viernes, 19 de abril de 2013

Testimonio



Víctor Mazzi y el Grupo Intelectual Primero de Mayo



Artidoro Velapatiño


CONOCÍ A VÍCTOR MAZZI TRUJILLO EN 1966, cuando él vendía libros en un puesto ubicado en las escaleras que conducían al comedor de estudiantes de la Escuela Normal Superior, que después de una ardua lucha con huelgas y marchas, se convirtió en Universidad Nacional de Educación Enrique Guzmán y Valle-La Cantuta.

Víctor vendía libros de política y ciencias sociales pero, sobre todo, de literatura. En alguna de nuestras primeras conversaciones, me enteré de que él era un famoso poeta obrero. Yo le mostré algunos de mis primeros poemas y él me animó a seguir escribiendo y me recomendó algunas lecturas. Muy pronto congeniamos, así llegué a saber de la existencia del Grupo Intelectual Primero de Mayo, del cual Víctor había sido fundador junto al poeta obrero Leoncio Bueno, entre otros intelectuales de igual filiación como Elíseo García, José Guerra Peñaloza y Carlos Loayza.

Pronto me convertí en un asiduo visitante de estas reuniones, donde se suscitaban amenas charlas sobre literatura, pintura, arte, política, pedagogía o cualquier otro tema, y a donde concurrían estudiantes y docentes. Se sumaba a la conversación Ricardo Respaldiza (1), quien era de aquellos maestros que prolongan su cátedra más allá de las aulas. También el novelista Oswaldo Reynoso, aunque no tuve la suerte de tenerlo entre mis maestros, porque yo soy de la especialidad de Matemática. Él fue uno de mis primeros lectores críticos y consejeros. A veces pasaban por ahí Juan Gonzalo Rose, Ricardo Dolorier Urbano y el profesor Rojas Penas. Solían también detenerse para charlar un rato Guillermo Daly y Luis Yáñez (2), y —como no—, el Rector Juan José Vega, a quien mis compañeros de promoción de la especialidad de Historia recuerdan con cariño y agradecimiento. En fin, gente de alguna trascendencia, si no caían por ahí, al menos resbalaban.



Cuando tenía algún tiempo en las noches lo iba a visitar a su casa en Chosica (¡hermosa casa!, con sus árboles de palta mexicana, eucaliptos y carrizales) ubicada a orillas del río Rímac. Un largo callejón conducía a la casa del poeta. Allí conocí a doña Justina Huaycuchi, esposa de Víctor, querendona y bondadosa como ninguna, pero trabajadora y firme en sus decisiones, como con sus seis hijos.

Tenía en su sala una pequeña mesa se trabajo, con su máquina de escribir Remington, un viejo sillón y un famoso sofá donde pernocté infinitas veces. Había también un tocadiscos y, cerca de este, algunos libros y una ruma de discos de 45 y 33 r. p. m., y también algunos otros viejos discos de 78 r. p. m., que se ejecutaban en una vieja vitrola.

Víctor escribía sus poemas a mano, con lápiz o con una pluma metálica que mojaba en un tintero. Cuando usaba su vieja máquina de escribir, digitaba con un solo dedo: el índice de la mano derecha. Había adquirido cierta habilidad con esa extraña manera de escribir y lo hacía a una velocidad notable.

Yo a veces le llevaba mis poemas, en espera de recibir su crítica que era severa, aunque sin la rigurosidad de Segundo Cancino, porque a veces era condescendiente conmigo, pues tenía fe en que mejoraría. Con otros jóvenes era implacable.

Nuestras conversaciones eran largas. Él me contaba acerca de su niñez y sus experiencias como obrero, siempre con el fondo musical de jazz, tango, música clásica o folclore. A veces me leía poemas de Hesíodo, Luis Cernuda, Nazim Hikmet, Elvio Romero, Carlos Oquendo de Amat que luego comentábamos. A veces me acompañaba David Valenzuela. Muchas veces teníamos que culminar la conversación, porque tenía que volver a la residencia estudiantil de la Universidad La Cantuta.

Durante esa época, La Cantuta vivía una brillante etapa, con excelentes profesores en todas las especialidades. Al menos en Matemática teníamos a Roberto Velásquez, que no solo era un connotado matemático, sino lector de Ornar Khayyam, Buda, Albert Camus, Marcel Proust y conocedor de las Ciencias Sociales. Nicanor Cáceres Lozano, Alberto Cáceres, Carlos Cabrera Gen, Olinda Zúñiga, Gloria Sánchez, y como profesores visitantes a César Carranza Saravia (reformador de la enseñanza de la matemática), José Tola Pasquel, Francisco Miró Quesada Cantuarias (quien nos dio las bases de la lógica matemática). Y en letras ni qué decir, estaban Oswaldo Reynoso, Washington Delgado, Juan Gonzalo Rose, Ricardo Dolorier, Luis Yáñez, Octavio Rojas y Guillermo Daly. Antes estuvieron: Luis Jaime Cisneros, José María Arguedas, Manuel Moreno Jimeno, Alejandro Romualdo, Francisco Carrillo y Javier Sologuren.

Indefectiblemente había un ciclo de cine club todos los martes; a veces Víctor se quedaba a ver las películas y compartíamos nuestros criterios. Ahí tuvimos ocasión de ver los clásicos rusos: Pasaron las grullas, El sol sale para todos, El tercer tiempo, Hamlet, La balada del soldado, La carta que no se envió. El neorrealismo italiano: Ladrón de bicicletas, Roma ciudad abierta, Rocco y sus hermanos, La dolce vita, Dos mujeres. El free cinema, con películas como: El sirviente, El llanto del ídolo y Eva. La nueva ola francesa: La gran ilusión, Puerto de lilas, Muelle de brumas. El cine clásico norteamericano: Scarface, La diligencia, Un rostro en la muchedumbre, Nido de ratas. El Acorazado Potemkin no se pudo ver, estuvo prohibido por la censura del gobierno de Fernando Belaúnde. Morir en Madrid también estaba prohibido debido a la fuerte influencia de Francisco Franco en Perú (3).

Me hice muy amigo de Egúsquiza, en muchas oportunidades le ayudé a proyectar las películas los días martes. Muchos años después, pude evocar estas escenas con ocasión de ver Cinema Paradiso. Los últimos semestres de mi permanencia en la Universidad La Cantuta llevé como curso de actividad: Apreciación de Cine, teniendo como profesores a ALAT (seudónimo de Alfonso La Torre) y Hugo Bravo.

También habían conferencias de toda índole: allí tuvimos ocasión de escuchar a Víctor Andrés Belaúnde, Mario Villarán, Héctor Cornejo Chávez, José María Arguedas, Luis Guillermo Lumbreras, Luis Millones Santa Gadea y otros importantes intelectuales. Eran célebres las polémicas entre Luis Lumbreras, Luis Millones y Juan José Vega.

Los días jueves eran muy especiales porque se realizaban recitales de poesía donde participaban César Calvo, Alejandro Romualdo, Reynaldo Naranjo, Mario Florián, Gustavo Valcárcel, Javier Sologuren, Arturo Corcuera, Washington Delgado, Francisco Bendezú, Antonio Cisneros, Rodolfo Hinostroza, Juan Cristóbal, Marco Martos, Luis Hernández y muchos otros que no recuerdo. También participaban Víctor Mazzi, Leoncio Bueno, José Gutiérrez del Grupo Intelectual Primero de Mayo.

A mediados de 1967, junto a Eduardo Ibarra, Magno Dueñas, Teodoro Stucchi y Oswaldo Pacheco pasamos a engrosar las filas del Grupo Intelectual Primero de Mayo, donde estaban activos aparte de Víctor, Leoncio Bueno, Jesús Ángel García, Víctor Ladera, Carlos Olivera (el «Marqués de Oliveira»), José Gutiérrez (Sergio Tea), Gladys Basagoitia, Miguel Carrillo, Jorge Bacacorzo, entre otros.

Eduardo Ibarra, además de buen poeta (dominaba los poemas breves), estaba muy influenciado por Pablo Neruda en sus inicios, era un gran polemista y uno de los ideólogos del G. I. P. M. y encargado de defender nuestra posición en algunas polémicas con los de Hora Zero y otros grupos que por entonces existían. Teníamos gustos e inquietudes coincidentes y, además, era uno de los pocos a los que le gustaban la ironía y el humor. Al principio no le gustaba mucho el jazz y cada vez que Víctor ponía algo de esta música en su tocadiscos le decía: «Víctor, "jazz" tas jodiendo». Después se convirtió en un fanático coleccionista de este género musical.

Magno Dueñas, aunque escribía versos y llegó a publicar en el G. I. P. M., era sobre todo un buen tenor y siempre le solicitábamos que cante «Granada» o «Torna a Sorrento». Participaba bastante en los recitales. Teodoro Stucchi, entrañable poeta y ensayista, albañil, vivía en una humilde habitación de La Parada junto a sus libros y su máquina de escribir. A él le dediqué el poema «Del albañil y su badilejo que pone albas las paredes». Era callado y reservado. Congeniamos mucho.

Oswaldo Pacheco, muy buen cuentista de ciencia ficción, era un asiduo concurrente a las reuniones del G. I. P. M., y muchas veces nos enfrascábamos en largas discusiones sobre teoría literaria y política. Nunca fue sectario en sus opiniones políticas.

Leoncio Bueno, junto a Víctor, uno de los más destacados poetas obreros fundadores del G. I. P. M., gran conversador y muy noble en su  trato, creo que es una de las grandes voces del G.I.P.M. En su taller de mecánica automotriz El Tungar (recuérdese su poemario Al pie del Tungar), ubicado en Breña, nos reuníamos los sábados a las 4 p.m.; reuniones que se prolongaban hasta muy entrada la noche. Allí, los miembros del G.I.P.M. daban lectura a sus creaciones en poesía, cuento y ensayo, y eran sometidos a una feroz crítica donde Víctor y Leoncio eran los supremos jueces. A veces concurría Spencer O’Connor (intelectual inglés radicado en Chosica), quien era el más despiadado crítico y despotricaba contra la abundancia de poetas jóvenes en el Perú (4). Las reuniones en El Tungar eran acompañadas de enormes tazas de té, con canela y clavo de olor, y panes con poesía (pan francés de doble dimensión cortado en dos pero sin nada adentro).

En estas reuniones Víctor daba rienda suelta a sus amplios conocimientos de literatura proletaria, matizadas por Leoncio, que es otro gran conocedor; muchos de los asistentes aprendieron ahí más de literatura y arte en general que en las aulas universitarias. Leoncio, además, era y es un magnífico cocinero. Muchos años después, aquí en Tacna, en 1980. Me volví a encontrar con Leoncio, nos saludamos efusivamente y conversamos, larga y tendidamente. Lástima que él ya no estaba en el G.I.P.M. (es un decir, porque nunca dejó ni puede dejar de ser un auténtico y gran poeta obrero) por absurdas controversias que no vale la pena recordar.

Jesús Ángel García –poeta que poseía una prodigiosa memoria porque declamaba largos poemas suyos de memoria– decía que no sabía escribir y dictaba sus poemas a sus hijos (aunque, Víctor, en alguna oportunidad, confidencialmente me dijo que eso no era cierto, que sí sabía escribir y leer). Excelente amigo y gran preparador de cócteles y tragos, todos recordábamos uno de sus extensos poemas que empezaba y terminaba con: <<Nadie sabe lo que es ponerse / el cuerpo todos los días>>.

Víctor Ladera –también fundador, poeta y gran viajero– estuvo en Europa y Cuba, siempre laborando como obrero y sin dejar de escribir. Debatía bastante con Víctor sobre cuestiones doctrinales. Tuve ocasión de presentar un poemario suyo al concurso convocado por la ACUNI en 1968, y algunos años después me hizo conocer su casa y a su esposa e hijo en Ñaña (Chaclacayo). Era también un conversador muy ameno.

Carlos Olivera, el Marqués de Oliveira, abogado y excelente cuentista, gran bebedor y célebre por sus aventuras después de memorables trancas. Una vez se puso a andar sobre los techos del barrio El Pedregal (Chosica) y cayó en una casa, encima de una pareja en su tálamo nupcial, armándose un escándalo de la «gran flauta». En otra oportunidad, en la puerta del célebre bar El Palermo, se puso a danzar sobre el techo de los automóviles estacionados frente al bar. Tuvo que intervenir la policía. Una vez se nos escapó en la puerta de El Palermo y, aunque lo buscamos hasta el amanecer, no pudimos encontrarlo. Teodoro Stucchi lo rescató al día siguiente en La Parada sin saco ni zapatos. Era un tipo inteligente, gran fabulador de historias y proyectos muy ingeniosos, que rara vez trasladaba al papel.

Con José Gutiérrez me unía además del G. I. P. M., una gran amistad, coincidíamos en muchos aspectos. Además de las clásicas reuniones en la casa de Víctor y en El Tungar nos reuníamos en Lima, junto al intelectual y pintor Maya, radicado en Argentina, y juntos planificamos una obra teatral donde los personajes de los cómics se escapan y actúan por sí solos. Fue un interesante ensayo, aunque no se llegó a plasmar. Eran más interesantes las discusiones que el mismo proyecto en sí. El firmaba en el G. I. P. M. como «Sergio Tea»; acudía a las reuniones junto a su novia y después esposa Sonia Araujo, notable pintora y escultora.

Gladys Basagoitia, poeta e intelectual radicada en Italia, fue una de las primeras integrantes femeninas del G. I. P. M. Víctor me la presentó por los años setenta y conocía su poesía por las publicaciones del G. I. P. M. Muchos años después, en el 2008, nos volvimos a encontrar aquí, en Tacna; ella, ya anciana, leyó sus poemas en el Zeit. Tuvimos un encuentro muy efusivo recordando al G. I. P. M.

Miguel Carrillo, notable poeta y periodista, gran conversador y animador del G. I. P. M., vivía cerca a El Tungar y, a veces, las reuniones sabatinas eran en su casa, complementadas con chifas y tallarinadas que compensaban el pan con poesía. En todos los recitales que él participaba, el público clamaba: «¡Curriculum! ¡Curriculum!», su más célebre poema (léanlo, está en la Antología de poesía proletaria, prologada y preparada por Víctor Mazzi y presentada por Paco Carrillo).

A Jorge Bacacorzo lo recuerdo poco, porque muy raras veces acudía a las reuniones del G. I. P. M. Alguna vez acompañé a Víctor a visitarlo en su casa. Conozco su notable producción y sé por Víctor de su participación en las heroicas jornadas de Arequipa, testimoniadas en su poemario Las eras de junio.

El año 1967 fue muy trascendente en muchos acontecimientos: la conversión de la Escuela Normal Superior Enrique Guzmán y Valle en Universidad Nacional de Educación, la muerte del Che Guevara el ocho de octubre y el fin de la guerra de Vietnam. Por supuesto, lo más notable fue la heroica desaparición de Ernesto Che Guevara. En La Cantuta se realizaba un congreso estudiantil de la Federación de Estudiantes del Perú. Se hizo un alto para rendirle homenaje. El G. I. P. M. estaba invitado para participar en el recital, como actividad cultural del evento. El pintor huantino Lama, estudiante de La Cantuta en aquel entonces, pintó un gigantesco mural del Che. Ese año participamos en muchos recitales y actividades culturales.

En 1968, ya graduado como profesor de Matemática, empecé a trabajar en el Colegio Nacional Víctor Andrés Belaúnde, ubicado en Santa Catalina, La Victoria. Por supuesto que no dejé de visitar a Víctor casi todos los sábados para pasar el fin de semana en su casa. Ya no tenía las limitaciones de cuando era estudiante de La Cantuta. Ahí conocí más a Víctor, a su familia y a los demás integrantes del G. I. P. M. que lo visitaban los sábados: Eduardo Ibarra, José Gutiérrez, Oswaldo Pacheco, el Marqués de Oliveira, David Valenzuela que caía algunas veces, Víctor Ladera; en algunas oportunidades llegaban Leoncio Bueno, el compositor Manuel Acosta Ojeda y Ana María Bejar.

Es la época en que conocí más a fondo la creación literaria de Víctor y a través de él a Nazim Hikmet, a Federico García Lorca (cuya poesía escuchábamos a través del gran Jorge Mistral, en especial el Romancero Gitano y el célebre Llanto por Ignacio Sánchez Mejía, quizá una de sus inmortales elegías junto a las Coplas de Manrique y la Elegía a Ramón Sijé de Miguel Hernández) y al entrañable poeta paraguayo, Elvio Romero (amigo personal de Víctor y célebre biógrafo de Miguel Hernández), a Luis Cernuda, a Luis de Góngora, al abuelo instantáneo de los dinamiteros (Vallejo dixit) Francisco de Quevedo, a Sor Inés de la Cruz, a Hesíodo, a Antonio Machado, a Juan Gelman, a Vicente Aleixandre, entre otros muchos. Víctor, además de leer con emoción y énfasis, matizaba las conversaciones con innumerables anécdotas y respondía a nuestras acuciosas preguntas. Tenía una información bárbara, no solo sobre literatura proletaria, sino que nos hablaba con la misma desenvoltura de Walt Withman, T. S. Eliot, Ezra Pound, John Keats, Charles Baudelaire, Arthur Rimbaud y Bertolt Brecht (a quien ya
leía desde la Academia Preuniversitaria de la Federación de Estudiantes de la UNSCH).

Y, por supuesto, cada lectura y conversación escuchando jazz. Ahí estaban: Bix Beiderbecke y su inmortal corneta; Louis Armstrong y su trompeta con voz ronca y rasposa; Billie Holiday con su voz dulce y débil, pero potenciada por la magia del micrófono; Bessie Smith, la más grande cantante de blues; Duke Ellington, genial creador y director de orquesta donde cada integrante es, a su vez, estrella; el inmortal y genial renovador Charlie «Bird» Parker y su saxo alto —para quien el entrañable Julio Cortázar escribió El perseguidor (su biografía); el gran Clint Eastwood lo eternizó con su filme Bird—; las célebres cascadas pianísticas de Erroll Garner; el saxo tenor de Coleman Hawkins, Lester Young, Stan Getz (mi favorito), y un largo etcétera. En guitarra, Charlie Christian, el gitano Django Reinhardt, Wes Montgomery, entre otros. Nat King Colé en su fase jazzística, no cuando se convirtió en comercial y populista. Mención aparte merece el gran trompetista Miles Davis y su canto, silente y de protesta, innovador del jazz y del rock, el primero en fusionar ambas vertientes con talento y creatividad, a quien Víctor le dedicó varios poemas. También traté de homenajearlo en Orfeo, después de los infiernos. Todo lo que sé de jazz lo aprendí de Víctor.

Pero no solo era jazz lo que escuchábamos, también era el tango (5), del cual Víctor tenía una envidiable colección, especialmente de Aníbal Troilo, Carlitos Gardel, Libertad Lamarque, la entrañable Tita Merello y, sobre todo, Julio Sosa. Yo soy hincha del tango desde la primaria, porque en las radiolas serranas nunca faltaban tangos y música mexicana. Y también escuchábamos folclore latinoamericano, especialmente argentino. Sobre esto, mis conocimientos iban casi a la par con los de Víctor, porque también a mí desde estudiante de secundaria me había gustado mucho todo lo referente a este género y había coleccionado folclore peruano, en primer lugar, pero también mexicano y argentino, especialmente Atahualpa Yupanqui y Los Chalchaleros. Pero con Víctor pude conocer también del folclore colombiano, chileno, venezolano y paraguayo. A través de él pude conocer a las nuevas figuras del folclore argentino como Carlos Di Fulvio, Los Cantores de Quilla Huasi, Los Fronterizos, Julia Elena Dávalos, Los Hermanos Dávalos, entre otros.

En abril de ese mismo año   de 1968, recuerdo un importante evento en la casa huerta de Víctor: organizamos un almuerzo con tarjeta de invitación y cuota de solidaridad, al que asistieron Juan José Vega (Rector de La Cantuta), Alvaro Villavicencio (Vicerrector), Oswaldo Reynoso, Francisco «Paco» Carrillo, las secretarias de J. J. Vega, Martín Oré Alcántara (Presidente de la Federación de Estudiantes de La Cantuta) David Valenzuela, y otros más. Entre los miembros del G. I. P. M. participaron: Víctor, como anfitrión junto a su esposa Justina, Leoncio Bueno, Eduardo Ibarra, Jesús Ángel García, Magno Dueñas, José Gutiérrez, Teodoro Stucchi, Oswaldo Pacheco, Víctor Ladera y el Marqués de Oliveira, quien en realidad fue el verdadero organizador del evento, porque el motivo central de aquel almuerzo fue rendir homenaje a César Vallejo a través de un monumento que ese mismo día construimos, colocando una piedra negra de regular tamaño sobre una enorme piedra blanca (fue idea del Marqués) en el centro del huerto de Víctor a orillas del río Rímac. El objetivo era publicar una plaqueta.

Durante el evento, Leoncio Bueno se encargó de cocinar un exquisito espesado de choclo con guitarra frita, un arroz con pato excelente, una frejolada inolvidable y, por supuesto, chicha de jora norteña, previo aperitivo de pisco, naranja y huevos que fue elaborado por el especialista: Jesús Ángel García. Fue una reunión muy amena llena de poesía, música y prolongada conversación.

Fue en este año que la Asociación de Centros Federados de la UNI (ACUNI) organizó un concurso de poesía y ensayo para obreros, donde tres miembros del G. I. P. M. acapararon los premios: en Poesía: 1.° puesto, Víctor Mazzi; 2.° puesto, Eduardo Ibarra. En Ensayo: 1.° puesto, Víctor Mazzi; 2.° puesto, Teodoro Stucchi. Según el jurado, en poesía no hubo discusión: fue por unanimidad; pero en ensayo deliberar fue complicado: era indiscutible que el ensayo de Víctor Mazzi sobre literatura proletaria era una pieza maestra en erudición y manejo del lenguaje (y eso que Víctor solo estudió hasta el tercero de primaria); mientras que el ensayo de Teodoro Stucchi sobre el papel de los intelectuales en las luchas proletarias era, en opinión de Luis Lumbreras (uno de los jurados), una magnífica muestra de intuición literaria y política hecha, como se dice a «puño limpio», sin mucha erudición, pero con mucho sentimiento. Para nosotros, en el G. I. P. M., eso era secundario; lo importante fue el triunfo absoluto del grupo. Como consecuencia de este acontecimiento nos invitaron a muchos recitales: en la misma UNI, en la Universidad de San Marcos, Agraria, La Cantuta y también en Barranco, en el famoso Puente de los Suspiros, invitados por Catalina Recabarren y Melba Luna.

Ese año llegó de visita al Perú Gabriel García Márquez, quien acababa de publicar Cien años de soledad. Por esta memorable ocasión hubo un cóctel de recepción de los escritores peruanos y Víctor fue invitado como representante del G, I. P. M. Entre el Marqués de Oliveira y Leoncio Bueno tramaron y acordaron vestir a Víctor con frac y corbata michi para la cena. Alquilaron el traje adecuado y lo enviaron en taxi. El caso es que todos los asistentes a la cena fueron vestidos de sport — Gabo incluido—, solamente el representante de la literatura proletaria estaba vestido como para recepcionar a quien en 1982 ganaría el premio Nobel.

En octubre se realizó un congreso de todos los miembros del G. I. P. M., para renovar la Junta Directiva, actualizar los estatutos y ratificar el manifiesto de fundación del G. I. P. M. Recuerdo que asistieron Víctor Mazzi, Leoncio Bueno, Jesús Ángel García, Eduardo Ibarra, José Gutiérrez, Carlos Loayza, Luis Cohaila, Gladys Basagoitia, Víctor Ladera, el Marqués de Oliveira, Oswaldo Pacheco, Manuel Acosta Ojeda, entre otros. Se discutió bastante, hubo momentos tensos porque aparecieron las primeras manifestaciones de un cisma que vendría muy poco después. Aunque se terminó el evento superando las discrepancias, se ratificó el acta de fundación y se hicieron algunas modificaciones a los estatutos. Al final, se eligió la Junta Directiva presidida por Víctor Mazzi e integrada por Leoncio Bueno, Eduardo Ibarra, Carlos Olivera y quien escribe. Lo que recuerdo bien es el juramento que hizo Víctor a la flamante junta directiva: «¿Juráis por los sagrados intereses del proletariado cumplir la misión que este magno congreso os ha encargado?». Respondimos a coro un enérgico: «¡Sí, juro!», y Víctor prosiguió: «Si así lo hicierais, el G. I. P. M. y el proletariado os premiarán; en caso contrario, ¡os ajusticiaremos!». Quedamos pasmados ante tal amenaza. Y Víctor, como lo confesó después, no había reparado en lo que dijo. Pero este evento trajo como consecuencia el alejamiento definitivo de Leoncio Bueno, Jesús Ángel García, Miguel Carrillo y otros.

Las reuniones que antes realizábamos en El Tungar, fueron trasladadas a los días miércoles en la noche, en el mítico bar El Palermo en la avenida La Colmena. A estas reuniones asistían Víctor Mazzi como Secretario General, Eduardo Ibarra, Oswaldo Pacheco, Víctor Ladera, José Gutiérrez, Magno Dueñas, Luis Cohaila y Carlos Oliveira. Eran frecuentes los encuentros con Oswaldo Reynoso, Miguel Gutiérrez, Cesáreo Martínez y algunos integrantes de Hora Zero, como Jorge Pimentel, Manuel Morales y Enrique Verástegui. A veces llegaban Juan Gonzalo Rose y Eleodoro Vargas Vicuña, con su característico «¡Viva la vida, carajo!». Una noche nos preguntó a cada uno de nosotros quién era el mayor literato peruano y cada uno respondió según su parecer; al final nos dijo que el mejor literato peruano y del mundo era ¡Eleodoro Vargas Vicuña!

Durante ese año tratamos de publicar la revista Columna de Luz, que iba a ser un homenaje al Che Guevara en el primer aniversario de su sacrificio, pero una serie de contratiempos no nos permitieron cumplir dicho objetivo. Recién al año siguiente pudimos publicar este cuaderno del G. I. P. M.

Cuando nos invitaban a recitales en San Marcos, la UNI o la Agraria, siempre terminábamos en El Palermo. A veces, del Palermo íbamos a Radio Agricultura, en donde Manuel Acosta Ojeda tenía un programa cultural de 4 a 5 de la mañana –auspiciado por un infame pisco Mash– donde leíamos poemas, previa una corta entrevista de Manuel. Por el crudo invierno limeño teníamos que beber el bendito pisco Mash, que creo costaba cuatro soles la botella, pero por el auspicio nos salía gratis.

A Víctor también le gustaba jugar el popular juego de dados crap, popularmente llamado «cachito». Una de esas tantas noches, en presencia de Ibarra, Pacheco y el Marqués de Oliveira, nos enfrascamos en una partida de cachito, con fondo musical de puro jazz y con un cañazo muy fino (contribución del Marqués). Ahí Víctor nos enseñó sesenta y tres variedades del cachito, que nos mantuvieron ocupados hasta las 6 de la mañana del domingo.

Una noche, creo que era enero o febrero, cuando estábamos en una de las acostumbradas veladas literarias en la salita de la casa de Víctor, sazonadas con un buen pisco, el ambiente en pocos minutos se inundó de agua turbia a gran velocidad y cada vez se tornaba más turbulenta: era una de las crecidas del río Rímac. Todos los presentes, más los hijos de Víctor, empezamos a trasladar los libros y discos de Víctor al cuarto de Gilberto, hermano menor de Víctor, mientras doña Justina con justa razón reclamaba que rescatáramos primero cosas más útiles para la sobrevivencia. Finalmente, al cabo de un par de horas, la inundación amenguó y la velada prosiguió en la habitación de Gilberto.

También ese año ingresó al grupo la poeta chiclayana Beatriz Moreno, que ya tenía publicado su poemario Palabras para hablarles. Nos acompañó en muchos recitales y actividades del G. I. P. M. Estuvo con nosotros hasta inicios del año 1972, después desapareció como vino, silenciosamente.

Paralelamente, en Chosica también desarrollamos una intensa actividad cultural, especialmente los días sábados por la noche. En alguna de estas actividades, Víctor me programó para hablar de la actividad cultural en el Sindicato de Obreros de la fábrica de calzado Bata Rímac. Cuando le pregunté a Víctor qué debía exponer, él me aconsejó que hablara de cuestiones generales y calculó que vendrían de quince a veinte obreros, que a lo más duraría unos veinte minutos y no creía que harían demasiadas preguntas. Pero grande fue nuestra sorpresa, porque vinieron unos ochenta obreros que estaban muy informados sobre cultura sindical, habían leído a José Carlos Mariátegui, Manuel González Prada, Antonio Gramsci, Máximo Gorki, Vasco Pratolini, Fedor Dostoievski, Antón Chéjov, José María Arguedas, Julián Huanay, entre otros. La actividad programada de siete a ocho de la noche, se prolongó hasta casi las once. Víctor tuvo que auxiliarme ante las interminables preguntas e intervenciones. Donde pude defenderme bien fue en lo referente a folclore, música social y de protesta, y en los aspectos de educación. Una vez concluida la actividad, bebimos cocteles y cervezas y conversamos hasta las tres de la mañana. Fue una gran lección para mí y aun Víctor dijo que estaba sorprendido por el grado de conocimientos de los obreros del Sindicato Bata Rímac.

El año 1970 fue importante para el grupo, porque ingresó a su seno gente valiosa, como el poeta piurano Alberto Alarcón, excelente decimista con un estilo muy propio, y Julio Carmona, poeta de gran brío y excelente declamador. Fue un buen refuerzo para el G. I. P. M., después que se habían apartado por voluntad propia gente muy valiosa. Al mismo tiempo, también ingresaron jóvenes estudiantes como Néstor Espinoza, Joaquín de los Santos, Donald Jaimes, Pablo Vega, Hernán Parra y Raúl Soto. Con el aporte de estos nuevos integrantes realizamos muchas actividades en Chosica y en Lima, comandados siempre por Víctor. Las reuniones en El Palermo se hicieron más intensas y discutíamos ampliamente. También los sábados en la casa de Víctor, en Chosica. Estos nuevos integrantes eran sus asiduos visitantes.

Entre los años 1970 y 1972 hubo bastante actividad cultural en La Cantuta, impulsada por el Rector Juan José Vega y una excelente plana de docentes. Yo visitaba con frecuencia mi universidad y me encontraba con los nuevos integrantes del G. I. P. M., con quienes programábamos recitales, foros y conferencias que estaban a cargo de Víctor, Julio Carmona y Eduardo Ibarra. Y se armaban polémicas, pero de ideas, sin las batallas campales que más tarde aparecieron por la nefasta presencia de sectas partidarias que motivaron la debacle de La Cantuta.

El último año que permanecí en Lima fue en 1973, pues en agosto vine a residir a Tacna por razones de trabajo, sin saber que me quedaría a radicar hasta hoy. A insistencia de Víctor y el decidido apoyo de Pablo Vega (quien fue mi editor), Donald Jaimes y Joaquín de los Santos, publiqué mi segundo poemario, cuyo prólogo elaboró con generosidad Marco Martos. La presentación del libro fue en el SAYCOPE, gracias a Manuel Acosta Ojeda, quien era secretario general. En la actividad hablaron Manuel Acosta, a nombre de la institución; Marco Martos, quien presentó oficialmente el libro, y Víctor Mazzi, a nombre del G. I. P. M.

Durante la fase final de encuadernación y colado del libro nos sobraron algunos cartones y papel. Con Donald Jaimes y Joaquín de los Santos preparamos un manuscrito, fraguando un viejo códice del siglo XVI, e improvisamos un cantar de gesta en castellano antiguo, que decía: «Homenaje a las fazañas del Caballero Andante Don Víctor Maese Troxillo, desde su nacimiento en Apata (Junín) hasta el nacimiento de su sexto hijo Federixo, el mochacho de la sonaja roxa sobersiva», y se lo entregamos. Víctor festejó la broma con su risa estereofónica de siempre. Entre estos integrantes y Pablo Vega le propusimos a Víctor publicar una antología de su obra poética, que recogiera lo mejor de su creación. La antología debía llevar el nombre Salvajismo, barbarie y civilización, porque pretendía ser un juicio crítico de su obra con justamente tres secciones. En Salvajismo iban a ir sus primeros poemas de Guirnalda de canciones a Chosica. En Barbarie iban a ir sus poemas casi panfletarios, como aquel que empezaba con: «Rosa camarada mía, / te entrego la luz de mi canción...», y en Civilización irían sus poemas de madurez, donde el lirismo alcanza su más alta impresión, como el poema en homenaje a Jiri Wólker: «Jiri Wolker / las jarcias en altamar / las gaviotas en el muelle / y tu canto / que asiste en el rompeolas / de nuestra clase obrera...», iba a ser prologado por Francisco «Paco» Carrillo. Víctor compartía nuestro divertimento y él mismo sugería el destino de sus poemas para determinada sección.

Como dije, en agosto de 1973 vine a trabajar a Tacna por el INEDE y el PRONAMEC, para capacitar a los profesores de primaria y secundaria en Matemática, dentro del programa de reforma educativa del gobierno de Velasco. Víctor me recomendó buscar a Livio Gómez, quien ya residía en Tacna desde 1967, y traje algunas publicaciones para entregárselas. Livio me recibió muy bien y a los tres o cuatro días hizo un comentario sobre el G. I. P. M. y mi persona, recordando la trascendencia de Víctor Mazzi y Leoncio Bueno a quienes Livio conocía muy bien.

Con Víctor seguí comunicándome mediante cartas y cuando iba a Lima, una de las primeras cosas que hacía era visitarlo y preguntarle por las novedades del G. I. P. M., que ahora tenía nuevos componentes y tenían bastante actividad, como viajes a Huancayo, Jauja, Trujillo, Talara, Chiclayo y Cusco. Recuerdo que entre los años 1974 y 1975 hubo un congreso en Huancayo, donde el G. I. P. M. tuvo descollante actuación a través de Víctor Mazzi, Eduardo Ibarra, Julio Carmona y Alberto Alarcón.

En 1974, Víctor me notició que participaba en un alucinante proyecto como actor de la película Allpa Kallpa (La fuerza de la tierra), que trataba sobre las luchas del campesinado del Cusco por su reivindicación y denunciaba los rezagos del gamonalismo, con el cómico Tulio Loza entre los protagonistas. Las escenas más importantes se filmaron en Huasao. Incluso me dijo que había conseguido un papel para mí: el de opa; y que entre los campesinos si bien un «opa» es un ser disminuido, es un escogido por Dios. El proyecto empezó a concretarse bien, contaban con la participación de destacados actores, entre ellos, si mal no recuerdo, estaban Delfina Paredes, Hudson Valdivia y Zully Azurín. A Víctor le pagaron los pasajes por avión y lo alojaron en un buen hotel. Pero ya desde el principio empezaron los problemas, no se cumplió con las condiciones del contrato, se cambiaron los guiones, entraron como actores gente de la farándula como Cuchita Salazar, Guillermo Campos y Gladys Arista. Víctor se desvinculó del proyecto y junto a otros actores retornó a Lima totalmente disgustado. Finalmente, algo que pudo ser un interesante filme dramático-social se convirtió en un drama-comedia, desdibujando su intención original de denuncia social. Al fin, le adicionaron escenas de marinera y otras por el estilo. Las escenas en donde Víctor participaba por supuesto que quedaron totalmente eliminadas. Así finalizó esta breve incursión de Víctor en el cine nacional.

Por esos tiempos, Víctor seguía con su puesto de venta de libros cerca del Comedor Universitario de La Cantuta. Estuvo allí hasta febrero de 1977, año de la intervención militar y receso de la universidad hasta 1980. Víctor perdió su trabajo y muchos libros. En 1976, Víctor publicó el importante libro Poesía proletaria del Perú (1930-1976), que es una antología con un estudio y notas, comentada por Paco Carrillo.

En abril de 1978, gracias al auspicio y decidido apoyo del poeta Segundo Cancino, publicamos el poemario de Víctor, Memorial de un tiempo a otro, dentro de la colección Mojinete de Poesía. Ese mismo año, Víctor y yo codirigimos el único número de la revista literaria Canto y Seña, siempre con el apoyo de Segundo Cancino.

Ese mismo año, la Universidad Nacional Jorge Basadre trajo a Tacna a Víctor Mazzi y Julio Carmona, para dar charlas y recitales. Fue grato encontrarnos con dos compañeros del G. I. P. M., después de varios años de actividad conjunta en Lima y Chosica. Aquí había mucho interés por conocerlos, tanto por los poetas tacneños como por los estudiantes de Lengua y Literatura de la UNJBG. Después de haber compartido actividades con Víctor y con Julio, en la noche, ya en mi cuarto, les pude hacer escuchar los discos de Jacques Loussier Trio, que es un combo de piano, contrabajo y batería especialista en Johann Sebastian Bach transportado al jazz. A ambos les gustó mucho porque no lo conocían. También tuvieron oportunidad de conocer la campiña tacneña, y en ella el vino tinto y la comida típica tacneña y las célebres cantinas, como el famoso Chancho Azul, El Porvenir, El Criollito, El Balalaika, entre otros.

Entre los años 1979 y 1982 solo pude comunicarme con Víctor a través de la correspondencia. Por él sé que el G. I. P. M., con sus nuevos integrantes, desarrolló intensa labor con amplia participación en recitales, charlas, congresos y diversos eventos en Lima, Huancayo, Trujillo, Cusco y Piura.

Entre los años 1983 y 1985 residí nuevamente en Lima, con ocasión de estudiar una maestría en Matemática en la PUCP. Volví a visitarlo en Chosica los sábados por la noche, tal como en antaño, y nuevamente compartimos poesía y música (sobre todo jazz) en veladas inolvidables. Tuve oportunidad de conocer a los nuevos integrantes y saludar a algunos viejos integrantes del G. I. P. M. que también lo visitaban.

En una de esas visitas, no encontré su casa. ¿Qué había pasado? Su casa había sido totalmente arrasada por una de las temidas crecidas del río Rímac y estaba entre los damnificados que perdieron sus viviendas y, gracias a su prestigio de buen vecino, al menos le dieron una habitación con techo y puertas en el Coliseo de Chosica, que habían habilitado para la emergencia. A otros vecinos les dieron carpas.

Pese a la estrechez de su nueva residencia, Víctor nos recibía con el mismo cariño de siempre. Por esa misma época fue incorporado a tiempo completo en el proyecto de investigación La generación del cincuenta en la Literatura peruana del siglo XX, con Miguel Gutiérrez como gestor y coordinador del mencionado proyecto; lo integraban los poetas Félix Huamán Cabrera, Carmen Ollé, Manuel Velásquez Rojas y otros docentes de la UNE.

Por esos años, junto a Raúl Soto, puso un nuevo puesto de libros en la sexta cuadra de la avenida Camaná en Lima. Fue el nuevo lugar de encuentro para conversar y recordar los viejos tiempos. Lo visitaban poetas, narradores y estudiantes. Allí tuve oportunidad de conocer al gran Víctor Humareda, a quien Víctor me presentó. En esa primera ocasión que lo vi, Humareda, al curiosear los libros que Víctor vendía, encontró un viejo ejemplar de Poemas Humanos y dijo: «¡Vallejo no me gusta, porque es muy llorón!». Al preguntarle qué poetas le gustaban, manifestó que Baudelaire, Rimbaud y Whitman, que celebraban la vida. Ya después lo visitamos con Víctor y otros miembros del G. I. P. M. en su casa taller, en la ya mítica habitación 283 del Hotel Lima, en La Parada, donde destacaban retratos y dibujos de su musa Marilyn Monroe. Siempre íbamos por lo menos de a tres, porque era una zona peligrosa. Por allí cerca vivía también nuestro amigo Teodoro Stucchi, miembro del G. I. P. M. Curiosamente constaté la falsedad de quienes, sin conocer al extraordinario pintor, difundieron el mito de su alcoholismo: Humareda no tomaba alcohol, era adicto al café con leche.
El nuevo lugar del puesto de libros de Víctor, tenía las mismas características de su puesto de libros del Comedor de Estudiantes de La Cantuta, porque aquí también venían estudiantes y recibían las enseñanzas y consejos que, como siempre, con paciencia y dedicación, ofrecía el viejo maestro; y también era un centro de encuentro con todo aquel dedicado a alguna forma de arte o política.

Por esa época hubo ocasión de que dos de mis maestros más queridos se conocieran entre sí: el doctor en Matemática suizo Eugen Blum y Víctor Mazzi, por supuesto en una enorme cantina de la Plaza Manco Cápac. Ahí también estaban Julio Carmona, Eduardo Ibarra y El Marqués de Oliveira.

A principios de 1986, tuve que retornar a Tacna para reincorporarme a la Universidad Nacional Jorge Basadre y, nuevamente, la comunicación fue por correspondencia. Me enteré que había sido contratado como promotor del Área de Promoción y Difusión de la Biblioteca y Centro de Documentación de la Universidad Nacional de Educación, bajo la dirección del Dr. José Mendo Romero; reconociéndose así, por fin, todo el valor que representaba el intelectual obrero Víctor Mazzi Trujillo.

El año 1989 fue un año aciago para mí. A mediados de febrero me avisaron que el domingo 12, Víctor había dejado de existir. Ese mismo año murieron, tras cortos intervalos, mis dos padres. Cuando retorné a Lima, en enero del 2004, una de las primeras cosas que hice fue visitar su viejo domicilio en el jirón Colombia de Chosica. Encontré la casa totalmente reformada, pero aún conservaba el viejo olor a paltos y carrizales, tal vez por la perseverancia y el gran amor que ha puesto Víctor —su hijo y heredero del patrimonio cultural—, de rescatar todo el legado; quien, además, me recibió con gran cariño junto a su amable esposa. Tuve ocasión de ver a la entrañable doña Justina, ya anciana, pero siempre cariñosa. Pedí a Víctor que me llevara al cementerio de Chosica para dejar algunas flores en la tumba del poeta.

He preferido hacer este testimonio sobre Víctor Mazzi Trujillo, de lo que significó para mí como persona, del entrañable e inolvidable amigo y maestro, y así, también, de los recuerdos del Grupo Intelectual Primero de Mayo, tan presentes en este poemario que se edita en su memoria.


Notas:
[1] Lo conocí cuando aún era en estudiante secundario en Ayacucho y él dirigía la Escuela Regional de Bellas Artes y nos dio una excelente clase de historia del arte a los alumnos de quinto de secundaria. A su perdurable memoria dediqué la segunda edición, corregida y aumentada de mi libro A tiempo completo, que me publicó el poeta Segundo Cancino en Tacna. Sus hijos Alfonso, Luis y José heredaron el arte y las virtudes de este inolvidable maestro.
[2] Cómo olvidar aquel magnífico poema: «Nacer a la vida y ser apaleado / Cruzar con urgencia la niñez / Y ser apaleado / Creer en la felicidad / Y ser apaleado / Amar y ser apaleado / Estar en la verdad / Y ser apaleado / Una pausa / Porque el lomo del hombre / No es tan fuerte».
[3] Víctor Mazzi, Hugo Bravo, Guillermo Daly, David Valenzuela y Egúsquiza, el técnico proyectista, tuvimos el privilegio de verla en 1967, en una copia clandestina que trajo Juan José Vega en unos rollos, cuya carátula titulaba: Alicia en el país de las maravillas.
[4] Él contaba que en Bogotá daba miedo pararse en una esquina porque todo el que se acercaba a uno era poeta.
[5] Pero quien nos llevaba lejos en tango, era el chofer del Rector Juan José Vega (creo que se apellidaba Sifuentes): él fue quien nos dio cátedra de tango de seis de la noche hasta las seis de la mañana, en una inolvidable noche de tango y caña pura. Se sabía al detalle todos los datos de la grabación: la información del autor, el año de grabación, las diferentes versiones, los componentes de la orquesta, del cantante, en fin, todo.

*Este testimonio hace parte del libro Víctor Mazzi Trujillo o la poesía de clase, editado por Jesús Cabel y Víctor Mazzi Huaycucho.



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