Interpretación
del Poema «Trilce» (no incluido en el libro del mismo título)
Julio
Carmona
Trilce
Hay un lugar que yo
me sé
en este mundo, nada
menos,
a donde nunca
llegaremos.
Donde, aun si nuestro
pie
llegase a dar por un
instante
será, en verdad, como
no estarse.
Es ese un sitio que
se ve
a cada rato en esta
vida,
andando, andando de
uno en fila.
Más allá de mí mismo
y de
mi par de yemas, lo
he entrevisto
siempre lejos de los
destinos.
Ya podéis iros a pie
o a puro sentimiento
en pelo,
que a él no arriban
ni los sellos.
El horizonte color té
se muere por
colonizarle
para su gran
Cualquieraparte.
Mas el lugar que yo
me sé,
en este mundo, nada
menos,
hombreado va con los
reversos.
—Cerrad aquella
puerta que
está entreabierta en
las entrañas
de ese espejo —¿Esta?
—No; su hermana.
—No se puede cerrar.
No se
puede llegar nunca a
aquel sitio
do va en rama los
pestillos.
Tal es el lugar que yo me sé.
Este es un poema que ha suscitado no pocas controversias, por ejemplo: de si fue escrito por Vallejo antes o después de publicar el libro. Y, a estas alturas, ponerse a especular en torno a ese intríngulis (cuya solución se llevó a la tumba el autor) es algo poco menos que un despropósito. Y, seguramente, lo es tanto como pretender hacer la interpretación más acertada. Pero en este caso salva el hecho de que —como es sabido— toda interpretación tiene su razón de ser si no resulta descabellada, por el hecho mismo de estar alejándose de su propia significación. Aunque hay quienes creen y afirman que la misma poesía total del libro (independiente del poema, aunque tengan el mismo título) no significa nada. El único interés que debe suscitar su lectura —dicen— es el de solazarse con la magnificencia de su forma, sin pretender desentrañar un sentido o un significado que, aseguran, no contiene ni el libro ni el poema. Y, bueno, como, por mi parte, ese tipo de determinismos no me suelen impresionar, me he aventurado a hacer mi propia interpretación, sin pretender convencer a los desprevenidos ni de enojar a los convencidos de su, también propia, verdad. Y ahí les va.
Hay un lugar que yo
me sé
en este mundo, nada
menos,
a donde nunca llegaremos.
La expresión «que yo me sé» usada por el locutor poético para referirse a un lugar (indeterminado) no impide que este siga siendo desconocido, mas ya no para el locutor poético, pues este asegura que para él sí es sabido (a pesar de que saber la existencia de un lugar no es lo mismo que conocerlo), con lo que, dígase de paso, rompe la mítica frase de Los heraldos negros: «Yo no sé». Sin embargo, luego de la aseveración tajante, de saber ese sitio, se da la paradoja que la contradice, pues ni él mismo —incluido en el plural «nunca llegaremos»— tiene acceso a ese lugar. Pero ese lugar imaginario de la estrofa aquí analizada se puede cotejar con lo que el mismo locutor poético planteó en la tercera estrofa del último poema de Los heraldos negros, «Espergesia», que cito:
«Hay un vacío
en mi aire metafísico
que nadie ha de
palpar:
el claustro de un
silencio
que habló a flor de fuego».
Es decir, que ese ‘vacío de su aire metafísico’ es el que los demás perciben, pero que ellos nunca podrán palpar: manipular, hurgar, sentir, porque es «el claustro [la celda de retiro] de un silencio [para los demás] que habló a flor de fuego», es decir: el fuego de la poesía que habla solo a los elegidos: creadores o lectores tocados por ese fuego. Entonces, sin mucho requilorio, se puede aseverar que ese es el lugar ‘que él se sabe’. Y que, por supuesto, está «en este mundo, nada menos»; porque, aun siendo un lugar metafísico, «existe» en este mundo, aunque a él ni el mismo ser que lo imagina ha de poder llegar; porque es un lugar
Donde, aun si nuestro
pie
llegase a dar por un
instante
será, en verdad, como no estarse.
Y así, como en «Espergesia», el locutor poético se dirige a un oyente imaginario plural, aquí también dice: que continúa la aparente contradicción o paradoja de saber de qué lugar se trata, pero al que el mismo locutor poético no puede llegar, porque hasta en el posible (y negado) caso de poder llegar a poner ahí un pie fugazmente eso sería como no haberse llevado uno mismo, para considerar que allí se está, cuando el texto mismo dice que estaría ocurriendo lo contrario: «no estarse». Y así como en «Espergesia» el locutor poético se dirige a un oyente imaginario plural, aquí también dice:
Ya podéis iros a pie
o a puro sentimiento
en pelo,
que a él no arriban ni los sellos.
Entonces, si el mismo locutor poético —que sabe cuál es ese lugar— no puede acceder a él, entonces a todos los demás también les es imposible hacerlo. Y por eso se dirige a una tercera persona plural para decirle que pueden ir en su búsqueda usando su pie material o su sentimiento sin montura (en pelo), solo será para constatar que a ese lugar no llegan «ni los sellos», es decir, ni la huella más mínima que deje constancia de su existencia. Una existencia que
El horizonte color té
se muere por
colonizarle
para su gran Cualquieraparte.
El color té más común es el rojizo que se puede atribuir al horizonte en el atardecer. Y es el horizonte el que determina las distancias, y en estas tendría que estar ese lugar, por eso dice que en ese horizonte hay un afán intenso por hacerlo suyo (colonizarlo) para que sea una de sus partes como cualquiera de las otras que el mismo horizonte reconoce en sus dominios.
Mas el lugar que yo
me sé,
en este mundo, nada
menos,
hombreado va con los reversos.
Empero —dice el locutor poético— ese su consabido lugar (que está «en este mundo, nada menos») en efecto, está pero «hombreado», es decir, que es perceptible por los hombres verdaderos (no enajenados) por aquellos que considerados «reversos» son lo contrario de los alienados, de los enajenados, de aquellos que nacieron cuando Dios está sano, no cuando está enfermo que es el caso del locutor poético en «Espergesia», porque en este no dice que él se sienta enfermo, sino al contrario iluminado, porque es ‘una creación malograda positiva’ —es el uso que el locutor poético hace de la antítesis, paradoja u oxímoron— para liberarse de la ‘enfermedad espiritual generalizada’. Y no es que su aire metafísico devenga angustia. Todo lo opuesto a ello. Ya que la enfermedad de Dios no comprometía a la salud física o mental del locutor poético; el enfermo era Dios; no, el locutor poético: este es diferente, no demente.
—Cerrad aquella
puerta que
está entreabierta en
las entrañas
de ese espejo —¿Esta?
—No; su hermana.
—No se puede cerrar.
No se
puede llegar nunca a
aquel sitio
do va en rama los pestillos.
Aquí se entiende que es el locutor poético quien insta a un oyente imaginario, en forma imperativa, para que cierre la puerta de ese lugar que él la ve entreabierta, hasta el extremo de verla «en las entrañas / de ese espejo», y, definitivamente, es la conciencia del hombre vivo (no los seres muertos del poema LXXV del poemario) es el espejo de la vida; y el oyente imaginario pregunta por alguna conciencia parecida a la del locutor poético (que es conciencia de hombre vivo), y este lo niega: tiene que ser a una conciencia hermana, es decir, la de otro creador (transformador de la realidad, sin la ayuda de ningún dios). Y la contrarréplica es que no se puede cerrar, porque no se tiene acceso a esa conciencia hermana. Y queda confirmado que «No se / puede llegar nunca a aquel sitio», porque todos los pestillos o cerrojos hacen una sola rama que impide cerrar o abrir el lugar desconocido, a donde va esa rama saturada de pestillos.
Tal es el lugar que yo me sé.
Ese es
el lugar del cual solo sabe el locutor poético (y sus almas hermanas), es
decir, el mismo lugar ya especificado en «Espergesia». Y Trilce es el
reflejo de esa conciencia, de ese espejo singular. Y tanto Trilce, el
poemario, como «Trilce», el poema, son el reflejo de esa conciencia, de ese
espejo singular: la conciencia del poeta realista.
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