lunes, 3 de noviembre de 2025

Entrevista

Entrevista a Julio Carmona

(Primera parte)

Creación Heroica: Dado que tu actividad intelectual y artística abarca varias esferas, entrevistarte es un reto para cualquier entrevistador. Por eso no tengo más remedio que elegir dos temas: literatura y Mariátegui. Va, pues, la pregunta: Crees que a partir de los poemarios Los heraldos negros y Trilce, sobre los cuales has publicado dos excelentes trabajos interpretativos, César Vallejo ¿puede ser ya calificado de poeta proletario, o consideras que, para reconocer en él esta cualidad (no entendida, por supuesto, como algo químicamente puro) habrá que esperar todavía alguno de sus libros posteriores? ¿Cuál es el momento –el poema, el libro– a partir del cual puede decirse que Vallejo se revela ya como un poeta proletario?

Julio Carmona: Amigos y camaradas de Creación Heroica, felicitaciones, en primer término, por esta iniciativa de realizar entrevistas con este carácter socio-político-cultural (que, sugiero, se podría seguir haciendo con otros compañeros), y, asimismo, gracias por sus generosas palabras respecto de mi actividad reflexiva, y, más aun, por hacerme partícipe de este diálogo.

Y, bueno, en su misma pregunta se entrecruzan dos temas, cada cual pasible de ser subdividido en otros tantos subtemas. Pero, aun cuando se me deja la opción de tratar todo con generosidad de espacio, voy —de todas maneras— a responder a la pregunta reduciendo al máximo lo que merecería ser abordado con más extensión.

       Como bien se sabe, tanto a César Vallejo como a José Carlos Mariátegui les tocó iniciarse en una época y sociedad muy complicadas. Y a ello hay que agregar la poca información socio-política-cultural que se tenía para poder abarcar ese horizonte enmarañado que los acogía. Tuvieron, pues, que ser creadores no solo de su formación personal sino de las formas con las que tenían que interpretar su entorno. Tanto es así que ambos tuvieron que llegar a Europa, en las dos primeras décadas del siglo veinte, para recién, entonces, conocer y convertirse al marxismo. Lo interesante de esta conversión es que ellos (como otros miembros de su generación) habían ido a Europa premunidos de una instintiva identificación con los pobres del Perú y el mundo, y ya eran solidarios con su existencia, por demás, injusta.

En el caso de Vallejo, esa situación se percibe al leer Los heraldos negros y Trilce. Se pueden citar varios de sus versos, como ejemplo, para ilustrar esa inclinación solidaria, como corolario de su sensibilidad social (que son, ambas, trasfondo de su poética, aunque no de su expresión política, llamémosla, consciente o partidaria). Es más, en ambos libros se nota con toda claridad una cosmovisión o ideología de ascendencia idealista (que se puede rastrear también en su tesis sobre el romanticismo castellano). Ni siquiera es un idealismo hegeliano, sino kantiano y hasta platónico, con el agravante del trasfondo religioso, este último más visible en Los heraldos negros, y casi imperceptible en Trilce.

Sin embargo, ese sentimiento solidario, aludido en las líneas precedentes, es la raíz que impulsa a la savia de lo que será después una consciente asunción de identidad totalmente racional para su convicción política, y de basamento para su creación poética. Es decir: nada nace de la nada. Nadie da lo que no tiene, y para decirlo con verso de Vallejo: «Todo acto o voz genial viene del pueblo y va hacia él» o como, más teóricamente, lo dice el mismo Vallejo en un texto reflexivo:

La correspondencia entre la vida individual y social del artista y su obra, es pues, constante y ella se opera consciente o subconscientemente y aún sin que lo quiera ni se lo proponga el artista y aunque éste quiera evitarlo. La cuestión para la crítica está -repetimos- en saberla descubrir. («La obra de arte y el medio social.» En: El arte y la revolución, 1973, Mosca azul: 47).

Lo hasta aquí observado permite sacar una conclusión y respuesta a la primera parte de la pregunta: que en sus dos primeras obras ‘César Vallejo no puede ser calificado de poeta proletario’. Y esto lo advirtió José Carlos Mariátegui en su séptimo ensayo cuando lo ubica como el iniciador de la literatura nacional peruana. Y hay que subrayar aquí esto: que Mariátegui, entonces, ya era un marxista convicto y confeso (como él se autocalificó). Sin embargo, en el mismo ensayo dice que no usará la clasificación marxista con que se estudia la literatura europea: en literatura feudal o aristocrática, literatura burguesa y literatura proletaria.

Aunque, si se observa bien, para hacer su clasificación de la literatura peruana, Mariátegui está usando, de manera subliminal, otros términos sucedáneos: literatura colonial, literatura cosmopolita y literatura nacional. Y, entonces, se ve que los literatos de la literatura colonial pertenecen a la clase feudal peruana: los herederos de los conquistadores y de los encomenderos; entonces, respecto de esta literatura sí es aplicable la clasificación marxista de literatura feudal (el mismo Mariátegui definirá al Perú de entonces como un país semi feudal).

Por eso cuando pasa al segundo período de su esquema: literatura cosmopolita, resulta que en esta sus escritores son los que se apartan de la literatura española, pero no pueden ser considerados como burgueses, porque, en las tres primeras décadas del siglo XX, todavía no se podía decir que hubiera una clase típicamente burguesa. Y esto también ocurre con la literatura nacional, a la que, entonces, no se la podía llamar proletaria en la medida que el proletariado tampoco existía como tal; empero, debido a que hay escritores que se acercan a los temas de las clases trabajadoras (campesina y obrera), que son la base genuina de lo nacional, y como en ese escenario destaca la obra de César Vallejo, a él Mariátegui lo inscribe como el iniciador de dicha literatura nacional, pero no lo llama poeta proletario, porque su concepción del mundo no es la del proletariado. Los mismos obreros peruanos tampoco la tienen. Aplicando ese criterio, Vallejo estando ya en Europa y refiriéndose a los trabajadores franceses, dice:

El proletariado bretón es en su totalidad rural pues las fábricas allí son escasas. Estos trabajadores carecen de una conciencia proletaria definida. Son medio obreros y medio siervos. («Los calvarios bretones». En: Desde Europa. 1987, Fuente de Cultura Peruana: 378).

Y no es distinto el panorama vislumbrado en su país por nuestro poeta, como así también por su exégeta José Carlos Mariátegui. Sin embargo, Tengo la intuición de que el Amauta, previó esa transformación. Y, cuando se hace un recuento de la evolución de dicha categoría: literatura proletaria, se ve con toda claridad que el primero en introducirla en los estudios literarios del Perú fue, precisamente José Carlos Mariátegui. Y para él César Vallejo solo puede ser considerado como el iniciador de la literatura nacional, es decir, aquella que no es ni aristocrática ni burguesa; pero intuyó que después, con su práctica poética posterior, Vallejo se iba a convertir, en su práctica poética, en el iniciador de la poesía proletaria, incursionando incluso en su teorización.

Y ambos, Mariátegui y Vallejo, serán, asimismo, los fundadores de lo que ellos llamaron: el nuevo realismo, que es abanderado, precisamente, por la literatura proletaria. Pero hay que agregar que, después de esa prédica y práctica de ambos maestros de la cultura popular peruana, hay una línea de continuidad, de defensa y complementación, también teórica y práctica, que fue ejercida por el poeta Víctor Mazzi Trujillo, en lucha constante contra los intentos del trotskismo de querer eliminar no solo la denominación de literatura proletaria, sino de atacar a quienes se honraban en ser sus sostenedores, liderados por Mazzi en el Grupo Intelectual Primero de Mayo.

Por otro lado, como lo sugiere la segunda parte de la pregunta, en efecto, se tendrá que esperar todavía a la aparición de los libros posteriores de Vallejo para con ellos calificar a su poesía de literatura proletaria. Y yo diría que, con la excepción de Poemas en prosa (para hacer referencia a solo los libros de poesía) libro que fue escrito en los primeros años de su estancia europea (1924-1927, antes de asumir el marxismo: 1928), todo lo que viene después de Poemas en prosa, es decir, España, aparta de mí este cáliz y Poemas humanos, definitivamente, en estos ya no puede dejar de observarse su carácter de clase proletario.

Y lo mismo se puede decir de ese carácter de clase que, de manera expresa, está presente en sus obras escritas en prosa: comenzando por Paco Yunque, El Tungsteno y El arte y la revolución. Por lo que respecta al libro Contra el secreto profesional, también de la época de Poemas en prosa, se tiene que convenir que es un texto de transición en el que (como dije para los dos primeros poemarios) se sigue observando ese humus vivificador de lo social, pero con el telón de fondo de una concepción filosófica idealista, aunque ya alejado, del lastre religioso. Y esto es reconocido por muchos estudiosos de su obra, sin ser ellos mismos coincidentes con su posición proletaria-marxista. Pero es que no se trata de forzar los hechos para hacerlos calzar (tanto a Poemas en prosa como a Contra el secreto profesional) en una concepción materialista todavía no habida en ellos. Hacerlo sería no solo antidialéctico, sino deshonesto y hasta erróneo. Y esto, el mismo Vallejo lo consideraba como impertinente y nada realista. Es en ese sentido que escribe lo siguiente:

El triunfo de la U.R.S.S. —dice Gide— permitirá el advenimiento de una literatura alegre. Es desde este punto de vista que la literatura soviética contrastará gloriosamente con la literatura burguesa. [Y Vallejo retruca]: ¿El señor Gide ha reflexionado bien en lo que dice? ¿Se da cuenta de lo que sería, en el futuro, una literatura en que ya no exista el dolor? ¿Admite el señor Gide siquiera sea la posibilidad de una tal mutilación del corazón humano? ¿No cree el señor Gide que el propio reinado exclusivo de la alegría sería el mayor de los dolores que se imponga al hombre? (El arte y la revolución, 155-156).

Ya, en una observación hecha de pasada, arriba, dije que a la literatura nacional, en el esquema mariateguiano, no se la podía llamar proletaria debido a que el proletariado tampoco existía como tal. Y esto merece ser aclarado para, de paso, precisar lo que debe entenderse por literatura proletaria. Si bien, en términos generales, a la clase obrera se la asume como sinónimo de clase proletaria, esto no es tan exacto. Me explico. Si la expresión «proletario» se remonta a su origen antiguo, en Roma, se ve que se usaba para hacer referencia a la clase trabajadora cuya característica era la de ser prolífica en su tenencia de hijos a quienes se les llamaba prole. Y ya en los siglos XIX y XX se la usó también para referirse a la clase obrera.

Ahora bien, en la pregunta inicial de este diálogo hay una proposición que da la pauta para establecer el vínculo del proletariado con la cultura, en general, y la literatura, en especial, y esa pauta es esta: ‘para reconocer la cualidad de la cultura o la literatura como proletarias no se debe entender esto como algo químicamente puro’. Hacer esto sería antidialéctico y antirrealista, tal como ya se ha visto al analizar la evolución ideológica de Vallejo: de una concepción idealista a otra materialista, y como lo es cualquier intento de considerar la existencia en la realidad (naturaleza-sociedad) de algo que tenga esa cualidad de ser «químicamente puro». Un escritor proletario, materialista (en una palabra: marxista) no puede, no debe descender a los meandros oscuros de la pureza absoluta. Y, en ese sentido, Vallejo dice:

El escritor revolucionario cree erróneamente que hay que hacer arte proletario, considerando que el obrero es un obrero puro, lo que no es cierto, porque el obrero tiene también de burgués. El obrero respira el ambiente burgués y está impregnado de espíritu burgués más de lo que nos imaginamos. (El arte y la revolución: 156).

Cuando se habla de la ideología proletaria, como concepción del mundo, bajo los principios del marxismo, esta ideología no es privativa de una clase en particular. Porque las personas no eligen nacer en una clase determinada. Y lo que ocurre es que se nace y se pertenece a una clase en sí (burguesa, obrera, campesina o pequeñoburguesa), pero las personas sí pueden elegir cambiar la ideología que esa clase en sí les suministró, por la de otra clase que esas personas reasumen como propia y se convierte en su clase para sí. La condición de clase en sí la da la extracción social que es donde uno se ubica. La clase para sí se corresponde con la posición social que se adopta. Lo ideal es que los obreros adopten la concepción proletaria, convirtiendo su clase en sí, en clase para sí. Si se trata de poner un ejemplo, este es el de Víctor Mazzi Trujillo, formado en la clase obrera y convertido ideológicamente al proletariado.

Y ese cambio ideológico se da también en las otras clases, aunque es más común que eso ocurra en la clase pequeñoburguesa (rural: trabajadores del campo, o urbana: empleados de la ciudad). Y fue lo que ocurrió con César Vallejo. Es más, puede darse en la clase burguesa, en la que, por supuesto, no es lo más común. Por ejemplo, en nuestro país, esa rara avis fue don Manuel González Prada, un demócrata burgués (y hasta aristócrata) por extracción, que llegó a identificarse con los intereses y destino de los trabajadores del campo y la ciudad.

       Visto así el panorama social, la literatura y la cultura proletarias no nacen por generación espontánea. Son consecuencia de la lucha de clases. Los escritores de cada clase social son libres de elegir qué tipo de literatura han de escribir. Y, lo quieran o no, en todo aquello que escriban siempre estará presente el sabor de la leche que bebieron en el seno materno, y más o menos aflorará también la concepción del mundo que con igual libertad adoptaron de la clase a la que, finalmente, la vida los llevó. Por eso puedo decir que, de manera casi profética, Vallejo escribió lo siguiente:

De la misma manera que el proletariado va cobrando rápidamente el primer puesto en la organización y dirección del proceso económico mundial, así también va él creándose una conciencia de clase universal y, con esta, una propia sensibilidad, capaz de crear y consumir una literatura suya, es decir, proletaria. Esta nueva literatura está naciendo y desarrollándose en una proporción correlativa y paralela —en extensión y hondura— a la población obrera internacional y a su grado de conciencia clasista. («El duelo entre dos literaturas». En: El arte y la revolución: 97).

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