domingo, 1 de diciembre de 2024

Stalin

Stalin. Historia y Crítica de Una Leyenda Negra

(10)

Domenico Losurdo

El ocaso de la «economía del dinero» y de la «moral mercantil»

La dialéctica de Saturno se manifiesta en numerosos otros ámbitos de la vida política y social. En el ámbito interno, ¿cómo debía entenderse la igualdad que el régimen nacido de Octubre estaba llamado a realizar? La guerra y la pobreza habían dado lugar a un "comunismo" basado en la distribución más o menos igualitaria de raciones de alimentos bastante míseras. Respecto a esta práctica y a la ideología que se había desarrollado sobre ella, la ola de robos provocada por la NEP resulta arrolladora, con el surgimiento de nuevas y estridentes desigualdades, posibilitadas por la tolerancia adoptada hacia ciertos sectores de la economía capitalista. La sensación de "traición" es un fenómeno masivo, y se dirige especialmente al partido bolchevique: «En 1921-1922 literalmente decenas de miles de obreros bolcheviques rompieron el carnet decepcionados por la NEP: la habían rebautizado como Nueva Extorsión al Proletariado». Más allá de la Rusia soviética, vemos también a un dirigente comunista francés aceptar el cambio radical, pero sin dejar de añadir, al escribir en L'Humanité: «La NEP trae consigo algo de la podredumbre capitalista que había desaparecido completamente durante el comunismo de guerra»139.

Quizás se tiene la impresión de que al ser mirados con desconfianza o con indignación no sean aspectos determinados de la realidad económica, sino esta misma realidad en conjunto. Es necesario no perder de vista la espera mesiánica que caracteriza a las revoluciones vinculadas a los estratos más profundos de la población y que sobrevienen después de una crisis de larga duración. En la Francia de 1789, antes aún del asalto a la Bastilla, a partir de la reunión de los Estados generales y de la agitación del Tercer Estado se agita «en el ánimo popular el antiguo milenarismo, la ansiosa espera por la revancha de los pobres y la felicidad de los humillados: ello impregnará profundamente a la mentalidad revolucionaria». En Rusia, estimulado por la opresión zarista y sobre todo por el horror del Primer conflicto mundial, el mesianismo se había manifestado con fuerza ya en ocasión de la Revolución de febrero: saludándola como una Pascua de resurrección, círculos cristianos y sectores importantes de la sociedad rusa habían esperado de ella una regeneración total con el surgimiento de una comunidad íntimamente unificada, y con la disolución de la división entre ricos y pobres, así como del hurto, de la mentira del juego, de la blasfemia, de la embriaguez140. Decepcionada por la política menchevique y por la prolongación de la guerra y de la carnicería, esta espera mesiánica había inspirado ulteriormente no pocas adhesiones a la revolución bolchevique.

Es el caso, por ejemplo, de Pierre Pascal, un católico francés que se verá después profundamente decepcionado por el paso a la NEP, si bien inicialmente había saludado así los acontecimientos de octubre del '17:

Se está realizando el cuarto salmo de las vísperas dominicales y el Magníficat: los poderosos arrojados del trono y el pobre rescatado de la miseria [...]. Ya no hay más ricos: sólo pobres y paupérrimos. El saber no confiere ni privilegio ni respeto. El ex-obrero promovido a director da órdenes a los ingenieros. Altos y bajos salarios se aproximan. El derecho de propiedad se reduce a los efectos personales. El juez no se dedica más a aplicar la ley, si el mismo sentido de equidad proletaria la contradice141.

Leyendo este fragmento, resuenan ecos de la afirmación de Marx, según la cuál no hay «nada más fácil que dar al ascetismo cristiano una mano de barniz socialista». No debe pensarse que esta visión circule solamente entre los ambientes abiertamente religiosos. Incluso el Manifiesto del partido comunista hace notar que «los primeros lemas del proletariado» a menudo se caracterizan por reivindicaciones en la línea de «un ascetismo universal y un tosco igualitarismo»142. Es esto lo que se produce en Rusia tras la catástrofe de la Primera guerra mundial. En los años cuarenta un bolchevique describe eficazmente el clima espiritual del período inmediatamente posterior a la Revolución de octubre, surgido de una guerra provocada por la competición imperialista, por el saqueo de las colonias, por la conquista de mercados y materias primas, por la caza capitalista del beneficio y el súper— beneficio:

Nosotros los jóvenes comunistas habíamos crecido todos en la convicción de que el dinero habría sido quitado de en medio de una vez por todas [...]. Si reaparecía el dinero, ¿aparecerían de nuevo los ricos? ¿No nos encontrábamos en una pendiente resbaladiza que nos llevaba de vuelta al capitalismo?

Es un sentimiento que encuentra su expresión también en la obra de eminentes filósofos occidentales. En 1918 el joven Bloch llama a los Soviets a acabar no solamente con «toda economía privada» sino también con toda «economía dineraria» y, con ella, «la moral mercantil que bendice todo lo malvado que hay en el hombre». Solamente liquidando tal podredumbre en su totalidad era posible acabar de una vez por todas con la carrera por la riqueza y el dominio, por la conquista de las colonias y de la hegemonía, catastróficamente desembocada en la guerra. Al publicar en 1923 la segunda edición de Espíritu de la utopía, Bloch considera oportuno eliminar los pasajes de impronta mesiánica antes citados. Y sin embargo, el estado de ánimo y la visión que los había inspirado no se atenúan ni en la Unión Soviética ni fuera de ella143.

Si por un lado la suavizan, la cicatrización de las heridas abiertas por el primer conflicto mundial y dos guerras civiles contra los Blancos y contra los kulaks, y la recuperación económica vuelven a agudizar la crisis moral. Sobre todo después de completada la colectivización de la agricultura y la consolidación del nuevo régimen, ya no es posible remitir a los residuos capitalistas y el peligro inmediato del derrumbe para explicar el fenómeno de la permanencia de las diferencias retributivas: ¿eran tolerables? ¿Hasta qué punto?

En la Fenomenología del espíritu, Hegel destaca la aporía contenida en la idea de igualdad material que está en la base de la reivindicación de la «comunidad de bienes»: si se procede a la satisfacción igual de las diferentes necesidades de los individuos, está claro que se produce una desigualdad en relación a la «cuota de participación», esto es, a la distribución de los bienes; sin embargo, si se procede a una «distribución igual» de los bienes, entonces está claro que resulta desigual en los individuos la «satisfacción de las necesidades» diferentes entre ellas. En cualquiera de los casos la «comunidad de bienes» no consigue mantener la promesa de una igualdad material. Marx, que conocía muy bien la Fenomenología, resuelve en la Crítica del programa de Gotha la dificultad haciendo corresponder los dos modos diferentes de declinar la «igualdad» que siempre es parcial y limitada a dos diferentes fases de desarrollo de la sociedad postcapitalista: en la fase socialista la distribución según «igual derecho», es decir, retribuyendo con la misma medida el trabajo realizado por cada individuo, siempre diferente para cada uno, produce una evidente desigualdad en la retribución global y en la renta; en este sentido el «derecho igual» no es otra cosa que el «derecho de la desigualdad». En la fase comunista, la satisfacción igual de las diversas necesidades comporta también una desigualdad en la distribución de los recursos, salvo que el enorme desarrollo de las fuerzas productivas, satisfaciendo integralmente las necesidades de todos, hace que tal desigualdad carezca de importancia144.

Es decir, en el socialismo la igualdad material no es posible; en el comunismo ya no tiene sentido. Quedando clara la desigualdad en la distribución de los recursos, el paso de la satisfacción desigual a la satisfacción igual de las necesidades presupone, más allá del derrocamiento del capitalismo, el desarrollo prodigioso de las fuerzas productivas, y esto puede conseguirse solamente gracias a la afirmación, en el transcurso de la fase socialista, del principio de retribución de cada individuo sobre la base del diferente trabajo desarrollado por él. De aquí la insistencia de Marx en el hecho de que, una vez conquistado el poder, el proletariado está llamado a luchar, aparte de por la transformación de las relaciones sociales, por el desarrollo de las fuerzas productivas. Por otro lado, sin embargo, al celebrar el París obrero enfrentado a la burguesía francesa, que nada en el lujo mientras ejecuta una sangrienta represión, Marx señala como modelo una medida aprobada por la Comuna: «el servicio público debía realizarse a cambio de salarios obreros»145. En este caso la igualdad retributiva y material tiende a ponerse como objetivo de la sociedad socialista.

No es fácil conciliar las dos perspectivas, y su divergencia jugará un rol ineludible a la hora de dividir y lastrar de manera irremediable al partido y al grupo dirigente bolchevique. A medida que se refuerza, el poder soviético se ve llevado a prestar una atención creciente al problema de la edificación económica, con el fin tanto de consolidar la base social de consenso y conseguir la legitimidad nacional para el pueblo ruso, como de defender al «país del socialismo» frente a las amenazas que se perfilan en el horizonte. Remitiendo a la polémica ya conocida del Manifiesto del partido comunista contra el «ascetismo universal» y el «tosco igualitarismo», Stalin insiste: «Es el momento de entender que el marxismo es enemigo del igualitarismo». La igualdad producida por el socialismo consiste en la eliminación de la explotación de clase, no desde luego en la imposición de uniformidad y homologación, que es el ideal al que aspira el primitivismo religioso:

La nivelación en el ámbito de las necesidades y de la vida personal es un sinsentido reaccionario y pequeño-burgués, digno de cualquier secta primitiva de ascetas, pero no de una sociedad socialista organizada marxianamente, porque no se puede exigir que todos los hombres tengan necesidades y gustos iguales, que todos los hombres vivan su vida personal según un único modelo [...]. Por igualdad, el marxismo entiende no ya la nivelación en el ámbito de las necesidades personales y de las condiciones de vida, sino la destrucción de las clases146.

El primitivismo religioso puede expresarse mediante la aspiración a una vida comunitaria, en cuyo ámbito son llamadas a disolverse las diferencias individuales, en perjuicio también del desarrollo de las fuerzas productivas:

La idealización de las comunas agrícolas se ha visto impulsada en determinado momento hasta el intento de introducir las comunas incluso en oficinas y fábricas, donde los obreros cualificados y no-cualificados, trabajando cada uno según su categoría, tenían que poner su salario en la caja común y dividirlo después en partes iguales. Es bien sabido cuánto daño hayan provocado a nuestra industria estos pueriles ejercicios de nivelación debidos a alborotadores de "izquierda"147.

El objetivo a largo plazo de Stalin es bastante ambicioso, tanto en el plano social como en el nacional: «Hacer de nuestra sociedad soviética la sociedad con mayor bienestar»; realizar la «transformación de nuestro país en el más avanzado de los países»; pero para conseguir este resultado «es necesario que en nuestro país la productividad del trabajo supere a la productividad del trabajo de los países capitalistas más avanzados»148, lo que todavía una vez más conlleva el recurso a incentivos materiales aparte de morales, y por tanto la superación de ese igualitarismo considerado por el líder soviético como tosco y mecánico.

De nuevo, y de hecho más que nunca, resurge un primitivismo religioso, con su desprecio no solamente hacia las diferencias retributivas, sino sobre todo respecto a la riqueza en cuanto tal:

«Si todos acaban alcanzando el bienestar y los pobres dejan de existir ¿sobre quiénes apoyaremos los bolcheviques nuestro trabajo?»: así argumentan y se angustian según Stalin los «alborotadores de "izquierda", que idealizan a los campesinos pobres como el sostén eterno del bolchevismo»149.

Esto nos remite a las observaciones críticas que elabora Hegel a propósito del mandamiento evangélico que impone el ayudar a los pobres: soslayando el hecho de que se trata de un «precepto condicionado», y absolutizándolo, los cristianos acaban absolutizando también la pobreza, pues sólo ella puede dar sentido a la norma que exige el socorro a los pobres. Y sin embargo la seriedad de la ayuda a los pobres se mide por la contribución aportada a la superación de la pobreza en cuanto tal150. En el clima de rechazo hacia la carnicería provocada por el capitalismo y por el auri sacrafames, se reproduce la desconfianza religiosa hacia el oro, hacia la riqueza en cuanto tal, y la idealización de la miseria o por lo menos de la escasez, entendidas y vividas como expresión de plenitud espiritual o de rigor revolucionario. Y Stalin se siente obligado a subrayar un punto central:

«Sería estúpido pensar que el socialismo pueda ser construido sobre la base de la miseria y las privaciones, sobre la base de la reducción de las necesidades personales y de la nivelación del nivel de vida de los hombres al de los pobres»; al contrario, «el socialismo puede ser edificado solamente sobre un impetuoso desarrollo de las fuerzas productivas de la sociedad» y «sobre la base de una vida acomodada de los trabajadores», es más, «una vida acomodada y civil para todos los miembros de la sociedad»151.

Al igual que el precepto cristiano de ayudar a los pobres, también el precepto revolucionario, que insta a los partidos comunistas a colocarse en primer lugar entre los explotados y los pobres, está «condicionado» y es realmente tomado en serio sólo cuando es entendido en su condicionalidad.

Por tanto, para Stalin era necesario intensificar los esfuerzos con el fin de acrecentar decididamente la riqueza social, imprimiendo «un nuevo impulso» a la «emulación socialista»; se imponía recurrir tanto a los incentivos materiales haciendo valer el principio socialista de la retribución según el trabajo como a los incentivos morales confiriendo por ejemplo «el más alto honor» a los estajanovistas más destacados. Diferente y contrapuesta es la orientación de Trotsky: al «restablecer grados y condecoraciones» liquidando así la «igualdad socialista», la burocracia prepara el terreno para cambios también en las «relaciones de propiedad»152. Si Stalin se remontaba de manera explícita a los ataques del Manifiesto contra el socialismo entendido como sinónimo de «ascetismo universal» y «tosco igualitarismo», la oposición de izquierdas avalaba conscientemente o no la tesis contenida en la Guerra civil en Francia, según la cual también en al nivel más alto los dirigentes debían ser retribuidos con «salarios obreros». Se equivocaban, insistía Trotsky, cuando para justificar sus privilegios la burocracia y Stalin recurrían a la Crítica del programa de Gotha:

«Marx no sugería con esto la creación de una nueva desigualdad, sino una eliminación gradual de la desigualdad en los salarios, preferible a la eliminación brusca»153.

Sobre la base de esta línea política de nivelación de las retribuciones tanto en las fábricas como en el aparato estatal era bastante difícil promover el desarrollo de las fuerzas productivas. Para Stalin la diferencia retributiva no implicaba la restauración del capitalismo: no había que confundir las diferencias sociales que subsistían en el ámbito del nuevo régimen con el viejo antagonismo entre clases explotadoras y clases explotadas. Sin embargo, para Trotsky se trataba de un torpe intento de simplificación: «el contraste entre la miseria y el lujo choca demasiado en los centros urbanos». En conclusión:

Que la diferencia entre la aristocracia obrera y la masa obrera sea, desde el punto de vista de la sociología estaliniana, "radical" o "superficial", importa poco; en todo caso, es de esta diferencia de donde nació en su momento la necesidad de romper con la socialdemocracia y fundar la III Internacional154.

Según Marx, el socialismo estaba llamado también a superar la contraposición entre trabajo intelectual y manual. De este modo reaparecía el problema: ¿cómo realizar un objetivo tan ambicioso? Y una vez más el grupo dirigente bolchevique acaba dividido; también en este caso, la perspectiva elaborada por Stalin en los años treinta se distingue por su cautela:

Algunos piensan que la supresión del antagonismo entre trabajo intelectual y trabajo físico puede ser alcanzada mediante cierta nivelación cultural y técnica de los trabajadores intelectuales y manuales, que se obtendría rebajando el nivel cultural y técnico de los ingenieros y los técnicos, de los trabajadores intelectuales, hasta el nivel de los obreros de cualificación media. Esto es totalmente erróneo.

Había que estimular el acceso a la formación en todos los estratos sociales hasta aquél momento excluidos. En el frente opuesto, Trotsky reconocía que se había dado un proceso de «formación de cuadros científicos provenientes del pueblo», y sin embargo afirmaba: «La distancia social entre el trabajo manual y el intelectual se ha incrementado en el transcurso de los últimos años en vez de disminuir»155. Persistencia de la división del trabajo y persistencia de las desigualdades económicas y sociales eran las dos caras de la misma moneda, es decir, del retorno de la explotación capitalista y por tanto de la completa traición a los ideales socialistas:

La nueva Constitución, cuando declara que la «explotación del hombre por el hombre está abolida en la URSS» dice lo contrario de la verdad. La nueva diferenciación social ha creado las condiciones para un renacimiento de la explotación bajo las formas más bárbaras, como la adquisición del hombre para el servicio personal ajeno. Los domésticos no figuran en el censo, teniendo que ser incluidos evidentemente bajo el término «obreros». Las siguientes preguntas no se plantean: ¿el ciudadano soviético tiene domésticos? ¿Y cuáles mujer del servicio, institutriz, nodriza, cocinera, conductor? ¿Tiene un automóvil a su disposición? ¿De cuántas habitaciones dispone? ¡Tampoco se habla de las dimensiones de su salario! Si se reactivase la regla soviética, que priva de derechos políticos a todo aquél que explote el trabajo ajeno, ¡se vería repentinamente que los máximos dirigentes de la sociedad soviética deberían verse privados del derecho constitucional! Afortunadamente, una igualdad completa está establecida... entre el patrón y los domésticos.156.

Por lo tanto, la misma presencia de la figura social de la «mujer del servicio» y del doméstico en general era sinónimo no sólo de explotación, sino de «explotación bajo las formas más bárbaras»: ¿cómo explicar la persistencia o reaparición en la URSS de tales relaciones, si no es por el abandono de una perspectiva auténticamente socialista, esto es, por una traición?

La onda larga del mesianismo, desde luego ya implícita en los aspectos más utópicos del pensamiento de Marx pero enormemente sobredimensionados como reacción al horror de la Primera guerra mundial, continúa haciéndose eco. En su Informe al XVII Congreso del PCUS 26 de enero de 1934, Stalin siente la necesidad de advertir contra «las habladurías siniestras, que han prosperado entre una parte de nuestros militantes, según las cuales el comercio soviético sería una fase superada y el dinero debería ser rápidamente abolido». Aquellos que argumentan así, «con su actitud soberbia hacia el comercio soviético, no expresan un punto de vista bolchevique, sino un punto de vista propio de nobles decadentes, llenos de pretensiones, pero sin dinero en el bolsillo»157. Trotsky, sin embargo, si por un lado no pierde ocasión de condenar el anterior «aventurismo económico» reprochado a Stalin, por el otro se burla de la «rehabilitación del rublo» y del retorno a los «métodos burgueses de distribución»158. En todo caso, continúa afirmando que en el comunismo, junto al Estado, están destinados a disolverse también el «dinero» y toda forma de mercado159.

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(139) En Flores 1990), p. 29.

(140) Furet, Richet 1980), p. 85; Figes 2000), p. 434.

(141) En Furet 1995), p. 129.

(142) Marx, Engels 1955-89), vol. 4, pp. 484 y 489.

(143) Losurdo 1997), cap. iv, § 10.

(144) Hegel 1969-79), vol. 3, p. 318; Marx, Engels 1955-89), vol. 19, pp. 20-1.

(145) Ibid, vol. 17, p. 339.

(146) Stalin 1971-73), vol. 13, pp. 314-5 = Stalin, 1952, p. 573).

(147) Ibid, pp. 316-7 = Stalin, 1952, p. 575).

(148) Stalin 1971-73), vol. 14, p. 33 = Stalin, 1952, p. 601).

(149) Stalin 1971-73), vol. 13, pp. 317-9 = Stalin, 1952, pp. 575-7).

(150) Losurdo 1992), cap. x, § 2.

(151) Stalin 1971-73), vol. 13, pp. 319 y 317 = Stalin, 1952, pp. 577 y 575).

(152) Trotsky 1988), p. 957 = Trotsky, 1968, p. 232).

(153) Trotsky 1962), p. 431.

(154) Trotsky 1988), pp. 972-3 y 969 = Trotsky, 1968, pp. 248 y 244.

(155) Trotsky 1988), p. 941 = Trotsky, 1968, p. 218).

(156) Ibid, p. 946 = Trotsky, 1968, pp. 223-4).

(157) Stalin 1971-73), vol. 13, p. 304 = Stalin, 1952, p. 564).

(158) Trotsky 1988), pp. 763 y 768-9 = Trotsky, 1968, pp. 65 y 70-1).

(159) Ibid, pp. 757-8 = Trotsky, 1968, p. 61).


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