viernes, 19 de abril de 2013

Economía



COMPETENCIA, TIPO DE CAMBIO Y RIQUEZA

César Risso


Partiendo de la premisa de que todos los bienes y servicios producidos dependen de la cantidad de fuerza de trabajo disponible, y que la productividad del trabajo permanece constante, entonces, no se puede crear más riqueza de la que equivale a la fuerza de trabajo total.

Si nos encontramos en una nación hipotética, compuesta de 100 personas, y cada una puede trabajar en condiciones normales 8 horas al día, entonces, la riqueza que se puede crear equivale a 800 horas al día.

Disponemos entonces de una riqueza de 800 horas, que puede estar expresada en alimentos, prendas de vestir, vivienda, medios de producción (máquinas, herramientas, etc.), educación, recreación, etc. De qué depende el uso de la fuerza de trabajo. En el capitalismo esta decisión está dada por la ley del valor.

Esta ley se expresa, dada la competencia, como un promedio. Esto es, la anarquía de la producción, en la que cada capitalista invierte su capital en las actividades más rentables, obteniendo en promedio una cuota media de ganancia, expresa la rentabilidad del capital  invertido. Pero la rentabilidad de cada capital puede estar por debajo, o por encima, o en el nivel de la cuota media de ganancia. Por la lógica del capital, aquellos que están por debajo de la cuota media de ganancia, migrarán hacia las actividades que obtienen una rentabilidad mayor a la de la cuota media de ganancia. De modo que hay una permanente migración del capital de una a otra actividad.

Cuando los capitales, en cantidad considerable, se invierten en aquella actividad cuya rentabilidad es más alta, lo que logran es obtener una cantidad mucho mayor de la mercancía que producen. Esto genera un exceso de oferta (producción) de dicha mercancía, que frente a un mismo nivel de demanda, genera una caída de los precios de dicha mercancía, indicando que se ha producido en exceso, y que por lo tanto se ha distribuido, en términos sociales, mal el capital. De otro lado, aquellas mercancías cuya producción disminuye, debido a que los capitales abandonan dicha actividad por la baja rentabilidad, provoca un alza del precio, puesto que la oferta disminuye frente a una demanda que no ha cambiado. Así, el mercado a través del precio indica que se ha producido poco de dicha mercancía.

Cuando hablamos de demanda, nos referimos a la demanda solvente, esto es a la demanda sobre la base de la remuneración de los trabajadores, y no a la demanda en función de las necesidades de los trabajadores.

La consecuencia de la ley del valor es que se desperdicia fuerza de trabajo. Aquello que se ha producido en exceso, expresa la mala distribución de la fuerza de trabajo, y en consecuencia su desperdicio. Evidentemente esto se debe a la necesidad de los capitalistas de obtener plusvalía.

Al igual que con las mercancías, sucede con el dinero. El dinero, sin considerar el signo monetario, es el oro. Cuando este se produce en exceso, o se produce por debajo de la demanda, nos encontramos frente a la misma situación descrita líneas arriba. Si añadimos el signo monetario, o sea, las monedas y billetes, acontece lo mismo. E igualmente si consideramos los dólares, que aunque no los “producimos”, los obtenemos a través del comercio exterior. Con la diferencia que en el caso del dólar, su precio en moneda nacional se llama tipo de cambio (*).

Veamos en primer lugar la cantidad de fuerza de trabajo total de que dispone el Perú. Según datos del INEI, la población en edad de trabajar en el año 2011 fue de 16’564,100 de personas. Si tomamos el total de días de trabajo, al año se trabaja 300 días aproximadamente. Descontando los domingos y feriados, obtenemos 2400 horas de trabajo al año por persona. Con estos datos calculamos que la riqueza que podría haberse creado equivale a 39,753’840,000 horas de trabajo. Sin embargo, la población ocupada fue de 11’251,700 personas, que multiplicadas por las 2400 horas al año, da un riqueza de 27,004’080,000. La diferencia entre una y otra, nos da la riqueza que se dejó de crear (12,749’760,000 horas de trabajo).

Aclaramos, que estamos considerando la fuerza de trabajo como igual en todos los casos. Es decir, no estamos considerando el trabajo complejo, que es superior al trabajo simple debido a la capacitación y la experiencia laboral.

Los cálculos realizados no consideran la fuerza de trabajo desperdiciada como consecuencia de la competencia entre los capitalistas.

La competencia, o para ser más exactos, la anarquía de la producción, aparte del exceso de determinadas mercancías y de la escasez de otras, tiene como consecuencia la quiebra de empresas; lo cual es también un desperdicio de fuerza de trabajo, así como de la riqueza creada por esta. Esto se produce porque en este sistema al funcionar la ley del valor, queda en manos de los capitalistas privados individuales, la decisión de invertir en tal o cual actividad en función de sus intereses.

He aquí un primer argumento a favor de la planificación económica, pero que tiene asidero cuando la propiedad de los medios de producción está en manos de todo el pueblo. Y cuando la ley económica fundamental es la satisfacción de todas las necesidades, tanto materiales como espirituales, de todo el pueblo.

En relación al tipo de cambio (soles por dólar), se tiene que del 2006 al 2012, el dólar ha perdido el 20% de su valor en términos de nuevos soles. O, lo que es lo mismo, que la moneda nacional se ha apreciado aproximadamente el 24%.  Esto quiere decir que la producción en el Perú tiene más valor en términos de dólares.

Si comparamos el valor producido por la fuerza de trabajo, utilizando la población ocupada del 2011, tomando como referencia que el precio por hora de la fuerza de trabajo es de 3,60 nuevos soles, obtenemos un valor monetario de valor anual de 97,214’688,000 nuevos soles. Ahora, expresemos esto en términos del tipo de cambio del año 2006. Esto da 29,683’874,198 dólares. Si expresamos la misma cifra con el tipo de cambio del 2012, obtenemos 36,823’745,454 dólares. Es decir, que sin variar el volumen de producción, ni el valor de las mercancías producidas, el monto en dólares es mayor en 24%.

Lo que ha sucedido es que las mercancías producidas en el Perú se han hecho más caras en términos de dólares. Y, sin embargo, la riqueza producida no ha aumentado ni un céntimo, o para evitar confusiones, la mayor suma en dólares no significa que se haya producido un solo alfiler más. Es un fenómeno estrictamente monetario. Está claro que estamos haciendo abstracción de otras variables como las remuneraciones, la masa monetaria en moneda nacional, etc.

Nuestro mayor volumen de exportación está dado por las exportaciones tradicionales: productos mineros y harina y aceite de pescado. Pues bien, el precio internacional de las materias primas ha venido subiendo considerablemente a causa de la crisis. De modo que quienes se benefician de este mayor precio de nuestras exportaciones, como consecuencia de la variación del tipo de cambio, son las transnacionales que extraen y exportan materias primas.

Como la burguesía no mide la rentabilidad de su inversión en términos de la cantidad de valores de uso producidos, esto es, de riqueza, sino en términos de porcentaje de dinero adicional respecto del dinero invertido, la variación del tipo de cambio le crea la ilusión de que son más ricos. Incluso, a pesar de toda la fuerza de trabajo no utilizada, y de la fuerza de trabajo desperdiciada en la competencia.

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[*] Para evitar cualquier equívoco, decimos que este análisis corresponde a una economía de libre mercado. La situación se complica aún más con la presencia de los monopolios.







Desarrollo Desigual y Formas Históricas del Capitalismo


Samir Amin


DESDE LA ANTIGÜEDAD, LA HISTORIA SE HA CARACTERIZADO por el desigual desarrollo de las regiones, si bien hay que esperar a la era moderna para que la polarización se convierta en el subproducto inmanente de la integración de la totalidad del planeta en el sistema capitalista. Por consiguiente, podemos decir que la polarización (capitalista) moderna ha aparecido en formas sucesivas durante la evolución del modo de producción capitalista. Concretamente, podemos singularizar cuatro grandes fases, a saber:

1.     La forma mercantilista (1500-1800), previa a la revolución industrial y moldeada por la hegemonía del capital mercantil en los centros atlánticos dominantes, así como por la creación de zonas periféricas (América) cuya función presuponía su total aceptación de la lógica de acumulación del capital.

2. El denominado modelo clásico, surgido de la revolución industrial, que definió a partir de entonces las formas básicas del capitalismo. Por su parte, las periferias (a América Latina se agregaron progresivamente toda Asia, excepto Japón, y África) siguieron siendo rurales, no industrializadas, y su participación en la división internacional del trabajo se produjo a través de la agricultura y la producción mineral. Este importante rasgo de polarización estuvo acompañado de otro no menos importante: la cristalización y establecimiento de sistemas netamente industriales como sistemas nacionales autocentrados, acaecido en paralelo a la construcción de los estados nacionales burgueses. Ambas características explican las líneas dominantes de la ideología de la liberación nacional, la respuesta al reto planteado por la polarización: a) el objetivo de considerar la industrialización como sinónimo de progreso liberador y un instrumento para ponerse al día; b) el objetivo de construir Estados-nación inspirados en los modelos de los países del centro. De esa forma se concibió la ideología de la modernización. Por consiguiente, esta forma clásica de polarización caracterizó el sistema mundial desde la revolución industrial (es decir, después de 1800) hasta la Segunda Guerra Mundial.

3.     El período de posguerra (1945-1990) supone la progresiva erosión de las dos características que acabamos de mencionar. Durante el período se produjo la industrialización de las periferias, un proceso obviamente desigual que resultó el factor dominante en América Latina y Asia, con el movimiento de liberación nacional afanándose en acelerar el proceso en aquellos Estados periféricos que acababan de recobrar su autonomía política. En esos años se produjo también, simultáneamente, el progresivo desmantelamiento de los sistemas de producción nacional autocentrados y su recomposición como elementos constitutivos de un sistema integrado de producción mundial. Esta doble erosión supuso una nueva manifestación de la profundización de la globalización.

4.     El período más reciente (a partir de 1990), en que la acumulación de esas transformaciones ha provocado el colapso del equilibrio característico del sistema mundial de posguerra.

Esta evolución, empero, no apunta hacia un nuevo orden mundial caracterizado por nuevas formas de polarización, sino hacia el desorden
global. El caos al que nos enfrentamos proviene de un triple fracaso del
sistema, que ha sido incapaz de desarrollar: a) nuevas formas de organización social y política que vayan más allá del Estado-nación, un nuevo requisito del sistema globalizado de producción; b) relaciones políticas y económicas capaces de reconciliar el auge de la industrialización en las nuevas zonas periféricas competitivas de Asia y América Latina con el objetivo del crecimiento mundial; y c) una relación que no sea excluyente con la periferia africana, que no está implicada en modo alguno en una industrialización competitiva. Este caos resulta visible en todas las regiones del planeta y en todas las facetas de la crisis política, social e ideológica. Está en la base de las dificultades de la actual construcción europea, así como en la incapacidad del continente de alcanzar la integración económica y establecer a la vez estructuras políticas integracionistas. Es también la causa de las convulsiones que se observan en todas las periferias de Europa oriental, del viejo Tercer Mundo semiindustrializado y del nuevo y marginado Cuarto Mundo. Así las cosas, el caos actual lejos de apuntalar el incremento de la globalización revela su extrema vulnerabilidad.

No obstante, el predominio del caos no debe impedirnos pensar en escenarios alternativos para un nuevo «orden mundial», si bien es cierto que existen muchos y diferentes «órdenes mundiales» posibles. Quiero llamar la atención sobre cuestiones que fueron ignoradas por el triunfalismo que suscitó la idea de la inexorabilidad de la globalización, pese a que, como ya he señalado, se ha revelado su precariedad.

El lector habrá descubierto ya que este análisis del capitalismo mundial no se centra en la cuestión de las hegemonías, puesto que no me adscribo a la escuela de las hegemonías sucesivas de cierta historiografía. El concepto de hegemonía es a menudo estéril y acientífico merced a la vaguedad de las definiciones al uso, de modo que no creo que deba constituir el centro del debate. He llegado a la conclusión, por el contrario, que la hegemonía es la excepción a la norma, a saber, el conflicto entre las partes que pone fin a la hegemonía. La hegemonía de Estados Unidos, aparentemente vigente en la actualidad, quizás por ausencia de rival, es tan frágil y precaria como la globalización de las estructuras a través de las que opera.

El Actual Sistema Mundial y los Cinco Monopolios del Capitalismo

En mi opinión, el debate debería empezar con un debate a fondo de los rasgos novedosos del sistema mundial actual, provocados por la erosión del sistema anterior. Creo que existen dos elementos nuevos, a saber:

1.     La erosión del Estado-nación centrado en sí mismo y la consiguiente desaparición del vínculo entre la esfera de la reproducción y la de la acumulación, que acompaña al debilitamiento del control político y social que hasta el momento había sido determinado precisamente por las fronteras de ese Estado-nación autocentrado;

2.     La erosión de la gran fractura entre un centro industrializado y las regiones periféricas no industrializadas, es paralela a la emergencia de nuevas dimensiones de polarización.

La posición de un país en la jerarquía global viene definida por su capacidad para competir en el mercado mundial. Aceptar esa evidencia no supone en modo alguno compartir la opinión del economista burgués que considera que dicha posición se debe al resultado de adoptar medidas racionales, una racionalidad —dicho sea de paso— que se mide a partir de las denominadas «leyes objetivas del mercado». Por el contrario, creo que dicha competitividad es un producto complejo en el que confluyen múltiples factores económicos, políticos y sociales. En esta lucha desigual, los centros usan lo que me gusta denominar sus «cinco monopolios», monopolios que constituyen un desafío a la totalidad de la teoría social. Dichos monopolios son:

1.     Monopolio tecnológico. Requiere gastos enormes, que sólo un Estado poderoso y rico puede afrontar. Sin el apoyo estatal, en particular a través de la inversión y gasto militar (algo que el discurso liberal no menciona), la mayor parte de esos monopolios no podrían perdurar.

2.     Control de los mercados financieros mundiales. Dichos monopolios poseen una eficacia sin precedentes merced a la liberalización de las normas y reglas que gobiernan su establecimiento. Hasta hace poco, la mayor parte de los ahorros de una nación sólo podía circular dentro del ámbito, en gran medida nacional, de sus instituciones financieras. En la actualidad, estos ahorros se gestionan de manera centralizada por instituciones cuyas operaciones tienen un alcance mundial. Hablamos de capital financiero, es decir, del componente más mundializado del capital y, sin embargo, la lógica de esa globalización de las finanzas puede ponerse en un brete por la simple decisión política de optar por la desconexión, aun si esa desconexión se limitara al dominio de las transferencias financieras. Es más, creo que las directrices que rigen el libre movimiento del capital financiero se han vuelto inservibles. Antaño el sistema se basaba en la libre flotación de las divisas en el mercado (de acuerdo con la teoría que sostiene que el dinero es una mercancía como cualquier otra) con el dólar actuando de facto como moneda universal. No obstante, considerar el dinero una simple mercancía no es una teoría científica y, por otro lado, la posición preeminente del dólar sólo se debe a la falta de algo mejor. Una moneda nacional no puede cumplir las funciones de una divisa internacional a menos que exista un excedente de importaciones en el país cuya moneda sirve de divisa internacional, lo que obliga a ajustes estructurales en otros países. Ése era el caso de Gran Bretaña en el siglo XIX, pero no el de Estados Unidos en la actualidad, que en realidad financia su déficit mediante préstamos que el resto del mundo se ve obligado a aceptar. Ni tampoco es el caso de los competidores de Estados Unidos: el excedente japonés (puesto que el alemán desapareció tras la unificación en 1991) no basta para cubrir las necesidades financieras ocasionadas por los ajustes estructurales de los demás. En estas condiciones, la globalización financiera, lejos de ser un proceso «natural», resulta ser algo extremadamente frágil. A corto plazo sólo conduce a una inestabilidad permanente y no a la estabilidad necesaria para la actuación eficiente de los procesos de ajuste.

3. Acceso monopolista a los recursos naturales del planeta. Los peligros de la explotación indiscriminada de esos recursos adquieren ahora naturaleza planetaria. El capitalismo, basado en una racionalidad a corto plazo, no puede superar los peligros que conlleva ese comportamiento imprudente e indiscriminado, por lo que acaba reforzando los monopolios de los países ya desarrollados. La publicitada preocupación medioambiental de estos países se limita a no permitir que otros sean tan irresponsables como ellos.

4.     Monopolio de los medios de comunicación. Dicho monopolio no sólo lleva a la uniformidad cultural, sino que abre la puerta a nuevos medios de manipulación política. La expansión del mercado moderno de los medios de comunicación constituye ya uno de los principales componentes de la erosión de las prácticas democráticas en el propio Occidente.

5.     Monopolio de las armas de destrucción masiva. Desafiado y mantenido a raya merced a la bipolaridad de posguerra, el monopolio es una vez más, como sucedió en 1945, posesión exclusiva de Estados Unidos. Aunque se corre el riesgo de que la proliferación nuclear se descontrole, la proliferación constituye, en ausencia de un control democrático internacional, la única forma de luchar contra ese inaceptable monopolio estadounidense.

Estos cinco monopolios, tomados en su conjunto, definen el marco en el que opera la ley del valor mundializada. La ley del valor es la expresión abreviada de todas estas condiciones y no la expresión de una racionalidad económica «pura», objetiva. El condicionamiento de todos estos procesos anula el impacto de la industrialización en las periferias, devalúa su trabajo productivo y sobrevalora el supuesto valor agregado derivado de las actividades de los nuevos monopolios de los que se beneficia el centro. El resultado final es una nueva jerarquía, más desigual que ninguna de las anteriores, en la distribución de los ingresos a escala mundial, que subordina las industrias de las periferias y las reduce a la categoría de subcontratadas. Éste es el nuevo fundamento de la polarización, presagio de sus formas futuras.


*Este texto hace parte del primer capítulo del libro El Capitalismo en la Era de la Globalización, publicado en inglés en 1997, Zed Books Ltd., Londres y New Jersey, y republicado en castellano en 1999, Ediciones Paidós Ibérica, S.A., Barcelona. (El Comité de Redacción).

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