¡Defender
el Pensamiento de Mariátegui de toda tergiversación y desarrollarlo en función
de la realidad actual!
Mariátegui
y el “Problema del Indio”
(Cuarta Parte)
Eduardo Ibarra
El “Problema del Indio” y el Problema Nacional
Mariátegui señaló que “El Perú es todavía una nacionalidad en formación”
(26).
Ahora bien, puesto que, en esencia, el “problema
del indio” es el problema de la tierra, entonces el primer problema está
íntimamente relacionado al problema campesino, que, a su vez, es la base del
problema nacional. En consecuencia, en el Perú el “problema del indio” y el
problema campesino constituyen la base del problema nacional. Esta es una peculiaridad de nuestra
realidad.
En el proceso de formación de la nación peruana
concurren cuatro tradiciones: la indígeno-originaria (27), la hispánica, la
republicana y la socialista.
De los factores vigentes de la tradición
indígena, el principal es el factor humano, sencillamente porque es este factor
el que representa la comunidad campesina, las formas de trabajo solidario y los
idiomas prehispánicos.
En casi dos siglos de gestión, la burguesía
peruana ha sido incapaz de coronar la nación peruana, y, de hecho, el
gamonalismo existe todavía, aunque, como puede constatarse, en un radio menor y
con perfiles menos extremos, razón por la cual el campesinado
indígeno-originario no se encuentra todavía plenamente incorporado a la vida
nacional.
En pleno siglo XXI, pues, el Perú continúa siendo
una nación en formación. Por supuesto, el proceso de esta formación se
encuentra en un estado avanzado, y lleva la impronta del capitalismo que en
nuestro país se desarrolla por la vía colonial.
Mariátegui señaló: “El indio, en el 90 por ciento
de los casos, no es un proletario sino un siervo” (28).
Por otro lado, en Punto de vista anti-imperialista, anotó: “… en la medida en que en
que los rezagos de feudalidad entraban el desenvolvimiento de una economía
capitalista, ese movimiento de liquidación de la feudalidad, coincide con las
exigencias del crecimiento capitalista…” (29).
Pues bien, ¿en qué porcentaje los indígenas
originarios son, actualmente, siervos? ¿En qué porcentaje son obreros agrícolas
e industriales? ¿En qué medida las diversas ocupaciones que tienen en las urbes
han menguado sus vínculos comunales?
La expulsión del campesinado a las ciudades ha
determinado que centenares y centenares de miles de indígenas originarios se
hayan incorporado a la economía urbana, aunque, como no podía ser de otro modo,
en las formas en que la sociedad burguesa puede avanzar la formación de la
nación peruana: explotando su fuerza de trabajo o manteniéndolos en condición
de trabajadores informales.
Hoy por hoy, pues, el “problema del indio”
trasciende un poco el problema de la tierra. Obviamente, este problema sigue
siendo, en el fondo, el problema de la tierra, pero con el crecimiento
capitalista ha adquirido una nota adicional: una cantidad apreciable de
indígenas originarios son ahora proletarios o, hablando en general,
trabajadores urbanos.
Sin embargo, cabe preguntarse: ¿por eso ha dejado
de existir en ellos el “problema del indio”? Mariátegui señaló: “Para el
imperialismo yanqui o inglés, el valor económico de estas tierras sería mucho
menor, si con sus riquezas naturales no poseyesen una población indígena
atrasada y miserable a la que, con el concurso de as burguesías nacionales, es
posible explotar extremadamente” (30). Y más adelante agregó: “La raza tiene,
ante todo, esta importancia en la cuestión del imperialismo. Pero tiene también
otro rol, que impide asimilar el problema de la lucha por la independencia
nacional en los países de América con fuerte porcentaje de población indígena,
al mismo problema en el Asia o el Africa. Los elementos feudales o burgueses,
en nuestros países, sienten por los indios, como por los negros y mulatos, el
mismo desprecio que los imperialistas blancos. El sentimiento racial actúa en
esta clase dominante en un sentido absolutamente favorable a la penetración
imperialista. Entre el señor o burgués criollo y sus peones de color, no hay
nada de común. La solidaridad de clase, se suma a la solidaridad de raza o de
prejuicio, para hacer de las burguesías nacionales instrumentos dóciles del imperialismo
yanqui o británico. Y este sentimiento se extiende a gran parte de las clases
medias, que imitan a la aristocracia y a la burguesía en el desdén por la plebe
de color, aunque su propio mestizaje sea demasiado evidente” (31). Y remata:
“El indio quechua o aymara ve su opresor en el ‘misti’, en el blanco. Y en el
mestizo, únicamente la conciencia de clase, es capaz de destruir el hábito del
desprecio, de la repugnancia por el indio. No es raro encontrar en los propios
elementos de la ciudad que se proclaman revolucionarios, el prejuicio de la
inferioridad del indio, y la resistencia a reconocer este prejuicio como una
simple herencia o contagio mental del ambiente” (32).
Así pues, los indígenas originarios continúan
siendo objeto de discriminación y aun de befa en las relaciones sociales
masivas del mundo urbano.
Por lo tanto, es un hecho que la sociedad
burguesa incorpora a los indígenas originarios a la formación de la nación
peruana, pero en calidad de “indios”, y
no de peruanos.
Por eso los siguientes juicios de Mariátegui
encierran una verdad todavía más evidente hoy día: “La reivindicación que
sostenemos es la del trabajo. Es la de las clases trabajadoras, sin distinción
de costa ni de sierra, de indio ni de cholo” (33).
Esta afirmación no niega ni
tiene por qué negar esta otra del propio Mariátegui: “Si en el debate –esto es
en la teoría– diferenciamos el problema del indio, es porque en la práctica, en
el hecho, también se diferencia. El obrero urbano es un proletario: el indio
campesina es todavía un siervo. Las reivindicaciones del primero, -por las
cuales en Europa no se ha acabado de combatir– representan la lucha contra la
burguesía; las del segundo representan aún la lucha contra la feudalidad. El
primer problema que hay que resolver aquí es, por consiguiente, el de la
liquidación de la feudalidad, cuyas expresiones solidarias son dos: latifundio
y servidumbre” (34).
“Por consiguiente”, dice
Mariátegui, por la sencilla razón de que, en efecto, el primer problema que
debe resolver la revolución socialista es aquél que se deriva de la forma de
economía históricamente más atrasada sobreviviente en el país.
Pues bien, con la
incorporación, vía burguesa, de una apreciable cantidad de indígenas
originarios a la vida nacional impulsada por el crecimiento capitalista, dicho
sector social ha quedado incorporado a la lucha directa contra el imperialismo y la explotación capitalista.
Notas
[26] T.11, p.36.
Mariátegui utiliza aquí el término nacionalidad como sinónimo del término
nación, pues era consciente de que en el Perú de su tiempo no existía un
mercado interno plenamente constituido que fuera la base material de la nación,
y que, por esto, la población indígeno-originaria no estaba integrada a la vida
nacional.
[27] Ciertamente el
término indígeno-originaria no es tampoco completamente preciso, pero en todo
caso es mucho menos impreciso que el término indígena, el cual distingue
indebidamente a los descendientes directos del Tahuantinsuyo del resto de los
nacidos en el Perú, que, por este solo hecho, también son indígenas de este
país.
[28] T.13, p.25.
[29] Ibídem, p.93.
[30] Ibídem, p.26
[31] Ibídem, p.27.
[32] Ibídem, pp.32-33.
[33] Ibídem, p.222.
[34] Ibídem, 222-223.
El Socialismo Heroico y Creador:
«Defensa del Marxismo»
(Cuarta Parte)
Jorge Oshiro
La filosofía moderna y el marxismo
A la pregunta si el marxismo es un sistema
filosófico escribe Mariátegui:
"Marx, en primer lugar, no se
propuso nunca la elaboración de un sistema filosófico de interpretación
histórica, destinado a servir de instrumento a la actuación de su idea política
y revolucionaria".
Henri de Man culpa al marxismo de teorizante, es
decir, de pensar que la teoría venía antes que la praxis, que la clase obrera
tenía que conocer primero las leyes que rigen el desarrollo histórico para
luego poder actuar. De Man dice que primero es la praxis y luego viene la
teoría.
Mariátegui
responde que no hay una "teoría marxista" para ser aplicado a
cualquier realidad. El sistema filosófico dentro de este contexto sería un
conjunto de pensamientos de valor independiente a la situación histórica, es
decir un "sistema a priori" de uso universal.
Mariátegui
niega categóricamente esta posibilidad y dice que
"El materialismo histórico no es,
precisamente el materialismo metafísico o filosófico, ni es una Filosofía de la
Historia, dejada atrás por el progreso científico".
Aquí, según Mariátegui, se distinguía Marx
completamente de Hegel. Para Marx lo fundamental era el análisis de la sociedad
capitalista concreta, como de sus sus leyes específicas, de su desarrollo
dialéctico determinado. Para él la totalidad se relacionaba con la totalidad
concreta de esa actualidad que representaba la sociedad burguesa. Frente a
Hegel, Marx no tuvo, según Mariátegui, la intención de elaborar un sistema
filosófico o metafísico. De allí que escribiera el revolucionario peruano:
"La concepción materialista de Marx
nace dialécticamente como antítesis de la concepción idealista de Hegel".
Esta visión revolucionaria, que parte del análisis
de una sociedad específica, en este caso el capitalismo, diferencia
sustancialmente a Marx de sus antecesores. De allí que escriba nuestro autor:
"El empeño de quienes, como Henri de
Man, condenan sumariamente al marxismo, como un simple producto del
racionalismo del siglo XIX no puede ser más precipitado y caprichoso".
Comprender el marxismo como simple producto del
racionalismo del siglo XIX es deformar el pensamiento revolucionario de Marx.
Es hacer la genealogía Kant-Hegel-Marx sin fisuras como se entretenía Paul
Valéry en un escrito suyo de 1919. La filiación es inobjetable, dice
Mariátegui,
"la dialéctica trascendente de Kant
preludia, en la historia del pensamiento moderno, la dialéctica marxista".
Pero la continuación a este preludio, no se da sin
fisura, sin ruptura, sin contradicción.
El
"campo teórico" de Marx es completamente diferente al del
racionalismo. La célebre «tesis 11» sobre Feuerbach viene aquí inmediatamente a
la memoria.[1]
Este campo
teórico se diferencia en sus raíces del campo teórico racionalista por su
intención central de su actuar: no sólo quiere interpretar, quiere cambiar,
transformar. En este sentido escribía Mariátegui:
"Vana es toda tentativa de
catalogarla como una simple teoría científica, mientras obre en la historia
como evangelio y método de un movimiento de masas".
La crítica marxista no se reduce a una teoría
científica, pero es también teoría científica.[2]
Pero a la
vez que es teoría científica es "evangelio", en este sentido ocupa un
campo teórico diferente de la mera teoría científica.[3]
Y ambos se expresan como método del movimiento de masas de la sociedad civil.
El marxismo es un método del actuar de las multitudes. Decía Mariátegui:
"Marx está vivo en la lucha
que por la realización del socialismo libran, en el mundo, innumerables
muchedumbres, armadas por su doctrina".
La tesis según la cual el "marxismo obra como
un evangelio" expresa el contenido moral-religioso de la doctrina de Marx.
Y este contenido moral-religioso implica necesariamente su relación con la
muchedumbre, de la cual ella es expresión reflexiva.
"La suerte de las teorías
científicas o filosóficas que él (Marx.JO) usó, superándolas y
trascendiéndolas, como elementos de su trabajo teórico, no compromete en lo
absoluto la validez y la vigencia de su idea".
....
Esta es radicalmente extraña a la mudable
fortuna de las ideas científicas y filosóficas que la acompañan o anteceden
inmediatamente en el tiempo".
Como se
aprecia Mariátegui hacía aquí una sustancial diferencia entre, por un lado, "las
teorías científicas o filosóficas" que sirven de material de trabajo que
se usa, y por otro lado, la "idea"
(la intuición de Labriola).
La
diferencia es importante pues delimita campos teóricos, que no son sin embargo
cerrados en sí mismos. Es indudable que Marx en la marcha de sus
investigaciones se nutrió de muy diferentes tipos de literatura: científicas,
ideológicas, etc.
Las usó,
"trascendiéndolas, superándolas". Podemos citar la dialéctica
hegeliana, el materialismo de Feuerbach, el socialismo utópico de Owen o de
Fourier para dar ejemplos muy conocidos. Todo esto fue solamente posible porque
Marx tenía una "idea", una intuición o matriz inicial propia que le permitía organizar en su
provecho todo ese gigantesco material por el reunido y elaborado.
Mariátegui
no explica lo que él entiende por la "idea" de Marx, pero es evidente
que no es una "idea" simple, sino al contrario, es un complejo de
ideas o intuiciones, que a lo largo de su desarrollo va ir tomando forma
específica y que va a expresarse en sus diversas obras, y no sólo en «El
Capital».
Esta
concepción mariateguiana de la "idea" de Marx se complementa en otro
pasaje anterior con otro concepto:
"Mientras el capitalismo no haya
trasmontado definitivamente, el canon
de Marx sigue siendo válido".
Esta visión diferenciada del pensamiento de Marx en
la cual hay en Marx un núcleo que Mariátegui llamaba "la idea" o
"el canon" de Marx y de "las teorías científicas o ideológicas
que él usa" se complementa, profundizándola con la aserción anterior de
nuestro autor sobre la necesidad de renovar el pensamiento de Marx, de la
necesidad de diferenciar entre lo "esencial y sustantivo" (la idea) y
lo "formal y contingente" (sistemas o doctrinas usadas por Marx), y
la otra idea no menos importante sobre la "misión revolucionaria"
cuando se hablaba sobre el principio de asimilación.
Notas:
[1] "Los filósofos no han hecho más que interpretar de diversos
modos el mundo, pero de lo que se trata es de transformalo"
[2] Mariátegui
escribía: "La teoría y la política de Marx se cimentan invariablemente en
la ciencia, no en el cientificismo". Esta es una de las tesis
mariateguianas que hemos seguido a lo largo de todo esta trabajo: por un lado la crítica al
cientifismo y por otro la unidad dialéctica entre la ciencia y el mito.
[3] La denominación "evangelio" es otra expresión de
"mito", "misticismo", "religiosidad ". "El
método del movimiento de masa" lo hemos desarrollado anteriormente en la
triada «grito-multitud-calle».Ver arriba 4. Ensayo. 4.3. «Lucha final».; 4.3.1.
«La gran ilusión», la triada «grito-multitud-calle».
Consideraciones Generales Sobre los Movimientos
Sociales
Santiago Ibarra
La
criminalización de los movimientos sociales, de las luchas reivindicativas, no
es un asunto nuevo. Y no debería sorprender -aunque siempre es necesario su
esclarecimiento- porque su origen radica en la defensa de intereses de clase, y
en nuestro medio, además, en la mentalidad colonial de la que hablara José
Carlos Mariátegui, de terratenientes y burgueses, que se oponen a las reivindicaciones
de las mayorías y mantienen su desprecio y un sentimiento de superioridad
racial sobre la población indígena. Un orden social determinado, el
capitalista, en la forma que adopte en uno y otro lado, en uno y otro momento
histórico, es tomado por la clase dominante como la expresión natural de las
cosas. De este modo la criminalización de los movimientos sociales consiste en
el artificio que se construye
oponiéndolos a la paz y a la democracia.
En general, debe considerarse que el conjunto de derechos democráticos
contemplados hoy en día en las legislaciones de diferentes países, aunque
conculcados permanentemente, no ha sido un regalo de nadie. Ha sido, por el
contrario, el resultado de largas y sacrificadas jornadas de lucha de los
trabajadores. A las reivindicaciones democráticas de los trabajadores las
clases dominantes opusieron ayer y oponen hoy en día la más tenaz y fiera
resistencia, llegando incluso al asesinato y a la masacre de centenares y miles
de trabajadores inermes. Precisamente el uso de la violencia más brutal ha sido
la forma como las clases dominantes han conservado su poder y garantizado sus
privilegios en Latinoamérica.
Mas en los Estados Unidos y en Europa occidental las cosas no han sido
diferentes. Es sabido que los colonizadores británicos exterminaron en los
Estados Unidos a los indígenas y la clase dominante de este país se
enriqueció en gran medida gracias al
trabajo de los esclavos. Y que durante el siglo XX y en lo que va del siglo XXI
Estados Unidos ha intervenido militarmente numerosos países, dejando millones
de muertos como saldo, en resguardo de sus intereses económicos y políticos. Los
imperialismos de Europa occidental no obraron de un modo distinto. Si en sus
espacios interiores después de la Segunda Posguerra las clases dominantes de
estos países no hicieron como antes uso de la violencia descarnada para
conservar su poder, esto no puede dejar de explicarse en buena medida por la
transferencia de excedentes económicos desde las periferias, que posibilitó el
fortalecimiento de sus regímenes políticos internos, y la conformación de
movimientos obreros (las “aristocracias obreras” de las que habló Lenin) regidos
por la ideología socialdemócrata, que, como se sabe, no apuesta por la ruptura
con el sistema.
Para Europa occidental el historiador inglés Eric Hobsbawm, en una
recopilación de ensayos titulada El mundo
del trabajo, muestra como la conquista y la ampliación de derechos
democráticos fue obra en gran medida de la acción de los movimientos obreros de
estos países (cito de memoria, porque no tengo el libro a la mano). Los
movimientos obreros luchan por el aumento salarial, la reducción de la jornada
laboral, el seguro de salud, la renta de jubilación y otros derechos, que
solamente después de vencer la resistencia de los detentadores del poder
económico y político tienden a generalizarse al conjunto de la sociedad. Los
movimientos obreros lucharon incluso por la conquista de derechos políticos,
como el sufragio universal, y por reformas agrarias democrático-burguesas, como
ha ocurrido en Bolivia con la Revolución de 1952.
Entonces, más allá de lo que comúnmente se piensa son los Estados de la
burguesía y los capitalistas individuales los que se oponen a los derechos
democráticos de las grandes mayorías. Es decir, capitalismo y democracia no son
precisamente dos términos complementarios, sino contradictorios.
Y también al contrario de lo que corrientemente se piensa, es a través
de las luchas sociales –la acción directa ha sido el momento final muchas veces
de prolongados procesos de negociación- como los movimientos sociales y,
específicamente, los movimientos obreros, han conquistado derechos democráticos
para el conjunto de la sociedad. De ahí que puede considerarse a los
movimientos sociales y sus luchas reivindicativas como el motor de los procesos
de democratización, lo que ha significado un avance histórico respecto a las
antiguas sociedades.
Frente a los que hoy en día desprecian al movimiento socialista, habrá que recordar que éste cumplió históricamente
un papel importante al interior de las luchas reivindicativas, en su gestación
y desarrollo. Esta afirmación desde luego no busca ocultar las limitaciones
históricas que mostró el movimiento socialista-comunista.
En la historia se han producido movimientos de ampliación y movimientos
de contracción y reducción de los derechos democráticos. Estos movimientos han
sido en general expresión de los ascensos y de los reflujos de la acción de los
movimientos sociales, respectivamente. La acción directa de los movimientos
sociales que tanto aterra a la burguesía ha sido el modo por el que el conjunto
de las sociedades en última instancia se han visto favorecidas por la
ampliación de derechos democráticos. Por eso, de modo específico la acción
directa de los movimientos sociales debe considerarse como una reacción a la
“paz de los cementerios”.
El capitalismo se opone a los procesos de
democratización. Los movimientos sociales: agentes de democratización social.
Es necesario
explicar aunque sea muy brevemente por qué el capital se opone a la ampliación
de derechos democráticos y por qué la acción de los movimientos sociales tiende
por el contrario a su ampliación. Así, no debe olvidarse jamás que el capital
se orienta por el principio de la rentabilidad. El capital maximiza tu tasa de
ganancia a través de diferentes métodos, entre los cuales está la ampliación de
la jornada laboral, la intensificación del ritmo de trabajo, la reducción del
salario real de los trabajadores. La acción organizada de los trabajadores
tiende precisamente a disminuir la tasa de ganancia del capital mediante la
reducción de la jornada laboral, el aumento de sus salarios y la conquista de
otros derechos. Por eso el capital se opone a las reivindicaciones de los
trabajadores, cuya materialización como hemos señalado trae consigo una
reducción de la ganancia del capital. Y por esto también se opone a la libre
asociación de los trabajadores en sindicatos, especialmente cuando éstos siguen
una línea clasista. Esta es la razón de fondo también de por qué el capital se
opone a los movimientos democráticos en general.
Así, la lógica unilateral del capital lleva a acrecentar las
desigualdades sociales, a polarizar crecientemente las sociedades entre pobres
y ricos, a excluir a las mayorías de los derechos democráticos.
Las luchas reivindicativas de los movimientos sociales, por el
contrario, buscan disminuir estas desigualdades sociales, la igualdad y la
justicia social.
Los trabajadores buscan la conquista de derechos precisamente porque
están excluidos de esos derechos. Y es solamente a través de sus luchas que son
capaces de imponerle al capital aumentos salariales, la disminución de la
jornada laboral y otros derechos democráticos.
Las luchas por democratizaciones no lleva consigo,
per se, al socialismo
Considero de gran
importancia insistir que en principio la lógica del capital se opone a la
ampliación de derechos democráticos. Estos han sido históricamente impuestos
por lógicas distintas, provenientes de los movimientos sociales.
Considero de gran importancia a la vez advertir que el capitalismo ha
sabido también adaptarse a la ampliación de estos derechos. Y no es ninguna
trivialidad observar que su período de mayor crecimiento económico ha sido el
de la Segunda Posguerra, caracterizado precisamente por el pacto entre el
capital y el trabajo.
Es decir, la lucha por la ampliación de derechos democráticos no lleva
consigo per se la liquidación del
capitalismo. Y es importante también observar que en cuanto puede el capital
liquida de hecho los derechos democráticos conquistados por los trabajadores. Y
así ha ocurrido ampliamente en el mundo en las últimas tres décadas. Este
período se ha caracterizado por un gran predominio de la gran burguesía mundial
y por un reflujo de los movimientos sociales, que sin embargo vuelven a
activarse.
Así, en oposición a la política reformista, es fundamental considerar
que la ampliación de derechos democráticos ha tenido lugar dentro del marco de
las relaciones de producción capitalistas. De un lado, la ampliación de
derechos democráticos está en una relación contradictoria con el principio de
la rentabilidad del capital; del otro, en
general, no ha trascendido las relaciones de producción capitalistas.
Las luchas reivindicativas como reacción a la
cosificación de los trabajadores y a la mercantilización de todo cuanto existe
A la vez, sin
embargo, las luchas sociales de los trabajadores deben ser consideradas como
una reacción a su condición de explotados y dominados, como una reacción a su
reducción a la condición de “la más miserable de las mercancías” (Marx) y a la
mercantilización de todo cuanto existe (el agua, los bosques, por ejemplo),
como una reacción a la cosificación a
la que se ven reducidos y que sufren en carne propia. La rebelión pues, como decía
Mao, se justifica. Esta afirmación desde luego no apunta a ocultar las
limitaciones de los movimientos sociales, pero solamente un punto de vista
intelectualista puede menospreciar las luchas reivindicativas de los
trabajadores, no viendo en ellas nada más que revueltas y luchas
reivindicativas dentro del sistema y nunca una reacción contra su propia
cosificación.
******
Hoy vivimos en
el Perú y en el mundo en general un momento de fuerte reducción de los derechos
democráticos. En el Perú, la inmensa mayoría de trabajadores se encuentra fuera
de la legislación laboral. En este contexto, el deber de los intelectuales y de
las vanguardias es prestar a los movimientos sociales su más amplia
solidaridad, organizando, esclareciendo, acompañando efectivamente las luchas
sociales de los trabajadores, unificándolas y ampliándolas, en una dinámica
constante de autocrítica, buscando la transformación de las relaciones de
fuerza entre oprimidos y opresores, cuestión esta última que el “voluntarismo
sin determinismo” (Mariátegui) deja de lado.
Como es el caso de la ampliación de los derechos democráticos, pues, el
socialismo será también el resultado de las luchas de las grandes mayorías. Si
el capital se opone en principio a la ampliación de derechos democráticos, con
mayor razón se opone con fiereza al socialismo, como una cuestión de principio.
De ahí la necesidad y el imperativo ético de construir unidad con los
movimientos sociales, introduciendo en
ellos consciencia socialista. Solamente esta férrea unidad hará posible la
larga transición al socialismo.
El
Largo Camino de la Democracia
Julio
Roldán
"Por todas partes se ha visto que los diversos
incidentes de la vida de los pueblos se inclinan a favor de la democracia.
Todos los hombres la han ayudado con sus esfuerzos; los que luchan por ella y
los que declaran ser sus enemigos; todos han sido empujados confusamente por la
misma vía y todos han actuado en común, unos contra su voluntad y otros sin
advertirlo, como ciegos instrumentos de Dios".
Alexis de Tocqueville,
La
democracia en América (1835)
ES IDEA COMÚN, AL
INTERIOR DE LOS ESPECIALISTAS en los estudios histórico-políticos, aceptar que
como consecuencia del desarrollo de las fuerzas productivas al interior de la
sociedad, se dio un excedente en el proceso de producción y fue este excedente
en la producción lo que determinó el surgimiento de las clases sociales y por
consiguiente la lucha entre ellas.
Las diferentes clases sociales en su
proceso de estructuración, diferenciación y afianzamiento, así como en un
momento dado generaron por necesidad el Estado, también haciendo uso de la
libertad, generaron un conjunto de representaciones y explicaciones del mundo,
del hombre, de la vida, del alma y del espíritu en general. Representaciones y
explicaciones que pueden ser falsas o verdaderas; descriptivas, analíticas o
sintéticas a las cuales posteriormente se las denominó, en un determinado
nivel, como ideología o falsa conciencia, y en otro, como razón o ciencia.
En este cruce de
ideas (como reflejo objetivo o subjetivo de las diversas y diferentes
corrientes ideológicas al interior de este conglomerado humano llamado
sociedad) el tema de la democracia fue abordado y sistematizado en un primer
momento, por los ideólogos representantes de las clases dominantes. El común
denominador, en la mayoría de estos teóricos, fue el desvincular totalmente los
conceptos de justicia, libertad y democracia. Y peor aún, en otros casos, estos
conceptos apenas fueron mencionados.
Estos últimos tienen en Platón (428-348
a.n.e.) a uno de sus mayores representantes. La verdad es que Platón empleó la
mayoría de su tiempo y su formidable capacidad intelectual para argumentar La desigualdad divina de los hombres, en
la medida que: "... vosotros -les diré continuando la ficción- sois
hermanos; pero el dios que os ha formado ha hecho entrar el oro en la composición de aquellos que
están destinados a gobernar a los demás, y así son los más preciosos. Mezcló plata en la formación de los auxiliares,
y hierro y bronce en la de los
labradores y demás artesanos."
De igual modo El de los filósofos reyes o reyes filósofos tomando en cuenta que:
"... los filósofos no gobiernan los Estados (...), o como los que hoy se
llaman reyes y soberanos no sean verdadera y seriamente filósofos, de suerte
que la autoridad pública y la filosofía se encuentren juntos en el mismo sujeto
...".
Y por último la teoría del Estado ideal, que no es otra cosa que un
Estado o una República piramidal donde en la cúspide se encuentran los Reyes filósofos, luego los guardianes
(magistrados-gobernantes), les siguen los
auxiliares y en el fondo los
artesanos y labradores. Sin tomar en cuenta a los esclavos, que ni siquiera son mencionados. Éstas fueron sus
preocupaciones mayores que no le quedó tiempo para ocuparse, como se diría, de
problemas menores.
Deseamos insistir en este último tópico en
Platón. El tema del Estado ideal ha
sido interpretado frecuentemente por muchos estudiosos como la salida utópica,
y como consecuencia revolucionaria, que propone Platón a los problemas
generados por los intereses económicos y la lucha de clases al interior de la
sociedad. En principio hay que subrayar, una vez más, que hay utopías y mitos
que miran hacia el futuro y también hay utopía y mitos que miran hacia el
pasado. Como consecuencia hay utopías y mitos progresistas y hasta
revolucionarios y utopías y mitos retrógrados y hasta contrarrevolucionarios.
En este nivel, Platón tenía como modelo de
su Estado ideal a las idealizadas aristocracias tribales de Creta y Esparta y
no a las de Atenas, que sin dejar de ser esclavistas, eran las más democráticas
y avanzadas, para su tiempo. Consecuentemente, pensamos que el filósofo
austriaco Karl Popper (1902-1994) tiene razón cuando en torno al punto se
pregunta: "¿Cómo resuelve Platón el problema de la eliminación de la
guerra de clases?" A renglón seguido, Popper responde: "Si hubiera sido
un progresista, se le hubiera ocurrido la idea de una sociedad igualitaria,
desprovista de clases." Y luego el filósofo termina siendo concluyente:
"...su tarea no consistía en construir un Estado para el futuro, sino en
reconstruir un Estado pretérito, a saber, el padre del Estado espartano, que no
fue por cierto una sociedad sin clases. Muy por el contrario, existía en este
Estado el régimen de la esclavitud y, en consecuencia, el Estado platónico
perfecto se basa en la más rígida distinción de clases."
Las principales
ideas de Platón fueron heredadas por la mayoría de representantes teóricos de
la escolástica antigua y medieval, especialmente por San Agustín de Hipona
(354-430) y Santo Tomás de Aquino (1225-1274) quienes, de igual modo,
estuvieron casi exclusivamente preocupados por el destino de las almas en el
cielo o en el infierno y más por el sexo de los ángeles antes que por los
problemas de la justicia, la libertad y la democracia del hombre de carne y
hueso en este valle de lágrimas. Y de esa forma cubren y justifican el dominio
ideológico-político de toda una etapa histórica.
Con el advenimiento de los tiempos modernos
y sus enunciados del reino de la ciencia, de la razón, de la justicia, de la
libertad y de la democracia, estas ideas platónico-tomistas fueron derrotadas o
postergadas mas no liquidadas. Siglos después, concretamente, a partir de la
segunda mitad del siglo XIX (con la aparición del imperialismo) reaparecen con
mucha fuerza en la escena político-filosófica adoptando indistintamente los
nombres de neo-platonismo, neo-espiritualismo o neo-tomismo. Ideas que dieron
contenido teórico y coherencia lógica a las diferentes corrientes políticas
(nazismo, kremalismo, nazionismo, falangismo, justicialismo, etc.) a las que se
denominó y denomina con el genérico nombre de fascismo. (1).
El filósofo György Lukács (1885-1971) (2),
entre otros, sostiene con toda propiedad, que el asalto a la razón y el regreso
al misticismo, al espiritualismo, al neo-tomismo y al irracionalismo se dio,
especialmente, en la mayoría de intelectuales idealistas alemanes, a fines del
siglo XIX y comienzos del siglo XX. Años después, los también filósofos Víctor
Farias (1940-) y Francis Fukuyama (1952-), sin mencionar a Lukács pero
coincidiendo con él, sostienen que esta reacción está representada en el plano
filosófico por Friedrich Nietzsche (1844-1900) con sus ideas del "super
hombre" y "la raza pura" y por Martín Heidegger (1889-1976) (3)
con su teoría de que: "Sólo pensando en alemán resulta posible alcanzar la
condición humana en sentido estricto." (Farías 1989: 403).
La otra corriente de ideas, sin ser
antagónica a las líneas antes mencionadas, está expresada, entre otros, en los
escritos político-filosóficos de Aristóteles (384-322 a.n.e.), pasando por los
de Thomas Hobbes (1588-1679), John Locke (1632-1704), Alexis de Tocqueville
(1805-1859), Joseph Schumpeter (1883-1965), Hans Kelsen (1881-1973) y
terminando con Francis Fukuyama quien en
la última década del siglo XX fue bastante promocionado.
Para comenzar, para
Aristóteles no es la democracia una de las esencias fundamentales y vitales de
la condición humana. Este filósofo es uno de los primeros teóricos en rebajar y
reducir la democracia al simple plano de un sistema de gobierno. Y más aún,
para Aristóteles, la democracia no es más que una desviación de su sistema
político ideal al cual el filósofo denomina república.
Aristóteles
sostiene que las politeias rectas son la monarquía, la aristocracia y la
politeia o república. Mientras que las desviaciones son la tiranía, la
oligarquía y la democracia. En otra parte, haciendo la diferencia entre estas
dos desviaciones: democracia y oligarquía, escribe: "Es una democracia
cuando los libres y pobres, siendo los más, ejercen la soberanía, y una
oligarquía cuando la ejercen los ricos y nobles, siendo pocos."
El filósofo piensa que los dos extremos son
malos, como consecuencia sostiene que: "La politeia es, en términos
generales, una mezcla de oligarquía y democracia: las que se inclinan a la
democracia suelen llamarse politeias, y las que tienden más bien a la
oligarquía, aristocracia."
Para concluir con
Aristóteles, hay que recordar que para él, como consecuencia del predominio de
la razón, de la amistad, de la estabilidad y más la capacidad individual de los
legisladores, la auténtica república o politeia debe ser gobernada por los
sectores medios. Este gobierno sería consecuencia-síntesis de lo mejor de estas
dos desviaciones anteriormente planteadas.
Muchísimos siglos después, en la etapa de
afianzamiento del sistema capitalista, el inglés Thomas Hobbes, teniendo como
antecedente inmediato al incómodo y poco comprendido Nicolás Maquiavelo
(1469-1527) (4), tiene, entre otros, el mérito de haber roto con la tradición
político-filosófica aristotélica que predominó por muchos siglos. Él no buscó
la causa, la explicación y la solución a los problemas político-sociales en las
alturas celestiales o en la lejana trascendencia, más bien las buscó y las
encontró en la inmanencia concreta del ser sobre la Tierra.
En cuanto a la forma y tipos de gobierno,
él continúa con la tradicional clasificación política hecha por Aristóteles. En
su más conocido libro Leviatán,
escribe: "Cuando el representante es un solo hombre, el Estado es una Monarquía; cuando es una asamblea de
todos cuantos quieren unirse, es una Democracia
o un Estado popular; cuando el representante es una asamblea de sólo unos
pocos, el Estado se llama entonces una Aristocracia."
Hobbes, después de Jean Bodin (1530-1596),
es uno de los primeros teóricos en sostener que la esencia de la democracia
estriba en la conjunción y delegación de intereses y responsabilidades de la
población, en la medida que el hombre en estado de naturaleza vive sobre este
mundo en guerra permanente. Concepción que fue sintetizada en su ya famosa y hasta
hoy repetida frase: El hombre es el lobo
del hombre.
Hobbes explica la
raíz del problema en estos términos: "De modo que, en la naturaleza del
hombre, encontramos tres causas principales de disensión. La primera es la
competencia; en segundo lugar, la desconfianza; y en tercer lugar, la gloria.
La primera hace que los hombres invadan el terreno de otros para adquirir
ganancia; la segunda, para lograr seguridad; y la tercera, para adquirir
reputación. La primera hace uso de la violencia, para que así los hombres se
hagan dueños de otros hombres, de sus esposas, de sus hijos y de su ganado. La
segunda usa la violencia con un fin defensivo. Y la tercera, para reparar
pequeñas ofensas, como una palabra, una sonrisa, una opinión diferente, o
cualquier otra señal de desprecio dirigido hacia la propia persona o,
indirectamente, a los parientes, a los amigos, a la patria, a la profesión o al
prestigio personal."
Es en estas condiciones de violencia
extrema que el hombre en estado natural delega, endosa o cede su poder de
decisión a otros, los que devienen sus representantes o gobernantes, y son
ellos quienes garantizan, no sólo su supervivencia personal, sino y por sobre
todo la continuidad de la especie humana. Conjunción y garantía que llegan a su
máximo nivel de representación en ese animal
artificial llamado Estado.
Leamos cómo Hobbes
conceptúa el Estado: "Pues es mediante el arte como se crea ese gran
Leviatán que llamamos República o Estado, en latín Civitas, y que no es otra
cosa que un hombre artificial. Es éste de mayor estatura y fuerza que el
natural, para cuya protección y defensa fue concebido."
Y en otra parte del libro vuelve sobre lo
mismo y dice: "... una multitud así unida en una persona es lo que
llamamos Estado, en latín Civitas. De ese modo se genera ese gran Leviatán, o mejor, para hablar con mayor
reverencia, ese dios mortal a quien debemos, bajo el Dios inmortal, nuestra paz
y seguridad."
Todas estas
contradicciones, en el pensamiento político de Hobbes, tienen su explicación en
la medida que, como consecuencia del momento histórico-político que le tocó
vivir, fue una personalidad escindida. Hegel diría un espíritu desgraciado. Él
se debatió, hasta su muerte, entre sus inclinaciones materialistas en el campo
filosófico y sus simpatías por el absolutismo monárquico en el campo político.
Algunas décadas después que Hobbes hizo
público sus teorías políticas y luego como consecuencia de la llamada Gran revolución ocurrida en 1688 en
Inglaterra (es la etapa cuando la burguesía revolucionaria no sólo intentaba
controlar, sino liquidar a la aún fuerte aristocracia, y de esa forma, acelerar
el tránsito hacia la centralización del Estado-nación) aparece John Locke como
el gran ideólogo del movimiento y en directa relación personal con el jefe del
mismo, Guillermo de Orange. Por su compromiso e identificación con dicho
movimiento, en una carta a Konrad Schmidt, con toda razón, Engels, escribió:
"Locke era, lo mismo en religión que en política, un hijo de la transición
de clases de 1688."
Locke retoma la idea de estado de
naturaleza del hombre (es por allí que afirma que los hombres son por naturaleza iguales) pero a diferencia de
Hobbes, dicho sujeto suelto en el mundo ya no se encuentra en estado de guerra,
más bien se encuentra en estado de paz. En este estado reina la libertad, la
igualdad y la propiedad privada. Esta propiedad privada no está asegurada en el
estado de naturaleza, pero como los hombres tienen que vivir en comunidad, se
ven en la necesidad de establecer un contrato social y así aparece el Estado
que deviene garante de la igualdad, de la libertad y en especial de la
propiedad privada. Lo afirmado, como se evidenciará después, fue y es una
verdad a medias.
A cambio de esta
seguridad que le brinda la comunidad organizada o Estado, el hombre renuncia a
parte de sus derechos naturales, especialmente la igualdad y libertad, y así se
integra como un miembro más del Estado. Pero hay que tener presente que en
Locke, como escribe con mucha razón Marcel Prelot: "El hombre entra en el
Estado, no con todo su ser sino solamente con una parte de él. Pretende
asegurarse un cierto número de ventajas en relación al sacrificio que
consiente. De otro modo, no tendría razón ninguna para elegir el Estado como
forma de vida."
Ésta es una de las razones del por qué
Locke encuentra en las monarquías constitucionales y la división de poderes en
el Estado el mejor sistema jurídico-político que garantice la parte del derecho
natural irrenunciable y el contrato social establecido entre los miembros de la
comunidad. Por último, si este sistema de gobierno (monárquico constitucional,
con su división de poderes) es subvertido, los pueblos tienen todo el derecho a
rebelarse y reestablecer lo que por mutuo acuerdo se han dado como sistema
político. Lo último está plasmado en el principio de El derecho a la rebelión que es uno de sus libros más conocidos.
A mediados del siglo XIX aparece el trabajo
del francés Alexis de Tocqueville; él, luego de conocer directamente el
funcionamiento de la sociedad norteamericana, la misma que para entonces se
perfilaba como la futura gran potencia capitalista mundial, plasmará sus
impresiones en su conocido libro La
democracia en América. Especialmente con este estudio, de Tocqueville es
otro de los estudiosos que siguiendo a Aristóteles, Hobbes y Locke no sólo
reduce la democracia a un sistema de
gobierno sino que de esa manera lo
confunde (como hacen los ya mencionados) de igual modo con el sistema de Estado. A lo largo de más de
700 páginas que contiene el trabajo, se puede observar que estos dos conceptos
son frecuentemente pensados como si fueran sinónimos.
Cuando de
Tocqueville interpreta las diferentes actitudes y diversos sentimientos de los
seres humanos y más su actitud hacia la justicia, la igualdad y la libertad,
evidencia, como todos los teóricos, sus simpatías con unos y antipatías con
otros. Leamos: "... existe una pasión viril y legítima por la igualdad,
que incita a los hombres a querer ser todos fuertes y estimados. Esta pasión
tiende a elevar a los pequeños a la altura de los grandes; mas también alberga
en el corazón humano un afán depravado de igualdad que induce a los débiles a
querer rebajar a los fuertes a su nivel, y que reduce a los hombres a preferir
la igualdad en la servidumbre, a la desigualdad dentro de la libertad."
Luego, en otra
página, agrega: "No es que los pueblos de estado social democrático
desprecien naturalmente la libertad; al contrario, sienten un amor instintivo
por ella. Pero la libertad no es el objeto principal y constante de su deseo.
Lo que aman con amor eterno, es la igualdad. Hacia la libertad se lanzan con
impulso rápido y súbitos esfuerzos, pero acaban resignándose si no la alcanzan.
En cambio, nada podría satisfacerles sin la igualdad, y antes preferirían morir
que perderla."
Décadas después, siguiendo esta misma
orientación ideológica, fueron, entre otros una vez más, dos prominentes
miembros del Círculo de Viena, el
jurista Hans Kelsen y el economista Josehp Schumpeter, quienes abordaron el
tema en cuestión con aparentemente renovados argumentos. Ellos reducen la
democracia a métodos y a técnicas,
olvidándose de los intereses políticos e ideológicos que lo engendran en cada
etapa histórica.
En principio, el autor de la Teoría pura del derecho, sin ser concluyente en torno a la justicia, la
libertad y la democracia, escribe: "Verdaderamente, no sé ni puedo afirmar
qué es la Justicia, la Justicia absoluta que la humanidad ansía alcanzar. Sólo
puedo estar de acuerdo en que existe una Justicia relativa y puedo afirmar qué
es la Justicia para mí, (...) la Justicia, para mí, se da en aquel orden social
bajo cuya protección puede progresar la búsqueda de la verdad. Mi Justicia, en
definitiva, es la de la libertad, la de la paz; la Justicia de la democracia,
la de la tolerancia."
Luego, en otro trabajo, sobre concretamente
la democracia, sostiene que ésta es fundamentalmente un procedimiento para
elegir a líderes que tiene como base el proceso electoral. Leamos: "... la
democracia es solamente un método o una técnica para la producción de las normas
del ordenamiento, independientemente de la estructura de las relaciones
económicas a las cuales se aplica."
Por su parte Joseph Schumpeter fue mucho
más lejos, otros autores ya han mencionado este aspecto que lo caracteriza,
cuando no sólo desvincula los tres conceptos, antes mencionados, sino que
reduce la democracia, por un lado, a un hecho
meramente formal y burocrático y, por otro lado, al rutinario acto de emitir el
voto cada cierto tiempo. Leamos lo que el economista escribe: "... el
método democrático es aquel sistema institucional de gestación de las
decisiones políticas que realiza el bien común, dejando al pueblo decidir por
sí mismo las cuestiones en litigio mediante la elección de los individuos que
han de congregarse para llevar a cabo su voluntad."
Y finalmente
agrega: "La democracia es aquel sistema institucional, para llegar a las
decisiones políticas, en el que los individuos adquieren el poder de decidir
por medio de una lucha de competencia por el voto del pueblo."
En los últimos años
del siglo XX aparece el filósofo e historiador norteamericano Francis Fukuyama,
él afirma orientarse por las ideas político-filosóficas de los alemanes G.W.F.
Hegel y Karl Marx y del ruso-francés Alexander Kojéve (1900-1968). Fukuyama
sostiene que la historia ha llegado a su fin con la democracia liberal
capitalista, la misma que se concretizaría en el sistema político-social
predominante hoy en EE. UU.
Para Fukuyama, el concepto central del fin
de la historia no descansa sobre argumentos histórico-filosóficos como
podríamos suponer dada su formación académica y de sus supuestos paradigmas
teóricos. Al contrario, descansan sobre
argumentos de carácter fundamentalmente psicológicos. En primer lugar, el
concepto de La lógica del deseo y en segundo lugar, el concepto de La lucha por el reconocimiento. (5)
El filósofo es
concluyente cuando afirma: "Nuestro intento anterior de construir una
historia universal produjo dos procesos históricos paralelos, uno guiado por la
ciencia natural moderna y la lógica del deseo y el otro guiado por la lucha por
reconocimiento. Ambos culminaron en el mismo punto final, la democracia liberal
capitalista."
En otra página
retomando viejos argumentos, los mismos que lindan con el racismo (como el de
la desigualdad natural de los hombres), escribe: "Las sociedades de clase
media seguirán no siendo igualitarias en ciertos aspectos, pero las causas de
la desigualdad serán achacables cada vez más a la desigualdad natural del
talento, a la división del trabajo económicamente necesaria y a la cultura.
Podemos interpretar la observación de Kojéve, según la cual la América de
posguerra ha alcanzado en realidad la `sociedad sin clases´ de Marx, en el
sentido de que si no se ha eliminado toda la desigualdad social, todas las
barreras que persisten son en cierto modo `necesarias y no erradicables´,
debido a la naturaleza de las cosas más que a la voluntad del hombre. Dentro de
estos límites se puede decir de esa sociedad que ha conseguido el `reino de la
libertad´ de Marx, al abolir realmente la necesidad natural y al permitir a la
gente que se apropie de lo que quiere a cambio de una cantidad mínima (en
términos históricos) de trabajo."
Lo dicho por el
filósofo es lo suficientemente claro que no amerita posteriores comentarios.
Terminamos con Francis Fukuyama diciendo que después de diez años de haber
hecho público estas ideas y haber provocado algunas reacciones, más negativas
que positivas, el mismo autor se encargó de escribir que la historia no puede
tener fin, porque sencillamente las ciencias naturales, como reflejo del
movimiento de la naturaleza, y las ciencias sociales, como reflejo del
movimiento de la sociedad, siguen su rumbo, su desarrollo y su transformación
incesantemente. (6)
Como podemos
observar en esta apretada síntesis, a lo largo del proceso del desarrollo de
las ideas políticas, con diferencias más o diferencias menos, hay algunas ideas
matrices como justicia, libertad, democracia, gobierno y Estado que son una
constante, a pesar de las diferencias de tiempo y espacio, en el pensamiento de
los autores aquí citados.
El sistema
capitalista engendra una clase: la burguesía. La burguesía en su proceso de
desarrollo, afianzamiento, florecimiento y decadencia retoma el concepto de
democracia y le da un contenido diferente a las demás clases. La relación entre
el sistema capitalista, la burguesía como clase social y la democracia como
forma de organización política es el tema que a continuación investigamos.
Notas
(1)
Es pertinente mencionar que en el plano político, encontramos muy tempranamente
esta clase de reacción ideológica. Vale citar los escritos del francés José de
Maistre (1754-1821), los mismos que fueron desarrollados y perfeccionados a su
máximo nivel por los teóricos del nacional-socialismo alemán en las primeras
décadas del siglo XX. Carl Schmitt (1888-1985) en el nivel jurídico-político y
Alfred Rosenberg (1893-1946) en el plano geo-político han devenido sus mayores
representantes.
(2)
Respecto de la reacción imperialista-neotomista, especialmente en Alemania, en
el plano filosófico-político, ver el libro del filósofo húngaro György Lukács
titulado: Die Zerstörung der Vernunft (El asalto a la razón).
(3)
Martín Heidegger expuso su teoría en su conocido libro Sein und Zeit
(Ser y tiempo). Ésta es interpretada frecuentemente como el tiempo histórico,
en principio espera y luego activa la realización de su ser político,
cristalizado en el Dasein (ser ahí).
El historiador argentino Ricardo Piglia, en
torno a Sein und Zeit, tiene una interpretación un tanto provocadora, no
por ello carente de sentido. Él pone en la boca de uno de sus personajes en Respiración
artificial lo siguiente: "Por eso Heidegger, pensaba yo, pudo decir en
julio de 1933, en su célebre Völkischer Beobachter, siempre en Friburgo:
`Ni los postulados, ni las ideas son las reglas del Ser. Sólo la persona del
Führer es la razón presente y futura de Alemania y también su ley´ (...). Este
tipo, Heidegger, ha leído Mi lucha y después, sentado frente a la
chimenea, quizás en la casa del vecino, en Friburgo, se ha puesto a pensar. El
ser y el tiempo: hay que darle tiempo al ser para que se encarne en el
Führer..." (Piglia 1994: 196).
(4)
El caso de Nicolás Maquiavelo por su importancia en el desarrollo de las ideas
políticas lo hemos tratado en un ensayo aparte que lleva por título Abogados
del diablo. Maquiavelo nuevamente en debate. A los interesados en el
tema les remitimos a este ensayo.
(5)
Si bien es cierto que Hegel desarrolló estos conceptos, básicamente en la Phänomenologie
des Geistes, es principalmente Alexandre Kojéve quien les dio mayor
importancia, sin llegar a ser el centro principal de su reflexión,
naturalmente, en su libro titulado Kommentar zur Phänomenologie des Geistes
Anhang Hegel, Marx und das Christentun. (Introducción a la fenomenología
del espíritu. Apéndice: Hegel, Marx y el cristianismo.)
(6)
Ver el artículo de Francis Fukuyama titulado: Pensando sobre el fin de la
historia diez años después, aparecido en el diario El País (Madrid)
17-06-1999.
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