La Recreación de la Realidad:
«Los Siete Ensayos»
(Quinta Parte)
Jorge Oshiro
C. César
Vallejo
Se sabe que
con la poesía de Rubén Darío (1867-1916) comenzó la América Hispánica a cantar
con propia voz. Y obtuvo esta propia voz después de haber roto con el
tradicionalismo colonialista. Ya no le interesaba copiar lo que se producía en
España. El poeta nicaragüense rompe el cordón umbilical (cultura española) y
apoyándose en la cultura europea desde la tradición greco-latina hasta el
parnasianismo y el simbolismo francés
logra liberarse del círculo de la
enajenación colonialista.
Vallejo sigue los rumbos trazado por Darío y no es un
azar que sus primeros versos de «Los Heraldos Negros» tengan todavía el sello
del modernismo rubendariano. Pero esto es solamente el primer paso.
Vallejo va a superar muy rápidamente la etapa
cosmopolita y va a hacer su introspección en la sustancia de la peruanidad,
en esa sustancia oprimida y deprimida por siglos. Mariátegui:
"Vallejo es el poeta de una estirpe, de una raza.
En Vallejo se encuentra, por primera vez en nuestra literatura, sentimiento
indígena virginalmente expresado".
El
sentimiento, como la emoción y la pasión son expresiones reales, son formas de in-sistencia (interioridad) de la vida, polo complementario a la ex-sistencia (exterioridad) de las cosas.
Y cuando Mariátegui habla del sentimiento está
refiriéndose a un cuerpo viviente, que vive, que sufre; el sentimiento no es
otra cosa que la afirmación (vital) del cuerpo, tanto individual como social.
Vallejo traduce no solamente el sentimiento del indio,
sino el "sentimiento virginal del indio". El poeta ha logrado
traducir en versos la esencia del espíritu indígena, su emoción original.[1]
No fue el primer intento, pero fue el primero que logró este propósito.
"Melgar -signo larvado, frustrado- en sus yaravíes
es aún un prisionero de la técnica clásica, un gregario de la retórica
española".
·
Es decir, no era
suficiente tomar y cantar el tema indígena. Era necesario romper también con
las formas tradicionales de expresión. Era necesario crear el propio lenguaje.
"...a partir de este sembrador (Vallejo JO) se
inicia una nueva época de la libertad, de la autonomía poética, de la vernácula
articulación verbal" (op.cit.).
·
Era necesario un
nuevo lenguaje para expresar una nueva emoción (nueva para la literatura
peruana, milenaria para la tradición andina).
·
El nuevo Perú, el
nuevo peruano requería también de un nuevo lenguaje poético.
"Al poeta no le basta traer un mensaje nuevo.
Necesita traer una técnica y un lenguaje nuevos también".
Por lo tanto
la superación del viejo sistema expresivo de la poesía era una necesidad vital,
no una arbitrariedad del poeta. La poesía de Vallejo no es siempre una poesía
fácil. Pero si no es fácil, en cambio es profunda.
Dentro de la dimensión de la literatura mundial, «Los
Heraldos Negros» pertenece al ciclo simbolista. Pero el simbolismo, según
Mariátegui, ha sido de todos los tiempos. Y por otro lado no hay otra forma
poética mejor dotada que el simbolismo para interpretar con acierto el espíritu
andino:
"El indio, por animista y por bucólico, tiende a
expresarse en símbolos e imágenes antropomórficas o campesinas".
La poesía de
Vallejo no se agota con el simbolismo, tiene además elemento dadaísta,
expresionista, suprarealista:
"El valor sustantivo de Vallejo es el creador. Su
técnica está en continua elaboración".
(...)
"Mas lo fundamental, lo característico en su arte
es la nota india. Hay en Vallejo un americanismo genuino y esencial".
Vallejo no
ha buscado en lo tradicional la materia de su poesía.
"la palabra quechua, el giro vernáculo no se
injertan artificiosamente en su lenguaje".
Su poesía no
es elaborada desde el plano de la conciencia; Vallejo no es el poeta que busca
temas en los Andes.
"Su poesía y su lenguaje emanan de su carne y su
ánima. El sentimiento indígena obra en su arte quizá sin que él lo
sepa ni lo quiera".
El sentimiento indígena obra en su arte porque
el poeta se sitúa en esta región cultural de la realidad peruana hasta entonces
oprimida. El sentimiento indígena obra en su arte porque Vallejo como unidad
corporal está integrado a otra 'unidad corporal' mayor que lo envuelve.
En este sentido puede afirmar Mariátegui que el quechua, el giro vernáculo
"son en él producto espontáneo, célula propia,
elemento orgánico".
Integrado al
'cuerpo cultural andino' Vallejo expresa naturalmente los rasgos existenciales
propios de esta cultura. Para Mariátegui el rasgo más característico de este
cuerpo social es el sentimiento de nostalgia.
Basándose en las afirmaciones de Luis E. Valcarcel
dice que la tristeza del indio no es sino nostalgia,
"Vallejo es ascendradamente nostálgico. Tiene la
ternura de la evocación".
Pero esta
nostalgia no es pasadista; Vallejo no siente la nostalgia del Imperio Incaico.
La nostalgia vallejana es
"una protesta sentimental o una protesta
metafísica; nostalgia del exilio; nostalgia de la ausencia".
Todo hace
pensar que lo metafísico en Mariátegui no es un fenómeno de la inteligencia
sino del cuerpo. El exilio es una forma de dolor, pero el dolor vallejiano es
meta-físico porque trasciende el dolor corporal de Vallejo-individuo para
convertirse en dolor universal, el dolor de todos los cuerpos, el dolor de
todos sus hermanos:
"Vallejo intepreta a la raza en un instante en
que todos sus nostalgias, punzadas por un dolor de tres siglos, exacerban".
Toda
nostalgia es un dolor existencial de una ausencia y la nostalgia metafísica de
Vallejo es la protesta contra la ausencia de Ser. La búsqueda de Vallejos se
acerca a la búsqueda del propio Mariátegui, por eso él puede comprender al
poeta en su plenitud.
En otro pasaje escribe Mariátegui:
"Vallejo tiene en su poesía el pesimismo del
indio".
Pero en este
pesimismo se encuentra siempre un fondo de piedad humana,
"no hay nada en él de satánico ni de
morboso",
"es el pesimismo de un ánima que sufre y
expía"
comenta
nuestro autor citando a Pierre Hamp.
"No traduce una romántica desesperanza del
adolescente turbado por la voz de Leopardi o de Schopenhauer".
Esta es una
directa alusión autobiográfica de Mariátegui. Es una referencia a su propia
juventud de Juan Croniqueur. Pero es una referencia sin nada de satánico ni de
morboso. Mariátegui se piensa a sí mismo con la serenidad con la certeza de
haber superado aquella etapa.
Así como el panteísmo y el fatalismo indio, el
fatalismo de Vallejo no es un concepto, es un sentimiento. Es un sentimiento
que se acerca al fatalismo cristiano y místico,
"se presenta lleno de ternura y caridad…"
"Pero no se confunde nunca con esa neurastenia
angustiada que conduce al suicidio a los lunáticos personajes de Andreiev y
Arzibachev".
El pesimismo
lunático, neurasténico es un narcisismo irrefrenable, desencantado y
desesperado. El pesimismo vallejiano es de otra esencia:
"Vallejo siente todo el dolor humano. Su pena no
es personal. Su alma está triste hasta la muerte de la tristeza de todos
los hombres"[2].
Pero también
de la tristeza de Dios. Porque para el poeta, nos dice Mariátegui,
"No sólo existe la pena de los hombres".[3]
"Es tanta su piedad humana que
a veces se siente responsable de una parte del dolor
de los hombres.[4]
El
romanticismo del siglo XIX fue esencialmente individualista, el romanticismo,
en cambio del siglo veinte es
"espontánea y lógicamente socialista,
unanimista".
En este
sentido el poeta peruano no sólo es expresión del mundo indígena, también
pertenece a su siglo.La poesía de Vallejo representa para Mariátegui el comienzo
de una nueva sensibilidad, el descubrimiento de una nueva dimensión, la
dimensión profunda de la realidad nacional. La poesía de Vallejo es, dice
Mariátegui, siempre
"alma ávida de infinito, sedienta de
verdad. La creación en él es al mismo tiempo, inefablemente dolorosa y
exultante".
Es un poeta
místico porque como Walt Whitman busca la Totalidad pero no en la alegría sino
en el dolor y de la misma manera que Mariátegui busca superar el dolor y la
muerte en la solidaridad de los hombres, en la solidaridad de las multitudes
como el célebre poema «Masa» lo muestra.
D. El
indigenismo
La corriente
literaria predominante en los años veinte era el indigenismo. Y esto se explica
porque
"el indigenismo literario traduce un estado de
ánimo, un estado de conciencia del Perú nuevo".
La Nueva
Generación, la generación de Mariátegui, re-descubrió el Perú porque reivindicó
al indio, su tierra (su paisaje) y su cultura. El nuevo peruano comenzó a
descubrir su yo profundo en ese Perú profundo secularmente oprimido. Este
descubrimiento que fue ante todo una lucha político-social no pudo dejar de
expresarse en la literatura, porque ésta es la conciencia (imaginaria) de esta
realidad.
La reivindicación del indio y su dimensión cultural
comenzó a plantear un nuevo problema. Se había oprimido larga y profundamente
este aspecto sustancial de la realidad peruana. Pero a lo largo de los siglos,
acompañando esta opresión fue desarrollándose, sobre todo a lo largo de la
costa, una cultura más occidental, más española que peruana, a pesar de que el
país se hayaba independizado políticamente desde hace más de 100 años.
Y precisamente el descubrimiento de la realidad
indígena lo hizo un sector rebelde y revolucionario de esta cultura. Esta
generación había roto con la alienación inicial, había hecho sus experiencias
en el extranjero, se había hecho cosmopolita y en un tercer momento descubría
su realidad interior y contradictoria. Y aquí comienza la lucha ideológica
contra dos frentes.
·
El primer frente
era la lucha contra el espíritu pasadista y conservadora, que insistía en la
realidad colonial del Perú, que no pudiendo ya negar la realidad del indio y de
su cultura, trataba de conservar el status
quo dando determinadas concesiones: más escuelas, más educación, mejora de
las relaciones con el aparato burocrático estatal, mayor humanismo.
·
Por otro lado la
lucha se iniciaba contra aquellos que veían en la realidad profunda del Perú el
único Perú, y pretendían desconocer todo lo que no era indio y trataba de
volver a los tiempos del Imperio.[5]
Era otra
forma de pasadismo por su carácter ahistórico. Mariátegui se ubicó entre
aquellos que propugnaban la síntesis cultural, la única solución realista
posible a un problema explosivo. En este sentido escribía él:
"Los indigenistas auténticos...colaboran,
conscientemente o no, en una obra política y económica de reivindicación -no de
restauración ni resurrección".
Y contra
toda desfiguración agrega que el indio no representa únicamente un tipo, un
tema, un motivo, un personaje:
"Representa un pueblo, una raza, una tradición,
un espíritu".
Por lo tanto
no es solamente un color, un tema ni tampoco un elemento étnico entre otros. Es
mucho más que eso:
"Lo que da derecho al indio a prevalecer en la
visión del peruano de hoy es, sobre todo, el conflicto y el contraste entre su
predominio demográfico y su servidumbre -no sólo inferioridad -social y
económica".
La presencia
mayoritaria indígena, tres o cuatro millones, dice nuestro autor, en un
panorama mental de cinco millones, no debe sorprender a nadie que
"este pueblo siente la necesidad de encontrar el
equilibrio que hasta ahora le ha faltado en su historia".
Mariátegui
reitera que la reivindicación del indio
"tiene fundamentalmente el sentido de reivindicación
de lo autóctono".
Y no puede
compararse con la reivindicación de lo criollo, y añade al cual no reemplaza ni
subroga:
"El criollismo, aparte de haber sido demasiado
esporádico y superficial, ha estado nutrido de sentimiento colonial. No ha
constituído una afirmación de autonomía".
Para
Mariátegui el criollismo es todavía expresión de una conciencia enajenada,
colonialista, de una conciencia dependiente, exterior:
"El criollo peruano no ha acabado aún de
emanciparse espiritualmente de España. Su europeización -a través del cual debe
encontrar, por reacción, su personalidad- no se ha cumplido sino en parte".
El período
cosmopolita no había sido desarrollado suficientemente. Y este período es para
nuestro autor de gran necesidad, de tal manera que sin él, el criollo no
podrá comprender su realidad por lo tanto no podrá comprenderse:
"Una vez europeizado, el criollo de hoy
difícilmente deja de darse cuenta del drama del Perú".
Es esta
europeización, es decir esta conciencia de la totalidad lo que le va llevar a
la conciencia de su alienación y va a reconocer la necesidad de re-descubrir la
realidad profunda del Perú, ese si-mismo:
"Es él precisamente el que reconociéndose a sí
mismo como un español bastardeado, siente que el indio debe ser el cimiento de
la nacionalidad".
El criollo
necesita al indio para regenerarse, es en la cultura indígena que Mariátegui
siente el fundamento de la nueva identidad. Es el punto de partida, no el punto
de llegada. O como dice Mariátegui, es el cimiento pues: somos una nacionalidad
en formación. El indio por propia fuerza es aún débil para reivindicar solo sus
derechos de ser. De allí que diga Mariátegui:
"Si el indio ocupa el primer plano en la
literatura y el arte peruanos no será , seguramente, por su interés literario
o plástico, sino porque las fuerzas nuevas y el impulso vital de la nación
tienden a reivindicarlo".
¿Quiénes son
estas fuerzas nuevas y qué es este impulso vital que reivindica al indio?
Entramos así a la segunda parte del análisis nuestro de Los Siete Ensayos.
[2] Es notorio la
profunda intensidad del sentimiento de comunidad adleriana en la poesía de
Vallejo
[3] "Siento a Dios
que camina/ tan en mí, con la tarde y con el mar./ Con él nos vamos juntos.
Anochece./ Con él anochecemos. Orfandad./ Pero yo siento a Dios. Y hasta
parece/ que él me dicta no sé qué buen color./ Como un hospitalario, es bueno y
triste;/mustia un dulce desdén de enamorado:/debe dolerle mucho el
corazón".
[4] "Todos mis
huesos son ajeno / yo tal vez los robé!/ Yo vine a darme lo que acaso estuvo /
asignado para otro;/ y pienso que, si no hubiera nacido,/ otro pobre tomara
este café!/ Yo soy un mal ladrón...A dónde iré!".
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