Morropón: lo negro y lo mestizo. Ámbitos y Personajes en la Narrativa Regional y
Nacional.
Roque
Ramírez Cueva.
Desde
tiempos del coloniaje, por la feracidad de sus suelos, el valle de Morropón ha
sido codiciado por latifundistas nativos e invasores. Otrora ubérrima hacienda
de caña de azúcar y algodón refugió en su seno a miles de manos negras
secuestradas del continente africano, las cuales fueron esclavizadas para
reemplazar la mano de obra indígena que escaseaba, gracias al genocidio
cometido por los socios de la conquista, su soldadesca, sus frailes que compartieron sin inmutarse
tal empresa –no se debe olvidar la extirpación de idolatrías.
Con el paso del tiempo estos hijos de los
pueblos africanos lentamente se fueron aproximando al nuestro, formado por
familias nativas indias y mestizas –primer medio siglo de la emancipación. Así
se interrelacionaron sus raíces étnicas y culturales con las heredadas del
conquistador colonialista y, por supuesto, con las del ancestral ayllu andino.
De este connubio donde la etnia negra impuso la resistencia genética de su
estirpe sobre la del blanco esclavista, y del escarceo amatorio con lo indio se
generaría la idiosincrasia de las gentes y cultura morropanas (1) *
Pueblo altivo que enarbola sin sonrojos,
más bien con justa soberbia su cuño y estirpe mestizos que sintetizaremos en la
frase: de Morropón sin moros y sin Santiagos mata indios o mata negros. No otra
cosa predominante fueron los invasores europeos en nuestra nación. El
regionalismo de los morropanos (entendiendo como región a una peculiar
parcialidad de territorio) arraigado no cede ni concede ante lo similar con
pueblos vecinos del espacio piurano. Asunto que, en opinión nuestra, es válido
(aparte de las comprensibles rivalidades chauvinistas) si observamos, como ya
se viene destacando, que el genotipo de sus gentes (zambo, mulato, sacalagua,
etc.) poco se identifican con los otros caseríos y poblados de la provincia, a
excepción de poblados menores como Bigote, La Pilca, Pabur, Yapatera,
Talandracas, Chapica, Batanes. Los cuales, además, se hallan en ámbito muy
cercanos a Morropón, y pertenecen a su jurisdicción provincial.
No obstante, aun a riesgo de entenderse
como disforzado, morropón es también la población y territorios andinos de
Santa Catalina, Santo Domingo y Chalaco, a pesar de la convivencia racista
entre costeños y andinos. A las pariciones y depuraciones genéticas, de manera
sencilla podemos decir ni costeños ni andinos, es importante sumar el habitad
de su ecosistema. La región está enclavada entre los contrafuertes
cordilleranos y las nacientes llanuras de la chala. Desde estos contextos han
surgido sus manifestaciones culturales que han aportado, al conjunto nacional,
la música y danza del tondero, los
tristes, el baile de pie de tierra y parte, lean bien, digo parte de la poesía
popular coplera que se elabora y crea en todo pueblo campesino del departamento
de Piura, la cual conocemos con el nombre especifico de cumanana.
Esta particular fisonomía de su gente, la
fertilidad y aspereza de sus paisajes, sus cantos y bailes han sido captados
por el trazo ficticio y verosímil de la creación narrativa no sólo regional,
también nacional. Entre otros escritores, las plumas de Enrique López Albújar,
de Estuardo Cornejo Agurto, de Francisco Vegas Seminario, de Miguel Gutiérrez
Correa, de Cromwell Jara, de Carlos Espinoza, de Antolín Castillo
etc., han recreado el paisaje de Morropón,
a sus mujeres y varones, a sus dialectos, terrígenas en esencia. Hay una
nueva aparición de narradores que también esbozan, en sus cuentos, por ahora, lo negro
y mestizo del ámbito regional ya mencionado. (2)
En el año 1928 se publica Matalaché, su autor López Albújar
introduce en su narrativa la poesía popular conocida en Piura como cumanana.
Este dato no dice nada si se le aisla del contexto temático de estas líneas
indagatorias. Matalaché es una obra
que narra los amoríos entre el personaje principal, un negro esclavo, llamado
José Manuel y su blanca patrona llamada María Luz, teniendo como escenario la
antagonista convivencia entre los amos latifundistas y el campesinado negro,
cuando no mestizo. La creación y estructuración de estos personajes han sido
construidas por López Albújar en base a las experiencias obtenidas en su
estancia en Morropón durante su adolescencia y juventud.
Si bien Matalaché es, según Cornejo Polar –lo cual suscribimos- una novela
de tesis (3) en la cual se propone hacer una denuncia que golpee –sólo se
muestra clamorosa- al sistema esclavizante en que se mantuvo a los
esclavizados, no se evita tratar a los personajes con cierta ojeriza
monomaníaca, pues, en la novela se asigna, dice Milagros Carazas, “…con
frecuencia la bestialidad, la rijosidad, el onanismo de los esclavos como si
fueran marcas de su raza y condición social”. Condición social que no se
considera en la novela, los negros esclavizados no son situados dentro de una
clase social, sino identificados por su condición étnica. “La idea es
atribuirle al sujeto afroperuano –dice Carazas- una identidad primitiva o si se
quiere salvaje, a partir de su sexualidad, apariencia física y estado natural”
(4). Ello permite plantear una dicotomía cultura-ideología puesta en juego por el autor, visiones
confrontadas además en la estructura social de la novela (naturaleza-cultura).
J.C. Mariátegui lo adelantó: “La Literatura de López Albújar quiere ser, sobre
todo,naturalista y analítica /…el rasgo esencial…es su criticismo.” (p. 337)*
Estos modos de vida, los ásperos roces
sociales, el agreste y cautivador panorama del paisaje ya se percibían por
antelado, testimonialmente, desde el año 1924 en su primer libro Mi Casona. Al respecto, los biógrafos
insisten en que López Albújar siente en los campos de Morropón, lo
agreste del paisaje, sus candentes terrales, los ardientes rayos de sol y la soledad de la extensa llanura, por un
lado; y por otro, dejan entrever que
estos ámbitos se harían notar en su carácter incisivo, altivo, fragoso. Tal
como el propio autor se autodescribe en Mi
Casona. En Matalaché, los negros
son los protagonistas de la narración.
Una tercera obra, donde se bosqueja parte de lo negro y mestizo
en Morropón se titula Los Caballeros del
Delito, en esta López Albújar hace una crónica de los bandoleros románticos
o sociales en sus correrías por breñas y dunas del valle morropano que se
extienden más allá de sus límites jurisdiccionales hasta Lambayeque, lanzados a
su aventura romántica justiciera. Así, por ahí, cerca al Cerro “Pelado” nos
muestra al Negro “Lindo” Arce; a la Rosa Ruidías, oriunda de la región; al
émulo de Luis Pardo, el “negro” Alama (Froilán); al Toro Mazote, a la Rosa
Palma, compañera de acciones de la Ruidías, etc. Sin embargo López Albújar
muestra en su obra sus prejuicios de Juez, “… la condición del delincuente, por
lo general indio, analfabeto y semi civilizado” (5)
Después de López Albújar viene otro
narrador importante para Piura. En la década de 1951-60 publica sus primeros
cuentos Francisco Vegas Seminario, en sus libros Entre Algarrobos y Chicha, Sol y Sangre. En algunos de los
relatos aborda parcial o circunstancialmente los ámbitos y personajes de
morropón, los individuos que aparecen lo hacen de manera esporádica, a veces
son menos que secundarios. Tal sucede en los cuentos “Las orejas de Centurión”
y en “El primogénito de los Godos”, donde se mencionan los tristes andinos
(coplas) y tonderos cantados y bailados por los “zambos de Morropón”.
Vegas Seminario, autor de Taita Yoveraqué, la más representativa
de sus novelas, describirá lo morropano con mayor detalle y amplitud en
otra titulada Montoneras (6). Obra que trata
de las revueltas y contrarevueltas dadas entre huestes pierolistas y
caceristas, está ambientada en el vasto territorio de lo que hoy son las
provincias de Morropón y Piura, específicamente entre la capital del
departamento, el distrito de Chulucanas, el valle de Morropón y su área andina.
En esta novela de manera abierta, Vegas Seminario grafica algunas señas
características de aquellos parajes, leamos: “…cuando el sol aparecía llameante
y cobreño por los cerros del fondo, regresé en busca del sargento. A esa hora,
sólo niños desharrapados y perros canijos ambulaban por el caserío. La
llamarada solar encendía el púrpura de los tejados y el oro de los carrizos.
Dos halcones evolucionaban en la altura, lagartijas verdosas se desperezaban en
la arena tibia y bandadas de loros surcaban fugazmente el espacio.” (pág. 127).
Un cuadro, digamos, hiperrealista
(tendencia contemporánea de la pintura) que delinea los espacios andinos
(cerros, carrizos, halcones) y costeños
(lagartijas, arena), conjugados por elementos mixtos como sol cobrizo,
tejados púrpura, y bandada de loros. En cambio, el esbozo de sus gentes es
claramente expresivo, aunque intencional y
tendencioso en tanto deja oír más que ecos racistas: “…Mientras los
zambos y negros de Morropón expandían a torrentes su graciosa frivolidad y su
deseo de conquistar mujeres,…” (p.99)
Respecto de cómo configura sus personajes,
además de los originarios de la etnia negra a los mestizos -estos últimos, con
mayor incidencia y con rol protagónico en la narrativa de los años cincuenta en
adelante- en la misma novela se lee:
“…dónde solíamos visitar a una mulata ruiseña y caderona...era el rancho de la
cimarrona (con este remoquete se le conocía…” (p. 25) “…y la frescura
[desvergüenza] de la mujer, le soplé a ésta: ‘sosiégate perra, que no dejas
cantar al señor Castillo” (p.68). Corchete nuestro.
Tal como se lee, la identificación inicua,
de la que venimos hablando líneas atrás, con su condición natural y no con su
situación campesina en el estrato social, persiste en Vegas Seminario (7),
leamos, “…y sólo lo vino a advertir cuando ella intentó enlazarle el cuello con
sus mórbidos brazos, en un arranque fingidamente voluptuoso” (p.68). Aquí se le
suma una característica de simulación a dicho sector social. Aparte que el
complejo intencionado, calificándose como únicos “civilizados”, de los grupos
dominantes igual se reafirma: “…,pero el
campo me atrajo de nuevo y volví para embrutecerme entre individuos iletrados y
semisalvajes” (p.87); visión similar a López Albújar dixit.
Lo que en definitiva no es otra cosa que
rezagos del costumbrismo criollista nostálgico de lo colonial (8); es decir, la
narrativa –escuelas literarias aparte- hasta los años cincuenta heredó estas
ideas, aparte que concuerdan con conceptos lombroseanos. veamos otras páginas:
“Celebran las burlas urticantes de un zambo feo, estevado y largo como una
garrocha” (p. 88) “…estos hombres de instintos primitivos, modales bruscos y
arrebatos incontrolables” (p.89). En una página (Nº 100) de Montoneras, Vegas Seminario presenta a
comuneros de Chalaco, tomando la ciudad de Piura, como una turba ebria,
saqueadora y sembradora del terror. Antes habían sido los héroes de la
resistencia que habían vencido a las huestes chilenas de Lynch en defensa de la
nación. Mas cuando la insurrección se alza contra la clase dominante, según
ésta, se convierten en individuos ya no semi civilizados sino salvajes. Dicho sea de paso, sanbenitos persuasivos que los grupos de poder siempre
utilizaron y utilizan para intentar desprestigiar a las -en la mejor propaganda
del nazi Goebbels- clases populares en sus justas y legítimas reivindicaciones
sociales y políticas.
Olvidábamos mencionar que estas novelas, si
bien tienen sus virtudes, no ofrecen una objetiva representación de los
personajes negros ni tampoco de los mestizos. López Albújar, a pesar de sus
genes negros, no supo entender la problemática del indio, menos la de su etnia
que se supone la conocía desde dentro o muy cercanamente. Su visión, al igual
que la de Vegas Seminario, es exógena muestra a los personajes negros y
mestizos como elementos exóticos de una acuarela costumbrista. De la narrativa
de ambos, rescatamos la temática y el
discurso intencional y contestatario en Cuentos
Andinos Nuevos de López A. y en Taita Yoveraqué de Vegas S.
Sin embargo, estos dos aspectos no son tan
relevantes en el conjunto de su
narrativa, como si lo son las manifestaciones que expresan una ideología que
corresponde a una toma de conciencia enajenada y clasista, por mucho que la
presenten en algunas páginas adornada por medio
de la formalidad del lenguaje a través del cual presentan a los
campesinos agiornados, aceptables, con el mejor de sus semblantes. Es la
posición moderada del funcionario de las élites, educado el juez López
Albújar y diplomático Vegas Seminario, mas es siempre
una visión occidental, extraña a las clases populares si se quiere. Apreciamos,
entonces, en la obra de estos autores, como la alegría y desenvoltura de
comportamientos en los personajes de las clases trabajadoras o populares , es
decir el humor, la quimba, la sonrisa franca y el lenguaje sin tapujos de
mestizos y negros son emulados con el pillaje, la inmoralidad y lumpenería.
En el fondo y después de todo, es una
manera de pensar trasnochado, aún en el siglo XX, tan igual que los personajes
de la patronal latifundista y de toda
laya de hombres de negocios burgueses
que se proponen, además de explotar a los trabajadores menospreciarlos
como un modo de sojuzgamiento. Al respecto, Lukacs (9) dice “La relación entre
el individuo y su situación social (estamento, clase), entre la vida pública y
privada de los hombres, cobra nuevas determinaciones...” (p. 136) Y lo aclara,
“todas [estas concepciones] quieren rebasar, en la representación artística del
hombre de la época, lo meramente individual, que lleva en sí de un modo
inmediato, implícito-inmanente, el momento de la determinación social.”
(p.137). Todo lo anterior, es el punto de vista del misti, dirían en el ande central y sureño; en el norte del país,
decimos que es el modo de pensar del blanco.
Blanco en esta región es el
latifundista o la mayor autoridad civil o militar, epíteto que incorpora al
poder empresarial, industrial y comercial, local o regional. Y blanco, no es una acusación chauvinista
dada por el color de la piel, eso lo saben los campesinos andinos de Piura y
Cajamarca que, aparte de su piel sonrosada, tienen ojos verdes, sarcos y pelo
castaño. (Todo corchete usado en estas
páginas es nuestro).
En otra visión de tratamiento sobre la presentación de los personajes y del
discurso sesgado que se impone a quienes aparecen en condición de trabajadores
agrícolas, se incluyen otros narradores entre mayores y de no lejanas décadas.
Siempre atisbando desde fuera o desde
una posición cercana pero desde concepciones pro burguesas codiciadas, dichos
narradores pretenden develar y mostrar a personajes, digamos, más legítimos,
auténticos, en una vana pretensión de honestidad de los mencionados escritores.
Sin embargo esa legitimidad y honestidad
se ven melladas y vetadas por un quehacer del oficio sustentado gracias a las
propias tareas de investigación -empírica o científica- desarrolladas
previamente por los escritores; así, al procesar, dentro del acto creativo, los datos obtenidos de tercera mano
(documentos, testigos, abuelos, amigos de tertulia o de bohemia) no se muestran
parciales consigo mismo, en la manera de pensar. Al no serlo, el escritor llega
a registrar el punto de vista intencional de su informante, y lo hace
consciente de ello. Aunque pensándolo mejor,
preguntaríamos, ¿No será qué están dando curso a puntos de vista con los
cuales concuerdan? Como dice J.C. Mariátegui(10), “Todo crítico, todo testigo,
cumple consciente o inconscientemente, una misión”.
Hasta las décadas del sesenta y setenta del
siglo pasado, los escritores de muchas de las obras narrativas creadas, que
tratan lo mestizo y negro en Morropón (¿por qué no, también de otras regiones),
no han entendido que -concordando con Lukacs- (11) el arte y la literatura se
“han hecho … comprensible[s] como importante momento de la evolución social de
la humanidad, sin perder por ello su esencia específica.” Es decir, no registraron mediante el realismo
ni con un onirismo abstracto, si se quiere, la circunstancia histórica, salvo
ciertas aproximaciones en un par de cuentos del narrador Víctor Borrero Vargas
(Sullana) –claro que Borrero si muestra desde la prosa dicha circunstancia para
los ámbitos de Talara, en dos novelas –Jijuneta
y Alma Mía, Happening en la milla seis- las cuales narran las luchas de los
sindicalistas petroleros; y Carlos
Espinoza León con El Cacique Blanco.
Los últimos dos párrafos anteriores a éste bien valen para los escritores que a
continuación comentamos: En orden de aparición de publicaciones, tenemos a un
escritor mayor, Estuardo Cornejo Agurto
(12/13), quien en sus relatos reunidos en el libro Horizontes de Sol (1957), presenta a campesinos negros y patrones
mestizos, a los cuales construye desde una experiencia cercana pero de dominio,
igual que los anteriores –López Albújar, Vegas Seminario- su visión es la de alguien de clase media que
intencionalmente busca distinguirse de la clase campesina, lo cual es explícito
en Aldea Encantada (1968). El
adolescente Estuardo creció en la hacienda de Yapatera, observó el antagonismo
entre el patrón latifundista y los campesinos negros y mestizos, sus narradores
testigos están del lado del hacendado como administradores desdeñando a los
peones, por cierto, es un desdén no despectivo, fino, pero el menosprecio esta
allí, aunque en alguna página afloran estigmas atrás señalados: “morenas,
mulatas y mestizas, sobre todo las primeras, de mórbidas caderas, contoneo
isócrono, capaz de incitar…”, “Los
cholos desfilaron cabizbajos, pálidos, medrosos..” (14) . En el cuento Corazón de Otro, presenta a un patrón de
honor y caballero, romanticón, enamorado de una campesina andina, capaz de
vencer el aguijón de la arrechura, canjeándose
por un nimio rol de celestina, terminará apadrinando la boda de la virginal púber. El lector deducirá si
no es postizo el personaje latifundista. Qué hubieron latifundistas cultos, tal
vez, pero ya se sabe la excepción hace la regla. Y estos, si los había, estaban
adscritos al Centro Piurano, institución de las élites latifundistas y
rentistas de Piura (15), lo cual no sucede
con el personaje en mención.
No obstante, Cornejo Agurto tiene el mérito
de recrear a su estilo, las cumananas morropanas (Horizontes de Sol) . En el cuento “Morropón Alto” dice:
“estos cholos, pues, que vez / serían tus trovadores, / y esos que están
por allí / serían tus barredores”; en la narración “Las Guaringas” expresa: “pal tal joven que ha venido / de
Lambayeque en la busca / de remedios pa’ sus ojos / que le dañaron en pleito.”;
y en el relato “otra vez Alama” escribe:
“Arriba dese cerrito / tengo un palo colorau / donde cuelgo mi pañuelo /
cuando estoy enamorau”. Como se nota, el lenguaje de las coplas usado por el
autor no proviene de voces campesinas o populares con su dialecto llano, ni la
estructura es de la cuarteta. Los encabalgamientos no se emplean en la
tradición métrica, son peculiares al
verso libre. No puede, si lo hicieran, decirse que hubo intenciones de innovar, porque en el contexto de la
narración se dice lo contrario, intentar penetrar en el alma popular, lo cual
queda en deseo por lo artificioso en el tratamiento de los planos del lenguaje.
Si se trata de asomarse al alma popular, a
la idiosincrasia del campesino andino y costeño, negro y mestizo lo consigue,
no digamos con legitimidad, si con mayor acierto Carlos Espinoza León (16/17), particularmente
en la expresión fonética que permite diferenciar a un morador del ande como a
uno del llano, en tanto personajes hablantes construidos desde la ficción. Esto
se percibe en sus diversos libros tales como Froilán Alama o El canto del chilalo. Carlos
Espinoza inclusive construye personajes
reales y objetivos en la clase latifundista, el retrato del Pelayos, en su
narración El Cacique Blanco, es
certero en sus expresiones y actitudes perversas y procaces. Desde luego que ha
dado prioridad a la configuración de la altivez y rebeldía anárquica de
sus personajes campesinos como Eusebio
Núnjar, el mismo Froilán Alama, Cátedro Ramírez. Obviamente también es una
concepción del escritor profesor y empleado público, sólo que, abrazando
ideales apristas, diseña con mayor optimismo a las clases campesinas porque sus
narradores se muestran más próximos al punto de vista de dichos trabajadores
agrícolas, en la persona de sus héroes o líderes. Al personaje negro y su cultura, en el Pitingo, le da igual tratamiento, no
hay un epíteto indigno al momento de describirlos, sólo que los excluye de todo
movimiento social, incluso anárquico. A propósito, su talón de Aquiles en
Espinoza León es por paradoja la representación de sólo actos justicieros
anárquicos y no organizados. No hay en su narrativa perfiles de luchas
sindicales, lo cual sería suficiente, según nuestro parecer, para la solidez al tratamiento, desde su narrativa, de lo morropano.
Ya en la década del ochenta, con la
situación de conflicto interno que vive el país, cambia el contexto de nuestra
sociedad, la cual empieza a resquebrajar sus estructuras y desarticular su
engranaje social, precipitándose a un período de decadencia de las clases
políticas dominantes y gran parte de las dominadas, esto ya en la década del
noventa. En tales circunstancias a los escritores no les quedaba otra que,
afirma Miguel Gutiérrez (18) “imaginar historias que sean capaces de recrear,
en la forma que sólo la ficción novelesca puede hacerlo, la atmósfera cruel, perversa y mediocre que
imperó en el Perú de la última década del siglo XX”; o crear narraciones de
contraparte, intrínsecas, sin dejar de ser verosímiles, que pueden tomar datos de fuentes reales para
enfatizar en “subjetividades patéticas” (19) y, así, eludir historias y temas
trascendentales, optando por lo singular anodino o grotesco de una
particularidad artística que se desinteresa de la universalidad, que no le
interesa imbricarse a dicha universalidad artística, porque sabemos que una y
otra se corresponden. Lukacs (20) lo
explica con certeza: “Todo arte de relieve se enfrenta intensamente con los
grandes problemas de su época, sólo en los períodos de decadencia aparece la
tendencia a evitar esas cuestiones, tendencia que se manifiesta, por una parte,
en la ausencia de verdadera universalidad en las obras y, por otra parte, en la
nuda (sic) [nula o muda] expresión de universalidades no superadas, y
deformadas así y falseadas desde el punto de vista del contenido.” Corchetes
nuestros.
Un logrado y exitoso cuentista, década del
ochenta, de quien a continuación hablamos es Cromwell Jara, particularmente
sobre su conjunto de narraciones Las
Huellas del Puma (21), cuyos relatos
se ambientan en los andes de la provincia de Morropón. En Jara, se tiene que
considerar que sus personajes no son negros, aun con serlo no son siquiera los
campesinos andinos de Santo Domingo,
Chalaco o Santa Catalina de Moza, ámbitos sobre los cuales inserta sus
cuentos del libro mencionado. Esta gente andina, a su modo, también expresa lo
morropano, parte de su prole contribuye al mestizaje del valle y de la
provincia. Los personajes del libro son
seres andinos marginales que conviven
entre los demás habitantes como expósitos del medio, en su idiotez y
esquizofrenia, etc., que se muestran mayormente en actitudes escatológicas, son
seres que deberían ser humanos entrañables, mas se les muestra extraños,
enajenados que ni siquiera expresan un discurso y si lo tienen es igual a su
condición alienable, se les presenta como expulsión de sí mismos, en tanto
seres sociales, no integrables a un entorno social.
Incluso cuando podemos afirmar que sus
personajes, ámbitos e historias no son mera ficción sino parte de una sociedad
“violenta y segregacionista” (22) como el capitalismo neoliberal que los ha
constreñido a esa condición de marginalidad, obviamente, Cromwell Jara ha
optado por lo singular grotesco que enfatiza en subjetividades patéticas (ver
anterior párrafo). En cuanto al plano de los lenguajes, emplea mecanismos
textuales, como la reduplicación de grafías mediante los cuales reproduce la
oralidad de dichos hablantes rurales, lo cual refuerza esa caracterización
escatológica. Como bien dice, Irene López (23), acerca de “Montacerdos”, cuento de otro libro, el texto está “… caracterizado por la degradación, es
decir, la aproximación a lo bajo, representado en su aspecto corporal … la
violación de la madre … el excremento animal y humano”. Lo que nos señala una tendencia en la narrativa de Jara. Él
sabe el espacio, si bien físico mas no
social, adecuado que ha construido para sus personajes segregados de una condición humana, el ser social como clase.
Acerca del tratamiento que da el escritor
Miguel Gutiérrez, a los ámbitos y personajes negros y mestizos de Morropón,
digo que es quien mejor esboza un diseño de ambos elementos, sus personajes son
dinámicos en circunstancias de vorágine social. No son sólo rebeldes –trazados
en base a una visión sociológica fundamentada por el periodista Sanson
Carrasco- sino que otros se insinúan líderes sociales, como los comuneros
Chalacos que invadieron la ciudad de Piura, para enfrentar a los señores
latifundistas. Aparte que, bandoleros y comuneros, se saben provenientes de las
clases populares y que no hay asuntos de venganzas entre patrones y campesinos
sino interés de clase, en Hombres de
Caminos (24) un campesino reclutado por el prefecto, denuncia la masacre
del bandolero Pasión López y de sus huestes desarmados “¿Qué caracho hace un
indio arrancado como yo acompañando en su maldad a un blanco?” (p. 71); y
cuando Piérola y Cáceres proponen un armisticio, “¡Oyeme, blanco ¡ … La guerra
recién empieza para Isidoro Villar. Y me llega (sic) a los compañones Cáceres y
Piérola. Los dos son blancos.” (p. 84); el bandolero Chokeko, reclutado para
traicionar a los suyos, “Paciencia, blanco ¿Es que un negro no puede pensar?
(p. 132); “También pensó Chokeko igual…,
pero se las jugó,…prefería morir entre la gente de su misma condición que a
manos de un blanco.” (p. 182). Ese sentimiento ya cernido en las revueltas
sociales anárquicas y organizadas lo resume el joven Vardelú López hijo de
Pasión el bandolero y nieto de Vardelú el comunero que tomó la ciudad de Piura:
“tiempo es que vuelva a mi comunidad y ayude a mantener viva la llama de la
rebelión, que fue el mejor legado que nos dejaron nuestros padres.” (p. 209).
La ubicación social de cada personaje en el
estrato que le corresponde está definida, se aprecian campesinos ricos “Como
Miguel Rodríguez, Pasión López era…relativamente acomodado, poseía tierras…” y
“Rodolfo Lama Farfán de los Godos simbolizaba…a los terratenientes piuranos que
… habían arrebatado las tierras a la comunidad” (p.42); “Los campesinos feudatarios y la servidumbre
de la casa y los establos salieron a dar la bienvenida al patrón.” (p. 43).
Isidoro Villar, protagonista principal, al igual que los otros bandoleros
también viene de campesinos ricos que en lugar de aliarse con los
terratenientes se les oponen antagónicamente, tras ellos están los comuneros,
los ciegos caminantes, los poblanos. Aparece también un sector social de clase
media y pequeña burguesía: Sanson Carrasco e Hipólito Estrada, periodistas, el
teniente Nunura, los curas, los administradores de hacienda Olavarría y un
alemán, los jueces y fiscales se acomodan según conveniencia, unos aceptando
las acciones expoliadoras y punitivas del patrón latifundista; los otros,
confrontándolo o cuestionándolo.
Ahora, el tratamiento a los personajes
además es horizontal y objetivo, se muestran las aversiones, las empatías, los
racismos, vituperaciones o cortesías, los prejuicios, las simpatías y
sinceridades que se manifiestan entre uno y otro lado de los diferentes
estratos sociales; es decir, no se presenta una sola visión sino diversas según
el punto de vista de los narradores, de los personajes. Veamos las empatías,
“El hombre…me pareció un mulato claro, de facciones finas y viriles.”(p.46);
“Era un hombre esbelto, recio y más que de talla mediana.”(p.47); “…las mujeres
advierten…que Carmen Domador se había convertido en un mozo de una belleza
viril irresistible.” (p. 50); “El color del bien labrado rostro corresponde al
de un mulato claro, muy claro, ojos castaños,…cabellera lacia…sangre
indígena.”(p.53). De una hacendada se dice “…mujer excepcional por su
temperamento y orgullo aristocrático y por la violencia de sus pasiones.//…,la
suntuosa dama…debo reconocer que hasta las vulgaridades y groserías eran
pronunciadas con un toque de elegancia y distinción.” (pp. 75,76); y por el
lado de la otra orilla, refiriéndose a la campesina Primorosa Villar, “Nunca
mis ojos vieron mujer más hermosa. Sólo puedo compararla a la belleza de las
dunas cuando el sol las tiñe de oro…” (p. 121); o sino “Todas las morenas eran
jóvenes, muchachonas y de buen ver…había una de una sazón especial. Se llamaba
Artemisa” (p. 146)
Prejuicios y racismos, “Serranos
pestíferos, con piques en los dedos de las patas y piojos y liendres en la
cabeza”(p. 94); “…las cualidades sexuales de las negras y mulatas. ¡Y…aquel
olorcillo!...algo abombado…cachondísimo.”(p.95); “Lindura, Chokeko ¿seres
humanos…?...¡Indios! ¡Negros! ¡Bestias, Rudolf!(p. 131); “…órdenes de un indio
piquiento patas con queso…el tal Moro no es un indio piojoso sino un
moreno…reciba órdenes de un negro
jetón…”(p. 172); “…más paisanaje nos seguían (sic). ¿Paisanaje Nunura? Quiero
decir indios, cholos, negros…pero de humilde condición.” (p. 174). Y las
aversiones, “¡Silencio, bestia! ¡Ningún miserable bandolero me va a condenar
por lo que hice o no hice! ¡Soy señor, tu natural señor!/…/ Entonces, blanco
¡ven a hacerme callar!...¡Ven, hijo de mala madre…/ ‘Ah blanco, como te gusta
la sangre, pero que bien, blanco hijo de puta!’. ‘De ti, porquería, se ocupará
lindura’…” (p. 168)
Las simpatías y sinceridades que se dicen
Isidoro Villar y Sansón Carrasco: “Además de odiarlo, lo desprecian. Por el
color de su pellejo./…/De su color…mas despercudido, era Carmen Domador, pero
su pelo era…cholo…//…don Miguel Rodríguez era blanco, pero qué blanco, y si no
fuera por la barba como de oro…/ Pasión López también era blanco, más bien
blancón, colorado. ¡Está usted pálido señor Carrasco!/…/…Mulato, negro, zambo
¡cuántas…no me dicen los blancos…”(p. 104). Sobre el compañero, “Luché con mi
corazón. Pero hallé que Chokeko hablaba con fundamento.” (p. 146). Otro resumen
del contrapunteo, en la visión de los personajes, se observa así: el narrador
de élite dice, “…, arrodillóse frente a la mujer…: ‘Beso tus pies,
patrona’.”(p.76), “Se había arrodillado ante mí, pero no vi nada de servil en
su acto…/ Sorprendente tratándose de un campesino,…”(p. 77); el narrador de
pueblo dice, “ –Es verdad que fui a…ponerme a su servicio. Digo mejor: a juntar
mi odio con el odio que yo sabía ella guardaba a su marido. Exagera en que me
arrodillé a besarle…Mi padre,…nos inculcó la virtud del orgullo y la rebeldía.”
(p. 122).
Entonces, Miguel Gutiérrez, en Hombres de Caminos, presenta las dos
caras de la moneda, la parte y la contraparte que se le reclama y que ya no
propone en posteriores novelas, es el caso de Confesiones de Tamara Fiol, tal como bien sustenta Julio Carmona(25): “Este
narrador, pues, no se iba a medir en repetir sin mesura todas las expresiones
racistas que embadurnan la novela. Y de este exceso no puede exonerarse el
autor, porque él ha podido poner una figura de contrapeso que hubiera exaltado
los valores y perfiles positivos de razas vilipendiadas: cholos, indígenas,
serranos, negros, zambos…”. En la novela HdC, MG, satisface sus propuestas
narrativas (26) de construir personajes variopintos y opuestos socialmente a
los cuales les tolera, por ética, su
visión del mundo con el propósito de mostrarlos objetivos y genuinos, pero no
es imparcial, hay que reconocerlo. Enaltece, en cierto modo, a los personajes
populares al poner, en la voz o pensamiento de éstos, digresiones parafraseadas
de escritores nacionales y universales, entrañables para él, para marcar y
desmarcarse de influencias o para rendirles justo homenaje: Un primer eco es el de Homero, “Primorosa le
dice: ‘Véndeme, Isidoro. Él nunca me tendrá. Y tú vivirás para vengarme’.”(p.
64); Luego, Gonzales Prada, “…y sobre todo para que observara el duelo y así
aprendiera a reconocer el corazón de los blancos.” (p.74); y Arguedas, “…el
mozo Villar estuvo abrazando al pescuezo del animal y le hablaba al oído y
oyeron que le decía: ‘Tuve que hacerlo, tuve que hacerlo. ¿Me perdonas,
Colorado?’.” (p. 79); y Ciro Alegría, “…Isidoro Villar empezó a comprender cuan
extenso era el territorio peruano. Lo fascinó la travesía de la pampa…” (p.
81); Antes, un eco ¿de Marx?, “La historia,…,suele repetirse, pero el segundo o
tercer actos en niveles más viles y grotescos.” (p. 59).
Hay otro libro que muestra los ámbitos y
personajes objeto de estas notas críticas,
La Destrucción del reino,
ambientada en la ex hacienda Monte de los Padres, en esta novela se confirman
muchas de las afirmaciones nuestras dadas respecto de HdC, un solo ejemplo, el
personaje Carmen Domador su construcción sobria se mantiene, y se incluye un
personaje femenino entrañable e indomable la Zarca; la sátira acerca de los
terratenientes es ácida. Solo que los ámbitos son constreñidos a la evocación
de un narrador nostálgico del palacete que es la casa hacienda demolida y
derruida. De la monumental obra La Violencia
del Tiempo, que en una de sus novelas aborda ámbitos y personajes de
Morropón, no vamos a incluirla en este trabajo porque obliga a un ensayo
propio, igual de vasto.
Un último narrador es Antolín Castillo
(27), quien en Repican las Campanas
(Lima, Ed. San Marcos, 2012. 93pp.) narra una acción y tema rescatados en
varios párrafos por Miguel Gutiérrez en dos novelas: la insurgencia contra los
señores latifundistas de Piura quienes usurpan sus tierras. Mas a diferencia de
MG, Antolín Castillo lo hace a detalle correteando ámbitos abiertos y
personajes muy genuinos y tratados con la solidaridad del propio narrador
comunero en todos sus recovecos. Es de notar que inicia narrando la
insurrección, planificada en asambleas, de los comuneros de Chalaco (Morropón)
contra el ejército chileno, episodio del que salen vencedores. El narrador testigo nos atrapa en la lectura
de un tirón, avanzando en su relato de
episodio en episodio sin raconto y nos sugiere que esa resistencia no es
anárquica, la presencia del Communard francés el colorao Bauman con su boina
roja, más un compañero de armas citadino que muere en combate, así lo
confirman. En el relato hay una excepcional transcripción del lirismo oral con
el cual los campesinos evocan su ámbito andino, no vista en la narrativa piurana, como sí en la tradición oral andina
de los narradores del centro y sur nuestros.
Claro que, el tema y asunto en Antolín
Castillo no es nuevo, no sólo lo aborda Miguel Gutiérrez en Hombres de Camino y en La Violencia del Tiempo, y creo que MG
resulta siendo la fuente motivadora con el dossier incluido al inicio de la
novela HdC donde sugiere que a los
gritos de ¡Viva la Comuna! Se enarboló por primera vez en el Perú una bandera
roja. Lo aborda Víctor Borrero en un cuento, aparte de un plagiario del
anterior. Sin embargo, quien lo menciona y narra algo, en la página cien de su
novela Las Montoneras, es Francisco Vegas Seminario. La atingencia que se hace
es que FVS presenta el hecho como la anécdota de una asonada hecha por gente lumpen,
quienes invaden Piura son una turba saqueadora y sembradora de terror compuesta
de peones serranos ebrios y resentidos de intenciones aviesas, los lideres han
sido invisibilizados, tampoco hay individuos, son una masa. Es la visión
prejuiciosa y maniquea de un narrador de élite sin duda, de lo cual se dijo
atrás y precisa en las conclusiones.
Concluyo, lo morropano y Morropón son
espacios y elementos que han tenido un tratamiento en la narrativa regional y
nacional desde hace casi un siglo, plasmándolos desde su desarrollo como centro
de producción agraria y económica (Latifundio, minifundio y cooperativas), como
ámbito de contradicciones entre patrones y trabajadores, así como en su
ubicación privilegiada de tambo, salida e ingreso a otros valles, corredor de
migrantes. Inspirando a poetas y narradores quienes los han bosquejado siendo
objetivos unos, subjetivos los más.
Se aprecia en la construcción de estos
personajes las tufaradas prejuiciosas del blanco o de la casta dominante
norteña respecto de los campesinos. Visión que mantienen en relación con los
otros personajes del sector popular. Las élites dominantes en las décadas del
cincuenta tenían una visión maniquea, racista y marginadora acerca de las
cualidades de los trabajadores del campo cuyo objeto era despreciar su
condición de seres sociales dentro de una estructura (valga el redunde) social.
En la descripción incluso se les da la misma apariencia que a los bandidos o
villanos.
Es con los narradores de la década del
setenta del siglo pasado a partir Carlos Espinoza, de Víctor Borrero, y en este
nuevo siglo de Antolín Castillo, que se abordan los ámbitos y personajes negros
y mestizos de Morropón con mayor objetividad o aproximación a su condición de
campesinos y a la cultura e historia que generan junto a las otras clases
sociales. Ya no se les presenta como personajes segundones ni meros ámbitos
decorativos, se les dota de una vitalidad propia socio cultural en la región,
lo cual en el caso de Miguel Gutiérrez se dimensiona a lo nacional y universal.
Gutiérrez, huelga decirlo, en HdC opta por ficcionar esa atmósfera cruel y
perversa y decadente de la sociedad de la época recreada, puntualizando en el
optimismo de los sectores sociales expoliados sobre su futuro, el cual hoy es
ya un presente que se repite.
Quiero terminar haciendo notar que hablamos
de lo negro y lo mestizo, que cuando nos referimos a personajes que representan
determinada etnia los llamamos negros, negras, coincidiendo en esto con los
escritores que así lo escriben. Afirmamos que son los términos válidos con los
cuales se les debe mencionar, denominar o llamar. Digo esto, a partir que las
ONG vienen tratando de establecer categorías que no corresponden, como la de
llamar afrodescendientes a la gente de raza negra. Podemos aceptar que
afrodescendientes fueron las primeras generaciones que fueron secuestradas para
esclavizarlas y asentarlas en el continente americano, pero después de tantos
siglos y decenas de generaciones la gente de esa etnia ha adquirido ya la
nacionalidad sea peruana, cubana, venezolana, brasileña, etc. Julio Carmona, me
hace notar que a los europeos y asiáticos asentados en América no se les llama
eurodescendientes, o sinodescendientes.
NOTAS:
(1)El Dr. Lorenzo
Huertas Vallejos, en su libro SECHURA,
Identidad Cultural a través de los siglos. Lima. Ediciones Municipalidad de
Sechura, 1995; precisa que Piura pre hispánica fue una región multiétnica
habitada por Vicús, Colán, Sechura, Yungas imprecisos como los Tallán. Etnia,
esta última a la cual no se le registra desde la ciencia de la historia espacio
definido. Aparte que no olvidemos a los Chimúes quienes se expandieron y
convivieron con los Vicús.
*J.C.
Mariátegui afirma “Del brazo de las dos razas, ha nacido el nuevo indio,
fuertemente influido por la tradición y el ambiente regionales.” /…/ “El chino
y el negro complican [hacen más complejo] el mestizaje costeño.” Corchete
nuestro. 7 Ensayos de Interpretación de
la Realidad Peruana. 65º edición.
Lima, Editora Amauta, 1998. Pág. 340-341.
(2)Diversas
publicaciones en Santo Domingo, Morropón y Chulucanas dan cuenta de ello. En este último distrito
acaba de publicarse una selección de cuentos –obra de una decena de narradores-
titulada Cuenta el Ñañañique,
Callao, Lengash edit. 2012.
(3)A. Cornejo Polar.
La Novela Peruana. Lima, Ed. Horizonte, 1977 (p. 33).
(4)Carazas Salcedo,
Milagros. Imagen e Identidad del sujeto afroperuano, Novela Peruana
Contemporánea:http://sisbid.unmsm.edu.pe/bibvirtualdata/tesis/human/carazas_sm/pdf/cap3.pdf
; Tesis Digitales UNMSM (p. 7; p. 13,
respectivamente).
*Mariátegui,
J.C., 7 Ensayos, etc., Ibid. (p. 337)
(5)López Albújar,
E. Los Caballeros del Delito. Lima,
edit. Juan Mejía Baca, 1973. (Pág. 10)
(6)Vegas Seminario,
Francisco. Montoneras. Juan Mejía
Baca & P.L. Villanueva editores. Lima, 1955.
(7)Vegas Seminario,
Op. Citada, Ibid.
(8)J. C. Mariátegui:
“En el Perú, el criollismo …, ha estado nutrido de sentimiento colonial.
/…/ Se ha contentado con ser el sector
costumbrista de la literatura colonial sobreviviente…” Ibid. (p. 331). De lo
cual podemos afirmar que hasta mediados del siglo XX era parte de la tradición
peruana; en Piura y muchas otras partes del país hasta los años 60 –exceptuando
a la poesía conversacional- los poetas producían versos al estilo del
modernismo de Chocano, cuando no del modernismo de Heraldos Negros. Ver prólogo de la antología de poesía Los Otros de Alberto Alarcón.
(9)Lukacs, Georg. PROLEGOMENOS A UNA ESTETICA MARXISTA.
1ra edición en Español. Mexico D.F., Edit. Grijalbo, 1965.
(10)
Mariátegui, J. C. Ibid.
P. 229
(11)
Lukacs, Georg.
PROLEGOMENOS A…, Ibid. P. 267
(12)
Cornejo A., Raúl-Estuardo. Horizontes de Sol. 2da edición. Lima,
editorial San Marcos, 2007.
(13)
Cornejo A., Raúl E. Aldea
Encantada. 2da edición. Lima, editorial San Marcos, 2007.
(14)
Cornejo A., Horizontes de Sol. Ibid.
Págs. 29-30 y 113
respectivamente.
(15)
Gutiérrez C., Miguel. La Novela en dos textos. Lima. Editor Derrama Magisterial. 2002. P.
85
(16)
Espinoza León, Carlos. El Cacique Blanco, 5ta edición popular. Piura, Centro Editorial
Tallán. 2007.
(17)
Espinoza Le ón, Carlos. El Pitingo, 2da edición. Piura, Vox Populi ediciones. 2007.
(18)
Gutiérrez C., Miguel. La Novela en dos textos, Ibid. P. 17.
(19)
Términología que Lukacs aplica al género lírico y que, creo bien, es
válida para la narrativa, tomada de: PROLEGOMENOS A…, Ibid. P. 168.
(20)
Lukacs, Georg.
PROLEGOMENOS A…, Ibid. P.
168.
(21)
Jara Jiménez, Cromwell. Las Huellas del Puma: Cuentos. Ediciones Peisa. 1986.
(22)
Pacheco P., Eduardo. http: //desnudando la
palabra.blogspot.com/2007/.¿por-que-es-ineludible-leer-cromwell-jara.junio
2007.
(23)
López R., Irene. Liceo Europeo. El cuento en
red. Estudios de la ficción breve.
http:// 148.206.107.15/biblioteca-digital/articulos/10589-8411.iubPDF
(24)
Gutiérrez
C., Miguel. Hombres de Caminos. Lima,
Editorial Horizonte. 1998.
(25)
Carmona,
Julio. En Blog Mester de Obrería, Septiembre 2010. “CTF ¿Un Novelón Indigesto?
Primera parte: Mesterdeobrería.blogspot.com/2010/09…
(26)
“ … incorporé diversos personajes que
pertenecían a clases sociales y a mundos culturales ajenos …y al hacerlo
procuré guiarme por…la ética del
novelista que demanda respetar el status humano de todos los personajes de la
novela, ” Gutiérrez, M. La Novela en dos textos, Ibid. P. 42
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