Explotación y Remuneración Mínima
Vital
César Risso
EL CRECIMIENTO ECONÓMICO QUE SE HA DADO durante más de
una década no ha significado el aumento del bienestar de los trabajadores. La
explotación ha continuado e incluso se ha agudizado, además de estar vinculada
con el auge de las microempresas, que reportan costos menores para las empresas
formales.
Se dice además que el aumento de las remuneraciones
provocará la disminución del empleo.
De los diversos argumentos que ha venido esgrimiendo el
Estado burgués y sus apologistas, el último y aparentemente más fuerte es el de
la productividad laboral.
Este seudo concepto remite a una concepción subjetivista
del salario, en realidad de todas las categorías de la economía política
burguesa.
Esta concepción nos plantea que las cosas crean cosas, es
decir, que la inmensa diversidad de valores de uso (objetos útiles), que en
este sistema adquieren la forma de mercancías, es decir, objetos útiles que se
producen no para el consumo del productor directo, sino para ser vendidos en el
mercado, son obra de las máquinas.
Esta absurda posición, que desconoce la importancia y el
papel del trabajo en la producción, atribuye a las máquinas una función y un
poder que no está en ellas, sino en el trabajo vivo, en el trabajo que se
desenvuelve, expresando el desgaste humano de energía, el mismo que se extraña
al trabajador y se coagula o materializa en un objeto útil bajo la forma de
mercancía.
La máquina misma, insertada en una relación social
específica, no es otra cosa que trabajo muerto, esto es, la materialización de
una forma específica de trabajo. Si la relación social es de dependencia o
explotación, como en el caso del capitalismo, entonces la máquina como
propiedad privada del capitalista es un objeto que al ser manipulado por el
trabajador asalariado, permite que se extraiga de este mayor plusvalía.
La máquina permite que el trabajador labore más rápido, y
en consecuencia, que en el mismo número de horas su desgaste sea mayor, o que
el número de objetos producidos sea mayor. En este último caso, al producir en menos
tiempo mayor número de mercancías, entre estas los llamados bienes salario, es
decir, aquellos que consume el obrero asalariado, entonces disminuye el valor
de la fuerza de trabajo. Al disminuir el valor de la fuerza de trabajo, el
trabajador requiere menos tiempo para crear un valor igual al que le van a
remunerar, con lo cual aumenta el número de horas en la que el trabajador crea
el valor que se va a apropiar la burguesía.
Ahora retornemos al concepto de productividad laboral que
la “ciencia” económica burguesa ha desarrollado.
“Entre el 2003 y el 2010, la productividad creció a
una tasa promedio anual de 4.1%, mientras que el sueldo mínimo a 3.4%, es
decir, a una tasa rezagada. Sin embargo, en los últimos tres
años las tendencias se revirtieron. El gobierno de Ollanta Humala
realizó un aumento del sueldo mínimo, con el argumento de que su evolución
estaba rezagada respecto al crecimiento de la productividad. El
aumento llevó a que el sueldo mínimo creciera a un ritmo de 5.4% promedio
anual—. En cambio, el ritmo de crecimiento de la productividad se redujo
al promedio anual de 3.2% en los últimos tres años, debido a la
desaceleración económica.”
“Según la Cámara de Comercio de Lima, la
productividad laboral apenas creció 0.5% en el 2014. Se trata del
ritmo más bajo desde la crisis del 2009, cuando cayó 1%.” (Anthony
Shulupe. Sueldo mínimo: la productividad no justifica su incremento. En http://semanaeconomica.com/).
Este argumento, aparentemente técnico que esgrimen los
intelectuales burgueses, si no fuera suficiente, les hace afirmar que “Incluso
en un escenario en el que un aumento en la productividad justificara un alza
del sueldo mínimo, este no necesariamente ayudaría a reactivar la
economía, dado su impacto limitado en la actividad económica. ‘Sólo
el 1%-1.5% de la población económicamente activa (PEA) recibe el
sueldo mínimo, por lo tanto un incremento de ese sueldo
tendría efectos marginales sobre la economía peruana’, afirma Mendoza.”
“Más bien, un mayor sueldo mínimo generaría mayores
barreras para la generación de empleo —el costo relativo de la mano de obra se
hace más caro—, sobre todo para las empresas más pequeñas, que tienen un
menor margen entre su costo de producción y sus ingresos. Por ello incentivaría
el subempleo y la informalidad.”
Curiosa defensa que hacen para evitar el incremento del
sueldo mínimo. Entre el 1 y el 1,5% de la PEA recibe el salario mínimo. Esto
quiere decir que una gran parte de los trabajadores asalariados recibe menos
del salario mínimo.
El aumento del subempleo y la informalidad, asociados a
las microempresas, del que nos advierten los intelectuales a sueldo de la
burguesía, les hace desconocer el importante aporte que hacen a las medianas y
grandes empresas en el incremento de la plusvalía.
Los subempleados, los informales y los microempresarios,
producen bienes y servicios a más bajo costo para las empresas, pero además, y
sobre todo, producen bienes salarios baratos, lo cual reduce el valor de la
fuerza de trabajo.
De tal modo que esta situación es favorable a los
intereses de las medianas y grandes empresas.
Pero, cómo calculan la productividad del trabajo. Esta es
una medida del producto medio del trabajo, esto es, de lo que consideran que el
trabajador aporta a la producción. Así, nos dicen que “la productividad es una
medida del valor de la producción agregada por unidad de factor productivo, que
está determinada por la eficiencia en el uso de los factores capital y trabajo”
(www.bcrp.gob.pe/Publicaciones/Revista-Moneda/moneda-157/moneda-157).
Vale decir que, del total del incremento de la
producción, una parte se la atribuyen al trabajo, y otra al capital, de tal
modo que le niegan al trabajador su aporte, que es justamente el aumento total
de la productividad para asignárselo a un objeto (la máquina como bien de
capital).
Por ello, no debemos esperar la buena voluntad de la
burguesía, sino desarrollar una lucha constante, para arrancar a esta clase
social, que explota el trabajo bajo la forma asalariada, las remuneraciones que
mejoren nuestras condiciones materiales de existencia.
Por ahora, ese es nuestro objetivo inmediato, para lo
cual, debemos estar organizados como clase, esto es a nivel nacional, como una
voluntad única y en consecuencia como una fuerza única.
El Capitalismo Senil y el Nuevo Caos
Mundial
(Novena Parte)
Samir
Amin
LOS
ESCENARIOS DEL FUTURO SIEMPRE CONTINUARÁN dependiendo en gran medida de la
visión que uno tenga de las relaciones entre, por una parte, las tendencias
objetivas pesadas y, por la otra, las respuestas que los pueblos y las fuerzas
sociales que los componen den a los desafíos que representan las primeras. De
modo tal que hay un elemento de subjetividad, de intuición, que no puede
eliminarse. Felizmente, porque eso significa que el futuro no está programado
de antemano y que el imaginario inventivo, para emplear la expresión fuerte de
Castoriadis (14), tiene su lugar en la historia real.
La
"previsión" es tanto más difícil en un período como el que nos toca
vivir por cuanto todos los mecanismos y las reflexiones ideológicas y
políticas que gobernaban las conductas de unos y otros han desaparecido de la
escena. AI volverse la página de la posguerra, la estructura de la vida
política se modificó de manera radical. Tradicionalmente, la vida y las luchas
políticas se desarrollaban en el marco de Estados políticos cuya legitimidad no
se cuestionaba (podía cuestionarse la de un gobierno, pero no la del Estado).
Detrás del Estado y dentro de él, los partidos políticos, los sindicatos,
algunas grandes instituciones (como la del empresariado), el mundo calificado
por los medios como la "clase política" constituían el esqueleto
principal del sistema en el cual se expresaban los movimientos políticos, las
luchas sociales y las corrientes ideológicas. Hoy comprobamos que, casi en todo
el mundo, el conjunto de esas instituciones ha perdido, en diverso grado, una
buena parte de su legitimidad, si no toda. Los pueblos "ya no creen".
En su lugar, se han elevado al primer plano de la escena
"movimientos" de naturalezas diversas, reunidos alrededor de las
reivindicaciones de los Verdes, de las mujeres, a favor de la democracia, por
la justicia social, que afirman identidades comunitarias (en general, étnicas o
religiosas). La inestabilidad extrema caracteriza pues esta nueva vida política.
La articulación de sus reivindicaciones y movimientos con la crítica radical de
la sociedad (es decir, del capitalismo realmente existente), así como con la
crítica de la gestión neoliberal mundializada debe discutirse concretamente.
Porque algunos de esos movimientos se inscriben -donde pueden hacerlo- en el
repudio consciente del proyecto social de los poderes dominantes; otros, por el
contrario, no reparan en él ni lo combaten. Los poderes dominantes saben hacer
esta distinción y la hacen. La manipulación y el apoyo abierto u oculto a unos,
el resuelto combate contra los otros son la regla en esta nueva vida política
caótica y agitada.
Hay
una estrategia política global de la gestión mundial. El objetivo de esta
estrategia apunta a la máxima disgregación de las potenciales fuerzas antisistema
mediante el apoyo a la fragmentación de las formas estatales de organización de
la sociedad. ¡Que haya la mayor cantidad posible de Eslovenias, de Chechenias,
de Kosovos y de Kuwaits! La utilización y hasta la manipulación de las
reivindicaciones de identidad son bienvenidas.
2.
La cuestión de la identidad comunitaria, étnica, religiosa o de otra índole se
transforma así en una de las cuestiones centrales de nuestra época (15). El
principio democrático de base -que implica el respeto real de la diversidad
nacional, étnica, religiosa, cultural, ideológica- no podría infringirse. La
diversidad sólo puede sostenerse mediante la práctica sincera de la democracia.
Cuando no es así, se convierte fatalmente en un instrumento que el adversario
puede utilizar para sus propios fines. Ahora bien, en este plano, las
izquierdas históricas con frecuencia fallaron. Un ejemplo entre otros: la
Yugoslavia de Tito fue casi un modelo de coexistencia de las diversas
nacionalidades en un pie de igualdad real; pero ciertamente no ocurrió lo mismo
con Rumania. En el Tercer Mundo de Bandung, los movimientos de liberación
nacional a menudo lograron unir etnias y comunidades religiosas diversas contra
el enemigo imperialista. En los Estados africanos de la primera generación, las
clases dirigentes con frecuencia fueron realmente transétnicas. Pero son raros
los casos de poderes que supieron manejar democráticamente esta diversidad y
mantener la armonía cuando ésta existía. Su débil propensión a la democracia
dio, en estos casos, resultados tan deplorables como los que arrojó la gestión
de otros problemas de sus sociedades. Al llegar la crisis, las clases
dirigentes, impotentes para hacerle frente, acorraladas, frecuentemente
recurrieron a incentivar el repliegue comunitario como medio de prolongar su
"control" sobre las masas. No obstante, hasta en las numerosas
democracias burguesas auténticas, la diversidad comunitaria dista mucho de
haber sido siempre tratada correctamente. Irlanda del Norte es uno de los
ejemplos más notables.
Notas
[14] Cornelius Castoriadis, La montée de
l’insignifiance, Seuil, 1994. Cornelius Castoriadis, L’institution
imaginaire de la societé, Seuil, 1975.
[15] Samir Amir, L¡ethnie à l’assaut,1994. S. Amir, L' Islam politique (Anexo VI).
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.