César Risso
La ley de promoción del empleo juvenil, es una arremetida del
capital contra los trabajadores. Es una política burguesa, que bajo la forma de
política nacionalista e inclusiva, asumen sus representantes en el gobierno.
Este régimen laboral es con el que
sueña la burguesía, que durante décadas ha venido reclamando la disminución o
eliminación de los “sobrecostos laborales”. Estos en realidad son derechos
conquistados por los trabajadores. Pero, en un régimen burgués, ya sea
abiertamente neoliberal o nacionalista pequeñoburgués, o cualquiera otra
variante burguesa, la confrontación entre los trabajadores y la burguesía es
permanente. Y aunque en la lucha, la clase trabajadora actúe como si el triunfo
fuese total y definitivo, es decir, eterno, mientras exista el sistema
capitalista, nada es definitivo en cuanto a los derechos laborales, porque al
fin y al cabo, estas conquistas se dan en el marco del mismo sistema
capitalista, es decir, son conquistas que atienden a las mejores condiciones en
que los trabajadores venden su fuerza de trabajo, sin dejar de ser explotados,
pues la ganancia en sus diversas formas, no es otra cosa que trabajo no
remunerado.
La burguesía tiene su ejército de
intelectuales asalariados, que en el mundo y en el Perú trabajan para
justificar la agresión del capital contra el trabajo, y para denostar contra
las luchas de los trabajadores por sus derechos.
La informalidad contra la que dicen
luchar los representantes políticos de la burguesía, sin enfrentarla
abiertamente, fue creada por las políticas burguesas a nivel mundial, y
aplicadas en nuestro país por el títere de la burguesía mundial, Alberto
Fujimori, quien fue uno de sus más fieles discípulos.
Esta informalidad es una política
que aplicó la burguesía, con la que las empresas lograron desprenderse de un
buen número de trabajadores formales, para no seguir asumiendo los derechos
laborales. De modo que lo que antes se generaba dentro de su propia empresa, a
nivel de bienes intermedios o de servicios, se trasladó, con los mismos
trabajadores, a la informalidad. Con esto la burguesía logró varios beneficios:
uno de ellos fue disminuir la “carga laboral”, logrando tener menos
trabajadores. Otra ventaja con esta política fue la de obtener los bienes
intermedios y servicios, que estas empresas producían internamente, a precios
más bajos, pues la informalidad genera en el propietario del negocio informal
la sensación de que es un propietario burgués, que trabaja en función de la ganancia;
esta sensación o mentalidad del informal lo convence de que sus ingresos son
utilidades; pero estas son en realidad los salarios que no reciben la esposa ni
los hijos del propietario informal, en su condición de trabajadores no
remunerados. Así, en promedio, cuando la empresa formal contrata a una empresa
informal, paga por el bien o servicio menos de lo que pagaría por los cuatro
trabajadores de esta (Según el INEI el promedio de personas por hogar es de
cuatro).
Esta trampa, que se ha ido elaborando
teóricamente, con el llamado emprendedurismo, y con la falsa necesidad de
formalizar a este sector, es la coartada de la burguesía para explotar aún más
a los trabajadores.
En la década de los noventa, las
grandes empresas despedían a los trabajadores mayores y los reemplazaban por
jóvenes. Esta fue una política masiva.
Sabido es que sin recortar los
derechos, los jóvenes que recién se incorporan al mercado laboral reciben una
remuneración menor en comparación con aquellos que llevan varios años trabajando
y que en consecuencia tienen más experiencia. Pero esto no le basta a la
burguesía, porque de lo que se trata es hacer extensiva la ley de promoción del
empleo juvenil a todos los trabajadores. Es decir, quieren universalizar el
régimen laboral juvenil, para aumentar la explotación de todos los
trabajadores, y así aumentar sus ganancias.
Esta arremetida burguesa, le pasará
la factura a la propia burguesía, pues los menores ingresos de los jóvenes se
traducirán en menores ingresos de las empresas por ventas. Si de lo que se
trata con esta ley es sortear la crisis económica, lo cual es una oportunidad
para recortar los derechos laborales, entonces las contradicciones de la
burguesía operarán en el sentido de acelerar la crisis y de hacerla más aguda.
Cualquier medida anticrisis no
anula la crisis económica; solo puede retrasarla, haciendo que cuando estalle
se más aguda.
La Ley en mención señala, en el
artículo primero, que: “tiene por objeto mejorar la empleabilidad y promover la
contratación de jóvenes desocupados para que cuenten con mayores oportunidades
de acceso al mercado laboral a través de un empleo de calidad con protección
social.”
Con la intención de presentar esta
Ley de la forma más acogedora para los jóvenes, se dice que busca promover mayores
oportunidades para los jóvenes, a través de un empleo de calidad. La pregunta
que nos hacemos es, qué entiende este gobierno por calidad en el empleo. Porque
lo que proponen es menos derechos, es decir, justamente lo contrario de lo que
afirman es el objetivo de la Ley.
No es cierto lo que han venido
argumentando los defensores de la Ley, tanto políticos como empresarios, que se
trata de beneficiar a aquellos jóvenes sin estudios, puesto que la Ley dice:
“La presente Ley es aplicable a nivel nacional en el sector privado, a la
contratación laboral de jóvenes entre dieciocho (18) y veinticuatro (24) años,
inclusive, con educación completa o incompleta de secundaria o superior técnica
o universitaria, que:
a) se incorporen por primera vez a
la planilla electrónica como trabajador, o
b) a la fecha de contratación, se
encuentren desocupados.”
No es cierto, además, que sea aplicada a aquellos que recién se
incorporan al mercado laboral, sino que incluye a todos los jóvenes entre 18 y
24 años.
Se señala que esta ley es aplicable
para todas las empresas del sector privado. No es pues una ley que atienda a
superar la informalidad de las pequeñas empresas, sino que atiende a la
necesidad de satisfacer la voracidad de las grandes empresas.
El intento de encubrir los
verdaderos alcances de la Ley revela la intencionalidad de estafar a los
jóvenes. No son capaces de decir abiertamente el sentido de la norma, pues
saben que esta tiene por objeto favorecer exclusivamente a las medianas y
grandes empresas.
El artículo tres de la Ley nos
muestra con toda claridad lo que se pretende con esta norma. A la letra dice:
“La presente norma crea el régimen laboral especial, de carácter opcional, para
la contratación de jóvenes y regula los derechos y beneficios laborales contenidos
en los contratos laborales juveniles celebrados a partir de la vigencia así
como el acceso a la protección social, por parte de empresas del sector privado
que al momento de la contratación no tengan multas consentidas impagas vigentes
por infracciones a la normativa sociolaboral.”
Es decir, que esta norma al
disminuir los derechos de los jóvenes, generará a las empresas utilidades tan
considerables, que estas se verán motivadas a pagar las multas adeudadas, para
poder acceder a este beneficio. Esto pone en evidencia a los verdaderos
beneficiarios de la Ley.
Siendo esta la norma la ejecución
de una política de disminución de derechos, es abiertamente discriminatoria.
Sin embargo dice que: “En toda empresa del sector privado a nivel nacional se
deben respetar los derechos fundamentales laborales de los jóvenes, entre
ellos:
a) No ser discriminado por motivo de edad, origen, raza,
sexo, idioma, religión o de cualquier otra índole. La empresa no debe
discriminar al remunerar, capacitar, entrenar, promover o despedir a su
personal.” (Cursiva nuestra).
En el artículo 22, titulado Fraude
de ley, se da una muestra adicional de la importancia económica, para las
empresas, de esta norma, pues amenaza a las empresas que pretendan despedir sin
causa justa a los trabajadores para reemplazarlos por jóvenes contratados bajo
este nuevo régimen laboral. Así nos dice: “Está prohibido el cese de
trabajadores sin causa justa, con el fin de ser sustituidos, en el mismo puesto
y funciones, por jóvenes contratados bajo el régimen laboral de la presente
Ley. El incumplimiento del empleador se considera infracción administrativa muy
grave en materia de relaciones laborales, conforme al artículo 33 de la Ley
28806, Ley General de Inspección del Trabajo.”
Pero como se sabe, los contratos
para los jóvenes, y para los adultos, son temporales, y en consecuencia las
empresas tendrán que esperar su cumplimiento para poder contratar bajo este
régimen.
Si se trata de otorgarles derechos
a quienes no los tienen, tratando de favorecer a los jóvenes, como argumentan
los defensores de los intereses de la burguesía, tendríamos que considerar a
los jóvenes como unos privilegiados. La razón es simple. “En la propuesta de
nuevas inversiones de este gobierno, que como hemos visto apuntan a generar
ganancias para la burguesía, no se dice nada de la grave situación de los
trabajadores con respecto a que la Remuneración Mínima Vital (RMV) está por
debajo de la Canasta Básica Familiar; ni en relación a la tasa de
incumplimiento de pago de la RMV, que es de 50% en promedio a nivel nacional;
ni del exceso de horas trabajadas semanalmente, que en Lima Metropolitana y el
Resto Urbano es en promedio de 73 horas, situación en la que se encuentra la
tercera parte de los trabajadores.” (http://creacionheroica1928.blogspot.com/2014/08/economia_68.html).
Vemos que las normas laborales
burguesas no se cumplen. Que las remuneraciones son inferiores a la canasta
básica familiar; que ni siquiera se cumple con pagar esta miserable
remuneración; y que los trabajadores cumplen largas jornadas. En otras
palabras, si bien en la letra se reconocen una serie de derechos, en la
práctica se desconocen, y encima se les legaliza. La situación de hecho se
transforma así en una situación de derecho. Derecho burgués hay que añadir,
porque estas normas no pueden significar derechos para los trabajadores.
De todos los argumentos,
desordenados e incoherentes, esgrimidos por la burguesía y sus apologistas,
podríamos decir lo que escribió Carlos Marx acerca de los argumentos del
ciudadano Weston: que estos se podían comprimir hasta hacerlos caber en una
cáscara de nuez (http://www.ehu.es/Jarriola/Docencia/EcoMarx/salario,%20precio%20y%20ganancia.pdf)
El
Capitalismo Senil y el Nuevo Caos Mundial
(Cuarta
Parte)
Samir Amin
La evaporación del proyecto europeo
1.
La adhesión de los gobiernos europeos (de derecha y de izquierda) al
neoliberalismo, desde que se originó el proyecto en la década de 1980, responde,
lógicamente, a causas internas que no son sino la brutal inversión de las
relaciones de fuerzas a favor del capital dominante que se dio en las
sociedades europeas mismas.
Independientemente de cuáles fueran las
coyunturas políticas locales y los programas electorales –a menudo particularmente
silenciosos en cuanto a lo esencial en ese momento de preferencias decisivas, o
guardados en un cajón al día siguiente de los comicios–, esa adhesión es un
hecho. No creo que ella pueda interpretarse sino como la expresión del respaldo
de las fuerzas políticas dominantes en Europa a la lógica del imperialismo colectivo,
al cual el capital transnacional de los países europeos estaba asociado desde
mucho tiempo antes.
Que
las clases políticas estuvieran o no conscientes de los alcances de la decisión
que tomaban no impidió que la lógica propia del sistema se desplegara
rápidamente con todo su rigor. No es posible que en la década de 1980, mientras
se alineaban bajo la bandera del neoliberalismo, el conjunto de los gobiernos
de los países de la tríada no imaginaran las dificultades crecientes que
deberían afrontar como resultado de la aplicación de esas políticas, tanto en
el plano interno de cada nación como en el de la gestión de la nueva mundialización
liberal. Los economistas convencionales no contaban con argumentos suficientes
para hacerles comprender las razones -sin embargo, evidentes- de la
imposibilidad de llevar a cabo la prodigiosa utopía simple del capital: ¡que
todas las dimensiones de la realidad humana -social e internacional- aceptaran
someterse a la lógica exclusiva de las exigencias de la maximización de las
ganancias de las empresas transnacionales!
En
realidad, la instrumentación del proyecto instalaría en el largo plazo un
estancamiento económico que llegó a hacerse pertinaz -a pesar del aparente
éxito de los años Clinton en los Estados Unidos-, mientras que el desastre
social que producía en todas partes sólo podía erosionar la legitimidad de los
poderes políticos, particularmente en las periferias más vulnerables. A su vez,
la desestabilización de los poderes del Estado debía, por la fuerza de las
cosas, hacer ineficaz el funcionamiento del sistema económico, por liberal que
éste fuera. Sin Estado no hay economía viable, mal que le pese al discurso
liberal incapaz de comprender por qué esto es así.
De
modo tal que la necesidad de pasar a la militarización de la gestión económica
se impuso muy rápidamente, mucho antes del 11 de septiembre de 2001, como lo
atestigua la serie de guerras desatadas en la década de 1990. La adhesión de
los Estados europeos al liberalismo mundializado -traducción de la comunidad de
intereses del capital dominante en el nuevo sistema del imperialismo
colectivo- implicaba necesariamente que esos países ajustaran el paso a la
estrategia política y militar norteamericana. Pues el ejercicio de la hegemonía
de los Estados Unidos garantiza, a su vez, la supremacía de la tríada en el
sistema mundial. Así es como los europeos han aceptado navegar en la estela
norteamericana, como Gran Bretaña, Alemania y el Japón, que han reconocido la
necesidad de hacerlo aunque sea sin gran entusiasmo. Pero, de pronto, los
discursos con que los políticos colman a sus auditorios -referentes a la
potencia económica de Europa- pierden todo alcance real. Si se sitúa
exclusivamente en el terreno de las disputas mercantiles, sin un proyecto
propio, Europa está derrotada de antemano. Y en Washington lo saben.
Por
consiguiente, la adhesión de los Estados europeos no significa nada menos que
la evaporación del proyecto europeo, su doble dilución económica (las ventajas
de la unión económica europea se disuelven en la mundialización económica) y
política (la autonomía política y militar europea desaparece detrás de la
OTAN). En el momento actual, ya no hay un proyecto europeo. Ha sido reemplazado
por un proyecto del Atlántico Norte (o, eventualmente, de la tríada) bajo el
mando norteamericano. Este proyecto, que había sido sugerido por un miembro de
la Comisión Europea -Léon Brittain- y había suscitado en su época la
indignación general (al menos en Francia), en realidad, es el único que se ha
puesto en marcha actualmente.
2. La desaparición
del proyecto europeo en beneficio de un retorno del atlantismo detrás del cual
se perfila la ambición hegemónica de los Estados Unidos debería, por lo menos,
preocupar a algunos sectores de la opinión general y a algunos segmentos de las
clases políticas de ciertos países europeos, particularmente, Francia. Los
temas de la construcción europea estuvieron hasta tal punto asociados a los de
la riqueza, la potencia y la independencia que parecería difícil que todos
traguen tan fácilmente la píldora, es decir, que la protección
"militar" de los Estados Unidos (o sea, la función de la OTAN) ¡sea
hoy aún más necesaria que ayer!
La
OTAN fue creada en 1949 para asegurar, según se dijo, la defensa de la Europa
occidental contra una eventual agresión de la Unión Soviética. Que esta amenaza
haya sido real o no (y por mi parte digo que esa amenaza no existía, pues la
URSS nunca imaginó avanzar más allá de las fronteras fijadas por la
"división de Yalta") y, en consecuencia, que haya sido una exigencia
insoslayable o solamente el pretexto por el cual los Estados Unidos
establecieron su hegemonía política sobre el conjunto del mundo capitalista,
complementando así la supremacía económica con que se beneficiaron al terminar
la Segunda Guerra Mundial (y por mi parte afirmo que el único propósito
verdadero de la OTAN era tutelar Europa), son preguntas de historia que no
examinaré aquí, aunque más no sea porque, al desaparecer la URSS del escenario,
la amenaza que habría representado ya no existe.
No
discuto el derecho de los europeos a asegurar su propia defensa. Ese derecho,
en el estado actual de desarrollo de la civilización humana, es
imprescriptible. Los Estados europeos individual y colectivamente, por vía de
la Unión Europea, tienen, como todas las demás naciones del planeta, el derecho
de organizar fuerzas armadas capaces de resistir a todo agresor y hasta de
disuadirlo. Y aun cuando en las circunstancias actuales nadie amenace a
Europa, ese derecho a la defensa continúa siendo imprescriptible. Pero la OTAN
no constituye el medio de responder correctamente a la cuestión planteada,
porque esta organización no es una alianza entre iguales; sitúa necesariamente
a los aliados europeos en la posición de socios subalternos obligados a
alinearse siguiendo los objetivos fijados por los Estados Unidos. De Gaulle fue
el único político importante de la posguerra que comprendió el vicio fatal que
caracteriza a esta organización. La historia de la última década, de la guerra
del Golfo a la de Afganistán, demuestra que la OTAN sólo obra y obrará para
servir a los propósitos de Washington y de ningún otro. Porque la OTAN sólo intervendrá
si los Estados Unidos lo deciden, y no actuará si los Estados Unidos
no
quieren que lo haga. La OTAN no puede ser sino el instrumento del proyecto
hegemónico planetario de los Estados Unidos.
El
poderío militar de los Estados Unidos se construyó sistemáticamente a partir de
1945 y fue cubriendo el conjunto del planeta, dividido en regiones
correspondientes al sistema integrado de los "US military commands".
Hasta 1990, esta hegemonía estuvo obligada a aceptar la coexistencia pacífica
que le imponía la potencia militar soviética. Hoy ya no es ése el caso. Aquí no
puedo más que remitir al lector a mis escritos anteriores sobre esta cuestión y
al contraste que señalaba allí entre la vocación planetaria de la estrategia
militar utilizada por los Estados Unidos desde 1945 y la estrategia defensiva
de la Unión Soviética, que no constituía en modo alguno una actitud ofensiva
que apuntara a "conquistar el mundo en nombre del comunismo", como se
esforzó por hacer creer -con éxito, desgraciadamente- la propaganda occidental
(8)
Ante
estas realidades deslumbrantes, los incondicionales del "proyecto europeo
tal cual es" presentan argumentos de circunstancia adaptados a sus
auditorios del momento. Aquí y allá se retoman con candor (¿o con falso
candor?) algunos argumentos de apariencia ideológica: la OTAN es una asociación
de naciones democráticas, e incluso de las únicas naciones democráticas
sólidas que se conocen (sólo podrían agregarse a la lista los casi miembros de
la OTAN: Israel, Australia y Nueva Zelanda). Por lo tanto, "tenemos
necesidad de ella". ¿Para qué? Nadie se anima necesariamente a confesarlo:
contra el nuevo adversario que ha tomado el relevo del comunismo, es decir, el
"nacionalismo" de los países del "Sur". Confesarlo sería
aceptar que Europa se inscribe en la lógica del nuevo imperialismo colectivo de
la tríada. Por consiguiente, se mantiene el silencio acerca de las funciones
reales de la OTAN, que son hacer aceptar a los pueblos del Sur en cuestión
-mediante la permanente amenaza militar- la dictadura del capital
transnacional. A veces se invoca, en cambio, una función puramente imaginaria
¡pero tan noble!: defender la democracia, los derechos de los pueblos o los
deberes "humanitarios". Sin embargo, la farsa es tal que el argumento
ya no puede ser tomado en serio. Se podrá invocar entonces -puesto que ahora
parece posible- otra utilidad de la OTAN (o de las fuerzas armadas
norteamericanas): erradicar el "terrorismo". Bin Laden viene aquí de
perilla. La cuestión del "terrorismo" permite mantener en silencio
los verdaderos designios de la intervención norteamericana en Asia central.
En
la coyuntura actual, el "frente unido contra el terrorismo" ha
permitido una increíble movilización "occidental" alrededor de temas
tan elásticos y hasta dudosos como los "mismos valores compartidos".
"Todos somos norteamericanos" se ha llegado a oír decir. La
declaración podría suscitar respeto si sus iniciadores hubieran tenido la
valentía -inmediatamente después de Sabré o de Chatila- de declarar
"todos somos palestinos" y de exigir, en consecuencia, una acción
firme contra el Estado de Israel. En cambio, la opinión general afroasiática
lee esta declaración como una expresión suplementaria de la solidaridad racista
de los "caucásicos" -para utilizar el término que el establishment
norteamericano emplea para designar a los arios sumados a los judíos (¡!)-.
Además, uno -sea "occidental" o no- tiene el derecho a decir: no, yo
no comparto los valores del señor Bush, ni siquiera lo considero un demócrata
(y más bien creo que es abiertamente macartista). La manipulación de estos
temas de "solidaridad", en estas condiciones, está de total
conformidad con los objetivos de la estrategia del "choque de
civilizaciones" preconizado por el establishment
reaccionario de Washington. Se trata de afirmar la "unidad" de las
sociedades "occidentales" cuyos pueblos compartirían el mismo
"consenso democrático" y, por ese medio, de hacerles admitir en su
territorio la imposición neoliberal y, en el exterior, la agresión contra los
pueblos del Tercer Mundo.
Otra
serie de argumentos pone el acento en los esfuerzos que desplegaría Europa por
liberarse de la tutela norteamericana. Destinados a los segmentos de las
opiniones europeas menos permeables a las alabanzas del modelo norteamericano,
estos argumentos pretenden hacer creer que mediante la iniciativa de la moneda
común (el euro) y la decisión de crear una fuerza militar europea integrada, la
construcción europea tal como es hoy responde de antemano a sus deseos.
En
lo que a la moneda común se refiere, el argumento calla el hecho de que la
moneda sólo es un instrumento eficaz si hay alguien que puede servirse de ella.
Detrás del dólar no sólo están las empresas transnacionales norteamericanas,
también está el gobierno de los Estados Unidos. Detrás del euro están
probablemente las compañías transnacionales europeas, pero no hay gobierno. Por
su jerarquía misma, el colegio de banqueros reunidos en Frankfurt no tiene que
rendirle cuentas a ninguna autoridad política, nacional o europea; sólo tiene
que responder al "mercado", es decir, a las empresas. Y si la Europa
política llegara a cobrar conciencia del absurdo de la decisión en ese sentido
que tomó en Mastricht, ¿a qué autoridad política le confiaría la gestión del
euro?
La
cuestión de la fuerza militar europea es de la misma naturaleza. Con una
postura que pretende tener un toque de cinismo -aunque sin fundamento real-,
algunos comentadores políticos habían querido hacer creer -sin temerle al
ridículo- que Europa podía utilizar la fuerza militar norteamericana como la
de ¡"mercenarios" a su servicio! Ese discurso, que probablemente
satisfizo la vanidad de los europeos, no corresponde a ninguna realidad: la
fuerza militar norteamericana sólo sirve para asentar la hegemonía de
Washington y no obedece más que a esa lógica exclusiva. Obligados a reconocer
esa verdad, estos europeos a cualquier precio quisieron entonces presentar
otro argumento: el de que Europa había decidido dotarse de una fuerza de
intervención integrada que ya estaba conformándose. Para las naciones europeas,
de tradiciones militares sólidas, instaurar una fuerza de intervención potencialmente
tan capaz como la que podría alinear Washington, en realidad no implica ningún
problema técnico. Yo hasta diría que la cuestión podría resolverse en algunos
días, no más. Pero, ¿quién asumiría la dirección política de esa fuerza? ¿Quién
decidiría sus intervenciones? ¿Quién definiría sus objetivos políticos? ¿Qué
jefe de estado europeo? A falta de ese jefe, ¿está la cumbre europea en
condiciones de expresar algo diferente de lo que expresa desde su origen, es
decir, el registro de las divergencias intraeuropeas o el denominador común que
representa el alineamiento con Washington?
Sin Estado europeo no habrá ni moneda ni
fuerza militar europeas dignas de ese nombre. Y la doble dilución del proyecto
europeo en la mundialización económica y en la adhesión al liderazgo político y
militar de Washington, producto en sí misma de la ausencia de un Estado europeo,
garantiza la perennidad de la hegemonía de los Estados Unidos.
Notas
[8]
Samir Amin, La géopolitique de la región
Méditerranée Golfe, estudio
citado.
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