Nota:
Desde la presente edición de esta revista digital publicaremos, en tres
partes, un artículo aparecido en la revista Monty
Review sobre las condiciones económicas y políticas de las clases
trabajadoras chinas y su lucha contra la restauración del capitalismo.
El artículo es esclarecedor y da al
traste con las falacias con que corrientes oportunistas de todo el mundo
pretenden encubrir la restauración del capitalismo en la patria de Mao, y
ocultar así la formación de una fuerte burguesía burocrática.
Partidarios de la teoría
revisionista del desarrollo de las fuerzas productivas, tales corrientes se
revelan como revisionistas en toda la línea.
Mientras apoyan de hecho la
supresión de la dictadura del proletariado y la restauración del capitalismo en
China, algunas de esas corrientes se llenan la boca con palabras acerca de la
Comuna de París.
Pero el ardid no les alcanza para
ocultar su apoyo a la dictadura de la burguesía contra la dictadura del
proletariado; al capitalismo contra el socialismo; a Deng Siaoping contra Mao;
al revisionismo contra el marxismo-leninismo.
El desarrollo de la producción
mercantil solo tiene sentido como impulsor de las fuerzas productivas en el
socialismo cuando está gestionado por una dirección marxista-leninista, y no a
una dirección revisionista como la actual dirección china.
Esa fue la lección de la NEP en
tiempos de Lenin.
Y también la lección arrojada por la
aplicación del programa implementado por el PCUS desde su XX Congreso realizado
en 1956.
El artículo de Robert Weil expone,
en términos generales, la creciente lucha de las clases trabajadoras contra la
restauración del capitalismo, creciente ya en el año en que fue escrito y,
actualmente, con perspectivas de convertirse en una lucha nacional.
01.05.2016.
COMITÉ DE
RECONSTITUCIÓN JOSÉ CARLOS MARIÁTEGUI.
Las Condiciones de la Clase Trabajadora en China*
(Primera Parte)
Robert Weil**
Introducción
ESTE ARTÍCULO SE BASA primordialmente en una serie de encuentros con trabajadores, campesinos,
organizadores y activistas de izquierda, en los que participé durante el verano
de 2004 junto con Alex Day y otro estudioso de cuestiones chinas. Forma parte
de un trabajo más extenso que publica el Oakland Institute como informe
especial. Los encuentros tuvieron lugar sobre todo en Pekín y sus alrededores,
así como en la provincia de Jilin, en el nordeste, y en las ciudades de
Zhengzhou y Kaifeng, en la provincia central de Henan. Lo que hemos oído revela
con toda claridad los efectos de las transformaciones masivas que tuvieron
lugar en las tres décadas posteriores a la muerte de Mao Zedong, con el
desmantelamiento de las políticas socialistas revolucionarias que se habían
puesto en práctica bajo su liderazgo, y el
retorno al «camino capitalista», lo que dejó a las clases trabajadoras en una
posición cada vez más precaria. En este momento, en una sociedad que se contó
entre las más igualitarias, se está produciendo el rápido crecimiento de la
polarización entre extremos de riqueza en la cúspide y, en la base, crecientes
filas de obreros y campesinos cuyas condiciones de vida empeoran día a día.
Como ejemplo de esto, la lista de poseedores globales de miles de millones de
dólares que publica la revisa Fortune de 2006 incluye siete de China continental y uno de Hong
Kong. Aunque sus posesiones son pequeñas en comparación con las de Estados
Unidos y otros lugares, representan la emergencia de un capitalismo chino completamente
desarrollado. Una corrupción rampante vincula las autoridades del Partido y el
Estado y los directores de empresa a los nuevos empresarios privados en una red
de alianzas que está enriqueciendo una floreciente clase capitalista, mientras
las clases trabajadoras son explotadas de una manera que no se veía desde hacía
más de medio siglo.
Los trabajadores con los que hemos hablado pertenecían a las
decenas de millones de trabajadores despedidos de sus antiguos empleos en las empresas
de propiedad estatal, otrora los pilares de la economía, con pérdida de
prácticamente todas las formas correspondientes de seguridad social que
formaban parte de su unidad de trabajo: vivienda, educación, atención sanitaria
y pensiones, entre otras. Cuando esas empresas de propiedad estatal se
convirtieron en corporaciones regidas por el beneficio, ya mediante la venta
directa a inversores privados, ya mediante su semiprivatización a cargo de
empresarios y autoridades estatales y del Partido, la corrupción se hizo común.
Los campesinos con quienes estuvimos luchan por afrontar los
efectos a largo plazo de la disolución forzosa de las comunas rurales y la
introducción del sistema de responsabilidad familiar, en el que cada grupo
familiar contrata con la aldea la cesión de una porción de tierra para
cultivar. Al dejar el campo a merced del mercado global, la política de venta
de tierras a inversores inmobiliarios que realizan los funcionarios locales sin
las compensaciones adecuadas para los aldeanos, dejó, junto con la rampante devastación
medioambiental de las áreas rurales, centenares de millones de personas
luchando por encontrar un modo viable de ganarse la vida, al tiempo que los
despojaba de los apoyos sociales colectivos de los que previamente habían
disfrutado.
Más de cien millones de campesinos se han convertido en parte
de la masiva migración a las ciudades, en busca de trabajo en la construcción,
las nuevas fábricas orientadas a la exportación o los empleos más sucios y
peligrosos, donde carecen de los derechos más elementales. En el caso de muchos
inmigrantes, las condiciones se deterioran rápidamente a medida que se
establecen de modo semipermanente en las comunidades urbanas y a medida que
envejecen y sus problemas de salud se agravan.
Las clases trabajadoras chinas no han permanecido pasivas ante
el deterioro de sus condiciones y la pérdida de los derechos de los que
disfrutaron durante décadas gracias a la lucha y el sacrificio en la revolución
socialista.
El conflicto de clases y la agitación social han alcanzado
niveles desconocidos desde hace décadas. En la China de hoy, los trabajadores,
los campesinos y los migrantes internos están protagonizando algunas de las mayores
manifestaciones del mundo, que a veces llegan a implicar a decenas de miles de
personas y culminan en violentos choques con las autoridades.
Incluso el ministro de seguridad publicó cifras que admitían
que «los incidentes masivos, manifestaciones o motines» se elevaron en 2004 a 74.000,
por encima de los 10.000 de la década anterior y de los 58.000 de 2003 (New York Times,
24 de agosto de 2005). La amenaza de creciente inestabilidad social representa
un desafío cada vez más importante a los máximos dirigentes del Partido y del
Estado, y ya ha tenido como consecuencia cambios de política en un intento de
prevenir mayores agitaciones.
Incluso la llamada nueva clase media de profesionales y
ejecutivos y las filas en rápida expansión de graduados universitarios, muchos
de los cuales han florecido durante el boom económico
de varias décadas, se está fragmentando.
El elevado coste de la educación, que bajo Mao fue
prácticamente gratuita hasta los cursos de posgrado, está haciendo de ésta algo
prohibitivo, sobre todo para las clases trabajadoras. Los graduados recientes tienen
cada vez más dificultad para encontrar empleo. La tensión del mercado se cobra
peaje incluso entre los que están en mejor situación. Las ganancias que ha
producido el desarrollo económico —en especial el acceso más amplio a los
bienes de consumo y a los alimentos, así como una mayor movilidad y más
oportunidades de empleo—, se están recortando para millones de personas debido
a la divisoria de clase en constante aumento y a la creciente inseguridad. En
consecuencia, China está entrando en un período de áspera lucha de clases e
incertidumbre política, cuya superación no será fácil. Para la clase
trabajadora será muy difícil mejorar, y el resurgimiento de la izquierda,
aunque muy significativa, está todavía en una etapa muy incipiente. Este ensayo
explora esas complejidades y posibilidades. En general he omitido los nombres
de personas y organizaciones con el propósito de protegerlas.
Conflicto y unidad
Al menos
superficialmente, parecería que la convergencia de las condiciones de los
trabajadores urbanos, los migrantes y los campesinos —e incluso muchos de los
miembros de la clase media— suministraría la base para una amplia unidad de
lucha contra quienes los explotan bajo las reformas del mercado capitalista y
la apertura de China a las fuerzas económicas mundiales. Pero, lo mismo que en
situaciones similares en Estados Unidos y en cualquier otro lugar del mundo, la
unificación de las clases trabajadoras es más fácil de concebir en teoría que
de realizar en la práctica. Difícilmente desaparecen los viejos prejuicios,
especialmente la baja estima en que muchos chinos de las ciudades tienen al
campesinado, agravados por nuevas formas de competencia producidas por la
migración masiva de las áreas rurales a las ciudades y la manipulación de los
que están en el poder, que emplean métodos ya bien comprobados de división y
conquista para enfrentar a los distintos grupos entre sí.
A modo de ejemplo, cuando se le peguntó si los trabajadores de
Pekín tenían la sensación de que los inmigrantes están ocupando sus puestos de trabajo,
un activista con el que hablamos respondió: «Sí, algo de esa sensación se da
sobre todo entre los despedidos». Muchos de ellos miran por encima del hombro a
la población inmigrante. Durante los trabajos de limpieza tras una gran
tormenta, algunos trabajadores urbanos observaron:
«Éste es el tipo de trabajo para el que están aquí los
inmigrantes, que vienen de zonas donde nunca se ve dinero». Como para confirmar
esa imagen, el New York
Times (3 de abril de 2006), informaba acerca de
los basureros del vertedero municipal de Shanghai, uno de los cuales trabajaba para
pagar los 10.000 yuanes (1.250 dólares) de matrícula de escuela de enseñanza
media de una hija, y los 1.000 yuanes (125 dólares) de la educación primaria de
una segunda hija. Sin embargo, los sentimientos son recíprocos. Los
inmigrantes, a su vez, dicen cosas similares, como «Ese se merece ser un
trabajador despedido».
Según un modelo demasiado familiar en los Estados Unidos
—donde, además de la condición de inmigrante, se tienen en cuenta la raza y la etnia—,
hay trabajadores que ven como favoritismo los intentos del gobierno de ayudar a
los inmigrantes a obtener el pago retroactivo y otros derechos que les
corresponden. Los medios de comunicación aprovechan esas divisiones y promueven
malas relaciones entre los diferentes grupos, diciendo que los proletarios
urbanos sólo quieren tener empleos con extranjeros, afirmando a la vez que los
inmigrantes están dispuestos a trabajar por «nada» y tratando de que los
trabajadores despedidos los imiten, lo cual crea resentimiento. Sin embargo, el
combustible para dicha manipulación lo proporciona la creciente brecha entre
los ingresos urbanos y los rurales, ahora en proporción de 3,3 a 1, «superior a
tasas similares en Estados Unidos y una de las más altas del mundo», (New York Times,
12 de abril de 2006).
Lo tajante de estas divisiones resulta evidente en la
experiencia de los trabajadores de una fábrica de equipos de transmisión
eléctrica de Zhengzhou, donde en 2001 se produjeron choques importantes. Allí,
cuando se vendía la fábrica y ésta cerró, la policía arrestó por la noche a
manifestantes que protestaban, entró y se llevó maquinaria como si se tratara
de ladrones.
También llevó campesinos a cincuenta yuanes por día para que
acarrearan el equipo. Esto culminó en una larga lucha. En parte para evitar la reacción
pública al uso de la policía por la ciudad para que le hiciera el trabajo sucio,
se contrató a campesinos que hicieran las veces de matones; éstos, portando
cascos, utilizaron armas para golpear a los trabajadores. Se llevó una
treintena de camiones con quinientos campesinos en el papel de esquiroles,
ejemplo de lo que sucedía en todo Zengzhou. Un activista contó que cuando los
trabajadores de la fábrica hicieron sonar una campana, «todo el mundo salió»,
lo que el 24 de julio de 2001 culminó en una batalla de cuatro horas entre
campesinos y trabajadores. Ese día ganaron los trabajadores, pues acudieron en
su ayuda trabajadores de otras fábricas, unos cuarenta mil en total. Aunque
ocho trabajadores fueron detenidos y acusados de destruir la propiedad, también
tuvieron ayuda legal y los capitalistas volvieron a perder. Como dijo un trabajador
en referencia a los derechos que tenían antes de la reforma, entonces «nuestras
leyes, las leyes de Mao», estaban vigentes. «Había tanta gente que el gobierno
tuvo miedo.»
La magnitud de la acción popular hizo que las autoridades se
dieran una tregua, pero bajo la presión de los capitalistas, los trabajadores
fueron nuevamente arrestados, esta vez por la policía de seguridad pública para
evitar los tribunales, y hubo diez días de lucha con los campesinos. De esa manera,
se utilizó a los campesinos para sacar a los trabajadores de la fábrica, venderlo
todo inmediatamente y despedir a 5.600 personas. Luego derribaron los
edificios, incluidas las viviendas de los trabajadores, y entregaron la tierra
a un inversor inmobiliario, quien construyó grandes almacenes y viviendas de
lujo. Ahora, sin trabajo o sin casa, todo el mundo tiene miedo de seguir
luchando. De vez en cuando, los policías se convierten en matones, se quitan el
uniforme y actúan como una banda que protege a los propietarios capitalistas,
incluso con cuchillos. En una planta de cerámica, una pandilla golpeó a un
dirigente obrero casi hasta matarlo, pero las autoridades dejaron hacer y luego
ignoraron las quejas.
De esta manera, la policía y otros agentes del gobierno no
sólo atacan y reprimen directamente a los trabajadores de empresas de propiedad
estatal, sino que azuzan a los diversos sectores de las clases trabajadoras
unos contra otros. A pesar de la necesidad de unidad, esas experiencias hacen muy
difícil la superación de los prejuicios y las divisiones existentes. Como dijo
un activista obrero de la compañía de equipos eléctricos: «Los campesinos y los
trabajadores deberían ser una familia; tuvimos que pelear con ellos, pero
deberíamos trabajar juntos». Los que están en lados opuestos actúan de acuerdo
con sus intereses a corto plazo. En la planta, hasta el jefe de policía dijo
que no quería hacer lo que hizo, pero que estaba presionado.
Un trabajador le dijo que era «como un perro». El jefe de
policía respondió: «Sí, pero si no te muerdo ahora, me desuellan». La
sustitución de empresas de propiedad estatal por empresas constructoras
privadas intensifica las divisiones. Las nuevas fábricas que se están
construyendo en la región llevan sus trabajadores del campo, les pagan salarios
bajos y no les proporcionan vivienda ni prestaciones sociales. Además, como
dijo un trabajador, a diferencia de lo que ocurre en Estados Unidos, en China
los que son despedidos de empresas de propiedad estatal no pueden tener ni siquiera
empleos en el sector de servicios, pues para eso se utilizan los campesinos,
más baratos y fáciles de controlar. En consecuencia, a pesar del deseo de
trabajar juntos, esas condiciones llevan inevitablemente al resentimiento entre
distintos sectores de las clases trabajadoras.
No obstante estas divisiones y conflictos, cada vez se
realizan mayores esfuerzos para lograr un nivel más alto de unidad entre
sectores más amplios de los trabajadores urbanos y para crear vínculos más
estrechos entre ellos y los campesinos, tanto con los que se quedan en las
granjas como con los que emigran a las ciudades. Las manifestaciones alrededor
de las fábricas de papel, textiles y de equipos de transmisión eléctrica de Zhengzhou,
junto con la huelga de 13.000 taxistas de esa ciudad en 1997, muestran que
decenas de miles de trabajadores de muchas empresas y sectores, lo mismo que
miembros de la comunidad, se movilizaron en apoyo de quienes se oponían a la
privatización, la pérdida de empleos y prestaciones sociales, o al aumento de
impuestos o tarifas. No obstante, el modelo más común en toda China es el de
los que trabajan en fábricas individuales y que deben hacer frente por sí
mismos a sus empleadores y a los funcionarios del gobierno con ellos asociados.
Con frecuencia, estos enfrentamientos —que pueden comprender acciones tales
como echarse sobre las vías del ferrocarril y bloquear autopistas, o bien
rodear y ocupar oficinas, así como otras maneras de interrumpir la actividad
normal de la ciudad terminan con pequeños pagos a los trabajadores afectados,
en absoluto suficientes para proporcionarles sostén a largo plazo, pero
suficientes como para pacificar su demanda inmediata de algún tipo de alivio.
En un intento de superar esta manera relativamente aislada de lucha, que en la mayoría
de los casos demostró ser inadecuada para detener el avance general de la
privatización, el desempleo y la pérdida de servicios y certezas, los trabajadores
de las diferentes empresas de Zhengzhou están empezando a unirse. También en
Kaifeng, donde la mayoría de las empresas de propiedad estatal ha cerrado
dejando a 100.000 desempleadas, los trabajadores han expresado la necesidad de
mayor unidad para salir victoriosos. Sólo recientemente, trabajadores de
distintas plantas —tanto los muchos que ya han perdido su empleo como los pocos
que aún continúan trabajando— han comenzado a desarrollar acciones conjuntas,
realizar reuniones con representantes de cada una de las empresas y organizar
protestas conjuntas que atraen participantes de todas ellas. Los activistas con
los que hemos hablado allí estaban planeando una gran manifestación de
trabajadores de todas las fábricas de la ciudad para fines de ese año.
Pero las perspectivas de esa acción unificada son inciertas.
Quedan muchas divisiones en el proletariado urbano, tanto económicas como generacionales
e incluso políticas; algunos dan más apoyo a las «reformas» y el gobierno,
mientras que otros sostienen el enfoque socialista. Incluso un parque de
Zhengzhou en medio de un distrito de clase trabajadora que visitamos está físicamente
dividido entre grupos de trabajadores y jubilados de derecha y de izquierda,
con predominio de los primeros en ciertas áreas y sobre todo durante el día,
mientras que en otras zonas, y en particular por la noche, prevalecen los
segundos. Como tuvimos oportunidad de comprobar directamente cuando nos
detuvimos brevemente para hablar con algunos de los muchos que acuden
diariamente al parque para relajarse, las discusiones pueden llegar a ser muy
acaloradas y a veces incluso vagamente amenazantes. Algo análogo ocurre con las
perspectivas de unidad entre trabajadores y campesinos, en la que los
inmigrantes urbanos desempeñan en cierto modo el papel de intermediarios. El
deseo de unirse existe, pero tanto las diferencias en sus condiciones como en
el tratamiento que reciben del gobierno operan contra esos mayores niveles de unificación.
Bajo las reformas ha habido también una parcial inversión de
fortunas.
Tanto en las ciudades como en el campo, las personas con las
que hemos hablado afirmaban que hoy, en fuerte contraste con lo que sucedía
durante la era socialista de Mao, algunos campesinos están en realidad mejor
que muchos de los trabajadores urbanos. Puede que sigan siendo pobres y sigan
luchando por sobrevivir —las familias campesinas más empobrecidas continúan
estando en la peor situación de todas—, pero al menos tienen una parcela de
tierra en la que pueden cultivar algo para comer. Incluso los inmigrantes más
pobres pueden regresar a la aldea si las cosas les resultan muy difíciles en la
ciudad. Sin embargo, los trabajadores urbanos no cualificados, sobre todo
quienes han sido despedidos, no tienen realmente nada que perder, han sido
reducidos una vez más a la clásica condición proletaria, o desprovistos de todo
acceso a los medios de producción y literalmente condenados a morir de hambre
sin ningún tipo de ayuda exterior. Si tienen un padre enfermo o incluso un hijo
con matrículas escolares a su cargo, su situación puede ser realmente
desesperada. Únicamente los más cualificados o que están en condiciones de
montar una pequeña empresa tienen circunstancias más equiparables a las de los
campesinos con su tierra.
En consecuencia, la unidad de acción de estas dos clases
también es difícil de lograr. A menudo, las protestas y las manifestaciones
tienen lugar casi simultáneamente en las ciudades y en el campo de los
alrededores. De esos acontecimientos paralelos en Zhengzhou y Kaifeng y su
entorno oímos hablar ya durante el breve período que estuvimos allí. En la
segunda ciudad, veinte trabajadores acababan de ser arrestados en una fábrica, mientras
que ese mismo día los campesinos protestaban en el condado vecino — rebelándose
y llevando a cabo «actividades malas», como dijo un trabajador—, donde causaron
daños a edificios del gobierno y bloquearon autopistas porque se los había
timado acerca de una tierra destinada a la construcción de una carretera. Pero
no había nexo entre estos acontecimiento prácticamente simultáneos, y todavía
no había habido protestas conjuntas de obreros y campesinos.
Además, hay diferencias incluso en las formas de la reacción
estatal a las manifestaciones de estas dos clases. Los trabajadores urbanos
hacen frente a una represión particularmente dura de las autoridades locales,
porque sus luchas son más visibles para el público, perjudiciales para las
sedes urbanas del poder y un desafío directo al corazón mismo de las reformas: la
privatización de empresas y la formación de la nueva clase capitalista.
Como dijo un trabajador, él y otros como él están furiosos,
«necesitan estar juntos y “rebelarse”, pero, a diferencia de lo que ocurre en
Estados Unidos, se da por sentado que no dirán nada acerca de su situación».
Sin embargo, «no temen morir, pues no poseen nada», de modo que seguirán
luchando.
Las acciones en gran escala de los trabajadores se están
incrementando en todo el país y terminan a veces con victorias locales, pero a
menudo con el arresto y el encarcelamiento de los dirigentes. En contraste, a
pesar de que, al menos teóricamente, la mejora de las condiciones rurales es
hoy la política oficial, el aplastamiento de las protestas campesinas puede ser
más brutal aún, porque son en gran medida invisibles, a menos que las acciones alcancen
una escala lo suficientemente amplia como para llegar a ser percibidas por el
público —como la matanza de unos veinte aldeanos en Dongzhou, provincia de
Guangdong, en diciembre de 2005, por protestar contra la inadecuada
compensación por la tierra incautada para una central eléctrica. A pesar de
estas divisiones y estas barreras, se tiene la sensación de que las clases
trabajadoras en las ciudades y el campo pueden pronto encontrar caminos hacia
la unión, en la medida en que los campesinos están cada vez más furiosos y sus
condiciones convergen con las de los trabajadores urbanos, y a medida que los
inmigrantes envejecen y afrontan una situación de deterioro. Los activistas que
ayudan a organizarse a todas las clases trabajadoras tratan de estimular el
movimiento hacia la unificación, pero se trata de un proceso largo y difícil,
que sólo ha comenzado a colmar el abismo que las separa.
El retorno de la izquierda
La posibilidad de
niveles tan altos de unidad se ve favorecida por la presencia, entre
campesinos, inmigrantes y clase trabajadora urbana, de individuos con gran
experiencia en la lucha por el socialismo en China y con conocimiento del
pensamiento marxista-leninista-maoísta. Ese legado histórico tiene fundamental
significado para el resurgimiento actual de la izquierda en China. Como dijo un
antiguo guardia rojo en Zhengzhou, la comprensión de una «lucha en dos
frentes», la clara demarcación entre el socialismo de la revolución y el
capitalismo del presente, tiene su origen primordialmente en las propias clases
obreras y no en los intelectuales.
Adopta en particular la forma de lucha contra la corrupción,
no sólo en el estricto sentido de oposición a la malversación y los sobornos,
aunque eso forma parte del problema, sino con la intención más amplia de
impedir que la alianza de funcionarios del Estado y del Partido, ejecutivos y
empresarios, convierta por completo los medios de producción en propiedad
privada de los capitalistas recién surgidos y dé marcha atrás a las conquistas socialistas
de los trabajadores y los campesinos logradas durante la era revolucionaria.
Los activistas, sobre todo en Zhengzhou y otras regiones, antiguos centros del
movimiento comunista desde comienzos de la década de 1920, mantienen vivos la
teoría, el espíritu y la práctica de la revolución.
En Zhengzhou, por encima de la principal esquina del centro de
la ciudad, se eleva una torre con aspecto de doble pagoda, construida en 1971,
para conmemorar el más de un centenar de trabajadores asesinados en una huelga
general dirigida por los comunistas en 1923 en los ferrocarriles de Pekín a
Hankou, salvajemente reprimida por el caudillo militar de la región. El legado
de la era de Mao también se mantiene vivo hoy, y el nivel de la conciencia de
los trabajadores es muy alto y conduce a la lucha en dos frentes.
Uno de los aspectos más notables que surgieron de las
discusiones con los trabajadores en esa ciudad fue la sensación de titularidad
de derechos que experimentan en las fábricas en las que acostumbran a trabajar.
Fueran cuales fuesen los límites de la propiedad social y de los derechos de participación
que la clase trabajadora tenía en las empresas de propiedad estatal —y que se
demostraron inadecuados como salvaguarda contra las expropiaciones de las
reformas de Deng—, no hay duda de que, en el fondo, estaban convencidos de que
esas plantas eran básicamente «suyas».
*Artículo publicado
en MR, vol. 58, nº 2, junio de 2006, pp. 25-48. Traducción Marco Aurelio
Galmarini.
**· Robert
Weil es autor de Red Cat,
White Cat: China and the Contradictions of «Market
Socialism» (Monthly Review Press, 1996), y otros
artículos y ponencias sobre economía, política y condiciones
laborales en China. Es un activista de toda la vida en movimientos de
trabajadores, derechos civiles, antibélicos, ecologistas y de solidaridad
internacional. En la actualidad
es organizador de personal del sindicato
de profesores y bibliotecarios de dos campus universitarios
de California, donde además ha impartido clases de sociología y disciplinas afines.
La publicación del informe completo que se cita en el primer párrafo está
prevista para el verano de 2006. Para solicitarla, consúltese
http://www.oaklandinstitute.org, o bien la dirección
de correo electrónico info@oaklandinstitute.org.
EXCELENTE ARTICULO. Continuen con su buen trabajo de educacion politica...
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