martes, 2 de junio de 2015

Ciencias Naturales

El Hombre Como Primate

(Sexta y Última Parte)


M.F. Niesturj


En el cráneo del hombre contemporáneo se notan muchos rasgos de semejanza con el cráneo de los monos no sólo al comparar los individuos jóvenes, donde eso está expresado más intensamente, por ejemplo, en la proporción de las partes facial y cerebral, sino también en los adultos. Una semejanza particular hay con los cráneos que tienen un relieve externo débil en los gibones chimpancés y las hembras de gorilas y orangutanes. Los arcos ciliares característicos para el hombre encuentran sus análogos en los orangutanes y gibones, los senos frontales se ob­servan en el hombre, chimpancé y gorilas. Por la forma del pterión el cráneo del hombre tiene una semejanza máxima con el cráneo del gorila, según Ashley-Montagu (1933). La sutura incisiva cicatriza frecuentemente tanto en el hombre como también en los antropoides. Este rasgo de semejanza para el hombre y los antropoides es la dirección hacia adelante de las órbitas. La apófisis coronaria del maxilar inferior en el hombre está más baja que la de la articulación en los gibones y orangutanes. De acuerdo con las particularidades del sistema dental, el hombre se parece más a los antropoides que a los monos catarrinos inferiores. En la forma del cráneo en los gorilas, como también en los hombres contemporáneos, A. Keith (1926) encontraba todos los pasos intermedios, desde la dolicocefalía hasta la braquicefalía. En general, el cráneo humano, en comparación con el cráneo de los antropoides, no está bruscamente especializado, con la exclu­sión de las dimensiones extraordinariamente grandes de la caja cerebral con las modificaciones acompañantes de los huesos.

La semejanza del hombre con los antropoides en lo que respecta al esqueleto, en las particularidades y estructura general, es muy considerable. Así, en los grandes antropoides se cuentan 12-13 pares de costillas, hay rudimentos de las curvaturas de la columna vertebral, la porción sacra consta de 5-6 vértebras, lo que le da una particular solidez a la articulación del sacro con la pelvis; la por­ción caudal de la columna vertebral es corta. También es similar la estructura de la pelvis, la presencia de las fosas en las alas de los huesos ilíacos, esternón ancho, caja torácica no en forma de quilla, como en los monos inferiores, y es más o menos ancha; ausencia del agujero epicondílico en el húmero, para el cual es característico la notable torsión; ausencia del hueso central libre del carpo, como en el gorila y chimpancé; la forma general del esqueleto de la muñeca de cinco dedos con el dedo gordo opuesto es muy parecida.

En el sistema muscular del hombre, además de los rasgos de semejanza gene­ral con los antropoides, se señalan los siguientes: alto desarrollo de la musculatura mímica de la cara; fuerte desarrollo de la parte clavicular del gran músculo torácico; separación frecuente de los músculos torácicos mayores izquierdo y de­recho; pequeño número de istmos en la composición del músculo recto del abdo­men, su desplazamiento en sentido caudal junto con el oblicuo externo en rela­ción con el ensanchamiento y estabilización de la caja torácica, según E. Loth (1931); presencia en el hombre del músculo piramidal, como en los chimpancés y gibones. La semejanza entre el hombre y los antropoides se revela también en que la parte clavicular del músculo trapezoides está bien expresada, que el mús­culo largo de la espalda comienza en la cresta del hueso ilíaco; que el músculo húmero-radial no tiene contacto con el deltoides. En general, la musculatura humana tiene más semejanza con la musculatura de los antropoides africanos.

La gran similitud entre el hombre y los antropoides se nota también en la estructura de los órganos digestivos, en la estructura de los dientes, en la forma de retorta del estómago; se parecen también las formas del hígado y del apén­dice vermiforme; el modo de inserción del mesenterio. En el sistema urogenital esta semejanza se descubre en las dimensiones y forma de los espermatozoides del gorila y el chimpancé, en la presencia del pliegue de la mucosa en la entrada de la vagina en las hembras de estos monos, en la estructura fina de los ovarios y la placenta.

La placenta humana tiene forma de disco. Las vellosidades que la cubren absorben agua, substancias nutritivas y el oxígeno de la sangre que llena los espacios intervellosos (placenta hemocorial). Al nacer el niño, la mucosa del útero, que forma la parte materna de la placenta, se desprende (placenta adherída). La vesícula urinaria (alantoides) es muy pequeña, y desde el principio tiene un carácter rudimentario (placenta microalantoidea). La superficie del corion al comienzo del embarazo se cubre bastante uniformemente con vellosidades que más tarde se agrupan en dos polos. En uno de los polos se forma la placenta definitiva, el resto de la superficie del corion permanece lisa (corion laeve). La placenta en los monos inferiores puede consistir de un disco o de los dos. La superficie del corion, en éstos, desde el mismo inicio es lisa, excepto las partes placentarias. En el hombre el óvulo fecundado se sumerge en la mucosa del útero, donde se implanta; mientras que en los monos inferiores la implantación es central, es decir, el óvulo se implanta en la superficie de la mucosa en 1-2 porciones y se desarrolla en su luz. La placenta de los chimpancés y gorilas es la que presenta el máximo de semejanza con la placenta humana.


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