¿Renovación o Revolución?*
Eduardo Ibarra
En el artículo «Admonición trascendental» (II: 1991: 153-154), Ramón García escribió:
José Carlos Mariátegui entendió la revolución como renovación, como palingenesia, como Resurgimiento.
Y, para no perder la costumbre, pretendió solventar su
afirmación tergiversando a José Carlos Mariátegui.
Así, reseñó algunas afirmaciones del
maestro, pero, quienquiera que sepa leer las mismas, tiene que darse cuenta de
que en una de ellas José Carlos Mariátegui desahució el término renovación. En
efecto, en
el dirimente editorial «Aniversario y
balance», el fundador del marxismo peruano desahució dicho término y, a pesar
de que García copia la parte donde aparece este desahucio, ¡no se dio cuenta
del mismo!
Recordemos el aludido desahucio:
«Nueva generación», «nuevo espíritu», «nueva sensibilidad», todos estos términos han envejecido. Lo mismo hay que decir de estos otros rótulos: «vanguardia», «izquierda», «renovación». (I: 1986: 247; cursivas nuestras).
Este
desahucio del término renovación y de algunos otros, se debió a que, en 1928,
decantadas las posiciones en el variopinto socialismo de la época, tales
términos aparecían «…demasiado genéricos y
anfibológicos», pues bajo ellos empezaban «… a
pasar gruesos contrabandos.»(1)
El contrabando que ahora pretende pasar García con su
artículo, empieza a revelarse con solo preguntar: ¿la revolución es renovación de qué?, ¿palingenesia de qué?, ¿resurgimiento
de qué?
Y, termina por revelarse completamente, cuando se asimila el significado de la siguiente afirmación de José Carlos Mariátegui, silenciada por García:
… una revolución continúa la tradición de un pueblo, en el sentido de que es una energía creadora de cosas e ideas que incorpora definitivamente en esa tradición enriqueciéndola y acrecentándola. Pero la revolución trae siempre un orden nuevo, que habría sido imposible ayer. La revolución se hace con materiales históricos; pero, como diseño y como función, corresponde a necesidades y propósitos nuevos (I: 1988a: 93).
La
revolución, dice Mariátegui, no dice la renovación. Esto en primer lugar; en
segundo, dice que la revolución enriquece la tradición de un pueblo, pero que trae siempre un orden nuevo, pues como diseño y como función corresponde a
necesidades y propósitos nuevos: en el caso de la revolución proletaria, la
toma del poder, la dictadura del proletariado, la realización del comunismo,
para decirlo en términos bastante generales. Por eso el concepto de revolución
–y señaladamente el de revolución proletaria– es mucho más rico, mucho más
profundo, mucho más multilateral y mucho más trascendental que el concepto de
renovación.(2)
Por otro lado, en el mismo artículo se puede ver que, entre las distintas versiones sobre las palabras finales de José Carlos Mariátegui dirigidas a sus compañeros de partido, García eligió como verdadera la de Eudocio Ravines:
No puede haber renovación sino sobre la base de grandes principios… Trabajen mucho.
Pero, antes de elegir, García escribió:
José Carlos Mariátegui ¿dijo «revolución» o «renovación»?
E hizo esta pregunta porque en el libro La creación heroica de José Carlos Mariátegui, Guillermo Rouillón dice que las palabras del maestro fueron las siguientes:
¡La revolución sólo se podrá hacer en base a grandes principios!
Entre las dos versiones, García eligió la de Ravines
porque, según cree, es «la versión mejor registrada en contenido y forma,
esencia y estilo»,(3) porque el autor de la
versión «La da como testigo presencial» y porque el testigo presencial «poseía memoria fotográfica», es decir, García sugiere que ¡Ravines VIO las palabras PRONUNCIADAS por
José Carlos Mariátegui.(4)
Por el contenido general del
artículo que comentamos, puede suponerse con razón que la elección de García se
debió a que en la versión de Ravines aparece el anfibológico término
renovación, término desahuciado por José Carlos Mariátegui, a favor del término
revolución.
En efecto, en el mismo texto donde José Carlos Mariátegui desahució el término renovación, llama a reivindicar la palabra revolución:
La misma palabra Revolución en esta América de las pequeñas revoluciones, se presta bastante al equívoco. Tenemos que reivindicarla rigurosa e intransigentemente. Tenemos que restituirle su sentido estricto y cabal. (I: 1986: 247).
Y, consecuentemente, a renglón seguido procedió a
reivindicar la palabra revolución, en el sentido de precisar el carácter de la
revolución latinoamericana en el marco de la revolución socialista mundial, así
como, por razones obvias, hoy, siguiendo la idea mariateguiana según la cual «una revolución continúa la tradición de un pueblo», pero que, al mismo tiempo, «corresponde a
necesidades y propósitos nuevos», es necesario
reivindicarla también restituyendo su
sentido estricto y cabal en
relación a «las pequeñas revoluciones», es decir, en relación
a las meras renovaciones.
En conclusión: 1) Mariátegui no pudo haber dicho «renovación», término desahuciado por él, como hemos visto, sino revolución, como indica Guillermo Rouillón; 2) García tergiversa el concepto mariateguiano de revolución y se adereza su propio concepto que expresa con la palabra renovación.
_____________
Notas
[1] Es expresivo el hecho de que, mientras en 1928 Mariátegui desahuciaba la
idea de concebir la revolución como renovación, cuatro años después Haya
sostenía todavía esta envejecida idea; así, en el «Manifiesto de febrero de
1932», sostenía que el aprismo aspiraba «… llegar al poder para operar desde él la revolución, en un sentido de
evolución, de renovación» (citado en I: Rénique:
2019:
375). Es expresivo asimismo que, setentaidós años después
de haber sido desahuciado el concepto de renovación, García siga al aprista y
no a Mariátegui.
[2] Sin embargo, García tergiversa el concepto
mariateguiano de revolución colgándole al maestro, sin el menor escrúpulo, el
suyo propio. Como se ha visto, para García la revolución se limita a la
renovación de la tradición de un pueblo; así revela un concepto estrecho,
unilateral, limitado y limitante de la revolución; así niega el concepto marxista de revolución. Por otro lado, es menester
subrayar que el
debate sobre los conceptos de revolución y renovación no es un debate puramente
teórico, pues quienquiera puede constatar sus consecuencias políticas: un poco
conforme a su concepción de la revolución como renovación, García apoya el
reformismo de algunos gobiernos latinoamericanos, mientras los que mantienen el
concepto marxista de revolución, apoyan algunas reformas de dichos gobiernos
luchando porque se cumplan realmente, pero no apoyan su reformismo que, como se
sabe bien, todo lo que hace, finalmente, es maquillar el sistema capitalista.
La prueba del apoyo de García al reformismo es la nota que escribió a propósito
del artículo «Venezuela: el estado comunal, una realidad revolucionaria pendiente», de Homar Garcés, nota
donde, como se puede constatar, no plantea ni la más mínima critica al gobierno
venezolano y, por el contrario, asume de hecho el «socialismo del siglo XXI» al sostener que este «socialismo» plantea el Estado-Comuna, pero silenciando que el
mismo aparece en Venezuela solo como discurso retórico y concebido como
resultado de una decisión burocrática, y no como realizable de abajo arriba, es
decir, no por vía revolucionaria, negándose así precisamente la esencia del
Estado-Comuna. Así, pues, opinando concretamente sobre un gobierno concreto, García no ha
podido disimular cierta inclinación –más allá de románticas declaraciones
generales– a la idea revisionista de la «transición pacífica». Tanto el artículo de Garcés
(fechado el
[3]
Es
más que difícil que la versión de Ravines sea «la versión mejor registrada»,
pues hacía año y medio que Mariátegui había desahuciado el anfibológico
concepto de renovación y, por cuanto, como el propio García lo reconoce, en sus
últimos momentos de vida Mariátegui mantuvo su lucidez y, en consecuencia, es
imposible que hubiera vuelto sobre sus pasos.
[4]
Aparte del anotado desatino, que debe haberle causado una carcajada homérica a
más de uno, es menester apuntar que, en el artículo citado al principio de este
capítulo, García se insinuó como seguidor de las últimas palabras
que José Carlos Mariátegui dirigiera a sus compañeros de partido, pero, como es
evidente, los hechos dan al traste con semejante insinuación: en el artículo «Nuestra Epoca», ya examinado en un capítulo
precedente, García da muestras evidentes de decadencia moral al falsificar
intencionalmente la verdad histórica de la revista que José Carlos Mariátegui y
César Falcón dirigieron en 1918 (ver: I: Ibarra: 2021: 19-27). Por eso, es
menester subrayar que, si el programa político de la revista Nuestra Epoca fue «decir la verdad», el programa político de García es
decir mentiras.
________________
*El presente texto es el capítulo XIII del libro Defensa de la creación heroica de Mariátegui, aún inédito.
Contra el Copismo Confusionista
Eduardo Ibarra
ES DE CONOCIMIENTO GENERAL que Jaime Lastra es un copista de siete suelas, es decir que, sin ningún escrúpulo, sin la más mínima vergüenza, copia ideas de aquí y de allá.
En ocasión de su ruptura con nuestras posiciones a efecto de levantar tienda propia, tituló a su grupo Creación Heroica y, después, con el mismo nombre, al blog que publica hasta hoy.
Todo el mundo sabe que nuestro blog lleva el nombre de Creación Heroica desde el año 2010, y que este solo hecho bastaba para que cualquier grupo con personalidad, con autoestima, que tuviera la iniciativa de crear un blog, hubiera tenido que evitar el nombre de nuestro blog.
Pero Lastra no buscó otro nombre. Aquí se constata no solo su irrefrenable propensión a copiar (lo que en el caso de que tratamos muestra su falta de creatividad), sino también su propósito de confundir al público lector (lo que da cuenta de su mala intención).
Cuando Lenin publicó Iskra, a ningún grupo de los que existían entonces en la Rusia de principios del siglo XX (y había un montón), se le ocurrió titular a su periódico con el mismo nombre del de Lenin. Los oportunistas eran pues tales, pero por lo menos no eran copistas.
En cambio, sin ningún escrúpulo, sin la más mínima vergüenza, Lastra tituló Creación Heroica a su blog. Este hecho prueba que, además de ser un comprobado oportunista (Lastra fue, hasta hace un tiempo, cabeza de una desviación de derecha y, actualmente, es una de las cabezas de una de las dos tendencias del liquidacionismo de derecha) es, además, comprobadamente, un copista impenitente.
Del revisionismo de “izquierda” encabezado por Abimael Guzmán, Lastra ha copiado un “marxismo-leninismo-maoismo” que en ningún lugar del mundo tiene una fundamentación científica y que, en Lastra, tiene una deplorable fundamentación, refutada oportunamente, desde luego (ver el artículo “La reconstitución del partido de Mariátegui y la verdad universal del proletariado”, publicado en la edición de setiembre del blog Creación Heroica, no en la copia, no en el espurio, sino en el blog nuestro, en el original, en el auténtico, en cuyas páginas se ha centralizado la lucha por la defensa de la Creación Heroica de Mariátegui y actualizado algunas importantes cuestiones de la misma). Del liquidacionismo de derecha de Ramón García, ha copiado la posición reformista de reestructurar las bases municipales del Estado burgués, la adhesión a la democracia participativa, sus métodos criollos y, ahora, está claro como el agua que también el proyecto de un partido-amalgama (aunque en su caso sin abandonar la palabra Reconstitución como cubierta, o sea, tal como procedió durante muchos años el grupo liquidacionista que encabeza García) (ver los artículos “La reconstitución y la política concreta I” y “La reconstitución y la política concreta II”, en la edición de octubre de Creación Heroica, y los artículos “La reconstitución y la política concreta III” y “La reconstitución y el trabajo orgánico”, publicados en la edición de noviembre de Creación Heroica). Del grupo desprendido del PCP-Unidad ha copiado el apoyo incondicional a gobiernos como el de Venezuela y, en su momento, el de Correa en Ecuador, etcétera. De nosotros también ha copiado algunas cosas, pero no las señalamos por no parecer que alardeamos.
Y, como es claro, de todo ello (que apenas es un recuento apretado), Lastra ha hecho un menjunje indigesto que, para peor, se han tragado algunos activistas que así han puesto en evidencia una cierta insolvencia teórica o una conmovedora ingenuidad política.
Una vez le dijimos a Lastra que había copiado el nombre
de nuestro blog, pero no fue capaz de entender el mensaje. Ahora renovamos
nuestra protesta –completamente legítima– y le decimos que su política de
tratar de confundir al público lector es una actitud profundamente oportunista,
que expresa, en un plano simbólico, su política de infiltrarse en
organizaciones para “sacar algunos elementos”, entrismo que también hemos
criticado oportunamente. Lo que tendría que hacer Lastra es, pues, cambiarle el
nombre a su blog y pedirles disculpas a los lectores por haberle puesto a su
blog un nombre que es una copia. Pero, claro, pedirle que le cambie el nombre a
su blog, es como pedirle peras al olmo. SIN EMBARGO, ES ESO JUSTAMENTE LO QUE
TENDRÍA QUE HACER SI LE QUEDA TODAVÍA UN POCO DE MORAL Y OTRO POCO DE RESPETO
POR EL PÚBLICO LECTOR.
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