jueves, 14 de noviembre de 2013

Arte



Arte Realista y Arte Figurativo


César Risso


Existe la creencia general de que el arte para ser realista tiene que ser figurativo. Esto es un error. El realismo en el arte es un programa; en cambio, el figurativismo, o arte figurativo es un medio o una técnica. El primero se propone reflejar la realidad a través del medio o la técnica que considere apropiados, en tanto que el segundo hace uso de la apariencia de las cosas, no necesariamente para expresar la realidad.

El realismo no rechaza la fantasía, por el contrario, hace uso de ésta para reflejar aquellos aspectos de la realidad que han adquirido singular importancia.

Más que el aspecto fenoménico de la realidad, lo que el arte debe buscar es la verdad. Pero esta no aparece de golpe. En esto se diferencian el arte y la ciencia. Mientras el primero recurre a una imagen singular para expresar lo general, la segunda tiene un carácter discursivo. Así, en el arte, la verdad, cuando no es anecdótica, está compuesta de fragmentos que reflejan los aspectos esenciales de la realidad. Esto nos hace concluir que la imagen artística no puede explicar la verdad completa, pero sí puede sugerirla, o contribuir a explicarla. Pero para ello tiene que trascender lo formal, que se expresa, aunque no siempre, a través del figurativismo.

Este carácter de la representación artística como imagen singular y concreta, por su inmediatez, esto es, por su materialidad, tiene una inmensa ventaja sobre la ciencia; no sólo por el carácter discursivo de ésta sino por el diferente mecanismo psicológico, lo cual permite que el mensaje de la obra penetre más fácilmente en la conciencia.
La representación artística, atendiendo a los sentimientos, vía los analizadores del primer sistema de señales, al presentar la imagen como una realidad propia y acabada, es decir, como hecho indiscutible, invita a renunciar al análisis y a la comprobación. Por ello, el papel de la crítica es el de suplir o, mejor aún, completar la apreciación pasiva de la obra de arte, con los elementos de la ciencia, restaurando los fueros de la reflexión científica en la comprensión de la obra de arte, transformando la observación pasiva en activa.

El arte nos presenta la vida en imágenes, en escenas, como si fuese la vida misma. Tiene de peculiar que a diferencia de la ciencia, que reproduce la vida y el mundo conceptualmente, es decir, como explicación científica de acuerdo a leyes, el arte pretende aparecer como materia prima para el análisis conceptual, usurpando así el papel de la realidad. El arte es también, a semejanza de la ciencia, una interpretación de la vida y el mundo, pero lo es a través de imágenes, que por más universal que sean sólo presentan fragmentos de la realidad, aun cuando estas imágenes tengan corporeidad en una obra pictórica o escultórica. Hay que separar entonces, en el análisis, el arte como realidad propia, del arte como representación de la realidad.

El arte, por ejemplo, no nos va a explicar la teoría de la lucha de clases, sino más bien va a representar un fragmento de la lucha de clases a través de la imagen artística, puesto que tiene que seccionar de la vida todo el conjunto de aspectos y de elementos que concurren en la realidad y que no pueden ser considerados en esta imagen artística sino de forma deficiente, es decir, limitada por los propios medios de que dispone.

También es cierto que el arte es la expresión del artista (del ser íntimo del artista), y que este crea con los elementos culturales de su formación. Pero cuando el artista tiene clara conciencia de las cosas, socialmente hablando, cuando es emocional e intelectualmente permeable a las condiciones históricas de su época, el bagaje cultural que posee le permite darle un sentido a su obra; no busca en este caso el disfrute o goce artístico, busca recrear los aspectos o elementos que pueden educar al pueblo en la comprensión de la realidad.

La situación cultural del pueblo obliga al artista a hacer su obra asequible a éste. Es, salvando las distancias, el caso de la obra Elogio de la locura de Erasmo de Rotterdam. Cuando éste escribió su obra, lo hizo en latín, cuya lectura fue festejada a carcajadas por el Pontífice León X; pero cuando Berquin la tradujo al francés, idioma de mayor acceso al público lego, fue condenado a la hoguera.

El lenguaje artístico y las técnicas utilizadas deben corresponder, para el artista consciente, con las características culturales propias del pueblo. Si bien el lenguaje artístico puede tener un desarrollo en función del avance de la ciencia, no es menos cierto que por su complejidad puede resultar siendo un arte de elite, por lo tanto puede terminar excluyendo a gran parte del pueblo.

Parece que el avance de la ciencia va alejando al arte del pueblo, sin embargo, este problema no debe sustraer al artista del uso de las adquisiciones científicas y técnicas. La fantasía y el no figurativismo bien aplicados tienen la función de recrear más verídicamente la realidad. En este sentido se expresa José Carlos Mariátegui cuando dice que “La experiencia realista no nos ha servido sino para demostrarnos que sólo podemos encontrar la realidad por los caminos de la fantasía”.[1]

Si nos ceñimos al arte de la pintura, una evidencia del recurso al artificio se da por el uso de la perspectiva. Con esto se crea la ilusión de que en las dos dimensiones del cuadro podemos representar tres dimensiones, que son las que corresponden a la realidad. A pesar de la fantasía este recurso fue un progreso para la pintura. A este recurso sucedió otro, que se refiere al uso de la perspectiva múltiple, dándole mayor movilidad a la imagen artística, en el sentido de un mayor acercamiento a la representación de la realidad, aun cuando se alejaba de la copia formal de ésta. “Pero la ficción no es libre. Más que descubrirnos lo maravilloso, parece destinada a revelarnos lo real. La fantasía, cuando no nos acerca a la realidad, nos sirve bien poco […] La fantasía no crea valor sino cuando crea algo real. Esta es su limitación. Este es su drama”.[2]

Por supuesto que toda representación artística tiene como fuente a la realidad, y en este sentido, la obra de arte es universal cuando refleja las situaciones que corresponden al nudo del problema social de la época, o, para decirlo de forma plástica, cuando se ubica en la cresta de la problemática concreta humana de la época.

En la obra pictórica Los esposos Arnolfini de Jan Van Eyck, podemos apreciar una obra figurativa. El autor respeta las leyes de la física y utiliza la perspectiva fija. Pero adentrémonos en la crítica artística de esta obra: “la nitidez de los pormenores compone un microcosmos perfecto, de dignidad doméstica tan concreta como repleta de valores simbólicos y en la que el éxtasis de las personas y de los objetos no sólo se ha sabido presentar palpitante por el vibrar de la luz sobre cada partícula, sino que se anima por la manera en que la atención del observador, cautivada súbitamente por las miradas de los cónyuges, es dirigida al espacio de la pared del fondo –que ‘redobla’ el espacio pictórico– y, por último, atraída por el perro que aparece en el primer plano, sugiriendo una ‘circulación’ ininterrumpida, de subyugante vitalidad”.[3]

En cambio, Marc Chagall, en la pintura El cumpleaños, prescinde de la ley de la gravedad. La esposa del pintor, Bella, se encuentra en estado de ingravidez, inclinada hacia la izquierda, en tanto que Chagall está flotando en el aire, con el cuerpo paralelo a Bella y el cuello en escorzo, besando a su esposa. A través de la ficción el artista escapa de los cánones tradicionales en la representación del amor. En otros tiempos llamaría nuestra atención el beso de la pareja; sin embargo, es la representación aérea, por la cual se establece el paralelo entre el sentimiento, inasible en sí mismo, y la ingravidez, igualmente inasible, lo que nos descubre lo maravilloso del amor.

Cuál de las dos obras comentadas expresa mejor el amor que se tienen los esposos. Es necesario señalar que son obras de épocas diversas y en consecuencia los estilos son igualmente diversos. No obstante, la comparación es válida. La respuesta puede variar de acuerdo a la época, sin embargo, actualmente nos aproxima más a la realidad del amor la obra de Marc Chagall.

El cine es otra de las artes que tiene que recurrir permanentemente a la ficción para aproximarse a lo real. En muchas escenas se ve partir un tren de la estación, y a los pocos segundos se ve el tren llegando a su destino. A través del cambio de escenario y del ángulo de enfoque, así como de otros elementos técnicos, se crea la ilusión de que efectivamente el tren ha llegado a su destino.

Mientras el arte tenga cada vez más un carácter intelectual, esto es, se fundamente o haga uso de elementos que corresponden al avance científico, tanto en la técnica como en una u otra escuela o tendencia artística, se alejará de las posibilidades de ser asequible al pueblo; y esto, porque una de las consecuencias de la explotación capitalista es precisamente el atraso cultural. Siendo esto así, al alejarse cada vez más el arte de la función inmediata de propaganda (sin perder sus cualidades estéticas) el medio más apropiado para corregir esta deficiencia es la crítica artística. El crítico tiene que acercar el arte al pueblo. Lo que en el artista es creación, en el crítico es motivo para esclarecer.

Un ejemplo de crítica artística, como apoyo para poner en evidencia las diferencias psicológicas entre el niño y el adolescente, la encontramos en la prosa de Aníbal Ponce: “Hay en el museo de Louvre un retrato delicioso de Chardin que representa a un niño jugando con un trompo. Hace un instante que ha vuelto de la escuela. Sobre la mesa, en la que apoya sus dos manos, acaba de arrojar el libro que traía bajo el brazo. La linda carita, más graciosa aun por el contraste entre el rostro pueril y la peluca empolvada, tiene la expresión a la vez dichosa y grave, como si el trompo que gira bajo sus ojos hubiera bastado para procurarle una felicidad sin bullicio.

“No muy lejos de allí, en la amplia perspectiva de la gran Galería, un retrato de joven, atribuido durante mucho tiempo a Rafael, nos transporta a través de las edades a otra latitud y a otro clima. Este adolescente de mirada triste ha buscado en la naturaleza un eco simpático a su pena. La suavidad de la luz que lo envuelve no desentona con su melancolía, y hasta una cierta molicie en el dibujo parece destinada a subrayar, de intento, el brillo semiapagado de los ojos, la ligera contracción del ceño, el desfallecimiento general de la expresión.

“Si fuera posible oponer en síntesis animada el perfil del niño y el del adolescente, ahí la tendríamos delante de los ojos en los dos cuadros magistrales de Chardin y Rafael.”[4]

Sin embargo, creo necesario señalar que la crítica no puede ser inocua o aséptica. Ella tiene que, al igual que frente a la realidad de la cual el arte es de alguna manera reflejo, tomar posición, hundir con agudeza en la forma y el contenido de la obra de arte la concepción a la cual adhiere el crítico, sin prescindir de ningún elemento de la realidad; concepción del mundo que debe ser necesariamente científica, para empalmar con la trama específica del proceso histórico y por lo tanto con la tendencia progresiva general del desarrollo de la humanidad. En este sentido Mariátegui señala lo siguiente: “Mi crítica renuncia a ser imparcial o agnóstica, si la verdadera crítica puede serlo, cosa que no creo absolutamente. Toda crítica obedece a preocupaciones de filósofo, de político, o de moralista […] Declaro sin escrúpulo, que traigo a la exégesis literaria todas mis pasiones e ideas políticas […] Pero esto no quiere decir que considere el fenómeno literario o artístico desde puntos de vista extra estéticos, sino que mi concepción estética se unimisma, en la intimidad de mi conciencia, con mis concepciones morales, políticas y religiosas, y que sin dejar de ser concepción estrictamente estética, no puede operar independiente o diversamente.”[5]

Hay, pues, diferencia entre el arte y la teoría del arte, así como entre la obra de arte y la crítica de arte.

Puede, pues, el arte, con el agregado de la crítica, servir de apoyo en el conocimiento del mundo. Por la peculiaridad del arte como creador de la imagen artística, como representación de la realidad, los elementos de que dispone lo habilitan como medio para influir en la conciencia recurriendo a las emociones, motivando en el pueblo, o reforzando tal vez, la intuitiva comprensión de la realidad y con ello cumpliendo el rol de medio de propaganda para cambiar el mundo.

Medio de propaganda digo, pero con una aprensión, para lo cual cedo la palabra a J. Plejanov: “El artista expresa su idea por medio de imágenes, mientras que el publicista demuestra su idea por medio de deducciones lógicas. Y si el escritor, en vez de operar con imágenes opera con deducciones lógicas, o bien si esas imágenes son inventadas por él, con objeto de llegar a la demostración de determinada idea, en ese caso deja de ser artista para convertirse en publicista, aun cuando no escriba artículos, ni tesis, sino novelas, cuentos y obras teatrales.”[6]





[1] Mariátegui, José Carlos. 1980. El artista y la época. Empresa editora Amauta, octava edición. O.C. Tomo 6. P. 23.
[2] Ibid. P. 23.
[3] Camesasca, Ettore. 1973. Revista MAESTROS DE LA PINTURA Nº 25. Editorial Noguer.
[4] Ponce, Aníbal. 1943. Ambición y angustia de los adolescentes. Editorial El Ateneo, Buenos Aires. PP. 11-12.
[5] Mariátegui, José Carlos. 1980. 7 ensayos de interpretación de la realidad peruana. Empresa editora Amauta, décimo tercera edición. P. 182.
[6] Plejanov, Jorge. 1945. El arte y la vida social. Editorial Calomino. P. 49.

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