Literatura
GUTIÉRREZ Y VARGAS:
DE ANTÍPODAS A ISÓPODAS
Julio Carmona
En
todos los ensayos de Miguel Gutiérrez hay una tendencia a la amalgama en sus
apreciaciones. Tratar, por ejemplo, de una sola literatura peruana y de un solo
canon que, justamente, “la unifica”; esto puede verificarse desde La generación del 50. Un mundo dividido
(1988). Previamente debo precisar que este subtítulo resulta ser engañoso, pues
ese “mundo dividido” lo es en la estructuración de clase referida a los
autores: la mayoría (dice ahí) son de la pequeña burguesía, y algunos otros
–pocos– obreros o aristócratas venidos a menos, pero, literariamente, son
unificados todos por el único canon de la poesía occidental, signado por la
también única impronta de las vicisitudes del “yo”, sin incidir en el carácter
de clase de sus individualidades. En otro texto, Los Andes en la novela peruana actual (1999), igualmente dice circunscribir su estudio dentro de “la tradición
de la novela moderna mundial”, sin diferenciar a esta por sus improntas de
clase, pues debe precisarse que está tratando de la ‘tradición de la novela burguesa mundial’, y la modernidad
occidental está, fatalmente, unida a la burguesía y a su cultura dominante. Y
en el libro acotado es a esa ‘modernidad occidental’ que se está refiriendo MG,
pues en la presentación dice: «“Mis clásicos” los he circunscrito al área de Occidente del cual (sic), de una u
otra manera, forma parte Latinoamérica.»[1]
Y,
en realidad, no tiene por qué ser esa la única ‘novela mundial’ o, mejor, no debe
ser la única, o –más todavía–dentro de esa ‘novela mundial occidental’ debe
hacerse una diferenciación de tendencias. Se trata de una tarea –como dice
Enrique Dussel, refiriéndose a la filosofía– “que tiene como punto de partida
el afirmar lo declarado por la Modernidad como la Exterioridad desechada, no valorada, lo ‘inútil’
de las culturas (‘desechos’ entre los que se encuentran las filosofías [y
poesías] periféricas o coloniales), y desarrollar las potencialidades, las
posibilidades de esas culturas y filosofías [y poesías] ignoradas, afirmación y
desarrollo llevados a cabo desde sus propios
recursos, en diálogo constructivo con la modernidad europeo-norteamericana.”[2]Pero–volviendo
a MG– esa imagen de una “tradición mundial” única encaja con otros planteamientos
absolutistas del mismo autor. Siempre en Los
Andes… dice estar dirigiéndose a “un público no especializado de todas las capas sociales”. Es decir, una
vez más, la unificación la transfiere incluso a los lectores. Yes una amalgama
que busca además orientar a ese lector homogenizado a aceptar ciertos
parámetros que el autor está asumiendo como de su exclusividad, pues afirma que
el trabajo que está ofreciendo “no tiene un carácter académico ni erudito, sino
hedonístico, personal y desacralizado”.
Es decir, que el lector debe prepararse para ser receptor –en una esfera
exclusiva– de los gustos personales, esteticistas –basados en un solo canon–
del autor.
Por
otro lado, en la última cita, entiendo que es a los dos primeros enunciados (académico, erudito) que debe aplicarse el último término, “desacralizado”[3];
pero –de manera indirecta– también puede concluirse que con esa expresión, MG
está tomando distancia del marxismo, pues desde esta posición no es lo más
pertinente hablar de “capas” sino de clases
sociales. ¡Qué diferencia con lo que decía en los años ochenta!: “Mi
agradecimiento también a El Diario [sic: con negrita y
cursiva, ¿no debe usarse uno solo de esos resaltados?]por haberme permitido que
una selección de textos en torno a los escritores del 50 llegara a un público más vasto y clasistamente situado.”[4]Y,
es más, en el mismo libro dirá: “En la medida que el concepto o categoría de
Generación soslaye o niegue la categoría de Clase Social y la lucha de clases,
cualquier aplicación del método generacional resultará unilateral y
mistificador” (p. 35); sin embargo, (ya lo he aclarado, v. nota 1), el uso de
la categoría “clase social” es aplicado para la ubicación de los autores (es
decir, su “clase en sí”), mas no para la clasificación de su literatura (“clase
para sí”).
Es
pertinente detenerse aquí para subrayar el uso de otro término ligado a lo
religioso que hace MG, me refiero al término “canónico”[5]. Pero
lo más cargante es que lo usa adosándoselo al marxismo y, así, leemos: “los textos canónicos del marxismo”
(“Prólogo” a la segunda edición de la Generación
del 50, p. 20); igualmente lo encontramos en la novela Confesiones de Tamara Fiol (2009), ahí la protagonista dice:“…
volvamos a tu pregunta sobre mis lecturas marxistas. No fui una gran estudiosa.
Te digo, sin embargo, que leí los textos fundamentales. Los textos canónicos, como los llamaba
Corso.”(p. 85). Igualmente se la puede leer en la novela Una
pasión latina (2011: p. 46).Tanto el término “canónico” como
‘desacralizado’ y hasta ‘diablo’ forman parte del léxico teológico, cuyo uso MG
pretende justificar en el libro La
invención novelesca. Primero dice que se hizo ateo, pero –agrega– “ni
siquiera en los años más febriles fui un ateo militante, pues siempre tuve
respeto por los sentimientos religiosos de los demás” (p. 91), y hay que
aclarar aquí que el ser un “ateo militante” no implica fanatismo febril ni
faltar el respeto a los creyentes, es, en todo caso, un respeto a sí mismo, lo
cual sí implica consecuencia y no hacer concesiones a la ideología teísta, como
eso de poner al “diablo” en el título de un libro, y pretender justificarlo
como parte de una utilería retórica, dice MG: “Por eso en mi desván retórico
–temas, motivos, metáforas– las alusiones al universo de la religión son considerables.”Por último, como dice Harold Bloom: “Esa
literatura, la canónica, que parece agonizar, es fundamental conocerla si
queremos aprender a oír, a ver, a pensar… a sentir…”. “Harold Bloom:
Canonizador”, en: Mediaisla, Revista
digital. 26-11-2011.
Es
decir, hay una limitación en esa postura crítica que, al parecer, MG no
percibe, puesto que, por más ecuménico que el emisor pretenda ser, no todos los
receptores recibirán su mensaje con la misma desaprensión. Con mayor razón si
se ofrece con un carácter especial, personal, hedonista, que no todos tienen porqué compartir; es decir, no todos
estarán de acuerdo con el hedonismo, ni todos tienen que coincidir con los
gustos personales del emisor. Y muchos se pondrán a la defensiva al buscar
explicarse el término ‘desacralizado’, y se preguntarán: ¿qué es aquello que se
está desacralizando?, ¿es a la literatura a la que se le está despojando su
carácter sacro?, ¿o se alude al abandono de una concepción ideológica
preexistente, y que ya no existe más y por eso dice que la ha desacralizado?,
sin percatarse que esa desacralización tiene un cierto tufillo a “ideología
metafísica”, pues el vacío ideológico es a su vez una forma de ideologización.
Como
se ve, MG siempre ha sostenido esa posición defensora del esteticismo y el
hedonismo, velada por una prédica maximalista en el plano político, que él
hiciera explícita en sus primeros escritos. Pero en los últimos años y,
específicamente, desde fines de la década de los noventa del siglo pasado, su
maximalismo político decayó (hasta la apostasía), y entonces, en el plano
literario se quedó con el hedonismo que siempre mantuvo, y este, en la
actualidad, hace pareja con su minimalismo político. Y decimos que es un
hedonismo que estuvo siempre presente, porque él mismo así lo declara: “… he conferido más peso a la línea del placer
que toda obra válida suscita, he
acentuado cierto espíritu heterodoxo que
siempre estuvo en mí” (El pacto con
el diablo, 2007, p. 16).[6]
Y
una de las manifestaciones que explicita mejor esa abierta adopción del
esteticismo con menoscabo de su ortodoxia política primigenia es su relación
con el tema “Mario Vargas Llosa”. En su primer libro de ensayo, LG50 (primera edición), en el que adopta
–en términos generales– una posición política maximalista, la obra de Mario
Vargas (MV) es analizada con equidad. Ahí releva sus méritos como novelista,
pero también deslinda con él respecto de sus posiciones reaccionarias,
aplicando el criterio de ecuanimidad de la crítica literaria marxista
desarrollado por José Carlos Mariátegui en su ensayo “El proceso de la
literatura”; el actuar así –dice el Amauta: “no quiere decir que considere el
fenómeno literario o artístico desde puntos de vista extra-estéticos, sino que
mi concepción estética se unimisma, en la intimidad de mi conciencia, con mis
concepciones morales, políticas y religiosas, y que, sin dejar de ser
concepción estrictamente estética, no puede operar independientemente o
diversamente”. Voy a poner un ejemplo de esa ecuanimidad relevada, con lo dicho
por MG en el ensayo referido:
En el
plano retórico –con justicia– se ha relievado en VLl la numerosa gama de
recursos técnicos que emplea, tomados (pero renovándolos) de la tradición
novelesca, en especial de las novelas de caballería, de la novela contemporánea
y de otras artes, en particular del cine. [LG50,
p. 154].La prueba de fuego para todo novelista consiste en la creación de
personajes. […] Paradójicamente, el personaje más humano y desgarrado y casi
trágico creado por nuestro autor [Mario Vargas] es el protagonista de esa
novela tendenciosa (como veremos luego) titulada Historia de Mayta, que con justicia se merecía una novela mejor
(Silva Tuesta), menos repulsiva (MG). [op. cit., pp. 156-157. Los paréntesis de
esta cita son de MG. Los corchetes son míos. No se pierda de vista la
calificación de “repulsiva” que hace MG de esta novela].
Y, en
efecto, más adelante, de la novela Historia
de Mayta dice lo siguiente–que citamos en extenso:
A partir
de la década del 70, con el anhelante, eufórico y no obstante angustioso cambio
de sus posiciones políticas, VLl viene arreglando cuentas, vengándose de los
llamados intelectuales progresistas (algunos de ellos, ex-compañeros de
juventud) y de la “izquierda” peruana. La serie de artículos reunidos bajo el
título de “El intelectual barato”, donde expone comportamientos reales desde el
laberinto de una conciencia rencorosa (es como si les dijera: ustedes
oportunistas del carajo son peores que yo, pues por lo menos yo no escondo mi
posición y soy consecuente con mi anticomunismo) constituye la prefiguración de
la más tendenciosa de sus novelas, Historia
de Mayta, donde el autor transgrede su filiación flaubertiana de ser total,
imparcial y objetivo en la revelación de un mundo. Historia de Mayta no es una novela repulsiva, sucia, porque VLl
haya hecho de Mayta, del más abnegado entre los “revolucionarios” un homosexual
(quizá a pesar de su autor, Mayta es uno de los personajes que ha logrado
plasmar mejor literariamente), sino porque su galopante y vertiginoso anticomunismo
lo ha llevado a presentar al conjunto de la “izquierda” peruana, como una
cáfila de sujetos oportunistas, mercenarios, cínicos. En realidad, estos
sujetos existen –el Parlamento nos los muestra diariamente–, sólo que no son
revolucionarios sino reformistas o claudicantes de la revolución o burócratas
de los revisionismos de nuestro tiempo”. (Ibídem,
pp. 158-159).
Pero
–contrariamente a lo aseverado ahí– se puede decir que no es por esa incisión
(relativamente acertada) hecha por MG que la novela aludida es ‘repulsiva y
sucia’; también lo es –y con mayor razón– porque al hacer “del más abnegado
entre los ‘revolucionarios’ [Mayta] un homosexual” la intención de MV fue
vilipendiar a los revolucionarios (sin comillas), hecho este que MG descarta
como elemento principal de lo repulsivo y sucio de la novela, y, más bien, la
‘presentación devaluada de los revolucionarios (con comillas)’ y ‘de la
izquierda’ (también con comillas), no hace que la novela sea sucia y repulsiva;
lo que hace es resaltar su aspecto retrógrado y reaccionario, y esto, en todo
caso, a quien vuelve repulsivo es al
propio MV, no a la novela.
Con
todo, la disección hecha por MG de la novela en cuestión muestra –en el ensayo
acotado– la actitud ecuánime relevada supra. Sin embargo, una apreciación
distinta –y distante– de la anterior se pone de manifiesto en la novela Confesiones de Tamara Fiol (2009), en la
que prefiere destacar los valores artísticos del libro en cuestión, pasando por
alto las intenciones reaccionarias ostensibles, la mala leche de MV en su afán de desprestigiar a los luchadores
sociales; y aun cuando es una apreciación puesta en el magín del narrador, bien
se sabe que de esta responsabilidad no se puede –muy alegremente– exonerar al
autor, dice:
De Vargas Llosa me recomendaron leer Historia de Mayta. Es un libro que
detesta Muriel (como lo detesta, según he sabido, toda la izquierda peruana),
pues según ella, a través de Mayta, el protagonista del libro (presentado como
un homosexual irredento), se difama y degrada a los combatientes sociales y
revolucionarios del Perú. A mí me pareció una novela eficaz por su composición
y Mayta, más allá de su condición de militante trotskista, es un personaje
literario logrado que me inspiró no exactamente simpatía pero sí piedad humana (pp.
379-380).
Y
en esta cita hay varias incongruencias. En principio, se percibe la intención
de marcar distancia respecto de “toda la izquierda peruana”, pues “según ella”
(Muriel y la izquierda) “a través de Mayta, el protagonista del libro (…), se
difama y degrada a los combatientes sociales y revolucionarios del Perú”.
Frente a esta aseveración, se espera o adhesión o rechazo: si es que se difama
y degrada o no. Y eso es lo que se espera, pues con la frase siguiente se
empieza enunciando un parecer: “A mí me pareció”; pero, contrariamente, a lo
sostenido por Muriel y la izquierda, que “se difama y degrada a los
combatientes”, el parecer apunta al tópico puramente literario: “A mí me
pareció una novela eficaz por su composición”, e inmediatamente da la impresión
de que el tema político (que es el cuestionado por Muriel y la izquierda) va a
ser ligado al personaje, pues continúa diciendo: “… y Mayta, más allá de su
condición de militante trotskista…”, (militancia que tampoco ha sido
cuestionada en la observación de Muriel o de la izquierda, sino ala ofensa de
su condición de ‘combatiente social y revolucionario’); sin embargo, otra vez
se pasa al tópico puramente literario, y dice: “es un personaje literario
logrado que me inspiró no exactamente simpatía pero sí piedad humana.”
Es
decir, hay una desviación del tema principal: ‘la difamación y degradación de
los combatientes’, para relevar lo específico estético-literario, y, más aún,
llevándolo al plano del humanismo; o sea que el narrador (alter ego del autor)
dice no haber sentido simpatía por su condición de “homosexual irredento”
(obsérvese que se habla de la “redención” de un homosexual, como si se tratase
de una opción moral o confesional, y, en realidad, esa “redención” es poco
común –si no imposible).Pero cuando dice que sí le inspiró “piedad humana”, no
hace sino llevar el tema a la consideración de la falacia ad hominen, pues de ese impromptu
humanista se sigue que devienen “inhumanos” quienes ven en la condición
homosexual de Mayta la difamación y denigración de los combatientes sociales y
revolucionarios, pues no serían capaces de sentir ‘piedad humana’ por un
homosexual así. Cuando el problema (planteado por el mismo MG a través de su
narrador) no es que Mayta sea trotskista u homosexual, el problema es que el
autor de la novela Historia de Mayta,
MV –luego de presentar a su personaje como un dechado de virtudes
revolucionarias– hace que le pida a un joven militante de su partido que lo deje
masturbarlo. Eso es lo denigrante. Cito:
–¿Qué
opinión tiene Moisés del Mayta de entonces? –me pregunta,
mirándome siempre la punta de los
zapatos.
–La de un idealista algo ingenuo –le digo–. La
de un hombre
precipitado, conflictivo, pero revolucionario de pies a cabeza. (p. 100.
Resaltado mío).
(…)
Su cara estaba muy cerca del hombro
desnudo del muchacho. Un olor a piel
humana, fuerte, elemental, se le metió por la nariz y lo mareó. Sus rodillas,
encogidas, rozaban la pierna de Anatolio. En la penumbra, Mayta apenas alcanzaba
a divisar su perfil inmóvil. ¿Tenía los ojos abiertos? Su respiración movía
regularmente su pecho. Despacio, estiró su húmeda mano derecha que temblaba y,
palpando, llegó a su pantalón:
–Déjame
corrértela –murmuró, con voz agonizante, sintiendo que todo su cuerpo ardía–. Déjame, Anatolio. (p.
108).
(…)
–
(…) Estaba contento desde la reunión del Comité. Estaba como si me hubieran
cambiado la sangre, con la idea de pasar por fin a la acción. Estaba, en fin,
tú viste cómo estaba, Anatolio. Fue por eso. La excitación, el entusiasmo. Es
malo, el instinto ciega a la razón. Sentí deseo de tocarte, de acariciarte.
Muchas veces he sentido eso desde que te conozco. Pero siempre me contuve y tú
ni lo notabas. Esta noche no pude. Sé que tú nunca sentirías deseos de dejarte
tocar por mí. Lo más que yo puedo conseguir de alguien como tú, Anatolio, es
que me deje corrérsela. (p. 114).
…
y en la p. 118 se lee:
–Mayta.
–Sí, Anatolio.
El
muchacho no dijo nada, por más que Mayta esperó un buen rato. Lo sentía
respirar ansiosamente. Su cuerpo, indócil, otra vez había empezado a caldearse.
–Duérmete –repitió–. Y, mañana, a
pensar sólo en Jauja, Anatolio.
–Puedes corrérmela, si quieres –lo oyó
susurrar con timidez. Y más bajo aún,
asustado–: Pero nada más que eso, Mayta.
O sea
que la intención de difamar y denigrar al combatiente social y revolucionario,
es de MV. Este era el problema a dilucidar, y no irse por las ramas: la
“izquierda reformista”, la bondad de la novela o la calidad de trotskista o de
homosexual del protagonista. Ninguno de esos tópicos abona a lo sucio y repulsivo de dicha novela, ni
hace que Muriel y los izquierdistas lleguen a la conclusión de que MV con Historia de Mayta ha tenido la intención
de denigrar y difamar al combatiente social y revolucionario. Porque los
homosexuales y los trotskistas no están impedidos de participar en la
revolución, pero sí de degenerarla si utilizan a esta para vehicular oscuras
pulsiones, que es lo que subliminalmente sugiere MV con la acción, citada, de
Mayta en dicha novela.
La
inclinación esteticista, formalista, con desmedro de la tendencia opuesta,
realista y clasista, es lo que ha hecho que MG lime las asperezas de su
apreciación primigenia sobre MV, pasando a hacerle concesiones respecto de sus
concepciones políticas, anteponiendo su “excelencia formal”. Ello le ha
permitido prodigarle una serie de ditirambos que llegaron a tener su clímax al
anunciarse el otorgamiento del premio Nobel; en esa ocasión, dijo:
Más allá de mis discrepancias ideológico-políticas, siempre en mis
escritos consideré a Mario Vargas Llosa
el primero entre los novelistas vivos del Perú y como un notable ensayista.
Hoy, sin ninguna reserva, lo saludo y le envío mis felicitaciones. Como pocos
escritores en el mundo, merece el Premio Nobel por su gran talento, por su
excepcional disciplina de trabajo y por la constancia de una obra que ha venido
construyendo a lo largo de más de 50 años. Una obra ficcional y ensayística en
la que, de acuerdo con sus propios principios, se dan la mano su preocupación
por el Perú, por el destino de todos los pueblos del mundo y por el futuro de
la humanidad. (Declaración dada al blog Socialismo Peruano Amauta.)[7]
Eso de
que MV tenga “preocupación por el Perú” del mismo modo como la tiene “por el destino de todos los pueblos del mundo y por el
futuro de la humanidad” es poco menos que una falacia, cuando a nadie
escapa que sus inclinaciones y afectos son favorables a las clases que detentan
el poder neoliberal en el Perú y el mundo, poder este que desde ningún punto de
vista es favorable –sino todo lo contrario– ‘al destino de los pueblos del
mundo y al futuro de la humanidad’; y, por otro lado, suena a tautología (y a
derramar incienso) eso de insistir en las bondades literario-formales de un
autor. Y en el caso de MG, en relación con MV, es poco menos que atosigante.
Cuánta razón tenía J. C. Mariátegui cuando dijo: “No le hacemos ninguna
concesión al criterio generalmente falaz de la tolerancia de las ideas. Para
nosotros hay ideas buenas e ideas malas”, y agrego yo: por más que vengan
ocultas en lustrosos envoltorios o en “papel regalo”.
Pero
si hasta aquí he presentado los extremos temporales de la relación planteada,
esta se puede rastrear también en estadios intermedios. En el libro Los Andes en la novela peruana actual
(1999) se puede ver uno de los tantos panegíricos que, en los últimos años, MG
le ha prodigado a MV. Refiriéndose a La
utopía arcaica. José María Arguedas y las ficciones del indigenismo, dice
que es un “ensayo apasionante, irritante y polémico, de lectura ágil, que
demuestra una vez más el gran ensayista que también es VLl”. Por eso no extraña
que concluya la “Presentación” del referido libro, señalando que su trabajo “al
fin y al cabo constituye un testimonio de simpatías y gratitud por los autores
de mis ficciones favoritas, sin las
cuales la vida me hubiera resultado de un aburrimiento insoportable.”
Expresión esta última casi mimética de esta otra de MV cuando dice que la
lectura de Víctor Hugo (durante su estancia estudiantil en el colegio militar
“Leoncio Prado”) “Era un gran refugio (…): la vida espléndida de la ficción daba fuerzas para soportar la
vida verdadera. Pero la riqueza de la literatura hacía también que la
realidad real se empobreciera.”[8] Es la ilusión obcecada que algunos hombres tienen
de su propia visión del mundo, de pensar que lo que se conoce del mundo es el mundo, como lo sugiere la parábola
de la rana que piensa que el cielo tiene el tamaño de la boca del pozo en que
ella se encuentra. Esa ilusión la explicó, magistralmente, Albert Einstein
cuando dijo que “Toda nuestra ciencia, comparada con la realidad, es primitiva
e infantil... y sin embargo es lo más preciado que tenemos.” Y esa
magnificación de nuestras limitaciones es así explicable y hasta justificable,
pero no por eso habremos de deificarla, no debe ser convertida en un fetiche.
Es
decir: ¡que el arte está por encima de la vida!, ¿puede imaginarse una
expresión más metafísica? Obviamente, la mentalidad desacralizada de MG no
admite lo contrario: que la vida sea el único “arte interminable” y, por lo
tanto, que ella es la única que impide cualquier aburrimiento. El hecho mismo
de que la vida permita producir –a partir de ella, y no de ninguna fatamorgana–
nuevas ficciones (incluso sin que existan las ficciones que pudieran hacer
superar un aburrimiento momentáneo), ya es una demostración incontrovertible de
su preeminencia sobre cualquier ficción, porque es de la vida que surge
cualquier ficción, y creer, pensar o “inventar” que ocurre lo contrario es un
absurdo.
Pero
es, a partir del año 2007 –para mayor precisión– y con la publicación del libro
El pacto con el diablo, que MG, en
relación con el tema “Mario Vargas”, ha pasado a ser más concesivo. Es ahí
donde resalta sus valores formales, disculpando incluso sus ideas retrógradas; dice: “En cuanto a mí, creo que
Vargas Llosa es un gran novelista y un
ensayista notable, irritante muchas veces por las ideas que defiende, pero siempre deleitable por su escritura.”
(p. 15. Cursiva mía). Y es, a todas luces, esta última la posición asumida por
el “último MG”. Pero el adherir a esta concepción esteticista (con el
expediente ya esgrimido de la “ecuanimidad lectora”) lo lleva a suponer que
quienes critican desfavorablemente a las obras de MV resultan ser
“intelectuales mediocres y sobre todo oportunistas que encontraron en el cambio
ideológico del autor de La guerra del fin
del mundo, la coartada perfecta para ocultar pasiones subalternas como los
(sic: “las”, porque trata de “pasiones”) de la mezquindad y la envidia.”
(Ibíd.). Y la misma aprehensión o intolerancia contra las críticas adversas la
aplica MG a su propio caso. En el “Prólogo” a la segunda edición de La Generación del 50 (2008), dice:
… los ataques se tornaron más
virulentos cada vez que yo publicaba una nueva novela o un nuevo libro de
ensayos, lo cual me permite conjeturar que los ataques al libro y a mi persona
no respondieron (por lo menos, no de manera exclusiva) a motivaciones de orden
político o ideológico, sino que tuvieron que ver con los deleites que procuran
las oscuras pasiones del alma, esa dimensión defectiva de la condición humana
(pp. 15-16).
Y, asimismo, en la novela Una pasión latina (2011) emplea la misma
“catilinaria”:
… los críticos de izquierda se
sumaron al ataque, aunque se centraron en
demostrar las contradicciones ideológicas en que incurría Correa, señalando su
caída libre hacia el lodazal de la peor novela burguesa. Esas críticas
negativas le parecieron previsibles, razonables incluso, pero consideró el
ensañamiento como una manifestación de la perfidia humana. (p. 36).
Y lo torcido del juicio, visto
supra, que a esos “intelectuales mediocres” se les está atribuyendo el haberle
mezquinado a MV su calidad artística, es que esa atribución tiene que
demostrarse con ejemplos, indicar quiénes son los que actuaron así, pues
también hay intelectuales que, reconociendo esa calidad literaria (sin hacerla
reiterativa), critican su concepción ideológica no sólo política, sino total,
que incluye la concepción estética. Es, pues, una “apresurada crítica”, que MG
hace a los “censores de Mario Vargas” y, por extensión, del esteticismo, y
parece que ha hecho carne en él, ya que en un libro publicado en el año 2011, La cabeza y los pies de la dialéctica,
vuelve a decir lo mismo, y con similar virulencia:
… desde la muerte de Mariátegui
existía un gran vacío en los estudios y la crítica de filiación marxista. Salvo
encomiables excepciones, como algunos trabajos de Manuel Baquerizo, la crítica
marxista, o la que se hacía pasar por tal, tenía un carácter dogmático y
panfletario que revelaba incomprensión frente al hecho literario en sí mismo y
desprecio por la labor de los escritores dedicados a la creación literaria (p.
15).
Obsérvese que pone el ejemplo
positivo (Manuel Baquerizo), mas no hace lo mismo con los que denigra como
‘dogmáticos, panfletarios y hasta poco inteligentes y despóticos’, es decir,
calificativos que debieran usarse contra los enemigos de clase, y no con
quienes se ubican en el seno del pueblo, aunque se tenga discrepancia con
ellos. No obstante todo lo dicho, he llegado a pensar que la apreciación de MG
aplicada a la obra de MV fuera plenamente válida, si con ella no estuviera, de
paso, restringiendo valor a la obra de autores que se ubican en la tendencia
del realismo clasista, pues de éstos dice, por ejemplo: “… la poesía social de
Romualdo, como la del primer Rose[9],
la de Scorza, la de Valcárcel, sin contar la de los epígonos, resulta
insuficiente, limitada (…) En cualquier forma se trata de una poesía poco
dialéctica, demasiado pasional y tal vez candorosa…” (LG50, p. 76). Nótese la contradicción en que se ve envuelto MG
si se coteja lo expresado en 1988 (La
generación…) con lo que ya hemos visto en la cita de La cabeza y los pies…: “Sin contar con los epígonos” dice;
o sea que si los poetas mencionados (Rose, Romualdo, Scorza, Valcárcel) son,
para él, poetas menores; “los epígonos”, prácticamente, no son poetas. Y todo esto lo dice alguien que en el 2011 acusará a
los críticos peruanos marxistas de los sesenta o setenta de ser ‘dogmáticos,
panfletarios, poco inteligentes’ y, además, despóticos,
pues revelaban “desprecio por la labor de los escritores dedicados a la
creación literaria” (Ver cita supra. ¡Pobres epígonos!)
Con este ejemplo de involución
ideológica (detectada en las convicciones de MG) queremos destacar la
ecuanimidad que debe primar en todo lector crítico. Porque no se trata de creer
o hacer creer que todos los críticos
realistas tienen la misma fisonomía que MG (y, por extensión, el
formalismo) les endosa. Más bien, por lo expuesto, se puede llegar a la
conclusión de que la oposición primigenia que se pudo vislumbrar en la primera
observación que MG adoptó respecto de MV, como su antípoda, con el giro que
dio, a partir de los últimos años de la década de los noventa del siglo pasado,
hadevenido en isópoda, por la reiterada relevancia de sus “bondades artísticas”
y la, también insistente, exoneración o minimización de sus
concepciones reaccionarias. De esa observación de MG resultaría que la única
dimensión relevante de la literatura es la estética.
Con este tipo de crítica hedonista o
de un solo canon se da una situación de desventaja en relación con los poetas
de las clases que luchan contra el sistema capitalista (incluida su poética),
si a todos se los incluye en una sola “literatura peruana” para ser valorada
con un solo canon estético; porque –como decía Aristóteles, citado por Marx–
“todo arte que tiene su objeto en sí mismo [que es el caso de la llamada ‘poesía
pura o formalista’] puede considerarse infinito en su ambición, ya que trata de
aproximarse cada vez más a dicho fin, a diferencia de las artes cuyo objeto
exterior [que es el caso de la llamada ‘poesía social o realista’] se alcanza
enseguida”, y Marx agrega: ‘Por haber confundido ambas expresiones artísticas,
algunos han creído erróneamente que la elaboración formal y su incrementación
hasta el infinito son el objetivo final del arte’.[10]
Esa sola diferencia, que se da sin duda en la literatura de toda nación, es
decir la separación entre la inmanencia y la trascendencia, entre el formalismo
y el realismo, obliga a estudiar a los autores como integrantes de literaturas
también diferentes, “no discutamos el acierto de sus
tentativas”–recomendaba Mariátegui, filiemos su existencia, marquemos su
independencia, no los encerremos en un coto de caza para ser avizorados como
piezas de exhibición por su “mejor estampa”. Que cada quien sepa ofrecer lo que
mejor sepa hacer. Y que cada receptor responda según su real saber y de acuerdo
con sus expectativas o esperanzas. Concluyo citando al filósofo mexicano
Enrique Dussel, quien –como ya hiciéramos ver–, desde la filosofía, plantea un
diálogo con el “pensamiento eurocentrista”, y sobre el particular dice:
La filosofía
moderna europea [la poesía moderna europea[11]]
aparecerá a sus propios ojos, entonces, y a los de las comunidades de
intelectuales de un mundo colonial en extrema postración, paralizado
filosóficamente [poéticamente], como la filosofía
universal [la poesía universal]. Situada geopolítica, económica y
culturalmente en el centro,
manipulará desde ese espacio privilegiado la
información de todas las culturas periféricas. Estas culturas periféricas,
ligadas al centro y desconectadas entre ellas (es decir, la única relación
existente se daba del Sur colonial al Norte metropolitano europeo, sin
conexiones Sur-Sur), transcurrirán por la Edad de la Modernidad europea
cultivando un desprecio creciente por lo propio, desde el olvido de sus propias
tradiciones y confundiendo el alto desarrollo producto de la Revolución
Industrial en Europa con la verdad
universal de su discurso, tanto por sus contenidos como por sus métodos.
[…] El eurocentrismo filosófico [poético], entonces, tiene una supuesta
pretensión de universalidad siendo en
verdad una filosofía [una poesía] particular,
que en muchos aspectos puede ser subsumida por otras tradiciones. Es sabido que
toda cultura es etnocéntrica, pero la cultura europea fue la primera cuyo
etnocentrismo fue mundial […]. Pero esa pretensión
termina cuando los filósofos [poetas] de las otras tradiciones
filosófico[poético]-culturales toman conciencia de su propia historia
filosófica [poética], y del valor situado de las mismas. [op. cit., pp. 33-35.
Los paréntesis y cursivas del autor citado. Los corchetes, míos].
[1] El
signo ‘sic’ destaca que se está refiriendo “al área”, que es sustantivo
femenino, y no a “Occidente” que es parte de la frase adjetival “de Occidente”,
por lo tanto, ha debido decir: ‘de la cual’ y no “del cual”.
[2]Enrique
Dussel, “Una nueva edad en la historia de la filosofía: El diálogo mundial
entre tradiciones filosóficas”, en: Varios, Filosofía,
historia de las ideas e ideología en América Latina y el Caribe, México:
UNAM, 2011, p. 41. (Los paréntesis y cursivas del autor. Los corchetes, míos).
[4]La generación del 50(LG50),“Prólogo” a la primera edición, p.
17. No se pierda de vista que este prólogo es suprimido en la segunda edición.
[5]“Canónico”, es aquello
que existe con arreglo a los sagrados cánones y
demás disposiciones eclesiásticas.
[6]Las
negritas y cursivas son mías. No se pierda de vista el mensaje sesgado de la
expresión“la línea del placer que toda obra válida suscita”, pues de ella se
infiere que aquellas obras que no siguen esa línea de placer ‘no son válidas’.
[7] Si MV,
a propósito del Nobel, ha recibido miles de congratulaciones y reconocimientos
(de personas e instituciones, y algunas personas adquieren el estatus de
instituciones), ¿era imprescindible que lo hiciera MG, o es que él ha sentido
la obligación de hacerlo porque también ya se siente una ‘institución
literaria’?
[8]Mario
Vargas Llosa, La tentación de lo
imposible, Lima, Alfaguara, 2004, p. 15.
[9]Y bien
se sabe que el “último Rose” es el que incursionó en la tendencia formalista,
como ocurrió con el “primer Romualdo” o con el Valcárcel de Confíndel tiempo y de la rosa, lo cual
confirma la idea planteada al comienzo: que MG tiende a la unificación de sus
apreciaciones (salvo en el caso de Rose, en que ha hecho la disyunción). Si
dentro de la obra de los mismos poetas hay momentos contrarios, con mayor razón
deberá esperarse que esto ocurra entre poetas que asumen diferentes
concepciones clasistas.
[10] Carlos
Marx, El Capital, Madrid, EDAF, 1972,
t. 1, p. 157. La conclusión de Marx en el original se refiere a la economía,
por eso hemos hecho una paráfrasis para adecuarla al arte y, por extensión, a
la poesía.
[11]En una
nota de presentación al libro de Henri Brémond, La poesía pura (del que era, a su vez, traductor) Julio Cortázar
llama a “Baudelaire, padre de la poesía francesa moderna” (Buenos Aires, Argos,
1947, solapa del libro). Ese calificativo lo he visto repetido, varias veces,
pero yuxtapuesto a toda la poesía de Occidente. Y aunque Nuestra América sea
tributaria de esa vertiente, no debe aceptarse, de buenas a primeras, dicha
calificación como universal y excluyentemente válida para
toda su poesía.
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