sábado, 12 de marzo de 2011

Opinión


DEL EXILIO A LA CIUDADANÍA MUNDIAL

(PRIMERA PARTE)

                                                     Julio Roldán



En los últimos tramos del sistema esclavista, el poeta latino Publio Ovidio (43 a.n.e.-17 a.n.e.), en el destierro, escribió: “El exilio es la muerte.” Más de diez siglos después, el poeta florentino Dante Alighieri (1265-1321), de igual manera en el exilio, afirmó: “El exilio es un honor.” A mediados del siglo XIX, el escritor francés Víctor Hugo (1802-1885), igual que los anteriores en el destierro, sostuvo: “Exilio es vida.” El político alemán Joseph Goebbels (1897-1945), en plena efervescencia del Nacional-Socialismo y sin haber salido de Alemania, sentenció: “Los exiliados son cadáveres andantes.” Finalmente, el poeta argentino Juan Gelman (1930-), en el destierro, declaró: “El exilio es desamparo. Es vivir a la intemperie.”

Para ilustrar lo problemático y controvertido que es el acápite del exilio, hemos deseado comenzar este estudio recordando cinco pensamientos expresados por cinco personajes diferentes en cinco etapas distintas de la historia de Occidente. De los cinco, cuatro fueron exiliados. Dos de ellos murieron en el exilio.

En el denominado Viejo Mundo, el exilio, entendido como una de las prácticas más perversas del castigo, está directamente relacionado con los pares dialécticos: Orden establecido-rebeldes; Sistema dominante-desobedientes. Los rebeldes y desobedientes deben ser castigados con la cárcel-encierro, con el exilio-destierro, o con la muerte-entierro. En este último caso, para los más extremistas, éstos deben ser ejemplarmente exterminados. Si es posible, sus cuerpos deben ser incinerados. Sus cenizas deben ser esparcidas en el aire para que se las lleve el viento. Así no quedará, en el ambiente, ni polvo de ellos.

Estas tres ideas han sido, siguen siendo, sistemáticamente difundidas en el también llamado Continente del trigo. Ésta ha sido, sigue siendo, una práctica frecuente a lo largo de la historia de esta parte del mundo. Además de lo ya mencionado, estos individuos han adoptado, a lo largo de la historia, diferentes nombres o en su defecto han sido calificados con diversos epítetos.

Los más conocidos son: que fueron y son diabólicos, hechiceros, magos, ateos, justicieros, humanistas, niveladores, libertarios, anarquistas, socialistas, revolucionarios, disidentes, comunistas. Algunos de estos adjetivos, al paso del tiempo, han sido asimilados unos y tolerados otros en el vocabulario del mundo oficial. A pesar de ello, la conocida frase, difundida en los últimos decenios por los representantes del sistema dominante, que reza: “El mejor comunista, es el comunista muerto”, simplemente confirmaría primero y resumiría después lo que venimos afirmando.

En la primera etapa, en esta zona de la Tierra que analizamos, el exilio, como hijo predilecto del castigo, hunde sus raíces en el pensamiento mitológico, primero. En las creencias religiosas, después. En la primera forma organizativa de la sociedad, finalmente. Nos referimos a la familia.

El primer caso. De las muchas historias que abundan en el imaginario popular relacionado con castigo-exilio, de la experiencia humana en el Mundo Occidental, hemos tomado un mito bastante conocido para ilustrar lo que aquí afirmamos.

En la cultura griega, Esquilo (525 a.n.e.-456 a.n.e.) nos cuenta la historia de Prometeo encadenado. Para algunos, Prometeo el rebelde. Este personaje decidió robar la chispa sagrada, o arrebatar el fuego inextinguible a los dioses y cederlo a los hombres. Así demostraba que para el rebelde los seres humanos eran más importantes que las deidades. Por desobediente, fue castigado. Por rebelde, fue exiliado. Fue condenado a vivir encadenado, de pies y manos, en los Montes del Cáucaso. En esa condición, debía ser desgarrado por el pico y las garras de los buitres. A éste se le podría llamar el exilio mitológico.

Luego en el Génesis, que aparece en los denominados Libros sagrados de la religión judeo-cristiana, leemos que los hijos de Dios llamados de igual modo nuestros primeros padres, Adán y Eva, inducidos por Satanás, el primer hijo rebelde de Dios, cometieron El pecado original. Por ello fueron castigados con la expulsión. Fueron exiliados del Paraíso Terrenal.

Ellos habían tomado primero, comido después, el fruto prohibido del Árbol de la ciencia del bien y del mal. Con esta acción, eligieron el valle de lágrimas antes que los placeres del paraíso. Además del acto rebelde, propiamente dicho, lo central de este relato es la presencia de los términos ciencia-bien-mal. Es por ello que a esta historia la podríamos denominar como el exilio del conocimiento y la moral.

Finalmente. En el nivel histórico-social, propiamente dicho, en el seno familiar se manifiesta invariablemente el par obediencia-desobediencia. Los padres, particularmente el padre, como representantes del orden, del sistema, de la autoridad, se relacionan verticalmente con los hijos. Cuando un hijo es obediente, es un buen hijo. Es el preferido. Es el orgullo de la familia. Mientras que el desobediente es el vástago mal visto. Si bien es cierto que no es despreciado, es la deshonra de la parentela.

Desde una edad muy temprana, en la mayoría de los hogares, se trata de moldear de arriba hacia abajo, o en su defecto quebrantar la personalidad de los hijos con el argumento valorativo de que la obediencia es positiva. Que la rebeldía es negativa. Que al obediente le irá bien en la vida. Que al rebelde le irá mal, o, en su defecto, que será un desgraciado a lo largo de su existencia.

De lo afirmado, se infiere, en la mayoría de los casos, que quien se rebela en la casa, se rebela en la escuela, se rebela en la sociedad, se rebela ante Dios. En algunos casos extremos, los hijos desobedientes han sido castigados con la prohibición del reingreso al hogar. Con el desheredamiento. Con vedarles el apellido. Y cuando no, con la maldición. Nosotros lo llamaremos el exilio patriarcal-familiar.

A lo largo de la sociedad esclavista, el exilio se incrementó, principalmente, por motivos de creencias sobrenaturales. Como éstos fueron masivos, se dio en llamarlos Diáspora. La del pueblo hebreo primero, seguido por el armenio, el Sinti-Roma; finalmente el africano, disperso en todos los confines de la Tierra, serían sólo algunos de los más representativos en esta primera etapa.

Luego, a partir del siglo IV, cuando la religión católica se convirtió en religión oficial del Imperio Romano, primero. De la aristocracia feudal, después. A su vez, pasó de ser religión primitiva y perseguida a religión oficial y perseguidora. Ella castigó con la cárcel, con el exilio y con la muerte a millones de desobedientes y rebeldes. Los ateos, los pecadores, los librepensadores, los blasfemos y las brujas fueron sus principales víctimas. A éste se le podría denominar como el exilio religioso-cristiano.

En los estertores del feudalismo y los albores del renacimiento, más aún, en éste, propiamente dicho, la aparición de rebeldes y desobedientes fue por motivos sociales antes que divinos. Aquí es cuando entra a tallar con más nitidez la acción del “Leviatán”, según Thomas Hobbes (1585-1679), o el “más frío de los monstruos fríos”, según Friedrich Nietzsche (1844-1900). Estamos hablando del Estado moderno, de todo su sistema de represión material y control ideológico.

Sólo deseamos mencionar como casos ejemplares, en esta etapa, a Dante Alighieri, que por ser militante del partido Güelfo blanco fue exiliado de su Florencia natal y murió en Rávena. De igual forma, a Leonardo da Vinci (1452-1519), que por ser militante del partido Gibelino fue exiliado también de su Florencia y murió en Francia. Por último, a Nicolás Maquiavelo (1469-1527), que fue exiliado de Florencia por los Medici y murió en San Casciano.

Lo digno a destacar es que La divina comedia, La Gioconda y El Príncipe, obras que han universalizado a sus autores, y que de alguna forma han devenido patrimonio cultural de la humanidad, fueron realizados en el exilio. Con ellos se iniciaría el exilio político moderno, propiamente dicho.

Ya en el dominio de la modernidad, predominio del sistema capitalista, este castigo-exilio se repite frecuentemente, a la par que aumentó significativamente en el Continente aquí mencionado.

Para evitar extendernos demasiado (haciendo una especie de paréntesis), deseamos mencionar algunos de los más representativos del exilio alemán en las últimas dos centurias en la convulsionada Europa.

Comencemos con el dramaturgo Georg Büchner (1813-1837) quien, por haber fundado una sociedad secreta en Darmstadt para luchar por la justicia, la libertad y la democracia en Alemania, cuando sólo tenía 22 de edad, fue deportado a Zurich. Allí murió dos años después.

Transcribamos algunas ideas del joven médico que explican, con alguna claridad, por qué pudo haber sido peligrosa la organización que él fundó. En una carta fechada en Straßburg en 1835, camino al exilio, escribió: “… la relación entre ricos y pobres es el único elemento revolucionario en el mundo. Sólo el hambre puede devenir diosa de la libertad (Büchner”

Un año antes, en el Cartero de Hessen, había escrito su conocido grito de guerra que ha sido y es asumido como consigna por todos los desobedientes, rebeldes y justicieros en el mundo entero. Ésta reza así: “¡Paz en las cabañas! ¡Guerra en los palacios!” (Büchner 1981: 210)

Meses después, en su drama la Muerte de Dantón, justificaba plenamente la violencia revolucionaria en contra de la violencia reaccionaria en estos términos: “El Gobierno revolucionario es el despotismo de la libertad en contra de la tiranía.” (Büchner 1981: 17)

Algunas décadas después tenemos el caso del poeta Heinrich Heine (1797-1856) quien, de igual manera, por su actitud crítica y de rebeldía contra el sistema imperante, fue exiliado a París. Allí vivió los últimos 25 años de su vida. Los 8 últimos años de su existencia los sufrió en la cama de un hospital, donde finalmente expiró.

Cuestionando la génesis de la religión judeo-cristiana predominante en Occidente, en unos versos escritos en el año 1839 en el exilio, en nombre del primer hombre, dice: “No voy a echar de menos nunca más las estancias paradisíacas/ Tu paraíso no era verdadero/ Había árboles prohibidos/ ¡Quiero todo el derecho de ser libre!/ Si me ponen la menor traba, para mí se convierte el Paraíso en un infierno y en una cárcel.” (Heine 1981: 58).

Posteriormente, en otros versos escritos el año 1853, relacionando rebelión celestial con rebelión terrenal, versifica así: “Casi siempre niegan a Dios, y todo aquel que se separa de su Dios acaba también convirtiéndose en renegado de la terrena autoridad.” (Heine 1981: 92)

En otro poema, coincidiendo con Büchner en la importancia de la justicia que debe comenzar con la satisfacción del vientre, escribió: “En el hambriento estómago sólo entran la lógica de la sopa con argumentos de albóndigas, las razones del asado con citas de embutidos de Göttinga./ Un silencioso abadejo con manteca satisface a la radical caterva mucho más que un Mirabeau y que todos los oradores desde Cicerón.” (Heine 1981: 104)

Por último, en otro poema, hace un llamado para que se repita en Alemania lo que se había iniciado en Francia en 1789. Leamos: “¡Canta la libertad alemana, cantor alemán!/ Que tu canto se apodere de nuestras almas y nos inspire actos heroicos al aire de la Marsellesa./ No te quejes ya como un Werther que se consume por Carlota…/ Lo que ha anunciado la campana debes decírselo a tu pueblo./ ¡Grita puñales! ¡Grita espadas!” (Heine 1981: 69)

Finalmente el caso de Karl Marx (1818-1883). La razón es muy simple. Fue el autor de Das Kapital y quien “dio la estocada final” en el corazón de las clases dominantes en el mundo. Por eso fue exiliado en Francia, primero. De allí nuevamente fue deportado a Bélgica, y de este país pasó finalmente a ser exiliado en Inglaterra, donde terminó, en condiciones paupérrimas, su existencia. A pesar de todo ello, se podría decir, con el autor de la Odisea, que tuvo: “… una muerte muy dulce.” (Homero 1995: 361)

Marx sintetiza su concepción en contra del orden, principalmente, en las tres críticas. La sagrada familia. Crítica de la “crítica crítica”. Crítica a la filosofía hegeliana del derecho. El capital. Crítica de la economía política, en un nivel. Mientras que su propuesta, teniendo en cuenta que todas las formaciones económico-sociales son sistemas históricos, planteará la necesidad-deseo de una nueva sociedad: La sociedad comunista, sociedad que no será nada más ni nada menos que una etapa más en el desarrollo histórico de la humanidad.

Por último, ironías de la vida. Con la mayoría de rebeldes, desobedientes y revolucionarios que sufrieron el castigo del orden con el exilio, al pasar los años, las décadas y los siglos, son repatriados unos, readmitidos en la sociedad, otros. Convertidos en símbolos nacionales unos terceros. Todo, por los mismos dueños del orden que antaño los castigaron. Acción emprendida por las mismas clases, y sus descendientes, que controlan los Estados que en el pasado los deportaron.

La experiencia de los tres alemanes, exiliados en el siglo XIX, aquí mencionados, es ilustrativo. “Georg Büchner” se denomina el premio más importante en literatura, en idioma alemán, que se otorga cada año en dicho país. “Heinrich Heine” lleva como nombre la Universidad de Düsseldorf y una cadena de librerías en todo Alemania. Por otro lado, en la sociedad alemana actual, el personaje Karl Marx sigue siendo tabú para la gran mayoría. Sus ideas siguen siendo muy peligrosas para los más advertidos defensores del orden. En algunos sectores ilustrados, particularmente los fariseos, se habla de este personaje reduciéndolo a una figura decorativa, como “Nuestro Karl Marx”. Sólo un sector marginal, académico-político, lo reivindica en su totalidad.

Con estos “héroes nacionales”, oleados y sacramentados por el orden, se cumple a plenitud lo que Lenin (1870-1924), otro exiliado, escribió al respecto: “En vida de los grandes revolucionarios, las clases opresoras los someten a constantes persecuciones, acogen sus doctrinas con la rabia más salvaje, con el odio más furioso, con la campaña más desenfrenada de mentiras y calumnias. Después de su muerte, se intenta convertirlos en iconos inofensivos, canonizarlos, por decirlo así, rodear sus nombres de una cierta aureola de gloria para `consolar´ y engañar a las clases oprimidas, castrando el contenido de su doctrina revolucionaria, mellando su filo revolucionario, envileciéndola.” (Lenin 1970; 12)

Con el inicio del régimen del nacional-socialismo, muchos intelectuales alemanes, especialmente de izquierda, se exiliaron. Toda la plana mayor de Teoría crítica, Karl Jaspers (1883-1969), Ernest Bloch (1885-1977), Bertolt Brecht (1897-1956), Heinrich Mann (1871-1950), Albert Einstein (1879-1955), Thomas Mann (1875-1955) y Hannah Ahrendt (1906-1975) son los nombres más conocidos.

Los argumentos para este castigo-exilio fueron su concepción del mundo y algunas características étnico-culturales. En la medida que la mayoría de ellos se proclamaban ser, ideológicamente, comunistas. A la par, muchos se reclamaban tener ascendencia judía. Mientras que a unos terceros, simple y llanamente, se les endosaba dichos calificativos sin que ellos siquiera fueran conscientes de ello. Ésta es la razón del por qué, a esta última experiencia, se le podría denominar el exilio ideológico étnico “racial”.

Volviendo al Continente. Hay que decir que esta acción de castigar con el exilio fue también práctica recurrente en el denominado “socialismo real”. Con el argumento de que fueron contrarrevolucionarios. Que fueron agentes del imperialismo, muchos han corrido la misma suerte que los anteriormente nombrados. Que, sin duda alguna, haya habido contrarrevolucionarios, de igual manera, que posiblemente haya habido agentes, no estamos en condiciones de negarlo.

Lo que tendríamos que decir es que estos casos fueron las excepciones. La inmensa mayoría fueron personas que disentían con el orden del “socialismo real”. Sistema que, lamentablemente, tenía mucho de real y muy poco de socialismo. Sistema que significativamente se asemejaba al denominado “Socialismo de cuartel”, como se conoció también al régimen prusiano en los tiempos de Otto von Bismarck (1815-1898), en la medida que los Estados “socialistas” tenían su sociedad, mientras la sociedad no tenía su semi-Estado, en proceso de extinción, como lo habían planteado Marx y Engels.

Muchos de estos exiliados eran revolucionarios, a pesar del castigo en nombre del socialismo, del exilio en nombre del marxismo. Ellos seguían luchando por el socialismo. Ellos seguían bregando para que se materialice sobre la faz de la Tierra las enseñanzas teóricas del otrora exiliado Karl Marx. De la larga lista de exiliados, el más celebre fue León Trotsky (1879-1940).

Él tuvo la desgracia o la dicha de ser tres veces exiliado. En ello se asemeja mucho a Marx. La primera vez, por el zarismo en Siberia, de donde escapó y llegó a Londres. La segunda vez, nuevamente por el zarismo, también en Siberia, de donde volvió a evadirse y llegó a EEUU de Norteamérica. Finalmente fue exiliado por el Gobierno soviético. Primero puso los pies en Turquía, de allí se exilió en Francia. Luego se exilió en Noruega y finalmente en México. En este país latinoamericano de América del Norte murió asesinado, se dice, por un agente del servicio de inteligencia soviético que respondía al nombre de Ramón Mercader.

Un par de preguntas quedan flotando en la atmósfera de lo planteado. De no haber ocurrido el exilio con los personajes aquí mencionados, ¿habrían logrado ellos producir lo que produjeron? Más aún: ¿habrían logrado producir lo que produjeron con la calidad y hondura reconocidas? Las respuestas seguirán dando vueltas y más vueltas en la mente de los intelectuales. Ellas continuarán navegando, para siempre, en el mar de las especulaciones.

Normalmente el exiliado es un ser comprometido social, política o culturalmente con su tiempo. Frecuentemente, estos individuos no provienen de los sectores “descamisados” ni de los “desheredados” de la Tierra. Pero, a pesar de ello, son personas que tienen una marcada emoción social. Mientras otros han logrado una profunda comprensión de la evolución y condición humana. Finalmente unos terceros, han logrado conjugar las dos virtudes al mismo tiempo.

No se trata de que sean seres incomprendidos. Rebeldes sin causa. Resentidos sociales, o, en su defecto, “psicópatas”, como la propaganda oficial, fácil y baratamente, los califica. Son seres sensibles que tienen un profundo sentimiento de solidaridad con las grandes mayorías explotadas y oprimidas. Que detestan la injusticia. Este sentimiento, esta comprensión, es lo que los lleva a identificarse y vincularse activamente con los pueblos y a rebelarse. A decir de ciertos especialistas, en estos personajes, “El complejo de inferioridad”, si es que lo hay, es compensado largamente con “El sentimiento de comunidad”.

Algunos siglos antes de nuestra era, el filósofo chino Lao-Tsé (600 a.n.e.-), a propósito de la relación pueblo, opresión, rebelión y valor, escribió: “El pueblo está hambriento. Porque sus gobernantes lo agobian de impuestos, está hambriento. El pueblo es rebelde. Debido a la intromisión de sus gobernantes, es rebelde. El pueblo no teme a la muerte. Porque desea con ansia vivir, no teme a la muerte.” (Lao-Tsé 1993: 104)

Cuando el filósofo citado habla del valor, entendemos que esta actitud está íntimamente vinculada con el temor. En la medida en que sin una de estas virtudes la otra sencillamente no existiría. En la guerra sin cuartel entre el valor y el temor, en el alma de los rebeldes, de los desobedientes; es el primero quien triunfa. Y el valor lleva en sus entrañas, entre otros efectos, el riesgo. Toda acción u omisión humana entraña riesgos. Es por ello que un conocido adagio popular, de autor anónimo, también chino, dice: “Quien no teme morir hecho mil pedazos, se atreve a desmontar al Emperador.” (Mao Tsetung 1986: 467)

Estos rebeldes saben que, por su decisión libremente tomada, tienen que dejar lo conocido por lo desconocido. Tienen que abandonar lo suyo para vivir en lo ajeno. Este doloroso trance de separarse de las semillas, de verse arrancados de raíz, es lo que, en palabras de Dante, lleva a una madre a decir a su hijo en camino al exilio: “Tú abandonarás todas las cosas que más entrañablemente amas, y éste es el primer dardo que arroja el arco del destierro. Tú probarás cuán amargo es el pan ajeno y cuán duro camino el que conduce a subir y bajar las escaleras de otros.” (Dante 1996: 462)

Normalmente el exiliado sólo lleva lo que no puede dejar. Su cuerpo, su conciencia, su fantasía y su recuerdo. Él no tuvo la oportunidad de llevar las cosas que más amaba. Él no pudo despedirse de sus familiares más cercanos, tampoco de sus amigos más entrañables, menos de sus compañeros de lucha o camaradas de clandestinidad. El partir al exilio equivale a desaparecer. Él no sabe si este desaparecer será sólo por un tiempo o será para siempre. El exiliado, muchas veces, no sabe adónde va. Tampoco conoce el camino que lo conduce a su destino. No sabe quién, ni qué le espera.

Asentarse primero, establecerse en el nuevo hábitat después, para algunos exiliados que lo logran, es un proceso sumamente largo y hasta penoso. Unos apenas lo consiguen a medias. Otros logran asentarse, pero nunca establecerse. En la medida que tienen que comenzar todo de nuevo, son, para usar una figura freudiana, algo así como los viejos-niños que apenas han dejado el pecho materno e intentan dar los primeros pasos en la vida. Transitar el territorio de un país desconocido. Recorrer una ciudad extraña. Aprender a deletrear un idioma ignorado. Comenzar a respirar nuevos aires culturales. Tener que comprender las diferentes mentalidades que la realidad inmediata le obliga es un equipaje nada liviano para cualquier desterrado.

Debido a ello es frecuente encontrar, en este sector de castigados-exiliados, sentimientos de ansiedad, dolor, tristeza, melancolía, rechazo, agresión, apatía. En dos palabras: pocas ganas de vivir. Es cuando aparece el síndrome de la des-adaptación social. Acompañado del síndrome, aparece luego la nostalgia.

A esto añádase un dolor espiritual más: el denominado complejo de culpa o mala conciencia por los amigos que quedaron presos. Por los compañeros desaparecidos. Por los camaradas muertos. Él sabe que como individuo se salvó de la cárcel o la muerte; pero tampoco olvida que el precio fue alto. Y este fue pagado por los que se quedaron. Por los que nunca volverá a ver. Ésta es una raya más que marca el alma del exiliado y no le permite vivir en paz consigo mismo.

Este conjunto de vivencias aquí mencionadas son las que marcan la vida del exiliado desde que partió hasta que llegó. Más aún, se prolonga a lo largo de toda su existencia. El llegar significa, en un determinado nivel, comenzar de la nada. Luego, en el proceso de asentarse y crear su propia red socio-cultural, es cuando aflora la preocupación de lo que fue, de lo que es y lo que será. Este impase para unos, traspase para otros, en la cotidianidad, es lo que da forma y contenido al denominado “duelo” eterno que tiene que guardar el exiliado, del cual hablan algunos especialistas.

El verse obligado a partir al exilio, como ya lo han dicho muchos otros estudiosos, es un hecho que parte en dos, literalmente hablando, el alma del desterrado. Las vivencias del ayer y del hoy conviven en permanente pugna en la vida de estos forasteros. Son como dos hermanos gemelos que se quieren y se odian al mismo tiempo. Es por ello que es frecuente escuchar decir que el exiliado está sentenciado a vivir para siempre en dos, si no en más, mundos que se acometen, que se bifurcan, que se yuxtaponen, que se sobreponen, que se enfrentan. Pero para compensar este mal, para mitigar esta desgracia, aparece, en unos casos o, en su defecto, es inventado en otros el mito del regreso. El regreso al lugar donde nacieron. Regreso a la tierra donde crecieron-socializaron. Regreso al rincón del recuerdo que es vivamente conservado por la memoria.

Volver al pecho suave de la madre. Volver al calor del hogar. Retornar a la tierra donde nació. Regresar al barrio donde creció. Retornar al país inventado. Porque, el real, es otro y muy distinto al recordado-imaginado. Regresar a la cultura que alimentó su proceso de socialización. En una palabra: volver a las raíces. Regresar a las semillas parece ser una necesidad humana que se confunde y entremezcla con el instinto animal.

Si no todos, por lo menos la gran mayoría de los castigados-exiliados, sueñan con el día del regreso. Y este sueño les permite, en parte, mantenerse de pie. Este mito les permite seguir, de alguna forma, respirando. Muchos, si no la mayoría de exiliados, harán suyas estas palabras de Homero, puestas en la boca de Odiseo cuando, navegando en alta mar con dirección a su Isla-hogar, donde le esperan su esposa, su hijo y su perro, dice: “No hay cosa más dulce que la patria y los padres, aunque se habite en una casa opulenta, pero lejana, en país extraño, apartada de aquéllos.” (Homero 1995: 191)

Normalmente la situación, más aún el final de los exiliados, se puede agrupar en tres sectores. Unos mueren en el exilio. Recurrentemente se piensa que una de las razones de tal deceso fue el trauma de la nostalgia por la tierra lejana. El dolor espiritual generado por el suelo prohibido, más aún, idealizado, los consumió hasta liquidarlos.

Otros logran volver al terruño. Después de los primeros días de natural euforia, frecuentemente, se desengañan amargamente de ella. En la medida que la memoria les jugó una mala pasada. Ellos creían regresar al lugar anhelado, pensando que éste seguía siendo como cuando se vieron obligados a partir. Pero, para bien o para mal, en la vida nada sigue siendo lo que fue. Todo es y ya no es al mismo tiempo. En la medida que todo cambia. En que todo fluye. En que todo es devenir. Las palabras del filósofo griego Heráclito de Éfeso (535 a.n.e.-484 a.n.e.) de que: “Nadie puede bañarse dos veces en las mismas aguas de un río”, siempre serán actuales, siempre estarán vigentes.

Todo lo que fue ya no es. Todo lo que es ya no será. Comenzando con la topografía del pueblo dejado, pasando por la biología y terminando con el espíritu del exiliado. Todo ha cambiado. Con excepción del recuerdo que almacena la memoria. El recuerdo es estático. La memoria se anquilosa. En cambio el mundo es devenir. La vida es movimiento; por ello, es perecer.

En un libro publicado hace algún tiempo atrás, sobre el punto, hemos escrito lo siguiente: “Cuando estas personas desarraigadas tienen la oportunidad de regresar a su tierra de origen, casi siempre, por no decir siempre, se decepcionan amargamente de la misma. En la medida que la mayoría de las casas, de la gente y las costumbres que ellos dejaron cuando salieron no existe más. Sigue ubicado su pueblo en el mismo espacio geográfico, pero ya no es el mismo en el discurrir del tiempo.

Lo geográfico y lo histórico en la realidad objetiva siempre van de la mano, mas no sucede lo mismo en la realidad subjetiva. Y esto tiene que ver con que la madre de los recuerdos, de la añoranza, o sea la memoria, se petrifica, no evoluciona, no cambia y por ello es anti-histórica. Mientras que los pueblos, las sociedades, los hombres y con ellos su razón y su fantasía se transforman y evolucionan constantemente. Es por ello que son históricos.

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