martes, 1 de marzo de 2022

Filosofía

¿Tienen conciencia los animales?

E. V. Shorojova

LA NATURALEZA DE CUALQUIER FENÓMENO se comprende si se estudia en sus complejas interrelaciones con otros fenómenos, en el proceso de su aparición y desarrollo. La naturaleza de la conciencia puede comprenderse siempre que ese fenómeno se aborde históricamente, y este enfoque exige que se responda a las siguientes preguntas: ¿Cuál es el origen de la conciencia? ¿Existe algún vínculo entre las diversas formas y etapas del reflejo? ¿Tiene premisas biológicas el modo humano de reflejar la realidad? ¿Cuáles son las etapas del desarrollo de la conciencia?

        Para responder a esas preguntas hay que consultar los datos de muchas ciencias: embriología, antropología, arqueología, lingüística comparada, fisiología comparada, historia de la filosofía, del arte y de la religión. Entre esas ramas del saber, la psicología y la historia del desarrollo de la psique del animal ocupa un puesto importante. I. M. Séchenov indicaba que para empezar a estudiar lo psíquico debían estudiarse antes los fenómenos psíquicos en edad infantil y el desarrollo de la psique de los animales. Lenin, al determinar las ramas del saber que debían formar la dialéctica, incluía entre otras disciplinas científicas la historia del desarrollo intelectual del niño y la historia del desarrollo mental de los animales. Esta última tiene particular importancia para poner de manifiesto las premisas biológicas que han presidido la formación de la conciencia humana.

        Enjuiciando el significado de la doctrina evolucionista de Darwin en la historia de las ciencias naturales, Engels escribía que, gracias al descubrimiento del desarrollo evolutivo de los organismos, “no sólo se hace posible explicar los productos orgánicos de la naturaleza con que nos encontramos, sino que se sienta también la base para la prehistoria del espíritu humano, para poder seguir sus diferentes etapas de desarrollo, desde el protoplasma simple y carente de estructura de los organismos inferiores, pero que ya responde a estímulos, hasta el cerebro humano pensante. Prehistoria sin la cual la existencia del cerebro humano, sede del pensamiento, sería un milagro”.1 En el estudio del desarrollo de la psique de los animales, a Darwin le pertenece un lugar destacadísimo. Sin embargo, su concepción del desarrollo mental de los animales y del hombre adolece de serios defectos. Para él, el desarrollo de las capacidades mentales de los animales y del hombre en el proceso evolutivo, el carácter del desarrollo de los fenómenos psíquicos en su tránsito de los animales al hombre, constituye un proceso de crecimiento cuantitativo sin violentos saltos cualitativos. Darwin aplicaba ese mismo concepto del desarrollo al hacer la característica comparativa de las capacidades mentales de los animales superiores y el hombre. Al estudiar el desarrollo evolutivo de las capacidades psíquicas del hombre, Darwin llega a la conclusión: “Hemos visto que los sentimientos y las impresiones, las diversas emociones y facultades, tales como el amor, la memoria, la atención, la curiosidad, la imitación, la razón, etc., de las que se enorgullece el hombre, pueden encontrarse en embrión y, a veces, incluso en estado de buen desarrollo también entre los animales inferiores.”2

        Al señalar la existencia de procesos psíquicos similares en los animales y los seres humanos, de huellas, de rudimentos de fenómenos típicos -que en forma desarrollada son inherentes sólo a los hombres-, Darwin exagera la importancia de esas huellas, antropomorfiza la conducta de los animales y no pone de manifiesto las peculiaridades cualitativas de la psique humana. Según Darwin, “no existe una diferencia fundamental entre los rasgos generales de la estructura mental del hombre y de los animales”3, que “por muy grande que sea la diferencia intelectual entre el hombre y los animales superiores, se trata de una diferencia cuantitativa tan sólo, y no cualitativa”. “… Las capacidades intelectuales del hombre y de los animales inferiores -escribía Darwin- no se diferencia cualitativamente, aunque se distinguen inconmensurablemente por su grado. Por esas diferencias de grado, por muy grandes que sean, no nos permiten incluir al hombre en un reino especial. Lo comprendemos muy claramente si comparamos las capacidades mentales de dos insectos, la cochinilla (Coccus) y la hormiga, pertenecientes ambas a una misma familia. En este caso las diferencias son mayores, aunque de un género algo distinto que entre el hombre y los mamíferos superiores.”4 Algunos discípulos de Darwin aumentaron los errores que él cometió al enjuiciar el carácter del desarrollo de la psique de los animales, errores justificados en gran parte por la necesidad de subrayar la semejanza y no la diferencia a fin de afirmar el principio evolutivo en biología. Uno de los discípulos más inmediatos del gran sabio inglés, Romanes, al profundizar esos errores llegó a un antropomorfismo extremo.

        Al observar la conducta de los monos inferiores, Romanes encuentra, incluso entre ellos, una actividad racional semejante a la humana.5 Investigadores posteriores, que carecían de suficiente material experimental y de datos obtenidos por la observación de animales en condiciones naturales, llegaron también a la conclusión de que tanto los monos superiores como los inferiores poseían capacidades psíquicas propias del ser humano.

        El problema de la similitud y la diferencia entre la psique de los animales y los hombres se planteó con mayor agudeza todavía cuando los científicos, a fin de confirmar sus opiniones, recurrieron al vasto material experimental y a los datos comunicados por los observadores sobre el comportamiento de los animales en condiciones naturales. En nuestro siglo, ese problema se caracteriza por el hecho de que muchos científicos acepten la tesis de Koehler, según las cuales los monos poseen capacidades intelectuales parecidas a las del hombre y se comportan de un modo específicamente humano. Koehler afirma que “los chimpancés se comportan del mismo modo racional que el hombre”.6 Este punto de vista fue aceptado de hecho por Harlow,7 Guillaume y Meyerson.8 En las obras fundamentales de Yerkes,9 dedicadas al estudio de la psique de los monos, destaca la idea de que las capacidades psíquicas del hombre y del mono se parecen cualitativamente. Yerkes hace notar que el hombre se caracteriza por un desarrollo más alto de las tradiciones sociales, la cultura, el lenguaje articulado, por sus capacidades de abstracción, de aprendizaje consciente y argumentado, por su imaginación reproductora y creadora; considera, sin embargo, que todas esas cualidades se dan también en el chimpancé.

        En esta breve reseña histórica no sería necesario, tal vez, referirnos a ese problema si en la actualidad no fuese tan discutido.

        La solución científica a ese problema exige que se pongan de manifiesto las peculiaridades que caracterizan el reflejo psíquico, en qué nivel aparece, cuáles son los rasgos característicos del reflejo consciente y las condiciones de que depende su aparición. Para algunos psicólogos, los conceptos de conciencia y psique son idénticos y los utilizan en un mismo sentido. Según ellos, no sólo el hombre está dotado de conciencia, sino también los animales.10

        La mayoría de los psicólogos admite la idea de que los procesos psíquicos, en sus formas más simples, tienen lugar en el mundo animal y que se desarrollan en el curso de la evolución del sistema nervioso. Sin embargo, incluso las formas más elevadas de reflejo psíquico que se dan entre los monos antropoides son inconscientes.11 La peculiaridad característica, típica y específica de los procesos psíquicos del hombre es su carácter consciente. La aparición de esa peculiaridad significó la aparición de un reflejo psíquico, cualitativamente nuevo, la conciencia, exclusiva del ser humano. El concepto de psique es más amplio que el concepto de conciencia. El primero se refiere tanto al hombre como a los animales, pero este último es propio del hombre tan sólo.

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(1) F. Engels, Dialéctica de la naturaleza, trad. de W. Roces, ed. Grijalbo, México, D. F., 1961, pág. 167.

(2) Ch. Darwin, Obras, ed. rusa, t. 5, Academia de Ciencias de la U.R.S.S., Moscú, 1953, pág. 239.

(3)  Ch. Darwin, Obras completas, ed. rusa, t. 2, libro 1, Moscú-Leningrado, 1927, pág. 115.

(4) Ch. Darwin, Obras, ed. rusa, t. 2, libro 1, Moscú-Leningrado, 1927, pág. 192.

(5) D. Romanes, La inteligencia de los animales, San Petersburgo, 1888.

(6) V. Koehler, Estudio sobre la inteligencia de los monos antropoides, edición rusa, Moscú, 1930, pág. 203.

(7) H. Harlow y R. H. Israel, “Comparative Behavior of Primates”. The Journal of Comparative Psichology, vol. XIV, núm. 2, 1932.

(8) P. Guillaume y J. Meyerson, “Recherches sur l’usage de l’instrument chez les singes”, Journal de Psichologie Normale et Pathologique, vol. XXXIV, números 5-8, 1937.

(9) R. M. Yerkes, Almost Human, Nueva York y Londres, 1925; R. M. Yerkes, A. W. Yerkes, The Great Apes, New Haven, 1929; R. M. Yerkes, Chimpanzees, A Laboratory Colony, New Haven, Londres, 1945.

(10) I. F. Dorofeiev, “La psique y la conciencia a la luz de la teoría marxista-leninista del conocimiento y la teoría de I. P. Pávlov sobre la actividad nerviosa superior”, Pedagogía Soviética, núm. 7, 1952.

(11) B. G. Ananiev, Ensayos de psicología. Ed. rusa, Lenizdat, 1945; S. L. Rubinstein, El ser y la conciencia, trad. esp., Ed. Grijalbo, México, D. F., 1963; Smirnov, Lentiev y otros, Psicología, trad. esp. de F. Villa Landa, Ed. Grijalbo, México, D. F., 1960.


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