sábado, 1 de septiembre de 2018

Literatura


La Angustia ¿Está en el Sujeto o en el Objeto?1

Julio Carmona

HAY MUCHOS ESTUDIOSOS de la obra de César Vallejo que pretenden reducirla a sus logros puramente formales. Y, desde esa perspectiva, cuando no pueden evitarlo y se ve impelidos a relacionar ese estudio formal con su contenido, lo restringen a los temas de la angustia, la desesperanza y el absurdo. Uno de ellos, el estudioso italiano de la literatura, Giuseppi Bellini, opina lo siguiente sobre esa supuesta angustia que domina en la poesía de CV. Dice:

«En opinión de Vallejo la muerte es únicamente un mal y el hombre la ve acercarse con angustia, puesto que todavía no le ha sido posible vivir. En “Imagen española de la muerte”2, de España, aparta de mí este cáliz, una serie de acentos angustiados ofrecen la medida del sentido de desesperación con que el poeta entiende la muerte»3.

Y, ahondando en mi posición contraria a esta interpretación, preciso que, más bien, se da todo lo contrario: que en la poesía de Vallejo se refleja una visión exultante, pues el llamado que se hace a los oyentes anónimos —en el poema referido por Bellini— para dirigirse a la muerte es como cuando pasa alguien conocido y se los insta a llamarlo:

¡Llamadla! No hay que perderle el hilo en que la lloro.
De su olor para arriba, ¡ay de mi polvo, camarada!
De su pus para arriba, ¡ay de mi férula, teniente!
De su imán para abajo, ¡ay de mi tumba!

Esta es la parte final del poema aludido por Bellini. Y, en principio, se debe decir que no hay que perder de vista la prescripción crítica específica de que el yo poético (la voz que habla en el poema) no es, necesariamente, la del autor: ‘no hay que confundir a Vallejo con su llanto’. Por otro lado, se debe advertir que CV escribe los poemas de España, aparta de mí este cáliz en el año 374 y, para entonces, ya han pasado dos de que se iniciara la guerra civil. Y como la muerte avanza con celeridad para seguir matando, el yo poético adopta la voz del pueblo español que quisiera llamar a la muerte para impedir que avance en su apresuramiento genocida. Porque el hilo (tan frágil) en que se llora a la muerte es el de la vida y este no debe perderse. Y, asimismo, los versos que siguen a ese llamado se pueden considerar como tres de las diversas maneras que tiene la muerte de presentarse. Y es así que una forma de interpretar el segundo verso de la estrofa citada es relacionándolo con la práctica poética vallejiana de recurrir a las funciones del organismo humano. Y una de ellas es la función sexual en la que a la eyaculación se la denomina «polvo», y para muchos es equiparable a una «dulce agonía» (como la metaforizó el excelente poeta popular que fue Manuel Acosta Ojeda5). Y es el olor de este acto, que se percibe de la pelvis para arriba, al que alude el yo poético como una «forma de la muerte», y de cuya inminente pérdida se hace partícipe al confidente más próximo: al camarada. La otra forma de la muerte —la trágica— es la herida de guerra, y está relacionada con la «férula» en su acepción médica de ‘tablilla que se emplea en el tratamiento de las fracturas’ que, en el caso poético, está purulenta, y de la cual se da cuenta al superior inmediato: teniente. Y, por último, la definitiva forma de la muerte, la tumba, en su versión tradicional de hacerse bajo tierra: «De su imán para abajo». Y el «ay» de cada una de esas pérdidas no es, pues, personal; es, en todo caso, social: es el «ay» del pueblo español. Es decir que no hay tal angustia de CV. Es la angustia social que vive España. Es la “Imagen española de la muerte”. No es la imagen de su muerte que tiene el poeta.

        Otra muestra de esa apresurada calificación que se hace a la poesía de CV de ser expresión de la «angustia del poeta», la he encontrado en el crítico inglés James Higgins quien dice que:

«El poeta se angustia ante el misterio de la progresión de los números, ante la imposibilidad de formular 1 sin formular a la vez 2, 3 y luego todos los demás números indefinidamente [y cita los siguientes versos]:
Pues no deis 1, que resonará al infinito.
Y no deis 0, que callará tanto
hasta despertar y poner de pie al 1. (T, V)».6

Y la pregunta cae por su propio peso: ¿dónde se ve la angustia en los versos citados? Se nota, más bien, una gran serenidad que deviene consejo a un alguien plural. Yo lo veo, pues, como un alegato contra la soledad. La expresión «no deis» proviene del habla coloquial por la cual —por ejemplo— alguien dice: ‘he dado en estar solo’, lo que equivale a ‘dar en uno’. Y el yo poético recomienda no hacerlo, porque ese uno no existe, en tanto —en la más absoluta soledad— en la conciencia del solo resuenan sus pares. Y, por eso, en los primeros cinco versos del poema, alude a expresiones plurales:

Grupo dicotiledón. Oberturan
desde él petreles, propensiones de trinidad,
finales que comienzan, ohs de ayes
creyérase avaloriados de heterogeneidad.
¡Grupo de los dos cotiledones!

Si se examinan estos versos, en sus expresiones significativas, se verá que «Grupo cotiledón» hace referencia a «plantas que tienen dos cotiledones»; por lo tanto el poema empieza aludiendo a un grupo formado por dos elementos, y, como más adelante hará referencia a «novios de eternidad», lo que está haciendo el yo poético es augurar la unión de ese número par para siempre. Es evidente que los elementos singulares del «Grupo cotiledón» se están pluralizando. Y, luego, se lee que desde ese grupo se abren «petreles» («oberturan», dice el yo poético y, obviamente, está haciendo un neologismo al convertir en verbo —oberturar— al sustantivo «obertura» o composición musical que abre o introduce una obra más amplia) y los «petreles»7 son aves que viven en bandadas entre las rocas marinas, y con ellos se está sugiriendo el crecimiento de la familia, con propensión a hacer «trinidad»: aludiendo al trío de personas divinas, pero en este caso: madre, padre e hijo, que es el futuro de los novios, que vienen a ser «finales que comienzan» pues están en los finales de su soltería y comienzan, juntos, otra etapa de sus vidas. Y la expresión «ohs de ayes» pluraliza el «oh» del placer y el «ay» del dolor, que eran individuales y devienen asociados, adquiriendo la palabra «avaloriados», evidente neologismo: formado con el sustantivo abalorio o cuentas de un collar (para indicar la unión de los novios), y con el verbo avalorar con el que ‘se da valor a algo’ (el valor que tanto se releva en el libro primero de El Capital de Marx) y, así, el yo poético está formando el sentido de valoración que adquiere la unión de lo «heterogéneo» que es aquello que está formado por elementos de distinta clase o naturaleza. Ese es el «¡Grupo de los dos cotiledones!» que no debe ‘dar en uno’(como vimos arriba), ni tampoco «dar en 0» porque «callará tanto» que ‘despertará y pondrá de pie al 1’, reiniciándose la ronda de la vida. Como se puede apreciar, Higgins ha citado los tres penúltimos versos del poema V de Trilce. El último es el siguiente: «Ah grupo bicardiaco», es decir: un grupo de dos corazones.

        Ahora bien, si yo he comentado los versos que cita Higgins (del final del poema) y, a mi vez, lo he hecho con los cinco iniciales, faltaría hacer lo mismo con los versos intermedios para redondear la interpretación del poema total que, observado así, configura la triada dialéctica: tesis, antítesis, síntesis. Falta analizar, entonces, la antítesis, formada por los siguientes versos:

A ver. Aquello sea sin ser más.
A ver. No trascienda hacia afuera,
y piense en són de no ser escuchado,
y crome y no sea visto.
Y no glise en el gran colapso.
La creada voz rebélase y no quiere
ser malla, ni amor.

La expresión «A ver», tiene también una connotación coloquial, que se da cuando alguien ha opinado sobre algo, y quien la usa es porque va a responder a esa opinión. Y esta respuesta —en el poema— es la negación de la negación. Porque se ve que esta primera negación trata de inmiscuirse en la vida de los novios, sugiriendo cómo debe ser su matrimonio. Y la respuesta a esa proposición es que «Aquello sea sin ser más», que solo sean «novios de eternidad». Y la otra contradicción se resuelve así: que eso que es sin ser más (sin ser otra cosa que matrimonio) «No trascienda hacia afuera», es decir, que nadie de afuera se inmiscuya en él. Y que este nuevo ser «piense en són de no ser escuchado»: que sus cuitas las resuelvan quienes lo conforman: ellos mismos (que hagan caso omiso de quienes circunstancialmente los pudieran escuchar). Que ese nuevo ser «crome», es decir, que use sus colores y que sean tan propios que se proyecten a no ser vistos por nadie. Que ese nuevo ser no «glise8»: no resbale «en el gran colapso» que significa cambiar de vida para iniciar la suya propia. Y los dos siguientes versos que, propiamente son los dos primeros de la tercera estrofa, que es la síntesis de la oposición de contrarios advertida en las estrofas precedentes, aluden asimismo al nuevo ser que es, también, la nueva voz de dos contrarios conciliados, unidos; es, pues, ‘la creación de una nueva voz que se rebela’, que no admite interferencias en sus dominios, y no quiere ser malla, es decir, una red que separe a sus miembros, y, por eso, tampoco quiere ser amor, porque este también entrará en contradicción —como en los versos de Miguel Hernández: «El amor ascendía entre nosotros/ como la luna entre las dos palmeras/ que nunca se abrazaron»9, o también para decirlo en la voz de Neruda: «Para que nada nos amarre/ que no nos una nada»10—, y, por tanto, el nuevo ser debe ser él —sin mediaciones—: «Ah grupo bicardiaco»: dos corazones unidos sin interferencias.

        Ahora bien, dejar el análisis hasta ahí significaría, casi, no trascender el nivel semántico. Y, en realidad, la poesía trílcica toma a este como un trampolín para convertirse en símbolo11. Ergo, el siguiente paso debe consistir en preguntarse: ese símbolo de los novios (con todos los correlatos analizados) ¿a qué otra «realidad» apunta, qué otra preocupación poética subyace en él? Y yo me atrevo a establecer una relación con el «arte poética» de CV, tomando como referencia inmediata el verso siguiente: «La creada voz rebélase y no quiere/ ser malla, ni amor», en el sentido de que, para CV,  los copartícipes de ese noviazgo eterno son los elementos ineludibles de la «forma» y el «fondo», para decirlo en lenguaje marxista: ‘la forma es tal por serlo de su contenido’. Y CV se ha manifestado (en sus escritos de reflexión) a favor de una poética del equilibrio. Porque lo más resaltante cuando se trata de este tópico de la angustia (del mismo modo que el de la vanguardia) es que se olvida cotejar la opinión del poeta mismo. En 1927 escribía:

«Ya viene el equilibrio. El propio espíritu revolucionario presiente ya la necesidad de las contrarias disciplinas de ponderación y justeza. Basta de pataleos de pesadilla y de angustioso barroquismo. En el orden político, artístico y económico, los ensayos culminan ya y se presiente el advenimiento de las fórmulas cabales, de las fórmulas creatrices» (B-1987: 197).12

Lo más interesante de este juego dialéctico es que esa confrontación de dos ideologías se puede constatar en la conciencia de un mismo poeta, como se puede ver que se da en el caso de CV por su vínculo con las poéticas de su época, que son dos; por un lado, el realismo clásico y, por otro, el romanticismo moderno. Su relación con el primero se percibe porque sigue, instintivamente, apegándose a la realidad. Mientras que del segundo adopta su afán de ruptura con «el lugar común» (al decir de Basadre) dándole jerarquía a la experimentación formal. Para explicar esa clasificación y oposición de clásico/romántico (y así también la calificación que he hecho de «romanticismo moderno») voy a citar al crítico británico Middleton Murry:

«… la distinción fecunda no es entre el escritor romántico y el realista, sino entre el clásico y el romántico. Esta distinción es de la mayor importancia; pero es más filosófica y ética que literaria. El escritor clásico se siente miembro de una sociedad organizada, como hombre al cual le impone deberes y restricciones una ley moral que él reconoce profundamente. El romántico está en rebeldía contra la ley externa, y, con la misma profundidad, se niega a acatar su sanción. Afirma los derechos de su individualidad contra mundum. (…) A mí me parece que Shakespeare era esencialmente un escritor romántico, a pesar de su conservadurismo político. El Rey Lear es la más grande obra de toda la literatura romántica. Todos los grandes escritores desde Rousseau han sido románticos» (A-1951: 35-36).13

Es decir, que lo romántico viene a ser la segunda oposición contra lo clásico, propiamente estética: la primera corresponde al barroco. Y aunque después irá perdiendo vigencia —por la degeneración en que devino14— es aplicable a los movimientos artísticos o literarios que adoptan una posición de «individualidad contra mundum», que sería el caso del modernismo y del vanguardismo. Como dice Guillermo de Torre, aludiendo a la predominancia de lo «poético puro», propia del romanticismo, por encima de las «ideas poéticas», que abunda más en lo clásico:

«La literatura de la época de las vanguardias [que es la época del joven poeta CV] fue esencialmente poesía, del mismo modo que años después habría de ser “pathos”, rebelión metafísica, trascendencia social… Por lo demás —como es notorio—, la predominancia de lo poético corresponde al período de pubertad en los seres y en las literaturas. Superado aquél, alcánzase otro estadio en que cobran predominio las ideas y conceptos sobre los sentimientos y las palabras» (A-1971-1: 30).

Nótese que las expresiones «esencialmente poesía» y «predominancia de lo poético» aluden a la idea metafísica de poesía que tienen quienes la consideran «pura», es decir, libre de las «escorias» del mundo real, y que se podría definir con la paráfrasis que CV hace de lo que piensa Julien Benda. De él dice que:

«… acusa en su libro, a los pensadores del delito de traición al pensamiento puro, perpetrado a favor de las pasiones políticas. Pensamiento puro, a juicio de Benda, es la actividad abstracta y desinteresada del espíritu, ejercida por sobre las exigencias inmediatas de la realidad; un juego místico y libre de creación suprema cuyos móviles y fines no se relacionan con los intereses momentáneos de la vida social ni con las luchas políticas en general» (B-1987: 317).

Por lo que respecta a CV, se puede decir que su accionar poético, en el trabajo de sus dos libros iniciales, va a pendular entre ambos extremos. En tal sentido, no es necesario aclarar que él no es un iconoclasta ad usum, o a la moda. Es un revolucionario. Y sabe que el futuro no se construye destruyendo el pasado sino asentándose en lo mejor de este, y así lo dice expresamente: «Las primitivas formas, pues, cumpliendo la ley del doble mecanismo destructivo y constructivo al mismo tiempo que se opera en todo orden de procesos, son modificadas» (B-1988: 12). Este atisbo de concepción dialéctica (aunque todavía idealista, en tanto corresponde al año de elaboración de su tesis académica: 1915) corrobora su actitud revolucionaria (de la que nunca abdicará). En 1930, es decir, en su madurez ideológica, escribirá: «Los superrealistas, burlando la ley del devenir vital, se academizaron en su famosa crisis moral e intelectual y fueron impotentes para excederlas y superarlas con formas realmente revolucionarias, es decir, destructivo-constructivas» B-1987: 401), pero también —en sus años juveniles— deja ver su adhesión a los cambios liberales (de orientación burguesa) que ha constatado se daban contra la España monárquica, y de los que da cuenta en la tesis académica citada:

«La Constitución de 1812 —dice— había declarado sin duda muchas libertades para la sociedad y el individuo, pero quedaban aún latentes en el espíritu social otras tantas convicciones y anhelos de derechos y libertades. Por esto, en más de la mitad del siglo pasado ha continuado en (sic) España viviendo la vieja tendencia llamada el liberalismo, en que se agitan tantos sanos ideales de perfección individual y social, y que ha dado lugar a las diferentes revoluciones habidas en España y en las que han tomado parte, como era lógico, casi todos los poetas» (B-1988: 16).

Y las dos poéticas, descritas supra, no son: totalmente antigua una ni absolutamente moderna la otra. Ambas tienen sus ascendientes —opuestos también— en el pasado: la poesía de Homero y Anacreonte, respectivamente, en la antigüedad, o la poesía del renacimiento y del barroco en la modernidad. Es más, CV —en entrevista con César González Ruano— dice que: «Conocía bien los clásicos castellanos. Pero creo, honradamente, que el poeta tiene un sentido histórico del idioma, que a tientas busca con justeza su expresión» (D-1988: 7). Es decir que CV se siente un hombre y un poeta de su época. Y en su época lo que podía considerarse como teoría literaria estaba bifurcado en las tendencias de lo clásico y lo romántico. No se olvide el famoso dicho de Darío: «Románticos somos… ¿Quién que es, no es romántico?»15 No se trata, pues, de insinuar que CV fuera un ecléctico —ni que, por la cita, él lo estuviera admitiendo—. Lo que ocurre es que busca el equilibrio entre esas dos dimensiones de la objetividad y la subjetividad. Equilibrio que, ya en 1927 (transcurrida una década de la revolución rusa y casi el mismo tiempo del final de la primera guerra mundial), CV siente que hace falta otro tipo de acción constructiva dentro de una inercia de reposo, que no se contrarían sino que se complementan. Y es así que la aludida «poética del equilibrio» (no de la mescolanza, es preciso destacarlo) ya es distinguible en su etapa formativa, en los inicios de su búsqueda de una voz propia. Sin que esto signifique que después fuera clausurada. Y, por eso, en ella no se ve que haga el deslinde en esa lucha de contrarios. En su etapa de madurez no solo se reflejará en su poesía última (hago elipsis de su narrativa y teatro de esta etapa, no menos valiosos) sino también en su reflexión teorética postrema que así lo deja ver, y es la que hace la demarcación definitiva. Hoy por hoy, pues, no se puede estar ubicando la producción poética de CV ni dentro de lo clásico, ni de lo romántico. Y tampoco dentro del vanguardismo porque en esta última pretensión es, realmente, un abuso de confianza desoír los múltiples reclamos que él esgrime en contra de este. Y porque el vanguardismo, precisamente, estaba en contra de ese equilibrio que CV releva. El húngaro Miklós Szabolscsi dice que:

«El delicado equilibrio entre forma y contenido, equilibrio que se salvaguardó incluso en las extremas formas del romanticismo y del simbolismo, se deshace; la lengua comienza a vivir de manera autónoma, adquiere importancia en sí, el significante rebasa al significado, las palabras se convierten en magia, la imagen se emancipa del contexto poético, comienza a vivir independientemente, y la propia estructura de la lengua se desgarra» (D-1974: 6).

Y, por último, existiendo ya la polarización teórica en dos poéticas claramente diferenciadas, realismo/formalismo16, no es lo más pertinente referirse a la concepción estética vallejiana tratándola en sentido plural, como si en toda su obra se manifestaran varias poéticas. Luego de producida la obra total de un autor se puede constatar una cierta indecisión de trabajo entre una u otra tendencia —de dos: no hay más—, pero, aun en ese caso, siempre se detectará el predominio de una sobre la otra. Por eso aquí puedo completar mi observación de la que he llamado «poética del equilibrio» entre clásico/romántico (ahora: realismo/formalismo) detectable en los dos primeros libros de CV, señalando que en Los heraldos negros, hay un predominio clásico-realista, ocurriendo lo contrario en Trilce, en el que predomina lo romántico-formalista (sin dejar de percibir en cada uno la presencia del contrario). O, como dice Bronislaw Malinovski:

«Es un proceso en el cual ambas partes de la ecuación resultan modificadas. Un proceso en el cual emerge una nueva realidad, compuesta y compleja; una realidad que no es una aglomeración mecánica de caracteres, ni siquiera un mosaico, sino un fenómeno nuevo, original e independiente» (cit. en: Rama, A-2008: 40).

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(1) Paráfrasis inversa de la siguiente frase de José Carlos Mariátegui: «Otra vez tengo que decirle, pues, a Sánchez que la confusión no está en el objeto sino en el sujeto» (Ideología y política, Lima, Biblioteca Amauta, 1969, p. 226). Es decir: precisarle a LAS que lo confuso no estaba en el texto de JCM, sino en la mente de Las. Y, para el poema: ‘la angustia no está en el sujeto (vallejo) sino en el objeto (España)’.
(2) Hay algo que destaca Ricardo González Vigil, sobre este poema: que el título fue puesto al final del mismo como consta en los originales mecanografiados (¿tal vez con la intuición de que se podría pensar que ese llamado a la muerte estaba relacionado con su caso personal?)
(3) Giuseppi Bellini (1998). Vallejo-Neruda: divergencias y convergencias. s/l: Fundación del libro total. p. 32.
(4) Georgette Vallejo testimonia que el poemario España, aparta de mí este cáliz, fue escrito entre los meses de setiembre, octubre, noviembre de 1937 (Allá ellos allá ellos allá ellos, C-2012: 72).
(5) «Cada mujer liba cual mariposa/ de nuestros labios la miel escondida/ nos va matando y no es querida/ es agonía lenta, silenciosa».
(6) James Higgins, «El absurdo en la poesía de César Vallejo», en: Revista Iberoamericana N° 71, abril-junio de 1970, Pensilvania: Universidad de Pittbusrgh, p. 220.
(7) Alfredo José Delgado Bravo cambia el nombre a estas aves, las llama «preteles» (1988. Los móviles existenciales de Trilce. Lima: Luces.: 79. Y este autor explica el término en el sentido de que corresponde al acto de quitarse las ropas que hacen los presos, y toda su interpretación gira en torno al tema de la prisión. Julio Ortega, hace lo mismo respecto de petreles (1974. La imaginación crítica. Lima: Peisa: 1249). En algunos aspectos la observación de Ortega coincide con la mía (especialmente en la unión de hombre y mujer), pero no llega a considerar al poema como un arte poética.
(8) Los significados tanto de «crome» como de «glise» los he tomado de Ricardo González Vigil: crome: con el significado de «coloree» o «luzca color», por conexión con cromático, [y] glise: barbarismo del francés glisser, resbalar. (B-2013: 227).
(9) Cancionero y romancero de ausencias, Buenos Aires: Losada, 1963, p. 90.
(10) Crepusculario, «Farewell», Buenos Aires: Losada, 1961, p. 38.
(11) «Considerado desde el punto de vista del pensamiento causal, el simbolismo es comparable a un cortocircuito espiritual. El pensamiento no busca la unión entre dos cosas, recorriendo las escondidas sinuosidades de su conexión causal, sino que la encuentra súbitamente, por medio de un salto, no como una unión de causa y efecto, sino como una unión de sentido y finalidad» (Huizinga, 289).
(12) Y en carta a Emilio Armaza dice: «Su libro me ha gustado singularmente por las disciplinas de equilibrio y de medida que hay en él. En estos tiempos de epilepsia, una obra así, de euritmia y justeza, hace bien y nos reconcilia con “los números severos y apostólicos” de que gustan las cosas eternas» (B-2002: 213). Bertolt Brecht pensaba igual: «… se hace evidente que el todo está constituido por partes, y estas solo conservan su importancia propia, que es poca (…) la salud es equilibrio» (A-1977: 336).
(13) Asimismo, aprovecho para justificar el uso profuso de citas de autores, que considero autoridades, para refrendar los objetivos de este trabajo, con un juicio del mismo Middleton Murry, quien dice que hay «una vieja y segura regla de juzgar al crítico por las citas que hace; no tanto porque sean necesariamente una prueba de su buen gusto, como porque son una salvaguarda contra la abstracción y la inexactitud» (op. cit.: 37). Y debo precisar que no encuentro oposición, sino más bien complementariedad, entre esta cita y la de José Carlos Mariátegui cuando reconviene a Luis Alberto Sánchez ‘que no deduzca sus ideas de sus citas’ (Ideología y política, Lima, Biblioteca Amauta, 1969, p. 226).).
(14) «Desde muy antiguo, ha tenido el simbolismo la inclinación a reducirse a un puro mecanismo. Una vez erigido en principio, no se contenta con los brotes de la fantasía y del entusiasmo poéticos, sino que se adhiere como una planta parásita al pensamiento y degenera en un puro hábito y en una enfermedad de éste» (Huizinga, 294).
(15) O el no menos famoso verso de don Antonio Machado: «¿Soy clásico o romántico? No sé. Dejar quisiera/ mi verso, como deja el capitán su espada:/ famosa por la mano viril que la blandiera/ no por el docto oficio del forjador preciada» («Retrato»).
(16) Sobre el particular es interesante ver la clasificación propuesta por E.F. Carritt, la que distingue con las alternativas de «representativa» y «formal», y dice que «la primera tiene por objeto recordarnos, por semejanza o asociación el mundo real, y la segunda sólo agradar por su superficie sensible» (1965: 166).



Confesiones de Tamara Fiol ¿un novelón indigesto?

(Vigésima Tercera Parte)

Julio Carmona

185. p. 310: «Es una regla que yo (sic) aprendí a observarla (sic) después de mis primeras misiones.» Tanto el pronombre ‘yo’ como el artículo enclítico ‘la’ deben suprimirse. Es un error que se repite en la p. 311: «Yo no hubiera dudado ni un instante en dejarte si yo hubiese sido la convocada.» El segundo «yo» sale sobrando.

186. p. 312: «Así que atravesamos el parque en silencio, algo separados, sin cogernos de las manos, cosa que por lo demás nunca habíamos hecho.» La última expresión, «cosa que por lo demás nunca habíamos hecho», convierte en ripio a la que la precede, «sin cogernos de las manos», pues, si nunca ha ocurrido y no lo hace al momento del comentario, entonces, es por demás superfluo decirlo. Me hace recordar la censura que le hice a un cacógrafo cuando dice: «Como todos los gatos del mundo, Maro era un ser extraordinario». Y he ahí que el error —o sea el desliz cacográfico de la frase— salta a la vista, sin mayores requisitorias, porque: si alguien posee una cualidad que es común a los demás seres de su especie, entonces ese alguien deja de ser extraordinario para convertirse en ordinario. Igualmente, si lo común es no darse la mano está demás decir que no se hizo; en todo caso, sería justificado si se hizo lo contrario: ‘nos cogimos de las manos, aunque nunca antes lo habíamos hecho’ (que no es el caso).

187. p. 313: «No soy buen bailarín, pero puedo defenderme. En mis años universitarios íbamos en grupos a los salsódromos del Bronx a bailar con las orquestas de Willy Colón y Héctor Lavoe.226 Después del rock, la salsa era mi ritmo preferido y mis ídolos eran Jimi Hendrix y el primer Santana.» En principio, se va «en grupo» y no «en grupos», pues un individuo es parte de un grupo y no de varios grupos a la vez. Por otro lado, la expresión «Después del rock», es explicativa y circunstancial, lo importante es la salsa que ‘era su ritmo preferido’, por lo tanto con la mención de Jimi Hendrix y el primer Santana parece decir que ambos músicos eran salseros, en tanto ha dicho que ‘iba en grupo a los salsódromos del Bronx’, y, aunque se puede separar a Hendrix para el Rock, y a Santana para la salsa, de todas maneras —por lo consultado a especialistas en el tema— a Santana no se le podría ubicar exactamente como un intérprete de salsa, es decir, sería un error considerarlo «ídolo de la salsa», por lo tanto la mención de ambos músicos (en un dato referido a los salsódromos) resulta, por decir lo menos, impertinente.

188. p. 314: «… se ensañaban cubriéndolos de improperio (sic: s) y burlas…”

189. p. 315: «¿Y qué carajo haces, Morgan, en este antro de fumones, maricas y terroristas asesinos?» Es decir, es una contradicción supina, porque —si quien dice eso es un oficial de la policía— ¿cómo explicar que se permita el funcionamiento de un local en el que se sabe que se reúnen «terroristas asesinos»?

190. p. 3.17: «Olía (sic: n) bien el cabello, la piel, el aliento de Muriel Tipiani.”

191. p. 318: «… abundaban los adulones y soplones de los jerarcas, así que cada quien, colmillos afilados y serrucho en manos (sic), debía defender los territorios conquistados.» Ha debido decir: ‘serrucho en mano’.

192. p. 323: Refiere MB que los hoteles y bares «Constituían la base, el cuartel general al que los reporteros, de no haber caído muertos o heridos en las zonas de combate, retornaban con un deseo furioso de vivir, de emborracharse y de hacer el amor.» La siguiente frase explicativa: «de no haber caído muertos o heridos en las zonas de combate» está demás, es obvia, impertinente, y prescindible.

193. p. 325: Se abre un paréntesis —para una extensa explicación— que se cerrará en la p. 326, y se suscita el error de abrir otros paréntesis dentro de aquel: «(extensiva a toda la prensa)», «(que nunca fue adicto al alcohol)» y «(se refería a la vez del crimen)», lo cual genera confusión, la misma que pudo evitarse cambiando los paréntesis mayores por corchetes; no se olvide que sí hace uso de estos en otra ocasión, aunque de manera también impropia. Luego de cerrar el paréntesis, dice: «Sí, me repitió Muriel, al comienzo se sintió frustrada cuando el conferencista se ocupó en extenso del caso del psiquiatra Igor Buroncle. Este había asesinado al ciudadano de origen árabe Farez Saba, por haber seducido a su amante, la escultora Rosalinda Vanini.» Pero, de manera también impropia, usa nombres cambiados para referirse a un hecho pasado que ya es de dominio público: el psiquiatra se llamaba Sigisfredo Luza Bouroncle; la víctima, Farez Wanus, y la “manzana de la discordia”, Martha Vértiz (que era pintora y no escultora). Y, contrariamente, se conservan los nombres de Mariátegui y de Vallejo para aludir a situaciones vejatorias, es decir, demostrando poco sentido de las proporciones. Esto nos hace recordar que en la primera edición de la novela de MG La violencia del tiempo (1991), se suprime una alusión a Miguel Grau referida a su actividad supuesta de comerciante de esclavos, la cual es reincorporada en la segunda edición (2010), y cabe la pregunta: ¿por qué aquel hecho criminal sí merece respeto y lo de Grau, no?

194. p. 328: «Solo unos años después Bracamonte debeló (sic) el enigma…» El error obvio se da con la palabra «debeló», pues en este caso se entiende que se debió usar: «develó», que es equivalente a «descubrir», a «quitar los velos», mientras que «debeló» se refiere a una situación de fuerza o acción bélica en que se derrota o vence a una sublevación o a un enemigo. Un enigma no se debela; sí, se devela. Por otro lado, hay anfibología con la palabra «solo», pues debió llevar tilde si se alude a que solamente unos años después develó el enigma; en caso contrario también se entiende que Bracamonte «solo», sin ayuda de nadie, «develó» el enigma.

195. p. 330: En esta página usa la expresión «video» sin tilde, y en la p. siguiente sí le pone tilde una vez (vídeo), y en otra vuelve a omitirla. Falta unificar criterios.

196. Al concluir la p. 333, el narrador dice que ha estado con Muriel en un restaurante, y que ella se retira: «… al abrir la puerta de vidrio que da a la terraza me hizo adiós con la mano y la vi subir al primer taxi que pasó por la avenida. Sabía que ella ya no me volvería a llamar, Muriel [continúa en la p. 334] “se diría que había que evitar el inútil sentimentalismo.” Hay incongruencia en la construcción; la palabra Muriel está demás, pues ya no puede figurar como vocativo (aparte de que, para esto, faltaría una coma) pues ella ya no está, y la frase que sigue no guarda ninguna relación con dicho nombre; veamos: «Muriel se diría que había que evitar el inútil sentimentalismo». Obviamente, en el cambio de página, se ha cortado alguna otra oración que coordinaba con el sujeto ‘Muriel’.

197. p. 333, dice MB: «Y ahora Willy Rodríguez me había conseguido el contrato y dentro de unas setenta, ochenta u (sic: o) noventa y tantas horas estaría incorporado al escenario real de la guerra.» En principio, la conjunción a usar (resaltada con el símbolo «sic») es la ‘o’ y no la ‘u’; por otro lado, se debe destacar que si es un corresponsal de guerra tan entusiasmado por estar en el «escenario real de la guerra», ¿por qué no buscó este escenario en el Perú y se contentó con moverse detrás de bambalinas, o es que consideraba que la guerra del Perú era irreal o ficticia?

198. p. 335 y ss.: Recién en esta página con que se inicia el capítulo XVII, y cuando solo faltan —prácticamente— cien de las 437 que tiene el libro, empieza a usar abreviado el nombre de Tamara Fiol: «TF», e inclusive solo «T». Veamos: «Antes de la entrevista con Tamara Fiol. Diez y veinte de la mañana. En la recepción del hotel Malenita me había dejado la dirección y la hora (seis de la tarde) en que me esperaría TF.» Y en la p. 336, leemos: «Porque según Pepe Corso y la propia TF don Ramiro Garibaldi Fiol, abuelo de T., había tenido en esta calle la imprenta Garibaldi…» Antes de comentar esta abreviatura, digamos que la expresión «En la recepción del hotel Malenita…», ha debido ser matizada con una coma antes de ‘Malenita’, porque —de lo contrario— se entiende que ese es el nombre del hotel; y la frase «en la recepción del hotel» es complemento de la oración que inicia el sujeto «Malenita». Ahora bien, el uso de la abreviatura en relación con el nombre de Tamara Fiol es permitido cuando se trata de un trabajo de investigación (monografía, tesis, artículo literario, etc.), pero no, dentro de la obra narrativa misma. Y, en otro de los casos, es algo que debería aplicarse a sendos nombres también profusos de la obra, y, en el mejor de ellos, es algo que debería mantenerse a lo largo del capítulo, pero ocurre que en la página 341 deja de usarse la abreviatura y se empieza a usar solo el nombre de «Tamara», aunque al final del capítulo, p. 354 dice: «Luego de contrastar la dirección de TF…» y luego habla de: «… las relaciones entre Tamara Fiol y Raúl Arancibia», para, finalmente, abreviar: «Faltan cinco minutos para las seis cuando me dirijo a la casa de TF.»

199. En la p. 336 se dice: «Como todas las calles del Cercado, la calle Carlos Zavala despide un olor nauseabundo por los cerros de basura que se acumulan  en las esquinas, debido a la huelga de los trabajadores de la baja Policía que no tiene cuándo acabar.» En primer término, la expresión «baja Policía» ha debido considerarse como nombre propio, escribiendo con mayúscula las dos palabras que la integran, si no el adjetivo “baja” con minúscula se convierte en peyorativo, acepción que incluso no pierde en el otro caso y por eso su uso fue anulado, y ya en la época que lo usa el narrador (1992) estaba en desuso, y la expresión completa había sido reemplazada por «obreros municipales»; por otro lado, después de la palabra “Policía” ha debido ir una coma para evitar el sentido de que se entienda que es ‘la policía que no tiene cuándo acabar’.

200. En la p. 357, TF hace la siguiente reflexión: «“No fui del todo sincera, Morgan, cuando le respondí que no me sorprendía su visita.”» Veamos: esta observación lleva a pensar que le mintió a Arancibia, pues, lo que debió decirle es que sí le sorprendía; pero lo que dice después es que sí le dijo la verdad, que sí fue sincera, pues dice: «“En realidad, yo siempre había esperado este encuentro. Fantaseé mucho al respecto. A veces, cuando no podía dormir, imaginaba las cosas que debía decirle. Y también soñaba con esta visita porque tenía que hacerle algunas preguntas.”» Con todos estos argumentos, lo que se entiende es que sí esperaba ese encuentro, entonces hay un error cuando dice: «No fui del todo sincera» cuando le dijo ‘que no la sorprendía su visita’. En todo caso, ha debido agregar: ‘Pero, en el fondo, Morgan, te digo que sí me sorprendió su visita.’ Sin embargo, esto no ocurre, por lo tanto así como está redactado genera una contradicción que deviene yerro.

201. En la p. 366, TF le increpa a Arancibia: «¿Por qué nunca me escuchaste y te hiciste psicoanalizar?» Y él responde que habló con su cliente Bouroncle (Sigisfredo Luza), y dice: «Él era psiquiatra, pero le gustaba coquetear con Freud para sorprender a sus pacientes pitucos.»227 Y en lugar de decir «pero le gustaba», ha debido decir: ‘y le gustaba’, «coquetear con Freud», porque Freud es el «padre de la psiquiatría moderna», y al decir: ‘Bouroncle era psiquiatra, pero le gustaba coquetear con Freud’, quiere decir que Freud no tiene qué ver con la psiquiatría. Todavía agrega Arancibia: «Bueno, por lo menos le sirvió para seguir mis indicaciones y componer un loco decente. Verosímil.» Cabe preguntar: ¿quién permitió eso: la psiquiatría, Freud o la indicación de Arancibia? La ambigüedad hace reflexionar al lector y lleva a pensar que se refiere a Freud; pero, asimismo, se llega a la conclusión de que para fingir de loco a un psiquiatra no le es necesario, indispensable, «coquetear con Freud». Y hay otro error incluso en la respuesta de TF: «A mí me pareció que sobreactuaba —opinaba», esta última aclaración está demás (además de cacofónica). El diálogo es entre los dos, y se sobreentiende que quien opina sobre eso es ella.

202. p. 373: Es importante indicar que en esta página se menciona a Eudocio Ravínez, de la siguiente manera: Dice TF que Abel «retomó el nombre de Raúl Arancibia, con el que inició una nueva vida en cuyo centro estaba el sentimiento de rencor al partido y a todas las posiciones de izquierda, conciencia degradada de un renegado frente al cual Eudocio Ravínez parece un aprendiz.» Y esto, obviamente, se lo está diciendo TF a Morgan, el narrador; pero, en la p. 390, al entrevistarse con César Arias, dice MB que este le «preguntó si sabía quién era Ravínez. O si por lo menos había escuchado su nombre.» Y MB dice haber respondido con otra pregunta: «¿Ravinez? —Sí, Ravínez. Eudocio Ravínez. —No, nunca escuché su nombre.» En principio, hay que precisar que este apellido no se escribe con “z”. Esto se puede comprobar en el buscador Google o en Marco Aurelio Denegri, Lexicografía, Lima, Editorial San Marcos, 2011, p. 597. Y, en segundo término, tan parecido al yerro en el apellido es el hecho de que el narrador niegue saber quién es Ravines y que incluso diga no haber escuchado antes su nombre, cuando la vez que lo escuchó de TF fue anterior a la entrevista con César Arias: en la p. 396 dice: «Al regresar al hotel sentí la necesidad imperiosa de hacer una siesta, pues por delante me esperaba la última entrevista con Tamara [que se dará en el siguiente y último capítulo, XX], que como la de ayer sería muy prolongada» [la cita de ayer con TF, previa a la de «hoy» con Arias, fue en la que TF le mencionó a Ravines].

203. p. 379: En esta página se anuncia que ya es 30 de marzo (de 1992), y lo erróneo es que durante toda la novela el narrador ha venido hablando no solo de su interés de viajar a Yugoslavia para cubrir la guerra que allí se desarrolla, sino que la misma TF —en su penúltimo encuentro, es decir un día antes, de su salida del Perú: 30 de marzo de 1992— le ha dicho: «Pero, por favor, belleza, no me hables todavía de tu partida» (es decir: de tu viaje a Yugoslavia). «Qué locura humana es la que está ocurriendo en Bosnia, ¿no te parece, mi amor?. (sic)». Y es erróneo porque, en esa fecha (30-03-1992) y mucho menos antes, todavía no había comenzado la guerra de Bosnia, por la disolución de Yugoslavia, esta empezará en el mes de abril de 1992. Leemos en un texto que trata el tema: “Se conoce como Guerra de Bosnia al conflicto internacional que se desarrolló en la actual Bosnia y Herzegovina del 6 de abril de 1992 al 14 de diciembre de 1995. Fue causada por una compleja combinación de factores políticos y religiosos: exaltación nacionalista, crisis políticas, sociales y de seguridad que siguieron al final de la guerra fría  y la caída del  comunismo en la antigua  Yugoslavia.»228 ¿Cómo podía saber el narrador que la guerra de Bosnia era una de las más crueles del siglo XX, si todavía no había comenzado? En la p. 218, refiriéndose a la guerra en Yugoslavia, dice: «¿Por qué dentro de pocos días debía verme inmerso en una de las guerras más atroces y crueles de la segunda mitad del siglo XX?» Y el mismo narrador en la p. 209 ha dicho: «… durante varios meses a través de diversas agencias (no solo la de Willy Rodríguez) he estado buscando un cupo en mi calidad de free lance para cubrir la guerra de la despedazada Yugoslavia.» Es decir: ¡meses antes de que empiece la guerra en Yugoslavia él ya quería ir a cubrirla!, pero ¡se desentiende de la guerra que tiene reventando frente a sus narices! Además, en la p. 423 dirá que la partida de Lula Gaber «ocurrió a comienzos de marzo de 1994», es decir, con la precisión de esta fecha se ve que han pasado dos años desde que salió de Perú; pero antes ha dicho: «… me mostró una serie de cinco fotos sobre la más terrible de las atrocidades que sabíamos que se estaban cometiendo en la guerra de Bosnia, pero de las cuales no se había conseguido un registro fotográfico convincente», es decir, si estando directamente en Bosnia las noticias de lo que ocurre allí no son definitivas, ¿cómo se explica que estando en Perú dos años antes y sin que empiece la guerra ya sabía de dichas atrocidades? Y esto es tanto más grave, pues en varias oportunidades habla de situaciones límite relacionadas con la guerra interna del Perú, ejemplo: «… esto coincide (…) con el rumor creciente que se escucha por calles y plazas, en el sentido de que Lima está próxima a caer en manos de Sendero Luminoso» (p. 382). Y es esta una situación que lo mantiene indiferente. En la p. 385 se hace referencia a este impase temporal: «Di una mirada rápida a las páginas del Time y me detuve en el artículo de Carl Lippton sobre la inminencia de la guerra en Bosnia, que, en realidad, sostenía, ya había comenzado». Es decir, aun cuando ya hubiera comenzado la guerra (el Time es del mes de marzo y la guerra comenzó en abril) todavía no se puede decir que es la guerra más atroz y cruel del siglo XX. Además, es incongruente decir que el artículo trataba de la «inminencia de la guerra» y que de inmediato diga ‘que ya había comenzado’, y es una de dos: o es inminente o ya comenzó, la ocurrencia de los dos hechos a la vez resulta contradictoria.

204. En la p. 380 hay la siguiente construcción infeliz: «Como sospecho que ya no veré a Muriel, previa propina generosa, le encargaré a uno de los recepcionistas…»; ha debido invertir el orden: ‘Como sospecho que ya no veré a Muriel, le encargaré a uno de los recepcionistas, previa propina generosa…’, y así evitar la atropellada lectura de que la ‘propina generosa’ es para Muriel…

205. p. 337: «… hay un quiosco con periódicos y revistas, en cuyas portadas mujeres con mallas y lentejuelas muestran grande (sic: grandes) tetas y culos agresivos.» Más abajo, en esta misma página, se lee: «Desoyendo serias advertencias que me hicieron colegas de la prensa extranjera, de acuerdo con un viejo principio que me había impuesto desde el comienzo de mi carrera de reportero (y en que jugó (sic: jugaron) lo suyo las recomendaciones de mi madre), en varias oportunidades me había sentado en estos puestos para saborear la comida de los peruanos pobres y era ya capaz de distinguir alguno (sic: algunos) de los olores que emanaban de las grandes ollas de aluminio que hervían al fuego de los primus.» Primero, quienes ‘jugaron lo suyo’ son «las recomendaciones de mi madre»; en todo caso, debió decir: ‘jugó lo suyo mi madre con sus recomendaciones’; en segundo lugar, si son varios los olores que puede distinguir, entonces ha debido decir: ‘algunos de los olores’, en plural, y no en singular: «alguno de los olores».

206. p. 338: «Luego me he puesto a trabajar con mi Nikon, como hacía con todas las ciudades en tiempos de guerra a las que arribaba como reportero.» Ciertamente hay una confusión en el uso de los tiempos verbales. Comienza con la forma del tiempo presente: “me he puesto a trabajar”, pero luego pasa a la forma del tiempo pasado «como hacía con todas las ciudades», y esta expresión se justificase si ya hubiera dejado de ser reportero de guerra, es decir refiriéndose a algo que hacía en el pasado, y que ya no volverá a hacer; entonces ha debido continuar con el tiempo presente (que incluye, obviamente, algo que siempre se hace, incluso que se ha hecho en el pasado): ‘como hago con todas las ciudades en tiempos de guerra a las que arribo como reportero’; pero, además, hay en esta expresión otra incongruencia, ocasionada por la preposición «con», pues se sigue que ‘al ponerse a trabajar con su Nikon’ igual trabajaba ‘con todas las ciudades’, y, al parecer, se ha visto forzado a hacer la construcción defectuosa, para evitar repetir la preposición “en”: ‘en todas las ciudades en tiempos de guerra’, cuando ha debido decir que: ‘ese trabajo con la Nikon lo hace en todas las ciudades a las que arriba como reportero de guerra’. Y, luego, una vez más surge el desfase entre la profesión, pregonada: «reportero de guerra» y el solapamiento que ha hecho de ella en la guerra del Perú de los años noventa, donde reconoce que «… trabajaba sin ningún riesgo buscando, sin embargo, imágenes de la pobreza, de la marginación y el desprecio, y del desorden y la mugre que de alguna manera explicara (sic: plural, se refiere a las imágenes), por ejemplo, el coche bomba que había estallado semanas atrás a unas cuantas cuadras del hueco de Barranco, donde rodeados por el humo de la marihuana charlábamos con Muriel sobre mis misiones de cronista de guerra.» Es decir, tremenda contradicción del «reportero de guerra» que prefiere contar sus misiones en otras guerras, y en la guerra del Perú pasarla marihuaneándose o emborrachándose: como ocurre en la página siguiente (340) en la que refiere su reunión con la amiga de TF, Emperatriz, y al hilo se toma dos chopps de cerveza.

207. p. 341: en el último párrafo (igualmente en las páginas siguientes, hasta la 347) se aprecia el uso de la forma verbal «habría» que denota imprecisión, como que no hay seguridad en lo que se dice, a pesar de que está hablando de hechos que se están dando como ocurridos: “Tamara me habría revelado que fue suya la idea de viajar a Tumbes o, como diría Arancibia con calculada afectación, a la región de los manglares. Sí, Morgan –me habría repetido– (…)”, cuando lo que ha debido decir es: ‘Tamara me reveló’ o ‘Tamara me había revelado’, y esto es aplicable, inclusive, al caso de que se estuviera refiriendo a lo que le cuenta Emperatriz. La forma «habría» fuera pertinente, si se tratase de una tercera versión: ‘Tamara se enteró de que Arancibia habría dicho…’; es decir, cuando no se tiene la seguridad de lo dicho; pero no es el caso, porque quien está contando los hechos es la amiga de TF y ella se siente muy segura respecto de lo ocurrido, por ejemplo, en la p. 346, dice: «Sí, claro —precisó Emperatriz—. Estaban en una taberna en Guayaquil, en el puerto. Te digo más, lo que indignó sobre todo a Tamara fue el tono arrogante con que Arancibia contó el incidente». No dice, pues: ‘lo que habría indignado sobre todo a Tamara…’, y la situación es la misma: Emperatriz está narrando hechos que sabe verídicos, no que supone ‘habrían’ ocurrido. En la p. 347, hace un uso correcto de la forma verbal «habría», dice ahí: «Con el asesinato de uno de los más altos y prestigiosos oficiales de la Armada, comentaba el reportero, los senderistas habrían tomado una sangrienta represalia por los crímenes y torturas que la Marina venía cometiendo en Huanta.» Es algo que supone el periodista, no es algo definitivo como lo que cuenta Emperatriz, o lo que repite el narrador que le ha dicho TF.

208. pp. 344-345: «Hubo un accidente mientras los muchachos del salón hacían educación física en el campo deportivo. Estaban haciendo prácticas de salto de garrocha, de jabalina y de tiro de bala. Tamara me explicó que le dicen bala a una pesada esfera de acero y la práctica consistía (sic: en) arrojarla con toda la fuerza para ver quién alcanzaba la mayor distancia. Raúl le contó que cogió la bala cuando el profesor de educación física dirigía el salto a la garrocha.» Primero, obsérvese que desde el comienzo se dice que «hacían educación física en el campo», entonces está demás repetir al final que se trata de «el profesor de educación física», simplemente ha debido decir «el profesor». Segundo, al comienzo habla de «salto de garrocha» y después le cambia de nombre, «salto a la garrocha», y esta última expresión es incorrecta; se admite la primera y esta otra alternativa: «salto con garrocha»; en la misma línea dice: «tiro de bala», y bien se sabe que si se trata de la bala de atletismo se dice «lanzamiento de bala»; se diría «tiro de bala» si se tratase del tiro con arma de fuego (pistola o escopeta), en cuyo caso se dice, simplemente, «tiro». Tercero, y siempre en relación con la «bala de atletismo», su lanzamiento constituye una disciplina olímpica, de cuya existencia el narrador es obvio tiene que conocer, por tanto es ocioso que este diga: ‘Tamara me explicó lo que era bala y en qué consistía su lanzamiento’, como si se tratase de una disciplina realizada solo en el Perú.

209. p. 347: «Entonces le leyó la noticia en la que daba cuenta del asesinato del almirante Cucho Canessa…» Para que esta construcción sea válida debe escribirse así, de dos maneras: a) ‘Entonces le leyó la noticia en la que se daba cuenta…” o “Entonces leyó la noticia que daba cuenta…”; pero como está formulada, hay incorrección.

210. p. 347: «Emperatriz hizo una pausa prolongada, durante la cual yo me abstuve de todo comentario. Para no mirarle el rostro o los ojos que me parecían humedecidos, me puse a observar a los escasos transeúntes…» ¿Tanto el rostro como los ojos están humedecidos? Debió ponerse una coma delante de la conjunción «o». La expresión «o los ojos que me parecían humedecidos» es equivalente a otra frase ya criticada, de la p. 13: «… los ojos de la joven eran como si me advirtieran», en todo caso debió decirse: ‘me pareció que estaban humedecidos’; y todo lo expresado pudo mejorar así: ‘Desvié la mirada de su rostro, y de sus ojos pues me pareció verlos humedecerse, y me puse a observar…’).

211. p. 348: «Tamara no se sorprendió porque ya sabía cómo fascinaban a Raúl los bajos fondos, donde de alguna manera se las arregla (sic) para hacer conocidos.» Así como TF sabía que a Arancibia le «fascinaban» igual debía saber que se las «arreglaba», y esto — incluso— porque al momento de hacer la referencia el sujeto ya está muerto.

212. p. 349: Al final del primer párrafo, que viene de la página anterior, se lee: «Llegó a Tumbes un poco antes de las doce del día y tuvo que esperar hasta la (sic: las) seis de la tarde ómnibus.» Toda esta expresión se repetirá con ciertas modificaciones al comenzar el párrafo siguiente: «Tamara le contó a Emperatriz que llegó a Tumbes un poco antes de las doce del día y tuvo que esperar hasta las seis de la tarde para tomar el ómnibus de regreso a Lima.» La cursiva es la parte que está demás arriba.

213. p. 349: «Tomó asiento en las bancas (sic: se puede tomar asiento solo en una de ‘las bancas’) de uno de los puestos de comidas (sic: debe decir ‘puestos de comida’), cuyos clientes eran trabajadores y gentes del pueblo (sic: aquí debió ir otra coma; pero hay otra incongruencia, pues los trabajadores también son ‘gente del pueblo’; debió decir, en todo caso: ‘trabajadores y gente común’) y pidió el plato más económico: una sopa de plátanos verdes con carne sancochada (sic: el adjetivo ‘sancochada’ está demás, pues si se trata de sopa se sobreentiende que la carne es sancochada) que, como cariño de la casa (sic: debió decir ‘como cortesía de la casa’), venía acompañada de una porción de patacones de plátanos fritos (sic: la definición de ‘patacón’ del mismo DRAE es: “rebanada de plátano verde despachurrada y frita”, entonces ha debido decirse, simplemente, ‘una porción de patacones’).

214. p. 350: TF, a sí misma, «se dijo que era ya tiempo de pedir (…) su incorporación a la fracción de la juventud comunista que trabajaba en la universidad» (el verbo correcto en este caso es «activaba», mas no «trabajaba»; las facciones partidarias «activan», no trabajan en la Universidad; por lo demás en las organizaciones partidarias se usa el término ‘facción’ y no “fracción”.

215. p. 355: «—Creí que no me recibirías —decía Raúl Arancibia; miraba el rostro de Tamara; contrastaría imágenes y recuerdos229—. ¿Sabía la chola que me abrió la puerta quién era yo?» El diálogo del personaje tiene que hacerse en tiempo presente: ‘¿Sabe la chola que me ha abierto la puerta quién soy yo?’ Además, líneas más adelante, sí usa el tiempo verbal correcto: «¿Y qué sabe ella de mí?» Y la respuesta de TF a la pregunta anterior es: «—Por supuesto — respondía Tamara»; tampoco es pertinente aquí el uso de esta forma verbal; debe seguir usándose el pretérito perfecto: «respondió». Repetimos la cita: «—Por supuesto —respondía Tamara; agregaba… (ha debido decir: ‘y agregaba’) en tono de advertencia—. Pero no le digas chola.»

216. p. 358: Arancibia dice, en el departamento de TF: «Un sitio perfecto para colocar un Instalasa dirigida a Palacio.» Si ha usado el artículo «un», lo cual es correcto pues se refiere al misil de marca Instalasa, debió hacer concordar el verbo con el mismo género, masculino («dirigido»), y no femenino, como lo hace. En la p. 412 se vuelve a aludir a la ubicación estratégica del departamento de TF: «¿Tú planeaste el ataque al Palacio con el cohete Instalasa? O por lo menos, ¿tú les pasaste el dato a los terroristas para que lo instalaran?» ¿El cohete o misil Instalasa se «instala» o simplemente se lanza con un lanzacohetes o lanzamisiles, función que también cumplen determinados fusiles? El caso aquí narrado corresponde a un hecho real, del que dio cuenta la revista Caretas, y en la azotea de un edificio se encontró — luego del frustrado atentado— un artefacto de fabricación rústica que sirvió de lanzacohetes, y que no cumplió con su objetivo pues explotó en las manos de la mujer que lo manipuló, hecho que Arancibia está describiendo, pero con un error, al referirse al «presente» en que hace el recuento, pues dice: «Al salir ahora al balcón te dije que la posición es inmejorable para mandarle desde aquí un cohete en el culo a Alan», pues no ha debido decir «que la posición es», sino la posición «era», pues la conversación se da en 1992, y quien estaba en Palacio era Fujimori y no Alan García, y, si da entender que se pudo hacer con este, debió hacerlo en pasado.

217. El uso del término «terroristas» se prodiga por toda la novela, y puntualmente lo hacen TF y Arancibia en las pp. 401 y 403: TF dice (desde la p. 400): «“Por supuesto, encanto (…). Tu vida ha sido tan exitosa que ahora te andan buscando para matarte”.» E inquiriendo sobre los posibles interesados en matarlo, Arancibia pregunta: «¿Los narcos?» Y TF acota: «¿Y por qué no los milicos? ¿O los terroristas?» (401); luego, en la p. 403, Arancibia vuelve a especular: «¿Cuál era tu tercera hipótesis? Ah, sí, los delincuentes terroristas.» Y, más adelante, ante la siguiente pregunta de TF: «Tendrían motivos los senderistas230, para ya no hablar de los guerrilleros del MRTA, para ejecutarte? ¿Qué cartel infamante pondrían sobre tu cadáver?», Arancibia retruca: «Me llega altamente, como dicen los jóvenes, qué cartel pondrían los malditos terroristas.» Inclusive en la p. 404 Arancibia insiste: «Soy un enemigo público de los terroristas de Sendero. He escrito decenas de artículos condenándolos. Todos saben que vengo propugnando una nueva ley antiterrorista. Pena de muerte. Juicios sumarios con jueces sin rostro. Y lo he escrito y fundamentado de manera directa. No sólo eso, en un artículo que saldrá mañana mismo defiendo la necesidad de un golpe de Estado. Con Fujimori o sin él. A la mierda con los congresistas cómplices de Sendero. Como ves, mi lucha contra el terrorismo es franca y directa.»231 Vale decir, entonces, si ambos personajes principales de la novela usan, así, de manera tan desaprensiva, el término «terroristas», es eufemístico —por decir lo menos— que, en la p. 413, Arancibia diga: «Un par de días después exploré el edificio y descubrí la ruinosa vía que estaba clausurada por donde los delincuentes terroristas, como los llaman el gobierno y el periodismo, pudieron escapar.» Es decir, es una «aclaración» que suena falsa o desfasada. ¿Era necesaria esa aclaración? Sí. Pero no que la hiciera Arancibia.

218. p. 413: Arancibia sigue tratando del atentado y dice: «Y me pregunto: ¿quién les indicó la existencia de ese corredor condenado (sic: clausurado) desde hacía años que llevaba hasta la espalda de la otra calle? Por supuesto tu coartada fue buena. ¡Estos terrucos despiadados que amarraron fuertemente a una pobre inválida! Aun así los tiras te llevaron como sospechosa. ¿Acaso los apristas no habían hecho campaña contra ti, la coordinadora de la sección de derechos humanos de la UNO? (sic: ONU) ¿No habían revelando (sic: revelado) tu pasado de dirigente comunista y tu participación en el asesinato de un estudiante aprista? (…) Y ni siquiera estuviste detenida los quince días reglamentados» (sic: reglamentarios).

219. p. 414: Otro ripio: Arancibia dice «… mi mujer me dio la pareja, sólo que la hembra me resultó con más cojones que el varón. Es inteligente. Brillante. Y como su padre, sin escrúpulos. Por eso mis negocios quedan en buenas manos.» Es decir: solo la hija mujer cumple un papel en su vida; el varón solo es mencionado, ¿para qué, si no cumple ninguna función?, bastó con decir que tuvo solo una hija (como también debió decir que TF era hija única).

220. p. 415: Dice Arancibia: «Tengo allí a un chico que dice ser proletario comunista, así que le puse el mote de “Camarada Bolodia”.»232 (…) «Por supuesto que yo hice correr el rumor, a través del Camarada Bolodia, que era un soplón». Aclaremos: el rumor se corrió en contra de Rudy García un novio de TF al que mató Arancibia en el atentado en el que ella quedó inválida. Ahí mismo Arancibia precisa la relación entre Rudy García y TF, de la siguiente manera: aquel era un teniente expulsado del Ejército, lo cual no lo quebró, «sino que inició una nueva vida. Ingresó a La Molina, se hizo izquierdista, fue delegado de aula, al cuarto año fue elegido secretario general del Centro Federado de la Agraria y fue destacado como delegado a la Federación de Estudiantes del Perú. Y en todos esos años en los ambientes universitarios Rudy había escuchado hablar de ti, pues seguías siendo una leyenda. Hasta que por fin te conoció en un evento de la FEP donde fuiste una suerte de invitada de honor. Según el Camarada Bolodia, que me pasó el chismeinforme, allí empezó todo entre ustedes. Lo llevaste al Palermo, lo presentaste a tus amigos y el tipo no cayó mal, no era ningún bruto a pesar de haber sido militar y tenía algunas lecturas. De modo que fue acogido por los palermistas, hasta que el Camarada Bolodia corrió el rumor.» El rumor de que era soplón. Pero al mismo tiempo se está poniendo a «Bolodia» también como soplón. Y, en la vida real, en el Palermo había un personaje famoso a quien le pusieron ese apelativo, que más se simplificaba como «Bola», porque se decía que lanzaba «bolas» sobre diferentes asuntos; aquí lo reivindicamos, Eduardo Aguirre, el entrañable amigo «Bola», no merece que se le haga aparecer en una ficción cumpliendo ese miserable papel. Muchos lo recordamos declamando poemas de Gonzalo Rose, con su voz tan especial, aquejada de una ronquera crónica, inconfundible.

221. p. 430, dice el narrador: «… en el listado de víctimas que divulgó el gobierno varios días después de los asesinatos figuraban dos senderistas con quienes dialogué y escuché durante mis entrevistas para “Las mujeres de Sendero”.» Resaltemos el error: «… dos senderistas con quienes dialogué y escuché durante mis entrevistas…», en este caso la palabra «escuché» está demás, no solo porque se sobrentiende con la anterior («dialogué»), pues en el diálogo se habla y se escucha, sino porque los dos verbos no tienen la misma ilación con la proposición precedente, puesto que se puede decir: «dos senderistas con quienes dialogué»; pero al incluirse el verbo «escuché», ya hay un desfase; no se puede decir —en ese contexto— ‘dos senderistas con quienes escuché’, pues en este caso se tendría que decir: ‘dos senderistas a quienes escuché’. Y, por último, fuera pertinente incluir el verbo ‘escuché’, así modificado, si se precisara qué es lo que se les escuchó decir.

222. p. 359: «—Luego Malenita había entrado en la sala empujando un carrito» (el guión de diálogo con que se inicia el párrafo es impropio, porque es un párrafo del narrador) (…) «En el tablero había un plato grande con un bisté montado con dos huevos, una canastilla con tres panes, una taza de café, cubiertos y servilletas.» Cuando hay la repetición de una palabra por más de dos veces, se produce cacofonía, y es lo que ocurre en este caso con la palabra «con»; se pudo suprimir al menos la primera, cambiándola por la conjunción «y». Al referirse a las servilletas, debió especificar que son de papel233, pues también se puede tratar que sean de tela.

223. p. 359: «Oye, muchacha —había gruñido el individuo—,…» Esta es una expresión que delata indiscreción y subjetividad por parte del narrador; ha debido decir, con objetividad: ‘había dicho Arancibia’, pero lo de «gruñido» e «individuo» sale sobrando: el narrador está tomando partido en contra de su personaje.

224. p. 360: Arancibia ha cogido de la mano a Malenita y le dice: «¿Me tienes miedo? ¿Soy el hombre malo que hace llorar a mamá? ¿Qué mentiras te han contado de mí? Pero en eso (sic: ese) momento, me contó Tamara, ella entraba de nuevo a la sala. (…) Tamara me contó que, sin mirarlo, fue a su escritorio, prendió la pantalla, se caló los lentes y empezó a examinar (a simular que lo hacía) materiales de la oficina.» Ese «prendió la pantalla» es tan genérico que se puede confundir con la de una lámpara de escritorio, de un computador o de un televisor, máxime si no se va a hacer nada con dicha pantalla, pues, luego de prenderla, se pone a revisar «materiales de oficina»; por lo demás, lo que se prende no es la pantalla; sí: el computador, la lámpara o el televisor y, como efecto de prender a estos, se encienden sus respectivas pantallas.

225. p. 371: «… en la biblioteca de mi universidad había leído sobre las luchas que siguieron a la muerte de Lenin en que estaban implicados Trotsky, Zinóviev, Kamenev, Bujarin y Stalin, en el que este último eliminó a sus rivales;» nótese que se está refiriendo a «las luchas que siguieron a la muerte de Lenin», y en lugar de decir: ‘en las que este último eliminó a sus rivales’, dice: «en el que este último…», y en todo el párrafo no hay ningún elemento masculino al que pudiera atribuirse esa conclusión.

226. p. 373: «La lucha llegó a tener tal intensidad que algunos de los cuadros que estaban en Moscú silbaron y escupieron cuando Jorge del Prado pasó por la URSS.» ¿A quién silbaron y escupieron? Ha debido decirse: ‘silbaron y escupieron a Jorge del Prado cuando este pasó por la URSS’.

227. p. 392: «Le respondía que aceptaría tomar un (sic: una) cerveza…» Además de cacofonía.

228. p. 409: «La había (sic: habían) buscado Kymper y César Arias. No les había dado las verdaderas razones. Que era una burguesa decadente. Irredimible. Que no era digna de pertenecer a un partido que quería cambiar el mundo y la vida. En cambio, les había dicho que ya estaba harta de la militancia. Que había descubierto que era una podrida burguesa a la que le gustaba el dinero.» Nótese la incongruencia: dice que no da las verdaderas razones para su renuncia «Que era una burguesa decadente. Irredimible», sino «En cambio» ¡les dará la misma razón negada!: «que era una podrida burguesa a la que le gustaba el dinero» (¿cuál es la diferencia entre una y otra razón: la que no dice y la que sí dice?)

229. pp. 415-416 «De buena/: fuente se había enterado de que (sic: dequeísmo) era un agente de los servicios de Inteligencia, cuya labor era (sic: repetición viciosa de “era”, se pudo cambiar por: ‘consistía en’) detectar a los intelectuales subversivos.» (¿Hay «intelectuales subversivos»? En todo caso se ha debido decir ‘a los intelectuales pro-sendero o pro-subversión’).

230. p. 417: «A las dos de la mañana tú y Rudy se escaparon de la fiesta y en la carcocha que él manejaba, según me enteré después, se fueron a La Parada a tomar sendos platos de caldo de gallina, como era costumbre por esos años.» (Arancibia refiere que vio salir a Tamara Fiol y a Rudy García —después de que ambos celebraran su matrimonio ficticio—; pero dice que se fueron en el carro de Rudy y dejaron el carro de Tamara, luego dice que él no los siguió y que después se enteró de que iban a La Parada, pero este ‘enterarse’ es posterior a la espera que él hace, como si supiera que iban a regresar, es decir no se dice por medio de quién se enteró ni en qué circunstancias y ya sería un dato irrelevante, pues lo concreto es que los esperó, entonces cabe preguntar: ¿cómo sabía que iban a regresar?; se puede decir que él suponía que iban a regresar porque habían dejado el carro de Tamara; pero, ¿igual iban a regresar para dejar el carro de Rudy?) Un caso similar al anterior se da en la p. 419: «Diez minutos después, pasando el puente Trompeta del barrio de Zarumilla, había un auto al parecer malogrado en la pista, el chofer disminuyó la velocidad, pero cuando quiso aplastar el pedal, como salidos de las chacras, aparecieron dos motociclistas que acribillaron a balazos a Arancibia y al pobre chofer.» (Igual que en el caso anterior del accidente de TF los que asesinan a Arancibia son adivinos: lo esperan en un lugar que no es su ruta de todos los días, pues no todos los días va al aeropuerto, y a este se puede ir por diferentes vías. Además, ¿cómo se explica que quien narra un hecho en el que no ha estado presente sepa que el chofer «disminuyó la velocidad» y que «quiso aplastar el pedal», eso corresponde a un narrador omnisciente). Algo similar al hecho precedente se da en la misma p. 419, cuando el mismo narrador (MB) dice: «Me bajo por unos dos o tres minutos del vehículo y procuro imaginar el escenario donde fue asesinado Raúl Arancibia. Es una zona muy oscura, rodeada de chacras. Y el auto varado en la pista con los faros encendidos. En un acto reflejo el chofer bajando la velocidad habría pretendido prestarle auxilio al piloto del auto malogrado…» (En principio, ningún «taxista de confianza» hace eso: ‘pretender prestarle auxilio al chofer del auto malogrado’, pues su objetivo es llegar al aeropuerto y no puede estar perdiendo el tiempo en otros menesteres, fortuitos). Y luego continúa el relato: «… pero entonces Arancibia habría intuido la emboscada y, puteando al chofer, le habrá gritado desesperado que acelere.» (Todas estas suposiciones son inverosímiles, igual que las hechas por TF. Se pueden imaginar actos generales, pero no algo puntual: y menos intuiciones, expresiones, puteadas; eso corresponde a un narrador omnisciente, que en la mayor parte de la novela se ha evitado).

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(226) Expresión que reitera en La invención de la novela: «Es una chica alegre, discreta, y le cuenta que de adolescente asistía a los conciertos de Willy Colón y Héctor Lavoe» (p. 57).
(227) En la p. 416, vuelve a mencionar al psiquiatra: «En esos días yo preparaba mi defensa de Bouroncle, el psiquiatra. Otra vez le pregunté sobre sus sentimientos cuando asesinó a Farez.» (Mejor hubiera quedado ‘la defensa de…»).
(228) Cf. Juan Francisco Fuentes y Emilio La Parra López, Historia Universal del siglo XX. De la Primera Guerra Mundial al ataque a las Torres Gemelas, Madrid, Síntesis, 2008, p. 363.
(229) El narrador no puede usar esta forma verbal de suposición, máxime si no está describiendo hechos experimentados directamente, salvo que se tratase de un narrador omnisciente.
(230) Este es, en todo caso, el término que ha debido usarse en toda la novela.
(231) Y esto es doblemente contradictorio porque en otro momento de la novela TF insinúa que pudo ser Arancibia quien diera un dossier a los senderistas para que asesinaran a Canessa; pero ¿cómo podía contribuir con ellos?, si es «enemigo público».
(232) En la p. 416 se escribe con la siguiente errata: «Esto me contó el Camarada Bolonia
(233) Esta precisión la hace, por ejemplo, Arturo Pérez-Reverte: «Al poco estaba de vuelta para apuntar en una servilleta de papel un nombre…» (La reina del sur, p. 81).

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