viernes, 2 de marzo de 2018

Literatura

Confesiones de Tamara Fiol ¿un novelón indigesto?

(Decimosétima Parte)

Julio Carmona

        3.3.1 Búmeran para MG

        Según MG, pues, la generación del 50 está conformada por «… gente que ha accedido al poder espiritual del país y, a excepción de ciertas disidencias y de algunas figuras marginales, han terminado por convertirse, como agentes de la continuidad histórica, en los intelectuales orgánicos de las capas medias (con figuras coherentes, controversiales y aun degradadas) que han hallado cabida en la estructura general del Estado y de sus aparatos de ilusión y coerción de conciencias» (p. 19).

        Pero el mismo MG, que —en la segunda mitad del siglo XX— se había erigido como la imagen referencial del intelectual discordante de —y renuente a aparecer en— esos ‘aparatos de ilusión y coerción de conciencias de la estructura general del Estado’, en los albores del nuevo siglo se ha convertido en un nuevo ícono intelectual literario en la televisión y la prensa escrita, en las que suele presentarse con frecuencia inusitada.191 Y esto no fuera alarmante —pues su calidad intelectual y méritos artísticos son argumentos suficientes para ello— y hasta fuera motivo de regocijo si hubiera sido para sostener el mismo discurso de su formación primigenia, pero ocurrió lo contrario. En principio, puso paños tibios a la intensidad de su discurso, reconociendo ser ahora menos controversial; atenuó su marxismo, llamándose ahora heterodoxo, y en su actividad de crítico dejó de lado el análisis de clase y lo reemplazó por una actitud hedonista. Y, al final, se puede decir que de no haberlo hecho así, lo más seguro es que esos «aparatos de ilusión y coerción» habrían clausurado su tardía y alarmante magnanimidad de convocarlo a su entorno. Preguntamos: ¿le regresó el búmeran a MG?, ¿él ha hallado cabida en la estructura general del Estado y de sus aparatos de ilusión y coerción de conciencias’? No olvidemos que el periodismo lo es. No en vano cierto programa televisivo se autodenomina «Cuarto Poder». Veamos algunas muestras de esa proclividad denunciada. A continuación, vamos a retomar una cita ya comentada, pero más que nada desde el punto de vista formal; ahondemos ahora en el fondo:

Por encima de las generaciones la literatura (y el arte y el pensamiento) surgida durante la crisis del siglo XX (…) posee características comunes que la diferencian de la literatura de los siglos anteriores. [Y, en seguida, precisa cuál sería una de esas características]: Las vicisitudes del yo, he aquí uno de los temas centrales de la lírica y la novela de nuestra época. En registros serio, cómico o tragicómico se dan estas tres posibilidades: el yo cautivo y solipsista, el yo en contienda con el mundo y el yo en busca de lo comunitario. (p. 29).

        Es una cita que da la sensación de estar formulándose no solo como algo sugerente, sino como una definición categórica y apodíctica.192 Pero, si se observa bien, hay en el fondo un planteamiento metafísico. En principio, porque empieza colocando a la literatura «por encima de las generaciones», es decir, se enuncia que la literatura existe al margen de sus productores, y, así, la literatura aislada de sus productores, puede ser también considerada como ‘expresión de un yo abstracto, de un yo aglutinante de lo humano, que se revelaría —después— a través de los productores, dejados previamente en suspenso’. No extraña que MG, en la página precedente, haya hecho un remedo de Hegel —que es a la postre su sustento ideológico:

¿Se trata de voces individuales las aquí convocadas? [se pregunta, y responde]: Para decirlo hegelianamente: son manifestaciones del proceso de objetivación del espíritu, pero dentro de una dialéctica en la que los intelectuales y artistas (aunque no necesariamente conscientes) son a la vez sujetos y objetos de un vasto proceso social cuyos rasgos esenciales son el de pertenecer a una formación histórico-social con particularidades culturales propias e inserta estructuralmente dentro de un mundo que vive la permanente crisis de la era del imperialismo, las guerras mundiales y las revoluciones sociales. (p. 27. Cursiva nuestra).193

        Y agreguemos que la pregunta con que se inicia presenta el problema desde la «dialéctica hegeliana», porque el «yo» de que allí nos habla MG, y dice —de manera genérica— que ‘es el tema central de la lírica y la novela de nuestra época’, es, además, una entelequia que se va a manifestar a través de los escritores como individualidades, pero es un «yo» del que estos no se pueden escindir, del que están condenados a ser voceros, puesto que ‘no son necesariamente conscientes de ello’, aunque estén a su vez insertos en una realidad material u objetiva («Todo lo real es racional y todo lo racional es real», pudo seguir citando a Hegel). Y, por eso, la tripartición que hace de esa manifestación del yo: a) ‘cautivo o solipsista’, b) ‘en contienda con el mundo’ y c) ‘en busca de lo comunitario’, resulta ser una división o definición tautológica, pues no está graficando otra cosa que la relación del ser humano con la realidad, y ante esta el ser humano (del que es parte el poeta o artista) se manifiesta ya sea aislándose de ella, ya sea enfrentándose individualmente a ella, o ya sea integrándose a ella para cambiarla comunitariamente; pero no como expresión de un yo metafísico, sino de «yoes» concretos que responden a situaciones específicas de las clases sociales en que se encuentran insertos.

        En todo caso, habría sido mucho más coherente (con el marxismo) hablar de dos «vicisitudes del yo»: ‘el yo solipsista’ vs. ‘el yo en busca de lo comunitario’. Porque la ‘contienda con el mundo’ es aplicable a esos dos extremos: el ‘yo solipsista’ y el ‘yo comunitario’. Por eso creemos que el elemento divisorio ‘central o medianero’ resulta ser un ‘tercero excluido’, la diferencia con los elementos extremos de esa división es que el ‘yo solipsista’ responde, precisamente, a la concepción ideológica del individualismo burgués o pequeñoburgués, mientras que el ‘yo comunitario’, la rechaza, coincidiendo con la concepción ideológica de las clases populares cercanas al proletariado: sectores del campesinado y la pequeña burguesía clasistas.194

        Sin embargo, se puede colegir que con ese ‘tercero excluido’ se busca acomodar al pensador «no comprometido» pero «rebelde», con evidente proximidad a la propuesta vargasllosiana del «rebelde ciego» que, finalmente, ya se sabe a dónde va a parar. En el discurso leído al recibir el Premio de novela «Rómulo Gallegos» (en Caracas, 1966: «La literatura es fuego») MVLl todavía dice creer en el socialismo como alternativa a la injusticia capitalista; pero advierte que la misión del escritor en la nueva sociedad «seguirá, deberá seguir siendo la misma, cualquier transigencia en este dominio constituye, de parte del escritor, una traición. Dentro de la nueva sociedad (…) tendremos que seguir (…) rebelándonos, exigiendo que se reconozca nuestro derecho a disentir…».195 Y es preciso indicar que esta actitud de ‘oponerse a todo poder’ es cuestionada por MG en La generación… cuando dice que la contradicción entre capitalismo y socialismo: «ha dado lugar a nuevas oleadas de anticomunismo, agnosticismo y nihilismo, con manifestaciones ideológicas que señalan “el fin de las ideologías”, o como negación de la Historia y oposición a todo tipo de Poder» (p. 31).

        Empero, a partir de su última concepción idealista, MG elabora todo el andamiaje teórico-crítico que ya ha utilizado en La generación…, y se repetirá después en sus ensayos subsecuentes, con la diferencia de que en La generación…asume una actitud política aparentemente o declarativamente ligada a la política marxista [«dentro de un mundo que vive la permanente crisis de la era del imperialismo, las guerras mundiales y las revoluciones sociales» —dice], mientras que en la última actitud lo hace sin esa indumentaria: ahora ya es declaradamente idealista, hedonista, esteticista y lo otro, el condicionamiento social (que ya no político) es, simplemente, una referencia retórica —cuando la hay.196 Por eso aquí vemos que reclama la existencia de una sola tradición literaria, ligada a la occidental: «Las vicisitudes del yo, he aquí uno de los temas centrales de la lírica y la novela de nuestra época». Y es pertinente subrayar esa bifurcación de su ideario, pues en el libro aquí comentado (La generación…) él cuestiona esa «concepción idealista» (que hoy ha asumido):

En la medida que el concepto o categoría de Generación soslaye o niegue la categoría de Clase Social y la lucha de clases, cualquier aplicación del método generacional resultará unilateral y mistificador, como ocurre con la teoría orteguiana de las Generaciones, teoría, por lo demás, no exenta de resonancias fascistas. En efecto, según Ortega y Gasset son las Generaciones en su suceder las que forjan el devenir histórico y entiende por Generación a una élite, a un conjunto selecto de personalidades tocadas por el fuego del espíritu y, por tanto, encarnaciones de la Idea, del Bien, la Belleza y la Verdad (pp. 35-36).

        ¿Y no es ese canon estético-literario occidental —admitido por MG como norma para mensurar la validez de la literatura— una «encarnación de la Belleza»? Es decir, no se tiene que recurrir a sus formulaciones últimas sobre el tópico estético-literario para llegar a esta conclusión. Ya en su etapa prístina lo está aplicando en la práctica. Por un lado se ve que, teóricamente en La generación…, acepta como punto central de su estudio ‘la categoría de clase social y la lucha de clases’, dice ahí:

Mediante la determinación de las generaciones se puede asir de alguna manera el flujo incesante del tiempo y estudiar un momento de la conciencia social de un país, es decir, las formas estéticas y de pensamiento, pero también las actividades y acciones de los cuadros intelectuales y artísticos de las diversas clases que coexisten y contienden tanto entre sí como con las generaciones que las preceden y con la generación que le ha de seguir en el continuo espacio-temporal. (pp. 36-37).

        Pero en la práctica —decíamos— el estudio de la Generación del 50, lo que hace es medir la acción productiva de sus miembros según los valores estatuidos por la modernidad occidental, de incontrastable ligazón con la concepción ideológica de la burguesía o la pequeña burguesía, clase esta última autoerigida en legataria de los valores de Occidente.


        3.3.2 Esteticismo/hedonismo

        Veamos ahora las opiniones de MG sobre el tópico planteado en el epígrafe precedente, opiniones que hemos encontrado en el libro Los Andes en la novela peruana actual (1999), aunque también se pueden hallar —de manera mucho más categórica— en sus ensayos posteriores. Veamos:

… sigo siendo [sic: un] autor que aún lucha y no ha perdido la esperanza de escribir una buen [sic: buena] novela (p. 7).

        Esta declaración es un antecedente de la postura hedonista y esteticista que MG ha asumido abiertamente a partir de la primera década del siglo XXI. Hedonismo que se ilustra con esta frase que transcribimos de La cabeza y los pies de la dialéctica (2011): «Mi vocación esencial fue siempre la creación novelística» (primera línea del «Prólogo», p. 15), idea que en la siguiente página habrá de reiterar, dice: «la naturaleza de los temas [sobre marxismo] que yo abordaba exigía la erudición, forma de estudio que reclamaba una dedicación absoluta que yo no podía permitirme, pues la parte más importante de mi espíritu seguía, en lo secreto, entregada a mis fabulaciones novelísticas»; es, pues una idea perseverante, que ya había sido formulada en un libro anterior, La invención novelesca (2008): «… me dije que en adelante mantendría mi compromiso con las ideas marxistas, pero que en el único partido en que militaría sería en el partido de la novela» (p. 251), expresión muy cercana a esta cita que hace de Eielson, en La generación del 50: «Mi verdadera, mi única patria es la poesía» (p. 82). Y, líneas más adelante, agrega: «Tal vez la expatriación voluntaria sea condición de los artistas de las capas medias.» Un poco a lo Edipo, MG juzga y penaliza, con antelación, lo que después se ha de aplicar a él mismo.

        Pero analicemos la cita de Los Andes... Primero, eso de seguir siendo un «autor que aún lucha» tendría que asumirse en relación con los dos planos ideológicos en que se ha desarrollado la actividad vital de MG, el político y el literario; pero, en tanto no se especifica nada referido al primero, se ha de convenir que se trata de ‘una lucha por escribir una buena novela’, entendiendo la «lucha» en el plano estrictamente metafórico197, mientras que lo de «buena novela» solo se puede entender en el sentido formalista, es decir, aquel que privilegia la forma y la intuición de lo exclusivamente artístico (dentro de un canon único), lo cual no hace otra cosa que convertir en un fetiche formal al abstracto signo lingüístico y a las técnicas verbales, confundiendo así los medios con los fines. Y esta suposición se fundamenta en otras declaraciones debidamente documentadas del autor. El tópico «buena novela» es un reclamo reiterativo de MG. Veamos un ejemplo en La invención novelesca198 dice: «… el oficial (…) me preguntó: “Bueno, dígame, entonces, ¿cuál es su mayor aspiración?”. (sic). Mi respuesta fue rápida y candorosa hasta el ridículo. Le dije: “Escribir una buena novela”.» Y, más adelante, en el mismo libro, hay otro supuesto diálogo:

        —¿Influye de alguna manera la novela en la vida?

        —La eficacia de una novela depende de su eficacia artística.199 (…)

        Esta tajante prescripción o fijación por lo «artístico» es casi una repetición mimética de lo sostenido por Mario Vargas Llosa —de manera un tanto obsesiva también— y —antes que él— por Ortega y Gasset, aparte de resultar siendo una tautología, pues lo artístico es condición ínsita de toda manifestación literaria. Y es algo que no se puede anular desde una única concepción estética. Si se reconocen los valores de una sinfonía de Mozart, el mismo canon de este reconocimiento no se puede aplicar para valorar el tema musical de un vals de Felipe Pinglo, de un tango de Aníbal Troilo o de una mulisa de Zenobio Daga, y lo mismo se puede decir de la letra de estas canciones en relación con los versos de la poesía de Eielson o de Martín Adán. Y, precisamente, por estar en diferentes ámbitos, ambas manifestaciones son artísticas dentro de su propio espacio, sin desmedro mutuo. Pero volvamos al diálogo suspendido arriba:

        —Una última pregunta. A estas alturas de tu vida, ¿cuál es tu mayor deseo?

        —El mismo que el de mi juventud. Tener todavía la posibilidad de escribir una buena novela. (op. cit.: 215).

        Y todo ese malabarismo argumentativo sobre la «lucha por escribir una buena novela y seguir siendo marxista» nos recuerda el famoso aforismo popular que dice: «Trabajo para el amor, que para vivir dios da». O sea que MG nos viene a decir, que él ‘lucha por escribir una buena novela’ porque para la lucha política del marxismo, dios proveerá. Como si se dijera que la lucha política en el terreno de la literatura no existe: ¿‘proletario en política y burgués en arte’?


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(191) Y él que siempre estuvo en contra de graduarse de doctor, ahora acepta ser doctor honoris causa, sin informarse previamente si la universidad que se lo otorga está libre de la corrupción (de la que muy pocas universidades se salvan).
(192) «Todas las definiciones —decía Engels— encierran muy poco valor científico (…) porque siempre son insuficientes. La única definición ajustada es el desarrollo de la cosa misma, pero esto ya no es una definición.» Esta es una cita tomada de Eduardo Ibarra (El pez fuera del agua), y este autor agrega: «Pero es claro que, en toda ciencia (…) es necesario trazar los contornos del objeto de investigación, y es aquí, justamente, cuando las definiciones, si son correctas, cumplen un papel científico, pues sirven para dibujar la esfera de los hechos concretos que debe entrar en el análisis» (A-2010: 37).
(193)  Y una observación de ese tipo corresponde —según el mismo MG— al pensamiento de Luis Alberto Sánchez, pues para este hay una «… suerte de espíritu, de estirpe romántico-hegeliana [que] encarna — poseyéndolos— en los poetas y escritores más representativos» (La cabeza y los pies de la dialéctica, p. 110).
(194) Para una explicación del concepto literatura clasista: Cf. Julio Carmona, La poesía clasista. Poesía y lucha de clases en el Perú contemporáneo, California, Windmills Editions, 2009. Y: Lima, Grupo Editorial Arteidea, 2010.
(195) En una entrevista del año 2012 —dentro del mismo criterio de MVLl— dice: «Yo creo que los escritores deben estar siempre a cierta distancia del poder, incluso dentro del socialismo. Yo soy socialista, o comunista, y si estoy dentro de una sociedad comunista o socialista, yo apoyo a esto, pero haré lo posible por no convertirme en una burocracia (sic). Entonces la clave está en que el escritor debe mantener cierta distancia sea quien sea el que detente el poder» (C-2012: 18).
(196) Recomendamos al lector ver el «Prólogo» a la segunda edición de La generación del 50, en el que finalmente da a entender que ‘la era del imperialismo, las guerras mundiales y las revoluciones sociales’ ya ha terminado, apreciándose incluso en esa segunda edición que el «Prólogo» de la primera ha sido suprimido.
(197) En el «Prólogo» a La cabeza y los pies…, dice: «… todos estos ensayos son los que más se acercan a una concepción del marxismo como “filosofía de la lucha” en el plano de las ideas» (p. 17).
(198) Título este, digamos de paso, de raigambre netamente formalista, que ya había aparecido en el libro precitado, donde dice: «En el plano de la invención novelesca resulta interesante la utilización del mito…» (Los Andes…, p. 26. Cursiva nuestra).
(199) Esta es también una expresión incompleta, que no responde a la pregunta: pues esa primera «eficacia» falta ser precisada: ‘si la novela influye o no en la vida’; entonces, la respuesta debió incidir en cómo influye en la vida esa eficacia: socialmente, políticamente o solo artísticamente.




El Reencuentro de un Escritor y Maestro  J. A. Osorio

Roque Ramírez Cueva.

JUAN ALBERTO OSORIO TICONA es un amigo, esencialmente un Maestro al que le perdí las huellas durante una de mis mudanzas inter ciudades obligado por los requerimientos económicos y los sueños de estudiar. Nato de la Provincia de Morropón –Piura- lié mis chivas para seguir a mis hermanos a la ciudad Capital; luego de un par de años, por el anhelo de tomar asiento en aulas universitarias, me fui a Huamanga, una ciudad inesperada ¿Qué chico abandona Lima por otra región? Allí me topé con la Universidad Nacional San Cristóbal (UNSCH), y dentro de sus patios con el poeta Juan Alberto. Antes, me lo habían presentado como profesor de la universidad citada, e informado de que me gustaba el teatro y las letras me conmina a que lo visitara de continuo.

        En esas visitas nos volvimos Maestro (el primero) y pupilo sin que lo deseáramos. Lo trome era que no tuvimos aulas de cuatro paredes, sino todos los espacios, los patios y el café, la ciudad. Cuando digo mi primer Maestro, no estoy siendo desleal con mi padre quien con artilugios me habituó a leer con agrado, en el poeta aludo al mentor universitario que me orientó por el bosque denso y deslumbrante de la literatura. La formación secundaria en Castellano no fue digamos auspiciosa, y en Lima a los 19 años de pronto me encontré leyendo a Boal, a Brecht, y ¡cómo no! El foro de Yenan, El artista y la época, motivado por mi cariño al teatro y el arte, sin pasar por el ABC de la literatura. El maestro J.A. Osorio abrió esas perspectivas de libros y autores, me hizo saber que no todo era la literatura derivada de la impronta de los Carlos Mares –apellido acuñado por Julio Carmona- es decir Marx y Mariátegui.

        En el café universitario me convertí en un discípulo invitado a una gran mesa donde departía con los profesores, algunos doctores, del Depto. de Lengua y Literatura (DLyL). Siendo estudiante de Economía supe  entonces de los intelectuales peruanos catedráticos de la UNSCH, entre ellos J.R. Ribeyro, Luis Valcárcel, Luis Lumbreras, Camino Brent, Antonio Cisneros, César Guardia Mayorga, Oswaldo Reynoso, Miguel Gutiérrez, Marco Martos, Luis Millones, Lorenzo Huertas Vallejos; aparte de ilustres visitantes como el poeta chileno recién fallecido Nicanor Parra, los historiadores y antropólogos Tom Zuidema y John Earls, etc.

        Con J.A. Osorio me ilustré de los poetas franceses Charles Baudelaire, Rimbaud, Mallarmé, Flaubert; y lo hice mientras leía Signos la revista del DLyL.; o sino oyendo a poetas invitados a su casa en diálogos largos entre los visitantes y los anfitriones, él y la poeta Gloria Mendoza, su compañera, intercambiando información, ideas, nociones diversas. Allí supe de la gran labor realizada por Manuel Baquerizo en la Universidad del Centro (Junin) y las revistas que editaba “Caballo de Fuego” y el suplemento del diario La Voz de Huancayo, voceros con los cuales él colaboraba. Por cierto, supe que lo conocían maestros como Tamayo Vargas, en cuya revista “Garcilaso” publicó notas. Y en su biblioteca, curioseando vi la revista que dirigiera el ensayista uruguayo Rodríguez Monegal en París, llamada Mundo Nuevo, en donde también publicara.

        Como leen, era bastante conocido, siendo reservado en su modo de relacionarse, su hoja de vida ya entonces de joven aspiraba a crecer su follaje. Con el grado de doctor intercambiaba experiencias con escritores como Francisco Izquierdo Ríos, Gregorio Martínez, Jesús Cabel, los ya mencionados Baquerizo y Tamayo. Este es un testimonio digamos in situ, de mi experiencia personal, las lecturas de su bio bliografía me indican de escritores más reconocidos.

        Mas el principal aprendizaje lo vengo sugiriendo provino del roce con su producción creadora y literaria, por ejemplo el análisis del poema de Baudelaire “Albatroz” y otros ensayos en la revista Signos, me introdujeron en el conocimiento de los poetas malditos y parnasianos, del autor de las Flores del Mal pasé a buscar a los parnasianos y me topé ya dije con Mallarmé. Por esos años Juan Alberto Osorio publica la primera edición de su extenso poema Inaucis, cuyos versos me impactan y emocionan a primera lectura porque materializaba poéticas que el suscrito idealizaba como las de Javier Heraud o el Cholo Nieto, escritas en una manera diferente de decir ideas y sentimientos aproximados. Tanto así, dio movimiento a desconocidas impresiones desprendidas de su poesía que me inquietó a escribir.

        Inaucis me hizo apreciar lo distante de su poema con el tono prosaico por contraste de otro poemario mostrando versos flamígeros que entusiasmaban en la circunstancia de un momento; me involucra en la nueva escuela de la poesía conversacional. No voy a decir más, le daremos espacio propio comentando aparte. Emocionado, entonces escribí mis impresiones y no me detuve hasta verlas publicadas en un diario local llamado “Paladín”, antes tuve que demostrarle al dueño don Prospero M. Núñez Bedriñana  que podía redactar comentarios y notas culturales. De esa manera Juan Osorio me impulsó al análisis de la poesía, me inició a los 21 años en la crítica literaria, y sin quererlo obligó a pulir la redacción de mis notas. Pues, Don Prospero Nuñez antes de dar pase al comentario de Inaucis, me obligó a escribir dos notas sobre las labores en la Escuela de Bellas Artes, en la cual estudiaba.

        Después del Paro Nacional de 1979, que inició la caída de la dictadura de Morales Bermúdez, partí de regreso a Lima presionado por deudas derivadas de estructuras económicas. En ese lapso, generoso por costumbre solidaria me envió publicaciones, y de pronto confundimos nuestro rastro, entre una y otra carta distante, mas siguió actuando de maestro con su texto acerca de la Literatura Española. Una vez en Lima, en una venta de Libro de Viejo, estando ya extraviados en ambas direcciones, encontré una huella indirecta de su magisterio, y adquirí varios números de la revista Mundo Nuevo, una de ellas traía el artículo que le publicaron. A ello se sumó otro interés, y fue que con la revista de Rodríguez Monegal me topé con decenas de ensayos, artículos y reseñas de libros, el gongorismo, escritores jóvenes de América Latina, las conversaciones de los escritores del mal llamado Boom, el estructuralismo  y ene temas que debatían la literatura toda; el arte, la música, las discusiones sobre la cultura de la pobreza, los conflictos culturales motivados por la agresividad de la potencia Norteamericana, y las adhesiones a la Revolución Cubana.

        Esta década, con la imprescindible tecnología de las redes se ha producido el reencuentro con el amigo escritor y maestro, quien en varios lustros ha publicado ensayo, poesía y narración. Y a modo de saludo, noble y desprendido me ha enviado seis de sus libros: Sobre Literatura en Arequipa (ensayos), Inaucis y otros Poemas, El Tercer Domingo (novela), Peregrinación de Pompeyo José (novela), Alto de la Luna (cuentos), La Frontera (novela), escritos en diferentes años desde la década de 1990. Libros que nos comprometen a su lectura obligada, porque forman parte de esa literatura nacional creada en las regiones y que sin mengua alguna se opone a la centralista de la región Lima. Desde estas líneas saludamos a Juan Alberto Osorio, al escritor prolífico de obra que estamos ciertos trascenderá.

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