El Deicidio
Julio Carmona
EL “DEICIDIO” NO TIENE EL NIVEL de una
categoría científica, ni en el plano de la estética ni en el de la poética,
literarias1. En todo caso, tuvo éxito en la poética romántica, en la
que -lo hemos visto con Ibáñez Langlois- “adquirió el valor luciferino del
conocimiento absoluto, de la subversión plena, del asesinato de Dios.”
(E-1979: 72.) Y no tiene ni siquiera el prestigio de la originalidad. Arnold
Hauser, en su libro Literatura y Manierismo, dice que es Proust quien
sugiere esa explicación de la creación artística. Dice:
En otro pasaje de la novela (A l’ombre des jeunes
filles en fleur), dice Proust de las obras del pintor Elstir que “su
encanto consistía en una transformación de las cosas representadas, semejantes
a aquella que denominamos como metáfora en la poesía; y así como Dios creó las
cosas al darles nombres, así también las recreó Elstir al privarlas de sus
nombres y al darles otros”. Esto significa -acota Hauser- que el artista no
imita la naturaleza y que sus obras no las crea como sujeto de un talento dado
por Dios, sino, más bien, en competencia con Dios. (E-1969: 235.)
Pero siendo un
planteamiento remozado por MV, es pertinente tratarlo aquí, máxime si se
complementa con los temas tratados en los parágrafos precedentes, especialmente
el ligado con la demonología. Veamos cómo plantea su propuesta MV:
Escribir novelas es un acto de
rebelión contra la realidad, contra Dios, contra la creación de Dios que es la
realidad. Es una tentativa de corrección, cambio o abolición de la realidad
real, de su sustitución por la realidad ficticia que el novelista crea. Éste es
un disidente: crea vida ilusoria, crea mundos verbales porque no acepta la vida
y el mundo tal como son (o como cree que son.) La raíz de su vocación es un
sentimiento de insatisfacción contra la vida; cada novela es un deicidio
secreto, un asesinato simbólico de la realidad. (HD: 85.)
No se olvide que la
obsesión “destructora” de la realidad por parte del novelista tiene su origen
en un desencuentro ocurrido entre él y su sociedad, que -un tanto abusivamente-
MV confunde con la realidad total, como hemos tenido ya oportunidad de
precisarlo en un parágrafo anterior. Es más, ni siquiera queda claro cuáles
serían las causas precisas de esa desavenencia. Dice MV: “No es fácil detectar
el origen de la vocación de un novelista, el momento de la ruptura, la o las
experiencias que viciaron su relación con la realidad, hicieron de él un
inconforme ciego y radical y lo dotaron de esa voluntad deicida que lo
convertiría en un suplantador de Dios.” (HD: 86.) Todo lo que estimula la
construcción de esa vocación se desenvuelve en el ámbito del misterio2.
Y, lógicamente, el “misterio” es el que ha tenido que influir en la elección de
las categorías teológicas llevada a cabo por MV. Y a pesar de que es consciente
de la ambigüedad en que se mueve, llega a conclusiones categóricas, como la
siguiente:
En el dominio específico de sus
fuentes, el suplantador de Dios es un esclavo de determinadas experiencias
negativas de la realidad. (...) El esclavo es un ser absolutamente libre en el
dominio de la forma, y es precisamente en este dominio -el del lenguaje y el
orden de una ficción- en el que se decide su victoria o su fracaso como
suplantador de Dios. (HD: 101.)
Es decir, aquella situación nebulosa que impide
saber con exactitud cuál es el terreno que se pisa, es aprovechado por MV para
erigir su “torre de marfil” (cuya existencia no es objetiva sino absolutamente
subjetiva), en la cual puede actuar con absoluta libertad, a pesar de que es un
esclavo de esa oscuridad que lo hace actuar sin restricciones. Es un poco como
la descripción crítica que Elías Castelnuovo hace del psicoanálisis. Veamos:
La falta de coordinación individual
del mundo interno es la causa de la anarquía colectiva del mundo externo. No
hay un yo solamente. Hay tres. Uno, es aquel donde el cerebro sabe claramente
lo que piensa -la conciencia-; otro, es aquel donde no existe mayor claridad
-la subconsciencia-; y el último, es aquel donde reina la oscuridad completa
-la inconsciencia-. El más inteligente de los tres, no obstante, no es el más
inteligente. Es el más burro: es la inconsciencia. (E-1938: 263.)
Con todo, MV no siempre es coherente con esa acción homicida
en relación con Dios que atribuye al novelista, en tanto en algunos
momentos llega a hablar sólo “de un asesinato simbólico de la realidad.” (HD: 85.)
En esta sola frase se devela una incongruencia, porque resulta que no está
hablando ya del novelista como “deicida” (asesino de Dios) sino que el
asesinato lo está cometiendo contra “la realidad” (siendo, además, un asesinato
“simbólico”.)3 Y, más adelante, dice que “el suplantador de Dios no
sólo es un asesino simbólico de la realidad, sino, además, su ladrón” (HD:
102), sumando otra incongruencia pues no sólo deja de ser “asesino de Dios”
para convertirse en “asesino de la realidad”, sino que, finalmente, queda
reducido a jugar sólo el papel de “suplantador de Dios” (y es así como lo llama
en muchos momentos)4 y, es más, transformando al deicida en un
vulgar ladrón; entonces, vamos sacando la cuenta que el título del libro no
sólo se convierte en una mentira, sino en un fraude, pues el magno delito del
“asesinato de Dios” queda reducido a la mínima acción de un robo. La novela y,
en este caso, Madame Bovary, es -según MV-:
esponja en movimiento que absorbe de
todos los planos de lo real, Flaubert roba a los demás y se roba a sí mismo, se
documenta sobre asuntos que le resultan sugestivos y al mismo tiempo su memoria
retrotrae imágenes sumergidas que proceden tanto de la vida como de los cambios
que su imaginación juvenil infligió ya entonces, obedeciendo a pulsiones
íntimas, a esos precoces saqueos literarios. Hurtos de hurtos, cambios de
cambios, mezclas de mezclas, donde la voluntad y el subconsciente operan de
consuno5, donde observación y deformación de lo
real son simultáneas: así va surgiendo, de esas complicadas alianzas y
reducciones imposibles de reconstruir en su totalidad, hechos de retazos,
calcos, parchaduras, lecturas, chismes, combinaciones -toda esa fábrica bajo la
batuta de una herida que quiere cerrarse, de un disgusto de la realidad tan
insensato que busca destruirla para reconstruirla, que aparenta recrearla
cuando en el fondo quiere abolirla... (B-1975: 118-19.)
Y aún agrega que
esa intención cleptómana busca “suprimir” la realidad. Y, en aras de la
coherencia, cabe preguntar ¿cómo saquear lo que ha sido destruido, asesinado, suprimido?
Veamos cómo lo explica MV: “Para suprimirla, debe saquearla; decidido a acabar
con ella, no tiene más remedio que servirse de ella siempre”, y entonces
recordamos el chiste del borracho que se había propuesto acabar con el
alcoholismo tomándose el licor de todas las cantinas. Mas, de inmediato, nos
dice que, desde el nacimiento, su intención ya es fallida, abocado como está a
una tarea imposible (“suprimir la realidad”), y más aún sabiendo que la
realidad es una “ilimitada cantera”: ¡lógico, la cantera de la realidad no sólo
es ilimitada, sino infinita! Pero todo este malabarismo desemboca en el
objetivo teórico de MV: definir la tarea del novelista dentro de la
tendencia formalista, es decir, que cuando los materiales de su hurto han
cambiado de nombre (si triunfa en esta empresa) “adquieren una vida distinta,
una naturaleza propia”. Y termina su postulado formalista:
También en este caso es la forma lo
que decide si la realidad ficticia se aparta de su modelo, la realidad real, y
llega a constituir una entidad soberana, o no lo consigue y es una mera
réplica, inválida por sí misma, de vida prestada. Es por el uso que hace de sus
hurtos que el suplantador de Dios puede convertirse de plagiario en creador. (HD: 102.)
Todo un malabarismo conceptual para describir un proceso que es común a
toda creación artística: la producción del trabajo artístico a partir del
material que le da la realidad (que incluye la ‘irrealidad’, los sueños, las
fantasías, el mundo subjetivo o irracional), un material que el artista en
general trabaja con sus herramientas especiales: el color, los sonidos, las
palabras (para referirnos sólo a la pintura, la música, la literatura), y, por
supuesto, el resultado de ese trabajo es distinto en cada uno aunque se
refieran a un mismo aspecto de la realidad. Y esa peculiaridad, esa
originalidad es ejercida por supuesto en una forma específica como
ocurre con todo lo que hace el ser humano, pues con ese hacer transforma6,
y, como dice Jean Cassou:
Las ideas no realizan ninguna
creación ex-nihilo. No obran más que encarnándose en realidades ya
preparadas, se inclinan a esas realidades y se transforman según esas
realidades. (E-1958: 22.)7
Esa peculiaridad, esa originalidad de todo artista hace que cada resultado
suyo adquiera su “relativa autonomía”. Y es relativa porque sigue dependiendo
de la realidad que le sirvió de base y, es más, a la que se ha integrado como
un “objeto” artístico más, distinguible -por su peculiaridad, por su
originalidad- de otros trabajos ya existentes dentro de esa realidad previa
(punto de partida y de llegada de todo), y eso es lo que permite hablar de una
“autonomía relativa” (como todo lo que existe):
Por naturaleza la idea creadora
humana depende miserablemente del mundo exterior y de todo el acervo
infinito de formas y de bellezas ya hechas; y también de toda la masa de lo que
las generaciones han aprendido; y del código de los signos que se usan en la
tribu; y de las reglas mismas de fabricación del objeto. (Maritain, E-1945:
151.)
¡No hay, pues, ningún misterio!, porque -como dice Maritain-: “nosotros no
tenemos nada que no hayamos recibido, y aquí es donde se anuda el misterio.”
(E-1945: 23.) Un pensador católico como Jacques Maritain era más realista que
MV, pues decía que: “Cabe pensar que en el uso de los signos y las formas, y en
el universo de la poesía, el hombre no tiene delante de sí menos secretos que
descubrir que en el mundo de las ciencias y del conocimiento de la naturaleza.”
(Op. cit: 140.) Y el mismo Maritain cita a Santo Tomás de Aquino, quien dice
que ‘las cosas son mejores en el espíritu que en sí mismas’ (y éste es el mismo
pensamiento del agnóstico MV: los extremos se juntan), y Maritain agrega “Es
muy cierto (...), y que no alcanzan todas sus proporciones sino una vez dichas,
y que ellas mismas imploran ser asumidas en el cielo del pensamiento,
metafísica o poesía, donde comienzan a vivir por encima del tiempo, y con una
vida universal.” Y concluye: ¿Qué hubiera sido de la guerra de Troya sin
Homero?8 ¡Desdichadas las aventuras que no se cuentan!” (Op. cit.:
23.) Pero no se pierda de vista que esa “vida por encima del tiempo”, esa “vida
universal” de que habla Maritain, se remite a la especialización del trabajo
artístico. Ahora, que la apariencia de “ser un mundo con vida propia” lleve a
los ingenuos (o a los interesados en que se crea así) a pensar que se trata del
“misterio de la creación artística”, es otro problema: de los ingenuos, con
quienes no hay por qué discutir, o de los interesados -tipo MV- que sí tienen
intenciones ideológicas manipuladoras, y a quienes, sí, hay que salirles al
frente.
______________
(1) Umberto Eco, entre otros estudiosos de
estos temas, plantea el uso extensivo del término ‘poética’ al ámbito de
explicación práctica de cada una de las artes en particular. E, igualmente,
reserva el de ‘estética’ al ámbito que considera los temas genéricos de cada
arte y a aquel, más amplio, que trata los temas comunes a todas las artes.
(2) En una entrevista con Edgardo Rivera
Martínez, MV habla de “ese elemento irracional espontáneo, intuitivo” [que]
“está siempre allí” [al momento de la creación, y -dice-] “a veces es el más
rico, el que te permite los mejores hallazgos...” Y mientras Rivera Martínez
acota: “Claro, y da diversidad, poesía...”, MV concluye: “Misterio.” (C-2004:
160.)
(3) Pero no debe obviarse que el símbolo
-como dice Emilio Lledó- “no está solamente en conexión con ideas abstractas,
sino también, en calidad de representaciones, con procesos emotivos y
estéticos” (E-1975: 20), o sea que el símbolo responde a visiones concretas de
la realidad, porque -como el mismo Lledó aclara- “nuestras preferencias
filosóficas están condicionadas, como Fichte con razón explicaba, por lo que
somos, o más exactamente por lo que hemos llegado a ser.” (Ibidem: 19.)
(4) No olvidemos que ya antes MV ha dicho
que “en la elección del tema, el factor irracional, aquel dominio al que la
voluntad y la conciencia no mandan sino obedecen” es incontrolable. Pero parece
no ponerse de acuerdo consigo mismo, en tanto ahora admite que lo racional y lo
irracional “operan de consuno”, de donde puede seguirse que lo ‘irracional’ no
es tan incontrolable.
(5) No olvidemos que ya antes MV ha dicho
que “en la elección del tema, el factor irracional, aquel dominio al que la
voluntad y la conciencia no mandan sino obedecen” es incontrolable. Pero parece
no ponerse de acuerdo consigo mismo, en tanto ahora admite que lo racional y lo
irracional “operan de consuno”, de donde puede seguirse que lo ‘irracional’ no
es tan incontrolable.
(6) Transformar: Cambiar de forma,
dice el diccionario; y, por extensión: Mejorar, es decir: en arte, a una forma
darle otra forma mejor; formar algo distinto ‘único’. Y formar -según
Roque Barcia- “no es más que reunir formas, darles unidad, fuerza, cohesión;
ponerlas en sistema o en serie.” Y concluye Barcia: “El formar es muy común,
sumamente común, pues apenas hay criatura que no forme su castillo en el aire.”
(7) La creencia de que se puede sacar algo
de la nada es propio de la ideología burguesa. Al extremo que hasta la
plusvalía (la parte que el capitalista deja de pagarle al trabajador para
incrementar su propia riqueza) le parece algo natural. Dice Marx: “se crea una
plusvalía que, para el capitalista, tiene todos los encantos de una creación ex
nihilo.” (E-1972: 226.)
(8) Pero no menos cierto es decir: ¿Qué
hubiera sido de Homero sin la guerra de Troya?
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