domingo, 1 de marzo de 2015

Literatura 3


 
Nota

A partir de esta edición de CREACIÓN HEROICA, en esta sección de Literatura iremos publicando por partes un capítulo del libro inédito de nuestro compañero Julio Carmona, La Teoría del Reflejo. Una Explicación Marxista del Arte y la Literatura, capítulo que expone una crítica a la novela Confesiones de Tamara Fiol, de Miguel Gutiérrez. En esta oportunidad ofrecemos a nuestros lectores la parte correspondiente a la Introducción.

01.03.2015.
Comité de Redacción 


Introducción


Julio Carmona


En su libro de ensayos La invención novelesca, Miguel Gutiérrez escribió lo siguiente: «En general, los amigos –me refiero a los amigos del gremio– no se sienten felices cuando tú publicas. Cuando publiqué Hombres de caminos me sentí como ante un Tribunal. Con el dedo acusador uno de los amigos me dijo: “¡Has imitado a Faulkner!”. Otro: “Lástima. El tema del bandolerismo daba para una novela mayor”. Un tercero: “¡Qué descuidado eres con el lenguaje, Miguel!”.» (B-2008: 159).[1]

    Y nos atrevemos a decir que las opiniones de sus amigos a Miguel Gutiérrez ‘le llegan (para usar un eufemismo) a la punta del pájaro’, pues quien lo entrevista –ficticiamente– pregunta:

–Y tú, ¿cómo te sentiste?
  –¿Quieres que te sea franco?
  –Sabes que puedes confiar en mí.
  –Sentí una erección formidable. (Ibíd.)

Pero, después de leída la novela que aquí nos ocupa, Confesiones de Tamara Fiol (CTF, B-2009), creemos que Miguel Gutiérrez (MG) debería deponer ese prejuicio que tiene respecto de “los amigos del gremio”, cuyas opiniones no necesariamente han de responder a oscuros resquemores o aviesas envidias, porque hasta dos de esas ‘opiniones de sus amigos’ a las que alude le son aplicables a CTF: ‘las limitaciones de la novela’ y ‘el descuido del lenguaje’.

    Por lo que respecta al tema de ‘las limitaciones de la novela’, lo trataremos en el primer capítulo (en relación con los personajes). Y, a propósito de este tema, aquí adelantamos que MG debería reconocer que es derecho de cualquier lector crítico opinar que ‘pudo dar para una novela mayor’. Pero, si ante este tipo de opiniones el autor se la va a pasar despotricando en ensayos posteriores, lo que se ha de entender de ello es que hay una cierta intolerancia a la crítica adversa y que, en todo caso, se quiere sólo una crítica complaciente, o que se está ninguneando a los opinantes o, por  último, que todo ello responde a una “piconada” monda y lironda. Hasta aquí hemos dicho que esa reacción de MG es detectable en algunos de sus ensayos; pero con la publicación de su novela Una pasión latina (2011) esa ojeriza la ha trasladado también a la ficción, atribuyéndola a un personaje que viene a ser su alter ego: Artimidoro Correa [no se pierda de vista que éste es el apellido materno de MG], y dice de él que:

… se hizo de muchos adversarios y enemigos no sólo entre los sectores intelectuales del establishment, sino también entre los sectores de izquierda que juzgaban sus posiciones, aparte de irreverentes, demasiado heterodoxas y radicales[2]. (…) Por su parte, los críticos de izquierda se sumaron al ataque, aunque se centraron en demostrar las contradicciones ideológicas en que incurría Correa, señalando su caída libre hacia el lodazal de la peor novela burguesa. Esas críticas negativas le parecieron previsibles, razonables incluso, pero consideró el ensañamiento como una manifestación de la perfidia humana. (p. 36).

Con esa manera de juzgar sesgadamente las críticas severas que se le hacen (“como una manifestación de la perfidia humana”) o como las califica respecto de Mario Vargas Llosa, cuando dice que hubo “intelectuales mediocres y sobre todo oportunistas que encontraron en el cambio ideológico del autor de La Guerra del fin del mundo, la coartada perfecta para ocultar pasiones subalternas como los (sic) de la mezquindad y la envidia”[3], MG está recurriendo a la falacia ad hominen que no absuelve las críticas sino que las pretende desautorizar atacando a quienes las plantean: ‘mediocres, oportunistas, mezquinos, envidiosos, pérfidos’. Y bien se sabe que en la concurrencia social nadie está libre de crítica. Si hasta a un escritor de la talla de Borgesse le puede pescar alguna perla, pues es difícil admitir que decir ‘los tigres braman’ sea una licencia poética[4]. De esa manera MG no hace sino contradecir lo que él mismo hizo respecto de Mario Vargas Llosa, cuando censuró el fin que da a uno de los personajes (Galileo Gall) de La guerra del fin del mundo, y dijo: “Con eso, me parece a mí, Vargas Llosa cerró la posibilidad de un desarrollo mayor de esa novela, como reflexión histórica.” (C-1992: 106).[5] O sea que sí se puede decir de una novela que “pudo dar para mayor” (aunque el autor considere que a él no le dio la gana de hacerlo).[6]

   
Y el hecho de que nosotros aquí creamos que el tema de CTF ‘daba para más’ explica el título de esta introducción: “Confesiones de Tamara Fiol, ¿un novelón indigesto?” Aunque –es necesario aclararlo– la frase del interrogante la hemos tomado de la propia novela; en la p. 209, el narrador, Morgan Batres (MB), es recriminado por un interlocutor, de la siguiente manera: “Vamos, Morgan, déjate de cabronadas novelísticas. Lo tuyo es la crónica periodística. Convéncete. Y por lo que me cuentas de esa mina vas a terminar escribiendo un nove 
  
  En el segundo capítulo continuamos develando las limitaciones de la novela en estudio, pero esta vez en relación con el tema de la política que es –dígase de paso– uno de los más relevantes de la novela. En ese sentido, pensamos que es complementario del precedente (personajes), de manera especial en relación con los siguientes sub-temas: las mujeres de Sendero Luminoso y los específicos del marxismo, el anarquismo, el aprismo y dos figuras relevantes de la izquierda internacional: Stalin y Trotski. 

Las observaciones sobre el ‘descuido del lenguaje’ las haremos en el capítulo tercero, tratando no sólo los “errores” gramaticales, sino también las “erratas”, aparte de otras fallas de construcción (y todos difícilmente pueden anularse con el expediente de la “erección formidable”, ni con echarle la culpa al encargado de la corrección, Jorge Coaguila, quien figura como tal en los créditos editoriales, pues él –en todo caso– es corrector y no productor de errores); sin embargo, y finalmente, para evitar la repetición de citas, dichas observaciones las haremos al momento que aparezcan en cada capítulo. 

Por otro lado –aunque siempre sobre el poco cuidado que MG le asigna a la corrección gramatical–, es justo decir que él mismo es consciente de ello; en el prólogo a la primera edición de su ensayo La generación del 50, anotó lo siguiente: “No puedo omitir mi reconocimiento y gratitud a Vilma, compañera de toda la vida, quien (…) controló mis irreverencias con la gramática” (B. 1988: p. 17). Esta atingencia, con todo, no lo exonera de responsabilidad, del mismo modo como ‘la ignorancia de la ley no absuelve de su cumplimiento’ o como “la ignorancia social no significa inocencia”. Sin exagerar, podemos decir que son raras las páginas de CTF en las que no haya algún “descuido”; los márgenes del ejemplar que hemos manejado están saturados de notas y observaciones. Veamos aquí ciertos errores que ilustran el caso. En la página de la dedicatoria se lee: “También para Mendis, mi flaquita”. Y hay falta de claridad en la construcción (lo que puede ser considerado como un error), pues se puede entender en dos sentidos: a) que una obra anterior le ha sido dedicada a Mendis, y ésta también… o b) que el libro está dedicado a otras personas –que son omitidas–y ‘también a Mendis…’ Pero, a propósito de omisiones, llama poderosamente la atención que en la solapa del libro, en la que se incluyen los datos del autor, cuando se habla del grupo Narración se omita el nombre de Oswaldo Reynoso, lo cual colinda con lo inverosímil, si se sabe que fue por iniciativa de Reynoso que se fundó la revista del grupo Narración, dato que es proporcionado por el mismo MG; en La invención novelesca dice: “… por iniciativa de Oswaldo Reynoso, fundamos la revista Narración, cuyo primer número se publicó en 1966”(p. 89).[7] Por otro lado, cabe precisar que en eso de las dedicatorias, MG se ha manejado con cierta dosis de misterio o maleabilidad; por ejemplo, en la primera edición de Hombres de caminos, hay esta dedicatoria. “Para D., este avance”, y sobre el particular recordamos haberle consultado, personalmente, creyendo que esa “D” hacía referencia al nombre de su hijo, Dimitri (Gutiérrez Aguilar); pero lo negó, sin precisarnos el dato. Entonces optamos por atribuirlo a Deyanira que es el personaje a quien –en ausencia– Martín Villar le refiere la historia de la novela (y que podía ser alguna persona real a quien MG prefería mantener en el anonimato).[8] Asimismo, hay que precisar que esta dedicatoria desaparece en la segunda edición. Igual desaparición ocurrirá con otra dedicatoria de la primera edición de La generación del cincuenta

A Carlos Eduardo Ayala Aguilar, mi hijo,  desaparecido durante el genocidio de los combatientes sociales presos en la isla El Frontón, Callao, Perú, los días 18 y 19 de junio de 1986, con estas palabras de Balzac: “De todas las semillas confiadas a la tierra, la que da más rápida cosecha es la sangre vertida por los mártires” (Cursiva nuestra).

Y en la segunda edición de dicho libro esa dedicatoria se modifica así: “A la memoria de Carlos Eduardo Ayala Aguilar, a quien crié desde muy niño como mi hijo”, y agrega nuevos datos a la noticia de su muerte, pero elimina la cita de Balzac. Igual eliminación de cita se hace en la segunda edición de Hombres de caminos, pues en la primera edición había la siguiente de Miguel Ángel Asturias:
“Uno cree que inventa muchas veces lo que otros         han olvidado. Cuando uno cuenta lo que ya no se cuenta, dice uno, yo lo inventé, es mío. Pero lo que uno efectivamente está haciendo es recordar.”[9]

Cita ésta que coincide con el significado de la teoría del reflejo marxista.[10] Pero –se puede adelantar aquí– esa omisión está coincidiendo con la nueva teoría de la literatura asumida por MG y que sostiene en su libro –de título por demás significativo– La invención novelesca, el que expresamente contradice la cita de Asturias y desecha la teoría del reflejo marxista, propugnando en su lugar la teoría formalista, burguesa, de que la literatura o la novela es una “invención”, es decir, un artificio que deviene “ente autónomo”.

Como se sabe, el novelista tiene libertades y licencias que le permiten transgredir el orden –y hasta la lógica– de la realidad. Aunque esa libertad –también es preciso puntualizarlo–, como toda libertad, tiene sus límites, pues de lo contrario el escritor se convertiría en un iconoclasta antojadizo o un autócrata irredento. Y si él mismo no administra esos límites, para eso está la crítica (no sólo la crítica profesional).Pero, por lo común, los escritores suelen tenerle aversión a la crítica, y, si no lo manifiestan cuando ellos mismos son criticados (acción de muy mal gusto, dígase de paso), lo hacen como “escuderos” de otros (obviamente, sin que estos otros hayan solicitado su defensa). Por ejemplo, en el libro Lexicografía, de Marco Aurelio Denegri, se refiere que Ernesto Sabato, en algún momento, salió en defensa de Dostoievsky, de Stendahl y de Cervantes, y lo hizo de la siguiente manera: 

un crítico ruso, menos memorable que su disparate,afirmó que Dostoievsky no sabía escribir; un cierto profesor francés de preceptiva señaló las torpezas literarias de Stendahl; y, entre nosotros, Paul Groussac decidió que Cervantes escribía una prosa de sobremesa. Como si se dijera que Aristóteles, Kant y Hegel no sabían pensar. (Cit. por DENEGRI, A. 2011: 95).

De esa cita se desprende que Sabato –sin quererlo, seguramente– estaba haciendo la función de crítico (estaba criticando al crítico), pero al hacerlo no se curó de la ligereza que acusaba, pues ningunea a los criticados –al extremo de omitir sus nombres, en el primero y segundo casos– y, en el tercero, no refuta la opinión que cita; con el agravante de comparar literatura con filosofía, pues llega a la conclusión de que si se dice que Dostoievsky, Stendahl y Cervantes no sabían escribir es como si se dijera que Aristóteles, Kant y Hegel no sabían pensar. Y, en realidad,  no hay equivalencia en los casos comparados. Asumimos que a los escritores mencionados se les está censurando algún error de construcción o alguna falla gramatical, lo cual es distinto al pensar de los filósofos, y no es que los escritores no sepan pensar, pero por su parte los filósofos –seguramente– también incurrían en errores de escritura: nadie está libre. Y decimos esto último porque ni el mismo Sabato se ve exonerado. Pruebas al canto. Veamos sólo una falla escritural suya, dice: 

… si es posible contar con indiferencia o prescindencia[11] la historia para un programa de TV de un contrabandista o de un espía en Hong Kong, es radicalmente imposible esa objetividad para un escritor que angustiosamente expresa el drama del hombre contemporáneo.[12] (SABATO, A.2006: 26).

En este breve texto hay más de un error, como lo hemos precisado en las dos notas a pie de página; pero destaquemos sólo el siguiente, de construcción escritural: al decir “contar la historia para un programa de TV de un contrabandista o de un espía de Hong Kong”, se entiende que el programa de TV es de (pertenece a) un contrabandista o un espía, cuando –para evitar la anfibología– ha podido decir: ‘contar la historia de un contrabandista o de un espía de Hong Kong para un programa de TV’. Luego continúa Denegri: 

No le gusta a Sábato[13] lo que él llama ‘variaciones palabreras sobre palabras’ [en todos los casos, la cursiva es de Denegri], y sin duda por eso respeta unas veces la concordancia y otras no. En efecto, dos líneas antes de escribir eso de las ‘variaciones’, se refiere al concepto de realidad que caracteriza a ciertos autores, y en lugar de decir que los caracteriza, comete la inconcordancia de decir que ‘lo’ caracteriza. Y después agrega lo siguiente, y esto sí es de antología: ‘En épocas de agotamiento y refinamiento (y los dos adverbios casi siempre califican juntos una realidad social) […].’ ¿Pero quién le ha dicho a Sábato que agotamiento y refinamiento son adverbios? Hasta un chico de primaria sabe que son substantivos; y sabe también que el adverbio no califica, sino modifica; es elemental. Y no se me diga que se trata de erratas; no, son errores del tamaño de un puño. Entonces, ¿qué autoridad tiene Sábato para desestimar las observaciones gramaticales? (op. cit. p. 96).
Lo interesante es que, después de esta reconvención a Sabato, nuestro autor –Denegri– se ocupa de Miguel Gutiérrez, en los siguientes términos: “Hombres de Caminos[14], de Miguel Gutiérrez, es libro que yo no había leído. Hace unos días lo leí, por recomendación de un amigo, aunque sin imaginarme que en esta novela iba a tropezar con errores de a folio cuya comisión es, si no inexplicable, sorprendente, en autor tan encomiado.” Y, a párrafo seguido, continúa Denegri: 

Amén de los errores, hay también erratas, y como diría Jacinto Benavente, “con profusión democrática”; sin embargo, no me ocuparé de éstas, sólo de los errores, y únicamente de los principales, pero que bastan y sobran para afear y desmerecer una obra que habría sido más aceptable sin ellos. Con ellos, cojea demasiado. Si no están bien escritas, entonces hoy llega a ser mayor, en mi sentir, la extemporaneidad de las novelas de la ruralia. Mal escritas, se olvidan pronto. En este mundo digital y globalizado, las novelas de la ruralia carecen de porvenir. Ello no obstante, de mí sé decir que en lo presente leería complacido una obra impecablemente escrita de tema rural, con gamonales, bandoleros, cholada y todo lo demás; pero mi complacencia se debería a la forma bella, no al fondo.

Y, sobre este tópico, es pertinente hacer la siguiente reconvención: Es obvio que con el término ruralia, Denegri está clasificando –sin decirlo explícitamente– a la novela aludida de MG dentro de lo que –con terminología más difundida– se llama nativismo, indigenismo, ruralismo y hasta costumbrismo. Y, de paso, nos está diciendo que, en esa clasificación, la novela de MG resulta ser extemporánea e irredimible por los errores que él denuncia. Y, realmente, es una exageración. La novela de MG –con todos sus dislates gramaticales– trasciende no sólo el ámbito del indigenismo (o ruralia, para Denegri), para insertarse en la dimensión del nuevo realismo latinoamericano, inserción que, lamentablemente, con la novela aquí comentada (CTF), ha abandonado, lo cual –con cierto regocijo teórico– es reivindicado en sus últimos ensayos. (Pero éste es un tema que trataremos en el cuarto y último capítulo de este trabajo). Sin embargo –y hay que decirlo con todas sus letras– Marco Aurelio Denegri no ha sabido aplicarse su propia medicina expuesta en el siguiente párrafo del texto citado: 

  Si la observación gramatical, o como dicen los impugnados, la gramatiquería, no sólo intenta señalar un yerro sintáctico, o un dislate ortográfico, o una metáfora inaceptable, sino que pretende, al indicar esos defectos, desmerecer toda la obra, que naturalmente puede tener otros valores, entonces no es atendible la observación. (Ibíd.)[15]

  Y Denegri concluye su introducción diciendo:

expondré enseguida las incorrecciones       gramaticales que se aprecian en la novela Hombres de Caminos. Creo que Miguel Gutiérrez sabrá aprovechar mis censuras y reparos. Las objeciones fundadas son preferibles siempre a los ditirambos que prodigan los amigos y a las inepcias y mentiras de la crítica especializada. (Op. cit. 97-98).

Por nuestra parte decimos que no es el caso transcribir aquí dichas objeciones. Cabe, sí, hacer la siguiente acotación: Que Miguel Gutiérrez no tomó en cuenta las censuras y reparos de Denegri –porque éste, como hemos comprobado por las páginas que cita, hizo sus observaciones al texto de la primera edición, y, pues, el de la tercera (manejado por nosotros), de diferente paginación, permanece inalterable, al menos en lo que a los reparos de Denegri se refiere–. Aunque también, al parecer, Denegri exagera en su acuciosidad, pues tratándose de una obra narrativa ha de tenerse en cuenta que el autor puede ser consciente de los errores, pero admitirlos (en interés del relato) por ser atribuibles al narrador o a un personaje.[16] Y es el caso del siguiente supuesto error detectado por Denegri: 

Si quiero formar el nombre abstracto del adjetivo delgado, entonces usaré el sufijo –ez y diré delgadez; y de ácido, acidez; y de mulato, mulatez; pero de ninguna manera ‘mulatés’, como cree Gutiérrez, que estampa este dislate en la p. 37 y lo repite en la 65.

Y resulta que, en ambos casos, quien usa el término mulatés es el personaje Sansón Carrasco; es más, se puede advertir que en la p. 37 lo hace encerrándolo entre comillas, connotando, así, que lo usa tal como se lo endosan a él mismo los gamonales. 

Por lo demás, la crítica lexicográfica y gramatical de Denegri es atendible, pero –repetimos– fue desatendida en la tercera (y suponemos que lo mismo ocurrió con la segunda) edición de Hombres de caminos[17]por su autor, MG, quien sus razones tendría. Obviamente, sería soberbio de nuestra parte pretender lograr lo que no pudo el eminente lexicógrafo. Por eso es preciso aclarar que no es ese el objetivo de este trabajo. El que realizamos aquí es un ejercicio que aprovecharemos nosotros mismos, sin ser por eso éste un objetivo crucial –por demás hedonista y egolátrico–. Pero, del mismo modo como hemos degustado, con provecho, el trabajo ejemplar de Marco Aurelio Denegri, asimismo, esperamos que este trabajo encuentre un oído receptor para sus incisiones, y que logren éstas su aceptación –que es lo deseable– aunque también, si es pertinente, su acerva crítica y hasta rechazo, para que de esa manera se siga engarzando la cadena de esta labor crítica tan ingrata para unos y alegre para otros (como dice el valse de “El Cholo” Berrocal).

Ya hemos adelantado que en el cuarto y último capítulo nos proponemos analizar la concepción ideológica y estético/poética de Miguel Gutiérrez, que se encuentra sugerida en algunos pasajes de CTF, y que también vamos a rastrear en sus ensayos (inclusive en sus declaraciones periodísticas); porque creemos que ha habido un cambio en la postura teórica o ideológica de nuestro autor en esa dimensión trascendental de su producción literaria. Es más, creemos que ese cambio es el que explica las defecciones que hemos detectado en la novela aquí estudiada.

Por último, no nos queda sino expresar nuestra gratitud a las personas que, ya sea con su apoyo moral o con la oportuna lectura de este trabajo (que, en algunos casos, motivó sugerencias o propició la recomendación bibliográfica pertinente y hasta cesión de la misma) permitieron que pudiera cumplir con el objetivo de aportar –en el plano de la investigación literaria– con elementos que esperamos sean significativos para una mejor comprensión de lo que es o debe ser la literatura y la investigación universitaria para nuestra disciplina.




[1]    El punto que va después de la comilla y del signo de admiración es erróneo y corresponde al original. Cada vez que esto ocurra lo indicaremos sólo con el signo “sic”. Las comillas latinas o españolas (« ») las usamos para diferenciarlas de las inglesas (“ ”) cuando éstas corresponden al original. Asimismo, aquí debemos precisar que la bibliografía la dividimos en tres apartados: A. General, B. Del autor, y C. Hemerografía, según eso, las referencias bibliográficas irán precedidas de las letras correspondientes, el año de la edición y el número de página.

[2]   Nótese la contradicción, puesto que el juzgar unas posiciones como “heterodoxas y radicales” tiene que hacerse desde los sectores de izquierda ortodoxos; y nunca la heterodoxia se ha caracterizado por el radicalismo, éste es propio de la ortodoxia; por tanto, al heterodoxo no se le puede juzgar de radical sino, más bien, de moderado o reblandecido (que es, en la práctica, la actitud asumida por MG).

[3]  Y, en realidad, la crítica de los errores no puede tener como motivación la envidia, y, a propósito, el signo “sic” indica que si se está refiriendo a “las pasiones”, ha debido decir: ‘como las’, y no “como los”.

[4]   “Si un tigre depredaba las majadas/ o lo oían bramar en la tiniebla…”, poema “Simón Carbajal”, en: La rosa profunda. Obra poética 3, Madrid, Alianza Editorial, 1998, p. 32.

[5]   Cursiva nuestra. Y siempre será así. Cuando corresponda a los textos citados, así se hará constar.

[6]   En el libro Los Andes en la novela peruana actual, MG escribió: “Luis Nieto Degregori ha logrado escribir un buen relato (…), aunque el texto puede ser considerado más bien como el boceto de una obra mayor” (B-1999: 17). Es más, en otro ensayo admite que un estudioso de la literatura diga eso aplicado a otro autor (MVLl): “Paradójicamente, el personaje más humano y desgarrado y casi trágico creado por nuestro autor es el protagonista de esa novela tendenciosa (…) titulada Historia de Mayta, que con justicia se merecía una novela mayor (Silva Tuesta), menos repulsiva (MG)”. (La generación del 50, B-1988: 156-157). Vale hacer aquí la siguiente salvedad: Es más duro decir de una novela que es repulsiva a decir que es indigesta.

[7]   En el libro de ensayos La cabeza y los pies de la dialéctica (2011), también dice: “La iniciativa de editar una revista dedicada de manera exclusiva a la narrativa y al debate ideológico correspondió al narrador Oswaldo Reynoso” (p. 379).

[8]    En la última novela publicada por MG, Una pasión latina (2011), este personaje, Deyanira Urribarri, vuelve a ser mencionado (y mantenido en el misterio), p. 204.

[9]   Idea similar se encuentra en una cita de Maeterlinck que hace Robert Musil, dice: “Apenas expresamos algo lo empobrecemos singularmente. Creemos que nos hemos sumergido en las profundidades de los abismos y cuando volvemos a la superficie la gota de agua que pende de la pálida punta de nuestros dedos ya no se parece al mar de que procede. Creemos que hemos descubierto en una gruta maravillosa tesoros y cuando volvemos a la luz del día sólo traemos con nosotros piedras falsas y trozos de vidrio; y sin embargo en las tinieblas relumbra aún, inmutable, el tesoro.” Las tribulaciones del estudiante Törless, Colombia, Editorial Oveja Negra, 1984.

[10]  Y no sólo marxista; alguien que no lo es dice: “Lo que piensa en el hombre no es él mismo sino su comunidad social.” L. Gumplowicz, citado por Ernst Wallner, “Prejuicio y sociedad”. En Universitas, p. 170. Gabriel García Márquez, dice, por su parte: “Ninguna ficción es totalmente inventada, siempre son elaboraciones de experiencias” (en una entrevista de Internet). Decir lo contrario es asumir la posición del idealismo formalista y maniqueo que sólo admite como bueno lo que se aleja más de la realidad, y le niega existencia a aquello que pregona su deuda con ella, tal es el caso de José Saramago, quien dijo: “Yo no invento, sólo miro por detrás de lo que ya existe.”
[11]    ¿Con prescindencia de qué? No dice de qué se está prescindiendo. Y eso es un gazapo.

[12]    ¿O sea que para Sabato la existencia de los contrabandistas y de los espías no es parte del drama humano? Y no se comprende tampoco por qué esa objetividad (usada al tratar las historias del contrabandista o del espía) es imposible de ser usada por un escritor que ‘angustiosamente expresa el drama del hombre contemporáneo’; preguntamos, primero: ¿de quién es la angustia: del escritor o del hombre contemporáneo? Y, segundo, ¿de dónde surge la angustia del hombre?, ¿no es de los hechos reales, que constituyen la objetividad per se?

[13]   El lector puede observar, en el libro citado, que Denegri le pone tilde al apellido “Sábato”, y no hemos visto ningún libro de este autor que avale esa decisión: en todos –al menos los por nosotros consultados– aparece sin tilde.

[14]    Es pertinente hacer aquí otra observación a nuestro autor, pues omite consignar la referencia bibliográfica de este libro de Miguel Gutiérrez, no obstante que va a hacer profusas citas de él, indicando los números de página; pero sin remitir al lector ya sea a su primera, a su segunda o a su tercera ediciones aparecidas en 1988, 1998 y 2009, respectivamente, y el libro de Denegri es de 2011. Las ediciones manejadas por nosotros son la primera y tercera.

[15] Algo similar pensaba Proust, refiriéndose a Flaubert, dice: “Dejemos a un lado, no digo ya las simples inadvertencias, sino la corrección gramatical; es una cualidad útil, aunque negativa (un buen alumno, encargado de releer las pruebas de Flaubert, hubiera sido capaz de eliminar muchos errores). De cualquier modo, hay una belleza gramatical (como existe también una belleza moral, dramática, etc.) que nada tiene que ver con la corrección.” PROUST, 2000, “A propósito del estilo de Flaubert”: 14.

[16]  Es el caso del personaje lírico de César Vallejo a quien éste hace escribir: “Viban los compañeros, Pedro Rojas”, error que no es achacable al autor, y responde al interés del texto.

Obsérvese que cuando citamos a Denegri respetamos el uso que él hace del título Hombres de Caminos: con mayúsculas las palabras principales, conforme a la técnica anglosajona, mientras que nosotros lo hacemos de acuerdo con la técnica latina o románica: sólo la primera palabra con mayúscula. Cf. Umberto Eco, Cómo se hace la tesis. (A-1977).

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