sábado, 1 de septiembre de 2018

Comentario de Libros

La Vida Sexual en China Comunista
de Georges Valensin*

María Benel

LA LECTURA QUE NOS CONVOCA en esta ocasión es uno de los numerosos libros que sobre la sexualidad ha escrito el doctor francés Georges Valensin, autoridad en el tema con títulos que muestran la amplitud de sus intereses dentro del universo de la sexualidad: La femme révelée, Les Juifs et le sexe, Dictionnaire de la sexualité, Science de l’amour, Santé sexuelle,, Adolescence et sexualité, Éducation sexuelle des français, Vie sexuelle de la jeune fille, La fécondation artificielle et naturelle de la femme, entre otros.

De inicio, el doctor Valensin nos previene: su obra es producto no tanto de la experiencia directa en China (donde estuvo veinte días –entre abril y mayo de 1976- con motivo de un viaje profesional) como sí de la rigurosa y profusa revisión documental que realizó, así como de las entrevistas con colegas y paisanos que residieron en China durante varios años.

Con estilo didáctico, el autor divide su obra en tres grandes partes: “El sexo antes de Mao”, “El sexo en China comunista” y “El sexo después de Mao”. Y, a su vez, cada parte se divide en títulos y subtítulos muy detallados.

La primera impresión que resulta de la lectura de La vida sexual en China comunista es el gran “asalto al cielo” que significó la Revolución China, incluido el corto periodo de la Revolución Cultural. Un esfuerzo aún más meritorio porque se realizó en un país inmenso en superficie y población, cargado de una tradición milenaria conservadora fuertemente enraizada en la conciencia de sus habitantes.

Y, justamente, fueron las instituciones visibles de esa tradición las que en primer lugar atacó y desmontó la Revolución China dirigida por el Partido Comunista Chino (PCCh) y Mao Tse Tung: el matrimonio, la familia, la prostitución, la postergación de la mujer, el machismo.

En la China anterior a la revolución, el matrimonio era completamente arreglado y privilegio de las familias que podían otorgar una dote y concubinas al futuro esposo, es decir, las clases media y alta. En esencia, era un arreglo económico por el cual cada familia se esforzaba por beneficiarse lo más posible: en el caso de la mujer, su objetivo era lograr casarse y no quedarse soltera; en el caso del varón, acceder a una mujer honorable y mejorar su estatus; en el caso de los suegros, contar con “… una descendencia cuyo fin era amparar su vejez y mantener el culto familiar” (p. 12). El amor, tal como se entiende en Occidente, estaba fuera de todos estos cálculos, más aún si los novios no se conocían sino hasta la primera noche de bodas.

El matrimonio estaba al servicio del varón: de su goce y predominio. Los tres primeros meses constituían el periodo de prueba de la recién casada, que podía ser devuelta a sus padres si no era del agrado del esposo, quien podía conseguir fácilmente el divorcio hasta por las causas más triviales.

Muchas familias, para prevenir el desagrado del marido, ofrecían concubinas bellas y agradables, así el desilusionado no buscaría consuelo fuera de los límites del seno familiar1. Por lo general, las concubinas eran púberes o jovencitas pobres que habían sido recogidas o compradas, y que se caracterizaban por su belleza física. Una vez dentro de su nueva familia, se esforzaban por desarrollar sus talentos, a fin de mantener contento a su señor. Sin embargo, por muy preferida que hubiera sido, una concubina siempre era social y jurídicamente inferior a la esposa legal. Solo podía cambiar su situación en caso procreara un hijo varón antes que la esposa principal.

La vida de las esposas chinas era, en su mayoría, un calvario: encerradas, tuteladas férreamente por las suegras, golpeadas por el esposo, impedidas de mostrar agrado por la relación sexual –lo que hubiera significado su descrédito, por no seguir las enseñanzas de Confucio-, amenazadas por la competencia de las concubinas, no era raro que se suicidaran. El temor al gasto que significaban los funerales era uno de los frenos más eficaces para los abusos que perpetraban suegra y esposo.

En suma, dentro del matrimonio, la mujer china cumplía el rol de reproductora y su valor aumentaba en función de su posibilidad de concebir hijos varones para la familia. Y es que, de acuerdo con las enseñanzas de Confucio y de su gran discípulo Leu, el culto a la familia debía prevalecer sobre las necesidades individuales. Ese culto implicaba el establecimiento de una familia extendida que moraba toda junta bajo un mismo techo, y la devoción por los padres y demás antepasados.  Dentro de una familia con dichas características, el niño

… era educado en forma colectiva; no sólo estaban a su cargo sus progenitores, sino también sus sustitutos: tías, abuelos, sirvientas y otros personajes del entorno. Todas estas personas sentían como un deber ocuparse de la criatura, que daba la impresión de pertenecer a todos por igual. Pronto adquiría la costumbre de no estar nunca solo y de complacerse en la vida comunitaria. (p. 27).

Fue esta tendencia hacia lo colectivo una gran aliada para que la población china asumiera con más facilidad las radicales medidas del PCCh. Una de ellas, implementada en la primera república popular de Jiang Xi, proclamada en 1931, fue la simplificación del matrimonio.

Los resultados fueron fulminantes; por ejemplo, la mitad de los obreros agrícolas, cuyo 99% no llegaba a casarse en otras épocas, contrajeron matrimonio legal en el término de dos meses. Más tarde, Mao recordó esta posibilidad de casarse para los desheredados como uno de los logros de la revolución comunista. (p. 73)

A partir de 1949 se normó el procedimiento del matrimonio: se estableció –según la ley matrimonial promulgada el 1° de mayo de 1950- que las edades mínimas para contraer matrimonio eran 18 años para la mujer y 22 para el varón. Y a partir de 1962, las edades recomendadas –aunque no estipuladas por ley- eran de 24 y 26, respectivamente.

El Estado desarrolló una intensa campaña para difundir entre la población la idea del matrimonio tardío. Más que para limitar los nacimientos, las razones eran de orden económico-social. El PCCh fue el primero en poner en práctica la planificación socialista en todos los aspectos de la sociedad y no solo en la economía. Asimismo, fue el primero que se propuso desterrar el individualismo hasta en sus manifestaciones aparentemente más inocuas, para poner toda la actividad y el trabajo en función de la construcción colectiva de la sociedad comunista. Por ello no es de extrañar que las parejas que decidían casarse, previamente debían contar con la autorización de las organizaciones del partido a las que pertenecían. Para esta decisión, además, los contrayentes debían haber conocido lo suficiente a su pareja como para estar seguros de la comunidad de ideas políticas y de su grado de compromiso con la revolución2.

En conclusión, lo que se quería era que se unan las parejas para que brinden lo mejor a la sociedad, que se priorice el bienestar colectivo por encima de cualquier interés individual. Y se entiende,así, que el partido –guiado por esa idea- haya intervenido, en muchas ocasiones hasta de manera abrupta, en desanimar y separar a las parejas que mostraban criterios poco colectivos para contraer matrimonio.

El doctor Valensin resalta, admirado, la eficacia de la propaganda a favor del matrimonio tardío. Y es que no solo se argumentaba que, en primer lugar, traería beneficios a la sociedad porque las fuerzas de los jóvenes se consagrarían a la revolución, sino que era polivalente: permitía la igualdad de la mujer con el varón, era un factor preventivo del cáncer de cuello uterino y permitía que los embarazos se diesen en plena madurez sexual, por lo que los hijos nacían más sanos y vivaces.

Para reforzar sus argumentos, los periódicos del partido publicaban encuestas realizadas a los jóvenes acerca del matrimonio tardío y además se difundían testimonios favorables de los ciudadanos. Ante tal contundencia, casi nadie podía resistirse.

Otro ámbito donde la planificación socialista se desarrolló hasta niveles increíbles para Occidente, fue en la cantidad de nacimientos. En 1952, a pocos años de la toma del poder por parte del PCCh, se realizó el 1° censo poblacional de la nueva república. Sus resultados desencadenaron las alarmas: 682 millones de habitantes.

… con una natalidad galopante, todos los beneficios económicos y sociales de la revolución corrían el riesgo de desaparecer. Entonces se proclamó el derecho al control de la natalidad –en 1957-, pero los chinos no parecieron muy contentos con la medida, sobre todo los hombres; fue necesaria una intensa campaña de propaganda para imponerla. (p. 91)

La campaña de propaganda se desarrolló, además de por los medios de comunicación disponibles para esa época y de los llamamientos públicos de Mao Tse Tung, sobre todo por la indesmayable labor de convencimiento realizada por los llamados “médicos descalzos” y por los comités de barrios y fábricas.

Con prácticas que en Occidente nos parecerían atentatorias de la “libertad”, en poco tiempo China logró disminuir

… la tasa de natalidad de cuarenta y cinco por mil en 1957 (…) a diez mil en 1971 y se estima que entre 1971 y 1974 debió reducirse a siete u ocho por mil. Ningún gran país obtuvo semejante descenso en la tasa. (p. 103)

Estas prácticas3 sirven para entender que la planificación socialista lo que busca es poner los intereses colectivos por encima de los individuales, a fin de que en un futuro próximo todos adquieran mayores beneficios y mayor grado de libertad. No se concibe que por los caprichos, antojos o gustos de una minoría se ponga en riesgo un sistema que dará verdadera libertad a toda la población. En función de esto, se entiende que la infidelidad, la violación y las llamadas “desviaciones sexuales” estuvieran desterradas de la sociedad cina, pues atentan abiertamente contra “el orden social”. Vale señalar que la violación sí estaba penada con la muerte, mientras que las otras dos estaban, sobre todo, sujetas a la crítica social, aspecto al que el chino es muy sensible.

Ya en 1928, Mao Tse Tung había expresado preocupación por la injusta situación de las prostitutas y proyectó liberarlas del sistema capitalista que las reducía al nivel de esclavas y las trataba como mercancía.

En 1949, con el triunfo comunista comenzó a ponerse fuera de la ley (…); en 1950, desapareció por completo. Ochocientas casas de tolerancia y ochenta mil prostitutas sólo en Shanghai tuvieron que cesar su comercio culpable. Fueron cerradas cerca de otras trescientas casas en Pekín y cuarenta mil en el resto de China. (pp. 130-131)

La recuperación de las prostitutas fue obra del nuevo orden social, donde pasaron a ser ciudadanas al igual que el resto de mujeres, recibieron educación y la oportunidad de un trabajo que fuera verdaderamente productivo a la sociedad. Varias exprostitutas se convirtieron en miembros destacados de la sociedad china, ya sea porque se afiliaron al partido y desarrollaron una carrera política importante, o bien porque lograron ser exitosas actrices de teatro.

Del total de prostitutas, solo el 10% se resistió a abandonar su antiguo oficio, por lo cual recibieron un tratamiento especial: se trabajó bastante su conciencia de lo vulnerables que eran en la nueva sociedad, ya sea por las enfermedades contraídas o porque el control de los comités barriales era tan estricto que sus actividades serían fácilmente identificadas y denunciadas. Como ha observado el doctor Valensin, el chino es muy sensible a la crítica social, de tal manera que los mecanismos utilizados con las prostitutas renuentes finalmente tuvieron éxito y colocaron a China Popular como el único Estado que había erradicado completamente la prostitución.

Si bien la planificación socialista ejercida por el PCCh en algunos aspectos relacionados con la sexualidad sorprende al doctor Valensin, hay otro aspecto más profundo que ya no solo lo sorprende, sino que genera su rechazo y revela su cuestionamiento –velado e irónico- a lo conseguido por la Revolución China al respecto. Veamos.

Fue el doctor Sun Yat-sen quien propuso la igualdad de los sexos en el mundo chino; la Revolución China liderada por el PCCh recogió la propuesta y la hizo realidad a través de mecanismos simples pero eficaces. Uno de ellos fue la uniformidad en el vestir: mujeres y varones dejaron –de pronto- de usar las vestimentas típicas chinas –vistosas, sugerentes y seductoras- para vestir el uniforme de la revolución: la famosa túnica Mao que, en realidad, fue introducida por el doctor Sun, una túnica muy elegante y funcional, sin exhibicionismos ni provocaciones.

… los chinos de ambos sexos llevan las mismas blusas y pantalones de color azul oscuro, aunque también pueden ser grises o negros…

La manera que las chinas tienen de ubicar el cierre de su pantalón –lateralmente- testimonia también el mismo pudor persistentes. Mientras que los hombres se abotonan por delante, las mujeres cierran su pantalón de costado, como hace unos años lo hacían las europeas para no atraer la mirada hacia una zona tabú. (p. 181)

Estos fragmentos son una muestra de las varias páginas donde el doctor Valensin describe al detalle cómo se logró “uniformizar” la vestimenta durante la Revolución China (gorras y zapatos incluidos), con su respectiva consecuencia: la supresión de estímulos eróticos que exacerbaran los instintos más básicos del ser humano. Y no fue solo la vestimenta, se deserotizó la sociedad en su conjunto: los avisos en las calles, los medios de comunicación escritos y los programas de radio y TV suprimieron drásticamente todo lo que tuviera que ver con el erotismo y con la pornografía, y dieron paso a propaganda que ensalzara los ideales y logros de la revolución, y fortaleciera la concepción materialista de la historia en sus ciudadanos.

El doctor Valensin reconoce que, en poco tiempo, los hospitales psiquiátricos se vaciaron de pacientes y la menarquia de las púberes chinas retrocedió en uno a dos años en comparación con Occidente, aunque le resta importancia al impacto ejercido por el nuevo orden social y más bien sugiere que este retardo podría estar relacionado con lo que él llama la “mediocridad del estado genital” en China, porque varones y mujeres chinos, en ninguna etapa de su historia, han mostrado un dimorfismo sexual marcado, como sí ocurre en Occidente.

Más allá de la posible influencia del dimorfismo sexual en este caso4, lo que resalta es la voluntad del PCCh de sustraer al varón y a la mujer de distraerse y perder el tiempo en actividades que poco o nada contribuyen a forjar la nueva sociedad comunista. La coquetería y la vanidad mostradas en el comportamiento, la vestimenta, joyas y afeites, como bien lo advirtió el PCCh, son alimento del individualismo y de instintos básicos que no deberían tener el control en un ser que, en algún momento de la historia de la humanidad, se asumió como un ser racional dispuesto a transformar la sociedad en la que se encontraba.

Así, con sus medidas drásticas, el PCCh asestó un duro golpe a los que son, hoy en día, dos de los mecanismos por los cuales el capitalismo manipula conciencias, socava voluntades y gana dinero a manos llenas: el instinto sexual y el afán de reconocimiento.

El doctor Valensin muestra una actitud ambivalente hacia lo conseguido por la Revolución China en el ámbito sexual. Si bien la felicita por el logro de la deserotización de la sociedad (“China da la impresión de complacerse en el puritanismo más estricto del mundo para contrarrestar la lubricidad del mundo capitalista”, p. 175); por otro lado, se lamenta de que durante la Revolución China la mujer, si bien se libró de la dominación del varón

… no se benefició con ninguna medida positiva en el aspecto sexual: derecho al placer, información erótica o relaciones pre y extraconyugales. Desde el punto de vista de la sensualidad, debe seguir siendo tan indiferente como frustrada. De la servidumbre del hombre ha pasado a la del trabajo estatal, y no por ello sus cadenas son menos pesadas. (p. 275).

Ante esto, cabe preguntarse: ¿es un verdadero beneficio para la mujer tener relaciones extraconyugales a pesar de estar casada? ¿será necesario para una adecuada sexualidad contar con información erótica? ¿un matrimonio o “emparejamiento” basado en la comunidad de ideas quita el “derecho al placer”? Esta lectura no es lugar para responder a dichas interrogantes, pero vale señalar que, en la cita mencionada, el doctor Valensin muestra lo que es la esencia del pensamiento burgués: el individuo y sus deseos por encima de lo colectivo; la satisfacción de instintos y caprichos como supuesta expresión de la “libertad”, aunque haga daño a otros y a sí mismo.

Como parte final del libro, el doctor Valensin hace un ejercicio de predicción: ¿cómo se desarrollará la sexualidad en China después de la muerte de Mao Tse Tung? Y responde, en líneas generales, que será muy parecida a lo que se ve en Japón, pero siempre matizada por la tradición china del pudor y la contención. No se equivocó. A partir de la década de los 80 del siglo pasado, bajo la dirección de Deng Xiao-ping, China inició su viraje hacia el capitalismo. Un capitalismo de Estado, controlado por el PCCh, pero capitalismo al fin, y que ha generado en China todas las manifestaciones propias de un país capitalista en materia sexual: prostitución (a pesar de que la prostitución en China sigue siendo una actividad ilegal, en mayo del 2017 se calculó alrededor de 10 millones de prostitutas, clasificadas en siete niveles5, de acuerdo con el estatus que ocupan en la sociedad), pornografía (de manera clandestina, debido a la censura que ejerce el partido, especialmente en la Internet y las redes sociales), concubinato (principalmente entre los funcionarios, más proclives a la corrupción del poder  y del dinero6), infidelidades (sobre todo en las clases media y alta), agresiones sexuales hacia mujer, erotización de la sociedad, etc.

Como afirmamos al inicio, la Revolución China, incluido el corto periodo de la Revolución Cultural, significó un gran “asalto al cielo”, uno que pretendió y logró –aunque sea por corto tiempo- hacer más humano al ser humano, sustraerlo de sus pulsiones más básicas y manipulables para, más bien, extraer de él todas sus potencialidades –anuladas en el sistema capitalista-  y ponerlas en función de alcanzar un mundo justo y sin explotación.

Esta primera batalla se perdió, no porque la concepción materialista de la historia haya fallado, sino por la acción negativa de pequeñoburgueses disfrazados de comunistas, enquistados en los diferentes niveles del poder. La tarea pendiente es hoy más difícil: las nuevas generaciones, menos conscientes y más manipulables que antes, son presa fácil de los mecanismos de la burguesía: si no es el sexo, es la vanidad, o los dos juntos. No hay nada de secreto en estos procedimientos, son patentes y conocidos. Ya queda en manos de la izquierda mundial actuar como corresponde.
__________
(*)Valensin, G. (1979). La vida sexual en China Comunista. Barcelona: Grijalbo. Salvo que se indique lo contrario, todas las citas corresponden a esta edición.
(1) Este “consuelo” hace clara referencia a las prostitutas. En un país donde había cerca de 24 millones más varones que mujeres, donde el matrimonio dependía de la riqueza material y la poligamia estaba institucionalizada, era una realidad que no pocos varones (solteros y casados) recurrían a las prostitutas para resolver sus carencias sexuales y de afecto, a falta de mujeres honorables disponibles. Y, a diferencia de Occidente, donde es frecuente abusar de la confianza de familiares y amigos, en China, el carácter casi sagrado de la amistad y de los vínculos de sangre, hacía imposible la satisfacción de dichas necesidades con la mujer del amigo o del familiar.
(2) Según lo refiere el doctor Valensin, en China comunista la comunidad de ideas políticas era considerada “la base del amor”.  A diferencia de lo que por lo general ocurre en Occidente, ni el interés económico ni el capricho ni la atracción física por sí sola eran tomados en cuenta como criterios válidos para contraer matrimonio.
(3) Hace referencia al control público de los periodos menstruales de las obreras en varias fábricas chinas, a fin de detectar más rápidamente cualquier retraso. También a la planificación conjunta en los comités barriales de cuántos nuevos nacimientos se podría permitir en el año y cuáles serían las parejas autorizadas para procrear, de acuerdo con criterios de número de hijos hasta el momento, posibilidades en función al tiempo que pasaban juntos los esposos, edad, etc. Finalmente, está la tarea de los “médicos descalzos”, que llevaban la cuenta de los periodos menstruales de las mujeres en la zona que tenían a cargo y se encargaban de repartirles diariamente, y en sus propias casas, las pastillas anticonceptivas, con lo cual prácticamente se reducía a cero la posibilidad de salir embarazada por algún olvido.
(4) El polígrafo peruano Marco Aurelio Denegri ha estudiado con bastante detalle la decreciente presencia del dimorfismo sexual en la sociedad occidental contemporánea y ha encontrado efectos distintos a los mostrados durante la Revolución China, lo que cuestionaría la hipótesis del doctor Valensin.
(5) El País (2017, 12 de mayo). “La profesión más antigua en la China más moderna”. Recuperado de https://internacional.elpais.com/internacional/2017/05/11/actualidad/1494518807_994425.html
(6) El País (2014, 24 de abril). “Las concubinas del siglo XXI son la perdición de los corruptos en China”. Recuperado de https://elpais.com/elpais/2014/04/17/gente/1397767729_947633.html

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