martes, 2 de junio de 2015

Historia

Sobre la Revolución de Túpac Amaru

(Sexta Parte)



Emilio Choy


En el pasquín aparecido en La Paz, se expresaba:

"Viva la Ley de Dios y la puresa de María, y Muera el rey de España, y se acabe el Perú, pues él es causa de tanta eniquidad; Si el Monarca no sabe de las insolencias de sus ministros de los Robos Públicos, y como tiene ostilisados a los pobres Viba el Rey y mueran estos ladrones públicos, ya que no quieren poner enmienda en lo que se les pide. Con esta ban dos habisos, y no hay enmienda pues lloremos de tal lastima porque por dos o tres malignos ladrones que están aquí pagara muchos ynosentes y correrá sangre por calles y Plasa cuanta Agua lleban las Calles de la Paz; cuenta el que no defiende a los criollos" (11).

Este pasquín, como repetimos, apareció el 4 de marzo, y aparecía jus­tamente cuando los ánimos de los que se habían sublevado, habían decli­nado gracias a las rebajas de alcabalas conseguidas por la población de la ciudad del Misti; igualmente, las autoridades de La Paz reunidas en fecha posterior hicieron una concesión similar. Los comerciantes y terratenien­tes de La Paz y Arequipa habían obtenido una victoria que también era capitalizada por los grupos económicos que rodeaban a Guirior. Esta fue una victoria de la burguesía nativa que había formado partido en contra de las medidas que Areche había venido a poner en acción.

Para la corriente jesuítica y probritánica, en parte, esto era un incon­veniente; era necesario seguir manteniendo el ataque, pero ya no contra las elevadas alcabalas ni la desaparición de aduanas. En el pasquín se deseaba la muerte del Rey de España. Esto estaba de acuerdo con las doctrinas del jesuita Mariana. Es importante el párrafo en que se con­denaban "los Robos Públicos", la "Hostilidad a los Pobres". No era posible contar con el descontento del sector que limitaba su reclamación a la rebaja de impuestos, pero sí se podía insistir en movilizar a los que eran víctimas de los robos de los corregidores, quienes hostilizaban a los pobres indios con sus repartimientos y otros abusos; a los mitayos, los trabajadores de los obrajes, minas y haciendas, en fin, a la gran masa de gente desposeída; la indignación de ésta se mantenía. El pasquín apela a ella y la aleja de los criollos que habían salido airosos frente a Areche; "cuenta el que no defiende a los criollos", dice el pasquín.

Si las autoridades del virreinato, sobre todo las que habían revelado ser sensibles a conceder las rebajas, no tomaron represalias contra los sublevados fue porque estaban influidos, en gran parte, por convenien­cias o intereses personales. La rebaja del 6 al 4% era beneficiosa también para los corregidores, que, como funcionarios, tenían que acatar las dis­posiciones que recibían, y como comerciantes procuraban que la marcha de sus negocios no se viera afectada.

Túpac Amaru, en la preparación de su vasto movimiento, siguió una dirección separada de la del cacique Tambohuacso, que estuvo comprometido en la conspiración de Farfán de los Godos. El cacique de Tungasuca hizo estallar la insurrección cuando la sublevación de los comercian­tes y hacendados criollos había sido contenida. Su rebelión se iniciaba fuera de tiempo, a pesar del volumen que tuvo. De haber estallado en el mes de enero de 1780, coincidiendo con la conspiración de Farfán de los Godos, el resultado, probablemente, habría sido muy distinto.

El 4 de noviembre de 1780, cuando estalló la revolución de Túpac Amaru, la insurrección trató de atraer a su lado a los criollos y mestizos por medio de proclamas; pero sólo estuvieron a su lado o se incorporaron a su movimiento aquellos que no poseían bienes. Los grupos más importantes que gozaban de mayor influencia, por sus recursos económicos, no podían acudir a su llamado, aunque coincidían con él en las aspiraciones independentistas. Las medidas inoportunas de Túpac Amaru que hemos comentado, su aparente radicalismo de repartir la ropa del obraje de Pomacanchi y otros, y ordenar la destrucción del edificio e instalaciones, merecen ser analizadas. La repartición de telas y ropa era conveniente, como medida política; pero la destrucción de los centros de manufactura fue un hecho negativo. Se perjudicaba a los abusivos propietarios de los obrajes sin beneficiar a quienes trabajaban en ellos. El problema exigía crear nuevas condiciones de trabajo, más humanas (12). Como el objetivo de ciertos instigadores del movimiento era liquidar la industria textil para abrir un ancho paso a las manufacturas británicas, los representan­tes de esos intereses creían haber obtenido su principal victoria dentro de la insurrección. Si se tiene en cuenta que Túpac Amaru procedía de un sector comercial dedicado principalmente al tráfico de mercaderías, el negocio del transporte, con 350 mulas, cifra importante en los medios comerciales de la época, se comprenderá que no sintiera la gravedad que significaba para el Perú de esa época dar un paso de tanta trascenden­cia. Los partidarios de Inglaterra que lo alentarían a ejecutar estos actos, soñaban con las telas baratas con que la poderosa industria textil de las Islas inundaría el país (13).
   
    Notas
[11] Boleslao Lewin. Los movimientos de     emancipación en Hispanoamérica y la independencia de Estados Unidos, pág. 144.
[12] Las condiciones de los trabajadores en Gran Bretaña eran algo más favorables o similares que las que existían en los obrajes. Sin embargo, las fábricas de las islas eran centros de exterminio de los asalariados, integrados en su mayoría por ex-campesinos. En el siglo siguiente, Dickens, en su David Cooperfield, trataba los padecimientos de las criaturas que entraban a trabajar a las tenebrosas fábricas que parecían centros de castigo. El desarrollo de la industria inglesa requería en forma implacable toda la obra de mano a su alcance, sin distinción de edades ni sexo.

[13] Los partidarios de las manufacturas extranjeras, que despreciaban las industrias nativas, atrasadas pero prósperas, y que daban trabajo a miles de personas, no podían comulgar con lo que diría Belgrano más tarde: que la "importación de mercancías que impiden el consumo de las del país o que perjudiquen el progreso de sus manufacturas y de su cultivo, lleva tras sí necesariamente la ruina de una nación".

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