Nota:
Con algunas precisiones, solicitadas por algunos
compañeros, republicamos el artículo sobre el frente unido de la izquierda
peruana de nuestro compañero Eduardo Ibarra.
08.05.2016
El Frente Unido
de la Izquierda Peruana
Eduardo
Ibarra
¿Es necesario el frente unido de la izquierda peruana,
en el sentido más amplio de este término? ¿Es posible este frente?
No puede
darse respuesta a estos interrogantes sin tener en cuenta algunos antecedentes.
En el
artículo La unidad de la izquierda y el
pensamiento de Mariátegui, publicado en la revista Marka el 29 de agosto de 1979, Ricardo Luna Vegas escribió lo
siguiente: “… todas las organizaciones políticas pertenecientes a la izquierda
peruana reconocen la autoridad ideológica, política y moral de José Carlos
Mariátegui”. “Los problemas económico-sociales del Perú de 1979-80 son, sin
duda, de una magnitud mucho mayor que los del Perú de 1923-30, en que le tocó
actuar a Mariátegui. Pero la esencia de esos problemas y de sus soluciones
sigue siendo la misma. Por tanto es conveniente que los dirigentes de todas las
agrupaciones políticas de la izquierda marxista busquen orientación en el
pensamiento de Mariátegui y, en particular, en el volumen 13 de sus Obras Completas, titulado Ideología y Política. En especial
deberían detenerse a reflexionar sobre su artículo de 1924, titulo ‘El 1 de
Mayo y el Frente Unico’”. “Y, en el mismo volumen, deberían examinar también el
esquema del Programa del Partido Socialista del Perú redactado por Mariátegui,
que contiene valiosas ideas, muchas de ellas aún vigentes, tanto en su parte
doctrinaria como en la sección en que se enumeran las ‘reivindicaciones
inmediatas’” (1).
Por su parte, en el documento ¡Desarrollemos la creciente protesta
popular!, setiembre 1979, Abimael
Guzmán sostuvo que “el frente único es
para la lucha armada y ésta es el crisol en que se forjan y desarrollan el
frente único y el Partido” (Guerra
Popular en el Perú. El pensamiento Gonzalo, recopilación y edición de Arce
Borja, Bruselas, 1989, t.I, p.136).
Es decir, mientras Luna Vegas
promovía, según se deduce del contexto de la situación, un frente para la lucha
electoral, Guzmán promovía otro para la lucha armada.
De esa forma se plantearon dos
estrategias: una, que tenía la pretensión de acumular fuerzas para ser
gobierno; otra, que tenía el propósito de tomar el poder, pero sin llevar la
lucha de clases, en el curso de la acumulación de fuerzas en la lucha
electoral, hasta el “punto de
ebullición”.
Así, un sector de la izquierda
expresó su reformismo, y el otro su revolucionarismo a ultranza.
De esa forma la izquierda acentuó su
fractura.
Ahora es historia la implosión de
Izquierda Unida, así como la derrota del PCP-SL
Y si las organizaciones que fueron
parte de Izquierda Unida le deben al pueblo peruano una autocrítica, el PCP-SL
le debe otra autocrítica.
Ahora que las aguas han vuelto a su
nivel, y que todas las fuerzas de izquierda, sin excepción, dicen reconocer a
Mariátegui como su fuente teórica, y que, asimismo, reconocen que la lucha
electoral es una forma de acumular fuerzas, hay que tomarles la palabra, y, por
lo tanto, es necesario puntualizar algunas cuestiones.
Mariátegui señaló: "Como
socialistas, podemos colaborar dentro del Apra o alianza o frente único, con
elementos más o menos reformistas o socialdemocráticos -sin olvidar la vaguedad
que estas designaciones tienen en nuestra América- con la izquierda burguesa y
liberal, dispuesta de verdad a la lucha contra los rezagos de feudalidad y
contra la penetración imperialista".
De esta cita es menester destacar
dos cosas: 1) colaborar, dentro del
frente, con elementos reformistas y socialdemocráticos y con la izquierda
burguesa y liberal; 2) lucha contra
los rezagos de feudalidad y contra el imperialismo.
En un país como el Perú, el frente
unido es el problema de la relación del proletariado con la burguesía media (la izquierda burguesa y liberal), o,
para decirlo en otros términos, la relación del socialismo con las tareas
democráticas.
Al mismo tiempo, es la relación
entre el proletariado revolucionario y la pequeña burguesía reformista (elementos socialdemocráticos).
Por lo tanto, en su proceso de
construcción, el Frente Unido del Pueblo Peruano puede incluir elementos
reformistas y de la “izquierda burguesa y liberal”, pero, claro está, a
condición de que estén dispuestos de
verdad a la lucha contra la opresión imperialista, el capitalismo burocrático y
el gamonalismo supérstite.
Lo mismo vale para un posible frente
de la izquierda: los elementos reformistas pueden ser parte del mismo, pero,
desde luego, a condición de que acepten un programa que comprenda la lucha
contra las mencionadas tres montañas que pesan sobre el pueblo peruano.
En los últimos tiempos, los hechos
han confirmado la fractura de la izquierda: el Frente Amplio se constituyó sin
que sus promotores se propusieran la unidad de toda la izquierda, y un sector
de la izquierda ortodoxa (de alguna manera hay que llamarla) tiene constituido
desde hace algún tiempo un frente escasamente representativo.
¿Cuál es, hoy por hoy, la realidad que tenemos delante?
En primer lugar, la dispersión
ideológica y política de nuestro pueblo (hegemonía de la burguesía); en segundo
lugar, la necesidad de construir el Frente Unido del Pueblo Peruano con un
programa inspirado en el programa de Mariátegui (lucha por la hegemonía del
proletariado); en tercer lugar, una izquierda fracturada, tal como se ha visto.
En el proceso de construcción del
Frente Unido del Pueblo Peruano, ¿tiene la izquierda un papel especial que
jugar?
Bien podría la izquierda constituir
un frente que establezca un programa como el sugerido, y convertirse así en la
base de la construcción del Frente del Pueblo Peruano.
Bien podría, si el Frente Amplio se
esforzara por no seguir siendo poco amplio, y el frente de cierto sector de la
izquierda ortodoxa se esforzara por dejar a un lado su aislacionismo.
El Frente Unido del Pueblo Peruano
es para la revolución, y no para ningún fin reformista.
Por lo tanto, el frente de la
izquierda tiene que tener el mismo objetivo.
Por eso, llamar a la unidad de la
izquierda en nombre de la lucha contra el neoliberalismo, es recortar el
objetivo del frente.
La lucha contra el neoliberalismo
es, obviamente, un aspecto de la lucha del pueblo peruano y, por lo tanto, es
también un aspecto de la lucha de la izquierda, pero no puede ser el objetivo
fundamental en ninguno de los dos casos.
La experiencia venezolana y otras experiencias
han demostrado ya los límites de “la lucha contra el neoliberalismo”.
A propósito, es pertinente la
siguiente cita de Mariátegui: “Sin prescindir del empleo de ningún elemento de
agitación anti-imperialista, ni de ningún medio de agitación de los sectores
sociales que eventualmente pueden concurrir a esta lucha, nuestra misión es
explicar y demostrar a las masas que sólo la revolución socialista opondrá al
avance del imperialismo una valla definitiva y verdadera” (Punto de vista anti-imperialista, en Ideología y política, p.91).
Por otro lado, llamar a la unidad de
la izquierda sin establecer programáticamente la lucha por el poder, es
promover la unidad por la unidad, y, de hecho, el seguidismo respecto al
programa reformista del Frente Amplio.
Pues bien, para terminar, dejamos en
negro sobre blanco que sería necesario construir un frente de la izquierda en
el sentido general del término, pero sobre la base de un programa que
comprenda, entre otras cosas, la liquidación de la opresión imperialista y la
explotación del capitalismo burocrático y del gamonalismo supérstite.
Pero, naturalmente, surgen estas
preguntas: ¿será posible ese frente ahora? ¿Es posible, ahora, un frente de la
izquierda que impulse el Frente Unido del Pueblo Peruano, y que, así, se
convierta en su base y su centro?
Puede decirse que el frente de la
izquierda peruana es una necesidad, pero no puede decirse con igual certidumbre
que actualmente sea posible.
El sectarismo, el aislacionismo, el
“frente sectario”, son productos de la histórica fractura de la izquierda
peruana.
Son el producto del mal manejo de la
dialéctica en el seno del pueblo: una cosa son las legítimas luchas ideológicas
en el marco del proletariado, y otra cosa es la necesidad de la unidad del pueblo
peruano en la lucha común contra el enemigo común; aquellas luchas no tienen
por qué impedir esta unidad; y, esta unidad, no tiene por qué impedir la
independencia de cada integrante del frente y, por lo tanto, la legítima lucha
de ideas en su interior.
El sectarismo, el aislacionismo, el “frente
sectario”, son males que solo pueden ser superados a condición de que todas las
fuerzas y todas las corrientes pongan el objetivo general de la revolución por
encima de cualquier interés particular.
Por lo tanto, en consecuencia, ergo,
hay que seguir rebanando el pan.
Notas
[1] Luna Vegas habla de la izquierda marxista, concepto
que aplica con una generalidad que no compartimos. En el artículo La creación heroica de Mariátegui y el liquidacionismo de derecha, hemos
criticado dicha generalización, pues comporta la idea de que las corrientes
oportunistas y revisionistas son distintas escuelas del marxismo. Por otro
lado, es menester reconocer que, en su citado artículo, Luna Vegas planteó una
idea pionera en relación a la vigencia de Mariátegui y su programa como
cuestión básica para el frente unido de la izquierda peruana, cuestión
actualmente válida no solo para un sector de la misma, sino para todas sus
corrientes en general.
¡Viva la
Unidad Revolucionaria del Pueblo Peruano!
¡Retomar y
Actualizar el Programa de Mariátegui!
¡Continuar
el Camino de Mariátegui!
11.03.2016.
¡Defender
el Pensamiento de Mariátegui de toda tergiversación y desarrollarlo en función
de la realidad actual!
La Creación
Heroica de Mariátegui y el Liquidacionismo de Derecha
(Sexta
Parte)
Eduardo
Ibarra
LA CONTRADICCIÓN ENTRE EL MARXISMO y el revisionismo es
antagónica.
Por eso Lenin señaló: “… cuando el
marxismo hubo desplazado a todas las doctrinas más o menos completas hostiles a
él, las tendencias que se albergaban en estas doctrinas comenzaron a buscar
otros caminos. Cambiaron las formas y los motivos de lucha, pero la lucha
continuó. Y el segundo medio siglo de existencia del marxismo (década del 90
del siglo pasado) comenzó con la lucha de la corriente hostil al marxismo, en
el seno de éste”. “Esta corriente debe su nombre al ex marxista ortodoxo
Bernstein, que es quien más ruido hizo y quien dio la expresión más completa a
las enmiendas hechas a Marx, la revisión de Marx, al revisionismo” (Marxismo y revisionismo, ibídem, pp.112-113).
La lucha del marxismo contra el
revisionismo es la continuación de la lucha de Marx y Engels contra el
oportunismo en el siglo XIX.
En efecto, desde la década de 1840,
los fundadores desarrollaron una consecuente lucha contra diversas corrientes
de pensamiento adversas al marxismo: jóvenes hegelianos, economistas vulgares,
proudhonianos, blanquistas, bakuninistas, lassalleanos, positivistas (Dühring),
socialdemócratas de derecha alemanes, posibilistas franceses, fabianos
ingleses.
Acerca de esas luchas, Lenin
observó: “… lo que nos interesa… no es la apreciación desde el punto de vista
histórico de la justeza o exageración de los ataques de Marx contra
determinados socialistas, sino la opinión que tenía Marx desde el punto de vista de los principios acerca de determinadas
corrientes del socialismo en general” (ibídem,
p.71; cursivas en el original; elipsis nuestras).
Desde
el punto de vista de los principios significa que Marx y Engels
defendieron la pureza del marxismo frente a concepciones contrarias, y, desde
luego, sin que les preocupara en absoluto ser calificados de doctrinarios.
Lenin señaló que “el leitmotiv de [las luchas contra las diversas corrientes
del socialismo en general] es una advertencia contra el ‘ala derecha’ del
partido obrero, es una guerra implacable (a veces, como la de Marx en los años
1877-1879, una guerra furiosa) contra el oportunismo en las filas de la
socialdemocracia” (ibídem, p.70).
Y, nadie puede tener la menor duda
de que tales luchas impulsaron el desarrollo de la teoría marxista.
Como es de conocimiento general, la
lucha de Marx y Engels contra el oportunismo fue continuada en nuestra época
por Lenin, Mao y otros teóricos marxistas (Mariátegui entre ellos).
Pues bien, Lenin
señaló: “La época imperialista no tolera la
coexistencia en un mismo partido de los elementos de vanguardia del
proletariado revolucionario y la aristocracia semipequeñoburguesa de la clase
obrera… La vieja teoría de que el oportunismo es un ‘matiz legítimo’ dentro de
un partido único y ajeno a los ‘extremismos’ se ha convertido hoy día en el engaño
más grande de la clase obrera, en el mayor obstáculo para el movimiento obrero.
El oportunismo franco, que provoca la repulsa inmediata de la clase obrera, no
es tan peligroso ni perjudicial como esta teoría del justo medio, que exculpa
con palabras marxistas la práctica del oportunismo, que trata de demostrar con
una serie de sofismas la inoportunidad de las acciones revolucionarias, etc.
Kautsky, el representante más destacado de esta teoría y al mismo tiempo el
prestigio más autorizado de la II Internacional, se ha revelado como un
hipócrita de primer orden y como un virtuoso en el arte de prostituir el
marxismo” (La bancarrota de la II
Internacional, ibídem, p.275).
Acerca de esa “teoría” de Kautsky de la conciliación con el
revisionismo, Lenin puntualizó: “Ahora toda la cuestión consiste en decidir si,
como hacen Kautsky y Cía., hay que intentar introducir nuevamente ese pus en el
organismo, en aras de la ‘unificación’ (con el pus), o si para contribuir a la
completa curación del organismo del movimiento obrero, es menester eliminar esa
podre del modo más rápido y cuidadoso, aunque este proceso produzca
temporalmente dolor” (ibídem, p.285).
Por eso llegó a la conclusión de que “Es absurdo seguir
considerando el oportunismo como un fenómeno interior de Partido (ibídem, p.287); y que “… en principio
debemos exigir ineludiblemente la plena ruptura con el oportunismo” (ibídem, p.281).
Lenin desenmascaró la treta de Kautsky: “Observemos
de paso que llamando socialistas a los no bolcheviques de Rusia, es decir, a
los mencheviques y eseristas, Kautsky se guía por su denominación, es decir,
por la palabra, y no por el lugar que efectivamente ocupan en la lucha del
proletariado contra la burguesía. ¡Magnífico modo de concebir y aplicar el
marxismo!” (36).
Ese
magnífico modo de concebir y aplicar el marxismo, es copiado por García, quien, como se sabe, le extiende
certificado de socialista a los distintos matices del oportunismo y del
revisionismo actuantes en nuestro medio. Es decir, la treta de García es la
treta de Kautsky.
Precisamente, con base en esa treta, desde hace tres décadas,
más o menos, nuestro liquidador promueve la “teoría” kautskiana de la
convivencia de marxismo y oportunismo (37).
Así, pues, en este caso también, García repite servilmente al renegado Kautsky.
Por lo tanto, todo
lo que hacen los demás liquidadores es repetir a Kautsky, vía García.
El trasfondo de la posición de García copiada de Kautsky, es la negación del antagonismo entre el
marxismo y el revisionismo.
Esa negación se expresa en el hecho de que para nuestro liquidador
los diversos matices de oportunismo y de revisionismo no son nada más que
diferentes “escuelas del marxismo”. Con este mísero argumento pretende sentar
una base ideológica para su partido-amalgama.
Así, pues, en el Perú de hoy, el revisionismo
continúa su lucha contra el marxismo, y, en síntesis, se presenta como la
abjuración del marxismo-leninismo; la
negación de la filiación marxista-leninista de Mariátegui y el PSP; la reformista teoría del camino municipal al socialismo; la
tentativa de liquidar el partido de clase.
Ahora bien, si alguien tuviera alguna dificultad para
entender las razones teóricas expuestas, puede entender, en cambio, seguramente,
el significado del intento del grupo de García de fusionarse con el PCP-Unidad.
El PCP-Unidad es un partido que ha heredado la vieja
tradición revisionista de diversos Comités Centrales posteriores a abril de
1930, y que, tempranamente, tomó partido por el revisionismo contemporáneo, con
las conocidas consecuencias políticas que ello trajo aparejado.
Y, como es de conocimiento general, el PCP-Unidad no se ha
autocriticado en absoluto de su consuetudinario revisionismo y de su frecuente
política de conciliación de clases.
No se ha autocriticado en la teoría ni se ha rectificado en
la práctica.
Precisamente con ese partido el grupo de García intentó
fusionarse y guarda todavía la esperanza de fusionarse.
¡Los liquidadores anhelan fusionarse con el partido
representante tradicional del revisionismo peruano! Es decir, ¡aspiran a
fusionarse con un partido que es heredero ideológico del “PCP fundado el 20 de
mayo de 1930”! (38).
Pero, desde luego, no debe extrañar que el grupo
liquidacionista quiera fusionarse con el PCP-Unidad (así como con otras corrientes revisionistas), pues, como se ha visto, sus
integrantes han renegado de la lucha contra el revisionismo contemporáneo y
levantan posiciones revisionistas supuestamente nuevas.
De manera que el intento de fusión que comentamos no sería otra
cosa que la fusión de dos matices de revisionismo.
Y, revisionismo más revisionismo, igual revisionismo (39).
Engels señaló: “… ya el viejo Hegel decía que un partido
demuestra su triunfo aceptando y resistiendo la escisión. El movimiento proletario pasa necesariamente por diversas
fases de desarrollo, y en cada una de ellas se atasca parte de la gente, que ya
no sigue adelante. Esa es la única razón de que en la práctica la ‘solidaridad
del proletariado’ se lleve a cabo en todas partes por diferentes grupos de
partido que luchan entre sí a vida o muerte, como las sectas cristianas del
Imperio romano en la época de las peores persecuciones” (carta a Augusto Bebel
del 20 de junio de 1873, en OE en
tres tomos, t.II, p.458).
Por su parte, Mariátegui señaló: “Los elementos que trabajamos
por el socialismo, con los obreros y campesinos, daremos vida a nuestro Partido
Socialista. Los que con un programa nacionalista revolucionario quieran
organizar a la pequeña burguesía, son muy libres de hacerlo. Si su partido,
hipotético por el momento llega a ser una organización de masas, no tendremos
inconveniente en colaborar eventualmente con él con objetivos bien definidos. Los términos del debate quedan así bien
esclarecidos y todo reproche por divisionismo completamente excluido. No hay
por nuestra parte divisionismo sino clarificación. Queremos que se constituyan
fuerzas homogéneas; queremos evitar el equívoco; queremos salir del
confusionismo. ¿Puede haber doctrinal y teóricamente un propósito más neto y
más oportuno? Lo dudo” (carta a Mario Nerval del 28 de junio de 1929, Correspondencia, t.II, p. 597. Cursivas
mías).
Es decir, tanto el
dialéctico Engels como el dialéctico Mariátegui comprendían perfectamente que la solidaridad revolucionaria del
proletariado solo es posible a través de la lucha ideológica en su seno.
Sin embargo, García, oculto tras el seudónimo de Eusebio
Leyva, escribió: “esas auténticas taras que durante décadas (especialmente en
los 70) estragaron como un cáncer el movimiento socialista y popular”. “Esta práctica, revivida en la segunda década del Siglo XXI,
es retrógrada, patéticamente contra la marcha del progreso y de la Historia”
(40).
Pero seamos objetivos.
Ya arriba hemos reseñado sucintamente la lucha de Marx y
Engels contra las diversas corrientes del oportunismo durante el siglo XIX,
lucha que permitió mantener la pureza del marxismo. Ahora señalemos,
sucintamente también, que Lenin llevó adelante una consecuente lucha contra
diversas corrientes revisionistas (economismo, menchevismo, liquidacionismo,
socialchovinismo), luchas acerca de las cuales él mismo señaló que habían
permitido al bolchevismo crecer, fortalecerse y templarse.
Y si la lucha de Marx y Engels determinó que en la década
del noventa del siglo XIX el marxismo triunfara sobre las otras ideologías
existentes en el movimiento obrero, en nuestra época la lucha de Lenin
determinó el triunfo del marxismo sobre el revisionismo de la Segunda
Internacional y, específicamente, sobre sus variantes rusas, lo cual, como es
evidente, permitió llevar la Revolución Rusa hasta la victoria, así como,
después, la lucha de Mao contra las variantes chinas del revisionismo permitió
el triunfo de la Revolución China.
En el Perú, desde los años 1920 hasta fines de los años
1960, el marxismo peruano empeñó la lucha contra diversas tendencias
oportunistas y revisionistas: el anarcosindicalismo; el oportunismo pequeño
burgués del aprismo naciente; el revisionismo de Luciano Castillo; el
oportunismo de izquierda, primero, y de derecha, después, de Ravines; el
revisionismo browderista; el revisionismo jruschoviano; los remanentes del
revisionismo de Sotomayor; el oportunismo de derecha disfrazado de “izquierda”;
el liquidacionismo de derecha.
En los años setenta tuvo lugar la lucha contra el
liquidacionismo de “izquierda” de García, entre otras luchas.
Desde luego, en esta última década hubo algunas escisiones
que fueron el resultado de un mal manejo de la contradicción y aun del apetito
de algún caudillo de pacotilla (cosas que incluso se han repetido
posteriormente), pero nada de esto impide ni puede impedir reconocer el
contenido ideológico de las diversas luchas que finalmente han clarificado la
situación, y que, por lo tanto, han demarcado debidamente las diversas fuerzas.
Ahora mismo, la lucha contra el liquidacionismo de derecha
de García es una necesidad absoluta de la lucha ideológica del proletariado
consciente, y su desarrollo ha permitido esclarecer la vigencia del marxismo-leninismo,
el carácter doctrinariamente homogéneo, de clase, del PSP y la filiación
marxista-leninista de Mariátegui, entre otras cuestiones de fundamental
importancia.
Sin embargo, según la óptica kautskiana de García, toda la lucha
de Marx y Engels contra las diversas corrientes del socialismo en general, y
particularmente toda la lucha de Lenin, Mao, Mariátegui y otros teóricos
marxistas contra el revisionismo, ha sido una “práctica retrógrada” (41).
Pues bien, la dialéctica le permitirá a cualquier marxista
comprender que las luchas mencionadas arriba tuvieron su fuente en objetivas
contradicciones sociales (42).
Esa es
la visión marxista de las luchas ideológicas ocurridas en el seno del pueblo
peruano, y, por lo tanto, a esta visión tiene que atenerse quienquiera que
desee estudiar seriamente la historia de tales luchas ideológicas y
comprenderlas cabalmente.
En
cambio, como se ha visto, García quiere vender la idea de que tales luchas han
sido provocadas, en todos los casos, por el perverso ánimo divisionista de los
individuos, y no por legítimas discrepancias.
Esa
opinión idealista, metafísica, superficial, confusionista, no es inocente en
modo alguno. Con ella nuestro liquidador busca deslegitimar la más que
centenaria lucha del marxismo contra el oportunismo y el revisionismo, y,
específicamente, la lucha del marxismo peruano contra tales desviaciones (desde
los tiempos de Mariátegui a hoy), y de esta forma oscurantista justificar su
plan de un partido doctrinariamente variopinto.
Tanto durante el tiempo en el que el marxismo ruso no pasó
de ser una corriente ideológica (1883—1894), como cuando se convirtió en una
organización vinculada al movimiento obrero de masas (a partir del último año
nombrado), no cesó un solo instante la lucha contra las diversas corrientes
revisionistas, lucha que no impidió la unidad revolucionaria del pueblo ruso en
la lucha común contra el enemigo común, sino que, por el contrario, la hizo
posible y la hizo realidad.
Mariátegui desarrolló firme lucha contra diversas corrientes
oportunistas y revisionistas desde su regreso al Perú en abril de 1923 hasta su
muerte, y esta lucha permitió la constitución del PSP, la fundación de la CGTP
y de la Federación de Yanaconas del Perú, es decir, la hegemonía del
proletariado consciente en el movimiento de masas.
Lo
precisado se explica porque la lucha
del marxismo contra el oportunismo y el revisionismo es una cosa, y la lucha
común contra el enemigo común es otra cosa; porque, por lo tanto, la primera
lucha no tiene por qué impedir la segunda; porque, finalmente, solo por medio
de aquella lucha el proletario consciente puede lograr una lucha común contra
el enemigo común sin la limitación que le impondría una hegemonía del
reformismo.
En el seno del pueblo hay muchas corrientes ideológicas y,
esto, es completamente natural. Por lo tanto, la unidad revolucionaria del
pueblo es la unidad de dispares en la
lucha común contra el enemigo común.
En conclusión, las luchas en el seno del pueblo no impiden
ni tienen por qué impedir su unidad en la lucha común contra el enemigo común
cuando la dirección revolucionaria tiene la capacidad de lograrla a pesar de
las fisuras internas.
Como se ha visto, esa es la lección de la experiencia
bolchevique, del PSP y de otras experiencias.
Pero la superficialidad pretende que, después de 1930, el
pueblo peruano no ha alcanzado la necesaria unidad ¡por las luchas ideológicas
en su seno! ¡Pretende que “durante décadas”, y “especialmente en los 70”, esas
luchas impidieron la unidad del pueblo y del Socialismo Peruano! ¡Pretende que
“Esta práctica, revivida en la segunda década del Siglo XXI, es retrógrada”!
Durante
décadas, dice García, es decir, desde los años
1920. Especialmente en los 70, dice
también, es decir, en los tiempos de la lucha contra el liquidacionismo de
derecha de Saturnino Paredes y el liquidacionismo de “izquierda” del propio
García (entre otras luchas, obviamente). Esta
práctica, revivida en la segunda década del siglo XXI, dice finalmente, es
decir, en estos tiempos en que él mismo, García, ha falsificado cuestiones
fundamentales dirimentes del pensamiento de Mariátegui y está empeñado en
liquidar el partido de clase.
Es decir, nuestro liquidador pretende tener patente de corso
para renegar el marxismo-leninismo, falsificar a Mariátegui, promover el
reformista camino municipal al socialismo y liquidar el partido de clase, y
para, ante nuestra lucha contra semejantes posiciones, ponerse a gritar: ¡esa
lucha es una práctica retrógrada que va
contra el progreso y la Historia!
Para el liquidacionismo, pues, marchar a favor de la
Historia es negar el materialismo y asumir el idealismo; es abjurar de la
dialéctica y adherirse a la metafísica; es falsificar los hechos históricos y
difundir un triste cuento.
Así, pues, tenemos al idealista García contra el
materialista Lenin; al metafísico García contra el dialéctico Mariátegui; al
falsario García contra los veraces Lenin, Mariátegui, etcétera.
El lloriqueo de García por las clarificadoras y demarcadoras
luchas ideológicas en el seno del proletariado, es una expresión de su talante
pequeño burgués, de su concepción oportunista, de su inveterada costumbre de
tergiversar los hechos para llevar agua a su molino.
La negación de la realidad del revisionismo; la falsificación
de las luchas del marxismo contra el oportunismo y el revisionismo; el intento
de liquidar el partido de clase; son
algunas de las consecuencias de la abjuración del marxismo-leninismo que
caracteriza a García (43).
Pero, por eso mismo, tales
cuestiones constituyen una ruptura fundamental respecto a la Creación Heroica
de Mariátegui.
Notas
[36] La revolución
proletaria y el renegado Kautsky, ibídem,
p.392. Y más adelante agregó el jefe de la revolución rusa“… Kautsky no podía
haber dado mejor prueba acreditativa de
su caída política. ¡Kerensky era también ‘socialista’, camaradas obreros, sólo
que ‘de un matiz distinto’!” (ibídem,
p.478). Por lo demás, no se debe olvidar que Ebert, Scheidemann y Noske,
responsables de los asesinatos de Carlos Liebknecht y Rosa Luxemburgo, ¡también
eran “socialistas”!
[37] Por cuanto
en la lucha entre el marxismo y el revisionismo, se configura, por lo general,
una posición ecléctica, conciliadora, centrista, es pertinente citar las
siguientes afirmaciones de Lenin respecto a esto: “Liebknecht –se
queja Engels– es un conciliador y trata siempre de encubrir con frases las
divergencias” (Ibídem, p.74) “En el fuego de la lucha revolucionaria, los hombres que se
dedican a conciliar lo inconciliable no serán mas que pompas de jabón”. En
nuestro medio hay no pocos casos de eclecticismo y conciliacionismo respecto al
revisionismo, pero aquí podemos mencionar uno que conocemos muy bien: el caso
de Jaime Lastra, quien, como se sabe, se pasó casi una década poniéndole el
hombre al plan de García de liquidar el partido de clase, y que,
desenmascarado, actualmente muestra su debilidad ideológica respecto a un grupo
salido del PCP-Unidad, grupo que, como se sabe también, no ha abandonado las
posiciones del revisionismo. El mencionado conciliador, como todo el resto de
conciliadores, no pasa, en su discurso, de encubrir con frases las divergencias
con el revisionismo. Léase la prueba de nuestro aserto: “Reconocerse ser parte de una tendencia,
grupo, partido o secta no es que sea negativo por el solo hecho del significado
de esas palabras. Lo valorativo está en la praxis política del integrante y de
su colectividad, que puede ser positiva o negativa. Por ejemplo, no es MALO ser
‘marxista’, ‘marxista-leninista’, ‘marxista-leninista-maoísta’; tampoco lo es
ser ‘guevarista’, ‘mariateguista’, ‘trotskista’, ‘fidelista’, etc. Lo positivo
y negativo de cada colectividad se verá en su praxis política. Los antecedentes
son solo una referencia a tener en cuenta. Con toda la importancia y
consecuencias que esos antecedentes puedan significar, lo decisivo es el
comportamiento actual y las perspectivas de esas tendencias, grupos, partidos y
sectas políticas” (artículo fechado el 10 de octubre de 2011 y publicado
en el blog Camino Socialista; mayúsculas
en el original). El lector puede comparar esta cita con la posición neta y la
lucha firme de Marx, Engels, Lenin, Mariátegui y otros marxistas contra el
oportunismo, y comprobar por sí mismo que Lastra se ha convertido en una
verdadera pompa de jabón que algunos oportunistas utilizan para sus propios
fines. Para un análisis más detallado del conciliacionismo de Lastra, puede
consultarse nuestro artículo La
Reconstitución y la política concreta III, 11.02.2015.
[38] Como se sabe, García sostiene la idea de que la reunión
del 20 de mayo de 1930 no se limitó a cambiar el nombre del partido fundado por
Mariátegui el 7 de octubre de 1928, sino que fundó un otro partido. Esta idea
es repetida servilmente por Aragón, Pérez, Velásquez y demás liquidadores.
Obviamente este no es el lugar adecuado para esclarecer si la aludida reunión
fundó un otro partido, o, en su defecto, sentó cierta base para desandar lo
establecido por Mariátegui, manteniéndose, al mismo tiempo, en el interior del
PCP, una corriente marxista-leninista, cuya lucha de décadas cobró sus frutos
ideológico-políticos y orgánicos a partir de la década de los sesenta, lo cual constituye una particularidad de su
historia. Como se ha comprobado varias veces, García es una persona
marcadamente maniobrera. Por ejemplo, mientras en el artículo El movimiento comunista, sostiene que el
partido de Alemania (se refiere al Partido Socialista Unificado de Alemania que
estuvo en el poder, partido hundido hasta las narices en el pantano del
revisionismo), es “El Partido de Marx”, considera, por el contrario, que el
cambio de nombre aludido arriba determinó la liquidación del Partido de
Mariátegui; es decir, mientras por un lado pretende encontrar una continuidad
orgánica entre el Partido Socialdemócrata Alemán (el partido de Marx y Engels)
y el mencionado PSUA, por otro lado niega la continuidad orgánica del partido
de Mariátegui más allá del 20 de mayo de 1930 (y esta es una de las claves del
problema). ¿Cómo es, pues, eso de que el PSUA es el “Partido de Marx”, y que el
PCP “no es el Partido de Mariátegui”? Mientras en el PSUA no quedó del marxismo
sino la fraseología, en los años sesenta el PCP retomó (mal que bien) el
pensamiento de Mariátegui, lo estableció como piedra angular de su base de
unidad y acordó la tarea de la reconstitución partidaria. ¿Por qué García no
aplica para este partido la lógica que aplica para el partido alemán? ¿A qué se
debe esta doble contabilidad? Pues al hecho de que para parecer muy
mariateguista, García pretende desconocer al PCP bajo el pretexto del cambio de
nombre y de línea oficial, con lo cual niega la lucha de décadas entre el
marxismo y el oportunismo en sus filas, que finalmente arrojó los frutos
señalados (y esta es otra clave del problema). Por eso, dicha pretensión de
mariateguismo se revela como una simple impostura, que se presenta más grosera
todavía, cuando se tiene en cuenta que nuestro liquidador falsifica
completamente la verdad doctrinal y orgánica del PSP y que, como si esto fuera
poco, abriga la intención de fusionarse con el PCP-Unidad, partido heredero
ideológico de la reunión de mayo de 1930 (no en el sentido específico de
continuar la desviación izquierdista que finalmente se impuso bajo la batuta de
Ravines, por cierto, sino en el sentido general de desviación del
marxismo-leninismo). En un artículo con fecha 7 de octubre de 2014, Manuel
Velásquez, con impresionante simpleza –que no es lo mismo que simplicidad–,
dejó escrito: “en mayo de 1930, el traidor Eudocio Rabines daba vida al
Partido Comunista en el Perú. Este partido, ajeno en la teoría y en la práctica
al constituido por el Amauta, sin embargo, usufructuó y dilapidó todo el
esfuerzo de organización que demandó la construcción del partido proletario”.
Es decir, el grupo liquidador pretende ocultar así su propia condición, precisamente
ajena a la teoría y la práctica del
Partido de Mariátegui, así como su intento de fusionarse con un partido
igualmente ajeno a dicha teoría y a dicha práctica. Como se ve, la incoherencia,
la tergiversación de los hechos históricos y la deshonestidad política es
general en el grupo liquidacionista. Lo que ocultan, pues, los liquidadores con
aquello de “ajeno a la teoría y la práctica” (en el sentido absoluto de la
frase), es lo que hemos apuntado arriba: la existencia en el PCP de una
corriente marxista-leninista que luchó hasta lograr la expulsión del absceso
revisionista y la elección de una nueva Dirección (de la cual, a partir de un
momento, fue parte el propio García, dicho sea de paso). Este resultado
histórico da al traste con la oportunista intención de los liquidadores, pues
demuestra que, no obstante encontrarse la Dirección del PCP, durante largas
décadas, bajo el control de diversas tendencias oportunistas, hubo una tendencia
mariateguiana que mantuvo en alto el pendón del marxismo-leninismo, y que marcó
con su lucha, actuada al margen y aun
contra los diversos Comités Centrales,
el camino que finalmente permitió la victoria sobre el revisionismo. Este
Camino –que no es otro que el Camino de Mariátegui– es negado sin más por
García y sus repetidores, convirtiendo así la mencionada victoria en algo como
surgido por generación espontánea, en algo enigmático, inexplicable,
incomprensible. Obviamente, lo expuesto aquí sobre la lucha entre dos líneas en
el PCP y su resultado ideológico y orgánico, es una cuestión que escapa a la
mentalidad superficial de García y sus repetidores.
[39] De hecho, García hace el mismo camino de José Sotomayor,
quien, después de participar de la expulsión el grupo revisionista de Jorge del
Prado y de ser, finalmente, desenmascarado como representante de los remanentes
del revisionismo, solicitó su reincorporación al PCP-Unidad. Desenmascarado
como liquidacionista y renegado de la lucha contra el revisionismo
contemporáneo, García anhela ahora, como está dicho, fusionarse con el
PCP-Unidad, por lo que nadie puede dejar de ver lo que esto tiene de común con
Sotomayor: el deseo de volver al redil.
[40] Y de esa forma desvergonzada ha escrito quien, como es de
conocimiento común, en 1975 pretendió
escindir el Partido, no obstante que, siendo la cabeza del liquidacionismo
de “izquierda”, se le otorgaba a la sazón la oportunidad de rectificar su
desviación.
[41] Porque
¿cómo puede decirse, por ejemplo, que la lucha de Lenin contra el revisionismo
internacional y ruso fue justa, y, al mismo tiempo, que la lucha del marxismo
peruano contra el revisionismo nacional e internacional ha sido algo que desde
los tiempos de Mariátegui ha sido una “práctica
retrógrada”?
[42] Esa dialéctica Lenin la expresó del siguiente modo: “el
carácter dialéctico del desarrollo social, que se produce en medio de
contradicciones y a través de contradicciones, constituye una fuente permanente
de discrepancias” (Las divergencias en el
movimiento obrero europeo, en Contra el revisionismo, p.127).
[43] Hay, desde luego, otras consecuencias más, pero analizarlas
todas requiere un artículo aparte. Por ahora, basta señalar que, conforme se ha
podido constatar, la sustracción del término leninismo de la denominación de la
verdad universal del proletariado no es una simple cuestión terminológica, como
tramposamente pretende García con su frasecilla “un guión más o un ismo menos”
(El partido de Mariátegui), sino que,
a ojos vistas, constituye una verdadera abjuración de elementos fundamentales
del contenido del leninismo.
Disyuntiva Electoral y Lucha de Clases
César Risso
LA
ACTUAL COYUNTURA electoral está promoviendo la decisión de escoger a uno de los
dos candidatos que quedan en contienda. Las agrupaciones de izquierda que han
participado en las elecciones del presente año se apuran a evaluar su
participación en esta segunda vuelta. Dos son hasta ahora las conclusiones a
las que llegan para afrontar la segunda vuelta: el voto anti Keiko, que
implícitamente es un voto a favor de Pedro Pablo Kuczynki, y el voto viciado o
nulo, que podría favorecer a Keiko Fujimori.
Analicemos esta situación para aclarar
el significado de esta segunda vuelta.
Partamos de una extrapolación de
escenarios. Trasladémonos hasta el año 1990. Imaginemos que el ganador no fue
Alberto Fujimori, sino Pedro Pablo Kuczynski (quien no fue candidato
presidencial en aquella oportunidad). Y preguntémonos cuáles hubieran sido las
medidas de política económica que hubiese aplicado, y en seguida las medidas
políticas.
En el campo económico no hay ninguna
duda de que hubiese hecho exactamente lo mismo que Alberto Fujimori. Recordemos
que este aplicó no medidas originales, sino las medidas llamadas del Consenso
de Washington, medidas que venían recomendadas en los documentos oficiales del Banco Mundial y del
Fondo Monetario Internacional.
Este Consenso recomendaba la reducción del
aparato del Estado, es decir, despido masivo de trabajadores, y retiro del
Estado de la actividad económica a través de la venta de las empresas públicas.
En cuanto a los controles de precios de
parte del Estado, la recomendación era que estos deberían flotar libremente, es
decir, dejar al libre mercado la formación del precio del dinero (tasa de
interés), del dólar (tipo de cambio), de la fuerza de trabajo (sueldos y
salarios), de los servicios públicos (tarifas de agua, luz, etc.), y la
eliminación de controles para que la inversión extranjera tenga las puertas
abiertas para la libre explotación de nuestros recursos. Además de eliminar la
estabilidad laboral, y prácticamente destruir a los sindicatos. Todo esto
configura el sometimiento abierto al imperialismo.
Respecto de la política económica y de
las reformas del Estado, no hay ni la más mínima duda que Pedro Pablo Kuczynki
hubiese hecho lo mismo e incluso algo más.
Con respecto a la política implementada
por Alberto Fujimori, dado que este se sometió a los dictados del imperialismo
norteamericano, aplicó todas sus recomendaciones. El escenario era de la
presencia y accionar de Sendero Luminosos y del MRTA. Para enfrentar a estas
agrupaciones el imperialismo tiene experiencia. En Nicaragua, Colombia, El
Salvador, etc., aplicó una política indiscriminada de represión de los
campesinos indígenas; formó grupos paramilitares, desaparecieron dirigentes
sindicales y campesinos, torturaron y asesinaron estudiantes, así como a los
familiares de estos dirigentes y estudiantes. Aplicaron la política de
rastrillaje; todo lo cual fue aprendido a lo largo de la historia represiva de
la burguesía, con las diversas experiencias revolucionarias de los obreros y
campesinos en el mundo, particularmente con la experiencia fascista de los
italianos, y la de los Nazis en Alemania.
Cuando se dan movimientos
revolucionarios que ponen en tela de juicio el poder de la burguesía, y
amenazan arrebatárselo, la burguesía actúa no solo como clase nacional sino
como clase planetaria.
Para que no se piense que esta es una
propaganda anti Kuczynski, recuérdese la política represiva de Fernando
Belaunde Terry, y la de Alan García Pérez.
Pero hay que añadir algo más. La
experiencia histórica también nos enseña que las tendencias reformistas asumen
el papel de la burguesía cuando están en el poder. Lo sucedido en Alemania con
la Liga Espartaco, liderada por Carlos Liebknecht y Rosa Luxemburgo, a raíz de
la lucha revolucionaria de los obreros en Berlín es sintomático del accionar de
la burguesía en su versión reformista. Fueron precisamente los líderes socialdemócratas
Ebert, Scheidemann y Noske, quienes encabezaron la represión contra este
movimiento promoviendo el asesinato de estos líderes revolucionarios, y
masacrando a miles de trabajadores que luchaban por su liberación definitiva de
las garras del capital.
La burguesía en cualquiera de sus
versiones defiende la explotación capitalista, ya sea neoliberal o no,
reformista o no; su objetivo es defender el sistema capitalista, aunque en el
caso de la versión reformista de la burguesía, que se hace pasar por ser de
izquierda, con el pueril convencimiento de que se puede eliminar la corrupción,
la delincuencia, y el abuso contra los trabajadores, para promover la igualdad
de oportunidades. Por ello no hablan de socialismo, por ello no hablan de
explotación del trabajador asalariado ni de plusvalía, ni de las diversas
formas en que la burguesía explota a los trabajadores de las comunidades
campesinas de la sierra y de las comunidades nativas de la selva.
En consecuencia, se trata de que la
burguesía puede llevar como su representante a una mujer como Keiko Fujimori, o
a un hombre como Pedro Pablo Kuczynski. Para efectos de la defensa de los
intereses de la burguesía nacional e imperialista lo mismo da.
Pero surge la pregunta de cómo llegamos
a esta situación. Cómo es posible que un pueblo que ha vivido la represión y
dictadura fujimorista pueda elevar al primer puesto de las elecciones a la hija
del dictador Fujimori; o a un representante del gran capital, habiendo vivido
situaciones de crisis económica, de desempleo, de pobreza permanente, de abuso
de las empresas transnacionales, etc.
La respuesta viene dada por la actuación
de las fuerzas políticas y por la estructura de clase de la sociedad peruana.
La política llevada a cabo por la
burguesía ha sido la de una propaganda permanente de la posibilidad de hacer de
los pobres unos pequeños propietarios, poniéndoles al alcance de la mano esta
posibilidad, a través de capacitación, que ha estado a cargo de las ONGs. Otro
mecanismo ha sido el de la difusión ideológica a través de los centros de
estudio superiores. El neoliberalismo, como sinónimo de libertad individual, el
libre mercado, etc., se difunden como un dogma. Esto lamentablemente ha
prendido en el pueblo. Además, se presenta la democracia, como si fuese neutra
frente a las clases sociales, cuando la verdad es que esta es una democracia de
clase, esto es, una democracia burguesa, que por tanto defiende los intereses
de la burguesía en contra de los intereses del proletariado y del pueblo
trabajador en general.
De parte de la izquierda reformista, lo
que hemos tenido es el reforzamiento de la posibilidad de llegar a ser ricos,
de ser parte de la clase burguesa, con la capacitación y el apoyo del Estado a
través del crédito barato, y de algunos beneficios tributarios para que puedan
iniciar sus negocios. Es decir, se les vende la idea de que solo al interior de
este sistema se puede lograr el bienestar material. Para ellos no hay
desarrollo cualitativo de la sociedad, por lo tanto la superación es
estrictamente cuantitativa.
Esta izquierda, revisionista y
oportunista, que además tiene como modelos las experiencias de Venezuela,
Bolivia y Ecuador, donde nos venden una nueva versión del dominio del capital
sobre el trabajo, a través del socialismo de mercado, termina redondeando para
los intereses de la burguesía planetaria, la idea de que hemos llegado al tope
del desarrollo social, y que por lo tanto el contenido de la sociedad
capitalista no cambiará, aunque es posible que se pueda actuar desde el poder
una política filantrópica, que es finalmente el ideal del reformismo.
En otras palabras, las tendencias
verdaderamente proletarias han tenido, no obstante su permanente esfuerzo, una
escasa influencia en los movimientos populares. Su prédica de la lucha de
clases, de la conquista del poder político, de la lucha por el socialismo, etc.,
son motejadas de terrorista. Incluso, hasta los más redomados reformistas son
calificados de terroristas.
Sobre los intereses que representa el
neoliberalismo las cosas están claras, pues corresponden a los intereses de la
burguesía imperialista y de la burguesía intermediaria, y de la gran burguesía
en nuestro país. La política reformista y revisionista, representa los
intereses de clase de la pequeña burguesía, a la que se ha sumado toda la
corriente de los emprendedores, que como sabemos se han convertido en agentes
del gran capital para hacer de sus familias trabajadores sin remuneraciones,
esto es, para ponerlos gratuitamente al servicio del gran capital.
Las comunidades campesinas de la sierra,
tienen la propiedad colectiva de la tierra, pero el usufructo privado del
resultado de su trabajo directo. De modo que se desenvuelven como parte de la
producción mercantil simple, pues al ser los trabajadores directos, son a la
vez propietarios de su producción. No son pues trabajadores asalariados. Su
objetivo es incrementar sus ingresos. Sin embargo, dependiendo de la situación
de las comunidades campesinas, como por ejemplo su ubicación geográfica, estas
pueden dedicarse casi exclusivamente a la producción para su propio consumo.
Así pues, estos pequeños propietarios colectivos o
exclusivamente privados, lo que requieren es el apoyo de parte del Estado para
mejorar sus actividades, para obtener tecnología, acceso al crédito, etc. Esto
es, forman parte de la pequeña producción mercantil, y en consecuencia estarían
inmersas en la política burguesa, cuyos representantes son los reformistas y
revisionistas, así como las ONGs.
Esta es la estructura de clases que da
como resultado la presencia de dos candidatos de ultra derecha en la segunda
vuelta.
Y en el marco de esta situación, en la actual
coyuntura electoral, cuánta propaganda socialista hemos hecho; cuánto hemos
aprovechado para esclarecer el carácter de la explotación capitalista; cuánto
hemos hecho por desenmascarar las diversas tretas de las que se vale la
burguesía para ampliar la explotación capitalista, etc.
La izquierda proletaria está en déficit
en su labor de desarrollar conciencia de clase. El resultado de la primera
vuelta es una clara llamada de atención para las fuerzas proletarias.
Como quiera que sea, cualquiera de las
dos soluciones planteadas, tendrá como resultado la organización de las dos
tendencias populares que se han ido gestando en estas elecciones; aunque
existen muchos otros grupos y movimientos que vienen desarrollando luchas
concretas.
La
clave de la lucha por el socialismo en esta coyuntura está en saber aprovechar
estos dos movimientos para desarrollar la propaganda socialista, para
reorientar estas luchas de la confrontación con los males superficiales del
capitalismo, coadyuvando así en el fortalecimiento de la organización política
de las amplias masas de trabajadores explotados por el capital, hacia la lucha
por la superación definitiva del capitalismo y la implantación del socialismo.
Crítica de la Noción de Clase Social Oficialmente Utilizada
Santiago Ibarra
EN LA MITAD DE LA SEGUNDA DÉCADA del siglo XXI, en un escenario marcado por la crisis económica internacional y la concentración del 54% de la riqueza global en el 1% de la población mundial –concentración que aumenta todos los días-, es necesario someter a crítica el aparato conceptual con que se manejan las estadísticas y las políticas de reducción de la pobreza.
Así, a continuación vamos a hacer un análisis de algunas de las principales ideas que están detrás de los estudios de pobreza, específicamente, las ideas que están detrás del concepto de clase normalmente utilizado.
Se pretende que el problema de la polarización social y la pauperización se originan en una mala distribución de las riquezas
En el Perú, y en otras partes del mundo, la literatura oficial define a la clase social según los ingresos monetarios que percibe el individuo, y clasifica a la población en tres clases sociales: 1) la clase baja, integrada por las personas con ingresos menores a cuatro dólares diarios; 2) la clase media, compuesta por los individuos con un ingreso de entre cuatro y doce dólares diarios y, 3) la clase alta, conformada por personas cuyos ingresos son superiores a los doce dólares diarios.
De entrada, podemos observar que en esta definición de clase social se halla excluido el criterio de la relación del individuo respecto a los medios de producción, así como la relación que los individuos mismos establecen entre sí en el proceso de producción (las relaciones sociales de producción), que pueden ser relaciones de cooperación o relaciones de explotación.
Como el criterio definitorio de clase social es el ingreso monetario, en la literatura oficial el problema de la polarización social y la pauperización radica en una excesiva concentración de la riqueza en uno de los polos de la sociedad.
Así, las políticas que recomiendan implementar para disminuir la pobreza son la implementación de políticas públicas redistributivas del ingreso.
Es decir, para este enfoque no hay ningún problema estructural que resolver, porque no considera que existiera algún antagonismo entre las clases sociales, entre trabajadores y burguesía.
Para el marxismo, en cambio, un núcleo del concepto de clase social lo constituyen las relaciones que establecen los individuos con los medios de producción y las que las personas establecen entre sí en el proceso de producción, es decir, la propiedad privada y la explotación del trabajo por el capital.
En este sentido, para el marxismo, la distribución del producto se halla determinada por la propiedad sobre los medios de producción. El capitalista, dueño de los medios de producción y que explota la fuerza de trabajo de los trabajadores (que son los verdaderos productores de la riqueza global), será el que retiene para sí la mayor parte del producto, y la menor deberá ser distribuida entre las personas que hacen la mayoría de la sociedad.
Así, para Marx, el problema de la polarización y pauperización es estructural, y, por tanto, su solución debe ser radical, es decir, su solución pasa por tomar el problema por la raíz, por la socialización de los medios de producción. Este es para Marx un momento inicial pero fundamental para acabar con la miseria de las mayorías.
La disolución de las clases trabajadoras en el concepto de clases medias
Otro de los problemas del aparato conceptual en cuestión, que toma en cuenta los ingresos monetarios de la gente para clasificarla en una clase social determinada, y no el lugar que la persona ocupa en el conjunto del proceso de producción, es que convierte a gruesos sectores de los trabajadores en clases medias: las familias de trabajadores cuyos ingresos per cápita son superiores a los cuatro dólares diarios. Se llega entonces al absurdo de considerar como clase media a la familia de una joven madre soltera con un solo hijo, que trabaja como cajera en una cadena de farmacias, y cuya remuneración es un salario mínimo de 850 soles mensuales; o a una familia joven de cuatro miembros en la que ambos padres trabajan como obreros de una fábrica y obtienen un ingreso mensual de 2.000 soles; o una familia de cuatro personas, con el padre trabajando en una cadena de tiendas comerciales y la esposa trabajando como empleada doméstica, con un ingreso total mensual de 1.800 soles.
Con el criterio de ingresos monetarios para determinar la clase social a la que un individuo pertenece, se convierte en clase media a trabajadores del ámbito productivo y del ámbito de la realización del plusvalor (este último tiene tanta importancia como el primero, si vemos el problema desde el punto de vista global de la acumulación de capital: la ganancia del capital contenida en el capital mercancía no podría realizarse sin la venta final del producto), e incluso a trabajadoras del hogar, es decir a trabajadoras del ámbito de la reproducción de la fuerza de trabajo. Con ese criterio se excluye a miles de trabajadores objeto de explotación y se los incluye en una categoría más atractiva pero que falsea la realidad, como es la “clase media”, que hasta produce la sensación de “bienestar” y “progreso”.
Esta manera de definir las clases sociales elimina el antagonismo entre las “clases bajas” y la “clase alta”, o para emplear nuestro lenguaje que es más exacto, el antagonismo entre trabajadores y burguesía, porque se oculta que la riqueza es producida por el trabajo, y que las ganancias de las “clases altas” se originan en el trabajo impago de las “clases bajas”, de los trabajadores.
Lo cierto es que el conjunto de estos trabajadores forma parte de la clase de los desposeídos, determinado por el lugar que ocupan en la producción, productores directos de plusvalor, trabajadores asalariados en el ámbito de la realización del plusvalor y trabajadores en el ámbito reproductivo, más allá de si los ingresos del trabajador cubren el costo de una canasta básica familiar o no (lo “normal”, lo generalizado es que no cubra ese costo).
Ocultamiento del carácter de las clases dominantes
Y así como se oculta la existencia de clases sociales explotadas y dominadas, más allá de las diferencias de ingreso que existe entre sus miembros, se oculta también el carácter de la clase que se encuentra en la cúspide de la pirámide social, como son las transnacionales y el poder que tienen en el país, la burguesía financiera, la burguesía industrial, la burguesía compradora y la clase terrateniente. Es decir, se oculta su carácter expoliador y su alianza con el capital monopolista extranjero, esquilmador de los pueblos del mundo.
Hacia un cuestionamiento estructural del orden establecido
Como puede observarse, no es posible ir lejos con solo cuestionar la distribución de las riquezas. Pero es esto a lo que se limita la literatura oficial. Sin embargo, para lograr cambios fundamentales es necesario ir más allá: reivindicar el cambio estructural, la socialización de las riquezas. En la lucha de clases se suele cuestionar la distribución de la riqueza, mas no la estructura económica de la sociedad. La socialización es solo el primer paso de la solución del problema, pero es un paso fundamental e insoslayable.
El Pesimismo de
Juan Croniqueur
(Décima y Última Parte)
Jorge Oshiro
EN ESTA PERSPECTIVA ENCONTRAMOS
el aporte valioso de A. Flores Galindo, en el que insiste en
"la
imagen inusual de un político que no teme a la confidencia y no oculta los
predios del alma".
Esta unidad indivisible
de lo real (lo ‹particular› y lo ‹público›) se manifestó especialmente en su
religiosidad. Ya nos hemos referido al aspecto místico de nuestro poeta y de su
experiencia en su retiro en el Convento de los Descalzos en Lima, que han
quedado testimoniados en dos sonetos.
Paralelamente
a este fenómeno, complementándose y contradiciéndose mutuamente encontramos la misma experiencia
religiosa-mística, esta vez volcada hacia el exterior, hacia la calle, hacia
las masas: la experiencia de las procesiones limeñas en octubre, en homenaje al
Señor de los Milagros.
Aquí
tenemos también de nuestro autor dos testimonios escritos: primero, un artículo
periodístico aparecido en octubre de 1914. «La procesión tradicional». Para
Juan Croniqueur esta procesión se caracterizaba por ser "uno de los
últimos rezagos del pasado tradicional"
(Castro Arenas).
En
ella, escribía el joven periodista,
"palpita
en el alma de Lima colonial, el alma de nuestro pueblo de criollos perezosos y
juerguistas, místicos y sensuales“.
Fuera de lo juerguista,
encontramos aquí caracterizaciones del criollo que corresponde también a las
del mismo autor, el de la pereza, el misticismo y la sensualidad.
Esta
anotación es importante porque nos muestra que el propio autor se siente
partícipe de todo un conjunto, del cual él expresa su carácter. Pero lo fundamental
en este misticismo sensual es su carácter de multitud. En el segundo testimonio
dejado por el autor peruano (abril 1917)
"Las
manifestaciones de la fe de una multitud son imponentes. Dominan, impresionan,
seducen, oprimen, enamoran, enternecen. La contemplación de una muchedumbre que
invoca a Dios conmueve siempre con irresistible fuerza y honda ternura" (F.Galindo).
Los adjetivos
utilizados por Juan Croniqueur expresan elocuentemente el concepto de
‹misticismo sensual›. No se reduce jamás a una manifestación ‹espiritual
descarnada›. La religiosidad mariateguiana es sensual porque es corporal,
porque lo corporal y lo espiritual forman para él una identidad indisoluble:
dos expresiones modales de una misma sustancia (Spinoza). Flores Galindo comenta
al respecto:
"Juan
Croniqueur se conmueve por el carácter colectivo del sentimiento y por el
arraigo que puede tener esa tradición para unir un conjunto de
voluntades".
Esta aguda observación
del historiador peruano es vital, pues nos indica ya los primeros pasos del
joven Mariátegui en su descubrimiento de las masas y su importancia de ellas en
la historia y en el proceso revolucionario. Flores Galindo continúa:
"Es
así como Juan Croniqueur descubre el poder movilizador que tienen los mitos,
las creencias, las tradiciones, la religión, cuando trasciende el fervor
individual (el ámbito cerrado de la celda ascética) se confunden con las
multitudes y las calles de una ciudad".
Y termina esta
reflexión con la siguiente sentencia:
"El
poder de las ideas y de las tradiciones cuando se encarnan en una multitud será,
desde entonces, un planteamiento central (casi diríamos un criterio de verdad)
para Mariátegui".
Aquí se encuentra ya
prefigurada todas sus ideas y planteamientos al respecto del mito como factor
revolucionario que trataremos posteriormente.
El
descubrimiento de las multitudes en las tradicionales procesiones limeñas no
fue el único factor que posibilitó a Juan Croniqueur a superar su pesimismo
inicial.
El
otro factor importante es el descubrimiento paulatino del carácter de la
cultura dominante peruana del momento histórico, aristocratizante y elitaria y
de su crítica y distanciamiento de ella.
Esta
cultura estaba para el joven periodista alejada de la vida, insistiendo
exageradamente en el formalismo y en la erudición. Su artículo-crítica a un
discurso del joven más prominente de la cultura aristocrática peruana, José de
la Riva Agüero, nos muestra esta actitud.
El
título del artículo ya trae algo de la ironía corrosiva que caracteriza este trabajo
de Juan Croniqueur: «Un discurso, 3 horas, 46 minutos, 51 citas. ¿Gramática?
¿Estilo? ¿Ideas?»
Mientras
en los poemas y las cartas a Ruth el yo del poeta era un yo abierto al mundo,
donde la sinceridad era su mejor virtud, encontramos aquí a un Juan Croniqueur
que se esconde detrás de la ironía, que va a desencadenar su crítica a partir
de una máscara que la misma ironía impide presentarse como la propia y
verdadera. El artículo comienza con una anotación de aparente información: («De
las memorias de un pobre diablo») y dice:
"Yo
soy un hombre ingenuo, bien intencionado y cristianísimo que leo los
periódicos, releo los editoriales, observo la guerra, colecciono estampillas,
estudio heráldicas, asisto a las conferencias públicas, me visto de levita en
los días de semana santa, creo en nuestra democracia, creo en nuestro progreso,
creo en nuestros eruditos, creo en nuestras autoridades literarias y
científicas. Soy un humildísimo admirador de todas nuestras glorias pasadas,
presentes y futuras. Yo las reverencio aún cuando las ignore. Yo tengo todos
los optimismos patriotas que cuantos me rodean me exigen" (en: Castro
Arenas).
Este pasaje de «Las
memorias de un pobre diablo» da una aguda referencia a toda una crítica frontal
de la cultura establecida y de la cual nuestro periodista y poeta toma clara
distancia.
Juan
Croniqueur critica en Riva Agüero como representante de una cultura que se
niega a la renovación, al cambio, a las innovaciones de todo tipo y que
defiende el pasado como realidad insuperable.
Y
como esta realidad carece de vitalidad, la cultura se reduce a la pura
erudición y al purismo de las formas. Es importante subrayar aquí la forma de
la crítica es ya ampliamente 'mariateguiana': el joven periodista va a seguir a
su criticado en su terreno, acepta tácticamente los argumentos de su contendor
y la crítica la va a hacer dentro del terreno escogido por su oponente.
Así,
aceptando el "purismo" proclamado por Riva Agüero va a analizar en el
texto mismo hasta qué punto este principio es ‹practicado› por su autor. Y
va a descubrir, más allá de su
contenido ideológico, que el joven aristócrata peruano comete enormes faltas de
gramática, de sintaxis y de estilo.
Esta
actitud crítica del joven periodista peruano la vamos a encontrar a lo largo de
toda su obra: a pesar de defender un terreno teórico propio, el discurso del
adversario teórico no lo va rechazar en bloque ni mucho menos a priori.
Juan
Croniqueur parte del principio implícito que del adversario hay algo que
aprender, que siempre puede haber algo positivo en su reflexión, aún cuando
ella no corresponda a los intereses manifiestos por él mismo.
Esto
no significa de ningún modo que él busque la conciliación, todo lo contrario1.
El distanciamiento y la ruptura del joven Mariátegui con la cultura dominante
se aprecia pues ya con toda claridad en este período, pero se va manifestar con
mucho más fuerza en su activa participación en el movimiento literario
alrededor de la revista «Colónida», fundada por el poeta y periodista peruano
Abraham Valdelomar.
«Colónida»
tuvo una efímera vida pero fue suficiente para canalizar todo un movimiento de
una nueva generación en transición. Ella, dice Mariátegui en sus «Siete
Ensayos»:
"representó
una insurrección- decir una revolución sería exagerar su importancia- contra el
academismo y sus oligarquías, su énfasis retórico, su gusto conservador, su
galantería dieciochesca y su melancolía mediocre y ojerosa".
Este movimiento no
llegó a cristalizarse en una escuela en lo estético-literario ni llegó a tener
una concepción política.
"El
'colonidismo' negó e ignoró la política. Su elitismo, su invidualismo, lo
alejaban de las muchedumbres, lo aislaban de sus emociones".
En esta cita nos ofrece
el propio Mariátegui el mejor resumen de su propia situación en este período.
Por un lado su individualismo y elitismo y por otro sus sentimientos de
simpatía por la muchedumbre y sus fuerzas, aún cuando en estos momentos está limitado
a su dimensión religiosa.
Este
apolitismo de «Colónida» y del propio Juan Croniqueur era su esencial
limitación y debilidad. El joven Mariátegui lo va superar en los meses y años
que viene en su creciente participación activa en el movimiento popular a
través del periódico, fundado por él y César Falcón, «La Razón», en 1919.
La
deportación a Europa (1919-1923) le va a ofrecer la apertura de un nuevo
período de su vida y la profundización y ampliación de la experiencia de su
relación con las multitudes.
___________
(1) Mariátegui siempre representó la tesis que cada cual
debe defender lo mejor posible su posiciones: "A los individuos tocan las
posiciones netas; la conciliación, la transacción es obra de la historia tan
sólo; es un resultado" (Siete Ensayos).
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