martes, 2 de junio de 2015

Economía

Explotación y Remuneración Mínima Vital


César Risso


EL CRECIMIENTO ECONÓMICO QUE SE HA DADO durante más de una década no ha significado el aumento del bienestar de los trabajadores. La explotación ha continuado e incluso se ha agudizado, además de estar vinculada con el auge de las microempresas, que reportan costos menores para las empresas formales.

Se dice además que el aumento de las remuneraciones provocará la disminución del empleo.

De los diversos argumentos que ha venido esgrimiendo el Estado burgués y sus apologistas, el último y aparentemente más fuerte es el de la productividad laboral.

Este seudo concepto remite a una concepción subjetivista del salario, en realidad de todas las categorías de la economía política burguesa.

Esta concepción nos plantea que las cosas crean cosas, es decir, que la inmensa diversidad de valores de uso (objetos útiles), que en este sistema adquieren la forma de mercancías, es decir, objetos útiles que se producen no para el consumo del productor directo, sino para ser vendidos en el mercado, son obra de las máquinas.

Esta absurda posición, que desconoce la importancia y el papel del trabajo en la producción, atribuye a las máquinas una función y un poder que no está en ellas, sino en el trabajo vivo, en el trabajo que se desenvuelve, expresando el desgaste humano de energía, el mismo que se extraña al trabajador y se coagula o materializa en un objeto útil bajo la forma de mercancía.

La máquina misma, insertada en una relación social específica, no es otra cosa que trabajo muerto, esto es, la materialización de una forma específica de trabajo. Si la relación social es de dependencia o explotación, como en el caso del capitalismo, entonces la máquina como propiedad privada del capitalista es un objeto que al ser manipulado por el trabajador asalariado, permite que se extraiga de este mayor plusvalía.

La máquina permite que el trabajador labore más rápido, y en consecuencia, que en el mismo número de horas su desgaste sea mayor, o que el número de objetos producidos sea mayor. En este último caso, al producir en menos tiempo mayor número de mercancías, entre estas los llamados bienes salario, es decir, aquellos que consume el obrero asalariado, entonces disminuye el valor de la fuerza de trabajo. Al disminuir el valor de la fuerza de trabajo, el trabajador requiere menos tiempo para crear un valor igual al que le van a remunerar, con lo cual aumenta el número de horas en la que el trabajador crea el valor que se va a apropiar la burguesía.

Ahora retornemos al concepto de productividad laboral que la “ciencia” económica burguesa ha desarrollado.

Entre el 2003 y el 2010, la productividad creció a una tasa promedio anual de 4.1%, mientras que el sueldo mínimo a 3.4%, es decir, a una tasa rezagada. Sin embargo, en los últimos tres años las tendencias se revirtieron. El gobierno de Ollanta Humala realizó un aumento del sueldo mínimo, con el argumento de que su evolución estaba rezagada respecto al crecimiento de la productividad. El aumento llevó a que el sueldo mínimo creciera a un ritmo de 5.4% promedio anual—. En cambio, el ritmo de crecimiento de la productividad se redujo al promedio anual de 3.2% en los últimos tres años, debido a la desaceleración económica.”

“Según la Cámara de Comercio de Lima, la productividad laboral apenas creció 0.5% en el 2014. Se trata del ritmo más bajo desde la crisis del 2009, cuando cayó 1%.” (Anthony Shulupe. Sueldo mínimo: la productividad no justifica su incremento. En http://semanaeconomica.com/).

Este argumento, aparentemente técnico que esgrimen los intelectuales burgueses, si no fuera suficiente, les hace afirmar que “Incluso en un escenario en el que un aumento en la productividad justificara un alza del sueldo mínimo, este no necesariamente ayudaría a reactivar la economía, dado su impacto limitado en la actividad económica. ‘Sólo el 1%-1.5% de la población económicamente activa (PEA) recibe el sueldo mínimopor lo tanto un incremento de ese sueldo tendría efectos marginales sobre la economía peruana’, afirma Mendoza.”

“Más bien, un mayor sueldo mínimo generaría mayores barreras para la generación de empleo —el costo relativo de la mano de obra se hace más caro—, sobre todo para las empresas más pequeñas, que tienen un menor margen entre su costo de producción y sus ingresos. Por ello incentivaría el subempleo y la informalidad.”

Curiosa defensa que hacen para evitar el incremento del sueldo mínimo. Entre el 1 y el 1,5% de la PEA recibe el salario mínimo. Esto quiere decir que una gran parte de los trabajadores asalariados recibe menos del salario mínimo.

El aumento del subempleo y la informalidad, asociados a las microempresas, del que nos advierten los intelectuales a sueldo de la burguesía, les hace desconocer el importante aporte que hacen a las medianas y grandes empresas en el incremento de la plusvalía.

Los subempleados, los informales y los microempresarios, producen bienes y servicios a más bajo costo para las empresas, pero además, y sobre todo, producen bienes salarios baratos, lo cual reduce el valor de la fuerza de trabajo.

De tal modo que esta situación es favorable a los intereses de las medianas y grandes empresas.

Pero, cómo calculan la productividad del trabajo. Esta es una medida del producto medio del trabajo, esto es, de lo que consideran que el trabajador aporta a la producción. Así, nos dicen que “la productividad es una medida del valor de la producción agregada por unidad de factor productivo, que está determinada por la eficiencia en el uso de los factores capital y trabajo” (www.bcrp.gob.pe/Publicaciones/Revista-Moneda/moneda-157/moneda-157).

Vale decir que, del total del incremento de la producción, una parte se la atribuyen al trabajo, y otra al capital, de tal modo que le niegan al trabajador su aporte, que es justamente el aumento total de la productividad para asignárselo a un objeto (la máquina como bien de capital).

Por ello, no debemos esperar la buena voluntad de la burguesía, sino desarrollar una lucha constante, para arrancar a esta clase social, que explota el trabajo bajo la forma asalariada, las remuneraciones que mejoren nuestras condiciones materiales de existencia.

Por ahora, ese es nuestro objetivo inmediato, para lo cual, debemos estar organizados como clase, esto es a nivel nacional, como una voluntad única y en consecuencia como una fuerza única.


El Capitalismo Senil y el Nuevo Caos Mundial

(Novena Parte)

Samir Amin


LOS ESCENARIOS DEL FUTURO SIEMPRE CONTINUARÁN dependiendo en gran medida de la visión que uno tenga de las rela­ciones entre, por una parte, las tendencias objetivas pesadas y, por la otra, las respuestas que los pueblos y las fuerzas socia­les que los componen den a los desafíos que representan las primeras. De modo tal que hay un elemento de subjetividad, de intuición, que no puede eliminarse. Felizmente, porque eso significa que el futuro no está programado de antemano y que el imaginario inventivo, para emplear la expresión fuerte de Castoriadis (14), tiene su lugar en la historia real.

La "previsión" es tanto más difícil en un período como el que nos toca vivir por cuanto todos los mecanismos y las refle­xiones ideológicas y políticas que gobernaban las conductas de unos y otros han desaparecido de la escena. AI volverse la página de la posguerra, la estructura de la vida política se modificó de manera radical. Tradicionalmente, la vida y las luchas políticas se desarrollaban en el marco de Estados políticos cuya legitimidad no se cuestionaba (podía cuestionarse la de un gobierno, pero no la del Estado). Detrás del Estado y dentro de él, los partidos políticos, los sindicatos, algunas grandes instituciones (como la del empresariado), el mundo calificado por los medios como la "clase política" constituían el esqueleto principal del sistema en el cual se expresaban los movimientos políticos, las luchas sociales y las corrientes ideológicas. Hoy comprobamos que, casi en todo el mundo, el conjunto de esas instituciones ha perdido, en diverso grado, una buena parte de su legitimidad, si no toda. Los pueblos "ya no creen". En su lugar, se han elevado al primer plano de la escena "movimientos" de naturalezas diversas, reunidos alrededor de las reivindicaciones de los Verdes, de las mujeres, a favor de la democracia, por la justicia social, que afirman identidades comunitarias (en general, étnicas o religiosas). La inestabilidad extrema caracteriza pues esta nueva vida polí­tica. La articulación de sus reivindicaciones y movimientos con la crítica radical de la sociedad (es decir, del capitalismo realmente existente), así como con la crítica de la gestión neoliberal mundializada debe discutirse concretamente. Porque algunos de esos movimientos se inscriben -donde pueden hacerlo- en el repudio consciente del proyecto social de los poderes dominantes; otros, por el contrario, no reparan en él ni lo combaten. Los poderes dominantes saben hacer esta distinción y la hacen. La manipulación y el apoyo abierto u oculto a unos, el resuelto combate contra los otros son la regla en esta nueva vida política caótica y agitada.

Hay una estrategia política global de la gestión mundial. El objetivo de esta estrategia apunta a la máxima disgregación de las potenciales fuerzas antisistema mediante el apoyo a la fragmentación de las formas estatales de organización de la sociedad. ¡Que haya la mayor cantidad posible de Eslovenias, de Chechenias, de Kosovos y de Kuwaits! La utilización y hasta la manipulación de las reivindicaciones de identidad son bienvenidas.

2. La cuestión de la identidad comunitaria, étnica, religiosa o de otra índole se transforma así en una de las cuestiones centrales de nuestra época (15). El principio democrático de base -que implica el respeto real de la diversidad nacional, étnica, religiosa, cultural, ideológica- no podría infringirse. La diversidad sólo puede sostenerse mediante la práctica sincera de la democracia. Cuando no es así, se convierte fatalmente en un instrumento que el adversario puede utilizar para sus propios fines. Ahora bien, en este plano, las izquierdas históricas con frecuencia fallaron. Un ejemplo entre otros: la Yugoslavia de Tito fue casi un modelo de coexistencia de las diversas nacionalidades en un pie de igualdad real; pero ciertamente no ocurrió lo mismo con Rumania. En el Tercer Mundo de Bandung, los movimientos de liberación nacional a menudo lograron unir etnias y comunidades religiosas diversas contra el enemigo imperialista. En los Estados africanos de la prime­ra generación, las clases dirigentes con frecuencia fueron realmente transétnicas. Pero son raros los casos de poderes que supieron manejar democráticamente esta diversidad y mantener la armonía cuando ésta existía. Su débil propensión a la democracia dio, en estos casos, resultados tan deplorables como los que arrojó la gestión de otros problemas de sus sociedades. Al llegar la crisis, las clases dirigentes, impotentes para hacerle frente, acorraladas, frecuentemente recurrieron a incentivar el repliegue comunitario como medio de prolon­gar su "control" sobre las masas. No obstante, hasta en las numerosas democracias burguesas auténticas, la diversidad comunitaria dista mucho de haber sido siempre tratada correctamente. Irlanda del Norte es uno de los ejemplos más notables.

Notas
[14] Cornelius Castoriadis, La montée de l’insignifiance, Seuil, 1994. Cornelius Castoriadis, L’institution imaginaire de la societé, Seuil, 1975.
[15] Samir Amir, L¡ethnie à l’assaut,1994. S. Amir, L' Islam politique (Anexo VI).

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