Arte Realista y Arte Figurativo
César Risso
Existe la creencia general de que
el arte para ser realista tiene que ser figurativo. Esto es un error. El
realismo en el arte es un programa; en cambio, el figurativismo, o arte
figurativo es un medio o una técnica. El primero se propone reflejar la
realidad a través del medio o la técnica que considere apropiados, en tanto que
el segundo hace uso de la apariencia de las cosas, no necesariamente para
expresar la realidad.
El realismo no
rechaza la fantasía, por el contrario, hace uso de ésta para reflejar aquellos
aspectos de la realidad que han adquirido singular importancia.
Más que el
aspecto fenoménico de la realidad, lo que el arte debe buscar es la verdad.
Pero esta no aparece de golpe. En esto se diferencian el arte y la ciencia.
Mientras el primero recurre a una imagen singular para expresar lo general, la
segunda tiene un carácter discursivo. Así, en el arte, la verdad, cuando no es
anecdótica, está compuesta de fragmentos que reflejan los aspectos esenciales
de la realidad. Esto nos hace concluir que la imagen artística no puede
explicar la verdad completa, pero sí puede sugerirla, o contribuir a
explicarla. Pero para ello tiene que trascender lo formal, que se expresa,
aunque no siempre, a través del figurativismo.
Este carácter
de la representación artística como imagen singular y concreta, por su
inmediatez, esto es, por su materialidad, tiene una inmensa ventaja sobre la
ciencia; no sólo por el carácter discursivo de ésta sino por el diferente
mecanismo psicológico, lo cual permite que el mensaje de la obra penetre más
fácilmente en la conciencia.
La representación artística,
atendiendo a los sentimientos, vía los analizadores del primer sistema de
señales, al presentar la imagen como una realidad propia y acabada, es decir,
como hecho indiscutible, invita a renunciar al análisis y a la comprobación.
Por ello, el papel de la crítica es el de suplir o, mejor aún, completar la
apreciación pasiva de la obra de arte, con los elementos de la ciencia,
restaurando los fueros de la reflexión científica en la comprensión de la obra
de arte, transformando la observación pasiva en activa.
El arte nos
presenta la vida en imágenes, en escenas, como si fuese la vida misma. Tiene de
peculiar que a diferencia de la ciencia, que reproduce la vida y el mundo
conceptualmente, es decir, como explicación científica de acuerdo a leyes, el
arte pretende aparecer como materia prima para el análisis conceptual,
usurpando así el papel de la realidad. El arte es también, a semejanza de la
ciencia, una interpretación de la vida y el mundo, pero lo es a través de
imágenes, que por más universal que sean sólo presentan fragmentos de la
realidad, aun cuando estas imágenes tengan corporeidad en una obra pictórica o
escultórica. Hay que separar entonces, en el análisis, el arte como realidad
propia, del arte como representación de la realidad.
El arte, por
ejemplo, no nos va a explicar la teoría de la lucha de clases, sino más bien va
a representar un fragmento de la lucha de clases a través de la imagen
artística, puesto que tiene que seccionar de la vida todo el conjunto de
aspectos y de elementos que concurren en la realidad y que no pueden ser
considerados en esta imagen artística sino de forma deficiente, es decir, limitada
por los propios medios de que dispone.
También es
cierto que el arte es la expresión del artista (del ser íntimo del artista), y
que este crea con los elementos culturales de su formación. Pero cuando el
artista tiene clara conciencia de las cosas, socialmente hablando, cuando es
emocional e intelectualmente permeable a las condiciones históricas de su
época, el bagaje cultural que posee le permite darle un sentido a su obra; no
busca en este caso el disfrute o goce artístico, busca recrear los aspectos o
elementos que pueden educar al pueblo en la comprensión de la realidad.
La situación
cultural del pueblo obliga al artista a hacer su obra asequible a éste. Es,
salvando las distancias, el caso de la obra Elogio
de la locura de Erasmo de Rotterdam. Cuando éste escribió su obra, lo hizo
en latín, cuya lectura fue festejada a carcajadas por el Pontífice León X; pero
cuando Berquin la tradujo al francés, idioma de mayor acceso al público lego,
fue condenado a la hoguera.
El lenguaje
artístico y las técnicas utilizadas deben corresponder, para el artista
consciente, con las características culturales propias del pueblo. Si bien el
lenguaje artístico puede tener un desarrollo en función del avance de la
ciencia, no es menos cierto que por su complejidad puede resultar siendo un
arte de elite, por lo tanto puede terminar excluyendo a gran parte del pueblo.
Parece que el
avance de la ciencia va alejando al arte del pueblo, sin embargo, este problema
no debe sustraer al artista del uso de las adquisiciones científicas y
técnicas. La fantasía y el no figurativismo bien aplicados tienen la función de
recrear más verídicamente la realidad. En este sentido se expresa José Carlos
Mariátegui cuando dice que “La experiencia realista no nos ha servido sino para
demostrarnos que sólo podemos encontrar la realidad por los caminos de la
fantasía”.[1]
Si nos ceñimos
al arte de la pintura, una evidencia del recurso al artificio se da por el uso
de la perspectiva. Con esto se crea la ilusión de que en las dos dimensiones
del cuadro podemos representar tres dimensiones, que son las que corresponden a
la realidad. A pesar de la fantasía este recurso fue un progreso para la
pintura. A este recurso sucedió otro, que se refiere al uso de la perspectiva múltiple,
dándole mayor movilidad a la imagen artística, en el sentido de un mayor
acercamiento a la representación de la realidad, aun cuando se alejaba de la
copia formal de ésta. “Pero la ficción no es libre. Más que descubrirnos lo
maravilloso, parece destinada a revelarnos lo real. La fantasía, cuando no nos
acerca a la realidad, nos sirve bien poco […] La fantasía no crea valor sino
cuando crea algo real. Esta es su limitación. Este es su drama”.[2]
Por supuesto
que toda representación artística tiene como fuente a la realidad, y en este
sentido, la obra de arte es universal cuando refleja las situaciones que
corresponden al nudo del problema social de la época, o, para decirlo de forma
plástica, cuando se ubica en la cresta de la problemática concreta humana de la
época.
En la obra
pictórica Los esposos Arnolfini de
Jan Van Eyck, podemos apreciar una obra figurativa. El autor respeta las leyes
de la física y utiliza la perspectiva fija. Pero adentrémonos en la crítica
artística de esta obra: “la nitidez de los pormenores compone un microcosmos
perfecto, de dignidad doméstica tan concreta como repleta de valores simbólicos
y en la que el éxtasis de las personas y de los objetos no sólo se ha sabido
presentar palpitante por el vibrar de la luz sobre cada partícula, sino que se
anima por la manera en que la atención del observador, cautivada súbitamente
por las miradas de los cónyuges, es dirigida al espacio de la pared del fondo
–que ‘redobla’ el espacio pictórico– y, por último, atraída por el perro que aparece
en el primer plano, sugiriendo una ‘circulación’ ininterrumpida, de subyugante
vitalidad”.[3]
En cambio, Marc
Chagall, en la pintura El cumpleaños,
prescinde de la ley de la gravedad. La esposa del pintor, Bella, se encuentra
en estado de ingravidez, inclinada hacia la izquierda, en tanto que Chagall
está flotando en el aire, con el cuerpo paralelo a Bella y el cuello en
escorzo, besando a su esposa. A través de la ficción el artista escapa de los
cánones tradicionales en la representación del amor. En otros tiempos llamaría
nuestra atención el beso de la pareja; sin embargo, es la representación aérea,
por la cual se establece el paralelo entre el sentimiento, inasible en sí
mismo, y la ingravidez, igualmente inasible, lo que nos descubre lo maravilloso
del amor.
Cuál de las dos
obras comentadas expresa mejor el amor que se tienen los esposos. Es necesario
señalar que son obras de épocas diversas y en consecuencia los estilos son
igualmente diversos. No obstante, la comparación es válida. La respuesta puede
variar de acuerdo a la época, sin embargo, actualmente nos aproxima más a la
realidad del amor la obra de Marc Chagall.
El cine es otra
de las artes que tiene que recurrir permanentemente a la ficción para
aproximarse a lo real. En muchas escenas se ve partir un tren de la estación, y
a los pocos segundos se ve el tren llegando a su destino. A través del cambio
de escenario y del ángulo de enfoque, así como de otros elementos técnicos, se
crea la ilusión de que efectivamente el tren ha llegado a su destino.
Mientras el
arte tenga cada vez más un carácter intelectual, esto es, se fundamente o haga
uso de elementos que corresponden al avance científico, tanto en la técnica
como en una u otra escuela o tendencia artística, se alejará de las
posibilidades de ser asequible al pueblo; y esto, porque una de las
consecuencias de la explotación capitalista es precisamente el atraso cultural.
Siendo esto así, al alejarse cada vez más el arte de la función inmediata de
propaganda (sin perder sus cualidades estéticas) el medio más apropiado para
corregir esta deficiencia es la crítica artística. El crítico tiene que acercar
el arte al pueblo. Lo que en el artista es creación, en el crítico es motivo
para esclarecer.
Un ejemplo de
crítica artística, como apoyo para poner en evidencia las diferencias
psicológicas entre el niño y el adolescente, la encontramos en la prosa de
Aníbal Ponce: “Hay en el museo de Louvre un retrato delicioso de Chardin que
representa a un niño jugando con un trompo. Hace un instante que ha vuelto de
la escuela. Sobre la mesa, en la que apoya sus dos manos, acaba de arrojar el
libro que traía bajo el brazo. La linda carita, más graciosa aun por el
contraste entre el rostro pueril y la peluca empolvada, tiene la expresión a la
vez dichosa y grave, como si el trompo que gira bajo sus ojos hubiera bastado
para procurarle una felicidad sin bullicio.
“No muy lejos de allí, en la amplia perspectiva de la gran Galería, un
retrato de joven, atribuido durante mucho tiempo a Rafael, nos transporta a través
de las edades a otra latitud y a otro clima. Este adolescente de mirada triste
ha buscado en la naturaleza un eco simpático a su pena. La suavidad de la luz
que lo envuelve no desentona con su melancolía, y hasta una cierta molicie en
el dibujo parece destinada a subrayar, de intento, el brillo semiapagado de los
ojos, la ligera contracción del ceño, el desfallecimiento general de la
expresión.
“Si fuera posible oponer en síntesis animada el perfil del niño y el del
adolescente, ahí la tendríamos delante de los ojos en los dos cuadros
magistrales de Chardin y Rafael.”[4]
Sin embargo, creo necesario
señalar que la crítica no puede ser inocua o aséptica. Ella tiene que, al igual
que frente a la realidad de la cual el arte es de alguna manera reflejo, tomar
posición, hundir con agudeza en la forma y el contenido de la obra de arte la
concepción a la cual adhiere el crítico, sin prescindir de ningún elemento de
la realidad; concepción del mundo que debe ser necesariamente científica, para
empalmar con la trama específica del proceso histórico y por lo tanto con la
tendencia progresiva general del desarrollo de la humanidad. En este sentido
Mariátegui señala lo siguiente: “Mi crítica renuncia a ser imparcial o
agnóstica, si la verdadera crítica puede serlo, cosa que no creo absolutamente.
Toda crítica obedece a preocupaciones de filósofo, de político, o de moralista
[…] Declaro sin escrúpulo, que traigo a la exégesis literaria todas mis
pasiones e ideas políticas […] Pero esto no quiere decir que considere el
fenómeno literario o artístico desde puntos de vista extra estéticos, sino que
mi concepción estética se unimisma, en la intimidad de mi conciencia, con mis
concepciones morales, políticas y religiosas, y que sin dejar de ser concepción
estrictamente estética, no puede operar independiente o diversamente.”[5]
Hay, pues,
diferencia entre el arte y la teoría del arte, así como entre la obra de arte y
la crítica de arte.
Puede, pues, el
arte, con el agregado de la crítica, servir de apoyo en el conocimiento del
mundo. Por la peculiaridad del arte como creador de la imagen artística, como
representación de la realidad, los elementos de que dispone lo habilitan como
medio para influir en la conciencia recurriendo a las emociones, motivando en
el pueblo, o reforzando tal vez, la intuitiva comprensión de la realidad y con
ello cumpliendo el rol de medio de propaganda para cambiar el mundo.
Medio de
propaganda digo, pero con una aprensión, para lo cual cedo la palabra a J.
Plejanov: “El artista expresa su idea por medio de imágenes, mientras que el
publicista demuestra su idea por medio de deducciones lógicas. Y si el
escritor, en vez de operar con imágenes opera con deducciones lógicas, o bien
si esas imágenes son inventadas por él, con objeto de llegar a la demostración
de determinada idea, en ese caso deja de ser artista para convertirse en
publicista, aun cuando no escriba artículos, ni tesis, sino novelas, cuentos y
obras teatrales.”[6]
[1] Mariátegui, José
Carlos. 1980. El artista y la época. Empresa
editora Amauta, octava edición. O.C. Tomo 6. P. 23.
[4] Ponce, Aníbal.
1943. Ambición y angustia de los
adolescentes. Editorial El Ateneo, Buenos Aires. PP. 11-12.
[5] Mariátegui, José
Carlos. 1980. 7 ensayos de
interpretación de la realidad peruana. Empresa editora Amauta, décimo
tercera edición. P. 182.
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