras proletarias son unas magníficas luchadoras de clase.
Merecen que se las admire y se las quiera. Por lo demás, hay que reconocer que
también las damas de la “democracia constitucional” demostraron en Petrogrado
mucha más valentía contra nosotros que los hombrecillos terratenientes. Eso es
verdad. En el partido, tenemos camaradas de confianza, inteligentes e
incansables para la acción. Con ellas, hemos podido cubrir no pocos puestos
importantes en los Soviets y Comités ejecutivos, en los comisariados del pueblo
y en las oficinas públicas. Algunas trabajan día y noche en el partido o entre
las masas de los proletarios y los campesinos y en el Ejército rojo. Esto, para
nosotros, tiene mucha importancia. Y lo tiene también para las mujeres del
mundo entero, pues demuestra la capacidad de la mujer, la gran importancia que
tiene su valor para la sociedad. La primera dictadura del proletariado está
siendo su verdadero campeón en la lucha por la plena equiparación social de la
mujer. Desarraiga más prejuicios que muchos volúmenes de literatura feminista.
Pero, a pesar de todo y con todo, todavía no existe un movimiento femenino
comunista internacional, y es necesario crearlo a todo trance. Es necesario
entregarse inmediatamente a esta tarea. Sin esto, la labor de nuestra
Internacional y de sus partidos no es ni será nunca lo que debe ser. Y hay que
conseguir que lo sea, pues lo exige la revolución. Cuénteme usted en qué
situación está la labor comunista en el extranjero”.
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Le informé acerca de esto,
todo lo bien que podía hacerlo, dada la mala e irregular articulación que por
aquel entonces existía en los partidos afiliados a la III Internacional. Lenin
escuchaba mis palabras atentamente, con el cuerpo un poco inclinado hacia
adelante, sin asomo de cansancio, de impaciencia o de hastío, siguiendo con
reconcentrado interés hasta los detalles más secundarios. No he conocido a
nadie que escuchase mejor que él ni que mejor ordenase lo escuchado, sacando de
ello las conclusiones generales. Así lo denotaban las preguntas rápidas y
siempre muy concretas con que interrumpía de vez en cuando los informes y el
modo certero con que volvía después sobre este o aquel detalle de la
conversación. Lenin tomaba algunas notas rápidas.
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Como era natural, analicé con
especial detenimiento la situación alemana. Expuse a Lenin la insistencia con
que Rosa Luxemburgo planteaba la necesidad de ganar para las luchas
revolucionarias a las grandes masas femeninas. Al fundarse el partido
comunista, acuciaba porque se lanzase un periódico para la mujer. Cuando Leo
Jogisches, en la última entrevista que tuvimos —dos días antes de que le
asesinasen— discutió conmigo las tareas inmediatas del partido y me encomendó
algunos trabajos, figuraba entre éstos un plan para la organización de la labor
entre las mujeres trabajadoras. En su primera conferencia clandestina, el
partido se había ocupado de este asunto. Las agitadoras y dirigentes que antes
de la guerra y durante ésta se habían destacado como mujeres disciplinadas y
expertas dentro del movimiento, se habían quedado casi sin excepción dentro de
la socialdemocracia, reteniendo con ellas a las proletarias más inquietas. No
obstante, se había logrado reunir ya un pequeño núcleo de camaradas muy
enérgicas y dispuestas a todos los sacrificios, tomaban parte en todos los
trabajos y en todas las luchas del partido. Este núcleo de mujeres se había
puesto ya a organizar la actuación sistemática entre las proletarias.
Naturalmente, estaba todo en sus comienzos todavía; pero eran ya, desde luego,
comienzos muy prometedores.
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—No está mal, nada mal —dijo
Lenin—. La energía, la capacidad de sacrificio y el entusiasmo de las
camaradas, su valentía y su habilidad en tiempos clandestinos abren una buena
perspectiva sobre la labor futura. Son elementos muy valiosos para el
desarrollo del partido y su robustecimiento, para su capacidad de atracción
sobre las masas y para planear y desarrollar acciones. Pero, ¿qué tal andan las
camaradas y los camaradas en punto a claridad y a disciplina en cuanto a
principios? Esto tiene una importancia fundamental para el trabajo entre las masas.
Influye enormemente sobre lo que pasa entre las masas, saber lo que las atrae y
entusiasma. De momento, no recuerdo quién fue el que dijo que “para hacer
grandes cosas hay que entusiasmarse”. Nosotros y los trabajadores del mundo
entero tenemos todavía, realmente, grandes cosas que hacer. Veamos, pues, ¿qué
es lo que entusiasma a esas camaradas, a las mujeres proletarias de Alemania?
¿Cómo andan de conciencia proletaria de clase? ¿Concentran su interés, su
actuación, en las reivindicaciones políticas de la hora? ¿Cuál es el eje de sus
pensamientos?
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“Acerca de esto, he oído
contar cosas muy curiosas a algunos camaradas rusos y alemanes. Voy a decirle a
usted una. Me han contado, por ejemplo, que una comunista muy inteligente de
Hamburgo edita un periódico para las prostitutas, y quiere organizar a éstas en
la lucha revolucionaria. Rosa sentía y obraba humanamente como comunista
cuando, en un artículo, salió en defensa de unas prostitutas a quienes no sé
qué trasgresión cometida contra las ordenanzas de Policía por las que se rige
el ejercicio de su triste profesión, había llevado a la cárcel. Estos seres son
víctimas de la sociedad burguesa, dignas de lástima por dos conceptos. Son
víctimas de su maldito régimen de propiedad y son además víctimas de su maldita
hipocresía moral. Esto es evidente, y sólo un hombre zafio y miope puede no
verlo. Pero una cosa es comprender esto y otra cosa muy distinta querer organizar
a las prostitutas —¿cómo diré yo?— gremialmente como una tropa revolucionaria
aparte, editando para ellas un periódico industrial. ¿Es que en Alemania no
quedan ya obreras industriales que organizar, para quienes editar un periódico,
a quienes atraer a nuestras luchas? Se trata, evidentemente, de un brote
enfermizo. Esto me recuerda demasiado aquella moda literaria que convertía
poéticamente a cada prostituta en una santa de los altares. También aquí era
sana la raíz: un sentimiento de solidaridad social, de rebeldía contra la
hipocresía virtuosa de los honorables burgueses. Pero este sentimiento sano
degeneraba y se corrompía en manifestaciones burguesas. Por lo demás, también a
nosotros nos va a plantear más de un problema difícil el asunto de la
prostitución. Hay que tender a incorporar a las prostitutas al trabajo
productivo, a la economía social. Pero esto es difícil y complicado de
conseguir en el estado actual de nuestra economía y bajo todo el conjunto de
circunstancias actuales. Ahí tiene usted un fragmento del problema de la mujer
que se presenta ante nosotros después de la conquista del Poder por el
proletariado y que reclama una solución práctica. En la Rusia soviética, esto
nos dará todavía mucho que hacer. Pero, volvamos al caso especial de Alemania.
El partido no puede, ni mucho menos, cruzarse de brazos ante esos desaguisados
que cometen sus individuos. Esto crea confusión y dispersa fuerza. Y usted,
vamos a ver, ¿qué ha hecho por impedir estas cosas?
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Antes de que pudiese
contestar, Lenin prosiguió:
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—En su “Debe”, Clara, hay más
cosas apuntadas. Me han contado que en las veladas de lectura y discusión que
se organizan para las camaradas son objeto preferente de atención el problema
sexual y el problema del matrimonio, y que sobre estos temas versa
principalmente el interés y la labor de enseñanza y de cultura políticas.
Cuando me lo dijeron, no quería dar crédito a mis oídos. El primer Estado de la
dictadura proletaria lucha con los contrarrevolucionarios del mundo entero. La
misma situación de Alemania reclama la más intensa concentración de todas las
fuerzas proletarias, revolucionarias, para cortar los avances cada vez mayores
de la contrarrevolución. ¡Y he aquí que las camaradas activas se ponen a
discutir el problema sexual y el problema de las formas del matrimonio “en el
pasado, en el presente y en el porvenir”! Creen que su deber más apremiante en
esta hora es ilustrar a las proletarias acerca de esto. Se me dice que la
publicación más leída es un folleto de una joven camarada vienesa sobre la
cuestión sexual. ¡Valiente mamarrachada! Lo que interesa de estas cuestiones a
los obreros hace ya mucho tiempo que lo han leído en Bebel… Pero no en un
estilo aburrido, pétreo, esquemático como el del folleto, sino en un estilo
recio de agitación, de agresividad contra la sociedad burguesa. Querer ampliar
eso con las hipótesis freudianas, podrá parecer “culto” y hasta pasar por
ciencia, pero no es más que una estupidez de profanos. La teoría freudiana es
también, hoy, una de esas tonterías de la moda. Yo desconfío de las teorías
sexuales expuestas en artículos, ensayos, folletos, etc., en una palabra, de
esa literatura específica que crece exuberante en los estercoleros de la
sociedad burguesa. Desconfío de esos que sólo saben mirar al problema sexual
como el santo indio a su ombligo. Me parece que esa exuberancia de teorías
sexuales, que en su mayor parte, no son más que hipótesis, y no pocas veces
hipótesis arbitrarias, brota de una necesidad personal, de la necesidad de
justificar ante la moral burguesa, implorando tolerancia, las aberraciones de
la propia vida sexual anómala o hipertrofiada. A mí me repugna por igual ese
respeto hipócrita a la moral burguesa y ese constante hociquear en la cuestión
sexual. Por mucho que se las dé de rebelde y de revolucionaria, esta actitud,
es, en el fondo, perfectamente burguesa. Es, en realidad, una tendencia
favorita de los intelectuales y de los sectores afines a ellos. En nuestro
Partido, en el seno del proletariado militante, con conciencia de clase, no
tienen nada que hacer estas cuestiones.
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Yo objeté que, bajo el
régimen de la propiedad privada y el orden burgués, el problema sexual y el
problema del matrimonio envolvían múltiples preocupaciones, conflictos y
penalidades para las mujeres de todas las clases y sectores sociales. Que la
guerra y sus consecuencias habían venido precisamente a agudizar para la mujer
los conflictos y las penalidades que las relaciones sexuales llevan consigo,
poniendo al desnudo problemas que antes quedaban ocultos. La atmósfera de la
revolución en marcha se prestaba magníficamente para esto. El viejo mundo de
sentimientos y de ideas comenzaba a vacilar. Los antiguos vínculos sociales se
aflojaban y se rompían, descubriéndose atisbos de nuevas relaciones y actitudes
humanas. Dije que el interés por estas cuestiones era un signo de la necesidad
que se sentía de claridad y de nuevas orientaciones. Que en esto se revelaba
también una reacción contra la falsedad y la hipocresía de la sociedad
burguesa. Que el tránsito de las formas del matrimonio y de la familia a lo
largo de la historia, bajo la dependencia de la economía, se prestaba para
destruir en la conciencia de las proletarias la fe supersticiosa en la
eternidad de la sociedad burguesa. Que una actitud de crítica histórica ante
estos problemas tenía necesariamente que conducir a un análisis despiadado del
régimen burgués, a poner al desnudo sus raíces y sus efectos, a marcar con el
hierro candente la hipocresía de la moralidad sexual. Que todos los caminos
llevaban a Roma. Que todo lo que fuere analizar con un criterio verdaderamente
marxista una parte importante de la superestructura ideológica de la sociedad,
un fenómeno social destacado, tenía que conducir necesariamente al análisis de
la sociedad burguesa y del régimen básico de la propiedad, tenía forzosamente
que desembocar ¡en el Carthiginem est delendam!
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Lenin asentía sonriendo :
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—Acaso lo tenemos. ¡Defiende
usted como un verdadero abogado a sus camaradas y a su partido! Claro está que
lo que usted dice es cierto. Pero, en el mejor de los casos, eso no hace más
que disculpar, y no justificar el error cometido en Alemania. Esa conducta es y
sigue siendo un error. ¿Podría usted asegurar seriamente que en aquellas
lecturas y discusiones se estudian el problema sexual y el problema del
matrimonio, desde el punto de vista del marxismo maduro, del materialismo
histórico vivo y real? Esto exige una cultura amplísima y profunda, el dominio
completo de un enorme material. ¿Dónde tienen ustedes los elementos para eso?
Si los tuviesen, no se daría el caso de tomar por norma de enseñanza en esas
lecturas y discusiones un folleto como el que he citado. En vez de criticarlo,
se le recomienda y se le difunde. ¿Y adónde conduce esa manera superficial y
antimarxista de tratar el problema? A que el problema sexual y el del
matrimonio no se enfoquen como una parte del gran problema social, sino, por el
contrario, éste, el gran problema social, como una parte, como un apéndice de
los problemas sexuales. Lo principal se convierte en lo accesorio. Y esto no
sólo siembra la confusión en estos problemas, sino que empeña los pensamientos,
la conciencia de clase de las proletarias, en general.
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“Además, y no es esto lo
menos importante, ya el sabio Salomón decía que todo requería su tiempo. Y dígame
usted, ¿acaso es este el momento de entretener meses y meses a proletarias
explicándoles cómo se ama y se hace el amor, cómo se corteja y se dejan las
mujeres cortejar? Claro está que todo es “en el pasado, en el presente y en el
porvenir” y en los más diversos .pueblos. ¡Y luego dicen, muy orgullosas, que
esto es materialismo histórico! No; en estos momentos, todos los pensamientos
de las camaradas, de las mujeres del pueblo trabajador, deben concentrarse en
la revolución proletaria. Esta echará también las bases para la necesaria
renovación del matrimonio y de las relaciones sexuales. Hoy, son, en verdad,
otros los problemas que están en primer plano, y no precisamente el de las
formas matrimoniales de los negros australianos y el matrimonio entre hermanos
en la antigüedad. El problema primario para los proletarios alemanes siguen
siendo los Soviets. El Tratado de Versalles y sus efectos en la vida de las
masas femeninas, el paro, la baja de salarios, los impuestos y muchas otras
cuestiones: éstos son los problemas que hoy están a la orden del día. En una
palabra, me sostengo en mi idea de que esa clase de cultura política social,
que se da a las proletarias es falsa, completamente falsa. ¿Cómo pudo usted
callarse ante estos hechos? Usted debió interponer su autoridad para evitarlo”.
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Expliqué al indignado amigo
que, por falta de críticas y de reproches a las camaradas dirigentes de
distintos sitios no había quedado, pero que ya sabía que nadie era profeta en
su tierra ni entre su gente. Que mis críticas habían hecho recaer sobre mí la
sospecha de que conservaba todavía “fuertes resabios de prejuicios
socialdemócratas y de concepciones pequeñoburguesas pasadas de moda”. Pero que,
en fin de cuentas, la crítica no había sido en balde, pues el problema sexual y
el del matrimonio no eran ya el eje de los cursos y de las discusiones. Pero
Lenin siguió desarrollando la idea tratada.
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—Ya sé, ya sé —dijo—; también
a mí se me acusa en este respecto de filisteo por ciertas gentecillas, a pesar
de lo que el filisteísmo me repugna, por lo que encierra de hipocresía y de
estrechez. Pero, yo soporto pacientemente todo eso. Esos pajarillos de pico
amarillo, salidos apenas del cascarón de los prejuicios burgueses, son siempre
terriblemente listos. Pero, ¡qué se va a hacer! Hay que resignarse a eso, y no
corregirse. También el movimiento juvenil adolece de modernismo en su actitud
ante el problema sexual y en su exceso de preocupación por él —Lenin ponía en
la palabra “modernismo” un acento irónico, haciendo al pronunciarla un gesto
desdeñoso Según me han informado muchos —continuó—, el problema sexual es
también tema favorito de estudio en las organizaciones juveniles alemanas. Los
conferenciantes no dan abasto, al parecer, a la apetencia del público. Y en el
movimiento juvenil, este estrago es especialmente nocivo, especialmente
peligroso. Fácilmente puede conducir, en no pocos jóvenes, a la exaltación y a
la sobreexcitación de la vida sexual, destruyendo la salud y la fuerza
juveniles. Es necesario que luchen ustedes también contra esto. No en vano el
movimiento femenino y juvenil tienen muchos puntos de contacto. Nuestras
camaradas debieran colaborar sistemáticamente en todos los países con la
juventud. Esto sería una continuación y una exaltación de la maternidad de lo individual
a lo social. Y hay que fomentar en la mujer todo lo que en ella apunte de vida
y de actuación social, para ayudarla a vencer la estrechez de su psicología
individual y pequeñoburguesa de hogar y de familia. Pero esto es una
consideración incidental.
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“También aquí una gran parte
de la juventud se entrega apasionadamente a “revisar” las “concepciones
burguesas y de la moral” en los problemas sexuales. Y debo añadir que se trata
precisamente de una gran parte de nuestros mejores jóvenes, de los que realmente
prometen. Es como usted decía antes. En la atmósfera de los estragos de la
guerra y de la revolución en marcha, los viejos valores ideológicos se
disuelven, al estremecerse las bases económicas de la sociedad, y pierden su
fuerza coactiva. Y los nuevos valores cristalizan lentamente, a fuerza de
luchas. También en punto a las relaciones humanas, a las relaciones entre
hombre y mujer, se revolucionan los sentimientos y las ideas. Se trazan nuevos
linderos entre el derecho del individuo y el derecho de la colectividad y, por
tanto, el deber individual. Las cosas se hallan todavía en plena fermentación
caótica. La orientación en la fuerza evolutiva de las diversas tendencias
encontradas, no se destaca todavía con absoluta claridad. Es un proceso lento,
y no pocas veces doloroso, de destrucción y de creación. Donde más se nota esto
es precisamente en las relaciones sexuales, en el matrimonio y la familia. La
decadencia, la podredumbre, la suciedad del matrimonio burgués, con su difícil
disolubilidad, con su libertad para el hombre y su esclavitud para la mujer, la
hipocresía repugnante de la moral y de las relaciones sexuales, llenan de
profundo asco a los seres espiritualmente más sensibles y mejores.
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“La coacción del matrimonio
burgués y de las leyes por que se rige la familia de los Estados burgueses,
agudiza los males y los conflictos. Es la coacción de la “santa propiedad”, que
santifica la venalidad, la vileza y la porquería. La hipocresía convencional de
la honesta sociedad burguesa se encarga del resto. La gente busca satisfacción
a sus legítimos anhelos contra el orden repugnante y antinatural que impera. En
tiempos como éstos, en que se derrumban reinos poderosos, en que se vienen a
tierra instituciones antiquísimas y en que todo un mundo social amenaza con
hundirse, los sentimientos individuales se transforman rápidamente, la
apetencia y el anhelo de cambios en el goce se desbocan con harta facilidad.
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“No basta con reformar las
relaciones sexuales y el matrimonio en un sentido burgués. Es una revolución
sexual y matrimonial la que se prepara, como corresponde a la revolución
proletaria. Es lógico que este intrincado complejo de problemas que aquí se
plantea interese muy especialmente a las mujeres y a la juventud, puesto que
ambas son las primeras víctimas del falso régimen sexual imperante. La juventud
se rebela contra este abuso con todo el ímpetu de sus años. Y se comprende.
Nada sería más falso que predicar a la juventud un ascetismo monacal y la
santidad moral burguesa. Pero es peligroso que en esos años se convierta en eje
de la vida la cuestión sexual, ya bastante fuerte de suyo por imperativo
fisiológico. Las consecuencias de esto son fatales. Infórmese usted acerca de
esto por nuestra camarada Lilina. Esta mujer ha podido recoger grandes experiencias
en su larga labor en establecimientos de enseñanza de toda clase y usted sabe
que se trata de una comunista de cuerpo entero y sin prejuicios.
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“El cambio de actitud de los
jóvenes ante los problemas de la vida sexual es, por supuesto, una cuestión “de
principio”, y pretende apoyarse en una teoría. Muchos llaman a su actitud
“revolucionaria” y “comunista”. Y creen honradamente que lo es. A mi, que soy
viejo, eso no me impone. Y aunque no tengo nada de asceta sombrío, me parece
que lo que llaman “nueva vida sexual” de los jóvenes —y a veces también de
hombres maduros– no es, con harta frecuencia, más que una vida sexual puramente
burguesa, una prolongación del prostíbulo burgués. Todo eso no tiene nada que
ver con la libertad amorosa, tal como la concebimos los comunistas. Seguramente
conoce usted la famosa teoría de que, en la sociedad comunista, la satisfacción
del impulso sexual, de la necesidad amorosa, es algo tan sencillo y tan sin
importancia como “el beberse un vaso de agua”. Esta teoría del vaso de agua ha
vuelto loca, completamente loca a una parte de nuestra juventud, y ha sido
fatal para muchos chicos y mucha muchachas. Sus defensores afirman que es una
teoría marxista. Yo no doy tres perras chicas por ese marxismo que quiere
derivar todos los fenómenos y todas las transformaciones operadas en la
superestructura ideológica de la sociedad directamente y en línea recta de su
base económica. No; la cosa no es tan sencilla, ni mucho menos. Ya lo puso de
manifiesto hace mucho tiempo, por lo que se refiere al materialismo histórico,
un tal Federico Engels.
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“La famosa teoría del vaso de
agua es, a mi juicio, completamente antimarxista y, además, antisocial. En la
vida sexual, no sólo se refleja la obra de la naturaleza, sino también la obra
de la cultura, sea de nivel elevado o inferior. En su obra sobre los “orígenes
de la familia”, Engels ha demostrado la importancia que tiene el que el
instinto sexual fisiológico se haya desarrollado y refinado hasta convertirse
en amor sexual individual. Las relaciones entre los sexos no son un simple
reflejo del intercambio entre la Economía social y una sociedad física aislada
mentalmente por la consideración fisiológica. El querer reducir directamente a
las bases económicas de la sociedad la transformación de estas relaciones,
aislándolas y desglosándolas de su entronque con la ideología general, no sería
marxismo, sino racionalismo. Es evidente que quien tiene sed debe saciarla.
Pero, ¿es que el hombre normal y en condiciones normales, se dobla sobre el
barro de la calle para beber en un charco? ¿O, simplemente, de un vaso cuyos
bordes conservan las huellas grasientas de muchos labios? Pero, todavía más
importante que todo esto es el aspecto social. Pues el acto de beber agua es,
en realidad, un acto individual, y en el amor intervienen dos seres y puede
nacer un tercero, una nueva vida. En este acto reside un interés social, un
deber hacia la colectividad.
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“Como comunista, yo no tengo
la menor simpatía por la teoría del vaso de agua, aunque se presente con la
vistosa etiqueta de “emancipación del amor”. Por lo demás, esta pretendida
emancipación del amor no es ni comunista ni nueva. Como usted recordará, es una
teoría que se predicó, principalmente, a mediados del siglo pasado en la
literatura con el nombre de “libertad del corazón”. Luego, la realidad burguesa
demostró que de lo que se trataba era de libertar no al corazón, sino a la
carne. Por lo menos, la predicación de aquel entonces denotaba más talento que
la de hoy; por lo que se refiere a la realidad práctica, no puedo juzgar. Y no
es que yo, con mi crítica, quiera predicar el ascetismo. Nada de eso. El
comunismo no tiene por qué aspirar a una vida ascética, sino, por el contrario,
a una vida gozosa y plena de fuerza, colmada, aun en lo que se refiere al amor.
Pero, a mi parecer, esa hipertrofia de lo sexual que hoy se observa a cada
paso, lejos de infundir goce y fuerza a la vida, se los quita. Y en momentos
revolucionarios, esto es grave, muy grave.
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“La juventud, sobre todo,
necesita alegría y fuerza vital. Deportes sanos, gimnasia, natación, marchas,
ejercicios físicos de todo género, variedad de intereses espirituales.
¡Aprender, estudiar, investigar, haciéndolo, siempre que sea posible,
colectivamente!
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“Todo esto dará a la juventud
más que las eternas conferencias y discusiones sobre problemas sexuales y sobre
el dichoso derecho a “vivir su vida”. ¡Cuerpo sano, espíritu sano! Ni monje ni
don Juan, pero tampoco ese término medio del filisteo alemán. Seguramente,
conoce usted a nuestro joven camarada X. I. Z., un muchacho magnífico,
inteligentísimo. Pues, a pesar de todo, temo que no saldrá nada de él. No hace
más que saltar de aventura en aventura femenina. Eso no sirve para la lucha
política, ni sirve para la revolución. Yo me fío muy poco de la solidez, de la
perseverancia en la lucha de esas mujeres en quienes la novela personal se
entreteje con la política. Y tampoco me fío de los hombres que corren detrás de
cada falda y se dejan pescar por la primera mujercita joven. Eso no se concilia
con la revolución” —Lenin se puso en pie, golpeó la mesa con la mano y dio unos
cuantos pasos por la habitación.
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“La revolución exige
concentración, exaltación de fuerzas. De las masas y de los individuos. No
tolera esas vidas orgiásticas propias de los héroes y las heroínas decadentes
de un D’Annuzio. El desenfreno de la vida sexual es un fenómeno burgués, un
signo de decadencia. El proletariado es una clase ascensional. No necesita
embriagarse, ni como narcótico ni como estímulo. Ni la embriaguez de la
exaltación sexual ni la embriaguez por el alcohol. No debe ni puede olvidarse,
ni olvidar lo abominable, lo sucio, lo salvaje que es el capitalismo. Su
situación de clase y el ideal comunista son los mejores estímulos que pueden
impulsarle a la lucha. Necesita claridad, claridad y siempre claridad. Por
tanto, lo repito, nada de debilitarse, de derrochar, de destruir sus fuerzas.
El que sabe dominarse y disciplinarse no es un esclavo, ni aun en amor. Pero,
perdone usted, Clara. Me he desviado considerablemente del punto de partida de
nuestra conversación. ¿Por qué no me ha llamado usted al orden? Las
preocupaciones me han soltado la lengua. Me inquieta mucho el porvenir de la
juventud. Es un fragmento de la revolución. Y si apuntan fenómenos nocivos que
entran al mundo de la revolución arrastrándose desde el mundo de la sociedad burguesa
—como las raíces de esas plantas parásitas, que se arrastran y se extienden a
grandes distancias—, es mejor darles la batalla cuanto antes. Por lo demás,
estos problemas forman también parte de los problemas de la mujer”.
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Lenin había hablado con gran
vivacidad y una gran energía. Se veía que cada palabra le salía del alma, y la
expresión de su cara lo confirmaba así. De vez en cuando, un enérgico
movimiento hecho con la mano subrayaba un pensamiento. A mí me asombraba que
Lenin no se preocupase solamente de los grandes problemas políticos, sino que
dedicase también gran atención a las manifestaciones concretas y aisladas,
ocupándose de ellas. Y no sólo en la Rusia soviética, sino también en los
Estados gobernados todavía por el capitalismo. Como gran marxista que era,
enfocaba lo concreto, dondequiera y bajo la forma que se presentase, en
conexión con lo general, con los grandes problemas, y en cuanto a su
importancia respecto a éstos. Su voluntad, la meta de su vida, se encaminaban
en bloque, inconmovibles como una fuerza natural irrefrenable, a un solo fin:
acelerar la revolución como obra de las masas. Por eso lo valoraba y lo
enjuiciaba todo por la reacción que pudiera producir sobre las fuerzas
conscientes propulsoras de la revolución. De la revolución nacional e
internacional, pues ante. sus ojos se alzaba siempre, abarcando en su
integridad la realidad histórica concreta de los diversos países y las diversas
etapas de la evolución, la revolución proletaria mundial, una e indivisible.
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—¡Cómo siento, camarada Lenin
—exclamé—, que. no hayan oído sus palabras cientos, miles de personas! A mí, ya
sabe usted que no necesita convencerme. Pero hubiera sido conveniente que los
amigos y los enemigos escuchasen su opinión.
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Lenin sonrió burlonamente :
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—Tal vez escriba o hable
algún día acerca de estas cuestiones. Más adelante; ahora no. Ahora, hay que
concentrar toda la fuerza y todo el tiempo en otras cosas. Tenemos cuidados
mayores y más graves. La lucha por afirmar y consolidar el Estado soviético no
ha terminado todavía, ni mucho menos. Tenemos que digerir las consecuencias de
la guerra con Polonia y procurar sacar lo mejor que podamos de su terminación.
En el Sur está todavía Wrangel. Claro está que tengo la firme convicción de que
terminaremos con él. Esto dará también que pensar a los imperialistas ingleses
y franceses y a sus pequeños vasallos. Pero tenemos todavía delante de nosotros
la parte más difícil de nuestra tarea: la edificación. Esta pondrá también de
relieve, como problemas actuales, los problemas de las relaciones sexuales, del
matrimonio y la familia. Mientras tanto, tendrán ustedes que arreglárselas como
puedan, cuando y donde esos problemas se planteen. Impidiendo que se traten de
un modo antimarxista y que sirvan para alimentar desviaciones sordas y manejos
ocultos. Y con esto, pasamos a hablar, por fin, de su labor —Lenin miró el
reloj—. El tiempo de que dispongo para usted va ya promediado —dijo—. He
charlado más de la cuenta. Debe usted redactar líneas directrices para la labor
comunista entre las masas femeninas. Como conozco la posición de principio de
usted y su experiencia práctica, nuestra conversación acerca de esto puede ser
breve. Vamos, pues, allá. ¿Cómo concibe usted esas líneas directrices?
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Tracé un resumen rápido de
ellas. Lenin asentía constantemente con la cabeza. Sin interrumpirme. Cuando
hube terminado, le miré como interrogándole.
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Publicada
a finales de enero de 1925.
Los Fundamentos Sociales de
la Cuestión Femenina
Alejandra Kollontai
Dejando a los estudiosos
burgueses absortos en el debate de la cuestión de la superioridad de un sexo
sobre el otro, o en el peso de los cerebros y en la comparación de la estructura
psicológica de hombres y mujeres, los seguidores del materialismo histórico
aceptan plenamente las particularidades naturales de cada sexo y demandan sólo
que cada persona, sea hombre o mujer, tenga una oportunidad real para su más
completa y libre autodeterminación, y la mayor capacidad para el desarrollo y
aplicación de todas sus aptitudes naturales. Los seguidores del materialismo
histórico rechazan la existencia de una cuestión de la mujer específica
separada de la cuestión social general de nuestros días. Tras la subordinación
de la mujer se esconden factores económicos específicos, las características
naturales han sido un factor secundario en este proceso. Sólo la desaparición
completa de estos factores, sólo la evolución de aquellas fuerzas que en algún
momento del pasado dieron lugar a la subordinación de la mujer, serán capaces
de influir y de hacer que cambie la posición social que ocupa actualmente de
forma fundamental. En otras palabras, las mujeres pueden llegar a ser
verdaderamente libres e iguales sólo en un mundo organizado mediante nuevas
líneas sociales y productivas.
Sin embargo,
esto no significa que la mejora parcial de la vida de la mujer dentro del marco
del sistema actual no sea posible. La solución radical de la cuestión de los
trabajadores sólo es posible con la completa reconstrucción de las relaciones
productivas modernas. Pero, ¿debe esto impedirnos trabajar por reformas que
sirvan para satisfacer los intereses más urgentes del proletariado? Por el
contrario, cada nuevo objetivo de la clase trabajadora representa un paso que
conduce a la humanidad hacia el reino de la libertad y la igualdad social: cada
derecho que gana la mujer le acerca a la meta fijada de su emancipación total…
La
socialdemocracia fue la primera en incluir en su programa la demanda de la
igualdad de derechos de las mujeres con los de los hombres. El partido demanda
siempre y en todas partes, en los discursos y en la prensa, la retirada de las
limitaciones que afectan a las mujeres, es sólo la influencia del partido lo
que ha forzado a otros partidos y gobiernos a llevar a cabo reformas en favor
de las mujeres. Y, en Rusia, este partido no es sólo el defensor de las mujeres
en relación a su posición teórica, sino que siempre y en todos lados se adhiere
al principio de igualdad de la mujer.
¿Qué impide a
nuestras defensoras de los “derechos de igualdad”, en este caso, aceptar el
apoyo de este partido fuerte y experimentado? El hecho es que por “radicales”
que pudieran ser las igualitaristas, siguen siendo fieles a su propia clase
burguesa. Por el momento, la libertad política es un requisito previo esencial
para el crecimiento y el poder de la burguesía rusa. Sin ella resultará que
todo su bienestar económico se ha construido sobre arena. La demanda de igualdad
política es una necesidad para las mujeres que surge de la vida en sí misma.
La consigna de
“acceso a las profesiones” ha dejado de ser suficiente, y sólo la participación
directa en el gobierno del país promete contribuir a mejorar la situación económica
de la mujer. De ahí el deseo apasionado de las mujeres de la mediana burguesía
por obtener el derecho al voto, y por lo tanto, su hostilidad hacia el sistema
burocrático moderno.
Sin embargo, en
sus demandas de igualdad política nuestras feministas son como sus hermanas
extranjeras, los amplios horizontes abiertos por el aprendizaje socialdemócrata
permanecen ajenos e incomprensibles para ellas. Las feministas buscan la
igualdad en el marco de la sociedad de clases existente, de ninguna manera atacan
la base de esta sociedad. Luchan por privilegios para ellas mismas, sin poner
en entredicho las prerrogativas y privilegios existentes. No acusamos a las
representantes del movimiento de mujeres burgués de no entender el asunto, su
visión de las cosas mana inevitablemente de su posición de clase…
La lucha por la independencia económica
En primer lugar debemos
preguntarnos si un movimiento unitario sólo de mujeres es posible en una
sociedad basada en las contradicciones de clase. El hecho de que las mujeres
que participan en el movimiento de liberación no representan a una masa
homogénea es evidente para cualquier observador imparcial.
El mundo de las
mujeres está dividido —al igual que lo está el de los hombres— en dos bandos.
Los intereses y aspiraciones de un grupo de mujeres les acercan a la clase
burguesa, mientras que el otro grupo tiene estrechas conexiones con el
proletariado, y sus demandas de liberación abarcan una solución completa a la
cuestión de la mujer. Así, aunque ambos bandos siguen el lema general de la
“liberación de la mujer”, sus objetivos e intereses son diferentes. Cada uno de
los grupos inconscientemente parte de los intereses de su propia clase, lo que
da un colorido específico de clase a los objetivos y tareas que se fija para sí
mismo…
A pesar de lo
aparentemente radical de las demandas de las feministas, uno no debe perder de
vista el hecho de que las feministas no pueden, en razón de su posición de
clase, luchar por aquella transformación fundamental de la estructura económica
y social contemporánea de la sociedad sin la cual la liberación de las mujeres
no puede completarse.
Si en
determinadas circunstancias las tareas a corto plazo de las mujeres de todas
las clases coinciden los objetivos finales de los dos bandos, que a largo plazo
determinan la dirección del movimiento y las estrategias a seguir, difieren
mucho. Mientras que para las feministas la consecución de la igualdad de
derechos con los hombres en el marco del mundo capitalista actual representa un
fin lo suficientemente concreto en sí mismo, la igualdad de derechos en el
momento actual para las mujeres proletarias, es sólo un medio para avanzar en
la lucha contra la esclavitud económica de la clase trabajadora. Las feministas
ven a los hombres como el principal enemigo, por los hombres que se han
apropiado injustamente de todos los derechos y privilegios para sí mismos,
dejando a las mujeres solamente cadenas y obligaciones. Para ellas, la victoria
se gana cuando un privilegio que antes disfrutaba exclusivamente el sexo
masculino se concede al “sexo débil”. Las mujeres trabajadoras tienen una
postura diferente. Ellas no ven a los hombres como el enemigo y el opresor, por
el contrario, piensan en los hombres como sus compañeros, que comparten con
ellas la monotonía de la rutina diaria y luchan con ellas por un futuro mejor.
La mujer y su compañero masculino son esclavizados por las mismas condiciones
sociales, las mismas odiadas cadenas del capitalismo oprimen su voluntad y les
privan de los placeres y encantos de la vida. Es cierto que varios aspectos
específicos del sistema contemporáneo yacen con un doble peso sobre las
mujeres, como también es cierto que las condiciones de trabajo asalariado, a
veces, convierten a las mujeres trabajadoras en competidoras y rivales de los
hombres. Pero en estas situaciones desfavorables, la clase trabajadora sabe
quién es el culpable…
La mujer
trabajadora, no menos que su hermano en la adversidad, odia a ese monstruo
insaciable de fauces doradas que, preocupado solamente en extraer toda la savia
de sus víctimas y de crecer a expensas de millones de vidas humanas, se
abalanza con igual codicia sobre hombres, mujeres y niños. Miles de hilos la
acercan al hombre de clase trabajadora. Las aspiraciones de la mujer burguesa,
por otro lado, parecen extrañas e incomprensibles. No simpatizan con el corazón
del proletariado, no prometen a la mujer proletaria ese futuro brillante hacia
el que se tornan los ojos de toda la humanidad explotada…
El objetivo
final de las mujeres proletarias no evita, por supuesto, el deseo que tienen de
mejorar su situación incluso dentro del marco del sistema burgués actual. Pero
la realización de estos deseos está constantemente dificultada por los
obstáculos que derivan de la naturaleza misma del capitalismo. Una mujer puede
tener igualdad de derechos y ser verdaderamente libre sólo en un mundo de
trabajo socializado, de armonía y justicia. Las feministas no están dispuestas
a comprender esto y son incapaces de hacerlo. Les parece que cuando la igualdad
sea formalmente aceptada por la letra de la ley serán capaces de conseguir un
lugar cómodo para ellas en el viejo mundo de la opresión, la esclavitud y la
servidumbre, de las lágrimas y las dificultades. Y esto es verdad hasta cierto
punto. Para la mayoría de las mujeres del proletariado, la igualdad de derechos
con los hombres significaría sólo una parte igual de la desigualdad, pero para
las “pocas elegidas”, para las mujeres burguesas, de hecho, abriría las puertas
a derechos y privilegios nuevos y sin precedentes que hasta ahora han sido sólo
disfrutados por los hombres de clase burguesa. Pero, cada nueva concesión que
consiga la mujer burguesa sería otra arma con la que explotar a su hermana
menor y continuaría aumentando la división entre las mujeres de los dos campos
sociales opuestos. Sus intereses se verían más claramente en conflicto, sus
aspiraciones más evidentemente en contradicción.
¿Dónde,
entonces, está la “cuestión femenina” general? ¿Dónde está la unidad de tareas
y aspiraciones acerca de las cuales las feministas tienen tanto que decir? Una
mirada fría a la realidad muestra que esa unidad no existe y no puede existir.
En vano, las feministas tratan de convencerse a sí mismas de que la “cuestión
femenina” no tiene nada que ver con aquella del partido político y que “su
solución sólo es posible con la participación de todos los partidos y de todas
las mujeres”. Como ha dicho una de las feministas radicales de Alemania, la
lógica de los hechos nos obliga a rechazar esta ilusión reconfortante de las feministas…
Las condiciones
y las formas de producción han subyugado a las mujeres durante toda la historia
de la humanidad, y las han relegado gradualmente a la posición de opresión y
dependencia en la que la mayoría de ellas ha permanecido hasta ahora.
Sería necesario
un cataclismo colosal de toda la estructura social y económica antes de que las
mujeres pudieran comenzar a recuperar la importancia y la independencia que han
perdido. Las inanimadas pero todopoderosas condiciones de producción han
resuelto los problemas que en un tiempo parecieron demasiado difíciles para los
pensadores más destacados. Las mismas fuerzas que durante miles de años
esclavizaron a las mujeres ahora, en una etapa posterior de desarrollo, las
está conduciendo por el camino hacia la libertad y la independencia…
La cuestión de
la mujer adquirió importancia para las mujeres de las clases burguesas
aproximadamente en la mitad del siglo XIX: un tiempo considerable después de
que la mujer proletaria hubiera llegado al campo del trabajo. Bajo el impacto
de los monstruosos éxitos del capitalismo, las clases medias de la población
fueron golpeadas por olas de necesidad. Los cambios económicos hicieron que la
situación financiera de la pequeña y mediana burguesía se volviera inestable, y
que las mujeres burguesas se enfrentaran a un dilema de proporciones
alarmantes, o bien aceptar la pobreza o conseguir el derecho al trabajo. Las
esposas y las hijas de estos grupos sociales comenzaron a golpear a las puertas
de las universidades, los salones de arte, las casas editoriales, las oficinas,
inundando las profesiones que estaban abiertas para ellas. El deseo de las
mujeres burguesas de conseguir el acceso a la ciencia y los mayores beneficios
de la cultura no fue el resultado de una necesidad repentina, madura, sino que
provino de esa misma cuestión del “pan de cada día”.
Las mujeres de
la burguesía se encontraron, desde el primer momento, con una dura resistencia
por parte de los hombres. Se libró una batalla tenaz entre los hombres
profesionales, apegados a sus “pequeños y cómodos puestos de trabajo”, y las
mujeres que eran novatas en el asunto de ganarse su pan diario. Esta lucha dio
lugar al “feminismo”: el intento de las mujeres burguesas de permanecer unidas
y medir su fuerza común contra el enemigo, contra los hombres. Cuando estas
mujeres entraron en el mundo laboral se referían a sí mismas con orgullo como
la “vanguardia del movimiento de las mujeres”. Se olvidaron de que en este
asunto de la conquista de la independencia económica, como en otros ámbitos,
fueron recorriendo los pasos de sus hermanas menores y recogiendo los frutos de
los esfuerzos de sus manos llenas de ampollas.
Entonces, ¿es
realmente posible hablar de las feministas como las pioneras en el camino hacia
el trabajo de las mujeres, cuando en cada país cientos de miles de mujeres
proletarias habían inundado las fábricas y los talleres, apoderándose de una
rama de la industria tras otra, antes de que el movimiento de las mujeres
burguesas ni siquiera hubiera nacido? Sólo gracias al reconocimiento del
trabajo de las mujeres trabajadoras en el mercado mundial las mujeres burguesas
han podido ocupar la posición independiente en la sociedad de la que las
feministas se enorgullecen tanto…
Nos resulta
difícil señalar un solo hecho en la historia de la lucha de las mujeres
proletarias por mejorar sus condiciones materiales en el que el movimiento
feminista, en general, haya contribuido significativamente. Cualquiera que sea
lo que las mujeres proletarias hayan conseguido para mejorar sus niveles de
vida es el resultado de los esfuerzos de la clase trabajadora en general, y de
ellas mismas en particular. La historia de la lucha de las mujeres trabajadoras
por mejorar sus condiciones laborales y por una vida más digna es la historia
de la lucha del proletariado por su liberación.
¿Qué fuerza a
los propietarios de las fábricas a aumentar el precio del trabajo, a reducir
horas e introducir mejores condiciones de trabajo, si no el temor a una grave
explosión de insatisfacción del proletariado? ¿Qué, si no el miedo a los
“conflictos laborales”, persuade al gobierno de establecer una legislación para
limitar la explotación del trabajo por el capital?…
No hay un solo
partido en el mundo que haya asumido la defensa de las mujeres como lo ha hecho
la socialdemocracia. La mujer trabajadora es ante todo un miembro de la clase
trabajadora, y cuanto más satisfactoria sea la posición y el bienestar general
de cada miembro de la familia proletaria, mayor será el beneficio a largo plazo
para el conjunto de la clase trabajadora…
En vista a las
crecientes dificultades sociales, la devota luchadora por la causa debe pararse
en triste desconcierto. Ella no puede si no ver lo poco que el movimiento
general de las mujeres ha hecho por las mujeres proletarias, lo incapaz que es
de mejorar las condiciones laborales y de vida de la clase trabajadora. El
futuro de la humanidad debe parecer gris, apagado e incierto a aquellas mujeres
que están luchando por la igualdad pero que aun no han adoptado la perspectiva
mundial del proletariado o no han desarrollado una fe firme en la llegada de un
sistema social más perfecto. Mientras el mundo capitalista actual permanezca
inalterado, la liberación debe parecerles incompleta e imparcial. Que
desesperación deben abrazar las más pensativas y sensibles de estas mujeres.
Sólo la clase obrera es capaz de mantener la moral en el mundo moderno con sus
relaciones sociales distorsionadas. Con paso firme y acompasado avanza
firmemente hacia su objetivo. Atrae a las mujeres trabajadoras a sus filas. La
mujer proletaria inicia valientemente el espinoso camino del trabajo
asalariado. Sus piernas flaquean, su cuerpo se desgarra. Hay peligrosos
precipicios a lo largo del camino, y los crueles predadores están acechando.
Pero sólo
tomando este camino la mujer es capaz de lograr ese lejano pero atractivo
objetivo: su verdadera liberación en un nuevo mundo del trabajo. Durante este difícil
paso hacia el brillante futuro la mujer trabajadora, hasta hace poco una
humillada, oprimida esclava sin derechos, aprende a desprenderse de la
mentalidad de esclava a la que se ha aferrado, paso a paso se transforma a sí
misma en una trabajadora independiente, una personalidad independiente, libre
en el amor. Es ella, luchando en las filas del proletariado, quien consigue
para las mujeres el derecho a trabajar, es ella, la “hermana menor”, quien
prepara el terreno para la mujer “libre” e “igual” del futuro.
¿Por qué razón,
entonces, debe la mujer trabajadora buscar una unión con las feministas
burguesas? ¿Quién, en realidad, se beneficiaría en el caso de tal alianza?
Ciertamente no la mujer trabajadora. Ella es su propia salvadora, su futuro
está en sus propias manos. La mujer trabajadora protege sus intereses de clase
y no se deja engañar por los grandes discursos sobre el “mundo que comparten
todas las mujeres”. La mujer trabajadora no debe olvidar y no olvida que si
bien el objetivo de las mujeres burguesas es asegurar su propio bienestar en el
marco de una sociedad antagónica a nosotras, nuestro objetivo es construir, en
el lugar del mundo viejo, obsoleto, un brillante templo de trabajo universal,
solidaridad fraternal y alegre libertad…
El matrimonio y el problema de la familia
Dirijamos la atención a
otro aspecto de la cuestión femenina, el problema de la familia. Es bien
conocida la importancia que tiene para la auténtica emancipación de la mujer la
solución de este problema ardiente y complejo. La aspiración de las mujeres a
la igualdad de derechos no puede verse plenamente satisfecha mediante la lucha
por la emancipación política, la obtención de un doctorado u otros títulos
académicos, o un salario igual ante el mismo trabajo. Para llegar a ser
verdaderamente libre, la mujer debe desprenderse de las cadenas que le arroja
encima la forma actual, trasnochada y opresiva, de la familia. Para la mujer,
la solución del problema familiar no es menos importante que la conquista de la
igualdad política y el establecimiento de su plena independencia económica.
Las formas
actuales, establecidas por la ley y la costumbre, de la estructura familiar
hacen que la mujer esté oprimida no sólo como persona sino también como esposa
y como madre. En la mayor parte de los países civilizados, el código civil
coloca a la mujer en una situación de mayor o menor dependencia del hombre, y
concede al marido, además del derecho de disponer de los bienes de su mujer, el
de reinar sobre ella moral y físicamente…
Y allí donde
acaba la esclavitud familiar oficial, legalizada, empieza la llamada “opinión
pública” a ejercer sus derechos sobre la mujer. Esta opinión pública es creada
y mantenida por la burguesía con el fin de proteger la “institución sagrada de
la propiedad”. Sirve para reafirmar una hipócrita “doble moral”. La sociedad
burguesa encierra a la mujer en un intolerable cepo económico, pagándole un
salario ridículo por su trabajo. La mujer se ve privada del derecho que posee
todo ciudadano de alzar su voz para defender sus intereses pisoteados, y tiene
la inmensa bondad de ofrecerle esta alternativa: o bien el yugo conyugal, o
bien las asfixias de la prostitución, abiertamente menospreciada y condenada,
pero secretamente apoyada y sostenida.
¿Será preciso
insistir acerca de los sombríos aspectos de la vida conyugal de hoy, acerca de
los sufrimientos de la mujer que se ligan estrechamente a las actuales
estructuras familiares. Ya se ha escrito y se ha dicho mucho sobre este tema.
La literatura está llena de negros cuadros que pintan nuestro desorden conyugal
y familiar. En este campo, ¡cuántas tragedias psicológicas, cuántas vidas
mutiladas, cuántas existencias envenenadas! Por ahora, sólo nos importa
resaltar que la estructura actual de la familia oprime a las mujeres de todas
las clases y condiciones sociales. Las costumbres y las tradiciones persiguen a
la madre soltera de idéntico modo, cualquiera que sea el sector de la población
a la que pertenezca, las leyes colocan bajo la tutela del marido tanto a la
burguesa como a la proletaria y a la campesina.
¿No hemos
descubierto por fin ese aspecto de la cuestión femenina sobre el cual las
mujeres de todas las clases pueden unirse? ¿No pueden luchar conjuntamente
contra las condiciones que las oprimen? ¿Acaso los sufrimientos comunes, el
dolor común borran el abismo del antagonismo de clases y crean una comunidad de
aspiraciones y de tareas para las mujeres de diferentes planos? ¿Acaso es
realizable, en cuanto a los deseos y objetivos comunes, una colaboración de
burguesas y proletarias? Después de todo, las feministas luchan a la vez por
conseguir formas más libres de matrimonio y por el “derecho a la maternidad”,
levantan su voz en defensa de la prostituta a la que todo el mundo acosa.
Observad cómo la literatura feminista es rica en búsquedas de nuevos estilos de
unión del hombre y la mujer y de audaces esfuerzos encaminados a la “igualdad
moral” entre los sexos. ¿No es cierto que, mientras en el terreno de la
liberación económica las burguesas se sitúan en la cola del ejército de
millones de proletarias que allanan la senda a la “mujer nueva”, en la lucha
por resolver el problema de la familia los reconocimientos son para las
feministas?
Aquí en Rusia,
las mujeres de la mediana burguesía —es decir, este ejército de mujeres que,
poseedoras de una situación independiente, se encontraron de golpe, en la
década de 1860, arrojadas al mercado de trabajo— han resuelto en la práctica, a
título individual, multitud de aspectos embarazosos de la cuestión matrimonial,
saltando valientemente por encima del matrimonio religioso tradicional y
reemplazando la forma consolidada de la familia por una unión fácil de romper,
que se corresponde mejor con las necesidades de esa capa intelectual, móvil, de
la población. Pero las soluciones individuales, subjetivas, de esta cuestión no
cambian la situación y no mitigan el triste panorama general de la vida
familiar. Si alguna fuerza está destruyendo la forma actual de familia, no es
el titánico esfuerzo de los individuos más o menos fuertes por separado, sino
las fuerzas inanimadas y poderosas de la producción, que están
intransigentemente construyendo vida, sobre nuevos cimientos…
La heroica lucha
de las jóvenes mujeres individuales del mundo burgués, que arrojan el guante y
demandan de la sociedad el derecho a “atreverse a amar” sin órdenes ni cadenas,
debe servir como ejemplo a todas las mujeres que languidecen bajo el peso de
las cadenas familiares: esto es lo que predican las feministas extranjeras más
emancipadas y también nuestras modernas defensoras de la igualdad aquí. En
otros términos, según el espíritu que anima a las feministas, la cuestión del
matrimonio se resolverá independientemente de las condiciones ambientales,
independientemente de un cambio en la estructura económica de la sociedad,
sencillamente merced a los esfuerzos heroicos individuales y aislados. Basta
con que la mujer “se atreva”, y el problema del matrimonio caerá por su propia
inercia.
Pero las mujeres
menos heroicas mueven la cabeza con aire dubitativo: “está todo muy bien para
las heroínas de las novelas que un previsor autor ha dotado de una cómoda
renta, así como de amigos desinteresados y de un extraordinario encanto. Pero,
¿qué pueden hacer quienes carecen de rentas, de salario suficiente, de amigos,
de atractivo extraordinario?” Y, en cuanto al problema de la maternidad, que se
alza ante la ansiosa mirada de la mujer sedienta de libertad, ¿qué hay? El
“amor libre”, ¿es posible, realizable no como hecho aislado y excepcional, sino
como hecho normal en la estructura económica de la sociedad de hoy, es decir,
como norma imperante y reconocida por todos? ¿Puede ser ignorado el elemento
que determina la actual forma del matrimonio y de la familia, la propiedad
privada? ¿Se puede, en este mundo individualista, abolir por entero la
reglamentación del matrimonio sin que padezcan por ello los intereses de la
mujer? ¿Puede abolirse la única garantía que posee de que no todo el peso de la
maternidad caerá sobre ella? En caso de llevar a efecto tal abolición, ¿no
ocurriría con la mujer lo que ha ocurrido con los obreros? La supresión de las
trabas causadas por los reglamentos corporativos, sin que nuevas obligaciones
hayan sido instituidas para los patronos, ha dejado a los obreros a merced del
poder incontrolado capitalista, y la seductora consigna de “libre asociación
del capital y del trabajo” se ha trocado en una forma desvergonzada de
explotación del trabajo a manos del capital. El “amor libre”, introducido
sistemáticamente en la sociedad de clases actual, en lugar de liberar a la
mujer de las penurias de la vida familiar, ¿no la lastrará seguramente con una
nueva carga: la tarea de cuidar, sola y sin ayuda, de sus hijos?
Únicamente una
serie de reformas radicales en el ámbito de las relaciones sociales, reformas
mediante las cuales las obligaciones de la familia recaerían sobre la sociedad
y el Estado, crearía la situación favorable para que el principio del “amor
libre” pudiera en cierta medida realizarse. Pero, ¿podemos contar seriamente
con que el Estado clasista actual, por muy democrática que sea su forma, esté
dispuesto a asumir todas las obligaciones referentes a la madre y, a la joven
generación, es decir, aquellas obligaciones que atañen de momento a la familia
en cuanto célula individualista? Tan sólo una transformación radical de las
relaciones productivas puede crear las condiciones sociales indispensables para
proteger a la mujer de los aspectos negativos derivados de la elástica fórmula
del “amor libre”. ¿Realmente no vemos qué confusión y qué desórdenes de las
costumbres sexuales se esconden, en las actuales circunstancias, a menudo en
semejante fórmula? Observad a todos esos señores, empresarios y administradores
de sociedades industriales: ¿no se aprovechan frecuentemente a su manera del
“amor libre” al obligar a obreras, empleadas y criadas a someterse a sus
caprichos sexuales, bajo la amenaza de despido? Esos patronos que envilecen a
su doncella y después la ponen en la calle cuando ha quedado embarazada, ¿acaso
no están aplicando ya la fórmula del “amor libre”?
“Pero no estamos
hablando de ese tipo de “libertad”, objetan las defensoras de la unión libre.
Por el contrario, exigimos la instauración de una “moral única”, igualmente
obligatoria para el hombre y la mujer. Nos oponemos al desorden de las costumbres
sexuales de hoy, proclamamos que sólo es pura una unión libre fundamentada
sobre un amor verdadero”. Pero, ¿no pensáis, queridas amigas, que vuestro ideal
de “unión libre “, llevado a la práctica en la situación económica y social
actual, corre el riesgo de dar resultados que difieren muy poco de la forma
distorsionada de la libertad sexual? El principio del “amor libre” no podrá
entrar en vigor sin traer nuevos sufrimientos a la mujer más que cuando ella se
haya librado de las cadenas materiales que hoy la hacen doblemente dependiente:
del capital y de su marido. El acceso de las mujeres a un trabajo independiente
y a la autonomía económica ha hecho aparecer una cierta posibilidad de “amor
libre”, sobre todo para las intelectuales que ejercen las profesiones mejor
retribuidas. Pero la dependencia de la mujer con respecto al capital sigue ahí,
e incluso se agrava a medida que crece el número de mujeres de proletarios
empujadas a vender su fuerza de trabajo. La consigna del “amor libre” ¿puede
mejorar la triste suerte de estas mujeres que ganan justo lo mínimo para no
morir de hambre? Y, además, el amor libre ¿no se practica ya ampliamente en la
clase obrera, hasta tal punto que más de una vez la burguesía ha elevado la voz
de alarma y ha denunciado la «depravación» y la «inmoralidad» del proletariado?
Cabe señalar que cuando las feministas hablan con entusiasmo de nuevas formas
de unión extramatrimoniales para las burguesas emancipadas, les dan el bonito
nombre de “amor libre”. Pero cuando se trata de la clase obrera, esas mismas
uniones extramatrimoniales son vituperadas con el término despectivo de
“relaciones sexuales desordenadas”. Es bastante característico.
No obstante,
para la proletaria, habida cuenta de las condiciones actuales, las
consecuencias de la vida en común, ya sea ésta de origen libre o consagrada por
la Iglesia, siguen siendo siempre igual de penosas. Para la esposa y la madre
proletarias, la clave del problema conyugal y familiar no reside en sus formas
exteriores, rituales o civiles, sino en las condiciones económicas y sociales
que determinan esas complejas relaciones familiares a las que debe hacer frente
la mujer de clase obrera. Por supuesto, también para ella es importante conocer
si su marido puede disponer del salario que ella ha ganado, si como marido
posee el derecho de obligarla a vivir con él aun en contra de su voluntad, si
le puede quitar a los hijos por la fuerza, etc. Pero no son tales párrafos del
código civil los que determinan la situación real de la mujer en la familia, y
tampoco se resolverá en ellos el difícil problema familiar. Sea legalizada la
unión ante notario, consagrada por la Iglesia o fundamentada en el principio de
libre consentimiento, la cuestión del matrimonio llegaría a perder su
relevancia para la mayoría de las mujeres si —y únicamente si tal ocurre— la
sociedad les descargara de las mezquinas preocupaciones caseras, inevitables
hoy en este sistema de economías domésticas individuales y dispersas. Es decir,
si la sociedad asumiera el cuidado de la generación más joven, si estuviese
capacitada para proteger la maternidad y dar una madre a cada niño, al menos
durante los primeros meses.
Las feministas
luchan contra un fetiche: el matrimonio legalizado y consagrado por la Iglesia.
Las mujeres proletarias, por el contrario, arriman el hombro contra las causas
que han ocasionado la forma actual del matrimonio y de la familia, y cuando se
esfuerzan en cambiar estas condiciones de vida, saben que también están
ayudando, por ende, a reformar las relaciones entre los sexos. Ahí es donde
estriba la principal diferencia entre el enfoque de la burguesía y el del
proletariado al abordar el complejo problema familiar.
Al creer
ingenuamente en la posibilidad de crear nuevas formas de relaciones conyugales
y familiares sobre el sombrío telón de fondo de la sociedad de clases
contemporánea, las feministas y los reformadores sociales pertenecientes a la
burguesía buscan penosamente tales formas nuevas. Y, puesto que la vida misma
aún no las ha suscitado, precisan inventarlas a toda costa. Deberían ser, a su
juicio, formas modernas de relaciones sexuales que sean capaces de resolver el
complejo problema de la familia bajo el sistema social actual. Y los ideólogos
del mundo burgués —periodistas, escritores, y destacadas mujeres que luchan por
la emancipación— proponen, cada cual por su lado, su “panacea familiar”, su
nueva “fórmula de matrimonio”.
¡Qué utópicas
suenan estas fórmulas de matrimonio! ¡Qué débiles estos paliativos, cuando se
considera a la luz de la penosa realidad de nuestra estructura moderna de
familia! ¡La “unión libre”, el “amor libre”! Para que tales fórmulas puedan
nacer, es preciso proceder a una reforma radical de todas las relaciones
sociales entre las personas. Aún más, es preciso que las normas de la moral
sexual, y con ellas toda la psicología humana, sufran una profunda evolución,
una evolución fundamental. ¿Acaso la psicología humana actual está realmente
dispuesta a admitir el principio del “amor libre”? ¿Y los celos, que consumen
incluso a las mejores almas humanas? ¿Y ese sentimiento, tan hondamente
enraizado, del derecho de propiedad no sólo sobre el cuerpo, sino también sobre
el alma del compañero? ¿Y la incapacidad de inclinarse con simpatía ante una
manifestación de la individualidad de la otra persona, la costumbre bien de
“dominar” al ser amado o bien de hacerse su “esclavo”? ¿Y ese sentimiento
amargo, mortalmente amargo, de abandono y de infinita soledad que se apodera de
uno cuando el ser amado ya no nos quiere y nos deja? ¿Dónde puede encontrar
consuelo la persona solitaria, individualista? La “colectividad”, en el mejor
de los casos, es “un objetivo” hacia el cual dirigir las fuerzas morales e
intelectuales. Pero, ¿es capaz la persona de hoy de comulgar con esa
colectividad hasta el punto de sentir las influencias de interacción
mutuamente? ¿La vida colectiva puede por sí sola sustituir las pequeñas
alegrías personales del individuo? Sin un alma que esté cerca, una “única” alma
gemela, incluso un socialista, incluso un colectivista está infinitamente solo
en nuestro mundo hostil, y únicamente en la clase obrera podemos vislumbrar el
pálido resplandor que anuncia nuevas relaciones, más armoniosas y de espíritu
más social, entre las personas. El problema de la familia es tan complejo,
embrollado y múltiple como la vida misma, y no será nuestro sistema social
quien permita resolverlo.
Otras fórmulas
de matrimonio se han propuesto. Varias mujeres progresistas y pensadores
sociales consideran la unión matrimonial sólo como un método de producir descendencia.
El matrimonio en sí mismo, sostienen, no tiene ningún valor especial para la
mujer: la maternidad es su propósito, su objetivo sagrado, su misión en la
vida. Gracias a tales inspiradas defensoras como Ruth Bray y Ellen Key, el
ideal burgués que reconoce a la mujer como hembra antes que como persona ha
adquirido una aureola especial de progresismo. La literatura extranjera ha
aceptado con entusiasmo el lema propuesto por estas mujeres modernas. E incluso
aquí, en Rusia, en el período anterior a la tormenta política (de 1905), antes
de que los valores sociales fueron objeto de revisión, la cuestión de la
maternidad había atraído la atención de la prensa diaria. El lema “el derecho a
la maternidad” no puede evitar producir una viva respuesta en los círculos más
amplios de la población femenina. Así, a pesar del hecho de que todas las
propuestas de las feministas en este contexto fueran de índole utópico, el
problema era demasiado importante y de actualidad como para no atraer a las
mujeres.
El “derecho a la
maternidad” es el tipo de cuestión que afecta no sólo a las mujeres de la clase
burguesa, sino también, en mayor medida aún, a las mujeres proletarias. El
derecho a ser madre -estas son bellas palabras que van directamente al “corazón
de cualquier mujer” y que hacen que le lata más rápido. El derecho a alimentar
al “propio” hijo con su leche, y asistir a las primeras señales del despertar
de su conciencia, el derecho a cuidar su diminuto cuerpo y a proteger su
delicada alma tierna de las espinas y los sufrimientos de los primeros pasos en
la vida: ¿Qué madre no apoyaría estas demandas?
Parece que nos
hemos topado de nuevo con un problema que podría servir como un momento de
unidad entre mujeres de diferentes estratos sociales: podría parecer que hemos
encontrado, por fin, el puente de unión entre las mujeres de los dos mundos
hostiles. Echemos un vistazo más minucioso, para descubrir lo que las mujeres
burguesas progresistas entienden como “el derecho a la maternidad”. Entonces
podremos ver si las mujeres proletarias, de hecho, pueden estar de acuerdo con
las soluciones al problema de la maternidad previstas por las igualitaristas
burguesas. A los ojos de sus entusiastas apologistas, la maternidad tiene un
carácter casi sagrado. Luchando por romper los falsos prejuicios que marcan a
una mujer por dedicarse a una actividad natural —el dar a luz a un hijo— porque
la actividad no ha sido santificada por la ley, las luchadoras por el derecho a
la maternidad han doblado el palo en la otra dirección: para ellas, la
maternidad se ha convertido en el objetivo de la vida de una mujer…
La devoción de
Ellen Key por las obligaciones de la maternidad y la familia le obliga a
ofrecer una garantía de que la unidad familiar aislada seguirá existiendo
incluso en una sociedad transformada en términos socialistas. El único cambio,
tal y como ella lo ve, será que todos los elementos accesorios que supongan una
ventaja o un beneficio material serán excluidos de la unión matrimonial, que se
celebrará conforme a las inclinaciones mutuas, sin ceremonias ni formalidades:
el amor y el matrimonio serán verdaderamente equivalentes. Sin embargo, la
célula familiar aislada es el resultado del mundo individualista moderno, con
su lucha por la supervivencia, sus presiones, su soledad, la familia es un
producto del monstruoso sistema capitalista. ¡Y Key espera legarle la familia a
la sociedad socialista! La sangre y los lazos de parentesco en la actualidad
sirven a menudo, es cierto, como el único sostén en la vida, como el único refugio
en tiempos de penuria y desgracia. ¿Pero será moral o socialmente necesaria en
el futuro? Key no responde a esta pregunta. Ella tiene demasiado en
consideración a la “familia ideal”, esta unidad egoísta de la burguesía media a
la que los devotos de la estructura burguesa de la sociedad miran con tal
admiración.
Pero la
talentosa aunque imprevisible Ellen Key no es la única que pierde el norte en
las contradicciones sociales. Probablemente no haya otra cuestión como la del
matrimonio y la familia sobre la que haya tan poco de acuerdo entre los
socialistas. Si organizásemos una encuesta entre los socialistas, los
resultados probablemente serían muy curiosos. ¿Se marchita la familia? ¿O hay
motivos para creer que los problemas de la familia en la actualidad son sólo
una crisis transitoria? ¿Se conservaría la forma actual de la familia en la
futura sociedad, o será enterrada junto con el sistema capitalista moderno?
Estas son preguntas que bien podrían recibir respuestas muy diferentes…
El paso de la
función educativa desde la familia a la sociedad hará desaparecer los últimos
lazos que mantenían unida la célula familiar aislada. La vieja familia burguesa
empezará a desintegrarse aún más rápidamente y, en la atmósfera de cambio,
veremos dibujarse con una nitidez cada vez mayor las siluetas todavía
indefinidas de las futuras relaciones conyugales. ¿Qué siluetas confusas son
esas, aún sumergidas en las brumas de las influencias actuales?
¿Hace falta
repetir que la forma opresiva actual del matrimonio dejará sitio a la unión
libre de individuos que se aman? El ideal del amor libre, que se presenta a la
hambrienta imaginación de las mujeres que luchan por su emancipación, se
corresponde sin duda hasta cierto punto con la pauta de relaciones entre los
sexos que instaurará la sociedad colectivista. Sin embargo, las influencias
sociales son tan complejas y sus interacciones tan diversas, que ahora mismo es
imposible imaginar con precisión cómo serán las relaciones del futuro, cuando
se haya cambiado todo el sistema radicalmente. Pero la lenta evolución de las
relaciones entre los sexos que tiene lugar ante nuestros ojos atestigua
claramente que el ritual del matrimonio y la familia cerrada y constrictiva
están abocados a la desaparición.
La lucha por los derechos políticos
Las feministas responden
a nuestras críticas diciendo: incluso si os parecen equivocados los argumentos
que están detrás de nuestra defensa de los derechos políticos de las mujeres,
¿puede rebajarse la importancia de la demanda en sí, que es igual de urgente
para las feministas y para las representantes de la clase trabajadora? ¿No
pueden las mujeres de ambos bandos sociales, por el bien de sus aspiraciones
políticas comunes, superar las barreras del antagonismo de clase que las
separan? ¿No serán capaces seguramente de librar una lucha común contra las
fuerzas hostiles que los las rodean? La división entre la burguesía y el
proletariado es tan inevitable como otras cuestiones que nos atañen, pero en el
caso de este asunto particular las feministas creen que las mujeres de las
distintas clases sociales no tienen diferencias.
Las feministas
continúan volviendo a estos argumentos con amargura y desconcierto, viendo
nociones preconcebidas de lealtad partidista en la negativa de las
representantes de la clase trabajadora a unir sus fuerzas con ellas en la lucha
por los derechos políticos de las mujeres. ¿Es realmente éste el caso? ¿Existe
una identificación total de las aspiraciones políticas o, en este caso, al
igual que en todos los demás, el antagonismo la creación de un ejército de
mujeres indivisible, por encima de las clases? Tenemos que responder a esta
cuestión antes de que podamos definir las tácticas que las mujeres proletarias
utilizarán para obtener derechos políticos para su sexo.
Las feministas
declaran estar del lado de la reforma social, y algunas de ellas incluso dicen
estar a favor del socialismo —en un futuro lejano, por supuesto— pero no tienen
la intención de luchar entre las filas de la clase obrera para conseguir estos
objetivos. Las mejores de ellas creen, con ingenua sinceridad, que una vez que
los asientos de los diputados estén a su alcance serán capaces de curar las
llagas sociales que se han formado, en su opinión, debido a que los hombres,
con su egoísmo inherente, han sido los dueños de la situación. A pesar de las
buenas intenciones de grupos individuales de feministas hacia el proletariado,
siempre que se ha planteado la cuestión de la lucha de clases han dejado el
campo de batalla con temor. Reconocen que no quieren interferir en causas
ajenas, y prefieren retirarse a su liberalismo burgués que les es tan
cómodamente familiar.
Por mucho que
las feministas burguesas traten de reprimir el verdadero objetivo de sus deseos
políticos, por mucho que aseguren a sus hermanas menores que la participación
en la vida política promete beneficios inconmensurables para las mujeres de
clase trabajadora, el espíritu burgués que impregna todo el movimiento
feminista da un colorido de clase incluso a la demanda de igualdad de derechos
políticos con los hombres, que podría parecer una demanda general de las
mujeres. Diferentes objetivos e interpretaciones de cómo deben usarse los
derechos políticos crea un abismo insalvable entre las mujeres burguesas y las
proletarias. Esto no contradice el hecho de que las tareas inmediatas de los
dos grupos de mujeres coincidan en cierta medida, puesto que los representantes
de todas las clases que han accedido al poder político se esfuerzan sobre todo
en lograr una revisión del Código Civil, que en cada país, en mayor o menor
medida, discrimina a las mujeres. Las mujeres presionan por conseguir cambios
legales que creen condiciones laborales más favorables para ellas, se mantienen
unidas contra las regulaciones que legalizan la prostitución, etc. Sin embargo,
la coincidencia de estas tareas inmediatas es de carácter puramente formal.
Así, el interés de clase determina que la actitud de los dos grupos hacia estas
reformas sea profundamente contradictoria…
El instinto de
clase —digan lo que digan las feministas— siempre demuestra ser más poderoso
que el noble entusiasmo de las políticas “por encima de las clases”. En tanto
que las mujeres burguesas y sus “hermanas menores” son iguales en su
desigualdad, las primeras pueden, con total sinceridad, hacer grandes esfuerzos
en defender los intereses generales de las mujeres. Pero, una vez que se hayan
superado estas barreras y las mujeres burguesas hayan accedido a la actividad
política, las actuales defensoras de los “derechos de todas las mujeres” se
convertirán en defensoras entusiastas de los privilegios de su clase, se
contentarán con dejar a las hermanas menores sin ningún derecho. Así, cuando
las feministas hablan con las mujeres trabajadoras acerca de la necesidad de
una lucha común para conseguir algún principio “general de las mujeres”, las
mujeres de la clase trabajadora están naturalmente recelosas.
Publicado por vez
primera en 1907.
La Mujer en el Futuro
Augusto Bebel
Este
capítulo puede ser muy corto. No contiene más que las conclusiones que se
desprenden de lo antedicho acerca de la situación de la mujer en la futura
sociedad, conclusiones que cada lector puede sacar por su cuenta.
En
la nueva sociedad, la mujer será completamente independiente en el aspecto
económico y social, no conocerá ni sombra de dominación y explotación. Será
libre, igual al hombre y señora de sus destinos. Se educará igual que el
hombre, salvo los casos en que la diferencia de sexo es ineludible. Viviendo en
condiciones naturales, ella podrá desarrollar sus fuerzas físicas e
intelectuales con arreglo a sus necesidades; tendrá toda la libertad para
elegir la esfera de actividad que corresponda mejor a sus deseos, inclinaciones
y dotes y trabajará en condiciones de igualdad al hombre. Una parte del día,
la obrera se ocupa en alguna esfera práctica, otra parte se dedica a la educación,
a la instrucción de los jóvenes o al cuidado de los enfermos, la tercera parte
la emplea en problemas del arte y la ciencia y, finalmente, en el resto del
tiempo cumple alguna función administrativa. Se dedica a la ciencia, trabaja,
descansa y se divierte en compañía de otras mujeres o de hombres, según le
parezca y cuando se le presente la oportunidad.
Al
igual que el hombre, gozará de plena libertad en la elección de su querido. Lo
elige o es elegida y sólo contrae matrimonio si éste responde a sus
inclinaciones. Esta unión será, como antes de la Edad Media, un contrato
privado, sin la intervención de autoridades. Aquí, el socialismo no crea nada
nuevo, lo único que hace es poner a un nivel cultural superior y en nuevas
formas sociales lo que era regla general
mientras no se impuso en la sociedad el reino de la propiedad privada.
Siempre
que la satisfacción de sus necesidades no cause daño a los demás, el hombre
debe disponer de sí. La satisfacción
del instinto sexual es una cosa tan personal de cada individuo como la
satisfacción de cualquier otra necesidad natural. Nadie debe
rendir cuentas de eso a otros y nadie debe inmiscuirse en ello sin ser llamado.
Mis relaciones con personas de otro sexo, mi modo de comer, de beber, de vestir
y de dormir son cosas personales mías. La inteligencia, la instrucción y la
completa independencia del individuo son propiedades que, en virtud de la
educación y las condiciones de la futura sociedad, serán naturales y protegerán
a cada cual contra actos improcedentes. Los hombres y las mujeres de la futura
sociedad poseerán un grado mucho más alto de desarrollo y de conocimiento de sí
mismos que lo poseen hoy. Ya el solo hecho de que desaparecerán toda falsa
vergüenza y todo miedo ridículo de hablar de las cuestiones sexuales, como de
algo misterioso, hará mucho más naturales las relaciones entre los sexos. Si
entre dos personas que han contraído matrimonio surge indiferencia o
antipatía, es moral deshacer esta unión, que se ha vuelto antinatural y, por
ende, amoral. Al descartarse todas las circunstancias que condenan actualmente
a numerosas mujeres al celibato o a la prostitución, los hombres no podrán más
hacer valer su predominio. Por otra parte, los cambios cardinales ocurridos en
las condiciones sociales suprimirán muchos obstáculos y causas de
desorganización que influyen hoy en la vida conyugal y que la hacen
absolutamente imposible e impiden su prosperidad.
Los
obstáculos, las contradicciones y el carácter antinatural de la situación
actual de la mujer son conocidos de todos y hallan su expresión en la
literatura social, lo mismo que en las novelas, las más de las veces en forma
desafortunada. Ninguna persona inteligente negará que el matrimonio actual
responde cada vez menos a su finalidad, por cuya razón no tiene nada de extraño
que, incluso aquellos que no se muestran consecuentes en su afán de modificar
nuestro régimen social, estimen perfectamente justo que la elección del amor
sea libre, al igual que el divorcio: estas gentes opinan que sólo las clases
privilegiadas deben ser libres en las relaciones sexuales. Veamos lo que dice,
por ejemplo, Matilda Reichardt-Stromberg
en su polémica contra los esfuerzos hechos por la escritora Fanny Lewald para
lograr la emancipación de la mujer[1]:
"Si
usted (Fanny Lewald) reclama para la mujer la absoluta igualdad de derechos con
el hombre en la vida social y política,
George Sand tiene también necesariamente razón en sus
reivindicaciones de emancipación, en las que no se pide más que lo que el
hombre posee desde hace mucho tiempo.
Y no existe ningún motivo razonable para que en esa igualdad de derechos sólo
pueda participar la cabeza, y no el corazón, de la mujer, ¿por qué no ha de ser
libre para tomar y dar, como el hombre? Al contrario, si la
mujer, por fuerza de su naturaleza, tiene el derecho —es que no debemos
enterrar nuestro talento— y el deber de llevar a la máxima tensión las fibras
de su cerebro para estar en condiciones de luchar contra los gigantes intelectuales
del otro sexo, debe también tener el derecho —lo mismo que estos últimos—, para
mantener el equilibrio, de acelerar los latidos de su corazón, recurriendo a
los métodos que le parezcan más adecuados. Cuando leemos, sin
sentir el menor pudor, cuántas veces Goethe —para tomar un ejemplo de los más
grandes— derrochó, cada vez con otra mujer, el calor de su corazón y el
entusiasmo de su gran alma, cualquier persona sensata considera esto tan
natural, precisamente, porque era difícil de satisfacer el gran alma de Goethe,
y sólo un moralis7ta estrecho puede censurarlo. ¿Por qué, pues, se ríe usted de
las "grandes almas" entre las mujeres?... Admitamos que todo el sexo
femenino consta de grandes almas al estilo de las descritas por George Sand,
que cualquier mujer es una Lucrezia Floriani[2],
cuyos hijos son todos hijos del amor, a los que educa tanto con cariño auténticamente
maternal y devoción como con juicio y comprensión. ¿Qué ocurriría entonces en
el mundo? No cabe la
menor duda de que el mundo continuaría existiendo y progresando como hoy y,
quizá, sintiéndose perfectamente bien".
Pero, ¿por
qué sólo las "grandes almas" pueden pretender a todo eso, y no lo
pueden todas las demás, que no son "grandes"? Si a un Goethe y a una
George Sand, para no referirnos más que a estos dos de los muchos que han
procedido y proceden como ellos, se les permitía vivir con arreglo a las
inclinaciones de su corazón, si acerca de los amores de Goethe se publican
bibliotecas enteras que sus admiradores y admiradoras se tragan con devoto entusiasmo,
¿por qué se censura en otros lo que, hecho por Goethe o George Sand, es motivo
de éxtasis y entusiasmo?
En
realidad, la elección libre del amor en la sociedad burguesa no es posible, a
esto va nuestra demostración, pero pongamos a todos en unas condiciones
sociales de que hoy disfrutan nada más que unos cuantos elegidos en el aspecto
material y espiritual y todos gozarán de igual libertad. En su Jacques, George Sand
describe a un marido que tiene el siguiente criterio de la infidelidad de su
mujer: "Ningún ser humano puede con el amor, y nadie tiene la culpa de
sentirlo o de perderlo. Lo que envilece a una mujer es la mentira, lo que
constituye el adulterio no es la hora en que se entrega a su amante, sino la noche que pasa luego con su
marido". Movido por semejantes ideas, Jacques se ve forzado
a ceder el lugar a su rival Borel, filosofando: "Encontrándose en mi
lugar, Borel habría pegado tranquilamente a su mujer y, luego, sin el menor
reparo, la habría aceptado en sus brazos ofendida por sus golpes y por sus
besos. Existen hombres que, sin pensarlo mucho, siguiendo la costumbre oriental,
matan a la esposa infiel, ya que la consideran como una propiedad legítima.
Otros luchan con el rival, lo matan o lo apartan y van a solicitar besos de la
mujer que pretenden amar, la cual se retira con horror o se resigna
desesperada. Tal es la manera común de actuar del amor conyugal, y yo digo que
el amor de los cerdos es menos vil y menos bruto que el de semejantes
personas"[3].
Brandes hace la siguiente observación a las frases citadas aquí: "Estas
verdades que parecen elementales a nuestro mundo intelectual hubieran sonado
hace 50 años como indignante sofistería". Pero, el "mundo poseedor e
intelectual" hasta hoy día no se atreve a declararse abiertamente
partidario de los principios de George Sand, aunque, en realidad, vive de
acuerdo con ellos. Lo mismo que en la moral, es hipócrita en el matrimonio.
Lo
que hacían Goethe y George Sand lo hacen hoy miles de otros que no se pueden
comparar al primero ni a la segunda y, sin embargo, no pierden prestigio en
absoluto en la sociedad. Basta ocupar un lugar prominente y, entonces, las
cosas se arreglan de por sí. Pese a esto, las libertades tomadas por Goethe y
George Sand se consideran amorales, desde el punto de vista de la moral
burguesa, ya que contradicen las leyes morales promulgadas por la sociedad y
chocan con la naturaleza de nuestro estado social. El matrimonio forzoso es
normal, la única unión "moral" de los sexos, cualquier otra unión
sexual es amoral. El matrimonio burgués, como hemos demostrado sin dejar lugar
a dudas, se desprende de las relaciones burguesas de propiedad. Estrechamente
ligado a la propiedad privada y al derecho de herencia, el matrimonio se
contrae para tener "hijos legítimos" como herederos. Y bajo la
presión de las condiciones sociales se impone también a aquellos que "no
tienen nada que heredar"[4],
se vuelve derecho social, cuya infracción es punible por el Estado, el cual
lleva a la cárcel a los hombres y las mujeres culpables de adulterio.
En
la sociedad socialista no hay nada que heredar, de no tratarse de objetos de uso
personal y doméstico; desde este punto de vista desaparece también la forma
actual de matrimonio. Con ello se suprime el problema del derecho de herencia,
que el socialismo no tendrá que suprimir siquiera: una vez que no existe
propiedad privada, tampoco existe el derecho de herencia. Así, la mujer resulta libre, y sus hijos no
restringen esta libertad, lo único que pueden es aumentar su alegría de vivir.
Educadoras, amigas, muchachas jóvenes le ayudan a la madre cuando lo necesita.
Es
posible que en el porvenir haya hombres que digan, como A. Humboldt: "Yo
no he sido creado para ser padre de familia, además, considero que el
matrimonio es un pecado, y hacer hijos es un crimen". ¿Y qué? La fuerza
de la necesidad natural de otros se encargará de mantener el equilibrio. No nos
preocupa el odio de Humboldt al matrimonio ni el pesimismo filosófico de
Schopenhauer, de Máinlánder o de von Hartmann, que admitían que la humanidad en
el "Estado ideal" llegaría a la destrucción de sí misma. En este
aspecto estamos de acuerdo con F. Ratzel, que escribe con toda razón: "El hombre no debe
considerarse a sí mismo como una excepción de las leyes de la naturaleza; que
comience, finalmente, a advertir la regularidad de sus propios actos y
pensamientos y que procure llevar una vida de acuerdo con las leyes de la
naturaleza. Entonces llegará a ver la necesidad de organizar su convivencia con
sus semejantes, es decir, la familia y el Estado, según los principios
razonables del conocimiento que ha adquirido de la naturaleza, y no según las
reglas de los siglos precedentes. La política, la moral, los principios
jurídicos que todavía se nutren de diversas fuentes se plasmarán exclusivamente
con arreglo a las leyes de la naturaleza. La existencia digna del ser humano,
con la que se ha soñado milenios, será, finalmente,
una realidad[5].
Esta
época se acerca a pasos
de gigante. A lo largo de los milenios, la sociedad humana ha
pasado por todas las fases de desarrollo para llegar, al fin y al cabo, al
punto de donde ha partido, a la propiedad comunista y a la plena igualdad y
fraternidad, pero no ya sólo dentro de la gens, sino a escala de todo el género humano.
Este es el gran progreso que hace. Lo que la sociedad burguesa ha procurado en
vano, contra lo que se estrella y debe estrellarse —la instauración de la
libertad, la igualdad y la fraternidad de todos los hombres— lo hará realidad
el socialismo. La sociedad burguesa no podía más que formular la teoría; la
práctica, al igual que en muchas otras cosas, contradecía sus teorías. El
socialismo aunará la teoría con la práctica.
Pero,
volviendo al punto de partida de su desarrollo, la humanidad lo hace a un nivel
incomparablemente mayor de la civilización. La sociedad primitiva poseía la
propiedad común en la gens y en el clan, pero eso revestía la forma más tosca
y se hallaba al más bajo nivel. El camino de desarrollo recorrido desde
entonces acabó con la propiedad común, reduciéndola a pequeños e insignificantes
restos, fraccionó las gens y, en fin de cuentas, dividió en átomos toda la
sociedad, pero en sus distintas fases elevó poderosamente las fuerzas
productivas de ésta, la diversidad de las necesidades y creó, a partir de las
tribus y las gens, las naciones y los grandes Estados, engendrando, a la vez,
una situación que ha entrado en la más patente contradicción con las
necesidades de la sociedad. La misión de la futura sociedad consiste en dar
solución a esta contradicción, volviendo a convertir, sobre la más extensa
base, la propiedad privada y los medios de trabajo en propiedad común.
La
sociedad vuelve a tomar posesión de lo que le perteneció en otros tiempos, lo
que ella mismo ha creado y hace posible para todos, en consonancia con las
condiciones de vida recién creadas, vivir a un nivel superior de la
civilización, es decir,
les da a todos lo que en condiciones más primitivas sólo podía ser privilegio
de unos cuantos individuos o de determinadas clases. Ahora
también la mujer
vuelve a desempeñar un papel
activo, como en la sociedad primitiva, pero ya no como señora,
sino como igual al hombre.
"El
fin del desarrollo del Estado se parece al comienzo de la existencia humana. Se
restablece la igualdad originaria. La existencia basada en la maternidad abre
y cierra el ciclo de las cosas humanas" dice Bachofen en su obra Das Metterrecht ("El
Matriarcado"), y Morgan escribe: "Desde el advenimiento de la
civilización han llegado a ser tan enorme el acrecentamiento de la riqueza, tan
diversas las formas de este acrecentamiento, tan extensa su aplicación y tan
hábil su
administración en beneficio de los propietarios, que esa riqueza se ha
constituido en una fuerza irreductible opuesta al pueblo. La
inteligencia humana se ve impotente y desconcertada ante su propia creación.
Pero, sin embargo, llegará un tiempo en que la razón humana será
suficientemente fuerte para dominar a la riqueza, en que fijará las relaciones
del Estado con la propiedad que éste protege y los límites de los derechos de
los propietarios. Los
intereses de la sociedad son absolutamente superiores a los intereses individuales,
unos y otros deben concertarse en una relación justa y armónica.
La simple caza de la riqueza no es el destino final de la humanidad, al menos
si el progreso ha de ser la ley del porvenir, como lo ha sido del pasado. El
tiempo transcurrido desde el advenimiento de la civilización no es más que una
fracción ínfima de la existencia pasada de la humanidad, una fracción ínfima
de las épocas por venir.
La disolución de la sociedad se yergue amenazadora ante nosotros, como el
término de una carrera histórica cuya única meta es la riqueza, porque
semejante carrera encierra los elementos de su propia ruina.
La
democracia en la administración, la fraternidad en la sociedad, la igualdad de
derechos y la instrucción general, harán vislumbrar la próxima etapa superior
de la sociedad a la cual tienden constantemente la experiencia, la ciencia y el
entendimiento.
Será
una reviviscencia de la libertad, la igualdad y la fraternidad de las antiguas
gens, pero bajo una forma superior"[6].
Así,
hombres de las más diversas concepciones, arrancando de sus investigaciones
científicas, sacan conclusiones idénticas. La completa emancipación de la mujer
y su igualdad con el hombre constituyen un objetivo de nuestro desarrollo cultural,
y no hay fuerza en el mundo capaz de impedírselo. Sin embargo, la emancipación
completa sólo es posible sobre la base de un viraje radical que ponga ?in a la
dominación del hombre sobre el hombre y, por tanto, del capitalista sobre el
obrero. Sólo entonces logrará la humanidad su más alto desarrollo. Entonces
sobrevendrá el "siglo de oro" con el que los hombres han estado
soñando durante milenios enteros.
Se habrá acabado para siempre con la dominación de clase, y con ella habrá
llegado el fin de la dominación del hombre sobre la mujer.
*El
presente texto es el capitulo VIII del libro La sociedad futura,
publicado por primera vez en 1879. (Nota de la Redacción).
[1] Frauenrecht und Frauenpflicht. Eine
Antwort auf Fanny Lewaids Briefe: Für und wider die Frauen("Derechos
y deberes de la mujer. Una respuesta a las cartas de Fanny Lewald: En pro y en
contra de las mujeres"), 2. Auflage, Bonn 1871.
[2] Protagonista de una novela homónima de
George Sand. (N. de la
Edit.)
[3]George
Brandes. Die Literatur des
neunzehnten Jahrhunderts ("La literatura del siglo
diecinueve") 5. Band, Leipzig 1883.
[4]El doctor
Schaffte escribe en su obra Bau
und Leben des sozialen Körpers ("Estructura y vida del cuerpo
social"): "El debilitamiento de los vínculos conyugales, haciendo más
fácil el divorcio, no sería deseable, iría en contra de la misión moral de la
unión de los sexos y sería perjudicial tanto para la conservación de la
población como para la educación de los niños". De lo expuesto se infiere
que, además de erróneas, estamos dispuestos a declarar tales opiniones
"amorales". Mientras tanto, el mismo Schaffte reconoce que en una
sociedad de cultura muy superior a la actual no se puede implantar o mantener
institutos que
contradicen sus concepciones acerca de la moralidad.
[5]Cita tomada
de Haeckel: Natürliche
Schöpfungsgechicht, ("Historia natural de la
creación").
[6] Morgan. Ancient Society
("La sociedad antigua"), N.Y. 1878,
p.
552.
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